DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2007, 27: 369-425.
Thomas W. Laqueur. Solitary sex, a cultural history of masturbation, New York,
Zone Books, 2004, 501 pp., ISBN: 978-1-890951-33-7.
84-7882-577-0.
Laqueur, inspirado por la agenda de Foucault, aborda en este libro la historia intelectual
y cultural de una práctica humana universal. El fragmento de la reseña del New York
Times con la que se publicita el texto en la misma cubierta menciona la «valentía» del
autor al abordar esta cuestión. La verdad es que creo que sí, es un texto valiente. Por
una parte, en el sentido que lo indica el periódico neoyorquino, por lo delicado de la
temática, una práctica aún velada. Por otra, por el atrevimiento de abordarlo desde la
historia, aunque, claro está, que esa valentía también se explica por la posición profesional
(un destacado «producto Berkeley») e intelectual que ocupa (en el 2006 ha dado
ya respuesta a un Simposio sobre su monografía anterior de 1990, Making Sex: Body and
Gender from the Greeks to Freud, que como es bien sabido ha sido traducido a multitud
de idiomas (véase su web http://history.berkeley.edu/faculty/Laqueur/).
En este libro Laqueur traza el entreverado que ha ido proporcionando significado
histórico a esta práctica sexual con un acercamiento embebido de la tradición de la
historia intelectual americana (Dominick LaCapra, por ejemplo), la cultural y de la teoría
crítica contemporánea. Con habilidad y un estilo narrativo fluido y atractivo, con cierta
estructura detectivesca y facilitando con agilidad y amabilidad la comprensión para
audiencias extramuros de la academia, va el autor desgranando una serie de
planteamientos que desde la introducción hace explícitos. La masturbación provoca su interés
por facilitar el acceso a cuestiones relacionadas con la vida íntima y los procesos de
cambio social. Es también, como otras personas han dicho, uno de los autores que están
contribuyendo a desentrañar la historia de la subjetividad (selfhood) desde occidente,
o mejor dicho, desde discursos escritos en Europa o América del Norte.
La introducción (capítulo 1), para mi gusto, es ejemplar. Muestra con transparencia
las preguntas de las que parte, así como los argumentos principales del texto y lo que los
lectores pueden encontrar en sus capítulos. Estas preguntas serían ¿Cómo el individuo
autónomo que nace en la modernidad va a negociar sus límites entre sí mismo y los
demás? O, dicho de otra manera, cómo se hace históricamente posible el desarrollo
del individuo a la vez que su libertad como ser social. Otra pregunta es más específica
y más directamente relacionada con los contenidos del libro ¿Por qué la masturbación
se convirtió en un asunto tan peligroso en la Ilustración? Para responder a estas preguntas
Laqueur no usa una estructura cronológica estricta ni en el conjunto del libro,
ni en los capítulos. Más bien trata de desentrañar las redes históricas del discurso (o la
arqueología del saber) que da sentido actual a la masturbación en nuestra sociedad
occidental agarrándose, con soltura temporal, a los nudos principales de discurso.
El capítulo 2 muestra la manera en la que circuló (y se configuró) el término
onanismo a partir de la obra anónima Onania aparecida hacia 1710. Pero, en cierta
forma, en este capítulo no sólo muestra la expansión del término sino las ideas que
arrastra pues Onania, frente al viejo enemigo de la concupiscencia, representaría a
lo largo del XVIII una nueva forma de «corrupción». Con erudición, acicalada con su
narrativa de estilo policíaco, muestra la presencia de onania en otras obras de autores
como Tissot, Rousseau o el propio Kant. Tanto en estos autores como en los textos de
medicina moral del XIX, la masturbación se planteaba en términos de calamidad, de
vicio, de locura moral y fuente de todo tipo de enfermedades.
