ENTERRAMIENTOS Y DIFERENCIACIÓN SOCIAL II. LA PROBLEMÁTICA DE LA EDAD DEL BRONCE EN EL ALTO GUADALQUIVIR

BURIALS AND SOCIAL HIERARCHISATION II. THE BRONZE AGE PROBLEMATICS IN THE ALTO GUADALQUIVIR

JUAN ANTONIO CÁMARA SERRANO (*)
FRANCISCO CONTRERAS CORTÉS (*)
CRISTÓBAL PÉREZ BAREAS (*)
RAFAEL LIZCANO PRESTEL (*)

(*Departamento de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Granada. 18071 Granada. España)

El artículo fue remitido en su versión final el 27 de noviembre de 1995

RESUMEN

Se plantea aquí la relación del ritual de enterramiento con la reproducción social prestando especial atención a las inhumaciones de la Edad del Bronce del sur de la Península Ibérica así como a los mecanismos de herencia a los que pueden estar vinculados. También se discute el papel de la apropiación de los rebaños en la jerarquización social y el carácter servil y aristocrático de esas sociedades. Por último, se encontrarán algunas reflexiones sobre los límites de lo que llamamos "Horizonte Argárico" y las causas de la expansión de los rasgos de cultura material que lo definen.

ABSTRACT

This paper is devoted to show the relation among burial rituals, social reproduction and heritage mechanisms. To achieve that point special attention will be given to the South Iberian Bronze Age burials. The role played in social hierarchisation by stock property along with the servil and aristocratic character of such societies will be also discussed. Finally, some reflections on the bounderies of the, so called, Argaric Cultural Horizon and the causes of the spread of its Material Culture features will be made.

Palabras clave: Edad del Bronce/ Alto Guadalquivir/ Ritual funerario/ Clases sociales/ Servidumbre/ Horizonte Argárico

Key words: Bronze Age/ Alto Guadalquivir/ Funerary ritual, Social classes, Serfdom, Argaric Cultural Horizon


1. EL PAPEL DEL ENTERRAMIENTO EN LA REPRODUCCIÓN SOCIAL

Ancestros y antepasados. Clan y familia

La lucha social hace que ni siquiera los objetivos perseguidos inicialmente por el ritual, la reproducción del poder, en el marco de la Ideología dominante, se cumplan automáticamente, aunque los instrumentos de dominio pueden utilizar también las tergiversaciones de estos fenómenos en su propio provecho. De este modo, por un lado, en un primer momento en la periferia de la Ideología oficial, los funerales pueden ofrecer el medio de reproducir las relaciones personales (familiares) del difunto (Lindström, 1988) en favor de su descendencia o su familia inmediata. Por otro lado, el monopolio de la dirección ritual (Scarduelli, 1988:103; Godelier, 1989:32), o de alguna de sus fases, actuando y respondiendo a los mecanismos referidos de acumulación familiar, y desigual, puede conducir a la permanencia simbólica de sólo algunos de los miembros de la sociedad, aquéllos que vuelven a veces a través de sus descendientes directos, que de esta forma pueden acceder a reclamar directamente su herencia, especialmente pecuaria en los inicios de la jerarquización.

La utilización del ritual funerario, y por tanto de los difuntos, en la reproducción del grupo social y su posición adquiere dos importantes variantes, que se combinan en distinta manera en cada formación social, y que se manifiestan con especial claridad en los inicios de la jerarquización durante la Prehistoria Reciente.

En primer lugar, puede implicar a toda la comunidad, ya sea de forma real en las sociedades comunitarias(1) cuando la oposición hacia el exterior se unía a la cohesión/control de la fuerza de trabajo interna (Lizcano et alii, e.p.), ya sea de manera ilusoria cuando los representantes de algunos de los grupos sociales (clanes) logran en provecho suyo y de sus parientes cercanos acceder al control coercitivo de toda la comunidad a través de la manipulación de los mecanismos ideológicos que les permiten la identificación con la comunidad/divinidad (Godelier, 1989:28; Scarduelli, 1988:123), así como por el uso en provecho propio de los instrumentos de amenaza física (Gailey y Patterson, 1987:8). En estos casos se honra a los ancestros genéricos, impersonales, que domaron la tierra y guardaron la semilla e hicieron crecer los rebaños (Bloch, 1981:138-141), cuyo aspecto personal desaparece en el curso de los funerales, hasta su definitivo destino en la tumba, en la tierra comunitaria domada. Cualquier referencia a los difuntos se coloca en un terreno mítico, atemporal y eterno.

En segundo lugar, a medida que los conflictos sociales se agudizan, como resultado del crecimiento del propio aparato del Estado y las ambiciones que se desatan entre aquéllos que garantizan su funcionamiento, la reclamación del poder, de la reproducción de la fortuna acumulada, adquiere la forma de la demanda de la linealidad familiar. Lo importante ahora son los antepasados, los muertos recientes, cuyos cadáveres son ahora tratados normalmente con mayor cuidado.

Es en los momentos de descentralización aristocrática, como el que tiene lugar durante la Edad del Bronce, cuando la estructura de la tumba no va a ser lo más importante. Así en el Sureste y la Alta Andalucía suele quedar oculta bajo lo doméstico, que ahora pasa a un primer plano, expresando aún más la continuidad física entre los miembros familiares (Chapman, 1991:268; Gilman, 1991), como lo hace también la unión de hombre-mujer y niños. Ahora adquiere mayor relevancia el ajuar (Shennan, 1982) cuya normalización debe expresar los equipos de lujo individuales destinados a la ostentación (Gilman, 1987) en los casos principescos y, en general, a hacer visible una posición social de la que, a la larga, pese a los intentos de emulación incitados por una ideología que resalta la apariencia y determinadas actividades sociales sobre otras, no se podía escapar.

