EL GRUPO ARGÁRICO DEL ALTO GUADALQUIVIR

Francisco Contreras Cortés
Dpto. de Prehistoria y Arqueología
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Granada
Tfno.: 958-243613
e-mail: fccortes@ugr.es

El contexto arqueológico

 En trabajos anteriores (Contreras et al., 1995, 2000b; Contreras y Cámara, 2002) hemos definido al Grupo Argárico del Alto Guadalquivir como una entidad arqueológica que incluye un grupo de formaciones sociales cuya vinculación en la circulación de elementos de prestigio aristocrático durante la Edad del Bronce (mediados del II Milenio A.C.) e implica el enterramiento bajo las casas y el aterrazamiento de los poblados. En esta misma zona se ha definido otra entidad arqueológica, "Cultura del Bronce de las Campiñas", como no argárica, sin enterramientos bajo las casas pero con fortificaciones y torres circulares (Arteaga, 1987; Arteaga et al., 1987; Nocete, 1994). En esta dirección habría que incluir los enterramientos en cueva artificiales en Jaén y la adaptación de la nueva ideología aristocrática en las poblaciones del oeste de Granada,  bien inhumando en antiguos dólmenes o bien erigiendo necrópolis de grandes cistas exteriores a los poblados.

 Las diferencias zonales son todavía difusas entre las diferentes formaciones sociales debido fundamentalmente a lo sesgado de la recuperación del registro arqueológico, que se ha centrado especialmente en la Depresión Linares-Bailén y en los entornos de Jaén y Porcuna. En función de los datos con qué contamos podemos situar el límite occidental del Grupo Argárico del Alto Guadalquivir en la divisoria de aguas de los ríos Rumblar y Jándula, ya que el valle de este último río, a la luz de la prospección realizada (Pérez et al., 1992), parece indicar una articulación diferente a la obtenida en el valle del Rumblar. Más al sur, según los datos con que actualmente contamos, difícilmente alcanzarían estas sociedades el cauce del río Guadalbullón (Arteaga, 2001) y, con seguridad, las formaciones sociales del pasillo de Alcalá-Moclín formarían parte de otra gran unidad social como resultado de las relaciones entre la costa malagueña y el alto-medio Guadalquivir.

Como ya hemos señalado, ni siquiera en el interior de la zona del Alto Guadalquivir incluida en la "Cultura Argárica" observamos una homogeneidad en los rasgos arqueológicos, por lo que tendríamos que pensar en la existencia de varias formaciones sociales. La Loma de Úbeda, la cuenca del Rumblar y la Depresión Linares-Bailén, área central de nuestros trabajos arqueológicos, presentan diferencias que se explican en gran medida por la dicotomía poblados de nueva planta - poblados que perviven (Cámara et al., 1996).

El que aún no hayamos podido definir con claridad las características de las distintas formaciones sociales que ocupan el Alto Guadalquivir durante la Edad del Bronce  se debe en parte a las limitaciones que nos ofrece el registro arqueológico de esta área investigado hasta el momento y que a su vez ha constreñido las síntesis regionales establecidas debido a la falta de datos secuenciales y cronológicos.

Los primeros datos fiables sobre las comunidades de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir proceden de las excavaciones realizadas por J. de M. Carriazo durante 1925 en el yacimiento de "Corral de Quiñones" (Quesada). Se trata de un yacimiento con sepulturas de inhumación en el interior de las viviendas. El enlace geográfico de este yacimiento se establece a través del Guadiana Menor, uniendo las tierras altas granadinas y el Sureste con el Guadalquivir. A partir de estos trabajos, J. de M. Carriazo (1975) realizó una síntesis de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir. Para ello se basó fundamentalmente en el yacimiento anteriormente citado de Quesada, así como en una serie de hallazgos sueltos. Por estas mismas fechas C. de Mergelina (1944) excavó la cueva artificial de "Haza de Trillo" en Peal de Becerro.

Hasta 1978, fecha en que el equipo de la Universidad de Granada, dirigido por F. Molina,  realiza una primera síntesis moderna sobre la ocupación prehistórica del Alto Guadalquivir (Molina et al., 1978, 1979), las actuaciones habían sido muy escasas (Espantaleón, 1960; Vañó, 1963, Lucas Pellicer, 1968; Maluquer, 1974, etc.). Serán los trabajos de campos de R. García Serrano en el yacimiento de Peñalosa (Baños de la Encina) y sobre todo la publicación de los materiales procedentes de este yacimiento (Schubart, 1973 y Muñoz Cobo, 1976) los que pondrán de relieve la importancia del foco minero de Sierra Morena y su conexión con la cultura argárica.

