DE NUEVO SOBRE EL MARAUTE. LA CAÑADA DE VARGAS (TORRENUEVA, GRANADA) Y EL ESTUARIO DEL GUADALFEO EN ÉPOCA ROMANA. LA TRASTIENDA DEL NEGOCIO SEXITANO

EL MARAUTE AGAIN. LA CAÑADA DE VARGAS (TORRENUEVA, GRANADA) AND ESTUARY OF GUADALFEO DURING THE ROMAN AGE. THE BACK ROOM OF THE SEXITAN DEAL

* Arqueólogo profesional (Gespad al-Andalus) y miembro de S.E.L. (Salobreña Estudios Locales)
** Investigador y Docente en el I.E.S. Julio Rodríguez, de Motril

José María GARCÍA-CONSUEGRA FLORES*

José María PÉREZ HENS**

Resumen

Con el presente trabajo se pretende realizar una visión global y una puesta al día de una región, la desembocadura del río Guadalfeo, que ya desde época clásica es testigo del importante trajín mercantil que las diversas culturas mediterráneas desarrollaron a lo largo y ancho de este Mare Nostrum. Además, y tomando el yacimiento de la Cañada de Vargas como base, se trazarán las líneas básicas de la estructura y organización de este pequeño territorio perteneciente a la costa tropical granadina durante el periodo romano.

Palabras clave

Maraute, Cañada de Vargas, Paterna, figlina, caetaria.

Abstract

The objective of the current study is to carry out a revision about the historical importance of the mouth of Gualdafeo River. Since the Classic Age, a very important commercial activity was carried out in this area by several Mediterranean cultures from far and wide of the Mare Nostrum. Based on the information obtained from the archaeological site of La Cañada de Vargas, we will try to explaine the structure and organization of this small place which belongs Granada Tropical Cost trhoughout the Roman Age.

Keywords

Maraute, Cañada de Vargas, Paterna, figlina, caetaria.


ESTADO DE LA CUESTIÓN Y MARCO HISTÓRICO-GEOGRÁFICO DEL ESTUARIO DEL GUADALFEO

En los últimos años el ámbito geográfico que nos ocupa está siendo objeto de estudio e investigación, con una mayor proliferación por parte de investigadores locales, tanto de manera global como específica, apoyándose y dando luz a las diversas (aunque todavía escasas) intervenciones arqueológicas que se han llevado a cabo en la comarca. Se trata de un territorio que a pesar de contar con un potencial y un substrato histórico-arqueológico de entidad, no es hasta hace escasamente unas décadas que cuenta con el respaldo que se desearía a nivel de difusión y puesta en valor de restos materiales y de publicaciones científicas que pongan de manifiesto, y a disposición de la sociedad, el patrimonio histórico, arqueológico y, por qué no, etnológico del que ha gozado y del que todavía goza.

A ello bien poco han contribuido de un lado el fuerte arrasamiento y destrucción que sufrieron múltiples yacimientos durante la segunda mitad del pasado siglo XX, con motivo de la orientación generalizada de los terrenos al cultivo de frutos tropicales, para cuyo desarrollo se hizo necesario un brutal abancalamiento de lomas y laderas, así como por el avance del sector constructivo, claramente enfocado al turismo de sol y playa.

Del otro, y de igual gravedad, la insensibilidad tanto de las autoridades locales como de la población en general con respecto del patrimonio, no ya del soterrado (y mucho menos el subacuático) sino incluso del emergente, considerándolo como meras ruinas improductivas que obstaculizan el desarrollo económico de esta voraz sociedad actual. En este sentido, se hace necesaria una mayor sensibilización, concienciación e implicación por parte de ambas partes con el objeto de poder localizar, documentar, recuperar y, llegado el caso, poner en valor todos aquellos elementos que han formado y forman parte de nuestro pasado y nuestro paisaje, devolviéndoselo a la sociedad con el objeto de apoyarse en ellos e integrarlos en un proyecto de progreso y futuro sostenibles. Es así que cobran sentido las palabras de Dulce Chacón: “Un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo” (CHACÓN 2002:41).

Con lo expuesto pues, tomando como pretexto el conocido yacimiento de El Maraute y a través de su inserción en el entramado comercial mediterráneo en época clásica, se esbozaran las líneas que configuraron la estructura y organización territorial de la región que nos ocupa, como bien han apuntado ya algunos autores (BERNAL 1998; PÉREZ HENS 2002 y 2010b). El asentamiento en cuestión cabría asociarlo a la Paterna de la historiografía latina, siendo uno de los enclaves que conformaban una de las diversas rutas comerciales marítimas, al menos en época romana. En este caso concreto, la aportación desde la arqueología se ha mostrado ciertamente generosa en tanto que han sido diversas las intervenciones que han permitido obtener datos sobre dicho asentamiento (GÓMEZ BECERRA et alii 1986; BORDES GARCÍA y RODRÍGUEZ AGUILERA 1999; RUIZ MONTES et alii 2008; GARCÍA-CONSUEGRA FLORES et alii 2008a; RUIZ MONTES y SERRANO ARNÁEZ 2009; RODRÍGUEZ AGUILERA et alii 2010).

