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Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical
estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo
corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se
sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en
primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más
sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras
lluvisas.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado
de humedad, enchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su
actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad de sapo
aparece ante nosotros como una abrumadora cualidad de espejo.
(J.J.Arreola, Bestiario)
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