NOTICIA DE LIBRO / BOOK REVIEW:

Recuperemos el periodismo. Ideas para regenerar la profesión periodística, AA. VV., Ignacio Bel Malllen (coord.), Gestión 2000, 2023, 442 páginas.

 

Remedio Sánchez Ferriz

Catedrática de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia

 
resumen - abstract
palabras claves - key words

 

 

 

"ReDCE núm. 40. Julio-Diciembre de 2023" 

 

Unión Europea: salir, permanecer, volver.

 

  

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Creo que el título ya lo dice todo. Nos encontramos ante la deficiente realidad de una profesión que, cualquiera que sea su definición, tanto ha supuesto en la democratización de nuestros países occidentales. El principal valor de esta obra, a mi juicio, es que la escriben quienes, sin perjuicio de su condición o no de docentes, han practicado toda su vida el periodismo, conocen bien el oficio y están viviendo ahora todas las transformaciones sufridas, básicamente por obra de las redes sociales.

En la primera parte se describe el papel de los periodistas en el momento presente con las contribuciones de González Urbaneja y de J.A. Zarzalejos. El primero recuerda que el periodismo era un buen negocio que, sin embargo, en unos pocos años ha pasado a sufrir serias pérdidas. El modelo añorado, del que se podía estar orgullosos, se halla agotado a juicio de González por tres factores (pp. 31-37): 1º.- El factor económico propiciado por las grandes crisis vividas desde 2008 pero también por falta de reacción y adopción de medidas por parte de las empresas periodísticas, ante los cambios sobrevenidos; sin olvidar que los lectores abandonan la prensa ante la disposición de los contenidos en internet. 2º.- El factor tecnológico que ha robado el monopolio de la intermediación social ante el cual la prensa ha pedido ayudas olvidando así su principal función. 3º.- Cambio en el modelo de negocio y de carácter: el periodismo exige verdad contrastada, pero hoy domina la inmediatez a través de las redes sociales que los propios periodistas utilizan sin poder conocer ni las fuentes:

“El caso de twitter es interesante, ya que es una de las referencias de inspiración y consulta permanente de los periodistas, que pescan en este abrevadero como fuente y alerta, que lo utilizan para divulgar sus trabajos y al mismo tiempo reciben su influencia, la interacción de crítica o aplauso…” (p. 35).

El mercado se ha diversificado entre viejas cabeceras que se resisten a morir y nuevos digitales de futuro incierto. Tampoco sorprendería al Autor que desaparezcan algunos medios o incluso los diarios televisados. Son muchos los políticos, deportistas, artistas, que pretenden manejar el periodismo que tiene grandes dificultades para preservar su independencia porque, además, pueden prescindir perfectamente de la intermediación del periodismo. (p. 40). Y en esta situación es difícil predecir el futuro pero, sin duda, va unido a la recuperación de la credibilidad y la profesionalidad que requiere la sociedad y que la necesita más que nunca: “una sociedad tan compleja como la actual… necesita del periodismo, de buena información que valide los hechos ciertos y rechace los bulos” (p. 43). Y para ello lo básico, la piedra angular, es la búsqueda diligente de la verdad.

Ante ello, se pregunta Zarzalejos ¿qué debemos y podemos hacer los periodistas? Y en la misma línea del primer autor, responde que ante todo reconocer la situación real: el periodismo ha perdido su principal función de intermediación y hoy es totalmente prescindible para la opinión colectiva sin que haya sabido reaccionar. Pero no son solo las tecnologías sino quienes las utilizan; en este sentido, los populismos tienen gran interés en neutralizar a la profesión… suponen la “disrupción definitiva” de cuantas han afectado al oficio; la “última a que se enfrenta nuestra profesión y el entero sistema de valores que comporta el ejercicio libre de nuestro oficio” (p. 47). De algún modo, la polarización política actual se refleja en la desconfianza en los medios por parte de los extremos[01]: “en el nuevo régimen de dominio social y político se ha arrumbado el factor humano, sustituido por los algoritmos y la inteligencia artificial”.