Como bien es sabido, con la finalización de la II Guerra Púnica (197 a.C.) Roma se anexiona los territorios vinculados a Carthago en la Península Ibérica, quedando englobados en su ámbito de control e influencia todo el levante y sur peninsular. A partir de entonces ésta queda dividida en dos provincias: la Hispania Citerior (con capital en Tarraco) y la Hispania Ulterior (con capital en Corduba, y eventualmente Gades). Con la instauración del Imperium (27 a.C.), Octavio Augusto reestructura el sistema administrativo y territorial y cataloga las diversas provincias de su territorio en Imperiales (dependientes del Emperador y con destacados contingentes militares en sus tierras) y Senatoriales (dependientes del Senado y con una menor presencia militar). Desde entonces Hispania pasará a contar ahora con tres provincias:

• La Tarraconensis (con capital en Tarraco, en la que Octavio Augusto llegó a vivir un año), de carácter imperial.

• La Lusitania, (con capital en Emerita Augusta), igualmente de carácter imperial.

• La Baetica (con capital en Corduba), ésta de carácter senatorial.

Es en esta última en la que se inserta el territorio de la actual comunidad andaluza, siendo a su vez subdividida en cuatro distritos jurídicos denominados Conventus: el Conventus Hispalensis, el Astigitanus, el Cordubensis, y el Gaditanus, al que pertenece la costa granadina. Gracias al substrato generado ya desde época fenopúnica a nivel económico y territorial, el proceso de romanización fue especialmente intenso y ágil en la provincia de la Baetica, lo cual facilitó que durante la conocida como Pax romana se desarrollase plenamente, en el ámbito que nos ocupa del bajo Guadalfeo, el mundo urbano y el comercio (esencialmente marítimo) tanto de largo como de corto alcance y de redistribución. Todo ello quedó reflejado en un modelo de ocupación y explotación del territorio que no varió hasta finales del siglo III d.C., cuando toda la estructura socio-económica romana entra en una fuerte regresión.

Con ello, pues, la costa de Granada, durante el periodo imperial se constituye y articula a partir de diversos elementos (PÉREZ HENS 2010b):

• La ciudad de Sexi (Almuñécar), auténtica punta de lanza y eje sobre el que gravita todo el entramado económico y comercial de este territorio costero. Con un importante pasado fenopúnico como destacado centro productor y distribuidor de salazones de pescado y salsas derivadas (caetaria), gozaba de cierto prestigio en todo el Mediterráneo, siendo el autentico elemento dinamizador y puerta de entrada y salida de productos para la región. Productos tenidos en gran consideración, como bien constataron el poeta griego Dífilo de Sínope (siglo III a.C.), el geógrafo Estrabón (siglo I a.C.), el naturalista e historiador Plinio el Viejo, el poeta Marcial (siglo I d.C.) o el médico Galeno (siglo II d.C.). Hasta tal punto fue su auge y su relevancia dentro del ámbito comercial romano que ya con Julio César adquirió la categoría de municipio de derecho latino (49 a.C.), convirtiéndose en la Sexi Firmum Iulium de las fuentes.

• El estuario del Guadalfeo y los llanos de Carchuna-Calahonda. Se trata de unos territorios de incipiente aluvión cuyas condiciones geológicas hicieron de éstos la trastienda, por así decirlo, de la urbe y órbita sexitana. En este sentido, son diversos los talleres alfareros (figlinae) y las unidades de explotación agropecuaria (villae) que se localizan en estas zonas, vinculadas directa y estrechamente a las actividades económicas predominantes desde época republicana y, especialmente, durante el Imperio (salazones, vino, aceite y contenedores para transporte de los mismos, metalurgia, etc.), encaradas al comercio de larga y corta distancia, así como también a la redistribución de ámbito local. Conforman, de este modo, el hinterland de Sexi.

• Fondeaderos. Lo escarpado y abrupto de la línea costera desarrollada entre Selambina (Salobreña) y los llanos de Carchuna-Calahonda hasta el núcleo de Abdera (Adra), en la que se abren diversas calas de tamaño reducido y abrigadas de los vientos de levante y/o poniente, propició el uso de determinados puntos de este tramo de litoral a modo de fondeaderos, como puntos de escala del comercio marítimo, tanto de corta como de media distancia. Algunos ejemplos los encontramos en las calas de Calahonda, La Rijana o Castell de Ferro. (FIG.1)

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Fig. 1. El delta del Guadalfeo.

 


PATERNA
Y EL ESTUARIO DEL GUADALFEO. UNA SOMERA VISIÓN GEOARQUEOLÓGICA

El yacimiento de El Maraute se ubica en la localidad de Torrenueva, en el extremo oriental del delta del Guadalfeo, en la margen izquierda de la Rambla de Villanueva y a los pies del llamado Cerro del Aire, uno de los primeros contrafuertes de la Sierra de Carchuna. Catalogado como Zona Arqueológica, es el enclave que, como ha quedado dicho, viene siendo vinculado con la Paterna de las fuentes latinas (posterior Battarna andalusí). Claramente condicionado por los rasgos geomorfológicos de la zona en la que se sitúa, éstos le confería unos caracteres geoestratégicos particulares. Dicho topónimo ha quedado fosilizado en el vecino pago de Paterna, dando nombre a la acequia que discurre por el mismo.

