ARQUEOLOGÍA INTERNA DE LOS ASENTAMIENTOS. EL CASO DE PEÑALOSA

Francisco Contreras Cortés y Juan Antonio Cámara Serrano (Dpto. Prehistoria y Arqueología, Universidad de Granada)

1. PEÑALOSA. UN YACIMIENTO DE LA EDAD DEL BRONCE EN EL ALTO GUADALQUIVIR

El análisis de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir ha estado tradicionalmente vinculado a actuaciones aisladas (sondeos estratigráficos o actividades de urgencia) que aunque evidenciaban la importancia de esta fase cronológico-cultural, no podían acometer con garantías el estudio histórico al no contar con hipótesis y programas de investigación adecuados, conduciendo a la repetición constante de esquemas simples reproducidos por todos los especialistas. Por ello, no existían explicaciones coherentes ni para la difusión de los elementos culturales propios del denominado "mundo argárico" por determinadas zonas ni para la explicación de la proliferación de un poblamiento encastillado y dependiente.

Si exceptuamos las noticias, siempre problemáticas sobre enterramientos de presuntos "santos", recogidas desde el siglo XVII, los primeros datos sobre las comunidades de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir, procederían de las excavaciones realizadas por J. de M. Carriazo en 1925 en el yacimiento de "Corral de Quiñones" (Quesada) y las de "Haza de Trillo" (Peal de Becerro) en 1944 por parte de C. de Mergelina. Pero será a partir de los años 60 con la excavación de R. García Serrano en el yacimiento de Peñalosa (Baños de la Encina), asociado al foco minero de Sierra Morena, cuando se evidencia la importancia de esta zona y su conexión con el mundo argárico, como posteriormente señalará H. Schubart. De esta forma va a quedar expuesta la existencia de diferentes tradiciones culturales, en lo que hoy es la provincia de Jaén, desde el mismo conocimiento de casos diferentes como Marroquíes o Arjona, aunque un panorama coherente de éstas sólo comenzará a configurarse a partir de finales de los años setenta.

En los años 70 aparecen nuevos datos sobre las comunidades que ocuparon el oriente de Jaén: la publicación por el J. Maluquer de los materiales de Hornos de Segura, la excavación por J. Carrasco de la Cueva del Canjorro (Jaén) y el Rincón de Olvera (Ubeda) y las excavaciones del Departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada en Úbeda la Vieja y el Cerro de Cabezuelos (Úbeda). A partir de ellas se elaborará la primera síntesis cultural de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir (Molina et al., 1978), mostrando básicamente una oposición entre el norte y este de la provincia y el resto de las zonas que integra.

Ya en los años 80, fruto de algunas excavaciones (Cazalilla, Porcuna, Iznatoraf) y de los primeros trabajos de prospección de la zona, A. Ruiz et al. (1986) realizaron una síntesis del poblamiento durante la Edad del Cobre y Bronce. En ella, el foco de la Depresión Linares-Bailén y el reborde más meridional de Sierra Morena, a tenor de los datos obtenidos en Peñalosa y en el mismo núcleo minero de Linares, se erigía como el centro de atención no sólo para resolver los problemas fundamentales de la Edad del Bronce en el Alto Guadalquivir, sino también de una serie de cuestiones histórico-culturales que afectan a todo el mediodía peninsular, pero la escasa documentación que poseíamos hasta 1985 en relación a Sierra Morena se presentaba como un hándicap insuperable en la caracterización de la Historia de ambas zonas. Existía así una necesidad urgente de abordar el estudio de esta zona bajo las bases de un amplio proyecto de investigación cuyos objetivos y metodología fueran la garantía científica capaz de resolver los numerosos interrogantes planteados. Por ello se planteó en 1985 el Proyecto de Investigación: Análisis histórico de las comunidades de la Edad del Bronce de la Depresión Linares-Bailén y estribaciones meridionales de Sierra Morena, dirigido por F. Contreras, F. Nocete y M. Sánchez

Este Proyecto de Investigación se ha centrado fundamentalmente en la excavación sistemática de Peñalosa y en la prospección superficial del territorio donde se enmarca, desarrollándose hasta 1992 en su primera fase, que culminó en la presentación de la Memoria del Proyecto (Contreras, 2000) y en la realización de una exposición que resumía los resultados más relevantes (Contreras et al., 1997). La segunda fase del proyecto tiene previsto su inicio en el verano del 2001. Los objetivos generales de este proyecto de investigación, centrados en el estudio histórico de las sociedades prehistóricas de la Edad del Bronce en una zona concreta, fueron planteados desde el inicio de nuestras actividades en tres grandes bloques (Contreras et al., 1987a).

1) En primer lugar, queríamos centrarnos en el análisis histórico de las comunidades que vivieron en las zonas metalúrgicas del Alto Guadalquivir durante el segundo milenio a. C., pero, como elemento imprescindible para la comprensión histórica, queríamos estudiar también las relaciones de estas comunidades con las que ocupaban las áreas vecinas, su integración u oposición, y la evolución que tuvo lugar en estas comunidades a lo largo del tiempo estudiando especialmente las transformaciones más relevantes. Esto serviría de punto de partida para el desarrollo a más largo plazo de estrategias de investigación globlales que nos permitieran explicar el desarrollo del proceso de jerarquización durante la Prehistoria Reciente en el Alto Guadalquivir.

2) Un segundo gran objetivo consistía en establecer la relación entre las comunidades metalúrgicas del Alto Guadalquivir con los complejos culturales del Sur de la Península Ibérica, delimitando las causas de las similitudes en la cultura material, el papel que juega la metalurgia en esas relaciones y en la expansión de un determinado tipo de hábitat y estructura social y el papel que juega el Calcolítico indígena en el proceso de formación.

3) Un tercer objetivo, al que se concede una mayor importancia en la nueva fase de investigaciones, conducía a una profundización en el estudio del desarrollo de la jerarquización social en la Prehistoria Reciente, a partir de seis puntos:

A) El factor metalúrgico como apoyo y justificación de la jerarquización social y los límites cronológicos y espaciales a los que hay que circunscribir su impacto

B) La importancia del control de los rebaños y la acumulación de riqueza pecuaria en el proceso de jerarquización.

C) La importancia del control de los hombres y la evolución de distintas formas de servidumbre.

D) Las posibles evidencias sobre división de la tierra.

E) La relación del cambio social con los contactos culturales, estudiando la aportación de estas comunidades al problema de la argarización del Alto Guadalquivir y sus límites, así como la necesidad de estudiar cuál es la verdadera identidad de este cambio a nivel social.

F) El análisis del origen y evolución del estado en las comunidades de la Edad del Bronce y la relación de las transformaciones sociales con los sistemas de periodización tradicionalmente empleados.

Presentamos aquí algunas cuestiones relativas al análisis espacial del registro arqueológico de este yacimiento.

2. EL ANÁLISIS DEL REGISTRO ARQUEOLÓGICO DE PEÑALOSA

A) La naturaleza del registro arqueológico y sus problemas

El estado de conservación del registro arqueológico de Peñalosa nos ha permitido documentar en determinadas áreas del poblado el último momento de habitación de manera exhaustiva (fase IIIA). Su buena preservación se debe fundamentalmente al hábitat aterrazado y a la entidad de las construcciones en piedra que han originado unos enormes derrumbes por las laderas que, al no haber sido afectados en ningún caso por las labores agrícolas, debieron hacer desistir a los excavadores clandestinos antes de alcanzar los suelos de ocupación perfectamente sellados por la caída de los elementos de adobe y las vigas que conformaban los techos de las viviendas.

Los agentes naturales y culturales que han incidido en los procesos de formación del registro arqueológico de Peñalosa han contado con un colaborador muy particular de reciente aparición: el pantano del río Rumblar. Las aguas de este embalse sumergen una gran parte del yacimiento incidiendo en la destrucción en las zonas bajas de gran parte de los sedimentos acumulados, dejando al descubierto, en las épocas en que descendía el agua embalsada, las estructuras que se situaban al interior de las viviendas.

Desde su creación, las continuas fluctuaciones de las márgenes del pantano no han hecho más que acentuar la acción destructora de la diagénesis natural. Esta acción hídrica ha causado una erosión acelerada de las terrazas inferior y, en menor grado, media, haciendo aflorar y, eventualmente, arrastrando los materiales arqueológicos de todo tipo que se encontraban anteriormente cubiertos por el sedimento.

En Peñalosa se han realizado cuatro campañas de excavación en las que tras una primera fase planimétrica y topográfica se ha abordado el estudio de la última fase de ocupación del poblado. La ladera septentrional del yacimiento en la que se han centrado los trabajos de excavación fue dividida en cuatro zonas en base a la existencia de diferentes terrazas naturales que correspondían también a la articulación de las terrazas artificiales (más numerosas) que constituían las viviendas. Se han distinguido así las terrazas inferior, media y superior y el área de fortificación al este. El excelente estado de conservación del registro arqueológico nos ha permitido la documentación de la fase de abandono del poblado a nivel de estructuras, artefactos y ecofactos, proporcionando un amplio panorama de la cultura material empleada y producida por sus habitantes.

En el proceso de excavación se ha prestado especial atención, por tanto, a la relación entre los elementos de cultura material mueble y el contexto sedimentario y estructural en el que se situaban. De esta forma se han definido en el primero de los sentidos unidades sedimentarias (o unidades estratigráficas no construidas) en cuya matriz se incluían los artefactos, ecofactos y diferentes elementos estructurales que, en segundo lugar, han sido clasificados como mejor forma de comprender su articulación con los elementos muebles y como vía para acceder a la caracterización histórica de los espacios. De tal forma al nivel descriptivo previo se han distinguido: unidades estratigráficas construidas, estructuras, complejos estructurales y grupos estructurales. Las dos últimas pretenden, en nuestra clasificación, aproximarse a la definición de las habitaciones y las casas. La integración de todos estos elementos y básicamente la articulación entre unidades estratigráficas construidas y no construidas permite la definición de fases estratigráficas.

