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¿QUÉ ES EL ESCRIBIR? ,5 Noviembre 2002 Ideal.

Escribir es tan sencillo como sentarse a una mesa, coger un bolígrafo y llenar espacios en blanco. Nunca me ha parecido tan importante el bolígrafo como en África, cuando en nuestros viajes con la universidad de Granada, cargados de cajas de bolígrafos, los niños nos acosaban para que les diéramos tan preciado tesoro. Sucedió en Tombuctú. Se nos acercó un señor muy elegante y públicamente nos avergonzó por despilfarrar bolígrafos y darlos a niños que ni siquiera iban a la escuela. Vergüenza debería darles, nos dijo, yo soy maestro y conozco a todos los niños de esta ciudad, a los necesitados y a los que no lo son, a los que van a la escuela y realmente los necesitan y a los que jamás pisarán un aula. Muy avergonzados, le dimos las cajas que llevábamos, un par de cientos de bolígrafos, algunos de excelente calidad y la mayoría con la tinta reseca por el calor, a los que los niños les chupaban y les soplaban las puntas inútilmente, y aquella misma noche nos encontramos a tan elegante señor, apostado a oscuras en una esquina vendiendo nuestros bolígrafos, tanto los que escribían como los que tenían la sangre más reseca que una sesentona.

Hay muchas maneras de escribir, las que se mueven en el ámbito de la cotidianidad rutinaria y aquellas que exigen una seria reflexión íntima como la creación, aunque algunos consideren a ésta de baja intensidad o de ninguna, como le sucede a la universidad española, que ni siquiera juzga a la poesía y a la novela meritorias y válidas de recompensa económica. En la mayoría de los países adelantados sucede lo contrario y nunca me he visto tan halagado como en Norteamérica, donde la creación se prima por encima del resto de proyectos y logros universitarios.

Sin entrar en este tipo de valoraciones, lo cierto es que hay muchas maneras de escribir y a lo mejor la universidad española tiene razón porque tanto el poeta como el novelista somos seres improductivos e inútiles; con decir que ambos partimos de la nada, de un folio en blanco, del no saber, y emprendemos una aventura que no siempre llega a buen puerto. Lo de menos es el esfuerzo, aunque en la mayoría de los casos tanto el poeta como el novelista escriban con sangre. Su meta, igual que la del científico, es la invención, sacar la nada a la luz, recrear mundos inexistentes y personajes que no existen pero que a la larga existen. Cervantes, con dos personajes de ficción y un árido paraje manchego inexistente y que jamás había contado en la historia de España, creó una Mancha que fue el referente de todo el siglo XVII y de siglos posteriores. Creó un lenguaje que es nuestro pensamiento como españoles. Nos legó una herencia, un mapa por el que caminar sin complejos, una manera de ser, una moral insobornable, una forma de ir por la vida, nos guste o no, con el pecho bien alto y sin complejos, sin la incertidumbre de saber quiénes somos como les sucede a tantos pueblos del planeta.

Es cierto que el escritor no surge de la nada, ni siquiera Cervantes. El escritor no es un sabio y no tiene por qué serlo. No es especialista en nada. Tampoco es moralista o predicador. No da lecciones de nada y no pinta nada. El escritor no es nada, ni siquiera un creador increado, y de esto la universidad española ha tomado buena nota. Pero es un obrero de la pluma, pocas veces frívolo, o el eslabón de una herencia que vuelve a recrear, en ocasiones estrafalario, desquiciado y siempre obseso. Viaja en el tiempo, a veces por un tiempo que ya no existe, contando historias de personajes que no existen, pero que a la larga existen y sucede que somos nosotros. Su arma es la imaginación y un bolígrafo con el que, al igual que el borracho y el marinero, busca caracolas marinas y lo exótico, ingenuamente convencido de que es un ser libre que da sentido al mundo y a su entorno. Por todo ello, no hay día en el que, cuando me siento a mi mesa, no me acuerde con nostalgia y dolor de aquellos niños de Tombuctú, peleándose por coger un bolígrafo de mis manos y luego soplando y chupando inútilmente sus puntas, resecas de tinta y sol, tal vez los únicos bolígrafos que la mayoría de ellos llegarán a tener en su vida.

 

Manuel Villar Raso