Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2008, 24 (1), recensión 01 · http://hdl.handle.net/10481/7057 Versión HTML · Versión PDF 

Publicado: 2008-04
José Luis Anta Félez:
Segmenta antropológica. Un debate crítico con la antropología social española.
Granada, Editorial Universidad de Granada, 2007 (194 páginas).

Por: José Luis Solana, Universidad de Jaén

Segmenta antropológica, la última obra de José Luis Anta, profesor titular de Antropología social en la Universidad de Jaén, constituye una reflexión sobre el papel que la Antropología social juega en la universidad española, en la producción de conocimientos y en los debates públicos que se generan en nuestro país.

Se trata de una reflexión crítica, muy incisiva a veces, como no podía ser de otro modo en un autor al que, como irónicamente señala Manuel Delgado en su prólogo al libro que nos ocupa, se le ha acusado no pocas veces de tener "el vicio de criticar" (ironía destinada, no al criticismo de Anta, sino a quienes consideran la crítica como un vicio, esto es, como un desvío o una mala orientación, en lugar de como una de las funciones propias, prioritarias y justificadoras del quehacer intelectual y de las Ciencias sociales). Anta no quiere que sus críticas se entiendan y malinterpreten como ataques personales. Sus dardos van dirigidos, no contra las personas, sino contra sus producciones culturales y contra las instituciones. Contra éstas, por su mal funcionamiento y, sobre todo, por lo que tienen de detentadoras, legitimadoras y reproductoras de estructuras de poder.

Los distintos capítulos del libro resultan, en parte, de la revisión y actualización de textos ya publicados por el autor en revistas especializadas, como Anthropologica, Ankulegi y la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Como he apuntado, el libro aspira a una reflexión crítica sobre la Antropología social en España; no obstante, la mayoría de sus referencias versan sobre la realizada en Andalucía.

La progresiva institucionalización de la Antropología social en la universidad es el eje de la obra, lo que lleva a su autor a un recorrido por el proceso de desarrollo de los estudios etnológicos y de inserción de la Antropología social en la institución universitaria. Al hacerlo, Anta da sobradas muestras del extenso conocimiento que atesora sobre la historia de la Antropología social española, la andaluza en particular.

Su recorrido histórico se retrotrae hasta la visión de los folcloristas del siglo XIX (Guichot y Sierra, Antonio Machado y Álvarez...) sobre la cultura popular campesina e incluye las monografías etnográficas relacionadas con Andalucía que, entre las décadas de los cuarenta y setenta del siglo veinte, produjeron varios antropólogos anglosajones (Pitt-Rivers, Fraser...). Muestra cómo esa visión folclorista osciló entre la crítica racionalista (los campesinos como irracionales, supersticiosos, "primitivos") y la mitificación romántica (la vida sana, natural, acorde a la moral del campesinado en oposición a los vicios de la cultura urbana, industrial y proletaria), y señala con lucidez que esas dos miradas son, en realidad, dos vertientes de la modernidad (pág. 31).

Prosigue el recorrido con la introducción y difusión de la Antropología social en varios puntos de la geografía nacional a través de la sucesión de varias generaciones de antropólogos y antropólogas: Carmelo Lisón en Madrid, Claudio Esteva en Barcelona, José Alcina en Sevilla, Alberto Galván en La Laguna, José Antonio Fernández de Rota en Santiago de Compostela; y tras ellos: María Cátedra, Ricardo Sanmartín, Teresa San Román, Pilar Sanchiz, Salvador Rodríguez, Isidoro Moreno (cuya etnografía sobre Carrión de los Céspedes, Propiedad, clases sociales y hermandades en la Baja Andalucía, publicada en 1972, analiza como "mito de origen" de la Antropología andaluza) y un largo etcétera, al que con el tiempo irán sumándose progresivamente nuevas generaciones.

Recuerda Anta, con su mirada puesta sobre todo en Andalucía, los esfuerzos y las iniciativas que se realizaron en aras de conseguir el reconocimiento público y académico de la Antropología social: desde las primeras reuniones de antropólogos españoles en la década de los setenta, hasta la aprobación en 1996 del título de Licenciado en Antropología Social y Cultural, pasando por la consolidación de la disciplina durante la década de los ochenta (constitución de asociaciones, celebración de congresos, reconocimiento como asignatura universitaria en varias licenciaturas, formación de departamentos).

