Gazeta de Antropología
Nº 27 /2 · 2011 · Recensión 06 · http://hdl.handle.net/10481/18494 Versión HTML · Versión PDF 

Publicado: 2011-11
Johan Norberg:
En defensa del capitalismo global.
Madrid, Unión Editorial, 2009, 2ª ed. (334 págs.).
 

Por: Roberto Augusto. Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona.

En el prólogo Johan Norberg expone las líneas generales de su pensamiento. En él nos relata que, después de haber sido anarquista en su juventud, ha evolucionado hasta convertirse en un defensor de la economía de mercado, ya que ésta es la que nos ha dado una mayor capacidad de decidir y un alto grado de bienestar. Según él, los pobres son los principales beneficiarios de la globalización que nace de las acciones de políticos pragmáticos. Lo que desea Norberg es más libertad capitalista, entendiendo por capitalismo la economía liberal de mercado; es decir, defiende la libertad individual en el ámbito de la economía. En palabras del propio autor: "Creer en el capitalismo es creer en el ser humano".

El primer capítulo comienza criticando una de las ideas más repetidas del movimiento antiglobalización: los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. En esta frase, sostiene el autor de este libro, únicamente es verdad la primera parte, ya que la pobreza se reduce en el mundo, especialmente en Asia, continente que ha apostado decididamente por el capitalismo. Recurriendo a diversos datos estadísticos vemos como los ingresos de los pobres se han multiplicado, y como millones de personas han salido de la miseria gracias al crecimiento económico. Se ha disminuido el hambre en el mundo (este problema solo ha aumentado en el África Subsahariana), se ha duplicado el acceso al agua potable, ha mejorado la educación y la democratización del mundo avanza a pasos agigantados: nunca había habido tantas democracias como hoy en día. La globalización hace cada vez menos defendible la discriminación de la mujer y mejora sus condiciones de vida.

En China e India, donde viven la mitad de los pobres del mundo, gracias a la liberalización de sus economías, se está produciendo un crecimiento económico espectacular. Norberg nos muestra, además, que las diferencias entre países se han reducido, derrumbando otro de los tópicos a los que se suele recurrir. Esto no quiere decir que todo vaya bien, ya que se ha extendido el sida y en algunas zonas de África la pobreza es mayor; aún así es mentira, según su punto de vista, que el mundo ha empeorado.

En el segundo capítulo se afirma que la prosperidad del planeta no es un milagro, sino que se debe al entorno de creatividad y de esfuerzo que construye el capitalismo. La libertad económica incrementa la prosperidad, fomenta el desarrollo, eleva el nivel y la esperanza de vida. El crecimiento ilimitado de la economía capitalista es el mejor remedio contra la pobreza. La igualdad de oportunidades en una sociedad fomenta el crecimiento y la libertad económica promueve la igualdad; libertad e igualdad no se oponen.

Johan Norberg destaca, además, que la propiedad privada beneficia a los pobres porque les proporciona una protección jurídica frente a los poderosos, ya que impide que éstos se apropien de sus bienes: "El capitalismo sin derecho a la propiedad es un capitalismo exclusivamente para élites". Otro punto que se destaca es la prosperidad de Asia frente al desastre africano; los primeros apuestan por el libre mercado, los segundos por economías autárquicas y planificadas que les han llevado a la miseria y al caos.

El libre comercio, leemos en el capítulo tercero, "es de por sí un comercio justo, puesto que se basa en la voluntariedad", siendo, además, fuente de prosperidad y crecimiento. La importación, a diferencia de lo que suele pensarse, es tan buena como la exportación, ya que al importar mercancías baratas se ahorran recursos en el país importador. Norberg aboga por favorecer el libre intercambio comercial suprimiendo aranceles, incluso de manera unilateral. Cuanto más libre comercio, más crecimiento económico y menos pobreza; de esta forma se reduce el desempleo, al ser la creación de trabajo mayor que su destrucción. El autor de esta obra también está a favor de la libre circulación de personas, porque la inmigración es la solución al envejecimiento de la población en los países más desarrollados. Aquí se hecha en falta una mención a los problemas que puede generar una inmigración masiva no controlada, ya que únicamente se mencionan sus aspectos positivos.

