Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2004, 20, recensión 03 · http://hdl.handle.net/10481/7290 Versión HTML · Versión PDF 

Publicado: 2004
Enrique Baltanás:
Las columnas de Hércules. Realidad o invención de Andalucía.
Sevilla, Signatura Ediciones, 1999.

Por: José Díaz Diego

El libro, que recibe el nombre de uno de sus apartados, se aventura en la deconstrucción de los mitos, preconcepciones y tópicos que rodean la idea de Andalucía, su historia e identidad. A través de temas dispares como el flamenco, la unidad y vertebración regionales, la literatura, el lenguaje, los emigrantes, etc... va tejiendo una maraña de ensayos y reflexiones que, más que adoctrinar, siembran la génesis del derrumbe, ésta es, la duda.

El libro se entiende dentro de un marco histórico y sociopolítico, los años 90, donde empieza a ser problemática la articulación de algunas comunidades autónomas dentro del Estado-nación español, nacidas al amparo de la constitución democrática de 1978 y complejas por la confluencia de las fuerzas centrífugas y centrípetas de su foro interno y externo.

Nuestro autor, filólogo hispanista, investigador, ensayista y poeta, plantea una serie de inquietudes deconstructivas o aclarativas, allá quien lo interprete, de realidades sociales, políticas e ideológicas.

Con una visión relativamente holística trata la idea de Andalucía, como él mismo deja entrever a lo largo de la obra, desde un posicionamiento escapista del marxismo trasnochado en clave de nacionalismo regional o el romanticismo bucólico e ideático del Volkgeist alemán. Parece más bien perseguir una especie de pragmatismo neoestructural-constructivista donde la realidad formal reflejada en la estructura como marco político actual y la agencia en la acción individual, generadora de sentido, han ido moldeando una verdad, entre lo dialógico y lo empírico, llamada Andalucía que, como tal, nace el 21 de octubre de 1982 con la firma del Estatuto de Autonomía.

Por la estructuración del texto, es interesante hacer un abordaje de reseña a caballo entre lo temático y el tratamiento global. Eso sí, con cierta inclinación por lo primero.

Ya a base de ensayos, ya reflexiones o críticas, ya más extensos, ya más reducidos, ya en artículo, ya en diálogo, organiza el libro en apartados sin un índice aclaratorio. Comenzando por una Andalucía como unidad vertebrada, ... en realidad, sobre la vertebración de Andalucía versa todo el libro, propone nuestro autor la importancia de la interpretación, del enfoque, como elemento imprescindible para el entendimiento de esta tierra. Ya sea una o varias, histórica o geográfica, ideológica o identitaria, conflictiva múltiple o polar, provincial o regional, nacional o nacionalista, iluminada o ilustrada, real o interesada, ibérica o transcontinental, tartésica o estatutaria... todo depende del prisma con el que se mire.

Baltanás se declina por una Andalucía estatutaria y autonómica, real desde la firma del Estatuto y diferente a cualquier otra cosa anterior a la nacida en aquel octubre del 82. Para nuestro autor, las ideas de Blas Infante sobre una Andalucía arábiga y anfictionada, diálogo armónico entre las orillas de las columnas de Hércules; la Andalucía de la pandereta y el tambor, del estereotipo desvirtuado del viajante extranjero o el foráneo en el viaje de la emigración; la Andalucía del poeta romántico, heliocéntrica, voluptuosa y cándida, primus inter pares; la Andalucía del ideólogo nacionalista que con anteojeras escoge la porción de historia y verdad que responde a sus intereses... todas, una construcción ideológica que no responden, según Baltanás, a la realidad de Andalucía, no Al-Andalus ni la nación andaluza sino a Andalucía, la de la Comunidad Autónoma, la del Estatuto, la constitucionalista, la de hoy.

En su recorrido por la vertebración de Andalucía aborda cuestiones geográficas que dividen a Andalucía en dos unas veces, oriental y occidental, tres en otras, la del valle del Guadalquivir, la bética y la de Sierra Morena.