Pero la transformación de la masturbación en «vicio» se produciría en la Ilustración
por varios motivos (tal y como desentraña en la introducción y expande en los
capítulos 5 y 6). En pocas palabras, la masturbación representaba el secreto (en un
mundo que premiaba la transparencia), el exceso, era un producto de la imaginación
(y no de la realidad) y, además, de la más estricta intimidad individual (en un mundo
donde nacía la configuración contemporánea de lo público). Se entiende, por tanto,
que «Masturbation is the sexuality of the self par excellence, the first great psychic
battlefield for these struggles» (p. 21). Para Laqueur hasta el inicio del siglo XX no empezarán
a desaparecer los miedos físicos a la masturbación. En este cambio marca la
figura crucial de Freud quien plantearía una ontogénesis nueva. La masturbación sería
ahora el escenario de la psico-génesis humana, aunque entendida como una práctica
sexual a abandonar si se trata de alcanzar la madurez humana. De forma particular
afectaría el discurso freudiano a las mujeres, pues, por una parte, sería el primero, según
Laqueur, en considerarnos posibles masturbadoras aunque, a la vez, una sexualidad
femenina madura dependería del abandono del clítoris (sexualidad activa) por la vagina
(pasividad sexual). Otro nudo de la malla discursiva que transformó la masturbación lo
sitúa Laqueur en Havelock Ellis, en su idea de autoerotismo y en su identificación de
la masturbación tanto como acontecimiento natural común a otras especies animales,
como acontecimiento cultural, producto de la imaginación. El resto del capítulo recorre
a vuela pluma las aportaciones de la sexología de la segunda mitad del siglo XX (Kinsey,
Master y Johnson) y el impacto del movimiento feminista (norteamericano) en hacer
de la masturbación una manera de alcanzar el auto-conocimiento y el bienestar. Sobre
estos temas vuelve al final del libro.
En el capítulo 3 retrocede en el tiempo para desentrañar mejor el cambio que
supone la Ilustración, en comparación con el periodo premoderno y, en concreto, con la
teoría galénica que Tissot usó de manera interesada. En el marco galénico, las preocupaciones
sobre la sexualidad se enmarcarían en el modelo de la descarga frente al exceso
y la preocupación por la procreación más que por la masturbación. En el occidente
medieval y renacentista habrían interesado más aquellas cuestiones que afectaban a
las relaciones sociales entre generaciones (incesto, fornicación, sodomía o aborto).
En el capítulo 4 desarrolla el argumento principal del libro tratando de dar respuesta
a la pregunta ¿cómo se explicaba el peligro de la masturbación desde la explicación
médica del momento? Laqueur desciende a las entrañas de la explicación médica
de la masturbación en la patología ilustrada. Desde Van Helmont a Haller y Tissot, la
explicación se centraría en la nueva fisiología de la irritabilidad (se basa en el trabajo
seminal de Anne C. Vila Enlightenment and Pathology: Sensibility in the Literature and
Medicine of Eighteenth-century France, 1998, disponible en la red en Google-books).
El problema de la masturbación, para los médicos, residiría en la pérdida del líquido
seminal, pero ahora explicada algo más allá del modelo mecanicista hidráulico. Según
las nuevas teorías de la sensibilidad, propiedad de los nervios, y la irritabilidad, de
los músculos, el alma emergería en la cima de estas propiedades fisiológicas. De esta
manera se vinculaba a la moral el efecto de la masturbación, un orgasmo doblemente
perjudicial para la patología de la época. De una parte, porque provocaba una excitación
«desaprovechada» al no existir intercambio de flujos, sin beneficios en esa
economía mecanicista del comercio y el intercambio. De otra, porque el hecho de que
la excitación estuviera producida por algo no real, era más peligroso que si el cuerpo
respondía a la realidad. El otro punto importante en estas explicaciones, como señala
Laqueur, es que eran «novel ways of speaking about something more fundamental:
the relationship between the mind, the soul, the feeling human being, on the one
hand, and nature, on the other» (p. 209). Pero ¿qué convertía a la masturbación en un
deseo no natural? Los elementos que Laqueur ya presentaba en la introducción: es
motivada por la estimulación fantasmática de la imaginación, es privada y, a diferencia
de otros apetitos, podía ser insaciable. Es decir, que en una sociedad preocupada por
instalar la individualidad al servicio de la sociedad, la masturbación cuestionaba la
imposibilidad de existencia para un sujeto autárquico y masturbación representaría
un reino o espacio al que la tarea civilizatoria no podría acceder (p. 232). Como
Laqueur señala el sexo solitario era a la sociedad civil del XVIII lo que la concupiscencia
al orden cristiano medieval.
