DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2007, 27: 369-425.

Margaret Lock. Twice dead. Organ transplants and the reinvention of death, Berkerley, Los Angeles, London, University Of California Press, 2002, 441 pp. ISBN: 0-520-22814-6 [24.95 $]

La antropóloga Margaret Lock recoge en su libro «Twice dead» el proceso histórico de construcción del concepto «muerte cerebral», presentando sus condicionantes tecnológicos, culturales y sociales. La tesis fundamental de la autora es que la muerte cerebral (término que ella recomienda utilizar con precaución por su ambigüedad y por la carga emocional que conlleva el contexto de su diagnóstico) se ha creado con el único propósito de permitir y justificar la donación de órganos para transplantes. Como tal, el concepto brota y está relacionado con los avances tecnológicos de la medicina, pero actúa sobre el universo cotidiano de las personas, teniendo que encontrar sitio y sentido en la conciencia y la práctica de todo individuo. Acercándose al campo de los transplantes y las donaciones de órganos, la autora muestra especial interés en descubrir cómo se ha consolidado el diagnóstico de muerte cerebral, qué consecuencias tuvo este proceso en la sociedad y el por qué de la dispar aceptación de este diagnóstico en distintos países. Para contestar a estas preguntas, se analiza la práctica de los transplantes, donación y muerte cerebral de forma comparativa en Japón por un lado y en EE.UU., Canadá y Europa por otro lado.
El estudio usa la metodología propia de la antropología, desarrollando un trabajo de campo tanto en Japón, como en EE.UU., Canadá y Europa, aunque también se realizan varias encuestas para reflejar la opinión pública sobre la donación y los transplantes. Pero, es la parte cualitativa la más relevante en el texto y se realiza a través de entrevistas en profundidad a médicos y enfermeros de unidades de cuidados intensivos, a donantes en vida, transplantados, familiares de donantes, psicólogos y psiquiatras que trabajan con transplantados, expertos en temas legislativos y jurídicos, periodistas y políticos. También se trabaja a fondo con fuentes secundarias, tesis y opiniones provenientes de las ciencias sociales y la filosofía, lo que impregna el texto de alto valor documental y crea un entramado explicativo complejo de la historia de los transplantes.
Según la propia Margaret Lock, su trabajo comparativo busca la relación entre «el surgimiento del conocimiento bio-científico (y las tecnologías que implica) y el orden social, político y moral (cargado de subjetividad)». Dicho de otra forma, su empeño se centra en superar la unidireccionalidad de la investigación médica (en busca de nuevos descubrimientos que permitan prolongar o mejorar la vida biológica de los individuos) e insertar estos avances en un contexto sociocultural, conocer a fondo sus consecuencias en la vida social y personal de los seres humanos y de los grupos sociales.
Si bien en los países occidentales donde se realiza el estudio, los transplantes son ya una práctica socialmente aceptada y frecuente, en Japón la realidad es distinta. La Ley de Transplantes de Órganos se ha introducido sólo en 1997, tras una larga y complicada deliberación de los expertos, que ha tenido gran eco en los medios de comunicación y en el público. La ley supuso la resolución sólo legal del problema de los transplantes, porque el debate sobre las implicaciones éticas y emocionales sigue vivo en Japón, lo que se traduce en que todavía se realizan pocos transplantes y los órganos donados tras la muerte cerebral son muy escasos.
Los resultados del trabajo de investigación ofrecen las claves para comprender por qué en Japón se han encontrado tantos obstáculos para aceptar la muerte cerebral y, por tanto, las donaciones y los transplantes, pese a disponer de una tecnología avanzada y de un contexto propicio al desarrollo médico. Como en cualquier proceso histórico, no se trata de encontrar una sola causa fundamental de los hechos, sino de desconstruir un largo y complejo proceso. Por eso la autora intenta incorporar a su estudio cualquier detalle que le parece valioso, de la historia, tradición, cultura, política y relaciones sociales japonesas, sin dejar de lado otros elementos diferenciadores de la cultura occidental, como por ejemplo aspectos lingüísticos propios del idioma nipón. El primer punto diferenciador entre Occidente y Japón se puede buscar en la religión. El cristianismo sería la religión del altruismo y del amor al prójimo e invitaría a pensar en los demás y a ofrecerles lo que les pueda resultar valioso (aunque se trate de una parte del cuerpo). La caridad en sentido bíblico sería fundamental en la religión cristiana y esto llevaría, en el caso de la donación de órganos, a la metáfora de «regalo de la vida», como forma de acercamiento a la salvación individual y a maximizar la utilidad del cuerpo en la tierra. Además, en la historia de Occidente el cuerpo se ha usado desde antaño al servicio de la medicina, se ha disecado y experimentado, por lo que su mutilación por parte de la medicina se habría naturalizado.
No pasaría lo mismo en el budismo y el confuccionismo. Para los japoneses el alma no se separa del cuerpo hasta que el cuerpo no esté totalmente frío. El cuerpo físico está en plena conexión con la persona (en sentido social), con el ki (la fuerza que se encarga de difundir la vida por el cuerpo) y el kokoro (la fuente interior de la persona, el centro donde nacen los sentimientos). La muerte no es un momento, sino un proceso que además se prolonga a través del recuerdo que los familiares mantienen de la persona difunta. Memorizar a los muertos hace que se transformen en antepasados, pero su muerte no significa su desaparición total de la vida familiar. Los japoneses hacen mucho hincapié en conservar el cuerpo sin vida intacto y recordarlo como tal. Para ellos, la muerte «buena» es la que ocurre en presencia de la familia, a una edad avanzada, sin violencia y sin implicación de los médicos. Aceptar la muerte cerebral como final de la vida es especialmente difícil ya que se asocia a una muerte «mala». Además, el aspecto del cuerpo mantiene señales de vida, excreta y respira, aunque artificialmente, y el corazón late. La muerte cerebral realza por tanto la dualidad muerte-vida, no permite mantener la muerte como un proceso largo y confuso.