Riqueza, poder y herencia

Ha sido Godelier (1989:137-143) quien recientemente ha demandado mayor atención sobre los mecanismos diferenciales de apropiación de la Naturaleza en las sociedades comunitarias señalando que en todas las sociedades presentes o pasadas existe un determinado grado de propiedad individual. Si a ello le unimos el hecho, ya reseñado, de que en determinadas comunidades parte de los medios de producción, particularmente el ganado (que es en sí también un producto directamente aprovechable), no sólo se convierten en elementos susceptibles de apropiación individual (familiar) sino que, a través de la reproducción de las alianzas del difunto en sus funerales, se convierten en una heredad directa de la familia, y no del clan (Lindström, 1988) podemos comprender que el traspaso de la propiedad en todas las sociedades debía regularse de alguna manera, especialmente cuando con el desarrollo de las clases, la aparición de la explotación tributaria y la separación radical de determinadas personas de la propiedad, la colectividad de ésta se convierte en una falacia y la posesión no queda como una propiedad representativa, tal y como había sucedido en las sociedades comunitarias, sino disminuida, sujeta al tributo, aunque sea al estado como genérico.

Al dominio de las esferas fantasmales se le une siempre en las sociedades teocráticas la propiedad eminente del suelo por parte de la unidad-estado (Godelier, 1989). Aun cuando esta apropiación no pudiera ser reproducida también desde la división de la tierra comunitaria en beneficio de las familias aristocráticas, nos queda sin embargo la apropiación diferencial del ganado (Kristiansen, 1984), ya que contrariamente a lo que se ha reseñado frecuentemente para la Península Ibérica (Vicent, 1990; Hernando, 1993), el proceso de acumulación desigual y la sedentarización plena no tienen lugar como resultado de la competencia por la tierra agrícola(2) sino por el control de la fuerza de trabajo humana y de los rebaños (Lizcano et alii, e.p.).

Quedaría ahora por discutir si es la posición la que da la riqueza o viceversa. Como hemos indicado sólo los que tienen propiedad importante (incluyendo no sólo los rebaños sino la capacidad de movilizar gentes como clientes y por tanto su potencial coercitivo de rapiña y dominio sobre los campesinos sometidos, que se expresa a su vez en las armas) acceden al poder y sólo el poder estatal garantiza la reproducción del sistema aristocrático visible en la propia evolución histórica. Bien es cierto que en estas sociedades la riqueza no es un fin en sí misma y la ideología aceptada marca otros objetivos: ser el mejor guerrero o ciudadano p. ej., lo que supone ejercer el poder y gozar de sus prebendas.

El que sigan existiendo ritos de iniciación (tal vez rapiñas) al estado adulto no invalida el argumento más bien lo reafirma. Como referiremos en la discusión posterior de las clases sociales, la adscripción a un estamento no borra la pertenencia a una clase por la posición en torno a la producción y sus resultados.

Numerosos autores europeos han señalado la disminución de la importancia de la diferenciación social según el sexo y la edad (Shennan, 1982; Harding, 1984) pero Mays (1989) rechaza el papel de la herencia señalando que los niños enterrados indican el status de los parientes más que el propio. Sin embargo, es evidente que, aunque los elementos que acompañan como ajuar al niño no forman un equipo infantil, aquellos planteamientos son una falacia por tres razones(3): en primer lugar, debemos destacar que especialmente en las clases altas durante las ceremonias importantes se tiende a mostrar a los niños como adultos, siendo una forma de disuadir a los competidores al presentar al sucesor en los conflictos y en las alianzas. En segundo lugar, volviendo a la muerte, cualquier tratamiento de los difuntos, y no sólo éste, pretende influir en los vivos y reproducir las relaciones sociales existentes, afirmar las diferencias entre las familias y, en general, la jerarquía. Por último, para negar la herencia por este argumento habría que establecer primero qué tipo de relación se da entre el fallecido y los parientes, hasta qué grado de parentesco tiene lugar la participación directa en las ceremonias funerarias ya que como estamos viendo en estas sociedades la familia se ha restringido bastante con respecto a momentos anteriores de la Prehistoria Europea.

La muerte y la subordinación

Un último punto a tratar aquí es la especificidad de lo que se han denominado "enterramientos típicos argáricos", aquéllos que se sitúan al interior de las viviendas, bajo el suelo, bajo los bancos, o embutidos en las paredes de ellas. Si el enterramiento bajo las casas en el área argárica destaca las diferencias entre unidades familiares (Chapman, 1991:268; Gilman, 1991) como expresión del éxito aristocrático (Shennan, 1982:158-160), no parece sin embargo que sea un contexto apropiado para la exhibición pública; pero aquí se olvida que la tumba argárica no es una entidad aislada sino que se incluye en un contexto visible y a la vez privado, la casa. Así ésta se convierte en el "túmulo" de exhibición sacra(4) pero acentuando la adscripción privada del antepasado y su secreto. Por contra el enmascaramiento queda atenuado al colocarse el antepasado en el contexto socioeconómico propio y no romperse en absoluto la relación. Pero es también esto lo que facilita nuestra comprensión de la jerarquización social, máxime si consideramos la colocación de los clientes (e incluso de los siervos domésticos) junto a los aristócratas, elemento que se deduce ya de los resultados de otros yacimientos del sur de la Península Ibérica (Molina, 1983:100).

Hechas estas precisiones y para situar Peñalosa (Lám. I) en el contexto cronoespacial que le corresponde, un grupo de formaciones sociales del Alto Guadalquivir (Fig. 1), deberemos recordar antes que los rasgos de cultura material expresan, y son el resultado de, la jerarquización y el desarrollo de las clases sociales: tanto las diferencias en el tratamiento, tipos, usos de las cerámicas y los otros elementos de la cultura material mueble (Lull y Estévez, 1986; Contreras et alii, 1987-88, 1995; Buikstra et alii, 1992), como las diferencias en situación y tipo de sepulturas (Molina y Pareja, 1975; Schubart y Arteaga, 1986; Contreras et alii, 1991, 1995; Chapman, 1991:271), o el estado físico de los cadáveres como resultado de su tipo de vida (Jiménez y García Sánchez, 1989-90; Contreras et alii, 1995), y en este sentido habría que recordar que no toda la población de los asentamientos argáricos entraba en los niveles de clientela aristocrática ni en los siervos domésticos que podían tener sistemas de vinculación semejantes (o ser producto de la conquista y la rapiña) pero agudizados y dirigidos a otros fines. El resto de la población, en un porcentaje aun muy numeroso, mantendría su teórica autonomía (Contreras et alii, 1995), pero la presión coercitiva, por la vía del temor militar o por el dominio de las esferas de reproducción ideológica, vendría facilitada y enmascarada por los deseos de emular las ricas exhibiciones de los poderosos. Esto, a su vez, derivaba en un endeudamiento mayor y en la agudización de las contradicciones, especialmente cuando su subordinación a los aristócratas supone la aceptación de otras formas de tributo, especialmente defenderlos.

