NIHILISMO
Las
geniales anticipaciones realizadas al final del siglo XIX
por F. Nietzsche sobre el rumbo de Occidente partían
de la idea de que la vida del ser humano no se limita a
la búsqueda de supervivencia, sino que es impulso
al crecimiento, a la autosuperación (vida como "voluntad
de poder", donde "poder" no significa "dominio"
sino fuerza y riqueza de espíritu). Esa riqueza vital
a la que aspira la vida ha sido, según el filósofo,
cercenada e incluso arrasada por la decadencia. Ésta
tiene ya un largo pasado, pero culminaría -pensaba-
en nuestro mundo contemporáneo. Cuando vaticinaba
que "el desierto crece" se refería a la
pérdida de valor de la vida como intensificación
o autosuperación. ¿Por qué tiene lugar
esta pérdida? Porque el hombre tomaría conciencia
de que él es hacedor de sí mismo, de que él
es su propia obra en la lucha por el crecimiento, por la
autosuperación enriquecedora, y de que en esta aventura
ha de valerse de su propio valor y coraje. Ello significa
que no puede basar su impulso vital en las normas o imperativos
de un fundamento previo, de un mundo de valores preexistente
capaz de guiarlo de antemano (esto es lo que significa propiamente
la frase "Dios ha muerto", tantas veces malentendida
o minimizada). Se refiere, esencialmente, a esta conciencia
de la responsabilidad que el hombre tiene ante sí,
pues ya no puede fundar su auto-realización en principios
que están dados en un "mundo ideal" eterno
e inmutable. Labrando su enriquecimiento vital ha de crear
un destino propio. Ahora bien, este reto implica afirmar
la vida, con todos sus inconvenientes. La vida es finita
y exige adoptar perspectivas concretas, limitadas; es devenir
en el que lo "por hacer" carece de seguridad absoluta;
es también enfrentamiento con el dolor y el sufrimniento.
Todas estas condiciones de la vida producen temor, miedo
profundo. Pues bien, en tal situación, el "hombre
fuerte" es el que es capaz de asumir con jovialidad
los impedimentos de la vida, "bailar sobre las ciénagas
como si fuesen prados" y afirmar este mundo, esta vida
concreta a sabiendas de que carece de dirección determinada.
Pero, contrariamente a esto, el hombre puede caer en la
"debilidad" o en la "decadencia". En
este caso huye, horrorizado ante la falta de fundamento
seguro de la vida, amparándose en la creación
de nuevos dioses, es decir, sometiéndose a nuevas
formas del "mundo trascendente y eterno", formas
transfiguradas de diversos modos (en un lenguaje actual
podríamos decir, por ejemplo: prestigio egocéntrico
y reconocimiento externo, poder económico o político,
etc.). La huída respecto a esa responsabilidad de
intensificar la vida es una negación de la vida
que la deja vacía: la vida, en ese movimiento
de escapatoria, "no vale nada", es tácitamente
convertida en una nada vacía de la que es
preciso sustraerse. Es lógico que la debilidad conduzca
no sólo a crear nuevos dioses en los que descargar
la responsabilidad de hacerse creando valores, sino que
también necesite de "calmantes" y de "bálsamos"
para ocultarse a sí mismo la negación vital
en la que se está disuelto. Es este hombre de la
debilidad el que, según Nietzsche, dominaría
nuestra época. Pocos filósofos -incluso sus
detractores- dudan de que esta "muerte anunciada"
se ha cumplido y de que el hombre, hoy, ya no afirma la
vida, insertándose en ella para intensificarla (por
mucho que el hedonismo visible en nuestras sociedades haga
pensar lo opuesto), sino que se hurta al crecimiento vital,
entregándose a ídolos inventados y rodeándose
de remedios para sofocar la experiencia de vacío.
Tal huida de la vida creciente, que hace saltar la experiencia
de vacío, es el nihilismo "negativo o reactivo"
que subyace, como una oscura visión del mundo, a
la colectividad occidental, en un sentido nietzscheano.
Por
su parte, Heidegger ha ofrecido su propia concepción
del nihilismo, en continuación y en pugna con Nietzsche.