Se ha podido definir la existencia de, al menos, tres fases en la ocupación prehistórica del yacimiento de Peñalosa. Los niveles estratigráficos de la primera fase (IIIC) apenas han sido objeto de intervención arqueológica y se localizan en la parte más alta del cerro, en el GE X, los restos de la segunda fase (IIIB) se extienden hasta la Terraza Superior, pero a excepción del muro de fortificación de esta fase, posteriormente modificado, están muy mal conservados como consecuencia de la reestructuración espacial que se hace en la última fase (IIIA), en la que el poblado se expande hacia el norte, bajando hacia el río Rumblar.

Disponemos de diversas dataciones sobre muestras de vida larga (vigas y postes) analizadas por el laboratorio americano Teledyne Isotopes y presentadas aquí con la calibración sugerida recientemente (Castro et al., 1996):

Nº MUESTRA

SECTOR

a.C.

Cal A.C. 1F

Cal A.C. media

Cal A.C. directa

I-15184

9

1440 ± 100

1820-1560

1690

1701

I-16064

15

1470 ± 100

1880-1620

1750

1733

I-16063

14

1730 ± 100

2230-1930

2080

2065

I-16352

20

1690 ± 100

2175-1908

2042

2025

Estas nos sugieren que la construcción de las estructuras de esta última fase tendría lugar entre el 1400 y 1500 a.C. (1750 cal A.C.) y el abandono definitivo, teniendo en cuenta la presencia de materiales decorados de tradición Cogotas I (sin presencia atestiguada de excisión ni boquique) podría haber tenido lugar hacia el 1600 cal A.C.

B) Análisis del registro arqueológico de Peñalosa (Caja)

Metodología de la excavación

En un primer momento se ha llevado a cabo una limpieza superficial del yacimiento, realizando a continuación trabajos planimétricos y topográficos que nos han permitido obtener una aproximación a la organización estructural del poblado. Mediante pequeños sondeos hemos podido precisar las fases estratigráficas de Peñalosa, aunque la excavación en profundidad es complicada debido a la gran masa de derrumbes. A partir del conocimiento estructural y estratigráfico se han planteado grandes áreas de excavación para delimitar los complejos estructurales y una vez vislumbrados se ha pasado a la excavación microespacial de cada conjunto cerrado, excavando mediante niveles naturales y realizando plantas de dispersión de artefactos y ecofactos por unidades sedimentarios hasta llegar a los suelos de ocupación. Posteriormente se han rebajado los suelos hasta la roca para documentar tanto las fases anteriores como las posibles sepulturas existentes bajo los suelos de las casas.

Tratamiento del registro arqueológico

Para recuperar la información se ha utilizado un conjunto de fichas de campo y laboratorio diseñadas por el Grupo de investigación GEPRAN (Univ. Granada). En ellas se combina información textual con gráfica. Gran parte de la información se ha codificado para su posterior tratamiento informático, generándose una gran base de datos (PARADOX). La documentación gráfica (plantas y secciones) se ha vectorizado (AUTOCAD) y los dibujos y fotografías ha sido escaneados y tratados con programas informáticos (PHOTOSTYLER y PHOTOSHOP).

Análisis de los datos arqueológicos

A partir de la base de datos se ha seleccionado una muestra de cultura material para su análisis. En el caso concreto de la cerámica se han seleccionado aquellos vasos que presentan la forma completa o casi, tomándose una serie de variables morfométricas que posteriormente han sido estudiadas mediante análisis multivariantes de tipo cluster (jerárquicos) o componentes principales (ordenación). Con este sistema se han elaborado las tipologías morfometricas de los artefactos de Peñalosa, pasando a continuación a estudiar su dispersión espacial por los distintos complejos estructurales.

Análisis contextual

En este proceso se han intentado definir los procesos deposicionales y las alteraciones post-deposicionales que ha sufrido el registro arqueológico con el fin de delimitar los procesos socioecómicos que tuvieron lugar en el yacimiento hasta la coyuntura de hallazgo y realizar una primera aproximación a las causas que lo motivaron.

La metodología desarrollada puede resumirse en los siguientes puntos:

- Análisis de la distribución de artefactos/ecofactos por unidades sedimentarias.

- Análisis descriptivo/interpretativo de las estructuras y unidades sedimentarias.

- Elaboración de mapas de densidad de diversos productos con el fin de aproximarnos a posibles áreas de especialización en la producción en cada complejo estructural.

- Ordenación y seriación de las estructuras y unidades sedimentarias mediante la construcción de un diagrama estratigráfico para cada complejo estructural.

Como resultado de todo ello se intentará realizar la reconstrucción ideal de los espacios conductuales de cada complejo estructural.

3. LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO EN PEÑALOSA

A) Zonificación y características generales del poblado de Peñalosa

En Peñalosa se pueden distinguir dentro del cerro diferentes zonas naturales dentro de las cuales se distinguen las distintas terrazas artificiales del poblado argárico con las casas, las calles, y las estructuras de fortificación.

La terraza inferior, situada en un terreno con menor pendiente nos muestra un conjunto de casas escalonadas, unidas y cerradas en su flanco este por un gran muro, reforzado con una serie de pequeños bastiones, que corre en dirección sureste y que posiblemente sea el que delimite la extensión del yacimiento en esta zona. En total se han excavado cuatro grupos estructurales en esta terraza (I a IV) que incluyen diferentes viviendas (UH I a IV) y una cisterna que ya estuvo en uso en las primeras fases del poblado y que fue reestructurada al final de éste (fase IIIA).

La terraza media incluye los GE V y VI, y aunque sólo este último ha sido excavado en extensión, ambos merecen destacarse respectivamente por la importancia metalúrgica y por la sepultura monumental nº 7.

La terraza superior presenta, sobre todo a nivel estructural, un excepcional estado de conservación, presentando algunos de sus muros hasta dos metros de alzado, en contraste con las estructuras murarias de las terrazas anteriores, cuyos alzados han sufrido los efectos destructivos ocasionados por la variación del nivel de las aguas del pantano del Rumblar.

La comunicación entre la terraza media y la terraza superior se realizaba a través de una auténtica calle que pone en contacto ambos espacios.

En la parte superior del cerro se sitúa la fortificación (GE X). Esta área ha sufrido bastante debido tanto a los clandestinos como a los trabajos de excavación antiguos, que prácticamente destruyeron una gran parte de las construcciones que formaban esta fortificación. Actualmente se han realizado trabajos de limpieza, pero aún no se ha excavado el interior de la misma. Se puede apreciar la existencia de un amplio recinto rectangular muy bien defendido. A este espacio se accede desde el interior del poblado por un pasillo en S que llega desde el exterior a la altura de la Terraza Media.

B) Las viviendas de Peñalosa. Características generales

Las viviendas de Peñalosa documentadas constan de varias habitaciones de distinto tamaño apreciándose en algunos casos, como hemos visto, actividades especializadas que posteriormente resumiremos, pero antes debemos hacer unas breves referencias a los sistemas de construcción y a los elementos estructurales presentes.

El sistema de construcción de las viviendas de Peñalosa durante la fase IIIA, la de mejor registro arqueológico, como en gran parte de la Edad del Bronce del sur de la Península Ibérica y como es rasgo característico de la Cultura Argárica (Siret y Siret, 1890) está en función del aterrazamiento artificial del cerro entre las aguas del Rumblar y las del Arroyo de Salsipuedes. Las laderas del cerro son así cortadas en el sentido de las curvas de nivel para conformar plataformas más o menos anchas a partir de las cuales se disponen las habitaciones de las viviendas. Una vez cortada la roca, ésta es revestida por un muro que arranca de la terraza inferior y que, en muchos casos, especialmente en la Terraza Inferior, conforma la pared trasera de una vivienda, o de una parte de ella, y la delantera de otra, tal y como sucede por ejemplo entre los CE IIIa y IVa.

En otros casos aparece un doble muro, llegando el inferior sólo hasta la altura de la techumbre de la casa más baja y aprovechándose el superior para embutir las vigas transversales destinadas a sostener la techumbre de ésta. Este sistema se ha documentado entre los Grupos Estructurales VI y VII, y parece que se adoptó como resultado de la presencia en la zona durante la fase IIIA del muro de cierre previo del poblado durante la fase IIIB que discurría por aquella zona y que sólo fue desmantelado en parte (Contreras et al., 1991).

Los tramos de muros conservados son de mampostería con aparejo irregular condicionado por la materia prima existente en el cerro, las pizarras, y su carácter frágil y exfoliable. Normalmente se aprecia una doble línea de pizarras formando las caras externa e interna del muro y un relleno mucho más irregular, aunque en algunos casos parece constituirse una tercera línea interior, especialmente en los muros más gruesos y entre ellos en el de cierre de la fase IIIA. La excelente conservación de las terrazas superiores y los potentes derrumbes de piedra que contenían nos permite señalar que los muros constaban de piedra en toda su altura habiéndose conservado en algunos tramos hasta dos metros de su alzado (Contreras et al., 1990) incluyendo incluso pilares a los que después nos referiremos en la Terraza Media (Contreras et al., 1991).

Tal sistema constructivo a base de mampostería si bien es frecuente en determinados asentamientos argáricos como muestran los zócalos conservados por ejemplo en Fuente Álamo (Schubart y Arteaga, 1986) se combinó en muchos casos con estructuras de tapial o adobe en zonas como las altiplanicies granadinas (Molina et al., 1986) teniendo las estructuras en piedra en algunos casos una muy escasa entidad como se demuestra en La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Molina y Pareja, 1975; Molina, 1983). En otros casos como El Cerro de la Encina (Monachil, Granada) parece que la piedra se emplea más abundantemente en ciertas estructuras relacionadas con la defensa y el ritual (Molina, 1983; Martínez y Afonso, 1996a) no siendo éste el caso de Peñalosa donde incluso en los pequeños tabiques que separan espacios dentro de las viviendas (GE II y VI por ejemplo) vemos el uso de la piedra hasta la altura en que éstos se han conservado.

