Para significar imposibilidad o incongruencia, Virgilio habló de encastar caballos con grifos. Cuatro siglos después, Servio el comentador afirmó que los grifos son animales que de medio cuerpo arriba son águilas, y de medio abajo, leones. Para dar mayor fuerza al texto, agregó que aborrecen a los caballos... Con el tiempo, la locución Jurgentur jam grypes equis (Cruzar grifos con caballos) llegó a ser proverbial; a principios del siglo XVI, Ludovico Ariosto la recordó e inventó al Hipogrifo. Águila y león conviven en el grifo de los antiguos; caballo y grifo en el Hipogrifo ariotesco, que es un monstruo o una imaginación de segundo grado. Pietro Micheli hace notar que es más armonioso que el caballo con alas.
    Su descripción puntual, escrita para un diccionario de zoología fantástica, consta en el Orlando Furioso:

«No es fingido el corcel, sino natural, porque un grifo lo engendró en una yegua. Del padre tiene la pluma y las alas, las patas delanteras, el rostro y el pico; las otras partes, de la madre y se llama Hipogrifo. Vienen (aunque, a decir verdad, son muy ratos) de los montes Rifeos, más allá de los mares glaciales.»

   La primera mención de la extraña bestia es engañosamente casual: «Cerca de Rodona vi un caballero que tenía un gran corcel alado». Otras octavas dan el estupor y el prodigio del caballo que vuela. Ésta es famosa:

Y vio al huésped y a toda la familia,
Y a otros en las ventanas y en las calles,
Que elevaban al cielo los ojos y las cejas,
Como si hubiera un eclipse o un cometa.
Vio la mujer una alta maravilla,
Que no sería fácil de creer:
Vio pasar un gran corcel alado,
Que llevaba por los aires a un caballero armado.

   Astolfo, en uno de los cantos finales, desensilla el Hipogrifo y lo suelta.

J.L. Borges, El libro de los seres imaginarios