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BUENOS, MENOS BUENOS Y MALOS ,19 Marzo 2005 Ideal.

Me creía vivir en una sociedad políticamente permisiva, pero oyendo a Peces Barba en el homenaje a Santiago Carrillo me he dado cuenta de que la sociedad española se compone de "buenos, menos buenos y malos", igual que cuando era niño al acabar la guerra civil y había maquis y Sacamantecas por las altas tierras del Moncayo. Los malos habían hecho la guerra, luego se inventaron una transición dulce, admirada por tantos demócratas de regímenes dictatoriales, que volvían los ojos hacia la civilizada España, superados sus endémicos radicalismos. Yo también lo creía en mi ingenuidad, pero ha sido oyendo a Peces Barba cuando me he dado cuenta de que las cosas no deben ser tan sencillas porque de nuevo vuelven los demonios que quieren poner a la historia en su lugar, es decir, patas arriba. Y me quedé espantado.

En mi facultad, con un altísimo contingente progre, cuando los buenos ganaron las últimas elecciones, se celebró la victoria en el bar por todo lo alto, entre copa y copa, gritos y vítores de sesudos compañeros que corrían los pasillos celebrando el triunfo: "al fin libres", "hemos ganado los buenos", "les vamos a dar a los americanos por el c." y otras lindezas que todavía bailan en mis oídos y que como a Pablo de Tarso me derribaron bruscamente del caballo. Porque en mi ingenuidad creía que los sectarismos y odios del "No pasarán" y de las trincheras, de Paracuellos del Jarama, la batalla del Ebro y la vesánica radicalidad de buenos y malos, derechas e izquierdas, había quedado para la historia, y éramos un país moderno con Carrillos y Fragas conviviendo en armonía, y al parecer no es así o no es tan sencillo, como acabamos de ver por las palabras de Peces Barba. Creía que en este país de nuestros pecados había verdades incontestables: la idea de nación o la de dejar a los muertos dormir tranquilos en su tumbas, a las estatuas en sus pedestales para deleite de las palomas, y tampoco es así. Hasta el mármol puede ser objeto de la ira de la historia y hoy es Franco y mañana puede ser su horrible Valle de los caídos; pasado mañana puede llegarle el turno a los Reyes Católicos, a Felipe II y a su tétrico Escorial y, cuando vuelvan los otros; es decir, "los malos", a las estatuas de Largo Caballero y Campany, ¿por qué no?. Mayores milagros verédeis y no digamos nada de lo que les puede acontecer a los indiferentes que nos dedicamos a la imperialista literatura norteamericana, aunque sea por oficio. Me caí del caballo, "hemos ganado los buenos" y sigo cayendo con el vocerío de los nacionalismos sin tocar fondo.

Cuando vivía en el País Vasco, en los incipientes años de la ETA, se me ocurrió escribir una novela sobre Ella y tuve que refugiarme en Cataluña. En la Universidad Autónoma de Barcelona, los progres catalanistas pretendían que hablara catalán, aunque en aquel entonces todavía con buenos modales, recogí velas y puse pies en polvareda y a salvo en Granada. Pero hasta aquí llegan los gritos del "no pasarán"y no sé qué es peor, si hundir la cabeza bajo el ala y seguir creyendo en mi ingenuidad que estamos a salvo en Europa o largarme a la denostada Norteamérica, que tantas veces me ha tentado y a la que sigo resistiéndome.

Dice Whitman, un yanqui altanero y vociferante, que una democracia es más fuerte cuanto más fuertes, disidentes e independientes son sus individuos. Whitman obviamente ni escribía para la sociedad española ni la conocía. Conoció otra sangrienta guerra civil, que igualmente duró tres años, y que el mismo día del armisticio enterró el hacha de la guerra sin preocuparse por Robert Lee y sus estatuas, que sirven de elementos ornamentales en las ciudades del rebelde Sur. Pero nosotros somos diferentes. No miramos hacia el futuro como ellos y nos dividimos en buenos, menos buenos y malos. Seguimos en guerra perpetua, estigmatizando y exigiendo el carnet de pureza de sangre democrática, mirando hacia atrás y ¡quién sabe!, sacando a pasear nuestros demonios históricos e intentando reinventar el pasado.

 

Manuel Villar Raso