2. LOS ENTERRAMIENTOS DE LA EDAD DEL BRONCE EN EL ALTO GUADALQUIVIR. LOS LÍMITES CULTURALES Y LOS LÍMITES GEOGRÁFICOS

Para poder definir aquello que denominamos "Horizonte Argárico del Alto Guadalquivir(5)" (Contreras et alii, 1995) como el grupo de formaciones sociales cuya vinculación en la circulación de elementos de prestigio aristocrático durante la Edad del Bronce (mediados del II Milenio a.c.) incluye el enterramiento bajo las casas y el aterrazamiento de los poblados, y teniendo en cuenta que Shennan (1982:158-160) señaló que la difusión de determinados elementos de la cultura material mueble e inmueble, especialmente armas, adornos de metales preciosos y determinados recipientes como las copas, se relacionaba con una nueva ideología de emulación y exhibición para garantizar la reproducción del poder, la ostentación de su fuerza y no su enmascaramiento, debemos señalar someramente los rasgos tradicionales que oponen estas formaciones sociales a las occidentales.

Así se ha referido una "Cultura del Bronce de las Campiñas" no argárica, sin enterramientos bajo las casas pero con fortificaciones y torres circulares (Arteaga, 1987; Arteaga et alii, 1987; Nocete, 1994), y determinados rasgos de las poblaciones del oeste de Granada apuntan en la misma dirección de oposición social que se manifiesta también en la pervivencia de enterramientos en cuevas artificiales en Jaén (Ruiz et alii, 1986), y así los elementos adoptados en favor de una nueva ideología aristocrática se adaptaron a la forma de enterramiento megalítica no sólo inhumando en antiguos dólmenes (Molina, 1983:92) sino erigiendo necrópolis de grandes cistas exteriores a los poblados que jalonan todo el occidente granadino y el pasillo de Alcalá-Moclín (Maluquer et alii, 1973; Carrasco, 1979; Navarrete y Carrasco, 1979) para las que las referencias problemáticas de La Peña de Martos (Jaén) son las más septentrionales.

Es necesaria, por tanto, una profundización en el estudio de las diferencias zonales, aunque los resultados de nuestro Proyecto de Investigación son aún, en cierto modo, provisionales como consecuencia fundamentalmente de que, por un lado, en la primera fase del mismo la zona cubierta por las "prospecciones superficiales sistemáticas" ha sido reducida y, por otro lado, son escasas las excavaciones realizadas en Las Campiñas (reducidas al entorno de Porcuna, Arteaga, 1987; Arteaga et alii, 1987; Nocete, 1994) y se desconoce casi totalmente el ritual de enterramiento en éstas.

Pese a todo podemos señalar que el límite occidental de lo que hemos llamado "Horizonte Argárico" se situaría entre los cursos del Rumblar y el Jándula, viéndose que la articulación entre los poblados de este último (Pérez et alii, 1992a) es muy diferente a la relativa homogeneidad del poblamiento en el primero durante la Edad del Bronce. Más al sur, según los datos con que actualmente contamos, difícilmente alcanzarían estas sociedades el cauce del río Guadalbullón y, con seguridad, las formaciones sociales del pasillo de Alcalá-Moclín formarían parte de otra gran unidad social como resultado de las relaciones entre la costa malagueña y el alto-medio Guadalquivir.

Ni siquiera en el interior de la zona del Alto Guadalquivir incluida en ese "Horizonte Argárico" está presente la homogeneidad pudiendo pensarse en la existencia de varias formaciones sociales, aunque en el área central de nuestro estudio, constituida por La Loma de Úbeda, la cuenca del Rumblar y la Depresión Linares-Bailén (Fig. 1) las diferencias se explican en gran medida en base a la aparición de poblados de nueva planta y poblados que perviven (Contreras, 1982), no siendo los poblados nuevos la avanzadilla de prospectores metalúrgicos como se había pretendido (Ruiz et alii, 1986). Debemos referirnos aquí a las causas de la denominada expansión argárica y en primer lugar qué debemos entender por tal.

En nuestra opinión la difusión de los rasgos de cultura material por amplias zonas durante la Edad del Bronce se basa en el desarrollo de las relaciones comarcales entre las élites aristocráticas, en sus alianzas matrimoniales, el intercambio de dones y la emulación, así como en el sustrato previo que suponían los estados que se desmembraron con las revueltas de las aristocracias periféricas (como sugiere Nocete, 1994 para el caso de Las Campiñas).

Los elementos que indican prestigio naturalmente pueden variar como resultado de su distancia al foco de origen cambiando incluso su significado (Shennan, 1982). En el caso del Sureste y la Alta Andalucía estos elementos de prestigio están constituidos especialmente por una gran cantidad de armas, exponentes de una sociedad ideológicamente guerrera, adornos en metales preciosos y por elementos que han sido considerados típicos de la "norma argárica" (copas, botellas, vasos carenados, etc.). Las relaciones tan estrechas son las que explican las dificultades de delimitación de las fronteras de las formaciones sociales en un mundo descentralizado en el que las posesiones de las élites pueden estar, a veces, separadas en el espacio, aunque la estabilidad a largo plazo exigía la búsqueda de territorios continuos y la reproducción del sistema la agresión constante sobre las formas de riqueza móviles.

