Patologías de civilización en la relación asistencial

Taller

Granada, viernes, 04 de mayo de 2012
Hotel Macià Real de la Alhambra
, sala 2 (Aixa Lahorra), 16,00-19,00 h
 
 
MATERIALES DE INICIO: Aclaraciones conceptuales
 


NIHILISMO

Las geniales anticipaciones realizadas al final del siglo XIX por F. Nietzsche sobre el rumbo de Occidente partían de la idea de que la vida del ser humano no se limita a la búsqueda de supervivencia, sino que es impulso al crecimiento, a la autosuperación (vida como "voluntad de poder", donde "poder" no significa "dominio" sino fuerza y riqueza de espíritu). Esa riqueza vital a la que aspira la vida ha sido, según el filósofo, cercenada e incluso arrasada por la decadencia. Ésta tiene ya un largo pasado, pero culminaría -pensaba- en nuestro mundo contemporáneo. Cuando vaticinaba que "el desierto crece" se refería a la pérdida de valor de la vida como intensificación o autosuperación. ¿Por qué tiene lugar esta pérdida? Porque el hombre tomaría conciencia de que él es hacedor de sí mismo, de que él es su propia obra en la lucha por el crecimiento, por la autosuperación enriquecedora, y de que en esta aventura ha de valerse de su propio valor y coraje. Ello significa que no puede basar su impulso vital en las normas o imperativos de un fundamento previo, de un mundo de valores preexistente capaz de guiarlo de antemano (esto es lo que significa propiamente la frase "Dios ha muerto", tantas veces malentendida o minimizada). Se refiere, esencialmente, a esta conciencia de la responsabilidad que el hombre tiene ante sí, pues ya no puede fundar su auto-realización en principios que están dados en un "mundo ideal" eterno e inmutable. Labrando su enriquecimiento vital ha de crear un destino propio. Ahora bien, este reto implica afirmar la vida, con todos sus inconvenientes. La vida es finita y exige adoptar perspectivas concretas, limitadas; es devenir en el que lo "por hacer" carece de seguridad absoluta; es también enfrentamiento con el dolor y el sufrimniento. Todas estas condiciones de la vida producen temor, miedo profundo. Pues bien, en tal situación, el "hombre fuerte" es el que es capaz de asumir con jovialidad los impedimentos de la vida, "bailar sobre las ciénagas como si fuesen prados" y afirmar este mundo, esta vida concreta a sabiendas de que carece de dirección determinada. Pero, contrariamente a esto, el hombre puede caer en la "debilidad" o en la "decadencia". En este caso huye, horrorizado ante la falta de fundamento seguro de la vida, amparándose en la creación de nuevos dioses, es decir, sometiéndose a nuevas formas del "mundo trascendente y eterno", formas transfiguradas de diversos modos (en un lenguaje actual podríamos decir, por ejemplo: prestigio egocéntrico y reconocimiento externo, poder económico o político, etc.). La huída respecto a esa responsabilidad de intensificar la vida es una negación de la vida que la deja vacía: la vida, en ese movimiento de escapatoria, "no vale nada", es tácitamente convertida en una nada vacía de la que es preciso sustraerse. Es lógico que la debilidad conduzca no sólo a crear nuevos dioses en los que descargar la responsabilidad de hacerse creando valores, sino que también necesite de "calmantes" y de "bálsamos" para ocultarse a sí mismo la negación vital en la que se está disuelto. Es este hombre de la debilidad el que, según Nietzsche, dominaría nuestra época. Pocos filósofos -incluso sus detractores- dudan de que esta "muerte anunciada" se ha cumplido y de que el hombre, hoy, ya no afirma la vida, insertándose en ella para intensificarla (por mucho que el hedonismo visible en nuestras sociedades haga pensar lo opuesto), sino que se hurta al crecimiento vital, entregándose a ídolos inventados y rodeándose de remedios para sofocar la experiencia de vacío. Tal huida de la vida creciente, que hace saltar la experiencia de vacío, es el nihilismo "negativo o reactivo" que subyace, como una oscura visión del mundo, a la colectividad occidental, en un sentido nietzscheano.