Si bien históricamente se la situaba en la cala de La Rijana, las noticias aportadas por el cronista motrileño J. Ortiz del Barco en la correspondencia mantenida con el arabista E. Saavedra, hacen más factible su identificación con el yacimiento que nos ocupa (ORTIZ DEL BARCO 1911):

“Dicen mis paisanos que allá por los años 57 a 58 [del siglo XX] hubo una crecida en la rambla de Villanueva, a consecuencia de la cual se descubrieron los cimientos de todo un pueblo […]. Los emplazamientos de los edificios se hallaban perfectamente señalados, o mejor dicho, cuando la cava es profunda, tropiezan las azadas con cimientos. El espacio que se descubrió es extenso, pues empieza en la rambla del Puntalón y terminaba en la loma del cabo Sacratif. […] casi coincidió ese descubrimiento con el del cementerio en la Cañada de Bargas, distante de Motril a un tiro de cañón, encontrándose cadáveres de personas que parecían gigantes. Después se metió en labor dicha cañada, y se encontraron ánforas, medallas y monedas que por el relato parecían de Sartorio, y otros objetos, todo lo que se hizo pedazos y nadie conservó nada”.

A este respecto, cobra especial relevancia y sentido el testimonio de Th. de Aquino y Mercado cuando, en su afamada obra “Historia de las Antigüedades y Excellencias de la villa de Motril antigua Sexi”, nos refiere el hallazgo de una moneda (AQUINO MERCADO 1650:305/306):

“[…] del tiempo de este emperador [Claudio] el año de 1616 una moneda en la viña de Juan Gómez de Olmedo, familiar del Santo Oficio y fiscal de S. M. […] que está menos que cuarto de legua de la villa avía unos çimientos antiguos que ocupaban gran pedaço della y queriendo su dueño aprovecharse dellos y del suelo sacó muchos materiales para labrar su casa y permitió hiciesen lo mismo otros vecinos, como fue el dicho Diego Núñez. Era un castillo por ser los çimientos muy gruesos de piedra y hallarse la cisterna y debajo de tierra repartimientos de salas y aposentos y cañerías de plomo que se dio mucho para las campanas del convento de Nuestra Señora de la Victoria”.

En base a las referencias anteriores, llaman poderosamente la atención dos aspectos. De un lado la entidad y potencia del asentamiento, tanto a nivel de materiales como constructivo, hasta tal punto que lleva a identificar erróneamente el emplazamiento con un posible castillo. Del otro, el importante arrasamiento y expolio sufrido, pudiéndose intuir su uso más o menos prolongado en el tiempo como cantera por parte de la población de los diversos elementos constructivos y materiales del yacimiento. (FIG.2)

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Fig. 2. Localización del yacimiento de El Maraute y de la Cañada de Vargas.

 

Con todo, y a pesar de la gran afección sufrida, nos encontramos ante uno de los yacimientos más relevantes de estas características en el contexto de la provincia de Granada documentado hasta la fecha, en tanto que, debido a su potencial e interés arqueológicos, ofrece la posibilidad de conocer y extraer datos de uno de los aspectos de la vida socio-económica más destacados en los primeros siglos de nuestra Era en esta región: el enfoque comercial de la zona y su repercusión en la organización y estructuración del territorio en época clásica, así como su evolución y desarrollo.

En este sentido, las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en 2008 en la Cañada de Vargas, al oeste de El Maraute, vienen a completar un poco más el conocimiento que se tiene del papel que esta zona costera desempeñaba en el engranaje económico de las rutas comerciales romanas, y sobre cómo se inserta en ese comercio mediterráneo general, reflejando, por otra parte, la manera en que se articula y estructura el poblamiento (y como consecuencia el territorio y la producción) en la desembocadura del Guadalfeo, con una larga tradición en la producción y comercialización de salazones desde época fenopúnica, como ya se refirió anteriormente.

Así queda constatado por el material cerámico recuperado en el Peñón de Salobreña y por las piletas recubiertas con mortero hidráulico (opus signinum) destinadas a tal efecto, exhumadas en el mismo Peñón de Salobreña y, sobretodo, en Almuñécar. A ellos añadir los hallazgos del Cerro del Pontiví, Los Matagallares y el del Camino de Los Barreros, en Salobreña; o los de la villa romana de la Loma de Ceres, en Molvízar. Yacimientos todos ellos, a poniente de la antigua bahía que se constituía en la margen derecha del estuario del Guadalfeo. En su orilla izquierda se localizan diversos indicios de hábitat en la pequeña planicie que antecede la cabecera de la rambla de Cañizares-Escalate; la posible villa de Pataura; y los alfares de la Cañada de Vargas (conocidos de manera indirecta tras su destrucción en el pasado siglo XX). En ámbitos geográficos más alejados, se documentan restos y evidencias arqueológicas probablemente también asociadas a la órbita sexitana. Es el caso de los alfares de Calahonda (desaparecidos actualmente) así como los hallazgos de La Herrería (Los Tablones) y de los Cortijos de La Reala y del Cura, vinculados a la explotación minera de la zona.

Con ello, y a falta de contar con restos constructivos específicos, juega un importante papel el material anfórico y cerámico recuperado en las escasas intervenciones arqueológicas realizadas hasta la fecha. Especialmente los primeros, en tanto en cuanto se pueden clasificar como contenedores de aceite, de vino y de salazones, de tal manera que, en base a la proporción de cada una de estas tipologías se puede intentar determinar, en la medida de lo posible, la configuración y organización productiva de esta región, así como la evolución de estas actividades.

Ya desde época antigua, se tiene constancia del destacado papel que ha ejercido en el devenir histórico de la zona el enclave de Paterna. Primeramente cabría partir de la premisa de que la extensa y fértil llanura aluvial que constituye hoy día el delta del Guadalfeo, hasta hace aproximadamente 500 años era una espléndida bahía que se abría desde el promontorio en el que se asienta el núcleo de Salobreña (a poniente), hasta la actual población de Torrenueva (a levante). Dicho delta se ha ido conformando a medida que el río y toda una serie de ramblas y cauces de la vertiente sur de las sierras de Lújar, Escalate, Las Guájaras, Cázulas, del Chaparral y del Jaral han ido colmatando sedimentos en su morir al mar, de manera que le ha ido comiendo terreno a éste, haciendo de la antigua península que representaba el promontorio de Salobreña un enclave rocoso en tierra firme, dejando de ser su Peñón una isla. (FIG.3)

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Fig. 3. Red hidrográfica del estuario del Guadalfeo. Reproducción de la línea de costa en época antigua.