De esta forma la difusión en ningún caso puede leerse como la expansión de un pueblo conquistador desde el Sureste (Vaño, 1963), o simplemente una migración pacífica a la búsqueda de nuevas tierras de explotación agropecuaria (Valiente, 1980), ni siquiera se puede generalizar la búsqueda de yacimientos minerales (Molina, 1983:92; Lull, 1983:456) más allá de la escala comarcal, aunque es indudable que para explicar los poblados de nueva planta, dada su situación en zonas prácticamente despobladas anteriormente pero inmediatas al centro de poblamiento, debemos recurrir a desplazamientos desde los núcleos cercanos preexistentes tanto en el este de Granada (Molina et alii, 1986) como en el norte de Jaén (Nocete et alii, 1987; Lizcano et alii, 1990) donde podemos rastrear cómo a la dispersión de los nuevos núcleos de poblamiento a la búsqueda de minerales, y también de un control más estricto del territorio de explotación, acompañó por un lado la reestructuración de algunos centros como el Castro de la Magdalena o Cástulo (Lizcano et alii, 1992; Pérez et alii, 1992b) (Lám. II) y poblados dependientes como Cerro del Salto (Hornos et alii, 1987a; Nocete et alii, 1986)(6) (Lám. III) y, por otro, una intensificación de la explotación de las zonas agropecuarias (Ruiz et alii, 1986; Sánchez y Casas, 1984; Zafra, 1991; Zafra y Pérez, 1992), que no creemos se circunscriba únicamente al secano sino, como hemos dicho, a una delimitación más precisa y cercana de los territorios de explotación tradicional, como muestra la presencia de poblamiento previo en Úbeda (Hornos et alii, 1987b), Sabiote (Hornos et alii, 1987c), Iznatoraf (Lizcano, 1990), y posiblemente en Úbeda la Vieja (Molina et alii, 1979) y las inmediaciones de Baeza (Zafra y Pérez, 1992).

En cualquier caso lo que nos interesaba reseñar es cómo con la dispersión de un poblamiento fortificado, y dependiente en cierto grado, a través de las alianzas y el soporte ideológico, los centros nucleares se vieron libres en parte de la presión interna, en algunos casos por la fuerza secesionista de las aristocracias periféricas como sucedió en Las Campiñas (Nocete, 1994), pero reprodujeron en sí mismos el encastillamiento y los símbolos que renovaban la conexión, las alianzas, y que dirigían ideológicamente los resultados de la explotación descentralizada.

Sólo en este contexto se comprende la gran producción metálica en Peñalosa (Contreras et alii, 1991, 1992) y la dependencia entre unos poblados y otros. Por tanto las diferencias internas que documentamos en el poblado de Peñalosa deben referirse a un contexto más amplio, en primer lugar la formación social que ocupó, al menos, el oeste de la Depresión Linares-Bailén y la cuenca del Rumblar, penetrando a través del río Grande (como expone p. ej. el yacimiento de Los Guindos, López y Soria, 1978) (Lám. IV) en el corazón de Sierra Morena (Fig. 1), pero también yendo más allá debemos tener en cuenta las transformaciones que tuvieron lugar en todo el sur de la Península Ibérica (Molina, 1983:89-93; Lull, 1983:419-460; Gilman, 1987; Chapman, 1991; Nocete, 1994; etc.).

Por ello no debemos olvidar que las alianzas tendieron a reproducir el sistema a lo largo de una ruta que remontaba el Guadiana Menor hacia el Alto Guadalquivir. Pero, de hecho, si el único objetivo hubiese sido el metal, a toda costa, desde el este de la Vega de Granada donde se sitúa un importante núcleo argárico (Molina, 1983:100-107; Fresneda et alii, 1987-88) el camino más corto hacia los filones metalíferos del Alto Guadalquivir hubiese sido el pasillo de Alcalá-Moclín donde vimos que no existen los yacimientos típicos, sino necrópolis a exterior de poblado como en el oeste de la Vega de Granada (Navarrete y Carrasco, 1979) y el este de la provincia de Málaga (Baldomero y Ferrer, 1984) pese a que algunos autores lo consideran una importante ruta de comunicación (Lull, 1983:406-407; Carrasco y Pachón, 1986) lo que es cierto pero no con respecto a formaciones sociales que incluyan los rasgos argáricos y, por tanto, no en relación al poblado de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén). Por otro lado, Las Campiñas Occidentales del Alto Guadalquivir no sufrieron la espectacular transformación por emulación, visible en la zona oriental de la provincia sino más bien una reacción similar ante la expansión de las comunidades de la Depresión hasta la Vega del Guadalquivir (Roca et alii, 1987; Contreras et alii, 1987a)(7) que ayudó primero a la consolidación del sistema de control a base de fortines y después a la fragmentación territorial (Nocete, 1994). No se trata así de un simple bloqueo continuista (Ruiz et alii, 1986).

Serán las comunidades de la zona del Segura y el este de Granada las que expanden sus relaciones(8) hacia el Alto Guadalquivir, y es allí donde, posiblemente por oposición Las Campiñas reaccionan resolviendo sus propias contradicciones y reactivando las rutas de comunicación occidentales hacia la costa malagueña. En este sentido es interesante la potenciación de las comunidades del Piedemonte Occidental (Ruiz et alii, 1990), e incluso del pasillo de Alcalá-Moclín desde momentos del Cobre Final (Ruiz et alii, 1986; Nocete, 1994).

3. LA JERARQUIZACION EN EL ALTO GUADALQUIVIR Y LA UTILIZACIÓN DE LA MUERTE EN LA LUCHA SOCIAL

Producción y desigualdad social

Para nosotros la clase es ante todo una relación (Ste. Croix, 1988:60), el resultado de la posición de los diferentes grupos humanos en torno al proceso de producción (Godelier, 1989), incluyendo tanto los medios materiales empleados como los resultados a que da lugar, y por tanto el proceso de apropiación desigual (Ste. Croix, 1988:53). De esta forma queda claro cuán absurdo es hablar de niveles de riqueza sin estudiar el funcionamiento de la producción incluyendo la distribución de los productos en el interior de una formación social prehistórica, la forma en que se apropiaba la gente del trabajo ajeno(9), y en este sentido debemos criticar que en la discusión reciente sobre el grado de jerarquización en las sociedades de la Edad del Bronce del sur peninsular se haya tendido a buscar un descenso gradual en el nivel de riqueza y se haya querido extrapolar éste a la organización social en función de un número igual de clases o estamentos a los definidos a través de la estadística (Lull y Estévez, 1986; Buikstra et alii, 1992), por más que la articulación de diferentes relaciones sociales en una misma formación social, el diferente juego de las relaciones dominantes y dominadas aun bajo el dominio de un mismo modo de producción enmascare las oposiciones fundamentales.