Los primeros trabajos de excavación con una metodología más científica serán los realizados  por algunos miembros del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada en esta zona: un pequeño sondeo en el yacimiento de Úbeda la Vieja y una excavación más sistemática en el poblado de la Edad del Bronce de Cabezuelos (Molina et al., 1978, 1979), dónde se excavan una serie de cabañas ovales y una muralla consistente que defiende el sitio (Contreras, 1982). Tras la publicación del avance de los resultados obtenidos, F. Molina et al. (1978) elaboraron el primer esquema de la síntesis cultural de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir, mostrando básicamente una oposición entre el norte y este de la provincia y el resto de las zonas que integra. Plantean ya el Alto Guadalquivir como un auténtico mosaico cultural en donde convivirían diversos complejos de tradición eneolítica con auténticas poblaciones argáricas, procedentes de los focos granadinos y almerienses en busca de los yacimientos mineros de Sierra Morena.

También al final de la década de los setenta se llevan a cabo en Jaén las excavaciones del yacimiento de la Edad del Bronce del Rincón de Olvera (Úbeda) (Carrasco y Pachón, 1986), del que contamos con una valoración de su importancia en relación con los momentos tardíos de la Edad del Bronce de la Alta Andalucía. Este yacimiento presenta un gran interés, ya que se trata de un poblado de nueva planta, con enterramientos en cista y en urna desde la base, y con algunas dataciones de C-14. En esta época se intensifica la labor de investigación en el Guadiana Menor, concretamente en el límite entre las provincias de Granada y Jaén, donde se realizan las excavaciones del Departamento de Prehistoria y Arqueología de Granada en los yacimientos argáricos de la Terrera del Reloj, Castellón Alto y Loma de la Balunca (Aguayo y Contreras, 1981; Molina et al., 1986), que proporcionaron una buena base documental para el estudio de la cultura argárica, con un hábitat en terrazas y con un perfecto estado de conservación del registro arqueológico.

De manera simultánea a los trabajos de excavación se desarrolló un amplio programa de prospecciones sistemáticas en el Alto Guadalquivir y en concreto en la zona del Guadiana Menor. Esta labor se completaría más tarde con una serie de excavaciones de urgencia en distintos yacimientos de la zona  y nuevas síntesis culturales para la zona (Ruiz et al., 1986,  Carrasco et al., 1980a, 1980b y Carrasco y Pachón, 1986). En estas fechas se publica la tesis de V. Lull (1983) sobre la Cultura del Argar, en la que integra esta zona dentro de lo que él denomina formación social argárica, en donde Peñalosa sería una avanzadilla argárica en la búsqueda de los recursos mineros de Sierra Morena.

En todos estos trabajos se aprecia la importancia del foco minero de la Depresión Linares-Bailén y el reborde más meridional de Sierra Morena. Por ello a partir de 1985 se planteó desde el Departamento de Prehistoria y Arqueología de Granada un ambiciosos Proyecto de Investigación centrado en el desarrollo histórico de las sociedades jerarquizadas de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir, focalizado fundamentalmente en el estudio arqueológico del valle del río Rumblar y que se ha denominado Proyecto Peñalosa, ya que este yacimiento ha constituido la base de este proyecto.

A partir de 1985, una vez transferidas las competencias de cultura a la Junta de Andalucía, se observa un doble campo de actuación: el desarrollo de la gestión de la arqueología y el nacimiento de los Proyectos de Investigación.

Por un lado, gracias al desarrollo de la llamada Arqueología de Gestión, aumentan las intervenciones de urgencia en la zona, realizándose numerosas excavaciones publicadas en los Anuarios de Arqueología de Andalucía. Es curioso obervar como desde mediados de los 80 hasta 1990 el grueso de las actividades de urgencia se centró en el patrimonio arqueológico prehistórico. A partir de esta fecha se observa una ruptura en esta tendencia, con una mayor preocupación por la investigación arqueológica de los periodos clásicos y  medievales.

Para el Alto Guadalquivir sólo se realizaron intervenciones en yacimientos prehistóricos gracias al interés de determinados investigadores, canalizado a través de la Escuela Taller de Baeza (Zafra, 1991, 1995; Zafra y Pérez, 1992; Pérez y Zafra, 1993; Pérez, 1994). Gracias a ella se pudo documentar un poblado de la Edad del Bronce con enterramientos individuales bajo las viviendas (Cerro del Alcázar), a lo que se debe sumar la importancia de las prospecciones realizadas en el mismo marco para la comprensión de la Edad del Bronce en el área (Pérez y Zafra, 1993).

