Viene desde el fondo de las edades y es el último modelo terrestre de maquinaria pesada, envuelto en su funda de lona. Parece colosal porque está construido con puras células vivientes y dotado de inteligencia y memoria. Dentro de la acumulación material de su cuerpo, los cinco sentidos funcionan como aparatos de precisión y nada se les escapa. Aunque de pura vejez hereditaria son ahora calvos de nacimiento, la congelación siberiana nos ha devuelto algunos ejemplares lanudos. ¿Cuántos años hace que los elefantes perdieron el pelo? En vez de calcular, vámonos todos al circo y juguemos a ser los nietos del elefante, ese abuelo pueril que ahora se bambolea al compás de una polka...
    No. Mejor hablemos del marfil. Esa noble sustancia, dura y uniforme, que los paquidermos empujan secretamente con todo el peso de su cuerpo, como una material expresión de pensamiento. El marfil, que sale de la cabeza y que desarrolla en el vacío dos cuervas y despejadas estalactitas. En ellas, la paciente fantasía de los chinos ha labrado todos los sueños formales del elefante.

J.J.Arreola, Bestiario

  El historiador griego Heródoto fue el primero, cinco siglos antes de Cristo, en utilizar la palabra «elephas» (que significa "marfil") para designar al paquidermo. Más tarde, en el siglo I, Plinio dedica el comienzo del libro octavo de su Historia Natural al elefante por ser el más grande de los animales terrestres. De ellos dice Plinio (en versión del Doctor Francisco Hernández):

«El elefante es es animal más allegado a los sentidos humanos, porque entienden el lenguaje de su tierra, tienen obediencia al superior y memoria de los oficios que aprenden; deléitanse en el amor y honra y, lo que en pocos hombres se halla, son capazes de bondad, prudencia y justicia. Reconocen por deidades a las estrellas y veneran al Sol y a la Luna.
    Algunos autores escriven que descienden rebaños dellos a los bosques de Mauritania, al tiempo de la Luna nueva, a un río llamado Amilo, y que allí, purificados, se rocían con solemnidad, y haviendo ansí reverenciado este planeta, se tornan a las montañas, llevando delante de sí los más pequeños, que entienden ir cansados.
    Son los elefantes estrañamente vergonzosos y, ansí, de vergüenza, jamás se toman si no es en lugar escondido, siendo el macho de cinco años y la hembra de diez, y esto, de tres en tres años, cinco días, según se dize, cada vez, y no más; el sexto, se vañan en el río y jamás tornan al rebaño hasta haverlo hecho. No cometen adulterios ni pelean entre sí por las hembras, no porque falte en ellos fuerzas de amor, que es cierto se halla haverse enamorado uno en Egipto de cierta muger que vendía guirnaldas y otro amó a Menandro Syracusano, siendo mancebo, en el ejército del rey Ptholomeo, mostrando el deseo que tenía de él con no comer todas las vezes que no le veía. Cree el vulgo estar las hembras destos animales diez años preñadas; Aristóteles, que dos, y no parir más de una vez, y en ésta, uno solo, y que viven 200 años y, algunos, 300.»

Caza del elefante africano

   En el continente africano la caza del elefante se efectuaba normalmente con arcos y flechas. La trampa consistía en inmovilizar al animal en una zanja para poder dispararle sin fallar. Este método de caza era bastante azaroso y exigía un buen número de hombres. Los hotentotes de África del Sur y de Namibia aíslan al paquidermo de su grupo, lo acosan y le lanzan decenas de flechas envenenadas para herirlo. Una vez debilitado, utilizan la lanza para rematarlo. Los pigmeos de la selva ecuatorial utilizan una técnica similar pero basada en su mayor parte en el arte del camuflaje. Primero se embadurnan de excrementos de elefante para ocultar su propio olor y engañar a su futura víctima. Luego se deslizan por debajo del animal para destriparlo. Para los pigmeos se trata de una forma de muerte ambiciosa, ya que consiste en no dejarse aplastar, dotada de una connotación iniciática, porque los jóvenes cazadores demuestran su virilidad y todo su valor. En otras tribus de la selva, a los cazadores de elefantes les está terminantemente prohibido mantener relaciones sexuales antes de salir de expedición: los elefantes emprenderían inmediatamente la huida al olor de una hembra. En algunas tribus de Gabón, la muerte del elefante está precedida de ceremonias mágicas dirigidas por el Nganga djoko, el «maestro del rito del elefante». Para los baulé de Côte d'Ivoire, el elefante representa la longevidad, la prosperidad y la sabiduría.