La organización familiar por otro lado actúa no sólo como discutimos al principio del artículo facilitando la herencia lineal justificada por el culto a los antepasados más o menos directos y justificando el origen mítico de los nobles, sino también perpetuando la desigualdad al desvincular las ramas empobrecidas de los clanes que podían socorrerlas, y así de forma similar a como el poder de una comunidad, o clan, atraía extranjeros o extraños hacia él. La única salida que quedaba a los pobres, y de fundamental importancia para la reproducción del sistema, era vincularse ahora a la sección familiar aristocrática lo que, al mismo tiempo, convertía la explotación en más personal y directa. El análisis de la clientela y la servidumbre lo dejaremos, sin embargo, para el próximo apartado, y nos centraremos ahora en las formas en que se organiza la producción en favor de sólo algunos miembros de la sociedad.

Uno de los rasgos más repetidos con respecto al registro arqueológico de Peñalosa es la escasez de elementos relacionados con la producción agraria (Contreras et alii, 1987b; Nocete, 1994) lo que contrasta profundamente con otros de los yacimientos del Alto Guadalquivir, como Sevilleja (Contreras et alii, 1987a) (Lám. V) o el Cerro del Alcázar de Baeza (Zafra y Pérez, 1992); sin embargo la presencia de abundante cereal almacenado en algunas casas (Contreras et alii, 1991, 1992) ha llevado a plantear la necesidad del intercambio, a resultas también de la escasez de terrenos cultivables en las inmediaciones del cerro (Contreras et alii, 1987b), aunque por el contrario éstos no están ausentes de las cercanías (Nocete et alii, 1987), y se sitúan apenas a veinte minutos de marcha, si no consideramos los terrenos aluviales que quedaron ocultos por la construcción de la presa del Rumblar. A estas objeciones hay que unir la dificultad de transporte de elementos continuamente demandados para la subsistencia. Por eso debemos pensar que la abundante producción metalúrgica de Peñalosa y de los poblados circundantes (Contreras et alii, 1991, 1992; Pérez et alii, 1992a, 1992b), destinada sin duda, en gran parte, hacia el exterior, en principio hacia otros poblados de su misma formación social pero también hacia zonas más alejadas en función de las relaciones entre las élites a las que hemos hecho referencia, debió encontrar contrapartidas diferentes al grano, que formaría la base alimentaria, cuyo suministro debía garantizarse en todos los casos.

El ganado choca con muchas de las objeciones que hemos planteado en relación al cereal, pero si los rebaños de diferentes especies podían pastar fácilmente en el entorno de Peñalosa debemos considerar en nuestra valoración también la importancia del ganado como elemento de riqueza acumulable y móvil, al mismo tiempo como producto y como medio de producción(10), y por tanto como entidad con valor de cambio, a lo que debemos añadir el hecho constantemente referido de su capacidad de ser objeto de apropiación individual, especialmente en las rapiñas o los intercambios que conseguirían estos animales ya crecidos y listos para el consumo (o la exhibición en algunos casos, especialmente en el del caballo) (Godelier, 1989). De tal forma halla más contenido la distribución diferencial de los animales en cuanto a número y especies en el poblado de Peñalosa (Contreras et alii, 1995) y especialmente la presencia de caballos y bóvidos consumidos en las casas ocupadas por las familias que monopolizan el poder. Un poder que se hace también evidente en la aparición de cerámicas decoradas en gran parte de estos contextos domésticos (Contreras et alii, 1995).

Por el contrario la metalurgia, el proceso que tradicionalmente se había considerado que impulsaba la jerarquización a través del desarrollo de las fuerzas productivas, por la acción exterior o la propia evolución autóctona (Lull, 1983:456; Molina, 1983:92) muestra escasas diferencias entre las familias de Peñalosa, incluso en los ajuares de las sepulturas. Así sólo la presencia de almacenamiento de galena argentífera en el CE VIIe (Contreras et alii, 1991) o la aparición de elementos de este material en el ajuar de la sepultura nº 7 muestra importantes diferencias de acumulación(11)(Contreras et alii, 1995) que, en el segundo caso, se relacionan perfectamente con las referidas anteriormente sobre la distribución de équidos, bóvidos y cerámicas decoradas, especialmente si consideramos las tumbas pobres o aisladas en las mismas casas como las que corresponden a siervos (Contreras et alii, 1995).

Al igual que sugerimos en su día que la producción metalúrgica no garantizaba la posición social, que era debida por el contrario al control de su canalización y de los beneficios que reportaba (Contreras et alii, 1995), como ya se había referido (Lull, 1983:456-457; Gilman, 1987a), debemos añadir ahora el hecho de que aun en el propio poblado la producción especializada no era suficiente para conseguir el culmen del poder y sus beneficios, lo cual no debe extrañar si recordamos que la explotación se debía realizar fundamentalmente a través del control de la fuerza de trabajo, incluyendo el control sobre estos herreros. De tal forma se comprende que sepulturas excepcionalmente ricas se encuentren en áreas alejadas de los filones (Carrasco et alii, 1979) e incluso fuera de los límites de lo que hemos considerado "Horizonte Argárico del Alto Guadalquivir", hecho que ya habíamos reseñado para la cuenca del Jándula y las zonas más occidentales (Pérez et alii, 1992a) (Fig. 1) y que tal vez podamos extender a áreas más orientales de la Vega del río Guadalquivir (Zafra y Pérez, 1992).

Clientes, siervos y príncipes. Dominio y difusión de símbolos

A partir del análisis del registro funerario de Peñalosa (Contreras et alii, 1995) pudimos plantear un modelo de sociedad tripolar basada en la alta tasa de explotación de un grupo social, los siervos, que desarrollando su actividad en favor de la nobleza residían y adquirían su derecho al enterramiento junto a ésta. En la línea teórica que hemos desarrollado en las páginas que anteceden ello supone la pérdida de cualquier derecho individual de estos siervos a los bienes comunitarios y su adscripción de por vida a los que garantizan su subsistencia.