Para nuestro propósito evitaremos entrar aquí
en detalles sobre esta polémica y nos centraremos
en lo esencial de la doctrina heideggeriana. Estas son las
claves más básicas. El ser humano es un "ser-en-el-mundo",
lo que quiere decir que no se inserta en su contexto como
el agua en el vaso, sino que lo habita. El hombre habita
siempre un "mundo", que es un contexto de precomprensiones
tácitas, inexpresas, que dirigen la concepción
sobre lo real y la propia autocomprensión. Habitar
un mundo sólo es posible mediante inserción
paticipativa, interna. Haciéndolo, el ser humano
(Da-sein, existencia o ser-ahí) responde
a la demanda del ser, en primer lugar, y hace de sí
mismo un "proyecto de ser", en segundo lugar y
al unísono. Responder a la demanda del ser no posee
un sentido místico. Significa que el mundo en el
que habita el ser humano "pide" o "reclama"
experiencialmente una dirección de la mirada y un
comportamiento, como cuando nos sentimos internamente centrados
en una tarea: ésta, la tarea misma, nos incita a
ciertas responsabilidades que ella misma implica "desde
sí". Al mismo tiempo, habitando un mundo el
ser humano se ve involucrado en la tarea de hacerse a sí
mismo, respondiendo a la demanda de la situación.
Este hacerse a sí mismo es el ser de lo humano: no
poseemos una "esencia" determinada que fije ya
de antemano el modo en que se ha de existir. La "esencia
es la existencia", es decir, el "hacer por ser",
el "esfuerzo por ser". Como se ve, dicho hacer
por ser lanzándose en un proyecto de existencia exige
un doble movimiento: la escucha de lo que el substrato mundano
lanza como demanda y llamada, por un lado, y la forja de
un horizonte de sentido existencial que emerge en esa misma
escucha y le da forma concreta. Pues bien, a lo largo de
toda su historia, Occidente ha ido instaurando una relación
con el mundo en el que éste no es ya el suelo nutricio,
el ser, desde el cual ha de crecer el "hacer por ser"
en el hombre. El ser humano, debido a procesos de racionalización
de la existencia y de autoafirmación arrogante (así
podría expresarse de modo sencillo lo que entiende
Heidegger por "olvido del ser") se relaciona con
el mundo como si éste fuese su opuesto y no el continente
al que pertenece. En tal situación, "objetiva"
todo lo real, lo cosifica y, una vez cosificado, se ve compelido
a dominarlo. Resulta de ahí un vaciamiento del ser
o, de otro modo, una reducción del ser del mundo
a una pura nada vacía. En semejante "nihilismo
impropio" la humanidad ha dejado de "ser-en-el-mundo".
Empleando un juego de palabras notoriamente expresivo de
lo que quiere decir Heidegger, el ser humano ha quedado
desarraigado, como un "ser sin mundo" que convierte,
por ello, al mundo en algo "inmundo". Como consecuencia,
ya no se experimenta en casa, con el afán de cuidarla
solícitamente, sino que se dirije, compulsivamente,
a ponerla a su propio servicio. La expresión "conversión
de todo lo existente en existencias", que sintetiza
lo que se acaba de decir, posee gran profundidad y necesita,
para su debida comprensión, reflexión serena
y demora en la autoexperiencia. Lo existente, todo (la naturaleza,
la política, la relación interpersonal....)
se transforma en ese tipo de cosas a las que se denomina,
en el contexto de un supermercado, "existencias",
objetos que están ahí, acumulables, cuantificables
y, lo más importante, condenados a limitar su
ser al de estar a la disposición del arbitrio humano.
Aunque ello se produce en la trastienda de la existencia
humana, el hombre de hoy no es consciente de ello, se resiste
a pensarlo, con lo cual "olvida el olvido del ser"
y se encamina al "máximo peligro", el de
perder su propio ser, al mismo tiempo que, paradójicamente
"se pavonea como si fuese el señor de la tierra".
Semejante "desarraigo" no sólo convierte
al mundo en "objeto" de "usura", sino
que, simultáneamente, aleja al hombre de la más
elevada de sus tareas, la de generar un proyecto existencial
en el seno del cual ha de hacer-por-ser. A esta situación
general del presente le ha llamado Heidegger "época
de la técnica", no porque haya aumentado la
tecnología, sino porque se trata de una encrucijada
histórica en la que el ser humano trata todo lo que
toca como se tratan los objetos cuando actuamos instrumentalmente.
Y el "nihilismo impropio" que así se rotula
bloquea el genuino nihilismo, el "nihilismo propio",
el cual no consiste en una descreencia respecto a valores
o fines (como precipitadamente se puede interpretar), sino
(de un modo que se emparenta con la visión nietzscheana)
en la aceptación valiente de que el mundo carece
de un fundamento esencial y de que, en consecuencia, el
ser humano es sólo en la medida en que se
atiene a la aventura de hacerse a sí mismo.
Más
información:
-
Sáez Rueda, L., "Hospedar la locura. Retos del
pensar en tiempos de nihilismo"
-
Sáez Rueda, L., "Ser, nada y diferencia"
- Diferentes vídeos
(significativo especialmente es el de Pedro Cerezo Galán
)