Es también en la Terraza Media donde hemos conseguido más datos en relación al sistema de techumbre que, al menos para determinados espacios, parece constar de tejados planos de barro rojizo cubierto de grandes lajas y que, en algunos casos, parece que facilitaron la comunicación entre los diferentes CE y viviendas, tal y como apreciamos entre el VIIh y XId. También pudieron estar ligeramente inclinados hacia el este o el oeste a fin de evitar la acumulación de las aguas de las terrazas superiores sobre las inferiores y en esta línea podrían interpretarse los sistemas de canalización excavados en la roca y dirigidos hacia los estrechos pasillos presentes en torno al CE VIIa.

Sin embargo es en el CE VIg donde la excepcional conservación y la excavación en extensión nos ha permitido observar la relación de la techumbre de lajas planas de pizarra con los espacios cubiertos inmediatos quedando el CE VIg en gran parte descubierto en relación a un tabique y unos postes, de los que nos han quedado los restos y los hoyos en que se encajaban, destinados a sostener la techumbre inmediata.

Si los hoyos de poste los localizamos en muchas otras viviendas y especialmente en los CE de mayor tamaño, algunos de los cuales también pudieron tener una techumbre inclinada como podría ser el caso del CE IVa (Contreras et al., 1991) cuyas aguas podrían desviarse hacia la cisterna inmediata, es especialmente interesante la articulación entre los CE IIa y IIb, el primero de los cuales estaba descubierto lo que obligaba a desviar las aguas hacia el oeste. En el límite de la zona cubierta, separada por un tabique se situaba un poste de apoyo a ésta que debió ser desplazado al erigirse una cista en el extremo occidental del CE IIa, junto al tabique referido (Contreras et al., 1993).

La disposición de los espacios en las viviendas es a veces ciertamente singular y, como hemos sugerido, parece existir una mayor preocupación por la planificación de la superficie a ocupar por cada vivienda que una adaptación rígida al terreno. Tal es el caso de la articulación entre los CE Ia y Id, dado que la separación entre las viviendas I y II no tiene lugar en una depresión natural del terreno ni tampoco se acomete el esfuerzo que hubiera supuesto el vaciado de roca del CE Ia hasta llevarla al nivel del CE Id sino que, por el contrario, el interior de la vivienda I queda escalonado (Contreras et al., 1993).

Debemos recordar también que la disposición de las viviendas en el terreno no sólo se deriva del sentido de la pendiente sino de la dirección que toma el muro de cierre (Contreras et al., 1993) y de la presencia de ciertas estructuras especiales como la cisterna ya referida. Además, aunque contamos con pocos datos respecto a la organización del poblado en la fase IIIB sí podemos afirmar que en la zona en que después se sitúa el GE VII existía un espacio bastante amplio sin apenas compartimentaciones.

En cuanto a otras estructuras relacionadas con la construcción de las viviendas contamos con evidencias sobre pilares (CE VIe) y sobre puertas más o menos estrechas entre los distintos CE y que en algunos casos cuentan con verdaderas jambas con huecos para los goznes y con postes para ayudar a sostener la techumbre en sus inmediaciones (CE VIg). En otros casos los accesos son una simple prolongación de los pasillos (CE VIIf) o bien la interrupción de los tabiques (CE IVa, VIIe), existiendo en algunos casos escalones para facilitar el paso de un lugar a otro (CE IVa, VIIj, XIa). Con este fin, o sea para evitar las irregulares condiciones de la roca entre unas zonas y otras, no sólo se utilizó una tierra de nivelación con abundantes fragmentos de pizarra sino que también se construyeron determinados tramos de pavimento ya sea a base de lajas (CE Id y VIg en ambos casos en relación a actividades metalúrgicas) o de barro (CE IIIb y VIIi).

En cuanto a las estructuras presentes al interior de los CE y que sirven de apoyo a la producción, en sentido amplio, o que incluyen enterramientos, si bien las comentamos posteriormente al tratar las diferentes actividades llevadas a cabo en las viviendas, hemos de adelantar aquí que las estructuras más frecuentes son los bancos. En algunos casos (CE IIa, IIIa, IVa) estos bancos cubrían y revestían cistas de enterramiento, en otros, incluían recipientes embutidos (CE Ib) que a veces también eran urnas de enterramiento (CE IIa) y, en otros, presentaban una superficie superior de barro (CE IVa, VIf, VIIa).

En los primeros casos algunas veces la mampostería constituía la estructura básica del banco especialmente cuando sobre él se situaba un molino (CE IVa, VIIe, etc.), existiendo en algunos casos evidencias de revoco de la estructura (CE IVa), o bien revestía la cista dentro de la cual se situaba el enterramiento (CE IIa, IVa), otras veces los bancos constan sólo de una plataforma de lajas planas (CE IVa, VIh) o de una superficie de barro apisonado (CE IIIb).

Respecto a aquéllos que mezclan piedra y barro en su construcción las piedras se sitúan perimetralmente y en vertical disponiéndose el barro sobre un sustrato de pequeñas piedras que conforman la base de esa plataforma (CE IVa, VIf).

Casi igual de frecuentes son los contenedores de pizarra realizados con la misma técnica de las cistas, situando las lajas en oblicuo pero sin presentar revestimiento exterior de mampostería en la mayoría de los casos. Los mejores ejemplos los encontramos en los CE IIIa, IVa y VIIc).

A veces el escalonamiento de la roca se utiliza para crear una doble área de actividad y a su vez para separar estructuras dedicadas a actividades relacionadas y que quedan a diferente plano, tal es el caso de la articulación entre el pavimento de barro ya referido y un banco de piedra en el CE IIIb o la situación de las estructuras en el CE Va.

Entre las áreas de actividad documentadas podemos citar: - la presencia de telares siempre cerca de puntos de luz, - la constatación de actividades metalúrgicas, - la generalización del almacenamiento de grano en despensas/silos o en grandes recipientes en las habitaciones más largas y amplias y - la asociación a éstas áreas de numerosas áreas de molienda.

En diversas casas del poblado de Peñalosa se han podido rastrear las diversas fases del proceso metalúrgico destacando la separación espacial de los procesos de molienda del mineral, reducción, fundición y vertido en moldes. Los espacios dedicados a la metalurgia solían estar al menos parcialmente descubiertos, sobre todo en el caso de la reducción, y parte de este proceso también pudo darse al exterior del poblado según se ha podido documentar para fases más antiguas.

Podemos comparar el ajuar cerámico presente en las diversas casas, una vez realizado el análisis morfométrico de la muestra (Contreras et al., 1992) y teniendo en cuenta la excepcional conservación de la mayoría de los recipientes en todos los espacios de la fase IIIA excavados en Peñalosa, especialmente en las casas IV, VI y IX. De tal forma se puede afirmar una diferenciación entre los elementos presentes en la Terraza Media y en la Superior y los que localizamos en la Terraza Inferior, tanto por su variedad tipológica como por la asociación de distintas actividades.

La excavación completa de la casa II (Contreras et al., 1993a) y la flotación en masa del sedimento arqueológico recuperado de su suelo ha sido lo que ha permitido determinar la existencia de una gran cantidad de grano, correspondiente a una amplia variedad de especies cereales, acompañadas de malas hierbas (Contreras et al., 1995b), que por un lado refieren que el grano presente en Peñalosa, pese a la ausencia de elementos de producción, puede proceder de las inmediaciones y, en todo caso de la circulación tributaria en una misma formación social, lo cual no es sorprendente si pensamos que la agricultura en esta tercera fase del proceso de jerarquización debió adquirir cada vez más importancia hasta el punto de afirmarse ya con claridad en algunos casos la propiedad diferencial de la tierra.

Así la expresión de la diferenciación social parece estar relacionada con la acumulación de otros elementos, como los rebaños, especialmente los compuestos por bóvidos y équidos cuyos restos se concentran en la zona alta del poblado. Esto constituye una prueba indirecta de la apropiación de los rebaños de forma familiar, o, al menos, su consumo en tal forma.

El auge del poder de estas élites en esta zona serrana, aunque no en la totalidad de la formación social en que se inscribían, se basó sin embargo también en el control de la canalización del metal que aportaba beneficios relativos al resto de la población y que garantizaba las contrapartidas desde los centros políticos de la Depresión Linares-Bailén, donde se utilizaba como instrumento de justificación social y posiblemente en el sellado de alianzas exteriores; pero que también servía aquí para exhibir el rango de los poderosos, su derecho a la propiedad de determinados elementos de acumulación de riqueza (como los animales arriba referidos), y en definitiva la dirección de la comunidad (Contreras et al., 1993b).

El metal no es sin embargo la causa de la jerarquización dado que al servir sólo como justificación su apropiación por la élite no hubiera supuesto una exacción real al resto de la comunidad excepto en la medida en que su conversión en símbolo permitiera a aquellos que lo controlan a acceder a productos verdaderamente deseables (rebaños, grano) o a fuerza de trabajo. Adquiriría así el mismo papel que hemos sugerido para la cerámica campaniforme con la salvedad de que, en algunos casos, puede convertirse en un medio de producción de importancia, no agrícola como muy bien rechaza A. Gilman (1976) sino como un medio para acceder a una posición militar que garantizara la participación en determinadas actividades productivas (rapiña) (Cámara, 1997). En cualquier caso el acceso a estos elementos sólo podía realizarse desde la acumulación previa de riqueza (Cámara y Afonso, en prensa) y la exclusión sólo tenía significado si ella conllevaba la subordinación y la posibilidad de ser "expropiado" en el sentido más radical.

Si los elementos decorados están presentes en casi todas las casas de Peñalosa ni su cantidad ni su variedad de motivos es comparable, destacando de nuevo en estos aspectos las casas VI y VII. Prescindiendo ahora de la descripción de los motivos decorativos presentes, debemos resaltar la asociación, a excepción de los elementos presentes en la casa III, cuyo límite oeste no se ha podido determinar, a espacios inmediatos a la producción metalúrgica.

