Web Analytics
 
Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

Blog. Inicio

Misterios de la teoría conspiratoria (III): a izquierdas y derechas
12 / 01 / 2021


Siguiendo con el fenómeno de la teoría conspiratoria (cada loco con su obsesión, sí): hay que insistir en que no es fácil explicarlo. Seguramente, quien tenga una buena teoría sobre esta propensión actual, tendrá un punto de mira muy amplio sobre lo que sucede en general. Lo que cuento no es una teoría, porque eso necesita más empeño y paciencia. Se trata de una perplejidad más y ya está. ¿Cómo es posible que la izquierda política pueda plantear hipótesis conspiranoicas?

Es comprensible que la derecha ideológica formule teorías de este tipo. Pues esta ideología, en su estado actual (el del neoliberalismo de las últimas décadas) cree, casi con un fervor religioso, en la "libertad individual". El sentido de ese espacio que llamamos "público" o "político" es (para la derecha) el de la colisión entre libertades de individuos, una colisión o competencia que pone en movimiento a la colectividad hacia un bien "maximalista" (es decir, un bien para la mayoría, un bien que, aunque tenga efectos colaterales, es el "máximamente útil para el conjunto"). Esa fe viene fraguándose desde principios del siglo XIX. En sus fases iniciales, el liberalismo ponía límites a la libertad individual: las reglas que provienen del Estado. Pero conforme avanza va renunciando a esos límites. En la situación presente, el neoliberal sueña en una sociedad de oposiciones entre libertades individuales que, mediante el "laissez faire", y sin ningún otro límite, conduce al mejor de los mundos posibles.

Esta visión presupone que el rumbo del mundo puede ser trazado a voluntad. Tal es su principio fundamental, su arjé. Y ese supuesto explica que, cuando el neoliberal se da de bruces con un límite (venga de donde venga, de un virus o de un torrencial de nieve) aplique su teoría (que es inconsciente) y deduzca que el inoportuno suceso tiene que provenir, necesariamente, de una voluntad contraria, la de un oponente que quiere limitar las libertades (es decir, el poder, el gobierno, conciliábulos rojos, etc.). Esto es, pues, coherente. Se comprende, no hay más misterio. El misterio está en cómo puede mantener el de derechas, el neoliberal radical, esa fe, que es un mito como la copa de un pino. Pero esto es otro tema.

Ahora bien, desde la izquierda no se entiende. ¿Cómo pueden sostener teorías conspiratorias aquellos que tienen una propensión de izquierdas? Es absurdo. La izquierda, por muchas variantes que tenga, parte de un fondo marxista. Y lo primero que te dice el marxismo, en cualquiera de sus figuras y transfiguraciones, es que se olvide usted de las "intenciones" si es que quiere conocer lo que sucede. Que se olvide, sí, porque las intenciones, los propósitos conscientes, los planes explícitos, son sólo "ideologías", es decir, expresiones en superficie de algo que está a la base y que no tiene un carácter intencional. Eso que está a la base es un dinamismo anónimo, ciego. Es (1) la clase social y (2) el movimiento objetivo de las fuerzas productivas.

1. La clase social. Lo que mueve a un individuo (para el marxista) no es su libertad y su intencionalidad, sino el interés de clase. Y el interés de clase no se crea a voluntad. Proviene del hecho mismo de las circunstancias productivas. Una "clase" actúa de una manera determinada en función de su posición en el proceso de producción. Y es un "modo tipológico", una "forma general" que está más allá de las intenciones concretas. Es decir, que un individuo actúa como tiene que actuar un "tipo" de ser humano, se ajusta a ese esquema paradigmático. Puede modularlo, por supuesto, pero no salirse de él.

2. Pero las clases sociales, para el marxismo, no son libres, ni siquiera como "tipos" o "formas colectivas". Porque las relaciones entre clases son lo que constituye, según ese punto de vista, las "relaciones sociales". Y las relaciones sociales no son libres, sino que están determinadas por las "fuerzas productivas".

Y así se llega a lo más hondo: fuerzas. El marxismo, el psicoanálisis y el vitalismo nietzscheano, al final del siglo XIX, coincidían en enfrentarse a la Ilustración. La Ilustración cree en la autonomía y libertad del sujeto. Y aún así, la "libertad", para el ilustrado, no es el "libre arbitrio" del neoliberal; es el ajuste de la voluntad a la Ley de la razón. Pero esto llevaría lejos. Se objetó: no; el sujeto (consciente, intencional) está movido por fuerzas pre-subjetivas.

Para Freud, esas fuerzas son las del "Ello". A ese inconsciente de fondo lo llamaba así, "Ello", precisamente para subrayar que no es intencional. No es un "Él" o "Ella" que un sujeto tiene "dentro". Es un fondo de fuerzas (pulsiones) sin rostro, anónimas (Ello dentro de mí, algo anónimo que no posee lo que Yo poseo: conciencia, libertad, intencionalidad). Nietzsche: La voluntad de poder es lo que está debajo de la conciencia (como voluntad de crecimiento, de expansión, de enriquecimiento del vivir). Y llegamos al marxismo.

