Hay en la India un animal herbívoro y su complexión física es en tamaño el doble que la de un caballo. Tiene una cola espesísima y de un color absolutamente negro, y los pelos de la cola son algo más finos incluso que los del hombre, y las mujeres de la India ponen gran empeño por hacerse con ellos, y es que se hacen trenzas con ellos y se adornan muy galanamente, entrelazándolos entre su propio pelo.
            Resulta que es éste, de toda la masa de animales, el más tímido, pues, si es visto por alguien y él advierte que se le mira, huye con toda la rapidez que sus patas le permiten y el interés que pone en escapar supera a la velocidad que consigue con sus patas. Es perseguido por jinetes y perros excelentes en la carrera. Pero si comprende que va a ser capturado, esconde la cola en alguna mata y él se queda parado vuelta la cara hacia los cazadores, y los espera, y cobra cierta confianza porque cree que, como no se ve su cola, ya no parecerá digno de tan enconado empeño, pues sabe que es tan preciada joya la que constituye su hermosura. Pero la creencia que se forja al respecto le resulta vana, porque alguien lo hiere con un dardo envenenado y, después de matarlo, le cortará la cola, que es el premio de la cacería, y, una vez que ha desollado todo el cuerpo (pues también la piel es buena cosa), tira el cadáver, ya que no hay indio alguno que se vea obligado en absuluto a recurrir a la carne de tan singular animal.

Claudio Eliano, Historia de los animales, XVI, 11