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Era la hora
de la siesta y, de súbito, en medio del calor, sucedió unaexplisión universal
a la que sólo sobrevivimos el hormiguero del jardín y yo. Pasados los primeros
instantes de terror, y una vez resignado a la catástrofe, consumía el tiempo
sentado en una piedra, observando las costumbres de las hormigas con la
pena de no haber leído más atentamente a los mimecólogos de la época, cuando
aún había hombres y libros sobre la superficie de la tierra. De vez en cuando,
alargaba la mano, tomaba un puñado de insectos y
me los metía en la boca para aliviar las acometidas del hambre. La red formada
por los pequeños seres se recomponía con una rapidez prodigiosa, en un proceso
de cicatrización acelerado. Recibía todo lo que necesitaba, pues, instrucción
y alimento, de las hormigas, que me enseñaron, entre otras cosas, la
importancia de la rutina en la lucha contra el pánico. Con el tiempo, para
variar mi dieta, aprendí a introducir en el hormiguero un palo largo y
flexible, que salía lleno de larvas, que resultaron un manjar exquisito, muy
rico en propiedades energéticas. Un dá el hormiguero habló y dijo que ya era
horade devolverle lo que habíatomado de él. Entonces sentí en la espalda un
cosquilleo sobre el que me dejé caer como sobre una cama, y así, tumbado, con
las manos sobre el pecho, a la manera de un cadáver, fui arrastrado hastael
agujero. En ese momento pasó un avión por encimade la siesta, me desperté de
golpe y vi a un grupo de hormigas arrastrando a un saltamontes
moribundo. Comprendí enseguida quién era el saltamontes, y al deslizarme por
el cráter del hormiguero tuve una visión de la conciencia, que resultó ser un
lugar oscuro, húmedo, lleno galerías y de túneles. Esa noche fui devorado
minuciosamente. Lo que sobró soy you: esta cáscara llena de escrúpulos.
J.J. Millás, Cuerpo y prótesis
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