La identidad fue el tema estrella con el cual la Antropología social se fue institucionalizando en España durante la década de los ochenta. Las identidades regionales se indagaron a través de las fiestas, la religiosidad popular, los nacionalismos, la etnicidad y las identidades grupales. Para Anta esa centralidad no puede entenderse sin relacionarla con la conformación y el desarrollo del sistema de Comunidades Autónomas en el Estado español; es decir, con la estrategia de los poderes políticos regionales de conferir legitimación identitaria a su autonomía política. Cuando la escena internacional se encontraba revolucionada por la irrupción del posmodernismo antropológico, en España primaba una antropología centrada en el estudio de las identidades regionales, a la que Anta cataloga y conceptúa como tardomoderna.

En su opinión, las indagaciones sobre la identidad adolecieron de una falta de reflexión sobre "la identidad como constructo político y como mecanismo de control y disciplinamiento" (pág. 91). Olvida aquí nuestro autor los trabajos de Pedro Gómez, uno de los fundadores de lo que fue la asociación granadina de antropólogos y director de la Gazeta de Antropología, quien desde muy pronto emprendió un cuestionamiento crítico de los planteamientos identitarios, los de corte esencialista en particular, que ha profundizado en los últimos años (véase, por ejemplo, su texto incluido en Las ilusiones de la identidad, obra colectiva editada en el año 2000, que él mismo coordinó, y la parte final y el epílogo de su obra Las estructuras de lo simbólico, de 2005).

La crítica de la institución universitaria, es decir, de la universidad como institución, es el escenario en el que Anta sitúa sus análisis sobre la Antropología social. Es por ello que su obra se enmarca en una de las líneas de investigación que nuestro autor ha mantenido a lo largo de su carrera: el estudio crítico de las instituciones y los poderes sociales. De hecho, su primer y destacado libro (Cantina, garita y cocina, publicado en 1990 por la editorial Siglo XXI), estaba dedicado al estudio antropológico de una señera institución "total": el ejército.

Anta denuncia las "miserias" de la universidad española: las relaciones de poder y vasallaje que la estructuran, los privilegios adquiridos, las estrategias de legitimación de éstos... (En su prólogo Manuel Delgado señala las dificultades que Anta, él y otros colegas han tenido para existir como antropólogos, debidas al rechazo, la ignorancia e incluso el desprecio que han sufrido por parte del "mandarinato académico español". Pero reconoce también que incluso los más críticos han buscado situarse en el sistema de "prebendas y privilegios" que la universidad detenta en España y gozar del mismo, lo que hace que su posición social y académica esté cargada de "un cierto cinismo" y que tengan "autoconsciencia de una cierta impostura".)

Arremete sobre todo contra la falta de autoanálisis y de autocrítica de la que, a su juicio, adolecen la institución universitaria española y, en especial, las disciplinas sociales y humanistas instaladas en ella. Algo que, ciertamente, resulta paradójico: las Ciencias sociales y la institución universitaria se postulan como paladines del pensamiento crítico, los profesores universitarios ejercen la crítica contra los grupos y las instituciones que se les antojan, pero no se analizan ni critican a sí mismos ni a su institución. Para comprender esto, indaga nuestro autor en la capacidad de las instituciones para clausurarse y tornarse opacas. Como René Lourau advirtió, al final resulta que, merced en gran parte a la Antropología social, "los salvajes" saben más de sus instituciones que nosotros de las nuestras. Según Anta, la nula o escasa vena crítica de las disciplinas sociales hace que en no pocas ocasiones éstas jueguen, incluso, funciones ideológicas, de legitimación del sistema social y político hegemónico.

Por lo que a la Antropología social en concreto se refiere, Anta diagnostica varias deficiencias que, en su opinión, padece: carencia de reflexividad; existencia de censores y falta de debate crítico (claro ejemplo de lo cual ha sido, según él, el affaire Mikel Azurmendi, suscitado a raíz de la publicación de su reportaje Estampas de El Ejido, en 2001); alejamiento de las realidades sociales que son importantes en el mundo actual; escasez de producción teórica, que hace a los antropólogos españoles depender de corrientes teóricas desfasadas; empobrecedora disociación de disciplinas afines, como la Historia, la Sociología o la Arqueología; escasa presencia en el mundo cultural y en los debates públicos; sumisión de las nuevas generaciones a sus padrinos, con la suspensión del pensamiento crítico que ello ha supuesto, en aras de conseguir la tan ansiada titularidad.