C) Los espacios de circulación

El hábitat se organiza adaptándose perfectamente a las características morfológicas del terreno mediante el aterrazamiento de las laderas del cerro. Este aterrazamiento se realiza construyendo grandes muros de pizarra que recorren longitudinalmente dicha ladera. El amplio espacio resultante se compartimenta a través de otros muros perpendiculares, creando una serie de estancias comunicadas a través de puertas y pasillos, especialmente estrechos en los accesos desde el exterior y en el camino hacia el área más elevada del asentamiento, la que hemos denominado como Fortificación, como hemos visto.

Los espacios de circulación (pasillos, puertas, calles, etc.) ponen en comunicación los distintos compartimentos y viviendas, así como unas terrazas con otras. En algunos de estos pasillos, situados al interior de las viviendas, se utiliza una parte del espacio para colocar una estructura de molienda o alguna vasija de almacenamiento, e incluso se documentan actividades metalúrgicas favorecidas por el carácter descubierto de estas estructuras.

Las calles que ponen en relación las distintas alturas del poblado estarían a veces enlosadas con grandes lajas de pizarra, utilizándose también los desniveles de la roca como forma de acceder escalonadamente a los diferentes espacios, tal y como se aprecia perfectamente en el acceso al CE XIa y en la continuación hacia el sur que supone el CE XIf.

La circulación viene favorecida también por los techos planos de las viviendas que facilitan la conexión entre unas terrazas y otras, especialmente allí donde el aterrazamiento o la reestructuración del poblado hizo necesarios dos muros adosados, siendo particularmente interesante la relación entre el CE VIIh y el CE XId, dado que en el último de los cuales la zona de acceso a la vivienda XI quedaba restringida a su espacio funerario totalmente sellado.

D) Las estructuras de fortificación

En cada una de las terrazas la distribución espacial viene marcada por la existencia de varias unidades de habitación de gran tamaño separadas con mayor o menor nitidez y que presentan estancias alargadas donde se realizan la mayor parte de las actividades domésticas, junto con pequeños recintos cuadrados o rectangulares dedicados a actividades especializadas. Este complejo urbanístico aparece delimitado en su parte oriental por un gran muro defensivo que va cerrando el poblado. En él hemos localizado una puerta estrecha de acceso, flanqueada por dos bastiones macizos (Sector 10), aunque este tipo de estructuras de refuerzo se halla también presente en otras áreas de la ladera norte del poblado durante la fase IIIA, configurando además recintos más exteriores en el extremo oriental, al norte del CE IXa.

La dirección general del gran muro de fortificación erigido en la fase IIIA en la ladera norte del poblado es sureste-noroeste, sin embargo existen algunas peculiaridades de trascendental importancia, tanto para la configuración de las viviendas que se disponen a su interior como para explicar el diferente estado de conservación del muro según la resistencia que ofrezca a los empujes de las aguas del embalse (Contreras et al., 1993a). Esto es particularmente evidente en el sector 24, en torno a la gran cisterna definida en los subsectores A y B del sector 14. Al norte de este espacio los CE y las viviendas por ellos constituidas ofrecen básicamente una orientación este-oeste, con los muros de aterrazamiento paralelos a la línea de pendiente, mientras al sur las viviendas disponen sus muros de aterrazamiento de forma totalmente perpendicular al muro de fortificación, lo que viene favorecido por el carácter más llano de esta terraza natural, donde se dispone la cisterna referida.

Más al sur las viviendas vuelven a orientarse en dirección este-oeste en paralelo a la línea de fortificación original de la fase IIIB de donde sobresalen sus bastiones (CE VIId y estructura previa al CE VIIf). Éstos últimos si no son reestructurados son utilizados, tras la ampliación del poblado en la fase IIIA, para otras actividades.

Si el sistema de pasillos, ya referido a grandes rasgos, que comunica las viviendas entre sí muestra una preocupación defensiva o, al menos, un fuerte énfasis en la restricción del acceso, evidente en los accesos a las viviendas VIIA y XI desde la zona occidental del poblado, es la configuración de la cima de éste, en su extremo más nororiental lo que define un complejo sistema de fortificación. Así, al acceso del sector 10 referido en primer lugar hay que sumar su prolongación (CE IXb) hacia la zona más elevada del poblado, donde, además de recios bastiones a modo de contrafuertes y un estrecho pasillo hacia el CE Xa, se erigen dos verdaderas atalayas constituidas por los CE Xd y Xe. Como en otros poblados inscritos en la Cultura Argárica (Cerro de la Encina de Monachil y Cuesta del Negro de Purullena), en estas áreas no sólo se concentran determinados restos faunísticos sino que junto a ellas aparecen algunas de las sepulturas más ricas (Molina, 1983; Molina y Pareja, 1975; Cámara, 1997).

E) Otros espacios

El análisis sedimentario y estructural de los Complejos Estructurales IVd y IVe y el estudio planimétrico de la ladera norte nos ha llevado a plantear la existencia de una fosa destinada a recoger el agua de lluvia, incluyendo los desagües de las viviendas vecinas. Esta cisterna estaría en uso ya durante la fase IIIB sufriendo ciertas modificaciones sobre todo en lo que respecta a su acceso durante la fase IIIA.

Si en el primero de los momentos referidos la cisterna quedaba claramente al exterior de la zona ocupada por el poblado, durante la fase IIIA quedó rodeada por la ampliación de éste. Aun cuando en relación a la forma concreta y la funcionalidad a que fueron destinadas las aguas que acumulaban debemos esperar a completar la excavación en extensión y en profundidad en la zona en que se sitúa (sector 14), puede ser interesante realizar aquí una serie de valoraciones sobre las diferencias con otros sistemas de almacenaje de aguas sugeridos para los poblados de la Edad del Bronce del sur de la Península Ibérica. Estas diferencias son particularmente evidentes si consideramos la situación de la cisterna de Peñalosa al exterior del poblado durante la fase IIIB y si además, en base a los pocos restos materiales recuperados en su fondo y a las escasas estructuras correspondientes a esta fase recuperadas también al exterior del poblado en sentido estricto, relacionamos este espacio con la actividad metalúrgica.

De tal manera frente a los casos de la cisterna de Fuente Álamo (Schubart y Arteaga, 1986; Schubart et al., 1985), de las galerías de Gatas (Siret y Siret, 1890) o del pozo de la Motilla del Azuer (Nájera, 1984), en el caso de Peñalosa no parece existir una preocupación por defender los recursos acuíferos en esta fase, lo que tal vez tenga relación no solo con la actividad metalúrgica antes referida y sus necesidades de espacio abierto sino también con el control directo del Arroyo Salsipuedes y la cercanía de fuentes que aún hoy manan agua. En este sentido las prospecciones de la Depresión Linares-Bailén han mostrado en algunos casos la preocupación no solo por controlar vados, sino confluencias de pequeños arroyos con el cauce principal quedando el arroyo inscrito en el mismo poblado, tal y como sucede en el Cerro de las Casas (Pérez et al., 1992a).

Por último, no podemos descartar la presencia de otras estructuras de este tipo en el área delimitada por el cierre del poblado durante la fase IIIB, ya sea en la misma cumbre o en la ladera sur, donde las excavaciones se han reducido a dos pequeños sondeos.

IV) EL PALEOAMBIENTE DE LAS ESTRIBACIONES MERIDIONALES DE SIERRA MORENA A PARTIR DE LOS ESTUDIOS PALEOECOLÓGICOS DE PEÑALOSA

La mayor parte de los datos sobre el paleoambiente de Peñalosa se han obtenido a partir de los estudios antracológicos que muestran la escasa variedad de taxones y sobre todo la importante presencia de encina (Quercus ilex-coccifera) y alcornoque (Quercus suber) (Contreras et al., 1995b; Rodríguez, 2000), indicándonos esto la relevancia de la selección humana. El panorama paleoambiental se ha completado con los datos aportados por el estudio de los ácaros asociados a los huesos de macromamíferos de Peñalosa (Contreras et al., 1995b; Morales, 1997) y a partir de los diferentes hallazgos carpológicos y de parénquima de determinadas plantas. Estos últimos análisis muestran sobre todo la importancia de la transformación humana sobre el medio ambiente (Contreras et al., 1995b; Peña, 1996, 2000).

Los ácaros identificados (Contreras et al., 1995b; Morales, 1997) han sugerido bosques esclerófilos de encinares y alcornoques lo que concuerda muy bien con los resultados antracológicos, aun cuando la abundante presencia de restos de plantas adventicias en nuestro yacimiento sugiere que zonas cercanas debían haber sufrido importantes transformaciones agrarias si rechazamos un intercambio de estos materiales a larga distancia.

Dentro del antracoanálisis de Peñalosa destaca la sola determinación de un fragmento de fresno (Fraxinus sp.), lo cual nos habla de la existencia de cursos de agua cercanos (Rodríguez, 20009, a lo que hay que sumar los datos sobre plantas acuáticas determinadas a partir de los restos de parénquima (Contreras et al., 1995b; Peña, 1996, 2000).

La presencia de alcornoque en torno a los 400 m. sobre el nivel del mar frente a los 800 m. donde se sitúa actualmente en Sierra Morena nos indica un clima más húmedo que el actual aun dentro de un bosque termófilo.

Especies como el madroño (Arbutus unedo), el acebuche (Olea europaea var. sylvestris), la olivilla (Phillyrea angustifolia) y el lentisco (Pistacia lentiscus) son plantas termófilas que requieren un clima suave, sin fuertes heladas. Su hallazgo nos indica el desarrollo de un importante sotobosque, o estrato arbustivo (Contreras et al., 1995b).

V) CONDICIONES NATURALES DE LA PRODUCCIÓN Y MATERIAS PRIMAS

El aprovechamiento de filones cupríferos y argentíferos ha quedado reflejado en la cultura material recuperada en las excavaciones de Peñalosa (Contreras, 1995; Contreras et al., 1995a; Moreno, 2000), así como en otros poblados estudiados sólo en base a la prospección (Pérez et al., 1992a), no sólo en la forma de instrumentos acabados sino en restos arqueológicos de todas las fases del proceso de transformación que supone la conversión continua de la materia prima en producto, quedando éste como una nueva materia prima para un proceso posterior, siendo un buen ejemplo los lingotes.