 

A partir del siglo XVI, este proceso de deposición aluvial se acelera de manera precipitada debido a la transformación que sufre el medio físico por parte de los nuevos pobladores castellanos, los cuales, debido a la gran deforestación que llevan a cabo en las zonas altas próximas, propiciarán la transformación del medio y los recursos obtenidos de él. La consecuencia será una fuerte erosión del suelo, fruto de la cual los cauces fluviales y las diversas ramblas de la zona se tornaron más torrenciales, produciéndose así una rápida y brutal sedimentación en la desembocadura, que da lugar a la extensa y fértil vega que en la actualidad podemos contemplar (ARTEAGA 1990; NAVAS RODRÍGUEZ y GARCÍA-CONSUEGRA FLORES 2008).

Es por ello que el enclave de la Paterna romana ha gozado históricamente de buena consideración para los pobladores de la zona hasta el periodo islámico, debido a sus características portuarias y topográficas, en tanto que ofrece la posibilidad de asentamiento a una cierta altura (unos 100 m.s.n.m.), con un fondeadero a resguardo del levante.

A pesar de no ser muy prolíficas, las investigaciones sobre la ocupación y explotación de la franja costera que nos atañe durante el periodo romano, han conseguido establecer un punto de partida en lo que respecta al conocimiento de la gestión del territorio en época clásica (tanto en el ámbito poblacional como económico y comercial). Los trabajos publicados sobre algunos de los referidos yacimientos arqueológicos de la región con que contamos hoy día (Loma de Ceres, Los Matagallares, el Peñón de Salobreña, El Maraute, etc.), a pesar, como decimos, de ofrecer unas conclusiones e hipótesis completas e incuestionables, no permiten establecer más que grosso modo una cierta secuencia diacrónica sobre cómo se ha desarrollado y evolucionado la ocupación y explotación de este medio físico costero, representando intervalos cronológicos espaciados entre uno y otro caso. Son numerosos los asentamientos fechables en determinados momentos del dominio romano, especialmente a partir del Alto Imperio, cuando la organización del territorio ya estaba plenamente estructurada. Desde un primer momento en que se constata el establecimiento del sistema socio-económico romano en la zona (siglos II a.C.- I a.C.), el poblamiento se intuye intenso y con una clara vocación comercial, con el núcleo de Salambina (Salobreña) como elemento principal y vertebrador del territorio circundante que se le adscribía, bien que de manera subsidiaria a la órbita sexitana (aclarar en este punto que Salambina corresponde al asentamiento de época fenopúnica, el cual, a partir del periodo romano, pasa a denominarse Selambina).

Para los dos primeros siglos de periodo romano contamos con diversos yacimientos. Por un lado el propio núcleo urbano de Salobreña, en cuyas laderas meridionales se han hallado, en clara deposición secundaria, numerosos fragmentos de cerámica que describen un arco cronológico que arranca en el siglo VI-V a.C. (cerámica fenicia, ática y jonia) hasta de los siglos II-I a.C. (fragmentos de cerámica púnica y Campaniense del tipo A). Del otro, el Peñón de Salobreña fue objeto de una excavación de urgencia en 1992, en la que se constató que los habitantes tardopúnicos de Salambina contaban con un supuesto santuario de advocación marítima dedicado a la diosa Tanit (la Iuno romana), en uso todavía en época republicana. Así lo hacen entrever los restos constructivos a modo zócalo de diversos muros y el conjunto de materiales arqueológicos de carácter cultual asociados, destacando las figurillas de terracota que representan a divinidades púnicas romanizadas y abundantes fragmentos y piezas de vajilla Campaniense A y B (ARTEAGA et alii 1992; ARTEAGA et alii 2007).

En el entorno de La Gorgoracha, en la cabecera del barranco de Cañizares-Escalate, se detectan indicios y materiales in situ correspondientes a una posible necrópolis de urnas cinerarias, que cabría vincular al asentamiento, probablemente indígena, situado en las inmediaciones del Cortijo de Porra Negra, en el camino que comunicaba la costa con el interior y que ascendía por el mencionado barranco procedente de Sexi y Salambina. Además, en el entorno de Lobres y el cerro del Vínculo se localizaron restos y evidencias de una posible necrópolis de época púnica, igualmente situada a los pies de la citada vía de comunicación (PÉREZ HENS 2010b).

A partir de siglo I d.C. la organización del espacio rural (ager) vinculado al núcleo de Selambina parece ser que estaba ya bastante estructurado. Así se desprende de los diversos yacimientos del tipo Villa ubicados en las pequeñas lomas próximas a los barrancos del reborde occidental de la vega holocénica, en la margen derecha del Guadalfeo (La Taiba, Loma de Ceres y, aún por confirmar, Lobres y Pataura). A ellos, añadir la localización recientemente de otro más que probable asentamiento de idénticas características, en el pago molviceño de La Rijana, situado al noreste de dicha localidad (ROMÁN PUNZÓN et alii 2010). En este sentido, el caso mejor conocido es el de la villa de la Loma de Ceres, en Molvízar, cuya excavación de urgencia confirmó la pervivencia desde el siglo I al IV d.C. de un complejo agropecuario dedicado a la producción de vino e, incluso, a la fabricación de contenedores (ánforas) para su comercialización (MARÍN DÍAZ 1988; GENER et alii 1993).

