MASTER ARQUEOLOGÍA Y TERRITORIO

Departamento de Prehistoria y Arqueología. Universidad de Granada


NOTICIAS DEL MASTER

Visita a la Motilla del Azuer (Daimiel y Cerro de las Cabezas (Valdepeñas)

6 de marzo de 2009:  

El pasado viernes 6 de marzo, siguiendo el programa de salidas a destacados yacimientos arqueológicos organizadas por la dirección del Máster de Arqueología y Territorio del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UGR, nos dirigimos hacia Castilla-La Mancha con el objetivo de visitar los yacimientos de La Motilla de Azuer (Bronce manchego) y el Cerro de las Cabezas (Oppidum ibérico).

Tras un largo viaje, la primera parada aconteció en La Motilla del Azuer, situada en el término municipal de Daimiel (provincia de Ciudad Real), donde Trinidad Nájera, profesora titular del Departamento de Prehistoria de Granada y codirectora del proyecto de Investigación "La Edad del Bronce en La Mancha Occidental", condujo nuestra visita al yacimiento; donde, además, tuvimos la oportunidad de conocer personalmente al profesor de la Universidad del Estado de California (Estados Unidos), A. Gilman.

El inicio de la visita fue precedido por un análisis de las características del yacimiento y una explicación general del Bronce Manchego y de la inserción en él, del hallazgo de un tipo de yacimiento tan característico en la zona, las motillas. Estos asentamientos fueron ocupados por un grupo reducido de población, que realizaría una gran inversión de trabajo que sobrepasa sus necesidades. Lo que conjugado a la regularidad de su implantación en el territorio y a la presencia de otros tipos de asentamientos contemporáneos, como los poblados de altura situados en las sierras vecinas, plantea la existencia de un sistema político con una importante jerarquización social.

Las motillas fueron asentamientos fortificados que ejercieron una importante función de gestión y control de recursos económicos. En el interior de sus recintos fortificados se protegían recursos básicos como el agua, captada del nivel freático mediante un pozo (el de Azuer constituye el mayor documentado para estas cronologías en la Península), y se realizaba el almacenamiento y procesado de cereales a gran escala, la estabulación ocasional de ganado y la producción de cerámica y otros productos artesanales.

La Motilla de Azuer está formada por una torre, dos recintos amurallados y un gran patio. En su núcleo central, una torre de mampostería de planta cuadrada conserva más de 7 m de mampostería. Dentro del área fortificada se delimitan: un patio y dos grandes recintos separados por una línea de muralla intermedia. En el interior del patio, existe un pozo, que alcanzó el nivel freático y abastecía de agua al asentamiento.

El recinto intermedio experimentó variaciones durante las distintas fases de ocupación del yacimiento, utilizándose como zona de estabulación ocasional de ovejas, cabras y cerdos y especialmente como almacén de cereales (cebada y trigo), con la aparición silos de planta rectangular con estructura de mampostería y barro, sistema que se sustituye por el almacenamiento en grandes vasijas y capachos de esparto en las fases de ocupación más recientes.

En el interior del recinto delimitado entre las murallas exterior e intermedia se fueron construyendo a lo largo de la ocupación del yacimiento numerosos hornos de planta circular u oval con zócalos de mampostería y cubierta abovedada de barro, así como silos rectangulares para el almacenamiento de cereal.

La línea de fortificación más externa, circular y concéntrica a los sistemas de fortificación interiores, ofrece en su última fase de construcción un paramento ciclópeo de bloques de caliza. El hábitat se sitúa al exterior de la fortificación en un radio de unos 50 metros.

En el camino de vuelta por la Autovía de Andalucía, a la altura de Valdepeñas, hicimos una visita al yacimiento íbero-oretano El Cerro de las Cabezas. La secuencia de ocupación de este asentamiento comienza a partir del Bronce Final (siglos VII – VI a.C.) hasta el siglo III, momento en que es abandonado. Durante la primera fase de ocupación las viviendas tienen plantas rectangulares y ovales, y no responden a ningún tipo de planificación, mientras que a partir del siglo V a. C. se distingue una planificación clara del asentamiento, con estructuras rectangulares alineadas en torno a calles,  conformando el urbanismo que caracteriza a los oppida. Este oppida cuenta con un sistema defensivo peculiar, formado por una muralla a la que se le adosan dependencias o “cajas” en la cara interior, lo que da lugar a pequeños habitáculos que pudieron utilizarse como almacenes de cereal y lugares donde se procesaba. Existen también otra serie de elementos que aportan complejidad a la muralla como son las torres y bastiones que bien pueden ser circulares como rectangulares.

                La estructura interna del oppida se adapta a la orografía conformando terrazas. En cuanto a los materiales de construcción, se combinan zócalos de mampostería con alzados y muros medianiles de adobe; también es posible que se recurriera a la pizarra para la techumbre, cuando no se usara material orgánico y barro. En ciertas dependencias de las estructuras aparecen suelos en diferentes tipos de rocas como calizas y cuarcitas. En determinadas casas aparecen tres piedras hincadas llamadas betilos, que han sido asociadas con el mundo de las creencias.

En la parte alta del cerro, la acrópolis,  se levantó un edificio que destaca por su forma heptagonal y que se vincula a actividades comunes de los habitantes del oppida.

La excavación, investigación y puesta en valor reciente de este yacimiento arqueológico se debe en parte a la ampliación de la autovía, ya que se preveía que esta cruzase por el área excavada, la parte más baja del asentamiento. Por este motivo esta es la zona sobre la que hasta ahora se han llevado trabajos más exhaustivos. Esta investigación sobre el patrimonio cobra más sentido cuando se ofrece al público de la forma más didáctica posible, tarea que trata de cumplir el Centro de Interpretación del Cerro de las Cabezas, cuya forma está inspirada en el edificio singular de la acrópolis.

Crónica de Gloria Fernández García y Maria Isabel Roger Salguero, alumnas del Master Arqueología y Territorio