Por otro lado, se desarrolló en esta zona el Proyecto Análisis histórico de las comunidades de la Edad del Bronce de la Depresión Linares-Bailén y estribaciones meridionales de Sierra Morena, dirigido por F. Contreras, F. Nocete y M. Sánchez, centrado sobre todo en la excavación del poblado de Peñalosa (Baños de la Encina) (Contreras et al., 1987, 1990, 1991, 1993a, 1993b, Contreras, 2000; Contreras y Cámara, 2002), y en trabajos de prospección sistemática en la Depresión Linares-Bailen y en las cuencas de los ríos que nacen en Sierra Morena (Jándula, Rumblar, Guadalén, Guadiel, etc.). Este Proyecto actualmente ha iniciado su segunda fase, dirigida por F. Contreras y J. A. Cámara. Los resultados obtenidos en estas investigaciones son los que ilustran el desarrollo de esta ponencia.

Caracterización del Grupo Argárico del Alto Guadalquivir

En el apartado anterior ya se han mencionado dos características que definen a este grupo: el habitat aterrazado y los enterramientos bajo las casas. A ello habrá que añadir que su cultura material mueble e inmueble responde a pautas argáricas: vasos carenados, copas, puñales, adornos de plata, elementos arquitectónicos, forma de las sepulturas, etc., aunque fundamentalmente podemos considerar como básicos los dos primeros rasgos, ya que la difusión de elementos de cultura material mueble o inmueble (especialmente armas, adornos de metales preciosos, copas) está más relacionado con la nueva ideología de emulación de las élites aristocráticas.

Patrón de asentamiento y control del territorio

Un análisis más detallado del patrón de asentamiento de este grupo se presenta en esta misma publicación ( Cámara et al., 2002). Durante el Neolítico reciente los yacimientos se sitúan en las cercanías de las grandes lomas, con probable aprovechamiento ganadero, aunque sin perder de vista las posibilidades que ofrecían las riberas de los pequeños arroyos que desembocaban en los ríos principales de la zona (Pérez et al., 1992). Por el contrario, en la Edad del Bronce, a partir del 2000 A.C. las prospecciones que se han realizado (Nocete et al., 1987; Lizcano et al., 1990, 1992) evidencian la existencia de un patrón de asentamiento jerarquizado y una proliferación de nuevos asentamientos fortificados y situados en lugares estratégicos que controlan los pasos. Se van a colonizar nuevas áreas, como el valle del río Rumblar, en donde encontramos un territorio jerarquizado y un control exhaustivo de los filones metalíferos de cobre.

Por tanto, se pueden determinar una serie de hechos evidentes del patrón de asentamiento de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir::

Ø      Hábitat encastillado, con urbanismo en ladera típicamente argárico: casas de planta más o menos rectangular, adaptadas a las curvas de nivel del terreno, calles estrechas que ponen en contacto las distintas terrazas artificiales, zona superior fortificada, presencia de cisterna, muralla para defender el acceso al poblado.

Ø      La evidencia arqueológica nos dice que es partir del 2000 A.C. cuando comienza la explotación intensiva de los recursos mineros del Piedemonte de Sierra Morena. A partir de esta fecha, avalada por las dataciones proporcionadas por el C-14, se establecen una serie de poblados de nueva planta (Terrera del Reloj, Cerro del Alcázar, Rincón de Olvera y Peñalosa).

Ø      En el caso del Rumblar, se puede plantear un proceso de auténtica colonización, similar al que tiene lugar en otras áreas durante estros momentos (Moreno et al., 1991-92). Se trata de un poblamiento jerarquizado, dirigido al control de los filones cupríferos del interior de la cuenca.

Ø      Este poblamiento parece en principio dirigido, bien  desde los altiplanos granadinos a través del Guadiana Menor con la intención de controlar los filones metalíferos, o bien desde los centros políticos de la Depresión Linares-Bailen.

Otro factor que sería importante analizar son las relaciones existentes entre estas poblaciones y las culturas ganaderas de la Meseta. Parece probable, si interpretamos las cerámicas decoradas que aparecen en Peñalosa como imitaciones de los estilos típicos de Cogotas, que ya en esta época, a partir del 1600 A.C., se establecieran contactos entre las poblaciones ganaderas de La Meseta y las del Alto Guadalquivir. Quizás en este sentido el Cerro de la Magdalena en Quesada pudo jugar un papel decisivo como punto de control de la ruta ganadera hacia las altas tierras granadinas.