Cabe destacar, además, la existencia de varios complejos industriales alfareros en esta misma zona, algunos de los cuales en la actualidad han desaparecido y otros localizados superficialmente. Se trata de los yacimientos situados, por un lado, en el camino conocido como Los Barreros, dedicado fundamentalmente a la producción de ánforas para el transporte de vino (Pascual D), aceite (Dressel-20) y salazones (Dressel-7/9), por otro lado, en el Cortijo Chacón, en la cabecera del barranco del Arca y próximo al complejo de Los Matagallares. Parece ser que se trata de un pequeño complejo alfarero vinculado a una villa, fechado superficialmente entorno al siglo II d.C. (formas Dressel-14). Pero es sin duda el yacimiento de Los Matagallares el que ha aportado la mayor información y conocimiento al respecto, habiendo sido objeto de diversas campañas arqueológicas y de un pormenorizado estudio en diferentes ámbitos (BERNAL 1998).

Todos ellos, como más adelante expondremos, funcionaron a pleno rendimiento durante los siglos I al III d.C. A ello añadir los hallazgos de material cerámico, aislado y descontextualizado (cuando no arrasado), en el Pontiví; en la vertiente suroeste del Promontorio de Salobreña; en el Barranco del Arca; en Lobres y su entorno; en el cerro de la Taiba y del Vínculo; la Herrería; en el Pago de Paterna de Torrenueva; y en Calahonda.


LA CAÑADA DE VARGAS

Las obras proyectadas en el año 2007 para la construcción de viviendas de V.P.O. en las parcelas 4.1-4.2 y 2 de la UE.TOR-4 de la localidad de Torrenueva, pusieron de manifiesto un depósito arqueológico de gran potencia formado por abundante material cerámico y ánforico de época imperial. La notificación de dicho hallazgo propició, previa paralización de las obras, la ejecución de sendas actividades arqueológicas mediante sondeos, a través de las cuales determinar el tipo y entidad del yacimiento afectado, así como el grado de afección sufrido. Éstas se llevaron a cabo entre septiembre de 2007 y enero de 2008 (RUIZ MONTES et alii 2008), y entre enero y abril de ese mismo año (GARCÍA-CONSUEGRA FLORES et alii 2008a), las cuales permitieron documentar un total de cuatro fases histórico-arqueológicas, buena parte de ellas asociadas al asentamiento romano de Paterna.

Se trata de un área de vertedero (bastante arrasado por las labores de destierre asociadas a la obra en cuestión) vinculado a los alfares que se ubicaban a los pies de este Cerro del Aire (El Maraute), en el que se detectan múltiples vertidos de material constructivo, cerámico y anfórico, así como de deshechos de hornadas (cenizas, escorias, etc.), los cuales fueron depositados con el objeto de regularizar el terreno en el que se asientan, de tal modo que se le ganara espacio al mar, como bien se ha documentado en múltiples asentamientos coetáneos en la costa malagueña (AA.VV. 1997). Así se infiere de los restos de un muro de cierto porte, recuperado en una longitud de unos 8 m y un ancho de 0,60 m, realizado mediante mampuestos de mediano y gran tamaño y que asienta directamente sobre el mencionado depósito de vertidos. El ingente material cerámico y anfórico recuperado fue objeto de un análisis parcial realizado en su día, el cual ha permitido acotar de manera preliminar la cronología de la construcción en torno al siglo II d.C. (LÁM.1)

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Lám. 1. Vista del gran vertido de material cerámico y anfórico.

 

Los autores del referido análisis advierten de una posible nueva clase cerámica dentro de las producciones de ánfora de la Bética, atendiendo, no sólo a caracteres tipológicos y formales, sino también al análisis y descripción de pastas (RUIZ MONTES y SERRANO ARNÁEZ 2009). Además, tras un análisis del mapa de la actividad asociada a los talleres costeros, sobre todo malagueños, establecen dos grupos cronológicos bien caracterizados, con repertorios formales diferenciados y coincidentes cronológicamente grosso modo con el Alto y el Bajo Imperio. Con base a ello, un primer grupo, activo entre la primera mitad del siglo I e inicios del III d.C., presenta un repertorio formal común caracterizado por la insistente presencia de tipos como las ánforas Dr.7-11 (y derivadas), Dr.14, Beltrán IIa y IIb. Ya en pleno periodo bajoimperial, los alfares que perduran lo hacen incorporando masivamente a sus repertorios ánforas que toman como referencia tipologías africanas, por el momento parece que ausentes en La Cañada de Vargas. La escasa presencia de tipos anfóricos más tardíos infiere un carácter intrusivo de los mismos, remitiendo a periodos productivos posteriores, cuyos desechos aún no han podido ser documentados, a la espera como se está de un estudio y análisis pormenorizado más completo.

Con ello, los autores situarían cronológicamente esta figlina dentro del segundo grupo de establecimientos tardíos que continúan con su actividad más allá del siglo III d.C., caracterizados por la incorporación en sus repertorios de ánforas Keay XIX o Almagro 51 en sus tres variantes (BERNAL CASASOLA 1997). (FIG.4a y 4b)

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Fig. 4. Muestra del material cerámico y anfórico recuperado (autores P. RUIZ MONTES, B. SERRANO ARNÁEZ).