El capítulo también recoge el tejido histórico que enlazó consumo, lectura, autodescubrimiento
y eros. Ambas prácticas —la lectura y el sexo solitarios— compartirían
tanto la seducción de una fantasía basada en una «nobody’s story» como el ensimismamiento
humano requerido y ambas permitieron no sólo civilizar la imaginación sino,
también, «being present to ourselves, a way of selfgrasping, and a way of escaping, of
over-stepping and of creating boundaries» (p. 328). Es decir ambas serían tanto una
manera de producir la subjetividad como de situarnos moralmente en el mundo.
Por último, en el capítulo 5, el autor se adentra en el siglo XX. Aunque hacia 1900
la idea de la masturbación como causante de daño físico estaba en recesión, ahora
la masturbación se entendía como causante de enfermedad mental. Este discurso
procedente tanto de círculos médicos como morales, se centró, sobre todo, en las mujeres.
Lo que indicaban era que fuera porque la masturbación femenina representaba
la insatisfacción ante el acto heterosexual, o fuera porque se trataba de una fórmula
anticonceptiva que no requería del coito, la masturbación en las mujeres representaba
el cuestionamiento mismo del orden patriarcal normativo. En ese capítulo vuelve
sobre la nueva valoración de la masturbación desde la teoría psicoanalítica. Si hasta
entonces la masturbación habría ido convirtiéndose en la frontera del sujeto (el límite
externo del deseo, la introspección, la imaginación, el secreto y la sociabilidad), para
Freud la masturbación será el punto crucial en su historia de cómo la sublimación se
convierte en el elemento básico de la civilización (p. 396). La nueva lectura sobre la
masturbación marcaría, precisamente, el paso de la teoría de la seducción a la teoría
de la libido, una transformación teórica que debería mucho a la lectura que hace Freud
de Havelock Ellis.
Laqueur finaliza el libro con un nuevo cambio en el significado cultural de la
masturbación, su conversión en una práctica de liberación gracias a los movimientos
feministas de los 60 y los 70 que no sólo habrían aportado una crítica a Freud y su
rechazo del orgasmo clitoroideo y el fomento del sentimiento de culpa, sino que,
también, habría supuesto una afirmación del autoerotismo.
Destacaré algunas características de la metodología histórica de Laqueur. El texto es
atento con los lectores al proponer formas de lectura más rápida en ciertos fragmentos
o adelantar los argumentos para permitir un sistema de lectura propio. También está
agilizada la erudición con un estilo narrativo casi de intriga o enterrando la teoría en las
notas. Una mención merece el uso que hace de la bibliografía que a veces es la fuente
casi textual de sus argumentos. Por ejemplo, en el capítulo 3 hay 136 notas, la mayoría
bibliografía secundaria muy hábilmente utilizada y con fechas muy variadas de edición
(se nota que ha trabajado en una excelente biblioteca). Desde luego, impresiona la
amplísima variación de fuentes que usa (pictóricas, literarias, revistas populares o textos
de divulgación científica) lo que dota a la obra de envergadura tanto física (420 páginas
de apelmazado texto y unas 80 de notas) como intelectual. Merece mencionar el uso
de fuentes más allá de los textos canónicos médicos del XVIII, como la cerámica griega
junto a los textos clásicos, el uso de textos judíos o los performances del siglo XX donde
artistas como Lynda Benglis (1974) han subvertido el orden patriarcal apropiándose con
ironía cuasipornográfica del órgano ya no tan viril.
Para finalizar, una crítica al texto: su exceso. Hay abundantes excursos, con frecuencia
disgresiones que tratan de incluir la perspectiva de género (como cuando explora las
relaciones entre cleptomanía y masturbación en las mujeres) o una perspectiva menos
eurocéntrica. A veces esta abundancia puede agotar, apabullar o distraer, a quien lee.
La otra cara de este exceso es que abre un número suficiente de interrogantes para
proponer una nutrida agenda de investigación. Espero que alguna editorial se anime
a traducirla a nuestra lengua para que contribuya, también entre nosotros, al deleite
que el sexo solitario ha producido históricamente a la humanidad.
Rosa M.ª Medina Doménech
Universidad de Granada