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Tiempo acumulado. Un montículo de polvo
impalpable y milenario; un reloj de arena, una morrena viviente: esto es el
bisonte en nuestros días.
Antes de ponerse en fuga y dejarnos
el campo, los animales embistieron por última vez, desplegando la manada de
bisontes como un ariete horizontal pues evolucionaron en masas compactas,
parecían modificaciones de la corteza terrestre con ese aire individual de
pequeñas montañas; o una tempestad al ras del suelo por su aspecto de
nubarrones.
Sin dejarse arrebatar por esa ola de cuernos, de
pezuñas y del belfos, el hombre emboscado arrojó flecha tras flecha y cayeron
uno por uno los bisontes. Un día se vieron pocos y se refugiaron en el último
redil cuaternario.
Con ellos se firmó el pacto de paz que
fundó nuestro imperio. Los recios toros vencidos nos entregaron el orden de los
bovinos con todas sus reservas de carne y leche. Y nosotros les pusimos el yugo
además.
De esta victoria a todos nos ha quedado un galardón:
el último residuo de nuestra fuerza corporal, es lo que tenemos de bisonte
asimilado.
Por eso, en señal de respetuoso homenaje, el
primitivo que somos todos hizo con la imagen del bisonte su mejor dibujo de
Altamira.
J.J. Arreola, Bestiario
El Bisonte
Montañoso, abrumado, indescifrable,
rojo como la brasa que se apaga,
anda fornido y lento por la vaga
soledad de su páramo incansable.
El armado testuz levanta. En este
antiguo toro de durmiente ira,
veo a los hombres rojos del Oeste
y a los perdidos hombres de Altamira.
Luego pienso que ignora el tiempo humano,
cuyo espejo espectral es la memoria.
El tiempo no lo toca ni la historia
de su decurso, tan variable y vano.
Intemporal, innumerable, cero,
es el postrer bisonte y el primero.J.L. Borges, «La rosa profunda»
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