Incitando al estudio...

Patologías de la hiperexpresión, hiperrealidad y estetización del mundo

—› ¿Cómo se expande hoy el poder? Tal vez haya abandonado el recurso a la represión, el castigo de un Super-Yo social (pensado en términos freudianos) en favor de la promoción de conductas, es decir, de lo que llamó Foucault "biopolítica".

Hay una forma de poder que, según Foucault, predomina desde el siglo XIX y se intensifica en el XX, al que llama pastoral y que está ejercido por procesos de biopolítica. Se trata de nuevos modos anónimos de dirección que, frente a la hipótesis represiva freudiana, no actúan reprimiendo tendencias o deseos, sino promocionándolos y modelándolos mediante un auténtico gobierno sobre los cuerpos. El poder se expande así sin el rostro represor que antaño lo delataba, sirviéndose ahora de la gestación de hábitos y conductas que ya han sido purgados de su potencial crítico. No hay que concebir estos procesos al modo de una herramienta a manos de determinados colectivos de poder, como interpretaría una teoría conspiratoria, sino como fuerzas ciegas imperantes en toda la retícula de relaciones sociopolíticas y culturales.

Foucault, M., La voluntad de saber, Madrid-México, Siglo XXI, 1977 (ed. orig.: 1976), cap. V y Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1991.

—› Entre los procesos de biopolítica se habla hoy de aquellos que emergen en el nuevo capitalismo, procesos que generan patologías de hiperexpresión

Como sostiene Franco Berardi, en el capitalismo actual reticular, al que llama semiocapitalismo, la sobreproducción se ha investido de hiperproducción semiótica, pues genera un exceso infinito de signos —reclamos, mensajes, informaciones sobre posibilidades, etc.— que circulan en la infosfera y que saturan la atención individual y colectiva. La sobre-excitación a la que la comunidad está sometida sin cese provoca nuevas formas de enfermedad, patologías de la hiperexpresión, que sustituyen a las de represión. La dificultad para elaborar el gigantesco input de estímulo conduce a procesos de sobreinclusión conducentes a la dispersión. Ante la excesiva demanda del flujo semiótico y la imposibilidad de interpretar tantos signos, y tan veloces en sus cambios, tratamos entonces de capturar el sentido por medio de un proceso de sobreinclusión, extendiendo los límites del significado y propagando una disgregación en el núcleo mismo de las identidades, asfixiadas ahora en una trepidante agitación. El semiocapitalismo se convierte, así, en una fábrica de la infelicidad

- Berardi, F. [Bifo], “Patologías de la hiperexpresión”, Archipiélago, nº 76 (2007), pp. 55-63.
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Berardi, Franco [Bifo], La fábrica de infelicidad, Madrid, Traficantes de sueños, 2003

—› ¿Hasta dónde y de qué variadas formas se habrá expandido este fenómeno en la actualidad? Un ejemplo lo podemos encontrar en esa hiperexpresión de lo bello capaz de conducirnos a una banal estetización del mundo