En el cuarto apartado se crítica otra de las consignas del movimiento antiglobalización: el 20% de los habitantes del planeta consume el 80% de los recursos. De esta forma se da a entender que los pobres son pobres porque los ricos son ricos. Johan Norberg afirma que el 20% de la población mundial consume el 80% de los recursos porque produce esos recursos. Y esta desigual distribución se debe, en su opinión, a la desigual distribución del capitalismo. Especialmente crítico se muestra el autor con Occidente, ya que éste afirma ser liberal de cara a la galería y después aplica políticas proteccionistas en productos textiles y agrarios. Según él, la política agraria de la Unión Europea es irracional y vergonzosa. En este capítulo también se critica el modelo autárquico que, durante una época, se impuso en Latinoamérica, el mantenimiento de aranceles por parte de los países en desarrollo y el endeudamiento provocado por políticas equivocadas del Banco Mundial y del FMI.

Muchos gobiernos de países ricos practican el proteccionismo propugnado por grupos de presión y no creen realmente en el libre comercio. Norberg afirma que el trabajo infantil debe ser denunciado, pero no aplicar sanciones económicas, ya que esto puede empeorar la situación de los menores. Otra de las afirmaciones habituales de los movimientos antiglobalización es que los países en desarrollo pagan sueldos bajos; de esta forma, para competir con ellos, en las economías más avanzadas se reducen los sueldos y se empeoran las condiciones de trabajo. El autor de este ensayo piensa que esto es falso porque las condiciones laborales han mejorado gracias a una mayor productividad. También se suele criticar a las multinacionales afirmando que éstas explotan a los países pobres y dominan el mundo. Las multinacionales al producir a gran escala son más competitivas, además, su influencia se ha exagerado mucho; las empresas tienen más poder en economías cerradas donde no hay competencia y existen monopolios. El autor de esta obra defiende la separación del Estado y del sector empresarial. Una crítica habitual al capitalismo es que éste destruye el medioambiente, sin embargo, una vez alcanzado un alto grado de desarrollo, la protección medioambiental mejora gracias al avance tecnológico y a una mejor legislación.

Los críticos de la libre circulación de capital afirman que ésta es un colectivo sin líder que se mueve por puro afán especulativo. Sin embargo, el mercado lo que busca es el mayor rendimiento del capital, invirtiendo muchas veces en proyectos prometedores y en países en vías de desarrollo. Los mercados flexibles superan mejor las crisis y excesivos controles burocráticos fomentan la corrupción. Otro de los caballos de batalla de los antiglobalizadores es la imposición de la famosa tasa Tobin, es decir, un impuesto a los movimientos internacionales de capital. Esta tasa sería inaplicable, ya que todos los países deberían cumplirla, además, perjudicaría a los países menos desarrollados al encarecer las inversiones y necesitaría una burocracia inmensa.

En el séptimo y último capítulo se afirma que el progreso no conduce a una homogeneización cultural, sino que nos lleva al pluralismo y a la libertad de elegir cultura. Las culturas, al mezclarse entre sí, se fortalecen, ya que la globalización reduce el enclaustramiento y es un remedio contra la intolerancia y la autocomplacencia. La globalización permite la difusión de las mejores ideas y logra que el ideal de la dignidad humana supere las fronteras. La globalización no es algo necesario e imparable, solo es deseable, ya que el futuro será lo que queramos que sea, lo que libremente construyamos con nuestras decisiones.

Este ensayo, que tuvo un gran éxito internacional y fue publicado en más de una docena de países, colocó a su autor en la primera línea de los defensores de la economía de mercado. Además del estilo claro y didáctico con el que está redactado, hay que destacar la valentía con la que Norberg defiende sus ideas. Aunque mucho nos tememos que el optimismo que hay en él ha quedado totalmente en entredicho con la actual crisis económica, provocada en parte gracias a teóricos como este, partidarios de la desregularización y del capitalismo sin límites. La crisis que el mundo vive desde 2007 ha convertido en pocos años a este libro en una reliquia del pasado.


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