Hay una posibilidad de recuperación con la complicidad de los lectores. La suscripción sería un medio de recuperar financiación y credibilidad al poder encontrar en prensa lo que no existe en las redes, objetividad y búsqueda de la verdad. Invoca Zarzalejos un activismo decidido para recuperar la realidad que la virtualidad nos ha hurtado y ser conscientes del deber de recuperar “la libertad de los ciudadanos que las Constituciones nos confían” (p. 54).

La segunda parte de la obra se dedica a los problemas diarios entre los que destacan:

1) Las tertulias informativas que desarrollan Rubén Arranz y Álvaro Zarzalejos. Se parte del año 2014 para recordar cambios importantes en el panorama informativo español al tiempo que el bipartidismo cedía ante dos nuevos partidos, destacando la labor de Pablo Iglesias en la televisión. Proliferaron las tertulias reflejando el interés de la ciudadanía por la política. Con absoluta claridad denuncian la intervención de los partidos políticos manejando la distribución de los nuevos canales de TDT que sucederían a la tv analógica.

Me escandaliza saber que las sedes de los partidos mandan a los contertulios el argumentario del día, aunque a decir verdad se nota demasiado en algunos casos. Aun distinguiendo la mayor reflexión en el caso de la radio que de la televisión, se pone en duda que los tertulianos puedan opinar con un mínimo de profundidad cuando se prodigan en exceso. Por lo demás, los autores refieren el éxito y/o fracaso de tertulias que, siquiera intentándolo, no han logrado nunca igualar la seriedad y el rigor de “La clave” de Balbín en tiempos de la Transición, sin silenciar el eterno problema de las televisiones públicas cuya manipulación por los gobiernos ha demostrado ser inevitable (p. 69). Y no cabe olvidar que la TV3 se lleva la palma en sesgos interesados que destacan con ocasión del problema del “procés” y del escándalo de corrupción de la familia Puchol[02]. Tras revisar la situación en España, de clara decadencia de la TV y la prensa, se subraya un elemento preocupante y es la desconfianza de la ciudadanía en los medios en la que España ocupa el segundo lugar, solo después de Polonia (p.74). Creo decisiva la conclusión de la página 76: “La falta de fiscalización, en la vida, puede conducir a desviaciones éticas bastante peligrosas”.

2) La ética, el arte de lo posible (y necesario); este tema tan poco políticamente correcto, es el que, a sabiendas, y con convicción, desarrolla Ignacio Bel. Al preguntarse, como los demás, por la razón de la desconfianza del público, no duda en señalar la falta de ética que en el caso del periodismo gira en torno a sus principios deontológicos. Recuerda las viejas obras del maestro Desantes y de Carlos Soria dedicadas a la ética y a la búsqueda de la verdad; también yo las recuerdo y comparto el planteamiento. Aunque, como dirá Bel, conviene precisar el sentido de la ética siendo un término que, como el de la democracia, tiende a ser invocado incluso por quienes más la ignoran. Y el autor lo intenta a través de 5 ideas:

A) La ética no es una moda sino un valor permanente. Hoy no está de moda, ciertamente, y recibe los mayores ataques olvidando que sin verdad no hay información[03] y que “la información es del público, no del informador, que lo único que recibe es un mandato tácito para ejercerla en su nombre” (p.87). Entre tantas deficiencias que hoy se observan la falta de ética es clara, en especial, en los años 2020-21.

B) La libertad (y su reverso de la responsabilidad) es el fundamento de la ética porque esta no se basa en normas sino en principios y porque no cabe confundirla con la realidad jurídica que se impone y sanciona. De ahí que ha de ser una opción voluntaria y no impuesta aunque sí debe ser enseñada; por ello no cabe hablar de ética, ni cabe su práctica, sin un ámbito de libertad.