A la utilización de las pizarras del sustrato geológico en la construcción de las viviendas de Peñalosa y de las diversas estructuras de fortificación y circulación (Contreras et al., 1987a, 1987b, etc.) y el empleo también de la misma roca degradada y fragmentada en la constitución de las tierras de cimentación y regularización, se suma la utilización de las especies arbóreas que debieron ser más frecuentes en el entorno de Peñalosa para la construcción, empleándose las encinas tanto para las vigas como para los postes como muestra la localización de sus restos especialmente en el sector 14 (UH IV). El entramado del techo se completaba con ramas de alcornoque utilizándose además la corteza de éste (corcho) como impermeabilizante, aun cuando esta función también debió recaer en grandes pizarras planas como ha mostrado el registro arqueológico del sector 6 (CE VIg).

La utilización del corcho en la fabricación de tapaderas para determinados recipientes está también atestiguada (Rodríguez, 2000), relacionándose con la importancia del almacenamiento de cereales en determinadas habitaciones del poblado.

La encina/coscoja también se utilizó como leña en los hogares (Rodríguez, 2000), incluyendo aquellas zonas donde se dieron determinadas partes del proceso metalúrgico.

Entre las plantas cultivadas distintas a cereales y leguminosas destaca la presencia del lino (Linum bienne-usitatissimum). Los hallazgos de Cueva Sagrada (Lorca, Murcia) (***) y la presencia de numerosas pesas de telar en el yacimiento parece apoyar la hipótesis de que el lino fuese cultivado para la realización de prendas, pero no hay que olvidar tampoco que desde la antigüedad el lino ha sido también explotado por su contenido en aceite (la linaza) (Peña, 1995:163).

Aún no se han estudiado muestras de arcilla de los alrededores tanto en relación a los sedimentos procedentes de los derrumbes de estructuras de tapial como en relación a la manufactura de la cerámica, mas en cuanto a las materias primas silíceas casi la mitad de los elementos están realizados sobre materiales recuperados de depósitos secundarios, y aun cuando en muchos casos la materia prima no sea local puede haber procedido incluso del reciclado de materiales recuperados de yacimientos de cronología anterior que no están ausentes de las cercanías (Afonso, 1993, 2000).

Otros tipos de roca utilizados por los habitantes del poblado de Peñalosa también proceden de depósitos secundarios e incluyen tanto rocas sedimentarias (areniscas) como sobre todo el espectro de rocas metamórficas presente en los alrededores del poblado (pizarras, granitos y pórfidos graníticos sobre todo), si bien también se han localizado tres rocas volcánicas de tipo basáltico entre los elementos manufacturados (Carrión, 2000).

VI) LAS BASES SUBSISTENCIALES

Parece claro que los habitantes de Peñalosa tenían una dieta basada principalmente en el consumo de la cebada tanto en su variedad vestida como desnuda siendo la primera la más común en el yacimiento (Peña, 1995, 2000), aspecto que también se ha citado en relación a las comunidades argáricas del Sudeste (Castro et al., 1999). El trigo, en su mayoría perteneciente a las especies desnudas (T. turgidum subsp. durum y T. aestivum subsp. vulgare) parece jugar un papel secundario. Aunque en algunas muestras las cariópsides de trigo superan a las de cebada, se trata siempre de numerosas especies mezcladas y nunca de una sola. La mezcla de especies en un mismo campo de cultivo se ha interpretado como una prevención frente a posibles catástrofes y hay que recordar que todavía hoy en día es posible encontrar mezclas de diferentes especies cultivadas juntas (Contreras et al., 1995b).

Pese a la opinión de determinados autores (Hopf, 1991) en Peñalosa no hemos encontrado indicios de cariópsides germinadas (...). Es más posible, por tanto, que esta gran cantidad de cebada, que en la mayoría de los casos corresponde a conjuntos cerrados de almacenamiento, estuviera destinada a la producción de harina, hecho que además parece estar apoyado por la presencia de molinos junto a estructuras de almacenaje (Peña, 1995:162; Contreras et al., 1995b) en forma de contenedores formados por lajas de pizarra verticales como en el CE IVa o por recipientes embutidos como en el CE Ib (Contreras et al., 1991, 1993a). Mucho más escasa es la presencia de Panicum/Setaria (mijo/panizo) (Peña, 1995:162).

En cualquier caso la presencia de barcias, raquis y plantas adventicias ha llevado a L. Peña (1996:279) a rechazar el intercambio de cereales a amplia distancia, dado además que el deterioro de determinadas tierras de las inmediaciones puede ser muy reciente, que hay áreas cultivables en las inmediaciones que aun cuando queden fuera del control de Peñalosa estarían incluidas en el sistema territorial (Lizcano et al., 1990), y que terrenos susceptibles de ser cultivados están hoy cubiertos por el pantano del Rumblar.

Las leguminosas también parecen formar parte de la dieta ya que nos encontramos con al menos dos especies diferentes bien definidas (guisantes y habas) y otras que sólo han podido ser identificadas a nivel de género (Peña, 2000).

La dieta parece completarse con la explotación de frutos y plantas considerados silvestres (semillas de Sorbus/Pyrus, Quercus, Vitis sp., Olea) y el aprovechamiento de otro tipo de recursos como raíces y rizomas que empiezan a vislumbrarse a través del estudio de los restos de parénquima estudiados. También en esta categoría de material ha sido posible identificar la presencia de numerosísimos fragmentos de pequeño tamaño (2 mm.) de lo que, tras numerosos experimentos de carbonización, parecen ser cotiledones de bellota (Quercus sp.).

También en Peñalosa hemos podido documentar a través del estudio de la parénquima la existencia de plantas acuáticas, cuya presencia aparece reforzada por la aparición de semillas de estas mismas plantas (Typha sp.), es decir, aparecen algunos indicios de la explotación de recursos en zonas de agua, probablemente un río o arroyo (Contreras et al., 1995b) lo cual no debe sorprender teniendo en cuenta la situación de Peñalosa en la confluencia de dos arroyos con el Río Rumblar.

Aparte de la documentación de las actividades de molienda (Contreras et al., 1991) y las posibilidades del cribado de los conjuntos cereales recolectados tanto al interior como al exterior de las viviendas, y también de la posible trilla al cortarse parte de los tallos con las espigas tal y como hemos referido anteriormente (Peña, 1996), poco más podemos decir sobre la preparación de los restos vegetales para su consumo aunque sí debemos destacar la presencia de semillas de "lavanda" en diferentes contextos y especialmente en relación a lo que se ha considerado el ajuar alimentario de la tumba 7 (Subsector 15Cc) (Peña, 2000).

Más interesante es, sin duda, la distribución de los restos animales y especialmente la concentración de équidos, y secundariamente ovicrapinos, y su buena conservación, en el GE X (Sanz y Morales, 1997), especialmente si tenemos en cuenta que en las terrazas media y superior, y también en el GE IV pese a su escaso número de restos, dominan en número de restos determinados los bóvidos y los ovicápridos.

Parece claro que en caballos y porcinos dominan los animales adultos mientras que en los rumiantes la cohorte más frecuente es la de subadultos (no olvidemos que estamos manejando muestras muy menguadas y que, por lo tanto, la fiabilidad de cualquier aseveración es muy dudosa). Sea como fuere, las dominancias de subadultos tienden a interpretarse como ejemplo de optimización de la explotación cárnica mientras que la dominancia de adultos se toma como ejemplo de uso diversificado de las reses.

En este sentido, el porcino no parece encajar bien en el patrón dado que su única finalidad es la de proporcionar carne por lo que quizás se hayan incluido entre ellos algunos jabalíes (Sanz y Morales, 1997). La "abundancia" de caballos adultos, en cambio parece consecuente con un uso diversificado de las reses, teniendo en cuenta su uso probable como elemento de tracción y monta.

Sin embargo por lo que se refiere a las trazas y señales de manipulación, la equina es, con diferencia, la cabaña que exhibe los más altos porcentajes de piezas alteradas por la acción antrópica. Este porcentaje (próximo al 50 %) es más de cinco veces superior al de cualquier otra especie, doméstica o silvestre, y se refleja en los múltiples cortes que suelen operarse dentro de un mismo hueso. Este tipo de fracturación no resulta acorde ni con una muerte ritual con vistas a algún tipo de ceremonia, ni, menos aún, con una muerte de los ejemplares ocurrida en el transcurso de alguna acción bélica. En realidad, hasta que no alcanzamos el GE X, apreciamos muy pocas marcas manipulativas en los huesos de ningún taxón, caballos incluídos. Esto incluye no sólo cortes sino también quemaduras. Por todo ello, el patrón de repartición espacial de señales manipulativas en Peñalosa concuerda con un uso destinado al despiece y consumo de los animales y, entre éstos, el caballo, no constituiría excepción a la regla (Sanz y Morales, 2000).

Es más, el escaso NMI de caballo detectado en el GE X, la localización y tamaño de los huesos así como el hecho de que muchos parecen haber estado en reciente conexión anatómica, nos hacen pensar en el sacrificio de unos pocos ejemplares en un breve lapso temporal. El patrón, curiosamente, concuerda con el detectado en otros yacimientos argáricos como es el caso del Cerro de la Virgen por lo que apunta hacia las tesis de A. von Driesch (1972) en el sentido de evidenciarse una dieta diferencial dentro de un mismo asentamiento que se interpreta como indicador de algún tipo de estratificación social (Contreras et al., 1995b, 1997). En efecto, en la UH X los restos axiales de las principales especies (caballo, pero también O/C y conejo) superan ampliamente los aparecidos en otras zonas del asentamiento y ello, además de hablar en favor de unas buenas condiciones de preservación (o, alternativamente, de un rápido enterramiento de los despojos) también indica una preferencia por aquellas porciones esqueléticas asociadas con la carne de la más apreciada calidad (vértebras y costillas o, en otras palabras, solomillos, entrecots y chuletas).

