Richard LEWONTIN

"A doutrina do ADN. A bioloxía como ideoloxía"

Edicións Laiovento, Santiago de Compostela, 2000, 101 pp., (en gallego)

Comentario por  © Daniel SoutulloLa publicación en gallego del libro de Richard Lewontin, A doutrina do ADN. A Bioloxía como ideoloxía. resulta un hecho un tanto insólito en el panorama editorial gallego, dada la escasez de traducciones de obras de ensayo biológico, sobre todo si tenemos en cuenta que este libro no llegó a ser publicado en español.

Lewontin es uno de los genetistas más destacados que existen. Desde mediados de los años sesenta del siglo pasado sus trabajos en el campo de la genética de poblaciones (una rama de la biología evolutiva) son unánimemente considerados entre los más importantes del mundo. Desde su puesto de profesor en la Universidad de Harvard ha ejercido una gran influencia teórica. Sin embargo, lo más destacado de Lewontin no es su figura de científico profesional, sino la combinación entre su dedicación científica y su compromiso social. Sus escritos de crítica radical del uso de la biología para justificar el orden social vigente son admirables por su rigor y profundidad. Especialmente destacables son sus críticas de la ideología de la heredabilidad de la inteligencia, del determinismo biológico, en general, y de la sociobiología humana. En los últimos años protagonizó una fuerte polémica al oponerse al uso de las pruebas de ADN en los tribunales de justicia, en contra de los criterios, entre otros, de los especialistas del FBI. También es de destacar su afilada crítica del Proyecto Genoma Humano.

A doutrina do ADN tiene su origen en una serie de conferencias radiofónicas impartidas por el autor en Toronto (Canadá), en el año 1990. Cada capítulo, de los cinco que componen el libro, responde a cada una de las conferencias impartidas. Los responsables de la edición gallega tomaron como referencia para la traducción la primera edición de la obra, de 1991, y decidieron no incorporar un capítulo titulado "El sueño del genoma humano", que aparecía incluido, con el número cuatro, en la asegunda edición, realizada por Penguin en 1993. Es una pena, porque ese capítulo aunque no forma parte de las conferencias originales, recoge la crítica más sistemática que Lewontin realizó al Proyecto Genoma Humano, mientras que en el resto del libro tan sólo aparecen pequeñas pinceladas sobre este tema, de tanta actualidad en los últimos años. En español este capítulo fue publicado en forma de artículo en el número 39 (junio-agosto, 1995) de la revista Letra Internacional y, posteriormente, en el libro de ensayos El sueño del Genoma Humano y otras ilusiones (Paidós, 2001).

La intención principal del libro es la de criticar el papel de la ciencia moderna, sobre todo de la biología, que el autor considera que es el de la justificación del orden social capitalista. En sus palabras, "las fuerzas económicas y sociales dominantes de la sociedad determinan en un alto grado lo que la ciencia hace y cómo lo hace. Aún más, esas fuerzas tienen el poder de apropiarse de ideas científicas particularmente convenientes para la conservación de la vigencia de las estructuras sociales de las cuales ellas son parte. [...] Por mucho que pretenda estar por encima de la sociedad, la ciencia, como la Iglesia anteriormente, es una institución social por excelencia, que refleja y refuerza los valores y opiniones dominantes de la sociedad en cada época histórica" (pp. 9-10; 15). Esta función social de la ciencia es analizada en el primer capítulo del libro. Lewontin sustenta un punto de vista marxista sobre la sociedad, y el análisis que realiza del papel de la ciencia en ella refleja claramente esta visión. Pese a la pérdida de prestigio intelectual de los análisis marxistas en los últimos años, resulta reconfortante que alguien recuerde que la ciencia, con sus fuertes inversiones, no está al margen de los intereses económicos y políticos de quien controla el poder social. Muchos análisis de lo que ahora se llaman estudios CTS (ciencia, tecnología y sociedad) suelen olvidar estas determinaciones y se reducen a una valoración de las consecuencias, sin entrar en la consideración de las causas de los fenómenos científicos que pretenden analizar. Quizá Lewontin cargue un poco las tintas pero, entre tanta “neutralidad” científica imperante, esas tintas resultan un pecado venial.

El resto del libro está dedicado a la crítica del determinismo biológico y sus consecuencias sociales, en particular en lo que tiene de soporte ideológico del sistema capitalista y de la ideología liberal en la que se sustenta. Aunque resulta muy interesante tanto para las personas con formación biológica como para el público en general, las lectoras y lectores asiduos de Lewontin no van a encontrar excesivas novedades, excepto, quizá, en el último capítulo. Las mismas ideas, en algunos casos con formulaciones casi idénticas, aparecen en otros trabajos anteriores del autor, algunos de ellos publicados en español. Así, el segundo capítulo, titulado “¿Está todo en los genes?”, reproduce su brillante y bien conocida caracterización del determinismo biológico y de la interacción entre genes, ambiente y factores aleatorios (ruido de desarrollo) en la determinación de las características de los organismos.