Por su parte, Heidegger ha ofrecido su propia concepción del nihilismo, en continuación y en pugna con Nietzsche. Para nuestro propósito evitaremos entrar aquí en detalles sobre esta polémica y nos centraremos en lo esencial de la doctrina heideggeriana. Estas son las claves más básicas. El ser humano es un "ser-en-el-mundo", lo que quiere decir que no se inserta en su contexto como el agua en el vaso, sino que lo habita. El hombre habita siempre un "mundo", que es un contexto de precomprensiones tácitas, inexpresas, que dirigen la concepción sobre lo real y la propia autocomprensión. Habitar un mundo sólo es posible mediante inserción paticipativa, interna. Haciéndolo, el ser humano (Da-sein, existencia o ser-ahí) responde a la demanda del ser, en primer lugar, y hace de sí mismo un "proyecto de ser", en segundo lugar y al unísono. Responder a la demanda del ser no posee un sentido místico. Significa que el mundo en el que habita el ser humano "pide" o "reclama" experiencialmente una dirección de la mirada y un comportamiento, como cuando nos sentimos internamente centrados en una tarea: ésta, la tarea misma, nos incita a ciertas responsabilidades que ella misma implica "desde sí". Al mismo tiempo, habitando un mundo el ser humano se ve involucrado en la tarea de hacerse a sí mismo, respondiendo a la demanda de la situación. Este hacerse a sí mismo es el ser de lo humano: no poseemos una "esencia" determinada que fije ya de antemano el modo en que se ha de existir. La "esencia es la existencia", es decir, el "hacer por ser", el "esfuerzo por ser". Como se ve, dicho hacer por ser lanzándose en un proyecto de existencia exige un doble movimiento: la escucha de lo que el substrato mundano lanza como demanda y llamada, por un lado, y la forja de un horizonte de sentido existencial que emerge en esa misma escucha y le da forma concreta. Pues bien, a lo largo de toda su historia, Occidente ha ido instaurando una relación con el mundo en el que éste no es ya el suelo nutricio, el ser, desde el cual ha de crecer el "hacer por ser" en el hombre. El ser humano, debido a procesos de racionalización de la existencia y de autoafirmación arrogante (así podría expresarse de modo sencillo lo que entiende Heidegger por "olvido del ser") se relaciona con el mundo como si éste fuese su opuesto y no el continente al que pertenece. En tal situación, "objetiva" todo lo real, lo cosifica y, una vez cosificado, se ve compelido a dominarlo. Resulta de ahí un vaciamiento del ser o, de otro modo, una reducción del ser del mundo a una pura nada vacía. En semejante "nihilismo impropio" la humanidad ha dejado de "ser-en-el-mundo". Empleando un juego de palabras notoriamente expresivo de lo que quiere decir Heidegger, el ser humano ha quedado desarraigado, como un "ser sin mundo" que convierte, por ello, al mundo en algo "inmundo". Como consecuencia, ya no se experimenta en casa, con el afán de cuidarla solícitamente, sino que se dirije, compulsivamente, a ponerla a su propio servicio. La expresión "conversión de todo lo existente en existencias", que sintetiza lo que se acaba de decir, posee gran profundidad y necesita, para su debida comprensión, reflexión serena y demora en la autoexperiencia. Lo existente, todo (la naturaleza, la política, la relación interpersonal....) se transforma en ese tipo de cosas a las que se denomina, en el contexto de un supermercado, "existencias", objetos que están ahí, acumulables, cuantificables y, lo más importante, condenados a limitar su ser al de estar a la disposición del arbitrio humano. Aunque ello se produce en la trastienda de la existencia humana, el hombre de hoy no es consciente de ello, se resiste a pensarlo, con lo cual "olvida el olvido del ser" y se encamina al "máximo peligro", el de perder su propio ser, al mismo tiempo que, paradójicamente "se pavonea como si fuese el señor de la tierra". Semejante "desarraigo" no sólo convierte al mundo en "objeto" de "usura", sino que, simultáneamente, aleja al hombre de la más elevada de sus tareas, la de generar un proyecto existencial en el seno del cual ha de hacer-por-ser. A esta situación general del presente le ha llamado Heidegger "época de la técnica", no porque haya aumentado la tecnología, sino porque se trata de una encrucijada histórica en la que el ser humano trata todo lo que toca como se tratan los objetos cuando actuamos instrumentalmente. Y el "nihilismo impropio" que así se rotula bloquea el genuino nihilismo, el "nihilismo propio", el cual no consiste en una descreencia respecto a valores o fines (como precipitadamente se puede interpretar), sino (de un modo que se emparenta con la visión nietzscheana) en la aceptación valiente de que el mundo carece de un fundamento esencial y de que, en consecuencia, el ser humano es sólo en la medida en que se atiene a la aventura de hacerse a sí mismo.

Más información:

- Sáez Rueda, L., "Hospedar la locura. Retos del pensar en tiempos de nihilismo"
- Sáez Rueda, L., "Ser, nada y diferencia"
- Diferentes vídeos (significativo especialmente es el de Pedro Cerezo Galán )