Estrategias económicas

A pesar de la importancia del sector minero, los resultados arqueológicos obtenidos en la excavación de los poblados de Sevilleja y Peñalosa nos hablan de la importancia de la agricultura y la ganadería. La agricultura tuvo que jugar un papel importantísimo en estas formaciones sociales, sobre todo si tenemos en cuenta la existencia de ricos suelos tanto en el valle del Guadalquivir como en la Depresión Linares-Bailén. En el caso de los valles interiores del Piedemonte de Sierra Morena, como el del Rumblar,  se planteó desde un principio la posibilidad de que existiera una agricultura local en el entrorno inmediato de los poblados o bien se apuntaba la hipótesis de la circulación del grano como tributo o como intercambio desde los poblados agropecuarios de la las zonas llanas hacia los poblados mineros situados en las partes más internas de los valles.

Los primeros indicios arqueológicos recuperados en Peñalosa iban más en la dirección de apoyar la hipótesis de la circulación del grano: pocos instrumentos líticos relacionados con las prácticas agrícolas (dientes de hoz, hachas y azuelas) y pocos fragmentos de paja con el grano que estaba muy limpio (Contreras et al., 1987). Sin embargo, la aplicación del sistema de flotación a todo el sedimento procedente de las casas mostraba claramente evidencias de una agricultura local (Peña, 2000): las escasas hojas de sílex recuperadas aparecían una por casa, aparición de raquis, semillas de malas hierbas. Además, aunque el valle del río Rumblar está actualmente inundado la tradición oral nos indicaba que en el valle existieron cultivos hasta la construcción del embalse. Por ello, planteamos la existencia de un cultivo local de la zona del valle y aledaños del poblado. Aunque de todas formas, la abundante presencia de molinos, de estructuras de almacenaje y de grandes vasijas llenas de cereal no descarta que una parte de la producción cerealística llegara al poblado como intercambio por el metal.

Las plantas domesticadas documentadas en Peñalosa nos hablan del cultivo variado de cereales y leguminosas. En el caso de los primeros se ha documentado fundamentalmente cebada de 6 carreras vestida y desnuda y trigo tetraploide (Tr. Durum) o hexaploide (Tr. Compactum). En el caso de las leguminosas se han documentado habas, guisantes (aparecen en contextos domésticos, por lo que los podemos relacionar con la alimentación humana) y lino, utilizado para la fabricación de aceite aceite (linaza) o fundamentalmente creemos que para la obtención de fibras textiles (Peña, 2000).

En yacimientos agrarios en los que la subsistencia se basa fundamentalmente en la explotación de plantas cultivadas es muy difícil evaluar el papel de las plantas silvestres. Los restos vegetales recuperados de Peñalosa nos hablan de la importancia que tuvo para estas poblaciones la explotación de los recursos vegetales silvestres de su entorno. Se han documentado semillas de pera, huesos de aceituna, pepitas de uva y restos de bellotas. Los restos de aceituna y uva (determinados a nivel carpológico como silvestres), además de las bellotas, son habituales en yacimientos de la Edad del Bronce en Andalucía, indicando una recogida más o menos intensiva de ellos, lo que conducirá a la domesticación del olivo y la vid en fechas más o menos cercanas. Además la presencia de aceituna en Peñalosa no es de extrañar, pues se han documentado numerosos restos antracológicos de acebuche. También se han documentado una serie de plantas que nos hablan del aprovechamiento del medio, en este caso del valle del río como es la presencia de raíces, hojas, tallos, bulbos, tubérculos y rizomas de planta acuáticas.

Junto a las especies utilizadas en la alimentación, se han identificado otras especies cuyos usos resultan todavía más difíciles de valorar, como una gran cantidad de semillas de cantueso (Lavandula stoechas) y de cistus. Se trata de plantas aromáticas, cuyas semillas aparecen en gran cantidad en todas las casas de Peñalosa (desde 2 semillas hasta 1767) y que se pueden relacionar con el ritual de enterramiento o bien para repeler insectos o aromatizar las viviendas. La utilización del medio también se aprecia en la aparición de fragmentos de corcho, que se ha utilizado no sólo para la construcción, sino también para fabricar útiles como tapaderas