La Andalucía más encontrada es la polar, la de Granada y Sevilla, la enfrentada geográfica, social y políticamente, la Andalucía reminiscencia de los cuatro grandes reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada. Dividida además bajo la misma lógica polar por las características del habla andaluza (paradójicamente, o quizás no tanto, una occidental y otra oriental) además de por los cultivos tropicales, intensivos e minifundistas de una y de los de secano, extensivos y latifundistas de la otra.

Vertebración es también su constitución provincial, pues al fin y al cabo nació como la unión de ocho provincias que, pudiendo haber sido más, menos o diferentes, tenían una entidad administrativa real anterior a la Andalucía actual, exactamente desde su configuración por Javier de Burgos en 1833.

La unión provincial plantea para Andalucía el problema de la comarcalidad, del enfrentamiento entre los núcleos urbanos con vocación frustrada de capitalidad así como la de la capital establecida como centro provincial con la propia Diputación. Además, la configuración provincial de la Comunidad Autónoma hace resurgir una nueva confrontación, la de la capital de la comunidad con el resto de capitales provinciales y viceversa, amalgama de enfrentamientos que él llama de "vértebras y huesecillos".

Vertebración vuelve a ser la Andalucía que pensemos, que creamos poseer; el sentimiento andaluz que tengamos o hagamos ver que tenemos. Así, en su lectura nos encontramos el apartado titulado "El universalismo andaluz o la paradoja de un nacionalismos no nacionalista" en el que, de la mano criticada, por su parecer y ubicuidad, de Luis García Montero, intenta poner de manifiesto, entre lo histórico y lo social, cómo las ideas nacionalistas comienzan universalistas para terminar siendo universalmente excluyentes; y cómo este nacionalismo regional se convierte en una verdadera bomba del s. XXI presente en el marco común europeo.

Atacando a cualquier intento de explicación ontológica de la identidad de los andaluces, más cerca de la elucubración que de lo constatable, hace una crítica del texto de Nicolás María López Calera, El ser granadino. Ensayo de una ontología débil, y de la trilogía de la identidad andaluza de Isidoro Moreno, antropocentrismo-ideología igualitaria-relativismo y su ideario político de la diferenciación étnico-cultural. A este respecto, Baltanás afirma que la trilogía no es ni exclusiva ni original de Andalucía, como tampoco es original la idea de la etnicidad cultural, sino que más bien remite al lavado de cara de la Antropología física insostenible del s. XIX de Antonio Machado y Núñez para quien el andaluz respondía a la descripción de homo sapiens, varietas caucásica, forma baetica.

Para terminar con la vertebración hace un pequeño puente sincrónico centrado en Lebrija, como símbolo de la Andalucía y España profundas y personalizado en un viaje de Azorín a ésta. Habla de una situación dantesca, de miseria, paro, hambre y desesperación para apuntar, personalizando en un viaje del autor a la misma Lebrija casi cien años después, una Andalucía radicalmente diferente, una realidad evolucionada, moderna, distinta a aquella folklórica de la irónica Bienvenido Mister Marshall en la madrileña Guadix de la Sierra. Andalucía es una realidad nueva, no preexistente aunque sí heredera.

Ya en el presente, nos invita a analizar nuestro ser comunitario examinando nuestra capacidad de comunicación a través del sistema de carreteras. En especial del que une Huelva con Almería, Almería con Huelva, dice:

"se ha marcado el espacio: puesto que somos comunidad, queremos comunicarnos. Puesto que noscomunicamos, ya formamos comunidad" (Baltanás 1999:122).

Aborda igualmente otros elementos estereotipados de nuestra identidad como el flamenco. Elemento éste defendido por intereses de lo diferenciable y genético andaluz, como refleja la aportación de Carmen Calvo:

"¡No nos irás a decir que el flamenco no es una creación genuinamente andaluza, nuestra más clara seña de identidad!" (2003).