El Elefante Asiático

   En Asia, la historia de los hombres y los elefantes es ejemplar. Considerado como un dios, el elefante es un animal sagrado y venerado desde hace más de 5000 años. En el nacimiento del mundo, Brahma - dios creador en la religión hindú - creó a Airavata, antepasado de los elefantes y el primero en salir de la concha fundadora del dios. Sus poderosas piernas serán los cuatro pilares que sustentarán el peso del universo. Más tarde, la montura de Indra, divinidad hindú que preside el rayo y la guerra, estará representada por un elefante.
    En la mitología hindú, la cabeza de elefante del dios Ganesh es el resultado de una espantosa tragedia. Hace mucho tiempo, la diosa Parvati, esposa de Siva, dio a luz a Skanda, su primer hijo. Fue tal su alegría, que de sus senos empezó a manar leche sagrada. Con la mezcla de ese néctar divino y la pasta de sándalo con la que se untaba el cuerpo, la diosa modeló a su segundo hijo, Ganesh, a quien confió la protección de su palacio. Lleno de celo, Ganesh impidió al mismo Siva que accediera a la morada de su esposa. Presa de una cólera terrible, Siva cortó allí mismo la cabeza del joven testarudo. Parvati, desesperada por este acto de barbarie, amenazó con destruir todo el universo. Para apaciguar el rencor de su esposa, Siva le prometió que cortaría la cabeza de la primera criatura que pasara cerca del palacio y la colocaría en el cuerpo del divino niño. Esa primera criatura fue un elefante que paseaba por el lugar y así es como Ganesh terminó con una cabeza de elefante encima de un cuerpo de niño.
    Con su vientre rechoncho y su aire bonachón, Ganesh suscita la simpatía popular. Protege el hogar y trae suerte en las empresas comerciales, por lo que se le suele ver en los comercios y encima de la puerta de las casas. Ganesh también es la divinidad de los estudios y de los intelectuales: es el símbolo del conocimiento, y los estudiantes indios lo invocan para aprobar sus exámenes. Asimismo, Ganesh representa la armonía entre el hombre y el universo en una simbiosis perfecta. Este dios sonriente siempre aparece acompañado por su montura preferida, un ratón. La fuerza del elefante queda así asociada a la habilidad del minúsculo roedor, una alianza inédita destinada a vencer todos los obstáculos de la existencia. El aniversario del nacimiento de Ganesh se celebra con una gran fiesta anual festejada por todos los hinduístas del mundo. Ganesh es un dios muy glotón, razón por la que se le presentan numerosos alimentos. Esas montañas de vituallas, que se acumulan en su honor, se transportan seguidamente hasta las orillas del océano Índico o se lanzan a las olas, para que se hundan junto a Ganesh.

   El elefante también tiene un papel fundador en el budismo indio. Sucedió que, quinientos años de la era cristiana, una hermosa noche de verano, la reina Maya, una virgen dotada de gran belleza, recibió la visita de un elefante blanco. El animal penetró en la cámara real llevando delicadamente en la trompa una flor de loto. Según otras versiones, la reina Maya soñó que el elefante blanco, que procedía de la Montaña de Oro, entraba en su cuerpo. Este animal onírico tenía seis colmillos, que corresponden a las seis dimensiones del espacio indostánico: arriba, abajo, atrás, adelante, izquierda y derecha. Los astrólogos del rey predijeron que Maya daría a luz un niño, que sería emperador de la tierra o redentor del género humano. Aconteció, como se sabe, lo último. Nueve meses después de ese sueño, la casta reina dio a luz a Buda en los apacibles jardines de su palacio. Desde entonces, en el sureste de Asia se venera al elefante blanco. El color blanco significa humildad y el número seis es sagrado.

    El elefante blanco es en realidad de un color gris claro y goza de un verdadero culto en Laos, antaño llamada «reino del millón de elefantes», en Myanmar (antigua Birmania) y en Tailandia. Los budistas de estos países consideran a los elefantes albinos, especies rarísimas que padecen una despigmentación generalizada, reencarnaciones de Buda. Por esta razón se les prodiga todo tipo de honores y tienen derecho a recibir la mayor atención por parte de los hombres. En Myanmar, el elefante blanco recibe los mejores alimentos, servidos en bandejas de oro y plata. Algunas mujeres han tenido el inmenso honor de amamantar a un elefantillo blanco. Según la leyenda, un elefante blanco que transportaba una reliquia de Buda (un diente) escogió el lugar en el que los hombres edificarían la gran pagoda Shwedagon, en Rangún, la capital de Birmania. En Tailandia, el elefante blanco fue durante mucho tiempo el símbolo que figuraba en la bandera nacional. En la actualidad todavía hay muchos tailandeses que comparan el contorno de su país con la cabeza de un elefante. Considerado como el animal sagrado por excelencia, el elefante blanco es propiedad del rey y representa la felicidad y la prosperidad del país. Así, una de las distinciones más importantes de Tailandia es la «Orden del Elefante Blanco».

Elefantes vs. Dragones

   Cuenta Plino en su Historia Natural (VIII, xi) que en la India los elefantes pelean con los dragones «con perpetua discordia, de tanta grandeza, que los abrazan con sus roscas, y aprientan con atadura ñudosa. Mueren ambos en la pelea, porque el elefante, vencido, cae, y al caer mata con su peso al dragón que tiene ceñido por el cuerpo. Dio Naturaleza a cada cual de los animales admirable industria para su conservación, como a estos dragones de subir en tanta altura de árboles. Miran pues el dragón por donde va el elefante a sus pastos, y arrójase desde un árbol alto a él. Entiende el elefante que no podrá valerse contra sus ataduras y ansí busca árboles o peñascos, donde estregándose le mate. Guárdanse los dragones desto y por tanto les atajan los pasos con la cola. Desatan los elefantes con la trompa su ñudo, mas ellos les meten la cabeza en las narices e impidiéndoles el haliento les roen aquellas partes ternísimas. Cuéntase, entre ellos, otra manera de contienda y es que, como los elefantes tengan la sangre frigidísima, los buscan los dragones, mayormente en tiempo de estío y, ansí, zambullidos en los ríos, están en celada, y arrebueltos al cuerpo, sin atarles la trompa, les muerden los oídos, porque esta sola parte no alcanzan a defender con ella, y dízese ser los dragones tan grandes que les cabe toda la sangre, por lo cual, los elefantes bevidos y chupados, caen, y los dragones beodos y oprimidos de los elefantes también mueren. ¿Qué otra causa puede nadie dar destas discordias, sino que Naturaleza gusta destos juegos entre dos animales de igual fortaleza?»