 

Tal y como viene documentándose en múltiples yacimientos coetáneos, debido a la recesión sufrida por el sistema socio-económico romano a lo largo de los siglos IV-V d. C., se produce un abandono del uso y funciones primigenias del ámbito y estructura que nos ocupa, entrando en un decadente letargo que culmina con la amortización del espacio como área cementerial. Así lo constatan las diversas sepulturas documentadas insertas en el vertido anfórico. Se trata de estructuras funerarias constituidas por una base de losas de barro cocido, con cubierta de tegulae a dos aguas que albergan al pertinente individuo, depositado en decúbito supino y orientado norte-sur (JIMÉNEZ TRIGUERO et alii 2011).

Buena parte de todos estos niveles y estructuras se ven amortizadas en época califal y postcalifal, o zirí (siglos X-XI), por una potente capa limoarcillosa de tonalidad rojiza que alcanza una potencia máxima documentada de hasta 2 m. Se corresponde con una gran escorrentía de la propia Cañada de Vargas, con una pendiente noreste-suroeste que afecta de manera tangencial al yacimiento romano-medieval en su cara norte, de modo y manera que arrastra consigo una gran cantidad de material arqueológico, en su inmensa mayoría de adscripción romana (básicamente cerámico, con abundantes muestras de material anfórico y de cocina que lanzan una cronología de entre mediados del siglo III y principios del IV d.C.) y, en una pequeña porción, de época medieval, representada por fragmentos de ataifores vidriados con decoración en verde y morado, vidriados en melado con motivos geométricos en manganeso y algún fragmento decorado con la técnica de la cuerda seca parcial.

Dicha escorrentía, de matriz bastante homogénea, arrastra igualmente material limoarcilloso granulado de tonalidad rojiza y viene a morir sobre niveles limosos de origen geológico, que posiblemente conformaran el fondo marino de la zona, de escasos metros de profundidad, y quedando en buena parte sumergida bajo la antigua línea de costa.

Todo ello, junto a los resultados obtenidos en intervenciones anteriores en este entorno de El Maraute (GÓMEZ BECERRA et alii 1986; GÓMEZ BECERRA 1992; BORDES GARCÍA y RODRÍGUEZ AGUILERA 1999; RODRÍGUEZ AGUILERA et alii 2010), así como las noticias de hallazgos en diversos puntos de la ladera oeste del cerro, permiten elaborar, a modo de hipótesis, una cierta localización y estructuración del asentamiento que las fuentes latinas refieren como Paterna.

Con lo expuesto, pues, parece ser que el solar que ocupaba el asentamiento romano (teniendo en cuenta la imponente escorrentía documentada en las actuaciones de las parcelas de la UE.TOR-4, así como su procedencia) se situaba en la coronación del llamado Cerro del Aire, desarrollándose a lo largo de toda su vertiente norte, y hasta los pies de la vaguada que se abría al mar en ese punto. En su extremo de poniente, y en primera línea de costa, se localizarían los alfares y el espacio ganado al mar mediante el gran vertido de material cerámico. Así cabría inferirlo de la localización de una gran estructura de combustión del tipo horno en uno de los solares situado entre las actuales calles Mirador y Jardines, la cual fue inmediatamente arrasada y destruida; y de los hallazgos registrados en las intervenciones arqueológicas del año 2008, respectivamente.

Finalmente, la intervención desarrollada recientemente con objeto de la puesta en valor de la Torre Vigía de la localidad (RODRÍGUEZ AGUILERA et alii 2010), ha exhumado restos de una pileta de opus signinum a los pies de dicha construcción, la cual se asociaba estratigráficamente con un nivel de arena de matriz homogénea (estéril arqueológicamente hablando) y diversos estratos de época romana, destacando uno constituido por tierra y abundante ictiofauna. Se trataría de un pequeño espacio de playa en el que se ubicaría una posible pequeña factoría de salazones (caetaria). En este punto, no es descartable la presencia de otra factoría, en este caso de mayor entidad, en la ensenada que se abría de manera contigua por su costado este, en la que se situaron en época medieval las conocidas como Salinas de Trafalcaçis, y que fueron propiedad de la familia real nazarí.

Con todo, y como se refería anteriormente, estamos ante conjeturas apuntadas a partir de los datos obtenidos en diferentes actuaciones arqueológicas realizadas de manera puntual. (FIG.5)

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Fig. 5. Ubicación y distribución hipotética de espacios de la Paterna romana y su entorno.

 


EL BAJO GUADALFEO, LA TRASTIENDA DEL NEGOCIO SEXITANO

Atendiendo a los datos arrojados por las diversas investigaciones con que contamos a fecha de hoy, una vez cotejados entre sí y analizados de una manera global, podemos observar dos momentos bien diferenciados en este periodo clásico.

Una primera fase con origen en el periodo fenopúnico en la que el territorio (comunidades indígenas) gravita en torno a las factorías de salazones, cuya naturaleza y desarrollo están articuladas por un núcleo principal, en este caso la Salambina de las fuentes escritas (la posterior Selambina latina). Se trataría de un enclave de cierta importancia, contando incluso con un pequeño templo o santuario de advocación marítima situado en el Peñón, por aquel entonces isolado de tierra firme.