Un problema adicional que hasta ahora no habíamos explorado suficientemente es el origen del empobrecimiento tratándose sin duda de un proceso que se inició en el seno de las "sociedades teocráticas" que dominaron en el Calcolítico y en las que se produce un baja tasa de explotación de una amplia capa de población. La reestructuración a que condujo la "revuelta periférica" que dio al traste con este tipo de sociedades, por sobreexplotación y ambiciones aristocráticas, al menos en el área mejor estudiada de Las Campiñas (Nocete, 1994) debió suponer un factor de inestabilidad añadido para aquellos a los que el doble tributo había empobrecido y especialmente si el resto de la población periférica experimentó una mejora en su situación, tanto en la forma de "beneficios reales" derivados de su participación en la defensa (y las rapiñas) y su acceso a los bienes comunitarios como en forma de beneficios ideológicos derivados de la extensión del deseo de emulación y el acceso más o menos restringido a ciertos productos exóticos o de prestigio.

En cualquier caso, por una parte, esa emulación y la ambición de las élites parecían conducir a la formación de séquitos clientelares que evidenciaban la fragilidad de un sistema establecido ya sobre la base de la distinción clasista, mientras por otra parte, como muestran las prospecciones arqueológicas, la descentralización no había conducido a una igualdad total entre los poblados (Nocete et alii, 1987; Lizcano et alii, 1990; Pérez et alii, 1992b), y ello se encuentra en la base de la explicación de la circulación tributaria del metal y determinados recursos acumulativos y subsistenciales, así como en la difusión de los elementos de prestigio trascendentales para el sistema, como justificación de la exacción generalizada del producto social.

La explotación sobre la capa de campesinos/guerreros de esta manera también existía en la forma de prestaciones más esporádicas de productos y servicios, y especialmente en este caso del servicio como "ejército", aunque tal hecho no se percibiera como explotación. Se trata de fenómenos que han recibido el nombre de "explotación colectiva indirecta" (Ste. Croix, 1988).

4. PERSPECTIVAS PARA LA INVESTIGACIÓN DE LA EDAD DEL BRONCE EN EL ALTO GUADALQUIVIR. LAS CLASES SOCIALES Y LA ORGANIZACIÓN DEL TERRITORIO

La relatividad de la riqueza y el papel del metal

Los escasos datos sobre sepulturas cercanas, dentro de los límites del "Horizonte Argárico" del norte y este de la provincia de Jaén, muestran importantes diferencias de riqueza (Zafra, 1991; Zafra y Pérez, 1992)(12), incluso con abundancia en algunas sepulturas del valle del Guadalquivir de elementos de plata (Carrasco et alii, 1979), cuya problemática relación con el "Horizonte Argárico" ya hemos referido arriba, y de forma especial si se confirma su aislamiento de cualquier poblado, y así los mismos autores la relacionan con el valle medio y bajo del Guadalquivir (Carrasco et alii, 1979; Carrasco y Pachón, 1986).

En este sentido los estudios exhaustivos que se están llevando a cabo sobre la documentación del Cerro del Alcázar de Baeza serán bastante esclarecedores(13). En cualquier caso no nos parece sorprendente que la jerarquización quede relativamente enmascarada en los puestos de avanzada metalúrgica al mismo tiempo que en los centros nucleares, a los que nos hemos referido, el poder tiende a exhibirse, como forma de mantener su posición, por la capacidad de uso de la fuerza y por ser el lazo de unión con los centros dependientes y con las aristocracias exteriores que garantizan la afluencia de bienes de prestigio.

Por otra parte y durante un cierto tiempo las posibilidades de nuevas fundaciones actuaban como mecanismos flexibilizadores del conflicto social, especialmente en los núcleos rectores, aunque a su vez ello debía obligar o bien a un reparto de los terrenos agrícolas o de pasto entre los nuevos "colonos" o bien a una cesión a la nobleza periférica de su gestión o control. Con ello se garantizaba el acceso a la nueva fundación de familias con sus rebaños pero a su vez se abría una vía rápida para la exacción tributaria hasta consolidar el empobrecimiento servil de algunos.

Centro-periferia y frontera. Aristocracia y estado descentralizado

A la hora de valorar la subordinación social en el área de Peñalosa y la planificación de la ocupación del territorio presente en la articulación de poblados encastillados(14), aterrazados y de tamaño similar, desde los bordes de la Depresión hasta el interior de las cuencas mineras debemos tener en cuenta la posición de aquellos núcleos que parecen arrancar de períodos anteriores y subsistir más allá del fin de El Argar, especialmente Cástulo (Lizcano et alii, 1992; Pérez et alii, 1992b) (Lám. III).

En la definición de los límites de las formaciones sociales y de la subordinación dentro de ellas chocamos con un obstáculo fundamental, el carácter descentralizado de los estados de la Edad del Bronce como consecuencia de las ambiciones de las aristocracias, que, sin embargo se ven mediatizadas por las alianzas familiares, y los lazos clientelares y de servidumbre en la relación entre las capas altas y bajas. En el caso de la periferia occidental del "Horizonte Argárico" nos encontramos con la imposibilidad de hallar relaciones permanentes al otro lado de una frontera hostil que no se puede conquistar y manejar en provecho propio y que debió incidir en el mantenimiento de las tasas de explotación de las clases bajas dentro de un límite para evitar la defección y garantizar la defensa. Por otra parte, las comunidades del otro lado de esa frontera reaccionan y desarrollan, sobre bases propias, nuevos sistemas de defensa descentralizados (Nocete, 1994)(15). Además la continuidad territorial era una condición ineludible para la subsistencia del sistema de explotación durante un periodo amplio.

Tal vez por todo ello el sistema del valle del Rumblar/Depresión Linares-Bailén parece más estable y centralizado que el sugerido para áreas cercanas en la misma época, como sería el caso de Las Campiñas (Nocete, 1994), donde además la explotación precedente habría facilitado la exacción nobiliaria(16). En ello también pudo influir el que la colonización reciente de algunas zonas provocara que las vinculaciones ideológicas con la comunidad central no se disolvieran con tanta rapidez por la ambición aristocrática, tal y como sucedió a fines del Calcolítico en las zonas ocupadas por los poblados centrales en determinadas áreas del sur peninsular.

