Proyecto La filosofía como
terapia social
MATERIALES
DE INICIO
1.
Investigaciones recientes relacionadas con el propósito
del proyecto
En época reciente, se vienen diagnosticando fenómenos
patológicos que germinan en los modos de vida y visiones
de la realidad. La perspectiva proyectada en ellos involucra
puntos de vista filosóficos que incluyen lineamientos
de la sociología crítica, la psicopatología
o la antropología. La descripción siguiente
es orientativa y no exhaustiva.
A) Algunos subrayan el nexo entre nuevas patologías
y la crítica del poder o las nuevas formas de dominio
del capital. De forma explícita (Rendueles Olmedo,
1993 y 2005) se describe la falta en nuestra cultura de un
éthos capaz de crear una integración colectiva
y de generar redes de escucha, de forma que ese vacío
ha sido suplantado por un individualismo ególatra y
por una derivación a los ámbitos íntimos
de la psicopatología individual de aquel malestar que
proviene de problemas institucionales. En una línea
parecida, los análisis psicopatológicos son
conducidos al estudio de «enfermedades» insertas
en espacios sociales: los nuevos rostros del trabajo, de la
acción creativa, de la violencia, etc. (Alonso Fernández,
1973, 1981). Se denuncia el nuevo espíritu del capital,
creador de ficciones de autonomía que nos convierten,
manipulando los afectos, en «operadores» activos,
«catalizadores» o «inspiradores» (Boltanski/
Chiapello, 2002). Entre la filosofía y la sociología,
se renueva la tradición marxista preguntando, al mismo
tiempo, por el lugar de la perspectiva psicopatológica
en el análisis de fenómenos como la relación
entre ley y deseo o la historia de las heridas narcisistas
(iek, 2006). O bien se analizan formas de malestar
social que provienen de un bloqueo en procesos de subjetivización
que impliquen al hombre en la política (López
Petit/otros, 2008). Algunos de estos análisis han dado
lugar a programas teórico–prácticos de
carácter «terapéutico» en los que
la promoción del «valor espíritu»
frente al «populismo industrial», desindividuante
o proletarizador, adquiere su apoyo en la dualidad potencialmente
terapéutica que se encierra en los dispositivos técnicos,
entendidos como los nuevos pharmaka del capitalismo hiperindustrializado
(Stiegler, 2006, 2008).
B) Otros estudios se centran en fenómenos de desarraigo.
Manteniendo vínculos aún con la Teoría
Crítica frankfurtiana, P. Sloterdijk realiza un análisis
del espíritu falto o apartado del mundo (Sloterdijk,
2001). Su crítica está salpicada de una intención
terapéutica, de una «psicosomática»,
de una «psicopolítica» (Sloterdijk, 1989,
I, 171 ss; 191 ss.), que estudia procesos de una actitud objetivante
ante el mundo y plantea como urgente un redescubrimiento de
la buena proximidad con lo terrenal y corporal de las formas
de vida (Sloterdijk, 2006). Este desarraigo influye tanto
en la experiencia del tiempo como del espacio. Deleuze y Guattari
(1993) se refieren a ideas y emociones fugaces que «desaparecen
apenas esbozadas (...), velocidades infinitas que se confunden
con la inmovilidad de la nada incolora y silenciosa»
(p. 202). Desde una perspectiva fenomenológica, heredera
de M. Merleau Ponty, Waldenfels relaciona una ontología
del desfallecimiento del poder para organizar espacialmente
la experiencia con un estudio de procesos psicológicos
en una sociedad tecnificada (Waldenfels, 2002).
C) En relación con el desarraigo, surgen formas de
sustitución de la realidad por la representación
ficcional, una tesis que fue mantenida ejemplarmente por G.
Debord en La sociedad del espectáculo. En una dirección
semejante se describe hoy una supresión de lo real
a favor de la simulación, los simulacros, la seducción,
en virtud de lo cual lo real se convierte en un desierto,
como si sufriese una enfermedad incurable (Baudrillard, 1978
y 2006). Zygmunt Bauman (2001) reinterpreta el malestar de
la cultura en la clave de la inestabilidad y ausencia de referentes
seguros (ruptura con lo que Guiddens, 1990, p. 82, llamó
«seguridad ontológica»), que provocan psicopatologías
de la vida cotidiana y que afectan a fenómenos tales
como la fluidez insípida de la identidad, la construcción
hostil del extraño, los imaginarios de la nuevas religiosidades,
convulsiones generadoras de «una fantasía»
que «al igual que una enfermedad psicosomática,
hace todo lo posible por borrar los indicios» (Bauman,
2001, 158).
