DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2007, 27: 369-425.
Rafael Mandressi. Le regard de l’anatomiste. Dissections et invention du corps
en Occident, Paris, Seuil, 2003, 342 pp. ISBN: 2020540991.
Debemos celebrar la publicación de este texto, de interés para cualquier persona interesada
en la historia de la cultura occidental, pero especialmente para quienes nos
dedicamos a la historia de la medicina, por las razones que expondré a continuación.
En primer lugar, se trata de una exposición sistemática de la historia del estudio
de la Anatomía y de su enseñanza en Europa desde los inicios de la práctica de
disecciones en el siglo XIII hasta el declive de su prestigio a comienzos del siglo XIX,
lo que sin duda resulta de utilidad en la docencia, especialmente porque dicha exposición
es sumamente correcta y está basada en una amplísima bibliografía de calidad
incontestable. Pero su mérito no acaba aquí. Seguramente habrán observado que, al
referirme al marco cronológico del estudio, he partido, como su autor, de un hecho
—el inicio de la práctica disectiva aplicada a cadáveres humanos— para desembocar
en una afirmación más propia del mundo de los valores, pues en ningún momento
se ha hablado del final de la disección anatómica, sino tan sólo de su pérdida de
protagonismo en el marco del pensamiento científico en medicina. Esto se basa en
lo que constituye la originalidad del libro: su planteamiento epistemológico —o si se
prefiere, epistémico-socio-psicológico, por lo que enseguida diré—, revelado ya en su
título, que elige como problema «la mirada del anatomista». Conviene advertir que
su autor, uruguayo afincado en París, actualmente investigador en el CNRS, realizó la
correspondiente investigación en la École des Hautes Études en Sciences Sociales bajo la
dirección de Georges Vigarello y en estrecho contacto con algunos de los historiadores
de la medicina franceses más relevantes.
La tesis de Mandressi es que existió en Europa una «civilización de la anatomía»
durante el período objeto de su estudio, y que esta civilización impregnó la práctica
totalidad de actividades culturales a lo largo de una época que, desde otros puntos de
vista, parecería ser menos coherente, más variada, hasta el punto de que no se podría
hablar con propiedad de «una época» del modo en que acabo de hacerlo yo mismo.
En efecto, el período estudiado abarca varias unidades propias de la historiografía tradicional:
parte de la Edad Media y una Edad Moderna en cuyo seno podrían distinguirse
subunidades denominadas «Renacimiento», «Barroco» e «Ilustración». Para Mandressi,
empero, existe un nexo cultural que las vincula de forma estrechísima: el primado de
la «mirada anatómica» sobre la realidad; sobre cualquier parcela de la realidad. Lo que
no significa simplemente que la construcción de esta mirada desde la que se construye
toda una cultura provenga solamente de los anatomistas, ni tan siquiera del mundo
de la medicina.
Es indiscutible que con la disección del cadáver humano la medicina entra en
una época nueva. Pero el caso es que, como Mandressi muestra de mano maestra, las
primeras representaciones «modernas» de disecciones de esta índole toman préstamos
evidentes de la pintura, sin que esto permita descartar la hipótesis de que a su vez
esas primeras representaciones artísticas reposen sobre la contemplación del auroral
trabajo de los anatomistas bajomedievales. El primer documento pictórico de este
nuevo género aparecería en una pintura de Donatello en la iglesia de San Antonio
en Padua, convirtiéndose luego en modelo de varios tratados anatómicos, del mismo
modo que la inhabitual posición de la mirada del artista en el «Cristo muerto» de
Mantegna, basado muy probablemente en la contemplación de la disección de un
cadáver, servirá como modelo a Kalkar para el frontispicio de la Fabrica vesaliana. A
lo largo de la obra abundan las referencias a estos préstamos mutuos en diferentes
etapas del período estudiado.
Médicos y artistas, apoyándose mutuamente, inauguran esa «mirada anatómica»
sobre la que va a construirse una «civilización de la anatomía»; pero para que ésta llegue
a darse es preciso que otras disciplinas acepten incorporarse a esta nueva episteme,
así como suministrar materiales para su construcción a partir de su propio campo de
conocimientos. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la geografía, cuyas relaciones
bidireccionales con la mirada anatómica cambian a partir del descubrimiento de
América, y con la astronomía/astrología, marcada tanto por este evento como por la
radical transformación introducida por la revolución copernicano-galileana. En otros
dominios de la cultura es más difícil hablar de intercambios, pero no de colonización
de las retóricas profesionales por la nueva metáfora anatómica. Desde la celebérrima
Anatomía de la melancolía de Robert Burton hasta la menos conocida Anatomía de la
misa de Mainardo, dicha metáfora se planteará como garantía de rigor metodológico
y como criterio de certidumbre objetiva en cualquier ámbito de la humana reflexión,
de lo que Mandressi suministra copiosas pruebas en su texto.
Pero el libro no se limita a desplegar esta perspectiva epistemológica, sino que
se ocupa también, y con al menos idéntico nivel de calidad, de los aspectos más
concretos de la práctica anatómica en los períodos estudiados. Así, lo que podríamos
denominar, sin connotación peyorativa alguna, la anecdótica de la realización de las
disecciones aparece vívidamente retratado en distintas partes del texto, como también
la sugerente relación entre la exhibición del manejo técnico del cadáver en público y
el nacimiento del teatro «de pago» —pues según parece fue observando que había
que pagar por asistir a las disecciones públicas como a un protoempresario se le
ocurrió hacer pagar una entrada por presenciar las representaciones teatrales—. De este
modo, lo social irrumpe con pujanza en el texto alcanzando también al debate ético,
especialmente en la Ilustración, con los alegatos de Diderot en la Enciclopedia a favor
de la disección universal de los cadáveres humanos, e incluso de la vivisección de los
criminales, y al filosófico y antropológico entre Descartes y La Mettrie.
Se trata, en suma, de un texto que interesará extraordinariamente a especialistas
en historia de la medicina, no sólo en tanto que excelente y pormenorizada actualización
en el ámbito de la historia de la anatomía, sino también en tanto que fuente
de estímulos intelectuales para la incursión en variados campos de investigación, y en
medida no menor para el replanteamiento de estrategias docentes. Por las razones esbozadas
—que no agotan el caudal de información valiosa contenido en el texto— se
trata igualmente de una obra que apasionará a quienes se dedican a la historia general,
la filosofía o a quines desde la ciencia o la medicina estén deseosos de comprender
mejor su instalación en la disciplina que ejercen.
Luis Montiel
Universidad Complutense de Madrid