Así lo manifiestan los hallazgos del referido Peñón, de la ladera suroeste del Promontorio de Salobreña -donde son abundantes los fragmentos de material cerámico de adscripción fenopúnica y Campaniense del tipo A, e incluso se ha podido recuperar algún fragmento de cerámica ática- de Lobres-Cerro del Vínculo y del entorno de La Gorgoracha. De igual modo, se intuye y se sospecha de diversos asentamientos a lo largo del reborde alomado entre Motril y Torrenueva (Cerros de La Nacla, de las Provincias, del Polo o del Gallo), hecho éste que a día de hoy no estamos en condiciones de demostrar fehacientemente. Este modelo de ocupación y explotación del territorio se prolongará hasta el cambio de era. (FIG.6)

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Fig. 6. Asentamientos conocidos en el periodo fenopúnico y romano-republicano.

 

A partir de época imperial el modelo productivo se reorienta hacia la diversificación y especialización, repercutiendo en un nuevo patrón de asentamiento algo más complejo. El elemento vertebrador de este estuario del Guadalfeo continúa siendo la ahora Selambina, centro rector de un ager ya bastante articulado mediante pequeñas explotaciones de carácter agropecuario, a través de las cuales se explota, obtienen y transforman los recursos del medio físico más inmediato. En este sentido, se han podido establecer cinco tipologías de asentamiento:

• VILLAS (villae). Explotaciones agrícolas orientadas al cultivo de la llamada tríada mediterránea (aceite, vino y, en menor medida, cereal) situadas en el reborde alomado de la margen derecha del Guadalfeo, donde las primigenias deposiciones sedimentarias permitieron el desarrollo de una cierta agricultura. Se conoce extensamente el caso de la villa de la Loma de Ceres, en Molvízar (GENER et alii 1993). Más superficialmente, en la zona de Las Taibas, en el pago molviceño de La Rijana (ROMÁN PUNZÓN et alii 2010) y en el entorno de Lobres-Cerro del Vínculo.

• ALFARES (figlinae). Se localizan una serie de alfares o talleres destinados a la fabricación de las diversas tipologías de vajilla común y, en mayor medida, de contenedores (ánforas) que responden a la gran demanda de exportación de la producción local (vino, aceite y salazones). Éstos se ubican en las inmediaciones de los diversos barrancos que canalizan hacia la rambla de Molvízar y el cauce del Guadalfeo, en el extremo occidental del estuario, zona rica en materia prima para dichos talleres (arcilla y agua), así como en el entorno de áreas portuarias (Salobreña, Paterna y Calahonda). Sin duda alguna, además de los talleres de Torrenueva-Paterna y Calahonda (ambos actualmente arrasados y desaparecidos) el ejemplo mejor conocido, por haber sido estudiado profusamente, es el de Los Matagallares en Salobreña (BERNAL 1998).

• FACTORÍA DE SALAZONES (caetaria). De menor envergadura que las de El Majuelo, en Almuñécar (MOLINA FAJARDO 2000), se conoce la existencia de una de ellas en el Peñón de Salobreña (ARTEAGA et alii 1992). Como referíamos anteriormente, la reciente actuación en la Torre vigía de Torrenueva evidenció indicios de otra posible factoría en la localidad, vinculada a Paterna (RODRÍGUEZ AGUILERA et alii 2010). Un caso similar se intuye en el caso de la ensenada de Calahonda.

• EXPLOTACIONES MINERAS. A pesar de no constatarse arqueológicamente, se han localizado diversos puntos en los que se detecta la presencia de escorias de fundición en superficie, las cuales dan a entender una cierta vinculación con la explotación minero-metalúrgica de los recursos de la vecina Sierra Lújar, esencialmente en el caso que nos ocupa con la extracción de plomo, en la vertiente sur de la referida sierra. Se trata del yacimiento conocido como Escalate-4, en la cabecera de la Rambla de Cañizares-Escalate, el de La Herrería (en Los Tablones, Motril) y el del Cortijo de La Reala y el Cortijo del Cura, situados por encima de los llanos de Carchuna-Calahonda (GÓMEZ BECERRA 1995a). Debido a lo exiguo de dichas evidencias arqueológicas, no se puede más que apuntar la hipótesis de una posible actividad minero-metalúrgica en este periodo clásico, tema, por otro lado, que ha centrado escasamente la atención científica hasta nuestros días (MALPICA CUELLO 1990; PÉREZ HENS 2006).

• EMBARCADEROS y zonas portuarias. Ni que decir tiene que la inmensa mayoría del volumen de producción generado en este pequeño círculo comercial que conformó la desembocadura del Guadalfeo y aledaños, tenía salida en gran medida mediante el comercio marítimo, de ahí la necesidad de contar con áreas portuarias o embarcaderos de modestas dimensiones. Probablemente, el punto de salida principal fuera el vinculado al núcleo de Selambina, situado presumiblemente en la ensenada que se abría al suroeste del Promontorio de Salobreña, entre La Caleta y la zona conocida como El Gambullón. En el extremo opuesto de la bahía, a levante, parece ser que se ubicaría otro embarcadero, seguramente de menor envergadura, con todo, su entidad y dimensiones no se pudieron corroborar en la actuación arqueológica llevada a cabo en la UE.TOR-4, en la referida Cañada de Vargas. Se trataría de un pequeño embarcadero asociado al núcleo de Paterna que daría salida, por un lado, a toda una producción anfórica y de vajilla de uso doméstico generado en sus inmediaciones; del otro a la producción metalúrgica obtenida de las explotaciones mineras de la vecina Sierra Lújar (RUIZ MONTES et alii 2008).