Todo ello no excluye, sin embargo, que en el GE X tuvieran lugar sacrificios rituales de animales destinados a su consumo en fiestas comunales especialmente si como se ha sugerido recientemente (Martínez y Afonso, 1998) para el caso de la concentración de équidos del bastión del Cerro de la Encina (Monachil, Granada) planteamos una circulación tributaria de estos elementos desde los poblados agropecuarios dependientes o desde zonas más alejadas, a cambio de un metal que, como vimos (Cámara, 1998:699) se ha convertido no sólo en un bien de prestigio sino en un verdadero "medio de producción para la guerra", la rapiña y la agresión.

VII) LAS BASES TÉCNICAS

La ausencia de bases de tallos y de semillas de especies trepadoras de malas hierbas parece indicar que la recolección no se hizo arrancando las plantas sino a través de las hoces (Peña, 2000). La presencia de dientes de hoz en el asentamiento (Afonso, 1993, 2000), aunque escasa es especialmente relevante en cuanto a su distribución prácticamente homogénea por todo el poblado sugeriéndose un mínimo de cinco hoces y se puede relacionar con el proceso de recolección de los cereales, que se ha sugerido que implicaba el segado al mismo tiempo de la espiga y el tallo, lo que implicaba la recogida accidental de malas hierbas aun cuando antes se hubieran limpiado parcialmente los campos. Tal proceso, sin embargo, suponía mayores costes en el proceso posterior al tener que separar el grano, posiblemente comenzando con el trillado y el aventado y siguiendo por diferentes métodos de cribado, ya sea antes de su almacenamiento en las viviendas o dentro de ellas (Peña, 1996:283-285, 2000).

Otra actividad que hemos documentado en Peñalosa a partir de los elementos implicados en ella es la molienda del grano. En relación a este tema la mayoría de los molinos realizados en pórfido granítico estarían asociados a esta actividad evitando así, frente a otro tipo de molinos (de arenisca por ejemplo) que las pérdidas de material granítico se incorporaran a los restos de cereales molidos (Carrión, 2000).

El trabajo de la piedra no ha sufrido variaciones con respecto a otras fases de la Prehistoria Reciente si bien en lo que respecta a la piedra tallada predomina el reaprovechamiento de piezas anteriores o la extracción de lascas de mediano tamaño que sirvan como soportes para la realización de dientes de hoz a partir de un retoque normalmente abrupto (Afonso, 2000), frente a la normalización e intensificación de la producción que se había producido en el Calcolítico hasta el punto de prepararse núcleos para la extracción de hojas de tamaño apreciable en la zona occidental de la Alta Andalucía y su circulación por otras áreas (Martínez, 1985; Afonso, 1993).

El resto de los útiles de piedra se realizaban a partir de un piqueteado destinado a proporcionar la forma general del elemento y un acabado posterior a base de abrasivos que sólo alcanzaba el carácter de verdadero pulimento en el caso de los adornos. Dependiendo de los elementos el proceso incluía también perforaciones, formación de ranuras para el enmangue, etc (Carrión, 2000).

Entre los recipientes cerámicos encontramos toda la variedad necesaria tanto para el almacenamiento como para el consumo o la producción en sentido restringido ya sea de alimentos o de otros elementos, destacando, en este último caso, aquellos recipientes relacionados con el proceso metalúrgico (crisoles hondos y planos, moldes, etc.).

Aunque debemos recordar que la limpieza del grano se hizo en algunos casos antes del almacenamiento en las viviendas, dentro de las cuales en algunos casos se han documentado restos de estas actividades (Peña, 2000) no se puede descartar que se diera un almacenamiento previo en estructuras excavadas.

Entre estas estructuras excavadas un caso especial es el de la cisterna que permaneció durante las dos fases del poblado y que, con la compleja organización del espacio a la que después nos referiremos, es una expresión más del nivel técnico alcanzado o desarrollado en Peñalosa.

Dentro de los vasos cerámicos se han distinguido cuatro grandes categorías en las que se han ido insertando los diferentes grupos tipológicos (concepto que responde a una posible misma funcionalidad de los vasos) y los tipos y subtipos integrantes de los mismos (éstos vienen marcados por diferencias morfométricas dentro del grupo tipológico), así como las variedades dentro de los últimos de ellos (Contreras et al., 1992; Contreras y Cámara, 2000).

La primera categoría es la de los vasos de consumo e incluye paletas, vasitos, cuencos muy pequeños abiertos, cuencos pequeños abiertos, cuencos medianos abiertos, cuencos pequeños/medianos con borde entrante, cuencos grandes, cuencos/platos de borde entrante, fuentes, copas, vasos carenados pequeños, vasos carenados medianos/grandes y fuentes carenadas.

Como ya indicamos dentro de este amplio conjunto existen elementos, como las paletas o los vasitos, para los que nos ha sido muy difícil la búsqueda de una adscripción funcional. Se trata de elementos de muy reducido tamaño que sólo cuando han aparecido dentro de las sepulturas nos han ofrecido indicios sobre su funcionalidad, que, indudablemente relacionada con el ritual, podría implicar el consumo de bebidas alcohólicas o perfumes. Parece que las paletas, bastantes similares en cuanto al tamaño y forma, podrían ser usadas como cucharas o lucernas.

El resto de los vasos entran dentro de la gama típica argárica de elementos de consumo: cuencos, platos y fuentes, vasos carenados y copas. La mayor parte de estos vasos se caracterizan por un tratamiento muy cuidado de sus superficies, lo que nos hace pensar en su posible funcionalidad relacionada con el consumo de alimentos sólidos y líquidos, existiendo importantes diferencias entre algunos de los elementos localizados en las sepulturas y otros recipientes y así p. ej. en Peñalosa, al igual que en otros yacimientos de la Edad del Bronce, la copa está muy relacionada con los rituales funerarios (Contreras et al., 1995a).

La segunda corresponde al conjunto cerámico relacionado con la metalurgia e incluye crisoles planos y hondos, moldes y piezas circulares, de los que posteriormente nos ocuparemos.

La tercera categoría incluye el conjunto de vasos de producción/consumo y consta de vasos/ollas cilíndricos, ollas de borde entrante pequeñas y grandes, ollas de cuello marcado, ollas/botellas de cuello marcado, ollas grandes de paredes entrantes, ollas de paredes abiertas y lebrillos/cazuelas.

Los elementos de este conjunto suelen presentar un tratamiento de las paredes menos cuidado que el primer conjunto referido, además de que su matriz suele incluir desgrasantes de mayor tamaño y en su superficie muestran, a menudo, las huellas de haber estado sometidos a fuego. El repertorio de ollas es muy variado, yendo desde aquéllas que presentan las paredes abiertas, para poder manipular con comodidad el interior a aquellas otras que tienen la boca muy cerrada para poder contener líquidos. En este sentido, las formas que encuadramos como botellas, forma típica argárica, en Peñalosa suelen estar asociada a los rituales funerarios o proceden de colecciones particulares como ya hemos discutido (Contreras et al., 1995a).

También en este conjunto se han incluido las queseras de fundamental importancia para valorar determinadas actividades subsistenciales relacionadas con el aprovechamiento de los recursos faunísticos. Relacionables con los elementos de corcho recortado comentados en el apartado anterior y con determinadas piezas de pizarra circulares estarían las piezas circulares de cerámica que, en algunos casos, pudieron también ser usadas como tapaderas para algunos recipientes, aunque la asociación en ningún caso fue tan clara como la que se constató para el corcho o para las pizarras en el CE IVa.

Por último distinguimos el conjunto de recipientes de almacenaje con orzas de borde entrante o abierto y orzas de borde marcado, teniendo en cuenta que algunas de las ollas grandes también se pudieron utilizar para el almacenaje previo al consumo. Frecuentemente estos recipientes aparecieron llenos de granos de cereal y, a veces, asociados a contenedores o estructuras de molienda.

Un aspecto específico de la utilización de la cerámica en los poblados de la Edad del Bronce argáricos es la confección de urnas funerarias (Siret y Siret, 1890; Lull, 1983) restringidas aquí sólo a los individuos infantiles como es característico fuera del núcleo murciano-almeriense (Molina, 1983).

La manufactura de la cerámica aunque no se ha estudiado en detalle a la espera de analíticas específicas en relación a temperaturas de cocción, arcilla empleada, etc., sugiere, como se ha reseñado en otros casos, una cierta especialización en base a su normalización (González, 1994; Castro et al., 1999; Lull, 2000), aunque es la metalurgia la que proporciona mayores evidencias sobre la complejidad de las técnicas empleadas en un proceso de trabajo que, como veremos, en relación al análisis social, podía ser también bastante complejo con personas separadas totalmente de él y receptoras de sus beneficios.

La actividad más importante, tanto en relación al número de restos como con respecto al contraste con otros yacimientos, es la metalurgia. Han aparecido restos de artefactos y ecofactos que muestran todo el proceso metalúrgico del cobre (mineral, escorias, gotas de cobre, crisoles, moldes, lingotes, piezas manufacturadas), aunque también ha quedado demostrado el trabajo de la plata (almacenamiento de galena acompañado de una estructura de molino para machacar el mineral, molde para realizar brazaletes, crisoles que muestran restos de plata en sus paredes, etc.), pese a que estudios recientes hayan destacado la poca concentración argentífera de la galena hasta ahora analizada (Moreno, 2000=.

El registro arqueológico de Peñalosa ha brindado así una importante aportación a la caracterización del proceso metalúrgico en la Edad del Bronce (Moreno, 2000). La extración del mineral se realizaría en varios lugares. Los minerales explotados fueron fundamentalmente óxidos (cuprita, tenorita) y sulfuros de cobre (calcopirita) en paragénesis compleja con otros sulfuros, en el caso de la pirita, o con galena. Tras los trabajos de cantería de menas fácilmente explotables de carácter filoniano, por medio de los martillos de minero, se procedería a un intenso machacado del mineral para después, posiblemente por sedimentación o simple flotación separar la mena de la ganga o al menos de buena parte de ella. Este sería el mineral que se transportaría a las zonas más próximas al poblado para proceder a la tostación. El proceso de tostación y reducción necesario para obtener cobre metálico varía en función del tipo de mineral que abunde en la carga. Este proceso de tostación y fundición ha de ser repetido hasta obtener sulfuro cuproso y así la mata resultante, liberada de hierro, debe ser entonces tostada, convertida en óxido y reducido a metal con carbón como en el caso anterior. Esta tarea se realizaría fuera de las áreas de habitación en estructuras de hornos simples, o en las denominadas vasijas-horno, alimentados con aire, posiblemente mediante toberas.