En el capítulo tres, “Las causas y sus efectos”, Lewontin ataca la idea dominante de que las mejoras en el estado de salud de la población y los aumentos constantes en los índices de esperanza de vida media en los países industrializados provengan, en lo fundamental, del desarrollo de la moderna ciencia médica. Para eso, realiza una interesante discusión sobre los factores determinantes de las enfermedades, destacando la diferencia entre agentes y causas en la determinación de las mismas. Para Lewontin, las verdaderas causas de las enfermedades son sociales, mientras que los microbios o los contaminantes que las provocan son agentes. Según su punto de vista, “el amianto y las fibras de algodón no son las causas del cáncer. Son los agentes de causas sociales, de formaciones sociales que determinan la naturaleza de nuestras vidas como productores y consumidores, y, en última instancia, sólo transformando esas fuerzas sociales podremos llegar a la raíz de los problemas de salud. El desplazamiento de la causalidad de las relaciones sociales hacia agentes inanimados que, así, parecen tener poder y vida propios, es una de las mayores mistificaciones de la ciencia y de sus ideologías” (p. 51). El capítulo se completa con una crítica del carácter determinista del Proyecto Genoma Humano y de los intereses económicos que están en la base del mismo. Como ejemplo concreto de las relaciones económicas que se esconden detrás de las investigaciones científicas, Lewontin expone, de forma muy clara, el interesante caso de la introducción de los cereales híbridos en la agricultura.

El capítulo cuatro, “Una historia en manuales”, es una crítica de la sociobiología humana. Es quizá, el menos novedoso del libro para quien conozca los escritos de Lewontin, por cuanto se limita a repetir sus críticas, ya conocidas, a las tesis de Edward O. Wilson. Sin embargo, para las personas que no hayan leído con anterioridad sus trabajos, sigue siendo una formulación muy válida. El único “pero” que se le puede poner es que, en ocasiones, caricaturiza en exceso las posiciones de los sociobiólogos, aunque en su descargo hay que decir que, en muchos casos, los propios sociobiólogos han hecho méritos suficientes para caricaturizarse a sí mismos.

Como ya apuntamos anteriormente, el último capítulo, “La ciencia como acción social”, es el más novedoso. También es el más interesante y controvertido. Si en el capítulo segundo se discutía el papel de los genes en la relación genes-ambiente, en este último se discute el papel del ambiente. Lewontin argumenta con maestría que los organismos no se enfrentan al ambiente, sino que lo construyen, de forma que el ambiente no es algo externo a ellos, que les viene dado y frente al cual pueden adaptarse o desaparecer. Nada tenemos que objetar a esta admirable exposición. Pero Lewontin va más allá. Argumenta que la biología actual es totalmente ajena a esta idea. Sin embargo, el papel activo que él atribuye a los organismos coincide con un concepto central de ecología, cual es el de nicho ecológico. Quizá sea cierto que en la biología evolutiva no se presta suficiente atención al papel activo de los organismos a la hora de crear y recrear sus condiciones de supervivencia, pero es injusto extender esa afirmación a toda la biología, ignorando la fundamental contribución de la ecología, con su concepto de nicho ecológico. Más cuestionable aún es su pretensión de establecer un punto de inflexión en la teoría evolutiva entre el adaptacionismo darviniano y el constructivismo que derivaría de esta nueva visión de la biología. Así, afirma que “tenemos que sustituir la visión adaptacionista de la vida por otra construccionista. No es verdad que los organismos se encuentren con un ambiente y que, una de dos, o se adaptan o mueren. En la realidad, los organismos construyen su ambiente con los elementos del exterior. En este sentido, el ambiente de un organismo está codificado en su ADN [...]. Los genes de un organismo, en la medida en que influencian el comportamiento, la fisiología y la morfología de éste, están, al mismo tiempo, contribuyendo para construir el ambiente de ese mismo organismo” (p. 89).

La pretensión de superar la visión darviniana tradicional a partir de esta concepción constructivista del ambiente del organismo parece excesiva. Porque si aceptamos, siguiendo a Lewontin, que los genes contribuyen a crear el ambiente del organismo, debemos aceptar también que pueden existir diferencias genéticas en la capacidad de los organismos para construir ambientes más o menos apropiados, de forma que aquéllos que sean hereditariamente más aptos para construir "mejores ambientes" , en el sentido de favorecer la supervivencia y la reproducción diferenciales, serán favorecidos, por lo que se establecerá una cierta selección natural en la construcción de ambientes. En este sentido la visión darviniana continúa manteniendo su vigencia, tal vez apoyada en una concepción más dinámica de los organismos que la que sostienen algunas visiones de la evolución excesivamente mecanicistas. Lewontin recuerda, con razón, que “de todas las especies que alguna vez existieron, 99,999 % están ya extintas y, al final, lo han de estar todas” (p. 96). Lo cual pone de manifiesto que la capacidad de crear el propio ambiente tiene, a largo plazo, limitaciones insuperables desde el punto de vista de la supervivencia de la especie. En consecuencia, debemos aceptar que la relación del organismo con su medio, aunque implique la creación activa de las condiciones ambientales donde vive el organismo, se realiza en el marco de los principios de variación, herencia y selección que rigen la evolución darviniana.

A doutrina do ADN es, a fin de cuentas, un libro que no puede dejar indiferente a nadie. Discute cuestiones importantes de la biología evolutiva que tienen notables consecuencias sociales y políticas. Algunas argumentaciones pueden resultar polémicas, sobre todo por la rotundidad con la que son formuladas. Sin embargo, no se le puede negar a Lewontin un conocimiento rico y profundo y un modo de exposición claro y convincente. Que, además, sea polémico es un incentivo más para recomendar la lectura de este libro interesante como pocos.

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