Anta cree, además, que no pocas de las líneas de investigación emprendidas por la Antropología social están, al fin y al cabo y aunque no sea la intención ni la finalidad de los antropólogos que las desarrollan, sirviendo a los poderosos: "estudiar lo que estudiamos le hace el juego al poder, frente al estudio del propio Poder" (pág. 159). Así, con respecto a los estudios sobre inmigración, considera que "hasta el día de hoy no se ha hecho más que jugar a las necesidades de los poderes del estado, ofreciéndoles información, interpretaciones y contextos muy precisos con los que crear leyes más eficaces, sistemas de control más refinados y conocimiento de realidades tendentes a la perpetuación del sistema" (pág. 160).

Como alternativa a esa situación, reivindica el estudio antropológico del "Poder" en sus distintas expresiones, sobre todo como poder político. Según Anta, hemos dejado de lado el estudio de aquellos grupos con influencia y poder de decisión, de los fenómenos relacionados con el ejercicio del poder. Nos recuerda aquí la indicación que en 1991 hizo María Cátedra: "¿Queremos saber algo significativo sobre la sociedad actual? La respuesta es evidente: estudiemos a aquellos cuya influencia y poder de decisión son clave."

Lanza también sus flechas contra la antropología aplicada y el "aplicacionismo" (la pretensión de justificarse mostrando la aplicación de sus conocimientos). Con respecto a la primera, opina que "se plantea como un ejercicio que tiende a negar el trabajo etnográfico" (pág. 156). Frente al segundo, reivindica "el acuerdo pragmático" de ser inútiles, política y económicamente hablando. Inutilidad que, a su juicio, es garantía de que no se está al servicio del "Poder": "sólo desde la inutilidad se puede cumplir con el papel asignado a la actual antropología, la de ser fuente constante de críticas. (...) el antropólogo profesional tiene que denunciar críticamente al Poder, y ésta debe ser su principal misión activa" (pág. 164).

Por otro lado, se queja del trato injusto al que desde otras áreas universitarias se somete a la Antropología social y denuncia cómo otras disciplinas, "ratoneras" o "ladronas", se han apropiado o están apropiándose del saber antropológico, que venden como suyo. La Antropología social depende en buena parte, para mantener su integración académica y garantizar su reproducción como ámbito de conocimiento y como disciplina, del hecho de impartirse en otras titulaciones (Trabajo Social, Turismo, Humanidades...). En varias universidades, las personas que controlan esas titulaciones, en algunos casos personajes de muy deficiente formación intelectual y escasos o nulos escrúpulos morales, están dispuestas a excluir a la disciplina antropológica a las primeras de cambio, aunque se apropien y sirvan con profusión de sus conocimientos y utilicen para impartir sus asignaturas manuales escritos por antropólogos e intitulados "Antropología de...".

En algunos textos Anta manifiesta un claro pesimismo con respecto al estado actual de la Antropología social en España y su posición dentro de la universidad: al día de hoy, los antropólogos no somos necesarios en la universidad; la disciplina antropológica está sin pulso, es casi un cadáver; va en caída libre y terminaremos estrellándonos contra el suelo, y será ese golpe el que nos despertará de la ilusión en que vivimos (pág. 117).

Como hemos visto, los análisis del libro que nos ocupa son eminentemente críticos. Me parece importante, pues, explicitar la modalidad de crítica que su autor asume y pretende. Aunque no nos ofrece una declaración de principios al respecto, no obstante, en el texto encontramos algunas pistas sobre ello. Anta (págs. 15-16) desvincula el pensamiento crítico de la verdad ("de lo que se trata es de pensar que la 'verdad' no es posible") y de la acción alternativa ("no tenemos capacidad de acción, sólo de pensamiento"; "la crítica es una forma de pensamiento, no de acción"). Podría suponerse, en consecuencia, que sus críticas no parten del hecho de que él pretenda encontrarse en posesión de la verdad ni tienen como fin establecer verdades; tampoco implicarían que él actúe de modo distinto a lo que critica ni tendrían como fin generar cambios de comportamiento.

Atendiendo a esa manera de entender la crítica, alguien podría catalogar a Anta como posmoderno, endilgándole una vez más una adscripción de la que con frecuencia se le ha acusado. Y, sin embargo, Anta expresa con contundencia su "no adscripción a la posmodernidad". Él prefiere calificarse como inmerso en una lógica neo-barroca, posestructuralista, globalizadora, academicista y simuladora (pág. 21).

