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EL FRACASO DE ÁFRICA ,28 Enero 2003 Ideal.

Expedición 8

Siempre que África aparece en la prensa internacional obedece a razones trágicas: La hambruna que en los 80 diezmó a los países del Sahel, Mauritania, Malí, Níger, Chad; las guerras intestinas que recientemente han desplazado a millones de personas de sus hogares en la mal llamada República Democrática del Congo, en Somalia, Liberia, Sudán, Burundi, Ruanda, Angola y Mozambique, con un número de muertos indeterminado y sólo comparable al de la última gran guerra en Europa. Ayer fue esto y hoy son las actividades terroristas en Somalia, Liberia, Sierra Leona. Siempre la tragedia de un signo u otro para que África pueda aparecer en la prensa y cuente en la agenda política internacional. Cuanto más débiles son los gobiernos, más cruel es la actividad de los grupos terroristas, y la lista de gobiernos que despliegan rasgos más próximos a la anarquía que a la ley, incluso en estados prósperos en apariencia como Kenia, Nigeria, Costa de Marfil, el Camerún y un largo etc., llenaría el resto de esta página.

El debate de las causas de este fracaso tan colosal sería interminable. Michael Chege, en Why Africa fails , lo achaca al impacto del clima tórrido en la psique negra (teoría que puso de moda el determinismo geográfico de Yale en los años 20); al gran fracaso de los países colonialistas, que no hicieron otra cosa en África que explotar sus recursos naturales y humanos. Es indudable que las causas son múltiples. Al fracaso del Colonialismo hay que añadir el débil liderazgo de sus políticos, los odios étnicos y raciales, la corrupción de los partidos políticos y de las administraciones, la pobreza del suelo y, en ocasiones, la riqueza del suelo que, en lugar de favorecer la construcción de gobiernos estables y funcionales, capaces de neutralizar las adversidades de la geografía, los hunden en la más crasa miseria por causa de la maldita e insaciable codicia de sus gobernantes.

El Sudán (hacia donde acaba de salir la siguiente expedición de la Universidad de Granada por las tierras africanas del Sahel) fue el primer país que obtuvo la independencia después de la Segunda Guerra Mundial. Inglaterra unió contra natura dos partes irreconciliables, el norte árabe-musulmán, esclavista, y el Sur, negro-cristiano- animista, secularmente esclavizado, y el resultado es una guerra intestina que empezó el 55 y todavía sigue, al parecer porque las tumbas no están llenas todavía. El norte impuso la ley coránica y el resultado son extensos y trágicos campos de muerte. Corre de sur a norte un río hermosísimo, el Nilo, entre una tierra sin fronteras y un espacio abierto, ilimitado y sin explotar, y el resultado para los vivos, por causa de la guerra más larga de la historia, es que los muertos sobrepasan el millón y medio y los vivos son enfermos que se convierten en esqueletos que se consumen y entierran en silencio.

¿A qué va la Universidad de Granada al Sudán? Incluso un país en guerra puede caer en la no-memoria y el olvido y esto es lo peor que puede sucederles a los pueblos. ¿Contra qué luchan? Ayer por mantener la unidad del país, hoy por un puñado de maíz o un cuenco de arroz, según el autor de Ébano, Ryszard Kapuscinski. Pero comida la hay y mucha para los que tienen armas y poder, para los que no piensan en la naturaleza del ser humano, para los que tienen la libertad aprisionada, a la mujer enclaustrada. El resultado son millones de desplazados: 1500 médicos sudaneses en la ciudad de Londres tan sólo, 30.000 emigrantes en Nueva York, cientos de miles malviviendo en el resto de los países europeos. En Mali, Bukina y Níger descubrimos que la mujer había roto las cadenas y sus familias comían en gran parte debido a su trabajo, gracias a varios miles de cooperativas femeninas. No sé a qué vamos este equipo de once ilusos al Sudán, pero me gustaría romper sus murallas, como dice la canción de Ana Belén, ayudar a cambiar las espadas en arados y sus enormes planicies en campos de cultivo, ver reír a sus gentes, airear este conflicto endémico que dura más de treinta años, intentar acuerdos con sus dos universidades femeninas, asfixiadas por la ley de la sharia, dar a conocer con nuestros documentales en Europa la grandeza de un país que fue cuna de una de las más famosas dinastías del Antiguo Egipto.

La mayoría de las guerras en el continente africano no tienen ningún valor redentor como las que sucedieron en Europa, que al menos sirvieron para delimitar fronteras y crear el espíritu de nacionalidades. En África, son grupos étnicos los que guerrean entre sí, religiones contra religiones, que aprovechan las élites de poder para sus fines. La destrucción masiva tal vez sirva para que los supervivientes recojan las migajas y coman, pero no estaría de más un tribunal internacional, como el de La Haya, que lleve a los criminales que dirigen tantos de estos países a la justicia.

 

Manuel Villar Raso