Sin duda alguna, en estas sociedades jerarquizadas el ganado juega un gran papel, ya que supone una fuente de riqueza y de prestigio. En Peñalosa (Sanz y Morales, 2000) la cabaña predominante es la ovicaprina (32%) seguida de los bóvidos (21%), el cerdo (10%), el caballo (9%) y el perro (8%). Quizás por el ambiente serrano en que se encuentra este yacimiento, la caza supone una baza importante en la dieta cárnica, representando un 20%, fundamentalmente ciervo, conejo y corzo. Sorprende el alto número de bóvidos en un ambiente tan serrano, posiblemente se deba a un mayor índice de humedad en esta zona. En el caso bovino y ovicaprino hay una explotación clara de los productos secundarios, mientras que los cerdos son sacrificados a los dos años para un máximo aprovechamiento de la carne.

Los caballos documentados en Peñalosa presentan malformaciones del anillo óseo alto, lo que indica que han estado acarreando grandes pesos, pero al igual que en otros yacimientos argáricos de las depresiones granadinas, los caballos tienen un significado especial: han sido consumidos en gran cantidad y sus restos aparecen concentrados especialmente en la zona más fortificada del yacimiento, que muestra evidencias del sacrificio de estos caballos en un período de tiempo corto y además sólo aparecen las partes axiales. Esto se ha relacionado con la celebración de fiestas o banquetes comunales. El caballo sin duda sería uno de los elementos tributarios que circularían desde los poblados agropecuarios dependientes a cambio del metal.

La actividad textil está bien documentada en este grupo cultural. Existen indicios del cultivo de lino y algunos restos de tejidos adheridos a piezas metálicas de los ajuares funerarios nos indican que ésta debió ser la principal materia prima utilizada en la fabricación de los tejidos junto con la lana. En el poblado de Peñalosa han aparecido concentraciones de pesas de telar (en torno a 30 ejemplares de arcilla de forma circular con doble perforación) junto a la puerta en varias de las viviendas. Podemos suponer que el tejido de la tela se realizaba en telares verticales. También se han recuperado restos de esparto, fibra vegetal que cuenta con una gran tradición de uso para cestería y cordelería en el Sureste desde finales del Neolítico.

Asociado a las zonas de telar suele aparecer en el registro arqueológico de Peñalosa una amplia muestra de utensilios de hueso, punzones y agujas, asociados a las labores de la confección textil. Estos útiles están realizados en su mayor parte a partir de metápodos y tibias de ovicápridos.

Pero sin duda alguna el factor minero y metalúrgico condiciona en gran medida la vida de este grupo argárico del Alto Guadalquivir. Como ya se ha apuntado, el valle del río Rumblar sufre en estos momentos un poblamiento organizado y jerarquizado, dirigido desde los grandes centros de la Depresión, enfocado hacia la explotación intensiva del mineral de cobre y, posiblemente también de plata, localizado en grandes filones en esta zona.

Los elementos asociados a la extracción del mineral han sido hallados no sólo en Peñalosa, que ha sido excavado sistemáticamente, sino en otros poblados del valle localizados en la prospección superficial. De esta forma se han recogido martillos de minero, mazos, machacadores de mineral y sobre todo abundante cantidad de minerales de cobre (malaquita, cuprita, tenorita, calcopirita) y plata (galena). Normalmente el proceso de tostación y reducción se realizaría en el exterior del poblado, evitando así la contaminación de los gases nocivos, tal como se documenta en Peñalosa con la presencia de un mayor número de vasijas-horno en las zonas exteriores al área de habitación. La fundición y el moldeado de las piezas, así como la forja, se realizarían en áreas especializadas dentro de las viviendas. La ingente cantidad de crisoles, restos de escoria y moldes de fundición dan fe de la importancia de esta actividad en estos poblados del valle del Rumblar. La evidencia arqueológica nos muestra que la actividad metalúrgica está generalizada en todas las casas, si bien el control de su distribución debía de ser dirigido por las élites aristocráticas como un mecanismo con el que asegurar su dominio (Moreno, 2000).

Los moldes nos hablan no sólo de útiles domésticos (punzones, barillas) y armas (hachas, puntas de lanza) sino también de la producción en masa de lingotes de cobre. Esto se explicaría en el contexto del Alto Guadalquivir en función de la demanda de metal por parte de las comunidades del valle de este río, donde este recurso está ausente. Por ello, podemos pensar que en esta área el metal sí ha jugado un papel importante en la jerarquización a través del control de su producción y especialmente su distribución.

