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Plinio (VIII,
30) refiere que, según Ctesias, médico griego de Artajerjer Mnemón,
«Hay entre los etíopes un animal llamado Mantícora; tiene tres filas de dientes que calzan entre sí como los de un peine, cara y orejas de hombre, ojos azules, cuerpo carmesí de león y cola que termina en aguijón, como los alacranes. Corre con suma rapidez y es muy aficionado a la carne humana; su voz es parecida a la consonancia de la flauta y de la trompeta.»
Flaubert ha mejorado esta descripción; en las últimas páginas de la Tentación de San Antonio se lee:
«El Mantícora (Gigantesco león rojo, de rostro humano, con tres filas de dientes.)
»Los tornasoles de mi pelaje escarlata se mezclan a la reverberación de las grandes arenas. Soplo por mis narieces el espanto de las soledades. Escupo la peste. Devoro los ejércitos, cuando éstos se aventuran en el desierto.
»Mis uñas están retorcidas como barrenos, mis dientes están tallados en sierra; y mi cola, que gira, está erizada de dardos que lanzo a derecha, a izquierda, para adelante, para atrás. ¡Mira, mira!
»(El Mantícora arroja las púas de la cola, que irradian como flechas en todas direcciones. Llueven gotas de sangre sobre el follaje.)»
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Claudio Eliano en su Historia de los Animales (IV; 21), le llama martichóras, palabra que derivaría del persa mardkhora, esto es matahombres:
«Hay en la India una fiera robusta de fuerza, de tamaño como el mayor león, roja de piel, tanto que parece ser del color del cinabrio, peluda como los perros: recibe el nombre de martichóras en la lengua de los indios. Posee una cara dotada de rasgos tales que parece que la tiene no de animal salvaje sino de hombre. En su maxilar superior están encajadas tres filas de dientes, y en el inferior otras tres filas, afiladísimos en la punta, más grandes que los del perro. Las orejas se parecen también ellas a las del hombre, pero son más grandes y peludas. Sus ojos son de color azul claro, y también éstos se parecen a los del hombre, pero házteme a la idea de que sus patas y garras son como de león. En la extremidad de su cola está adosado un aguijón de escorpión que puede ser de una longitud de más de un codo, y el resto de su cola se diferencia por aguijones situados a ambos lados de ella. La punta de la cola inflige una picadura mortal al que se pone a su alcance, tanto que lo mata al instante. Y si alguien lo persigue, dispara lateralmente sus aguijones como flechas, y es un animal capaz de disparar lejos. Cuando suelta los aguijones hacia adelante, encorva la cola y, si los suelta hacia atrás al estilo de los sacas [tribus nómadas del Irán], entonces la estira lo más larga posible. Y el proyectil mata a todo aquél al que alcance; el elefante es el único al que no mata. Los aguijones disparados tienen un pie de largos y el grosor de una anea. Cuenta Ctesias, y asegura que concuerdan con él los indios, que en los sitios desde donde son disparados esos aguijones brotan otros del suelo, para que este mal tenga descendencia. Y, según cuenta el mismo autor, se deleita sobre todo comiendo hombres, y, por cierto, mata montones de ellos, y no les tiende emboscadas de uno en uno sino que, llegado el caso, sería capaz de atacar a dos y hasta a tres, y los domina él solo a todos ellos. Vence en pelea a los restantes animales, pero a un león no es capaz jamás de abatirlo. Que este animal encuentra el mayor deleite atiborrándose de carne humana, lo denuncia ya de por sí su nombre, pues en lengua griega quiere decir que el animal es antropófago. Y de este hecho se deriva su nombre. Va en su naturaleza ser rapidísimo, como el ciervo. Los indios capturan las crías de estos animales cuando todavía sus colas están desprovistas de aguijones, y se las machacan con una piedra para que no puedan brotar. Emite un sonido que se acerca extraordinariamente al de una trtompeta. Cuenta Ctesias haber visto también a este animal entre los persas, adonde había sido llevado como regalo para el rey de los persas.»