C) La vigilancia, el control y evaluación de la ética en el campo informativo, dicho lo anterior, parece de difícil ejecución puesto que en el caso del periodista dependerá de su conciencia; pero sí puede ser observada en el caso de las empresas, como bien recuerda Bel siguiendo las viejas propuestas de Soria.

D) La verdad como parámetro de la ética que, como bien se sabe, no es la verdad absoluta sino el esfuerzo y la diligencia del informante por ofrecerla al público, con profesionalidad y con la mayor objetividad posible.

E) La ética es el mejor soporte del principio de la justicia informativa dando cumplimiento a la definición de Ulpiano: “dar a cada uno lo que es su propio derecho”. Pero para cumplir la justicia hay que ser libres y el autor lamenta que son malos tiempos, no solo por parte del gobierno, sino de cuantos poderes no desean la libertad informativa (p. 102).

3) Cómo evitar que la prensa tradicional sea devorada por las redes sociales. Es un capítulo del que se ocupa Fernando Cano cuyo punto de partida es la aparición del iPhone de cuyas inmensas posibilidades no supieron distinguir los grandes medios el riesgo de que perderían su financiación publicitaria. El autor avala el ya repetido desplome de los periódicos con datos estadísticos de gran interés sobre las principales cabeceras y grupos mediáticos. Y, a partir de ahí, Google tomó el control. Aunque la primera reacción en España fue de oposición, todos han acabado firmando acuerdos con el gigante y exigiendo a sus periodistas que se adapten a las exigencias nuevas (por lo demás, cambiantes con demasiada frecuencia). El resultado de los 14 años que el autor estudia con datos reales es que las redes sociales son hoy la primera fuente de información y lo curioso es que la ciudadanía sigue buscando noticias, pero lo hace a través de las redes (p. 119). Con ello se expande también la superficialidad de la información de la que, a lo sumo, importa el titular: toda información “es válida en las redes sociales y genera una peligrosa desintermediación” como caldo de cultivo para las “fake news”. La proliferación de estas llega a afectar a veces al periodismo que se ha dejado llevar por la inmediatez (p. 124).

Y, sin embargo, solo el buen periodismo puede evitar que se sigan difundiendo las “fake news”, pero el periodismo serio en el que el público pueda confiar. El sistema de compensación económica por los lectores ha dado buen resultado en The New York Times, pero en España el sistema de subscripción es muy residual. El autor propone usar una plataforma para toda la prensa y establecer un pecio único para poder dejar de utilizar las plataformas de las redes sociales. Es de esperar que la confianza del público que aun la mantiene les puede ayudar a salir de la crisis.

4) Jorge del Corral y Díez del Corral se ocupa del excesivo peso de los medios audiovisuales y su secuestro por el poder ejecutivo. No puede ser más interesante por su método comparado que le permite afirmar de entrada que España es el país de la OCDE con más organismos públicos de radio y tv, todos los cuales vinculados a los ejecutivos autonómicos o nacionales. No han faltado, en el descarado posicionamiento de estos medios protestas al Parlamento europeo o contra Mariano Rajoy. Propone el autor como solución una Comisión realmente independiente y el pago de canon[04] por los ciudadanos. El autor explica el sistema actual y sus objetivos, realmente bien establecidos pero su control se lleva a cabo por miembros nombrados por el Congreso de los Diputados…

El autor refiere (p.136-143) todos los sistemas autonómicos de radio y tv, apuntando su similitud con el sistema nacional y la competencia desleal que ejercen con las televisiones privadas, lo que explica que estas apenas sobrevivan. En síntesis, afirma el autor que “en España la radio y tv públicas son del poder ejecutivo” (sic) y que hay regiones que poseen más tv públicas que estados de la UE[05]. El principal problema es su politización que refleja la polarización social a la que hemos llegado y ha actuado en perjuicio de las públicas nacionales y en beneficio de las autonómicas que nutren a las izquierdas hoy en el poder, mientras que los votantes de centro derecha se inclinan por las privadas nacionales. Pero, tal vez, lo más significativo es que se advierte del desuso de la palabra España, prácticamente desaparecida de todas las televisiones públicas. Invoca la necesidad de que Europa dictamine un sistema algo más homogéneo y acaba dando cuenta de los sistemas audiovisuales de todos los Estados de la UE con gráficos comparativos de gran interés.