Por último, no queremos cerrar este apartado de las estrategias económicas sin hacer una breve referencia a las bases tecnológicas de este grupo cultural, cuyas pautas argáricas en la fabricación y tipología de las formas cerámicas, líticas, óseas y metálicas es evidente. La presencia de elementos cerámicos singulares como copas, botellas o tulipas, realizadas con la tecnología característica de los grupos argáricos granadinos y almerienses, sobre todo la vajilla funeraria, refuerza la relación de estos grupos con el Sureste. Esto se refuerza si observamos las pesas de telar circulares con doble perforación o los cuchillos, espadas o hachas metálicas.

El mundo de la muerte y la caracterización antropológica

El ritual funerario documentado en los poblados excavados en el Alto Guadalquivir, como Peñalosa, Cerro del Alcázar u Olvera responde claramente a la norma argárica, no solo en los rasgos formales (cistas o urnas), sino también, sino también por su localización, bajo las unidades de habitación. En Peñalosa (Contreras et al., 2000a) se han excavado un total de 18 sepulturas, con 23 individuos exhumados. Tipológicamente, las sepulturas responden a cistas de pizarra, seguidas de pithoi, fosas y estructuras de mampostería de grandes dimensiones. En cuanto a la disposición de los muertos se observan los patrones característicos de la Cultura de El Argar: inhumaciones con los individuos en posición flexionada, por lo general individuales, aunque también aparecen sepulturas dobles de individuo masculino y otro femenino, con evidentes muestras de haber sido realizado en dos momentos diferentes. En algunas ocasiones, la inhumación es triple, siendo jóvenes o niños los enterrado junto a la pareja.

la creencia en otra vida se manifiesta en la colocación de ajuares funerarios junto a los cadáveres. Las diferencias cuantitativas y cualitativas en estos ajuares nos indican la diferenciación social existente en el poblado. La presencia de vasos de formas específicas, como copas o botellas, de cerámica muy cuidada junto con la presencia de elementos de plata u oro nos está marcando la existencia de ciertos elementos de prestigio que van a jugar a favor de esa diferenciación.

El estudio paleopatológico (Contreras et al., 2000a) indica que al menos el 50% de los individuos analizados presentan algún tipo de lesión. Las artrosis podrían estar relacionadas con fenómenos de actividad física prolongada en el tiempo y esta hipótesis estaría apoyada en la edad madura de la mayoría de los individuos afectados y en parte también en la actividad minera que sabemos se desarrolla en el poblado. No se ha detectado ninguna patología inesperada. Es relativamente frecuente la existencia de hipoplasia dental y cribra orbitalia, lo que indicaría que la población se vio sometida a situaciones de malnutrición durante la infancia. Mucho más común resulta la presencia de caries y parodontosis en los individuos adultos, mientras que las alteraciones más graves del tejido óseo, como la artrosis y exóstosis, suelen afectar a personas de edad avanzada.

La organización socio-política

A través del registro arqueológico de Peñalosa podemos aproximarnos a la organización social de este grupo cultural. Existen una serie de indicadores que apuntan a una división social marcada (Contreras y Cámara, 2002):

La planificación del espacio en el asentamiento de Peñalosa es uno de los rasgos que pueden utilizarse para sugerir la figura de una élite  que dirige la comunidad y que al mismo tiempo ejercen como rectores de una colonización y control más estricto del territorio del valle del Rumblar. Se observan una serie de rasgos que manifiestan esa planificación, como la transformación espacial que sufre el poblado con su ampliación, la construcción de un gran muro defensivo y de una cisterna, los sistemas de acceso y circulación, la canalización de las aguas, la estructuración del recinto fortificado de la parte superior del cerro, etc.

La diferencia en el tamaño de las casas que se ha podido determinar en el espacio excavado de Peñalosa. En ellas las actividades que se realizan parecen ser más o menos homogéneas, aunque esto no implica igualdad, ya que varían en el tamaño y en el número de estancias que las componen. También es importante la posición que ocupan estas casas en la topografía del cerro. Estas casas vienen a consolidar la unidad familiar como también se refleja en las tumbas familiares que aparecen en las mismas.

La actividad metalúrgica está presente en todas las casas del poblado, aunque en algunas hay varias áreas de actividad. La fabricación de lingotes de cobre indica que se está produciendo de cara al exterior y parece evidente que el auge del poder de las élites del valle del Rumblar se basó en parte en el control de la canalización del metal hacia los centros políticos de la Depresión Linares-Bailén.