Baltanás desmonta cualquier tipo de planteamiento exclusivista, acaparador o interesado del flamenco como estilo artístico, desde la defensa de sus orígenes en la convivencia de los desgarradores cantos judíos con las melismáticas llamadas a la oración del musulmán hasta la creencia en el duende del cante, sólo mecenas del nacido en esta tierra. A éstas tesis enfrenta Baltanás las de Lavaur en su libro Teoría romántica del cante flamenco, de 1976, en el que traza un relación con el contexto histórico-musical donde nace el flamenco, contexto europeo apasionado, en todas sus clases sociales, por el bel canto del barroco musical. 

Una de las más primitivas características de este forma vocal presente en las primeras óperas italianas de la Camerata Florentina era el canto recitado, una especie de canción hablada en la que la improvisación jugaba un papel fundamental. Con los años y el perfeccionamiento de las técnicas de canto así como del lenguaje musical, la improvisación comienza a estar mal vista por los compositores que ven en mucho alteradas sus obras, si bien está ya irremediablemente instaurada en el gusto estético del público que, deseoso de demostraciones vocales imposibles, no puede sino acostumbrarse a escuchar lo que el autor compone, sin cambios, pero... no pasa así a nivel popular. Lavaur propone que es precisamente este gusto por las cadenas improvisadas de melismas en cualquier tipo de melodía uno de lo más posibles gérmenes del flamenco que, permaneciendo entre las gentes distanciadas de prerrogativas y obligaciones formales de los escenarios operísticos, tiene una excelente acogida-nacimiento y trato en Andalucía.

En cuanto al duende que bautiza con su arte para el flamenco sólo al andaluz, Baltanás enumera una larga lista de cantantes, cataores, guitarristas, bailaores y bailaoras de cuna bien distinta a la nuestra, como Carmen Amaya, Vicente Escudero o Manolo Vargas.

Eso sí, Baltanás reconoce que si bien el flamenco no nos pertenece como invento original de suelo patrio, sí que en algo o mucho hemos ayudado los andaluces a su existencia, que es parte integrante de Andalucía, parte de nuestra identidad comunitaria y parte de nuestro "somos".

Habla igualmente del poder del lenguaje, no sólo como vehículo de comunicación sino como símbolo de identidad y diferenciación, como herramienta política de construcción cultural. Aboga por la destrucción metonímica entre lenguaje e identidad cultural así como agradece el sensato acierto de las autoridades competentes al no decidir normativizar algo que nunca ha existido, el habla andaluza. 

Aclara que si bien a nivel superestructural se ha fomentado, incluso en Andalucía, la norma castellana o vallisoletana del español y ridiculizado en el personaje humorístico del cateto las características de la variante lingüística que representa el andaluz, es un avance no articular artificialmente un dialecto o lengua, como en el caso gallego, donde existe una elaborada variedad de "formas dialectales" dentro de la misma modalidad lingüística. Cabría así más correctamente hablar de las "hablas andaluzas", como más acertado sería mantenerlas a nivel autonómico no procurando la homogeneización de una única e institucional habla andaluza. En definitiva, ni hay una sola habla andaluza ni los elementos de ésta son exclusivos y excluyentes de Andalucía, ni hay que descuidar el lenguaje bajo la etiqueta recurrente de ...es que hablo andaluz, delatora de lagunas expresivas.

Bajo el mismo prisma de la lengua no es la identidad, Baltanás aborda la literatura andaluza como parte integrante de la castellana. Sólo cabría adjetivar sobre lo escrito por los autores andaluces en castellano a fin de encontrar el espíritu o esencia inocua y verdadera del andaluz literario, por otro lado, empresa ardua difícil si comparamos a Góngora con Lorca o a Bécquer con Gala.

A modo de conclusión, citar un par de ideas críticas de las varias de ellas que podría suscitar el texto. En primer lugar, y permítaseme parafrasear a Salvador Rodríguez Becerra: 

"...No hay que sentir complejo por producir turismo y no acero" (2001).

A lo que en este caso de Las Columnasde Hércules añadiría: ¿Qué problema hay con construir mitos, leyendas, estereotipos, espejismos, sueños... que en definitiva se traduzcan en hordas de guiris que alojándose en un hotel granadino o sevillano, en una casa rural del Andévalo, en un bungalow marbellí o en una tienda de campaña en Cabo de Gata sean acicate esencial de uno de los sectores más importantes de nuestro tejido socioeconómico? ¿Qué problema hay en producir turismo? 