5) De la desinformación y otros desórdenes informativos se ocupa Loreto Corredoira. Conocedora como es de las nuevas tecnologías, comienza por dejar claro que en la era de la posverdad, sus riesgos para la información y para la democracia exigen el compromiso de todos los periodistas en la investigación de la verdad y en el esclarecimiento del contenido esencial del derecho a la información. El contexto global de la comunicación se ha visto totalmente transformado desde el comienzo de este siglo en el que el uso de medios alternativos ha interferido en las realidades políticas y sociales por obra del ciberactivismo que ha llegado a amenazar a Estados democráticos (caso WikiLeaks, caso Nasa, Cambridge Analytica, manipulación por otro Estado del brexit, etc.). Las redes sociales difunden muchísima información sin contraste y sin pretensión de objetividad; nunca hemos estado más desinformados, y triunfan las falsas noticias y los bulos (p. 176).

La posesión del “big data” ha llegado a debilitar a los Estados, se producen más vulnerabilidades en los Derechos Fundamentales y hasta el Parlamento Europeo se ha pronunciado sobre las injerencias en procesos electorales:

“…hablamos de acciones de vigilancia, espionaje y desinformación de gran escala: algunas urdidas solo por humanos y otras con la colaboración de las matemáticas, la inteligencia artificial…” (p. 180).

Corredoira (pp. 182-192) intenta una taxonomía de la desinformación de la que no escapan los medios clásicos en los que la verdad sí importa. Hay noticias falsas por no ser correctas en algún sentido; pero también las hay al efecto de desinformar; por su gravedad destaca los videos falsos cuya regulación está siendo estudiada por la UE en el Reglamento de Inteligencia Artificial. La proliferación de fuentes disruptivas crea confusión en los medios sin tiempo para poder reaccionar y modificando la rutina habitual de las redacciones; es obvio que ante fuentes no confirmadas, la verificación es difícil y no dispone de la velocidad de los bulos. No menos importante es el silencio informativo y los sesgos que se dejan sentir muchas veces en forma descarada. La reciente experiencia del Covid-19 ofrece muchos ejemplos; en definitiva, es un ataque a la objetividad sin la cual no hay periodismo y, como también se ha comprobado en la crisis sanitaria, falta de transparencia. Todo lo cual refuerza la polarización social y política que hoy es una realidad que se acompaña y fomenta por los “relatos” interesados.

La autora aporta tres ideas positivas para la superación de los dislates que hoy nos invaden. En realidad, me satisface comprobar que no es sino retomar los grandes principios que se han ido olvidando: ante todo, vuelta a la verdad y a las fuentes bajo contraste controlando desde el punto de vista internacional la existencia de “paraísos legales” que facilitan la criminalidad telemática; en segundo lugar, ser rigurosos con los bulos intencionados en los que la prensa no puede caer y ha de retomar su ética y su prestigio; y por último, ética, profesionalidad con criterio propio, e implementar la formación educando también sobre los algoritmos. En definitiva, volver a los principios y valores que con tanto empeño están siendo atacados por nuevos poderes ocultos ante los que la prensa aún puede reaccionar.

6) Carmen Fuente Cobo refiere la pereza de los gobiernos españoles al aplicar la normativa europea y su empeño en regular tan solo las televisiones públicas. Sin duda su principal aportación es la referida al pluralismo y a la forma como los gobiernos españoles no han llevado a cabo el establecimiento de un garante independiente, llegando, tras otras interpretaciones obtusas, al momento presente en que un Ministerio se ocupa de las funciones que habían de ser independientes (p. 214). De ahí, el resultado no podía ser otro que un mercado hiperconcentrado, sin contar con la nueva confusión generada por las redes sociales a que ya se ha hecho referencia.