En Japón el peso de la tradición es fundamental. Los sectores sociales más conservadores intentarían mantener la nostalgia por el pasado, por fuertes sentimientos patrióticos. Pero incluso fuera del alcance de esta visión extremista, la tradición japonesa actuaría y estructuraría la vida social de las personas, afectando también el concepto de muerte. Para muchos japoneses, la tradición es lo genuino, lo que se debe mantener, pese a los avances tecnológicos y a su asimilación dentro de la sociedad. La tradición es invocada como defensa en contra de las amenazas a la identidad nacional o al orden moral y social. Los transplantes y todo el universo que implican están inmersos en la retórica de la diferencia, siendo vistos muchas veces como elemento proveniente del exterior, del «otro». Occidente se convierte así en fuente desequilibrante de la tradición, imponiendo un utilitarismo e individualismo con el que a los japoneses les cuesta convivir. Como muestra la investigación de Lock, muchos de los argumentos en contra de la muerte cerebral como final de la vida están influidos por ese rechazo hacia la influencia externa.
Otro elemento explicativo sobre el recibimiento social de la muerte cerebral y de las donaciones es el papel que se le da a la ciencia médica en distintas sociedades. En los países occidentales predominaría una mayor confianza en el saber médico, mientras que en Japón la relación con los profesionales sanitarios tiene otras características. Históricamente, en Japón, se han dado varios casos de errores médicos graves (la autora los explica detenidamente) incluso de abusos, irregularidades y casos de corrupción, lo que ha generado mucha desconfianza por parte de la sociedad hacia la biomedicina. La relación médico-paciente es totalmente opaca y la comunicación prácticamente no existe (así lo reflejan varios pacientes entrevistados). El tiempo que emplean los médicos en dar explicaciones a los enfermos es muy limitado y el sistema sanitario en general recibe muchas críticas, carece de unidades de calidad que se encarguen de mejorarlo y sus fondos son insuficientes.
En el caso de los transplantes, las entrevistas realizadas por Lock en Japón a familiares de posibles donantes en muerte cerebral demuestran la falta de tacto y sensibilidad con la que los médicos actúan al proponer la extracción de órganos. El problema va más allá: los mismos cirujanos prefieren a veces no proponer la donación, por sus propias creencias o por la dificultad que les supone plantear el tema a los familiares. Margaret Lock propone en este punto la importancia de desarrollar las capacidades relacionales necesarias en los profesionales de enfermería, tal como se realiza en Occidente con buenos resultados. Estos profesionales, previamente preparados, tendrían la posibilidad de invertir más tiempo en apoyar, acompañar e informar a los familiares sobre la posibilidad de donar órganos.
Otro paso importante para comprender la variación en la aceptación social de la muerte cerebral y de los transplantes consiste en conocer el papel desempeñado por los medios de comunicación. En Japón la prensa escrita y, sobre todo, la televisión han ocupado un lugar activo en este proceso. Su implicación ha sido continua, siguiendo de cerca cualquier acontecimiento importante e incluso participando físicamente en los dos primeros transplantes realizados en Japón después de la Ley de Transplantes. El impacto mediático culminó en 1990 con la emisión de un programa claramente en contra de la definición de muerte cerebral, que trataba de sensibilizar al público y crear dudas sobre si la muerte cerebral era el final de la vida.
En cambio en EE.UU., Canadá o Europa, la prensa no se ha situado tan claramente a favor o en contra de los transplantes y, por tanto, su influencia ha sido menor. Desde luego no hay que desestimar la importancia de las fuerzas políticas sobre los medios de comunicación (sobre todo en el caso del canal televisivo nacional como el que difundió en Japón el reportaje citado) y deberíamos preguntarnos a qué intereses servía la proliferación de una actitud negativa hacia la muerte cerebral y las donaciones de órganos en Japón.
El trabajo de Margaret Lock resulta accesible y de gran interés dada la escasez de materiales similares que ofrezcan las claves culturales y sociales para la comprensión del impacto de los transplantes de órganos en la sociedad. El texto organizado en capítulos debate los distintos temas que la autora considera fundamentales, pero también se recogen literalmente parte de los testimonios recogidos, de las entrevistas realizadas en el estudio, dejando al lector el espacio necesario para sus propias reflexiones. La metodología concreta seguida por la antropóloga se desvela sólo hacia el final de la publicación, aunque se puede intuir desde un principio. Esta estrategia a la hora de organizar el texto subraya la discusión, y no tanto el trabajo antropológico en sí. Además, contribuye a alejar el texto de un modelo didáctico, tipo manual, y configura una base conceptual muy consolidada como punto de partida para cualquier investigación de historia o antropología sobre los transplantes de órganos.

Alina Danet
Universidad de Granada