¿Acaso alguien cree que Nueva York es la tierra de la libertad porque haya en su bahía una enorme imagen femenina en cuyos pies rece Freedom Statue? ¿ O acaso alguien piensa que por pasar su noche de bodas en París va a ser más romántico que si lo hiciera en Rabat, porque la capital francesa sea la "cité de l´amour"? ¿ O será porque alguien pueda creer sentir más emoción escuchando el fado mágoas en la voz de Dulce Pontes en un café a los pies del castillo lisboeta de San Jorge que yo, que mientras elaboro este esbozo de recensión lo oigo en mi equipo de música...? Pues sí, es precisamente fruto del éxito de los procesos de elaboración semántica, de dotación de significado que, con base material y simbólica, consiguen erigir representaciones y construcciones sociales de realidades culturales atravesándolas de lógicas emocionales y afectivas que ayudan a su vez, ejerciendo en el cuerpo una obnubilación somática, a fijar un sustrato ideático a modo de imagen ideal de los espacios socioculturales.

Es por ello que el sueño de Nueva York como la ciudad de la libertad y las oportunidades funciona y a ella llegan cientos de inmigrantes cada año. Es por ello que la pareja que consiga pasar su noche de bodas en un hotel parisino crea estar envuelta de un romanticismo embriagador que no encontrarían en ningún otro lugar del mundo, y seguro que emociona muchísimo más Dulce Pontes en vivo, en la Lisboa de Amália Rodrigues, Camões y Eça de Queirós, que no en mi equipo de música. Y seguramente como estudiosos de la sociedad debamos interesarnos por saber qué es mito y qué no lo es, qué es realidad y qué ficción, así como intentar averiguar qué función cumple y qué significado tiene, no quedándonos puramente en la forma exterior. Si Baltanás comprendiese la importancia de la exaltación de lo propio en oposición al otro como mecanismo de afirmación identitaria y el papel importantísimo que juega dentro de esta afirmación la existencia de estereotipos mitológicos cuyas raíces se pierdan en el tiempo, quedando naturalizados (Bourdieu 1998), vería que si bien es cierto que existen "falsas verdades" en cuanto a la vehemencia de lo dicho y lo hecho, que no de lo que significan y generan, no es menos cierto que criticar estas herramientas de construcción del "nosotros" es tan disparatado como criticar que el hombre necesite respirar para vivir. Pienso más bien que la función del científico social está en desvelar estas realidades, comprender el sentido lógico que juegan dentro del sistema cultural donde se hallen inmersas y explicarlas. 

La Andalucía del Estatuto no es más que otra construcción ideológica, marco epistemológico de nuestro tablero sociopolítico. En el fondo, el mito y el estereotipo tienen una función y significado lógicos dentro de la cultura como unificadores, dadores de sentido y creadores de identidad. ¿Alguien quiere derribar los panteones de Atenas porque Apolo o Atenea no existieran nunca? ¿O son de distinta consideración el patrimonio material y el intangible? Sabemos que Andalucía no es igual que flamenco, ni que las raíces de éste estén tan claras como piensan muchos pero hoy es parte del atractivo referencial andaluz para todos los que sentimos que el conocimiento de distintos lugares es una experiencia vivificante. 

Baltanás se posiciona ideológicamente, jugando con el diálogo de dos amigos (él y él) que si bien tratan de buscar la desmitificación de realidades deja al texto sin un análisis profundo que pase de la provocación. En relación a ello podríamos hacernos eco nosotros de un pensamiento del Marx tardío, el ateísmo radical es una forma más de religión.

¿Dónde está por tanto la verdad?¿Dónde la demostración de qué es Andalucía?¿Dónde la demostración empírica de la identidad andaluza?¿Dónde los límites de las construcciones ideológicas?

Andalucía es como España una realidad que se reconstruye cada día, producto hábilmente armonizado entre lo impuesto y lo buscado, la sumisión del credo y lo incorporado. Es, en mayor o menor grado, como cualquier realidad social, un producto del diálogo.


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