7) Alberto Lardiés llama la atención sobre el éxito de la telebasura con programas como “Sálvame”. No dudo del interés del trabajo del autor aunque personalmente no creo que ello forme parte de lo que es ni la libertad de expresión ni el derecho a la información aunque también es cierto que en este tipo de shows estamos más bien ante una forma de negocio[06], y como tal es lícito, en principio[07].

8) No es de extrañar que Mercedes Medina y Tatiana Pereira-Villazón se planteen si la información vive en tv su ocaso. Es loable la introducción histórica que presentan sobre la aparición del medio en América y Europa, cruzado de grandes guerras y con clara finalidad informativa. Pero, como no podía ser de otro modo, la proliferación de canales, la transformación imparable de las tecnologías permite considerar, a mi juicio, un milagro que aun hoy seamos capaces, gracias sobre todo a la normativa internacional y europea, de seguir conservando y velando por los grandes valores y principios de la información (p. 245). Por lo demás las autoras se suman a datos y referencias ya expuestas en cuanto a audiencia y a lo que podría considerarse información en un sentido amplio para concluir una vez más en la necesidad de recuperar el rigor y la confianza de los consumidores que solo volverá ante medidas de respeto a los valores y principios. Tal vez en la próxima referencia al capítulo escrito por Sinova comprobaremos que según tiempos y modas la información destaca algunos de sus aspectos más que otros.

9) Lucía Méndez dibuja perfectamente uno de los problemas con que se halla el periodismo al definir su relación con el poder como “amor-odio”. Las presiones siempre han existido, pero en función de la ética y la personalidad de los directores se han resistido o no. Es obvio que el periodismo clásico ha podido influir en el poder y acabar con mandatarios; pero ello hoy es imposible tras las crisis y la depauperación no solo económica sino de profesionales. Sin duda lo más destacable es cómo la Autora advierte del efecto pernicioso que las redes sociales han tenido al introducir en la comunicación fanáticos de una idea u otra que son capaces de desacreditar a los periodistas que no les son afines y hasta provocar su despido (p. 273).

10) Francamente interesante el reproche que hace María Peral a los periodistas de Tribunales que se dejan llevar por lo espectacular y llamativo de algunos casos, olvidando a veces la presunción de inocencia:

“Se ha normalizado entre nosotros convertir en espectáculo social los procesos judiciales en los que las personas se juegan su libertad, su familia, su patrimonio, su reputación… su futura en definitiva”.

De ahí, los conocidos juicios paralelos y los daños irreparables que pueden causar. La autora invoca con gran corrección los grandes principios del Derecho que suelen ser desconocidos y, por supuesto, el comportamiento ético. Se trata de un capítulo riguroso, muy cuidado y erudito con perspectiva jurídica que le permite hacer una lectura de la deontología profesional desde los principios y mandatos constitucionales que llevan a la Autora a reivindicar, entre otras propuestas, la formación jurídica de quienes ejercen la profesión en el ámbito judicial.