Las cerámicas decoradas del tipo Cogotas que aparecen en al Alto Guadalquivir se convierten en un elemento simbólico, reflejo de los contactos con élites de otra cultura. Esta cerámica aparece en Peñalosa en casi todas las casas, aunque la cantidad y la variedad de motivos no es la misma, destacando en estos aspectos las casas de mayores dimensiones (casas VI y VII).

Diferencias en la distribución de los recursos agropecuarios, evidenciándose diferencias entre las distintas casas en cuanto al consumo de animales se refiere, estando concentrados los caballos y bóvidos principalmente en la zona alta. Casi todas las casas presentan abundantes restos de semillas, estando el almacenaje más o menos homogeneizado. La presencia abundante de vasijas con grano en las casas podría estar relacionada con la circulación tributaria dentro de una misma formación social.

Por último, los estudios paleopatológicos han mostrado la importante diferenciación interna que existe en estas comunidades en términos de trabajo realizado y malformaciones consiguientes, hasta tal punto que aquéllos que no las manifiestan tienen como ajuar funerario las piezas más interesantes y tumbas más espectaculares.

Esta correlación de hechos revela una sociedad marcada por una fuerte desigualdad dentro de la formación social a la que pertenece y en la que los símbolos del poder juegan un papel muy importante, ya que son utilizados por parte de las élites aristocráticas para justificar esa diferenciación. Entre estos símbolos, el metal va a jugar un papel destacado, no tanto por su valor intrínseco, sino sobre todo porque se convierte en un elemento de cambio en los procesos de circulación de bienes y personas. Pero, además, gracias al metal se construyen las armas y en una sociedad con marcadas diferencias sociales y una alta competitividad entre las élites, los conflictos van a ser frecuentes y por ello las armas se van a convertir en un "medio para la guerra". La rapiña y la guerra van a ser los procedimientos para obtener beneficios materiales y de fuerza de trabajo.

Junto a las armas, otros elementos considerados como típicamente "argáricos", como las copas, botellas y determinadas vasijas carenadas, fuertemente bruñidas, así como determinados elementos metálicos como los brazaletes en espiral de cobre y plata participan en el intercambio. La adopción de estos elementos como ajuares funerarios sólo adquiere sentido como resultado de la estratificación social existente.

Dentro de esta simbología jugará un gran papel la acumulación de rebaños, ya que el ganado es un bien mueble que implica una riqueza, no sólo por su simple posesión, sino también porque proporciona alimentos y fuerza de trabajo (Martínez y Afonso, 1998, Cámara, 2001). Se convierte en un bien preciado, móvil, que puede ser tributado e intercambiado. La acumulación de rebaños se observa en determinadas zonas de los poblados, normalmente las viviendas de mayor tamaño y mejor protegidas, pertenecientes a las élites del poblado. Esta acumulación diferencial se observa en Peñalosa y en el Cerro de la Encina donde parece que es resultado de la tributación de los asentamientos dependientes a las élites de los poblados centrales.

 Sin duda alguna será a la hora de la muerte cuando mejor se plasme el status. El tipo de sepultura y el ajuar funerario nos indican el papel social de la familia que está enterrada. Pero además existen otros rasgos que nos confirman esa preminencia social: la dieta alimenticia y las enfermedades sufridas no son iguales para todos los individuos. Parece evidente que no todos los habitantes del asentamiento comen lo mismo y sobre todo que no realizan los mismos trabajos y esfuerzos físicos.

 Por tanto, a través de la información que han proporcionado las sepulturas y los esqueletos conservados en yacimientos como Peñalosa o el Cerro del Alcázar podemos plantear la existencia de auténticos siervos, en un contexto en el que el territorio se define a través de una serie de poblados de distinto tamaño, muy fortificados. Las tumbas de los siervos aparecen asociadas a las casas de aquéllos a quienes estaban vinculados y a quienes tributaban con su trabajo y fidelidad. Entre las élites aristocráticas y los siervos estaría el resto de la población, una capa de "guerreros" con plenos derechos en la comunidad, y en la que se podrían incluir la mayor parte de los enterramientos argáricos, que prestan sus servicios a las clases nobiliarias defendiendo el poblado, lo que se podría expresar a través de la posesión de armas.

 El análisis del registro arqueológico nos indica que durante la Edad del Bronce una serie de productos, como el metal,  circulan de unas comunidades a otras dentro y fuera de la cultura argárica. Esta circulación la tenemos que relacionar con los circuitos que ya existían durante la Edad del Cobre para los bienes de prestigio (ídolos, cerámicas de lujo, etc.), que se habían utilizado para justificar el poder de determinados centros y clanes (Contreras y Cámara, 2002).