La masa resultante contiene cobre metálico e impurezas que son eliminadas al menos parcialmente con un intenso triturado. Los restos metálicos son introducidos en crisoles para su refinado y fundición. Estas tareas se realizarían, en función de los datos que aporta el registro arqueológico, en espacios abiertos dentro de las casas del poblado. Posteriormente el metal líquido es vertido en los diferentes moldes para la obtención bien de piezas con formas determinadas bien de lingotes con destino al almacenaje y distribución.

Los objetos manufacturados son relativamente escasos y presentan poca variedad tipológica (Moreno, 2000). Los elementos implicados en tareas domésticas más comunes son los punzones, leznas, cinceles y puntas de flecha. En los enterramientos, como elementos de ajuar se hallan también representados algunos de estos elementos, sobre todo los punzones y en mucha menor cantidad las puntas de flecha junto con objetos de adorno en plata y oro como aretes y pulseras o brazaletes y armas no arrojadizas, entre las que abundan los puñales de diversa tipología en función, principalmente, de la forma de la placa de enmangue o de la hoja y de elementos tales como el número de remaches (Cámara, 1998).

La posición de las pesas de arcilla en los suelos de ocupación de los CE IVa y VIg de Peñalosa (Contreras et al., 1991, 1992) puede proporcionar abundante información sobre el tipo de telares, aunque hayan existido dificultades en la caracterización de la asociación de estos elementos como resultado del diferente peso y, en menor medida, tamaño de los ejemplares aparecidos. También pudieron estar conectados a la actividad textil ciertas piezas en pizarra con escotaduras laterales, tradicionalmente denominadas husos.

En relación a los elementos en hueso trabajado (Mérida, 2000) es difícil determinar el soporte hasta el punto de que como resultado de la erosión y las modificaciones se llega a un 60,86 % de indeterminados, pero entre los determinados dominan de forma abrumadora en cuanto a especie los ovicápridos (30,43 %). Anatómicamente dominan los metápodos (21,74% de los soportes identificados) y tibias (17,40 %).

El proceso de manufactura incluye habitualmente el corte longitudinal del soporte y la abrasión intensa de las superficies con elementos de grano fino o muy fino, que se utilizan para reducir superficies, eliminar las irregularidades de los cortes e incluso para embellecer las piezas hasta llegar al pulido en algunos casos. En los punzones especialmente la modificación adquiere más importancia en la parte activa reduciéndose en las otras zonas a la necesidad de facilitar la sujección.

VIII) SITUACIÓN Y CARACTERÍSTICAS DE LAS SEPULTURAS

En el total de tumbas excavadas en Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) la representación de los sexos, pese al problema de identificación de los individuos infantiles (hasta 12 años), muestra importantes diferencias, hasta el punto de que los hombres, en los casos determinados, doblan a las mujeres (Contreras et al., 1995b; Robledo y Trancho, 2000). Ello es consecuencia directa del hecho de que en la mayoría de los casos las mujeres acompañan en las tumbas a los hombres como es frecuente en el sur de la Península Ibérica.

En cuanto a las edades la distribución es muy diferente, y si la ausencia de individuos seniles puede indicar la esperada baja esperanza de vida, el corto número de niños no se relaciona con la mortalidad infantil que se daría en la época, hasta el punto de que sólo contamos con un individuo entre los 6 y los 12 años, aunque sí algunos niños de corta edad (Robledo y Trancho, 2000). En este sentido contrasta Peñalosa con la excepcional representación de niños en Gatas (Turre, Almería) (Buikstra et al., 1992).

La mayoría de las tumbas de la fase IIIA en la denominada Terraza Superior se realizaron en habitaciones de uso exclusivamente funerario, en unos casos embutiendo verdaderas cistas en espacios estrechos y en otros configurando habitaciones nuevas en un espacio que queda transformado en el transcurso de la fase IIIA. Este es el caso de la tumba 7, verdaderamente monumental. Estas diferencias en situación y tipología de las tumbas tienen una importante relación con la desigualdad social, tal y como se aprecia rápidamente en la caracterización de la tumba 7, aunque ello se demuestra sobre todo tras estudiar los ajuares y las características físicas de los esqueletos (Contreras et al., 1995a).

Los datos paleopatológicos de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Robledo y Trancho, 2000) muestran una importante diferenciación entre los individuos que se sitúan en la tumba 7 y los restantes (Contreras et al., 1995a, 1995b). En casi todos los casos existen anomalías que pueden atribuirse a problemas nutricionales o de presión ambiental general, pero por ej. en relación a la hipoplasia del esmalte, relacionada con momentos en que se detiene el crecimiento y que se ha localizado en cinco de los nueve individuos que conservaban los caninos permanentes, debemos destacar el hecho de que el individuo masculino adulto de la tumba 7 pese a conservar la mayoría de los caninos no presentaba tal lesión, aunque sí la tenía el juvenil de la misma tumba.

Más diferencias muestran las alteraciones relacionadas con los patrones de actividad, siendo especialmente importantes las malformaciones de los individuos de la tumba 2, y lesiones importantes también se encuentran en los individuos masculinos adultos de las tumbas 10 y 12, y en la mujer madura de la tumba 9 con artrosis (Robledo y Trancho, 2000). Pese a que esta enfermedad está también presente en las vértebras del varón adulto de la tumba 7 el hecho de que esta parte del cuerpo no se conserve en los otros individuos puede distorsionar las conclusiones, debiendo tenerse en cuenta además que pese a la abundancia de costillas y extremidades de esta tumba no se localizado en ninguno de estos elementos la referida patología (Contreras et al., 1995a).

Se trataba así de una comunidad fuertemente jerarquizada, pero en la que la base aun no había caído en un estado de servidumbre y opresión generalizada, aunque hay indicios de que esto sí afectaba a parte de la población, probablemente sin ninguna propiedad, obligados, al menos, a enterrarse con sus señores, y constituyendo, junto al ganado apropiado, la base de su poder, de su capacidad de acumulación, ya que existen determinadas tumbas de la zona alta del poblado cuya situación y ajuares hacen destacar la posibilidad de que se tratara de siervos o, al menos, capas no guerreras de la población, encargadas de las tareas más duras, tal y como sugiere el análisis paleopatológico (Contreras et al., 1995a). Tal sería el caso de la tumba 3, embutida en un banco y correspondiente a un masculino adulto con únicamente una olla ovoide plana y tal vez una pesa de telar, de las tumbas 8 y 17, muy mal conservadas y sin ajuar, e incluso tal vez de la sepultura 10, de un hombre adulto, que incluye sólo un botón de piedra con dos perforaciones y que corresponde a la primera fase del poblado y por tanto no se podría relacionar con una asociación dependiente a la clase dominante.

En cualquier caso las tumbas 1, 2, 4 y 5 aun presentando materiales cerámicos que se incluyen en tipos, subtipos o variedades funerarias en ningún caso presentan botellas, copas o puñales de cierta entidad. Además podríamos pensar que la presencia de los recipientes cerámicos funerarios (vasos carenados en algunos casos) estaría más en función del segmento social al que se agregaban, dada su presencia en los ajuares domésticos de las viviendas en que se incluyen y si tenemos en cuenta que los individuos localizados están excluidos del acceso a adornos metálicos. En general los resultados del análisis morfométrico de los puñales muestran además en el caso de Peñalosa que aquellos incluidos en las tumbas más ricas tienen remaches muy alejados del borde de la placa de enmangue (a más de 20 mm), ya se sitúen en paralelo o muestren una disposición triangular con un remache más cercano a aquel borde (Cámara, 1998).

En relación a las tumbas de la Terraza Inferior hay que señalar el nivel similar que presentan los ajuares de las tumbas 6 y 9. La primera de ellas con un puñal de dos remaches, una copa, elemento que tradicionalmente se ha considerado que indica riqueza (Molina, 1983; Lull y Estévez, 1986), y otros recipientes cerámicos exclusivamente funerarios como dos vasitos de fondo convexo y una botella grande. La segunda consta de un puñal de 3 remaches y ajuar numeroso e importante, asociado a una mujer adulta en una habitación en la que hay varios enterramientos infantiles, a veces en recipientes embutidos en bancos.

Del mismo modo en la casa II el hallazgo de una copa en las inmediaciones de una cista/banco expoliada nos reafirma en el camino de considerar las tumbas de esta parte del poblado, al menos las excavadas, como las correspondientes a la población guerrera, susceptible de movilización y de formar el séquito aristocrático (Contreras et al., 1995a), no exenta, especialmente en el caso femenino, de la realización de trabajos pesados como muestran los análisis paleopatológicos y mostrando diferencias entre ellas en la capacidad de movilización de riqueza no tanto en la clase de material (fundamentalmente puñales de cobre y vasos cerámicos) como en las formas y en la realización de recipientes, en algunos casos, exclusivamente para su inclusión en las sepulturas (Cámara, 1998). En este sentido a la preponderancia de recipientes que consideramos exclusivamente funerarios como las botellas grandes en la colecciones particulares debe contraponerse a la presencia también de determinadas ollas ovoides o cuencos semiesféricos incluidos en tipos domésticos (Contreras y Cámara, 2000).

El último elemento que apoya la división en clases del poblado y la pérdida de significado relativo de la división sexual es la presencia junto al individuo femenino de edad adulta de la casa X, y el niño de poca edad que lo acompañaba, de un anillo de oro, hallazgo excepcional en Peñalosa. La infección que presenta el esqueleto de la mujer tal vez fue la que le provocó la muerte, estando situada esta tumba en una posición significativa, junto al área más fortificada, lo que también sucede no sólo en El Cerro de la Encina (Monachil, Granada) (Molina, 1983) sino también en La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Cámara, 1998).