En las últimas décadas hemos asistido a un fenómeno sugerente y provocador: la temática de los diferentes fines (en el sentido de finalización u ocaso) en distintos ámbitos, como el fin de la historia (Francis Fukuyama), el fin del arte (Danto, Kuspit, Gadamer, Vattimo), el fin de la filosofía (Joseph Kosuth), etc, etc. Sin embargo, nada de esto es nuevo; en realidad ya fue pronosticado en su momento por Hegel, aunque nada parecía haber terminado en aquella época: la historia continuó, se siguieron haciendo obras de arte y también filosofía. La cuestión radicaba no tanto en la muerte o el fin de estos ámbitos, sino un cambio en el curso de los mismos.
Entre aquellos que han reflexionado en torno al fin del arte se encuentra Gianni Vattimo, quien reconoce la deuda con Hegel respecto a la temática de la “muerte del arte”. Para el filósofo italiano “la muerte del arte es algo que nos atañe y que no podemos dejar de tener en cuenta. Ante todo, como profecía y utopía de una sociedad en la que el arte ya no existe como fenómeno específico, en la que el arte está suprimido y hegelianamente superado en una estetización general de la existencia”. “La práctica de las artes, continúa Vattimo, comenzando desde las vanguardias históricas de principios del siglo XX, muestra un fenómeno general de ‘explosión’ de la estética fuera de los límites institucionales que le había fijado la tradición”. En esta misma dirección crítica se expresa Yves Michaud cuando escribe en El arte en estado gaseoso: “Este mundo es exageradamente bello. Bellos son los productos empacados, la ropa de marca con sus logotipos estilizados, los cuerpos reconstruidos, remodelados o rejuvenecidos por la cirugía plástica, los rostros maquillados, tratados o lifteados, los piercings y los tatuajes personalizados, el ambiente protegido y conservado, el marco de vida adornado por las invenciones del diseño, los equipos militares con su aspecto cubo-futurista, los uniformes rediseñados tipo constructivista o ninja, la comida mix en platos decorados con salpicaduras artísticas a no ser que de manera más modesta sea empaquetada en bolsas multicolores en los supermercados, como las paletas Chupa-Chup. Hasta los cadáveres son bellos cuidadosamente envueltos en sus fundas de plástico y alineados al pie de las ambulancias. Si algo no es bello, tiene que serlo. La belleza reina. De todas maneras, se volvió un imperativo: ¡que seas bello! o, por lo menos, ¡ahórranos tu fealdad!”. ¿No será tanta hiperexpresividad estetizada ligada a la mercancía síntoma de algo?
El filósofo francés Jean Baudrilard se expresa siguiendo esta misma línea de Vattimo y Michaud. Para Baudrillard “hoy el arte está realizado en todas partes. Está en los museos, está en las galerías, pero también en la banalidad de los objetos cotidianos; está en las paredes, está en la calle, como es bien sabido; está en la banalidad hoy sacralizada y estetizada de todas las cosas, aun los detritos, desde luego, sobre todo los detritos”, y sentencia: “La estetización del mundo es total (…) Nuestra cultura dominante es eso: la inmensa empresa del almacenamiento estético que muy pronto se verá multiplicado por los medios técnicos de la información actual con la simulación y la reproducción estética de todas las formas que nos rodean y que muy pronto pasarán a ser realidad virtual”. Una realidad virtual que, en gran medida, no es sino creación de realidad o hiperrealidad.
Nos encontramos pues con dos vertientes del problema: la estetización del mundo y, peor aún, de la mercancía y de esa hiper abundancia de realidad estetizada, de hiperexpresión y, por otro lado la pérdida de la ilusión, la desilusión estética, ambos factores relacionados. Creación de realidad o hiperrealidad y desilusión frustrante. “Hoy no es sino una manipulación de lo real, en fin, de los vestigios de lo real”. La manipulación de lo real da lugar asimismo a la creación de realidad, a la hiperrealidad. Demasiada realidad, demasiada expresión, demasiado sentido, estetización total por un lado, frustrante desilusión estética por el otro.
Esta realidad construida constituye la hiperrealidad. Pero nada de esto es aséptico, pues la desilusión puede traer consigo una fuerte carga de frustración, mientras que la creación de una realidad inventada a través de esa hiperrealidad es, en cierto modo, la operación que realiza el psicótico. De la represión del pasado a la hiperexpresión del presente. De la neurosis unida a la represión a la psicosis unida a la hiperexpresión.
Según Franco Berardi “la intuición de Baudrillard ha resultado ser importante a la larga. La patología que predominará en los tiempos que vienen no nacerá de la represión sino de la pulsión de expresar, de la obligación expresiva generalizada. Lo que parece que se extiende en la primera generación videoelectrónica son patologías de la hiperexpresión, no patologías de la represión”. ¿Y cuáles son estas patologías contemporáneas?: los transtornos de déficit de atención, la dislexia, el pánico. Son patologías, sostiene Berardi, “que hacen pensar en otro modo de elaboración del input informativo”.
Se da por sentado, por tanto, que de la represión del pasado pasamos a un estado de cosas donde no hay ocultación sino exceso, exceso de visibilidad, hiperexpresión, hiperrealidad, explosión de la infoesfera, sobrecarga de estímulos nerviosos, detonantes todos ellos de los estados psicóticos. Pero esta reacción ante la represión que constituye la hiperexpresividad termina resultando también patológica al no constituirse la represión en un detonante constructivo, acaso sublimado o canalizado de manera edificante. No estamos más que ante una reacción contra la represión, tan patológica o peor que aquélla, lo cual generaría un estado de cosas ante el cual una nueva formulación de la represión cerraría un bucle patológico del cual es preciso salir. Podría pensarse, en este sentido, con objeto de romper ese bucle que determinadas patologías sin una base biológica (déficit de neurotransmisores, por ejemplo) podrían ser abordadas bajo un paradigma terapéutico de tipo ontológico.

Baudrillard, Jean, La ilusión y la desilusión estéticas. Caracas: Monte Ávila, 1997.
Baudrillard, Jean, La guerra del Golfo no ha tenido lugar. Barcelona: Anagrama, 1991.
Berardi, Franco, “Patologías de la hiperexpresión”. Archipiélago, Nº. 76, 2007.
Danto, Arthur C., “Tres décadas después del fin del arte”, en Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Madrid: Paidos, 2010.
Danto, Arthur C., “Fin del arte”. El Paseante, 1995, núm. 22-23.
Gadamer, H.G., “¿El fin del arte? Desde la teoría de Hegel sobre el carácter pasado del arte hasta el antiarte de la actualidad” (1989), en La herencia de Europa. Barcelona: Península, 1990 (pp. 65-83).
Hegel, G.W.F., Introducción a la estética (1835). Barcelona: Península-NeXos, 1985.
Kuspit, Donald, El fin del arte (2004). Madrid: Akal, 2006.
Michaud, Yves, El arte en estado gaseoso. México DF: FCE, 2007. 55-63.
Reinhardt, Ad, Art-as-art: the selected writings of Ad Reinhardt. Berkeley: University of California Press, 1975.
Vattimo, Gianni, “Muerte o crepúsculo del arte” (1985), en El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Barcelona: Gedisa, 2007.