Naturalmente esto último no significa que el poblamiento calcolítico estuviera totalmente ausente de la cuenca del Rumblar, tal y como muestra el Cerro del Tambor, con continuidad hacia el Bronce y donde nuestras prospecciones documentaron la actividad metalúrgica(17) (Lizcano et alii, 1990; Pérez et alii, 1992b), y pese a que su escasa entidad y su rápido abandono impiden considerarlo un yacimiento de primer nivel, aunque sí es interesante que domine las tierras más productivas. Lo que podemos señalar es que la estructuración definitiva de la periferia de la Depresión sólo tuvo lugar en los momentos en que las aristocracias, según sugirió Shennan (1982) demandan elementos de prestigio que sirvan para exhibir su poder sin recurrir a los mecanismos tradicionales de las sociedades teocráticas(18) precedentes. Es decir cuando la demanda de metal como símbolo de relaciones y como medio de conseguir riqueza, en forma de ganado, y de hombres que explotar al máximo, provoca en el sur de la Península una reacción en cadena que conduce a cierta homogeneización de los elementos de prestigio mientras el territorio apropiado se articula de forma más militarista, incluso al interior de unas mismas formaciones sociales, mucho más dinámicas (en términos de reestructuración política) que las precedentes.

De esta forma comprendemos que el sistema de explotación territorial en torno a La Loma de Úbeda permanezca en sus líneas fundamentales aun cuando el cuádruple sistema de jerarquización de los asentamientos del Cobre Pleno se reestructure en función de una nueva organización social, de forma que si bien perviven yacimientos del reborde de La Loma, aquéllos cuya continuidad hemos resaltado: Baeza (Zafra, 1991; Zafra y Pérez, 1992), Úbeda (Ruiz et alii, 1986; Hornos et alii, 1987b), Sabiote (Hornos et alii, 1987c), etc., en los valles se produce una reestructuración que supondrá el abandono de algunos asentamientos, aunque no el fin de la ocupación de las zonas que controlaban. En los poblados del Valle del Guadalquivir al sur de La Loma el Campaniforme Ciempozuelos había alcanzado un importante desarrollo en muchos casos como demuestran los yacimientos de Gil De Olid (Puente del Obispo, Baeza) (Crespo et alii, 1987), Puente Mazuecos, Puente del Río de la Vega de Santo Tomé (Ruiz et alii, 1986), pero sin embargo otros debieron abandonarse en momentos anteriores y la presencia de campaniforme en el Puente de la Reina sólo se ha documentado en superficie (Pérez et alii, 1992c).

Se incrementará por el contrario en la Edad del Bronce el poblamiento junto al Guadalimar, como avanzada de la nueva colonización, no meramente "metalúrgica", impulsada desde los centros de poblamiento anterior y no directamente desde el Sureste. Los poblados de la Depresión Linares-Bailén tienden a ocupar las zonas de control de pasos, vados especialmente, como sucede con Cerro del Salto (Hornos et alii, 1987a; Nocete et alii, 1987) entre el Rumblar y La Loma, y especialmente en el Guadiel (Cerro de Buena Plata, Lizcano et alii, 1992).

En este sentido debemos reseñar hoy que naturalmente la concentración del poblamiento, o su dispersión posterior, no resultan mecánicamente de la intensificación agraria sino de los conflictos de clase, incluyendo, como se ha visto, los que tienen lugar al interior de la clase dominante, los procesos que conducen a la restricción, o, raramente, la ampliación de ésta. De esta forma la denominada "crisis del Bronce Final" sólo tiene sentido para los poblados especializados y no para el conjunto de las formaciones sociales, para un determinado sistema de poder y no para la continuidad del poblamiento en términos absolutos.

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Notas

1. Por sociedades comunitarias entendemos aquellas dominadas por las relaciones de parentesco, pero en las que existe diferenciación entre los hombres y las mujeres, y un cierto grado de cohesión interna que no ha dado lugar a la explotación tributaria y la asimilación de otras comunidades. Sin embargo no estamos de acuerdo con Godelier (1989) en el rechazo radical del "comunismo primitivo".

2. Dado que en primer lugar no puede existir competencia sino por los medios de producción en tanto que productos; en segundo lugar la importancia de la agricultura en el Neolítico Final debe demostrarse y, por último, lo importante no es el grueso de la producción sino aquella parte que es susceptible de ser utilizada en el dominio social.

3. Como ya se señaló en la Memoria de Licenciatura de uno de nosotros, J.A. Cámara, titulada El ritual funerario y el conflicto social. Aproximaciones teóricas y dirigida por Fernando Molina González.

4. En la primera parte de este artículo (Contreras et alii, 1995) ya se utilizó esta fórmula en sentido figurado, refiriéndonos en aquel caso a la disposición total de los poblados y su relación con la organización social.

5. Este término, como se verá más adelante, tiene una doble implicación, por un lado se utiliza para mostrar hasta qué punto los conjuntos culturales definidos por la Arqueología tradicional siguen teniendo validez si se utilizan y matizan desde otras posiciones teóricas (ver Lizcano et alii, e.p.), por otro lado pretende mostrar que dentro de un área que en un determinado momento histórico comparte determinados rasgos de Cultura Material, en el caso de la Edad del Bronce de la Alta Andalucía y el Sureste como consecuencia de las relaciones entre las élites lo que explica las diferencias entre tumbas y poblado y también al interior de las primeras (Molina y Pareja, 1975; Contreras et alii, 1987-88), y que ocupa un territorio determinado podemos encontrar diferentes formaciones sociales.

6. Con las argumentaciones que luego se desarrollarán sobre las formaciones sociales (o formación social) que ocuparon La Loma de Ubeda y la Depresión Linares-Bailén en la segunda mitad del II milenio a.c. puede chocar la ausencia de enterramientos bajo las viviendas en Cerro del Salto pero ello puede deberse al hecho de que la mayoría de los sondeos estratigráficos (excepto el corte 2) tuvieron por objeto documentar los sistemas de fortificación y la secuencia que contra ellos se depositó (Hornos et alii, 1987a; Nocete et alii, 1986).

7. Lamentablemente el estado de las excavaciones en Sevilleja (Contreras et alii, 1987a) (Lám. IIIb) no permite afirmar este punto con rotundidad al haberse localizado únicamente enterramientos que estaban expoliados o destruidos por fases culturales posteriores. Junto a un importante habitat aterrazado y una cultura material mueble perfectamente relacionable con la de la Depresión Linares-Bailén y La Loma de Úbeda, con las que no existe discontinuidad en el poblamiento (Lizcano et alii, 1992; Pérez et alii, 1992b; Zafra y Pérez, 1992).