D) La creación de procesos de ficcionalización
y desintegración del éthos son conectados con
la sociedad de la información. Se trata de novedosos
procesos colectivos de esquizofrenia, provocados por una sobrecarga
de impulsos significantes que diluye el límite entre
lo literal y lo metafórico (Bateson, 1985) o de un
dispositivo de «semiocapital», una sobrecarga
de flujos semióticos hasta alcanzar el rumor blanco
de lo indistinguible, lo irrelevante y lo indescifrable y
una hiperestimulación de la atención que reduce
la capacidad para la elaboración emocional con el otro
(Bifo, 2004).
E) Este desfallecimiento del éthos conduce a experiencia
de vacío. Ese factor en el nuevo malestar en la cultura
permite a Bodei (Bodei, 2004) reivindicar una filiación
entre filosofía y terapia, señalando la muerte
actual de modelos o arquetipos ejemplares de autoridad, lo
que conduce a narcisismo y a una necesidad oculta de autoritarismo,
o la muerte de los rituales y su poder catártico, por
lo que las emociones se gestionen privadamente. Se alude también
a un exceso y disturbio del goce para ocultar la vacuidad
(Cosenza/otros, 2006) o a la relación entre malestar
de la cultura y las garantías del estado de Bienestar
(Pardo, 2007). Se exige la necesidad de una clínica
del vacío ante las nuevas formas de dependencia (Recalcati,
2003), de la oquedad metamorfoseada en tedio (Svenden, 2006),
de nuevas enfermedades del alma, difusas, que crean angustia
vital (Kristeva, 1995), de huidas hacia adelante que imponen
el deber de la felicidad a cualquier precio (Bruckner, 1995).
No extraña que surjan a menudo propósitos filosófico-terapéuticos
de perfil difuso, como la Logoterapia (Frankl, 2003), la terapia
narrativa (Payne, 2002) e incluso en una dirección
no exenta de misticismo, como la Psicomagia (Jodorowsky, 2004).
La experiencia de vacío es asimismo clave en la problematización
de la comunidad política que llevan a cabo autores
como J.-L. Nancy, G. Agamben y R. Esposito.
2. Antecedentes y referentes clave en nuestro
proyecto
2.1. Por supuesto, constituyen un antecedente clave los estudios
de Freud dedicados a la genealogía de la cultura y
de su malestar, tales como «El porvenir de una ilusión»,
«Psicología de las masas» y sobre todo
«El malestar en la cultura». Habría que
considerar también la obra de su discípulo heterodoxo
C.G. Jung, que enfocó el psicoanálisis al ámbito
de los arquetipos y del inconsciente colectivo (Jung, 2002),
así como la importante escuela lacaniana y sus diversas
conexiones.
2.2. Referente importante es el análisis del nihilismo
y su presencia latente en nuestra época. Esta temática
ha ocupado dos proyectos de investigación a los que
los miembros de este equipo han pertenecido. Determinando
la actualidad, el nihilismo, en su sentido negativo, es el
acontecimiento en virtud del cual la existencia occidental
se ha separado de su arraigo en la vida (Nietzsche) o del
ser (Heidegger), que sume al hombre en el vacío y convierte
a lo real en una nada nula e improductiva. Pues bien, entre
el curso de nihilización de la cultura y la emergencia
de «patologías» existe un lazo estrecho.