IX) CONCLUSIONES

Uno de los rasgos más repetidos con respecto al registro arqueológico de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) es la escasez de elementos relacionados con la producción agraria (Nocete, 1994; Contreras et al., 1987b, 1990) lo que contrasta profundamente con otros de los yacimientos del Alto Guadalquivir, como Sevilleja (Espeluy, Jaén) (Contreras et al., 1987a) o el Cerro del Alcázar de Baeza (Zafra y Pérez, 1992). Sin embargo la presencia de abundante cereal almacenado en algunas casas había llevado a plantear la necesidad del intercambio, aunque las tierras potencialmente cultivables no están ausentes de las cercanías (Pérez et al., 1992a), y a esta objeción hay que unir la dificultad de transporte de elementos continuamente demandados para la subsistencia, además de que se ha constatado la limpieza de cereal en el yacimiento (Peña, 1996).

Por eso debemos pensar que la abundante producción metalúrgica de Peñalosa y de los poblados circundantes (Contreras et al., 1993b; Pérez et al., 1992), en su circulación tributaria y en su difusión en función de las relaciones entre las élites del mundo argárico, debió encontrar contrapartidas diferentes al grano, aunque éste sí pudo circular en forma de tributo desde yacimientos dependientes o áreas cultivadas por campesinos sometidos en otra forma de servidumbre que también podría plantearse por ejemplo para los pequeños poblados de los bordes de la Vega de Granada (Molina, 1983).

El presunto "intercambio", especialmente al interior de las formaciones sociales, se convierte, tanto en el caso del grano como de los rebaños en un tributo enmascarado en cuanto al acceso al metal de las capas dominadas que entregan a cambio de "medios de producción para la guerra" sus verdaderos medios de sustento a cambio de no caer en la dependencia más absoluta, mientras en la circulación exterior, en las relaciones entre las élites, la necesidad de expresión del poder a través del metal se convierte en una dependencia que hace circular medios de producción (y otros productos) no tanto hacia los núcleos mineros donde beneficiaban sobre todo a las élites, sino en primera instancia a los núcleos políticos de los que dependerían, siendo tal vez el mejor ejemplo El Argar. De tal forma halla más contenido la distribución diferencial de los animales en cuanto a número y especies en el poblado de Peñalosa y especialmente la presencia de caballos y bóvidos en las casas ocupadas por las familias que monopolizan el poder (Contreras et al., 1995b).

Debemos tener en cuenta además el carácter del poblado de Peñalosa, una fundación periférica destinada a la producción metalúrgica y a la canalización de ella hacia los centros jerárquicos. Ni siquiera se trata del núcleo metalúrgico más importante del Rumblar, donde se sitúan también La Verónica y El Cerro de las Obras (Lizcano et al., 1990, 1992).

Todo ello no impide que el metal u otros productos llegaran a los núcleos políticos como resultado de un enmascaramiento mayor, en el que los símbolos adquieren un valor por sí mismos y así el poder se expresa también en una mayor variedad de cerámicas decoradas en gran parte de los contextos domésticos vinculados a las élites, lo que se aprecia con claridad en Peñalosa, gracias a la excavación en extensión. Por el contrario, en este yacimiento, la metalurgia, el proceso que tradicionalmente se había considerado que impulsaba la jerarquización a través del desarrollo de las fuerzas productivas, por la acción exterior o la propia evolución autóctona, muestra escasas diferencias entre las familias de Peñalosa, excepto en lo que respecta a los adornos funerarios.

De esta manera sólo la presencia de almacenamiento de la plata en un recinto o la presencia de elementos de este material en el ajuar de la sepultura nº 7, muestra importantes diferencias de acumulación (Contreras et al., 1995a) que, en el segundo caso, se relacionan perfectamente con las referidas anteriormente sobre la presencia de équidos (Contreras et al., 1995b), especialmente si consideramos las tumbas pobres o aisladas en las mismas casas como las que corresponden a aquéllos cuya fuerza de trabajo o riqueza ha quedado en manos de las personas a las que se han adscrito (Cámara, 1998).

En relación a las diferencias sociales en algunos casos, como La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Contreras, 1986), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras et al., 1992), Gatas (Turre, Almería) (Castro et al., 1993:411) o Fuente Álamo (Cuevas del Almanzora, Almería) (Schubart y Arteaga, 1986:295) se ha llegado a probar no sólo la diferencia tipológica entre la cerámica del poblado y la de la necrópolis sino incluso la diferencia en manufactura y materias primas empleadas, hasta tal punto que algunos elementos se realizan expresamente para su utilización como ofrendas funerarias, especialmente para la clase alta (Contreras et al., 1987-88).

Es interesante también que a la referencia a ajuares de huesos de animales en La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Molina, 1983) se sume en el caso de Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) la presencia de una estructura sellada con abundantes restos animales en el entorno de la gran tumba 7 de mampostería y con rico ajuar. Con el estudio del yacimiento ya muy avanzado y pese a la variedad de especies que incluye esta fosa podemos concluir que se trata de ofrendas importantes (Contreras et al., 1995a) dado que la limpieza de los pisos de ocupación sugiere que la basura se arrojaría generalmente fuera del poblado donde también se desarrollaban las actividades metalúrgicas más contaminantes, como se ha documentado gracias a las estructuras de la primera fase de ocupación selladas por las nuevas terrazas de hábitat que acompañaron la expansión del poblado (Contreras et al., 1991, 1993a).

La posición bajo las viviendas, relacionada con los materiales que acompañan a los difuntos y con las distintas enfermedades que han afectado a los cadáveres (Buikstra et al., 1992; Contreras et al., 1995a), ha permitido estudiar las diferencias sociales entre los cadáveres en los poblados argáricos, que han llegado a plantearse en términos de clases sociales y estado (Lull y Estévez, 1986; Cámara et al., 1996; Lull, 2000), sobre todo cuando en algunos casos aparecen enterramientos infantiles con rico ajuar (Castro et al.. 1993:412) como sucede en El Cerro de la Encina (Monachil, Granada) (Molina, 1983:104) o en La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Torre, 1974), lo que nos plantea que la oposición no se puede reducir a una gradación de niveles de riqueza sino a la explotación de la fuerza de trabajo en beneficio de una aristocracia muy desarrollada y conectada, tal y como muestra la difusión de los símbolos de prestigio por todo el sur peninsular (Cámara, 1994:134-135; Cámara et al., 1996).

En cualquier forma todos los elementos referidos creemos que, al menos, permiten discernir la presencia de siervos domésticos, al documentarse enterramientos ricos y pobres en las mismas estructuras de habitación tanto en Peñalosa (Baños de la Encina (Jaén) como en La Cuesta del Negro (Purullena, Granada) (Molina, 1983:100) u otros yacimientos clásicos como La Bastida de Totana (Murcia) (Lull, 1983:324) o Fuente Álamo según el estudio de la distribución espacial (Schubart y Arteaga, 1986:102-103). Los enterramientos de los siervos en las mismas viviendas podían ser no únicamente un premio sino un castigo, a veces enmascarado, una forma de atarlos permanentemente a ellos y atar a sus descendientes (Cámara, 1998). Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que otros autores han interpretado las diferencias de riqueza entre los inhumados en las mismas viviendas como resultado del hecho de que la familia aun encargándose todavía del enterramiento no se ocupaba de la deposición de un ajuar uniforme, existiendo importantes diferencias al interior de una familia extensa matrilocal y matrilineal (Lull Santiago, 2000:587-588). Sin embargo tal interpretación no explicaría por qué algunos habían trabajado más y, por otra parte, presupone que la "familia" en sentido extenso tiene siempre una verdadera relación parental y no incluye también los "domésticos".

También queda expresada esta jerarquización por la articulación entre los poblados (Schubart y Arteaga, 1986; Pérez et al., 1992; Martínez Fernández y Afonso, 1998), la propiedad, o al menos, el consumo de animales diferentes (Contreras Cortés et al., 1995, 1997) y la normalización cerámica que se ha considerado en el marco de una homogeneización activa y coercitiva (Castro Martínez et al., 1996b:117, 199a, Lull Santiago, 2000:589), no sólo en relación a la movilización hacia las tumbas y la amortización de diferentes elementos en la emulación sino en cuanto a la circulación de elementos de prestigio (Cámara Serrano, 1998).

La oposición fundamental de clase al interior de esta sociedad se da entre la aristocracia y los siervos, adquiriendo las relaciones sociales entre la aristocracia y la capa de campesinos/guerreros un carácter subordinado que sin embargo puede tener un importante papel en la transformación social por la lucha de esta capa por evitar su empobrecimiento (Cámara et al., 1996; Contreras et al., 1995a) y la caída en servidumbre. La lucha de clases iniciada, al menos, desde el Calcolítico (Nocete, 1994) no ha hecho sino agudizarse como muestra también el encastillamiento y la competencia entre las élites (Shennan, 1982).

Se da así una sustitución de una baja tasa de explotación de una gran masa de población en las sociedades calcolíticas (Cámara et al., 1996) por una alta tasa de explotación de una capa menor de la que fundamentalmente extrae la plusvalía la aristocracia, los siervos, pudiendo caracterizarse así esta sociedad como servil, en otro sentido a como caracterizaríamos las sociedades teocráticas anteriores (Cámara et al., 1996). En todo caso por otros medios, como la utilización de determinados campesinos en las expediciones de rapiña o la forma en que sufrían directamente éstas, la aristocracia llegaba a explotar en menor grado al resto de la población, pudiéndose englobar algunas de estas formas en lo que G.E.M. de Ste. Croix (1988) denominó explotación colectiva indirecta, aparte de que el control efectivo, a través de los lotes de los siervos adscritos, de una parte importante de los terrenos agrícolas y de pasto les ayudaría en su presión sobre el resto de la sociedad.

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