Sé
lo que es, sé lo que digo, sé por qué lo
digo y preveo, normalmente, las consecuencias de aquello que
digo. Pero no lo hago por un deseo gratuito de provocar a la
gente o a las instituciones. Puede que se sientan provocadas,
pero en ese caso el problema es suyo. Mi pregunta es: por qué
tengo que callar cuando sucede algo que merecería un
comentario más o menos ácido o más o menos
violento. Si fuéramos por ahí diciendo exactamente
lo que pensamos —cuando mereciera la pena—, viviríamos
de otra manera. Existe una apatía que parece haberse
vuelto congénita y me siento obligado a decir lo que
pienso sobre aquello que me parece importante.
(José
Saramago, 2008)