Nietzsche no tuvo escrúpulos en llamarse a sí
mismo «psicólogo» y en dirigir su afilada
genealogía a la captura de la diferencia entre los
casos de salud y los de enfermedad, diagnosticando una gran
variedad de síntomas mórbidos del nihilismo
que hacen descender el poder del espíritu en formas
de resentimiento, de anestesia y de diversos disfraces de
la huida del mundo (p. ej. «El nihilismo europeo»,
en 2006, vol. IV). Se lo ha llamado «médico de
la civilización» (Deleuze, G./Guattari, F, 1993,
p. 114) y se ha enaltecido su obra, junto a la de Freud y
la de Marx, como un magnífico arte de terapéutica
y de curación que en el siglo XIX reemplaza a las técnicas
de salvación (Foucault, 1970, 55 ss.). Este nexo nietzscheano
entre filosofía y terapéutica está orientado
a la crítica de complejos patológicos de la
civilización y, como expresamente señala, a
aquellos que conforman la cultura o el éthos de una
comunidad (Nietzsche, 2000, pp. 31 ss). Por su parte, Heidegger,
si bien no considera al nihilismo directamente como una enfermedad
—posición que le expresaba E. Jünger—
no duda, en cierta sintonía con éste, en calificarlo
de «agente patógeno» que, como el cáncer,
se expresa en síntomas enfermizos (Heidegger, 2000,
315 s.), entre los que cabe destacar ese movimiento sin cese
pero varado en la inmovilidad al que llamaba «organización
de la carencia» (Heidegger, 2001, p. 70) o la conversión
del mundo en imagen (Heidegger, 1998, pp. 63 ss).
2.3. El análisis existencial o antropología
fenomenológica. Se trata de una escuela que se desarrolla
sobre todo en los años cincuenta y sesenta del pasado
siglo, sobre la base de la filosofía heideggeriana
y, en parte merleau-pontyniana. A ella pertenecían
autores como L. Binswanger, E. Minkowski o M. Boss y sus estudios
encuentran hoy continuidad en pensadores como W. Blankenburg.
Lo decisivo en el estudio psicopatológico reside aquí
en la comprensión del modo en que ciertos pacientes
han hecho epojé del poder para vivenciar-y-comportarse
en cuanto tal. Siempre se trata de problemas que interrumpen
el flujo del poder ser afectado, de un modo tal que el hombre
queda a la deriva, como un «ser-sin-mundo» (May,
1967; Binswanger, 1962; Minkowski, 1973; Blankenburg, 1971).
La línea posee una gran influencia hoy en el mundo
latinoamericano y fue impulsada también en nuestro
país (Martín Santos, 2004). La tendencia a conducir
este tipo de análisis al campo social entero se intensifica
hoy con la reivindicación de K. Jaspers, que introdujo
la necesidad de reunir la reflexión filosófica
y la psicopatología, referida esta última a
fenómenos englobantes de la praxis en el mundo de la
vida o en la existencia colectiva, es decir, a «visiones
del mundo» (Jaspers, 1993. V. Lamas, 1991).
2.4. Aunque se trata de filósofos muy próximos
en el tiempo, cabe mencionar aquí a pensadores del
así denominado «pensamiento francés de
la diferencia», por su carácter paradigmático
en los estudios más actuales. M. Foucault es central,
no sólo en la medida en que acogió la escuela
del análisis existencial en sus inicios (Foucault,
1979), o porque lograse vincular magistralmente la historia
de la locura o de las patologías con el reverso segregador
de la razón occidental (Foucault, 1967), sino porque
en su obra más madura rebasó el modelo freudiano
del malestar en la cultura —que vinculaba tal malestar
sobre todo a mecanismos de represión— analizando
dispositivos de saber-poder que expanden el dominio o la segregación
de lo considerado «anormal» de forma positiva,
elaborando conductas a través de toda una biopolítica
(por ej. Foucault, 1977, 1986). Al mismo tiempo, G. Deleuze
no sólo ha contribuido, junto a Guattari, a elaborar
lazos entre el capitalismo y procesos englobantes de esquizofrenia,
dando lugar al hoy influyente modelo del esquizoanálisis
(Deleuze/Guattari, 1995), sino que, a nuestro juicio, ha generado
una sugerente forma de enjuiciar los procesos de patología
socio-cultural en virtud de la cual éstos pueden ser
entendidos como formas de desasimiento respecto a la problematicidad
de la exterioridad real, fenómeno que hace florecer
la «banalidad» o «necedad» (Deleuze/Guattari,
1993; 148 ss; Deleuze, 1994, 146-156 o 2002, 249-258). Es
muy influyente hoy la línea deconstructiva de Derrida,
quien ha llegado a reprochar a la revolución psicoanalítica
que no haya penetrado en los problemas actuales de lo ético,
lo jurídico y lo político (Derrida, 2001).
2.5. Otro antecedente importante es el representado por la
línea de la Escuela de Frankfurt, cuyo pensamiento
entronca con la tradición marxiana, abordando la enajenación
desde la crítica también como patología
social. El concepto clave de «falsa conciencia»
conecta dicho análisis con la crítica de las
ideologías (Horkheimer, Adorno, Benjamin). Esta escuela
llegó a una fusión de dicho proyecto con una
perspectiva freudo-marxista (Fromm, Marcuse) que resulta crucial.