 La relación entre los diferentes poblados de una misma formación social adquiere la forma básica de una explotación tributaria. En algunos casos se ha llegado a plantear, como por ej. para el Cerro de la Encina, la centralización de un tributo en animales y su consumo en fiestas (Martínez y Afonso, 1998). En otros casos se ha sugerido una redistribución de los productos metálicos desde los centros políticos como El Argar obteniendo la población de los poblados destinados a la extracción del mineral, como Fuente Álamo, beneficios no sólo en la forma de parte de los bienes de prestigio, sino de animales criados en los llanos (Schubart y Arteaga, 1986; Arteaga, 2001).

 Los beneficios relativos que obtenían las élites de los centros secundarios los podemos estudiar en Peñalosa. El registro arqueológico sugiere que, aun sin llegar a los niveles de riqueza de yacimientos centrales como la Cuesta del Negro o, sobre todo, el Cerro de la Encina, la participación en la extracción del mineral y la fabricación del metal garantizaba la existencia de una nobleza secundaria. Además esta actividad permitía que el empobrecimiento de la capa más baja quedara reducido, siendo todavía capaces de acceder en los rituales funerarios a poseer armas como ajuar, símbolo de su posición, aunque el consumo cárnico estuviera mucho más restringido. En cualquier caso, el trabajo de estas capas bajas en las minas, en las casas o en las expediciones guerreras, suponía una forma de tributo en favor de una élite que regía la vida de los poblados. Esto tendría que sumarse al tributo canalizado hacia los centros nucleares y, en el caso de los poblados agropecuarios, en el producto desviado hacia los lugares especializados

El final del grupo Argárico del Alto Guadalquivir

La imagen transmitida por este Grupo Argárico del Alto Guadalquivir es la de una sociedad jerarquizada, en la que la diferenciación se va agudizando cada vez más y la explotación del medio se acerca a un punto límite que pudo haber producido un colapso relativo por sobreexplotación. Esta quiebra económica del sistema puede reflejarse en el abandono repentino de Peñalosa y de otros poblados del Rumblar. Posiblemente el cese de la demanda del metal y el desarrollo del verdadero bronce en el otro extremo del Guadalquivir pudieron dar al traste con un sistema tan especializado como el observado en el Rumblar.

 De esta forma, el sistema de control estricto del territorio existente en época argárica parece entrar en crisis en torno al siglo XVI A.C. (Bronce Tardío). A partir de estos momentos (Bronce Final) el poblamiento se va a reestructurar lentamente atendiendo a los nuevos sistemas sociales gentilicios centralizados y vamos a asistir a una intensificación agropecuaria. La reestructuración del poblamiento se produce aprovechando los yacimientos argáricos que cumplen las exigencias que demanda la nueva sociedad: mesetas y laderas más bajas y mejor comunicadas y sobre todo buscando un espacio amplio que permita el desarrollo del nuevo urbanismo.

 Es por tanto presumible que la población ibérica debe derivar del Bronce Final y antes de éste del Bronce Pleno, debiéndose los aparentes vacíos a la diferente perceptibilidad de los poblados y a desplazamientos dentro de las mismas áreas geográficas (Molina, 1976).

 

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Pie de Láminas

Lám. I. Vista aérea del poblado de Peñalosa (Baños de la Encina)

Lám. II. Reconstrucción ideal del poblado de Peñalosa (Dibujo M. Salvatierra)

Lám. III. Panorámica del valle del Rumblar

Lám. IV. Salida del valle del Rumblar a la Depresión Linares-Bailén

Lám. V. Poblado de la Verónica (valle del Rumblar)

Lám. VI. Poblado de “Cien Ranas” (BE-4) (valle del Rumblar)

Lám. VII. Poblado del Cerro Barragán (Valle del Rumblar)

Lám. VIII. Poblado de los Guindos (Valle del Rumblar)

Lám. IX. Enterramiento de la Tumba 7 del cerro del Alcázar (Baeza) (Fotografía C. Pérez)

Lám. X. Enterramiento de Peñalosa

Lám. XI. Lingotes de cobre procedentes de Peñalosa

Lám. XII. Poblado de Cerro Pelado en la Depresión Linares-Bailén

Lám. XI. Poblado de Cástulo en la Depresión Linares-Bailén.