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SHAKESPEARE Y CERVANTES ,2 Marzo 2005 Ideal.

Han pasado cuatrocientos años y Shakespeare y Cervantes son los dos autores que mejor han soportado los embates del tiempo, los dos geniales, padres de todas las criaturas literarias de nuestro tiempo, los dos desconcertantes, escandalosos y excesivos, productos de dos pueblos antagónicos, uno en alza y el otro en un declive imparable tras la derrota de la Invencible. Todavía en mis años jóvenes, cuando iba a Inglaterra para aprender inglés, la gente te preguntaba por Franco con una sonrisita malévola y uno no sabía dónde esconder la cabeza. Pero en los medios universitarios se leía y estudiaba el Quijote con reverencia y, gracias a ellos, empecé a amar a Cervantes y a reconciliarme con nuestra historia.

Con dos personajes que ni siquiera habían existido, Cervantes nos aupaba al rankinq más alto de la cultura y, avatares políticos aparte, nos convertía en un pueblo respetado y no es para menos. Del polvo mesetario de la Mancha había hecho surgir a un perturbado, a un loco divino, modelo de virtudes, todo un símbolo de justicia y libertad, y nada menos que el inventor de la literatura moderna. Shakespeare también es creador de otros dos personajes geniales, Falstaff y Hamlet. La acumulación de energía en ellos es asombrosa; pero a diferencia con Cervantes, uno siente que Shakespeare no ha podido inventarse a estos dos personajes y que han estado ahí desde el origen de los tiempos, cubiertos por una inmensa tela, y que Shakespeare ha llegado de pronto y ha tirado de la tela para que Falstaff y Hamlet puedan comenzar a hablar. Y sin embargo, nunca los puso juntos, ¿no hubiera sido fascinante que lo hiciera? Shakespeare nunca lo hizo y Cervantes sí. Cervantes tiene además prioridad sobre él ya que, como se sabe, influye en Shakespeare y no al revés. Shakespeare había leído la primera parte del Quijote, traducida por Shelton; mientras que Cervantes sabemos que no sabía inglés y que por tanto jamás había oído hablar de Shakespeare.

Y si comparamos dos a dos a estos cuatro personajes geniales, Falstaff no es un individuo muy diferente a Sancho y tiene lo que Sancho tiene. Los dos lo cuestionan todo. y por tanto se parecen como las caras de una misma moneda. Hamlet es ambivalente e infinito, Don Quijote también lo es, pero es algo más que el príncipe de Dinamarca; de ahí que lo conseguido por Cervantes me parezca increíble, distinto y superior a todo lo que podamos encontrar en la literatura, sobre todo en ese momento en el que dice: "Yo sé quien soy y sé qué puedo llegar a ser..", cosa que algo que rebasa a Hamlet.

Harold Bloom en "Cómo leer y por qué" dice que Cervantes parece inventar la ternura, una ternura áspera, un amor real, una amistad real entre Sancho y don Quijote, y añade, la grandeza de Cervantes y de Shakespeare se cruzan en ese punto, porque en Shakespeare nadie escucha realmente al otro, mientras que en Cervantes, por el contrario, hay dos personas que se escuchan de verdad y que discuten las cosas. Ni siquiera Sócrates y sus discípulos practicaron esa dialéctica real que practican el Caballero y Sancho; de ahí que don Quijote rebase a Hamlet en ironía y en autoconciencia. Para ello no hay más que pensar en la escena de la Cueva de Montesinos o en la aventura sobre Clavileño, toda una transvaloración de la vida, o en el mejor momento de la novela al final, cuando supuestamente por pluma de Cide Hamete, Cervantes afirma: "Para mí solo nació don Quijote y yo para él; él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos uno para el otro". No sé si éste es el momento más inabarcable de la novela, pero resulta muy difícil encontrar algo similar en Shakespeare. De Cervantes sabemos la vida difícil y dura que tuvo. Nada sabemos de la vida interior de Shakespeare y casi nada de la exterior. De ahí que el Quijote influya en la vida de su autor y modifique al propio Cervantes.

Siempre he tenido la sensación de que los críticos que escriben sobre la evolución de la novela, casi siempre en términos cronológicos e historiográficos, caen en profundas contradicciones. Da la sensación de que esa ironía cervantina, los turbadores juegos narrativos de Cervantes, sus deslizamientos de la ficción a la realidad y viceversa, anticipan todo posible experimento moderno y no se le puede rebasar, de que no hay nada comparado con la locura total de Cervantes cuando lo capturas en ese momento en el que acaba de enterarse de la segunda parte del Quijote de Avellaneda, y él decide abordar el problema en ese instante preciso, haciendo que Don Quijote encuentre el libro y comience a responder. Es asombroso. Es sencillamente escandaloso, genial y no cabe ir más allá. Quizá éste sea el motivo por el que Joyce, en el Ulises , se va con Shakespeare y se mantiene alejado de Cervantes. Porque estamos, en definitiva, ante una obra inabarcable y ante un autor inabordable.

Otro punto no menos interesante sería comparar las figuras nórdicas de. Shakespeare, Hamlet e incluso el rey Lear, que suceden íntegramente de noche, con los pasajes de Cervantes que también suceden de noche, como esos extraños episodios en la corte de la duquesa o esos juegos eróticos que tienen lugar en la corte de los duques, tan sádicos, desconcertantes y desagradables. Todo es exceso en el hidalgo, las ideas, las instituciones y la propia literatura. El tipo de pensamiento que tiene lugar en Cervantes no tiene relación real con la tradición. Es un exceso inmenso, una gran anomalía que acaba convirtiéndose en una religión en sí misma. Creo, y para acabar, que es posible comprender lo que significan Fastaff y Hamlet. Creo que es posible comprender lo que significa Sancho, pero no estoy seguro de comprender lo que significa don Quijote y cada vez que creo entenderlo me doy cuenta de que piso un falso suelo debajo del cual hay otro y otro. Y aquí está la principal diferencia con Shakespeare y la admiración de los mejores críticos, incluso ingleses, a favor de Cervantes.

 

Manuel Villar Raso