2.6. Finalmente, es enorme la importancia que posee la tradición
clásica greco-romana en nuestro contexto de problemas.
Toda la filosofía de Platón puede considerarse
como la construcción de una gran terapéutica
(Cushman ,1958) pensada para liberar al hombre de los muchos
problemas que ensombrecen su existencia. En realidad, fue
el propio Sócrates el que concibió la filosofía
como therapeía o epimeleía, es decir, como una
cura o cuidado del alma, consagrada al Dios Apolo. Sócrates
dice en el Cármides (156d-157a) que los males del cuerpo
no pueden ser tratados sin antes haber curado las dolencias
del alma. Pero «los ensalmos» con los que se cura
el alma son «los bellos discursos» que quieren
convertir la reflexión filosófica y la razón
en el centro de la vida humana. De manera que, como ha señalado
Laín (2005), el tema del ensalmo terapéutico
recorre toda la obra platónica, desde los diálogos
iniciales hasta las Leyes. Este tema, ligado esencialmente
a la curación por la palabra, experimenta una evolución
a través de los diálogos, desde su concepción
como discurso racional vinculado a la dialéctica filosófica
hasta su construcción como instrumento político,
pensado para establecer mediaciones con diversos factores
irracionales en la pólis (véanse aportaciones
de Álvaro Vallejo, en materiales de miembros del equipo).
La terapéutica socrática tiene antecedentes
en el mundo de los sofistas. A Antifonte de Ramnunte (87DKA6)
se le atribuye haber compuesto una obra o un método
consistente en un «Arte para evitar la aflicción»
(Vallejo, 2007, "Los Sofistas"). Pero la concepción
más sistemática de la filosofía como
terapéutica y del gobernante como un experto en el
arte de la curación de los males que afectan al alma
se halla en Platón, que la lleva desde el ámbito
individual donde había sido ejercida por Sócrates
hasta la reflexión sobre el destino de la pólis.
En el Gorgias el filósofo es la alternativa crítica
que Platón ofrece al político realista, responsable
de haber provocado una enfermedad en la ciudad que la ha dejado
"hinchada y emponzoñada" (Gorgias 518e4-519a1).
Pero en la República, donde Platón desarrolla
en todas sus implicaciones la concepción de la filosofía
como una terapéutica destinada a operar en el ámbito
comunitario, no debemos olvidar que la ciudad ideal se construye
sobre la base de que estamos no ante un estado sano, sino
"afiebrado" (372e7-8). De manera que toda la reflexión
psicológica, ética, política y filosófica
subsiguiente se deja vincular sin solución de continuidad
a esta idea de una ciudad enferma, que exige una terapéutica
y una consciencia clara de las enfermedades que la aquejan.
El tratamiento que ha de darse a las emociones y a las pasiones
tiene un desarrollo teórico más detallado en
Aristóteles, donde lo encontramos tanto en la teoría
de la persuasión ubicada en los dominios de su Retórica
como en las reflexiones éticas, donde vienen a configurar
un aspecto muy importante del êthos. La «persuasión
terapéutica» de las emociones (Nussbaum 2003),
nos permitirá establecer conexiones, en consecuencia,
con la filosofía práctica del Estagirita, que
ha tenido una extraordinaria recepción a lo largo del
siglo veinte, y está presente en la hermenéutica
(Gadamer, 2001). Sin embargo, si el tema de la salvación
por el conocimiento es una cuestión central en la filosofía
clásica desde el Protágoras (356d), en la filosofía
helenística se convierte en el horizonte que lo domina
todo. La superioridad de la ética sobre la ontología,
característica del pensamiento en esta época,
va unida a una concepción de la filosofía como
«terapia de los sufrimientos humanos», tal y como
la define Epicuro. Su «tetrafármaco» demuestra
hasta qué punto disciplinas de la tradición
filosófica, como la teología, la física
o la canónica, cuyo estudio es necesario para la consecución
del placer y el alejamiento de las preocupaciones humanas,
se han convertido para el epicureísmo en particular
y la filosofía helenística en general en una
parte integral de un proyecto filosófico concebido
como terapéutica. De manera que el proyecto que presentamos
tiene una honda raigambre en la tradición filosófica
clásica.
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