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VIETNAM HOY ,21 diciembre 2005, Ideal.

Vietnam ha despertado de un siglo en guerra y ha emprendido una feroz carrera hacia el capitalismo, dispuesto a dar alcance a los países occidentales en poquísimo tiempo. Los rascacielos surgen como hongos de la noche a la mañana. Es la nueva guerra sin cuartel y sin tregua de la que no se libra ninguna avenida de la capital, la nueva consigna política de este pequeño país de agricultores de ochenta millones de habitantes que en tan sólo en un siglo ha derrotado a los ejércitos más poderosos, franceses, americanos y chinos. No hay paz para nadie. Los mendigos no existen, ni la calma, ni el sosiego, sólo la acción, la prisa, las motos, los cláxones y el estruendo de un progreso que al país se le ha robado durante un siglo.

Si en Granada se les ocurre quejarse del ruido de las motos, vengan a Hanoi, capital de Vietnam, con cuatro millones de habitantes y tres millones de motos en pie de guerra desde las primeras luces, o desciendan a la ciudad de Ho Chi Minh, antigua Saigón, con sus siete millones de habitantes y cuatro de motos. Todo lo que alcanza la vista en cualquier dirección es un cuerpo de ejército de mil motos aterrorizando a una velocidad endiablada a los viandantes que se atreven a cruzar los escasos segundos de un semáforo, al que le seguirá otro ejército similar y otro nuevo de hombres y mujeres, tal vez con más mujeres que hombres, todas jovencísimas y con la boca tapada para no mancillar la bellísima blancura de su rostro, ellos con montañas de cachivaches encima o con dos o tres viajeros a la espalda y todos sin casco. Y ¡ay del que se atreva a desafiarlos!, porque con la mejor de las fortunas el fragor de timbrazos y pitidos será ensordecedor.

Vietnam ha despertado. El campo sigue dando dos y tres cosechas de arroz. Los colores de los pueblos, en rojo, amarillo, rosa y azul celeste, parecen ilustraciones de cuentos de hadas y hablan de esperanza, como en California. Los cementerios han abandonado el blanco, color de la tristeza, y con su rojo caldera alegran el verde virgen de los arrozales. Es el abigarrado color sensual de un cuadro fauvista, una fiesta para los sentidos que hace olvidar los tantísimos años en los que todo eran lágrimas. Las muchachas parecen muñecas, sea en el campo o en la ciudad, y no me pidan que les dé más detalles. Vengan y hablen con ellas; luego dense una vuelta por la bahía de Along y paseen en barca por los mil quinientos kilómetros cuadrados de islotes, obra de un dragón mítico y una de las maravillas del mundo oculta al turismo durante siglos. Serán cuatro horas, o las que a ustedes quieran, con mucho de eternidad, según mi amigo Rafael Guillén que me acompaña. El silencio es absoluto. En los recodos de las rocas casas de pescadores sobre plataformas, con viveros bajo ellas. La calma ni siquiera se ve rota por las gaviotas o el viento y, de creer en la inspiración, éste sería el momento de abrir el cuaderno y recoger su magia. No lo hago y lo dejo para otros momentos igual de sensibles y hermosos, como Hue, junto al paralelo 17, que dividía Vietnam del norte y del sur, y que los americanos machacaron sistemáticamente; luego recorran las riberas del río del Perfume, o vayan al poblado de My Lay, donde recordarán aquella escena de un poblado en llamas y a una niña corriendo abrasada por el NAPALM. En Hue, ciudad hermosa donde las hay, visiten el palacio imperial de los Nguyen y las ruinas de la civilización Cham, con un paisaje de selva mítica y sus estatuas, milagrosamente conservadas en el museo Cham de Da Nang, que guarda la gesta de aquella civilización milenaria, hoy perdida.

Y si todo este caudal de sorpresas y emociones no les basta, desciendan a Cu Chi en Saigón y paseen por el bosque de árboles de caucho al lado de las antiguas bases del ejército norteamericano, donde se esconden bajo tierra los trescientos kilómetros de túneles, pesadilla de los militares yanquis y sus aliados vietnamitas, que nunca consiguieron entender cómo morían sus soldados en sus propias bases sin fuego enemigo a la vista. El calor dentro de los túneles es tan agobiante que renuncio a recorrerlos encorbado y regreso al hotel de Saigón, donde releo algunas páginas de El americano impasible de Graham Greene y enseguida lo abandono. Con ser aquel Vietnam francés de magia parecida, mi imaginación está en otro Vietnam mucho más turbulento, estremecedor y actual, en paisajes míticos como los que aparecen en Platoon y Apocalpsis Now o en la promesa del río Mekong, alló donde se desmembra en cientos de brazos, con cientos de barcos de pesca, templos caodaistas, religión nacida en el delta, gente amable en suma y llena de sonrisas, que se desviven por los extranjeros, islas y árboles de frutos tropicales, otra nueva fiesta para los sentidos muy diferente a la del norte pero de magia parecida y tan inolvidable. Si desean un viaje inolvidable, Vietnam es el país, Vietnam y la vecina Camboya, mucho más sosegada y tranquila, según mi guía, versión que pronto se revelará falsa y con una historia mucho más truculenta y aterradora que la del propio Vietnam.

 

 

Manuel Villar Raso