8. Y no en la forma de desplazamientos masivos, aunque posiblemente sí de matrimonios entre aristócratas bastante alejados.

9. Un problema diferente es la determinación del modo de producción dominante en base no a qué sistema de explotación predominaba en términos numéricos sino a qué sistema empleaba la cúspide social para extraer el excedente que le garantizaba su dominio.

10. El cereal por el contrario sólo se puede acumular en sí como producto pero para su reproducción desigual precisa un control excluyente de la tierra, convertida ahora sí por el trabajo en medio de producción. La movilidad del ganado por el contrario provoca que los rebaños apropiados puedan crecer aun manteniendo el régimen comunal de los pastos.

11. La presencia de elementos de plata es excepcional en un hallazgo aislado de una sepultura en las cercanías del conocido yacimiento de Los Villares de Andújar (Carrasco et alii, 1979) si bien en función de este mismo aislamiento parece difícil, como después argumentaremos que esta zona se incluya durante la Edad del Bronce en la misma formación social que Peñalosa, hecho que viene avalado también por la evolución posterior del área. En cualquier caso la excepcionalidad del ajuar muestra que en las zonas más alejadas del área productora metalúrgica las diferencias en riqueza mobiliaria debieron hacerse más acusadas.

12. Sepulturas de este tipo, incluyendo pithoi, se han referido no sólo para los casos de Úbeda y Baeza (Vaño, 1963; Ruiz et alii, 1986; Hornos et alii, 1987b; Zafra, 1991; Zafra y Pérez, 1992), sino para otras zonas de La Loma como Sabiote (Hornos et alii, 1987c), Úbeda la Vieja (Molina et alii, 1979), Iznatoraf (Lizcano, 1990), Torreperogil (Zafra y Pérez, 1992), o incluso más hacia el este en el Cerro de la Coja de Orcera (Crespo y Pérez, 1990) o en Hornos de Segura (Maluquer, 1974).

Sin embargo, dado el escaso número de sepulturas documentadas, excepto en los casos de Úbeda y Baeza, y teniendo en cuenta que algunas veces sólo proceden del expolio, como en el caso de Orcera, estos hallazgos proporcionan poca información en torno a lo que se discute aquí, salvo el hecho de que podamos afirmar que se sitúan bajo los niveles de hábitat, bajo las viviendas. En este sentido uno de los yacimientos más interesantes al carecer de poblamiento actual superpuesto, y haber sido objeto de excavaciones arqueológicas recientes, es el Rincón de Olvera (Úbeda), al norte de La Loma, y en el que se conocen enterramientos bajo las casas y otros en fisuras, atribuidos por sus excavadores a la última fase de ocupación (Carrasco y Pachón, 1986).

13. La muestra aquí es, sin embargo, pese a su mejor conservación, más problemática que la de Peñalosa, al incluirse sepulturas de varios momentos de ocupación del Cerro del Alcázar durante la Edad del Bronce (Zafra y Pérez, 1992), si bien esto apoya nuestra idea de que los centros nucleares no especializados consiguieron mantenerse tras el fin del sistema social, como muestran también los hallazgos de Úbeda (Ruiz et al., 1986; Hornos et al., 1987b), que estaba enfocado por la dispersión de los poblados dependientes a asegurar el control de recursos alejados de las tierras más ricas (pastos de invierno y metal).

14. Otro rasgo que podría tenerse en cuenta para explicar la relativa indiferenciación social de estos poblados periféricos es el papel que las necesidades de defensa, al menos de los rebaños y los recursos estratégicos como el mineral, pudieron tener en el mantenimiento de cierto grado de cohesión interna y una capacidad de movilización más general.

15. Al exterior de lo que hemos considerado Horizonte Argárico del Alto Guadalquivir la articulación de los poblados del Jándula en torno a Las Cabrerizas y remontando el curso fluvial hacia los filones (Pérez et alii, 1992a) debe sin embargo ser contrastada con la evolución del núcleo de Los Villares de Andújar (Roca et alii, 1987) y los enterramientos de esa zona (Carrasco et alii, 1979; Carrasco y Pachón, 1986), donde al menos el poblamiento del Bronce Final es excepcional.

16. Y donde la resolución de la triple contradicción de clases, al interior de los núcleos jerárquicos, entre éstos y las aldeas dependientes, y entre las élites del centro y las de la periferia, representada en una agudización de la explotación, al hacerse insoportable, pese a todo, para las masas dominadas, y al potenciar la ambición aristocrática condujo a la desintegración del sistema desde el 1600 a.c. (Nocete, 1994).

17. En zonas cercanas también documentamos la técnica metalúrgica desde la Edad del Cobre, tanto en la Depresión con El Cerro del Pino (Pérez et alii, 1992b) como en el entorno de La Loma de Ubeda con el Puente de la Reina (Pérez et alii, 1992c), así como incluso en la zona que hemos considerado exterior al "Horizonte Argárico del Alto Guadalquivir" con el yacimiento de Los Santos (Pérez et alii, 1992a).

18. Entendemos aquí como sociedades teocráticas aquellas formaciones sociales tributarias, en las que el poder de clase, ejemplificado en un solo personaje o un clan, se basaba en su consideración como representante de la comunidad o de las potencias sobrenaturales que regulaban la vida, y que no eran sino la trasposición al plano ideal de la misma comunidad. Los servicios de clase adquirían así la forma de prestaciones voluntarias realizadas en bien de la comunidad, usándose también la fuerza en el mantenimiento del sistema, especialmente cuando la captación de comunidades dependientes, como forma de asegurar un grado de asentimiento relativo en la comunidad central, alcanzaba los límites de la capacidad de movilización de recursos para la reproducción del sistema. La diferenciación de otros tipos de formaciones sociales tributarias no deriva así de la oposición de clases fundamental (servidumbre) sino de la forma del poder político, como resultado también del grado de resistencia de otras relaciones sociales dominadas a ese nuevo sistema de opresión, cuyo desenmascaramiento inicial, pero no total, en el caso que nos ocupa tendrá lugar en la Edad del Bronce.