Muy posiblemente, lectores habrá de Segmenta antropológica que considerarán que Anta se excede en sus críticas, que muchos de sus planteamientos son salidas de tono y que lo único que busca es provocar. Pero, quienes así pudiesen llegar a pensar, no deberían pasar por alto cuatro aspectos del libro cuyo valor permanece sin merma por encima de la mayor o menor razón que esas recriminaciones puedan tener.

"Anta es un provocador", oigo decir a algunos. Sí, a veces sí, y de hecho él mismo reconoce su cultivo de la provocación. Pero Anta no provoca por provocar. Es importante entender la función estratégica que la provocación juega en su modo de generar reflexión y debate. Las inercias mentales, los presupuestos admitidos e incuestionados, las falsas verdades impuestas, los tópicos mantenidos por interés, el miedo a "moverse y no salir en la foto" y otras tantas miserias intelectuales y vitales más actúan como importantes frenos del pensamiento, anestesian nuestra capacidad reflexiva y conforman una barrera que nos hace inmunes a la crítica. En ese estado, las invocaciones críticas "nos resbalan". Sólo si nos zarandean o nos golpean reaccionamos. Creo que ese es, precisamente, el efecto que Anta busca lograr con sus provocaciones: "pincharnos", incitarnos para que reaccionemos, para que prestemos atención a sus críticas, centremos la mirada en aspectos que nos empeñados en obviar, reflexionemos sobre asuntos que nos infunden temor o que nos interesa ignorar, cuestionemos supuestos saberes de cuya venta vivimos, abramos debates que rehuimos. Creo que esa es la función estratégica que Anta otorga a la provocación y, así vista, aparece como un instrumento útil tanto en el debate académico o público como en el proceso social de producción y reproducción de conocimientos.

"No sabe de lo que habla", dirán otros. No, en modo alguno; discrepo y discreparé de ellos. Anta puede equivocarse, pero en modo alguno le falta saber. Una cosa es ignorar y otra errar en los análisis. Puede que Anta yerre en sus críticas, pero éstas parten del conocimiento, de muchos conocimientos. Como colega suyo que soy en el área de Antropología Social de la Universidad de Jaén, sé que Anta trabaja y sabe: estudia, lee (muchísimo), reflexiona, investiga, escribe, publica. Y, además, se toma su trabajo con seriedad, exigiéndose incluso hasta la depresión si no consigue el nivel que desea.

Lectores habrá también que opinen que Anta "se pasa". Sí, no les falta razón: algunas de sus críticas son excesivas y su exacerbación les hace perder validez. Pero, más allá de sus desmanes, esas críticas contienen una importante carga de razón y meten el dedo en llagas que nos empeñamos en ocultar. La lectura de la obra que reseñamos exige una activación continua de nuestra capacidad para la ecuanimidad, mediante la cual destilar las verdades que anidan en sus excesos críticos.

Finalmente, hay un cuarto aspecto de Segmenta antropológica, y a la postre de las inquietudes intelectuales de su autor, que me parece importante. La obra muestra la posibilidad de un interesante ámbito de estudio y constituye en parte una apertura del mismo; a saber: el análisis crítico y desmitificador de la institución universitaria, la etnografía de la universidad, de la vida y las actividades académicas y administrativas en los campus universitarios. Se trata de un campo de investigación (para trabajo de campo) casi virgen (y minado), en gran medida por las censuras y auto-censuras que han existido sobre el mismo. Cuántas excelentes etnografías podrían realizarse sobre el mundo universitario. Cuánta, no ya sólo observación participante, sino más bien participación o implicación observante. Qué enormes posibilidades de aplicación de las categorías y teorías socioantropológicas (ritos, puestas en escenas del poder, vendettas, familismo, cacicazgo, producción de mitos, defensa del honor…). Cuánto por desvelar sobre la institución universitaria, y de qué gran interés y relevancia social Y, sin embargo, el campo permanece casi sin explorar, mientras no cesan de realizarse investigaciones sobre ámbitos saturados, cuyo mayor aporte es venir a corroborar lo ya más que sabido.

Por todos esos aspectos (su perspectiva crítica, los conocimientos que nos proporciona, las verdades que reflota, el campo de investigación que sugiere), y por mucho que las provocaciones y atonalidades de Anta puedan llegar a exasperar, ésta es una obra valiente que vale la pena leer.


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