Las fuerzas productivas son el "Ello" social. No tienen rostro, ni intención, ni conciencia. Son lo no-individual, lo no-sujeto, lo no-conciencia. ¿Cómo se mueven, entonces, las fuerzas productivas? Pues se mueven según su propia lógica (dialéctica, pero esto se puede dejar, que llevaría muy lejos, como se sabe). Lo importante reside en que esa lógica no es "humana" ni mucho menos. Para el marxismo, la humanidad comienza con la superación del capitalismo. Las otras etapas (esclavitud antigua, feudalismo medieval y capitalismo moderno) forman parte de la pre-historia-humana. Quiere eso decir que durante tales etapas la humanidad no es ella misma y no se mueve como se movería si tuviese ella las riendas, la libertad. Se mueve en función de la inercia y de las leyes in-humanas de las fuerzas productivas. Eso es lo que aterra al marxista en sus noches de insomnio: la inhumanidad de aquello que lo esclaviza.

Las fuerzas productivas, según el marxismo, en cualquier versión que se busque, son una instancia que se ha separado de la voluntad humana y que, por decirlo así, "va a su maldita bola". Y, de igual forma que, desde Freud, el lema era "Donde está el Ello, sea Yo", el marxismo aspira a algo así como "Donde están las fuerzas productivas sea la voluntad libre de la colectividad humana". Ahora bien, eso es un desideratum. Mientras haya "Ello", el individuo (para Freud) llegará siempre demasiado tarde. Puede luchar el Yo contra ese Ello, claro, pero redirigiéndolo, para lo cual tiene que "negociar con Ello". Y mientras haya capitalismo, para el marxista, la conciencia y la intención siempre llegará demasiado tarde, como el búho de Minerva, para Hegel extiende sus alas al anochecer.

Con las fuerzas productivas del capital, dice el marxismo, sólo se puede, por así decir, "negociar". Pero eso no implica que el que negocia (el ser humano) pueda tomar las riendas. De ningún modo. Por eso, el marxista siempre dirá que un gobierno, un grupo cualquiera de seres humanos, es incapaz (por principio) de conducir las cosas a donde le plazca. Pueden intervenir en el movimiento anónimo y ciego de las fuerzas productivas y encauzarlas, según un sesgo o contorsión, más en beneficio propio, si se cuenta con suficiente poder para lograrlo.

Una metáfora. Sean las fuerzas ciegas que dirigen al capital un vendaval potentísimo para el cual no hay ni siquiera tecnología imaginable sustitutiva. "Yo" no voy jamás a dominar ese "Ello" del vendaval y sustituirlo por mi libre voluntad. Tengo que contar con él haga lo que haga. Puedo, entonces, colocarme de tal forma que sea empujado por la fuerza del vendaval. Entonces, lo estoy aprovechando. O puedo poner un molino y moler trigo. Bacon decía que "para dominar a la naturaleza hay que someterse a ella": por mucha ciencia que el ser humano pueda desarrollar, ésta sólo podrá controlar a la naturaleza presuponiendo, paradójicamente, que es ella la que seguirá mandando de verdad. Y usted podrá jugar con el vendaval y el molino durante un tiempo, creyendo, ingenuamente, que ha dominado a la naturaleza. Si a la naturaleza, no obstante, se le pone que se vaya al cuerno, adiós molino y adiós ganas de controlar, que cae usted fulminado. Lo mismo con las fuerzas ciegas del capital.

Este es el gran drama del presente, que la colectividad humana ya no tiene las riendas de sí misma y que está entregada a fuerzas no-humanas. Pensarlo un poco pone la carne de gallina y permite ver que la realidad de lo que tenemos supera a toda ficción; nuestra realidad es lo más sobrecogedor que podamos imaginar.

Esto es un principio básico del marxismo. El marxismo es el principio básico de la izquierda política. Y lo asombroso, lo que produce una gigantesca perplejidad, es que la gente de izquierdas pueda formular una teoría conspiratoria. Ergo algo está pasando en nuestra actualidad que no sospechamos todavía.

Algo condujo, por cierto, a Orwell y a Huxley a formular distopías que presuponen lo que la izquierda no puede aceptar ni harta de vino. Porque pensar que la humanidad puede ser controlada, en su totalidad y de modo sólido y permanente (no puntual) por un conjunto de seres humanos de"arriba" es formular una distopía conspiranoica. Un marxista sólo puede tomarse esas historias de Orwell y de Huxley como un pasatiempo, no como una posibilidad real. De hecho, el stalinismo y el leninismo fueron, en la historia humana, tan fugaces como las estrellas que llevan ese nombre. El auge y la reanimación que este tipo de distopías ha adquirido en las últimas décadas no es casual, de ningún modo. Es coherente con el fenómeno creciente de la concepción conspiranoica del movimiento del mundo. Y esto es enigmático.

Este es el fenómeno que no puede ser tomado a la ligera, ofreciendo explicaciones simplistas. Está por debajo de nosotros y su mecanismo es muy, muy difícil de comprender (el que escribe no tiene ni un dos por ciento de teoría sobre el asunto, y lleva ya un tiempo obsesionado con el problema).

La teoría conspiranoica es, ella misma, una "fuerza ciega" de nuestra época, un "Ello" que escapa a nuestra intención, he aquí la paradoja. El sujeto conspiranoico no sospecha que es un títere en manos del Ello, que produce, en superficie, ideas conspiranoicas, pero que no puede conspirar, porque no tiene ni voluntad ni libertad. Si el conspiranoico pensase un poco en esto, se aterrorizaría seriamente y de verdad, hasta el punto de perder el sueño, porque, al fin, podría dirigir la sospecha hacia sí mismo, hacia su fondo, para mirar en él como se mira a un abismo y vislumbrar en lo más recóndito de éste ruedas dentadas y mecanismos de relojería que funcionan sin intervención alguna: un "nadie" en el sótano de su ingenuo "yo quiero, yo decido". Todas estas cosas podrían formar parte de la teratología presente.