De todo ello, se desprende una intensa actividad productiva y comercial originada y desarrollada en toda esta cuenca del bajo Guadalfeo, en la que sus particulares condiciones geoclimáticas permiten, no sólo una obtención, explotación y transformación de los recursos naturales, sino además una distribución de cierto calado de sus producciones, respondiendo a la gran demanda de determinados productos (especialmente salazones, vino y aceite), insertándose de este modo en el gran entramado económico y comercial desarrollado en época imperial a lo largo del Mediterráneo, siempre de la mano de la predominante Sexi.

En este sentido, se intuye un intenso tráfico marítimo, según corroboran las informaciones orales de lugareños y pescadores respecto a diversos hallazgos casuales subacuáticos de material anfórico, localizados en determinados puntos de esta porción litoral. Dichos hallazgos podrían responder a diversos pecios localizados en las proximidades del Hotel Salobreña y en la franja comprendida entre el puerto de Motril y el Cabo Sacratif, concretamente en la playa de la Joya, en Torrenueva. (FIG.7)

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Fig. 7. Localización de pecios.

 

Pero son, sin duda, las actividades alfareras las que cuentan con mayor peso y preponderancia en este ámbito costero granadino. Es en estos complejos alfareros (figlinae) donde se fabricaban de manera industrial envases comerciales (anforae), vajilla de uso doméstico y toda una serie de materiales de carácter constructivo (lateres y tegulae), todo ello destinado a abastecer la importante demanda de ámbito local y, sobretodo, de centros de producción y envasado de media y larga distancia.

Aunque no es un dato constatado arqueológicamente, muy probablemente la vecina Sexi Firmum Iulium representaría el principal foco de atracción de las mencionadas producciones, de modo y manera que todo este estuario del Guadalfeo representaría un cierto papel de trastienda de la importante factoría sexitana, con la que quedaría comunicada, no sólo mediante ruta marítima sino, además, por un viario terrestre (Vía Heraclea) que articulaba todo este territorio costero con áreas vecinas y con el interior (PÉREZ HENS 2002). En menor medida también demandarían esta producción la pequeña factoría localizada en el Peñón de Salobreña, la más que probable del entorno de Paterna (El Maraute) y, más hacia levante, el centro de producción de Abdera (Adra).

Finalmente, referir que presumiblemente esta región del bajo Guadalfeo diera salida conjuntamente con el puerto de Sexi a la importante producción oleica de la vega granadina (a este respecto, así lo corroboran las diversas villas documentas en el área periurbana de la ciudad de Granada - SÁNCHEZ LÓPEZ 2013-, de manera especial la recién descubierta Villa de Los Mondragones -RODRÍGUEZ AGUILERA et alii en prensa-), la cual era transportada en odres hasta la costa para ser envasada y embarcada (FIG.8)

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Fig. 8. Asentamientos en época imperial.

 

El análisis de los datos y restos con que contamos en la actualidad ha permitido establecer dos claros modelos de figlinae (PÉREZ HENS 2010b):

• Centros autónomos especializados en la producción alfarera y su posterior comercialización, no vinculados a ningún otro tipo de asentamiento. Es el caso de los yacimientos de Los Barreros, Los Matagallares, Molvízar, Lobres, La Cañada de Vargas y los alfares de Carchuna-Calahonda.

• Centros insertos en complejos de explotación agropecuaria del tipo Villa, formando parte de su Pars fructuaria. Sería el caso de la villa de la Loma de Ceres, en Molvízar, y los restos materiales y estructurales localizados en el Cortijo Chacón, en la cabecera del Barranco del Arca, en Salobreña.

De la etapa tardoantigua, al igual que pasa con el periodo altomedieval, pocos son los datos arqueológicos conocidos. Los fragmentos de material cerámico del tipo Terra sigillata Clara D y de ánforas africanas, halladas en las laderas meridionales del Promontorio de Salobreña y en su Peñón, donde también se han hallaron varios enterramientos fechados entre el siglo IV d.C. y la etapa islámica, son los únicos indicadores, junto con la referencia de las actas del Concilio de Elvira (principios del siglo IV d. C.), en que se menciona la presencia del presbítero Silvanus como representante de Segalvina (Salobreña), confirman la continuidad de un cierto poblamiento. A ello añadir los resultados arqueológicos obtenidos en la intervención arqueológica de la Cañada de Vargas, en la que se confirma la presencia de una zona de embarcadero (fines del siglo I-III) que en este periodo (siglos IV-V) es reutilizado como área cementerial (RUIZ MONTES et alii 2008; GARCÍA-CONSUEGRA et alii 2008a) y en el entorno más inmediato de la Torre Vigía (RODRÍGUEZ AGUILERA et alii 2010).

La estrecha implicación con el engranaje comercial y económico desarrollado en época imperial a lo largo del Mediterráneo, hace que la crisis iniciada a finales del siglo III, de graves y determinantes consecuencias para el estado romano, se manifieste igualmente en estos territorios, generándose una fuerte regresión productiva y económica a lo largo de los siglos IV, V y VI d.C., hecho que se manifiesta de manera clara en la amortización y reutilización de los espacios públicos y de carácter comercial ya obsoletos.

Así se observa en el Peñón de Salobreña, donde el espacio destinado a la producción de salazones se ve amortizado como área cementerial (ARTEAGA et alii 1992). De igual modo, como ya se ha visto, en el yacimiento de la Cañada de Vargas, en el que parte de su espacio presumiblemente artesanal y comercial es reutilizado como necrópolis. Y de manera mucho más evidente, por su entidad, en la vecina Almuñécar (GÓMEZ BECERRA 1995b).


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