11) Carlos Sánchez Sanz pone el acento en la necesaria independencia de los medios y hace bien en compararla con la de los jueces y afirmando que no es un fin sino un medio. Es cierto que “va con el sueldo”, toda profesión que pueda generar problemas a otros estará sometida a presiones. Naturalmente, dependerá de la fuerza de quien presiona y de la fortaleza y prestigio del medio que tiene la posibilidad y el deber de informar. Por ello, la situación de debilidad actual impone mayores riesgos a la información ante presiones externas. Destaca la mención de medidas adoptadas por el Parlamento y por la Comisión europea frente a las presiones y muy en especial frente a las “demandas estratégicas”, o recursos generalmente millonarios que son capaces de acabar con un medio, aun sin entrar en el fondo, tan solo por la exagerada solicitud de indemnizaciones (pp. 298-300). La importancia de la cuestión y la debilidad del periodismo han llevado a que se pronuncie la Unesco en su defensa. Entre las medidas de interés, recuerda que el periodismo tuvo mucho músculo cuando distinguía perfectamente entre información y opinión[08]. La cuestión hoy es compleja porque la exagerada fragmentación de medios (amén de las multipresentes redes sociales) contrasta con que las audiencias están totalmente polarizadas como ya supra se ha visto en varias ocasiones. Aunque ofrece algún ejemplo interesante de iniciativa redaccional en el extranjero, acaba centrando su atención en la transparencia[09] y su supuesto papel en el logro de la independencia, aunque, a mi juicio, debería decir el papel de la confianza del lector puede verse favorecido por la transparencia (p. 315).

12) Justino Sinova escribe como profesional pero también como docente y me llama la atención la coincidencia con mi experiencia, aunque en materias distintas. El pesimismo o los cambios radicales en la aplicación de los grandes principios han surgido de las aulas. También yo lo he denunciado en ocasiones, es el relativismo llevado al extremo en materias que se deben regir por la certeza y seguridad. Su defensa de la objetividad se apoya en Hannah Arendt. Produce rubor, escribe Sinova,

“tener que insistir en la importancia crucial de la verdad en el periodismo, pero es obligado ante el diletantismo y la infidelidad profesional de quienes usan el periodismo como recurso para la adhesión ideológica o partidaria” (p. 323).

La Transición nos ofrece recuerdos de un periodismo ejemplar, nada que ver con la actualidad: “El clima político ofrece inquietantes casos de enfrentamiento, nada que ver con la tolerancia, la cooperación y la cordialidad de los primeros años de la Transición…” (p. 325). Hoy el periodista no distingue entre noticia y opinión introduciendo la suya en un relato que debería ser objetivo. Un nuevo riesgo es el infoentretenimiento en el que el segundo elemento deforma la información. Pero no es solo eso. Las redes sociales han impuesto la síntesis del titular. Y la ideología se hace presente y visible en la información:

“Lo más perjudicial para el periodismo y su función en una sociedad libre es la penetración de la ideología política en[10] el mensaje. Es un grave cáncer para el periodismo y, a la larga, para la democracia…” (p. 334).

13) Ignacio Bel retoma la palabra para exponer los principales problemas de la profesión según los propios periodistas a partir de los diversos aspectos tratados por los autores precedentes. Toma como datos objetivos los Informes anuales publicados en la última década por la Asociación de la Prensa de Madrid. Y las conclusiones son claras: 1, el paro y la precariedad laboral, con gran exceso de horas trabajadas; 2, la falta de independencia; 3, la falta de tiempo para poder desarrollar el trabajo con rigor y objetividad; 4, deficiente formación que reciben los futuros periodistas; 5, la negativa valoración social de su trabajo; 6, la realidad virtual y las redes sociales. Acompañando datos numéricos y tablas el Autor va razonando sobre cada uno de los elementos mencionados. No son los únicos problemas, pero sí son los más destacados por los propios profesionales que, en definitiva, se pueden agrupar en torno a las dificultades para desarrollar debidamente la profesión y en torno a los contenidos del trabajo. Y ante tantas dificultades, no siendo posible resolver las que proceden de factores externos, sí cree Bel que caben 6 medidas: 1, ser lo más éticos posibles respetando la deontología; 2, luchar por ser cada vez más rigurosos; 3, luchar por la independencia; 4 buscar la verdad y la máxima objetividad; 5, no abandonar la formación continuada; 6, exigir el apoyo decidido de sus asociaciones profesionales que sí parece estar mejorando lentamente.

14) La tercera parte de la obra lleva por título editores versus empresarios, lo que ya nos pone en la pista de su finalidad: estamos ante empresas especiales en la medida en que tienen una finalidad social constitucionalmente consagrada. Como empresas persiguen el negocio pero este se ha de desarrollar partiendo de principios éticos y con una finalidad dirigía a la ciudadanía y a la consolidación democrática. De nuevo Ignacio Bel nos aporta una interesante serie de entrevistas a empresarios y periodistas directivos que valoran lo sucedido en los últimos años en sus empresas.

Se ha expuesto por alguno de los autores el comienzo de la prensa unido a concretas personas que pretendían transmitir información en forma casi artesanal pero con ideas bien preestablecidas en ellos mismos. Hoy, entre tantos cambios mencionados también se ha aludido a las transformaciones de las empresas informativas, sus iniciativas en varios soportes, la dirección por consejos, etc. No en vano, Bieito Rubido titula su colaboración como “España: se busca editor”. Pues en España hoy no hay editores, hay empresarios de la comunicación. Quedan algunas familias pero la figura parece en fase de extinción. Esta figura tan especial que da cuerpo y alma a un medio es lo que Antonio Fernández-Galiano trata de mostrarnos en las últimas páginas de la obra en la que vincula la debilidad de la figura del editor a la de los propios medios que en la polarización política y social actual sufren la pérdida de valores perfectamente expresados en nuestra Constitución:

“El papel que desempeñaron los periódicos y los editores durante la Transición permitió un consenso no solo en el terreno político (nunca estuvo tan unido respecto a los principios todo el arco parlamentario), sino también en el ámbito social. Los periódicos intervinieron decididamente para aunar voluntades entre los ciudadanos, lo que permitió construir una voluntad general que se expresó masiva y mayoritariamente a favor de una idea, de unos principios que permitieron ordenar nuestra convivencia”.

Me gustaría señalar una conclusión final. Creo que nunca he recensionado un libro colectivo. Sin embargo, el presente tiene unas características que merecen atención: la afinidad profesional de sus autores y la común preocupación por la situación actual del periodismo que tanto afecta a la realidad democrática y sus actuales disfunciones. Su esfuerzo por haber tratado todos los elementos que hoy son visibles y haberlo hecho de modo muy fundado, y cabría decir académico al manejar doctrina de primera mano, y haber tenido toda una visión supranacional. Ninguno ha obviado nuestra situación transnacional, teniendo siempre presente la normativa y los pronunciamientos de la UE, siempre de aplicación a nuestra situación española (sin perjuicio de sus efectos cuando dependen de nosotros mismos).

De querer concluir con coincidencias entre todos los autores como su común objeto de preocupación, destaco los siguientes:

– La debilidad en buena parte del sistema informativo sin ocultar la propia responsabilidad del mismo.

– Descenso llamativo de la confianza del público en la prensa y más aún en la tv, salvándose solo la radio.

– La desintermediación o pérdida del papel de intermediario de la información con la sociedad y la polarización de ésta que condiciona la recuperación del buen periodismo.

– La prensa, devorada por las redes sociales. Estas minusvaloran las libertades informativas y, en consecuencia, la democracia.

– La fragmentación de los medios, con la aparición de los digitales no impide que exista acumulación de la audiencia en bien escasos grupos mediáticos y su sesgo ideológico.

– La desaparición de la figura del editor dispuesto a comprometer su patrimonio en defensa de unas ideas y valores que han caracterizado el periodismo tradicional.

Creo, pues, que pese a la variedad de las aportaciones todas ellas siguen un discurso común de preocupación y de búsqueda de la recuperación de los valores que explícitamente se reconocen y exigen en nuestra Constitución.

 

Resumen: La recensión da cuenta de un libro colectivo que analiza la deficiente realidad de una profesión que, cualquiera que sea su definición, tanto ha supuesto en la democratización de nuestros países occidentales. El principal valor de esta obra radica en que, quienes la escriben, sin perjuicio de su condición o no de docentes, han practicado toda su vida el periodismo, conocen bien el oficio y están viviendo ahora todas las transformaciones sufridas, básicamente por obra de las redes sociales.

 

Palabras claves: Periodismo, transformación digital, libertad.

 

Abstract: The review reports on a collective book that analyzes the deficient reality of a profession that, whatever its definition, has meant so much in the democratization of the West. The main value of this work lies in the fact that those who write it, regardless of their academic experience, have practiced journalism all their lives, know the profession well and are now experiencing all the transformations it has undergone, basically as a result of social networks.

 

Key words: Journalism, digital transformation, freedom.

 

Recibido: 5 de mayo de 2023

Aceptado: 9 de mayo de 2023

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[01] En el mismo sentido se ha manifestado recientemente F.BALAGUER CALLEJÓN La Constitución del algoritmo. Zaragoza, 2022, Fundación Giménez Abad.

[02] He de reconocer que las anécdotas de los autores sobre la TV·causan rubor y, tratándose de televisión pagada por el erario público, me pregunto qué hacen nuestras instituciones democráticas permitiendo semejante dislate (y, me permitiría añadir, expolio).

[03] De nuevo quiero recordar el reciente libro de Balaguer, ya citado, en el que pone de relieve el daño de las redes a las libertades informativas y el mayor valor hoy de las “fake news” con gran desvalor de la verdad. No es reciente pero sí decisivo el libro de I. VILLAVERDE MENÉNDEZ Los derechos del público: el derecho a recibir información del artículo 20.1.d) de la Constitución Española de 1978. Tecnos, 1995. Bel (en p. 91) sintetiza el mensaje: “La razón de existencia de la información, del trabajo informativo de los periodistas, no tiene otro fundamento que ese derecho de los ciudadanos a saber, a estar informados, ejerciendo su derecho a la información”.

[04] Parece que ya se estableció al crear TVE en 1956 que pesaba sobre los aparatos de recepción, aunque las extraordinarias dificultades de su cobro hicieron que pronto desapareciera (p. 143).

[05] Cataluña tiene más canales públicos que Francia, Austria, Polonia o países Bajos, entre otros. Y el País Vasco y Galicia los mismos que Francia y Austria… (p. 146).

[06] En otras ocasiones he sostenido que el discurso del odio y toda la literatura en torno a él han venido a confundir más los conceptos básicos de las libertades informativas; y creo que en ello la judicatura ha contribuido admitiendo cono procesos de derechos fundamentales lo que no lo son. No puede extrañarnos, pues, que hoy se considere arte ciertas canciones que sobre obscenas son zafias y de mal gusto.

[07] Sin embargo, no digo que puedan haber influido en el lenguaje y el mal gusto de los jóvenes que lo frecuentan, pero sí explica en parte la difusión también al mundo de la canción de ejemplos que, a mi juicio, solo por error, han podido aceptar los jueces como manifestación de Libertades fundamentales.

[08] Cuestión de la que se ocupa Justino Sinova en el Capítulo siguiente.

[09] No me suelo confiar en exceso a tantas esperanzas que ponen quienes estudian esta supuesta “novedad” de resultados tan discutibles. La realidad más bien la desmienten; con todo, la fuerza jurídica de la misma halla su fundamento en el derecho a información y no al revés. (R. SÁNCHEZ FERRIZ, «Cuarenta años de Derechos Fundamentales: Un ejemplo de culminación de su eficacia: el derecho a la información como fundamento del deber de transparencia de la actuación pública», en Corts: Anuario de derecho parlamentario, Nº. Extra 31, 2018). Más reciente pero no con menos desconfianza, R. SÁNCHEZ FERRIZ «La transparencia como derecho-deber y sus relaciones con el derecho fundamental a ser informado», en TRC, núm. 51, 2023, pp. 159-186.

[10] Advierte el error del anteproyecto de Ley de Información Clasificada y sus riesgos graves, llamando la atención sobre la escasa oposición y repulsa que ha provocado.