DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2004, 24, 307-358.

Donna HARAWAY. The companion species manifesto. Dogs, people and significant otherness, Chicago, Prickly Paradigms Press, 2002, 100 pp. ISBN: 097175758.

Dentro de la colección «Paradigmas Espinosos» (Prickly Paradigms), editada por la Universidad de Chicago, aparece este librito de exactamente 100 páginas publicado por la feminista e historiadora de la ciencia Donna Haraway. La colección lleva hasta la fecha publicados nueve «paradigmas» que incluyen temáticas tan diversas como la revisión del impacto de la obra de Foucault (por Marshall Sahlins), el acercamiento de otro miembro destacado de los llamados Estudios Sociales (o críticos) de la Ciencia, Bruno Latour, a la cuestión de la paz, el dedicado a los Estudios Culturales y su ubicación en el espectro político (por Thomas Frank) o al impacto del 11 de septiembre (por Eliot Weinberg).
Creo que no exagero, al menos para algunas y algunos, si digo que la aparición de un libro de Donna Haraway empieza a ser un acontecimiento esperado, tal y como sucedía, en su momento, con la producción de Michael Foucault. Se trata de una expectación a mi entender estimulada por el carácter provocador y esperanzado de su obra, intensamente comprometida con la búsqueda rupturista con los modelos dicotómicos de pensar en los que se asienta nuestra cultura occidental. Pero la expectación también se alimenta por el uso de una metodología del «bricolage» muy libre para las restricciones que impone la academia y, también, por la gracia peculiar de una escritura superficial en apariencia pero cargada de profundidad crítica en la que combina con audacia la prosa académica más al uso entre los denominados cultural studies con pedazos de un diario de la narradora. Se esté o no de acuerdo con el proyecto de Haraway hay que reconocer que este libro, de apenas un centenar de páginas pequeñas, da mucho material para pensar (o repensar) cuestiones humanas de gran envergadura aunque sin duda para leerlo así hay que soltar muchos amarres, lo cual no es tarea fácil.
Aunque probablemente la autora no esté de acuerdo en autoetiquetarse así, yo me atrevería a señalar este texto como una importante contribución a la escritura de la diferencia, no sólo feminista sino, también, a la propuesta amplia que esta posición implica desde un punto de vista tanto epistemológico como ontológico. Es decir, que su obra nace de la voluntad del entender el mundo desde el «entredós», de adoptar lo «relacional» como categoría analítica para lanzar con honda una piedra de largo alcance epistémico: la indagación en la diferencia —más allá aún de lo que la antropología denomina la otredad— y de formas de pensar no binarias. Además, aunque no se comparta el gusto por los perros, u otros animales de compañía —como es mi caso— su lectura anima a acercarnos a esas otras especies que nos han acompañado a los humanos —querámoslo o no— en nuestras cortísimas vidas pero ya larga historia. Porque este libro va de perros. Aunque de muchas otras cosas también, cosas que habitan otros mundos posibles. Es decir, más que una piedra, lo que lanza Haraway es un boomerang que se nos devuelve a nuestras manos.
A Haraway las historias de perros le sirven para adentrarse en ese espacio que denomina naturcultures. En ese espacio se reúne lo carnal y los significados, los cuerpos y las palabras, las historias narradas y los mundos (p. 20). Al igual que en su Ciencia, cyborgs y mujeres, la reinvención de la naturaleza (Madrid, Cátedra, Colección Feminismos, 1991), los perros le sirven para reflexionar sobre temas muy diversos. La constelación teórica de la que emerge el texto de Haraway se desarrolla en los apartados Emergent naturcultures, Prehensions, Companions y Species, donde repasa, entre otras, la pluralidad de significados socioculturales del término especie en occidente: herencia biológica y conocimiento experto (Darwin), diferencia y causa (Tomás de Aquino) cuerpo, sangre y símbolo (catolicismo) y pago en especie (Marx y Freud). Un tropo útil desde el que entender sus historias de perros es el de «metaplasma» que utiliza para referirse a la posibilidad de un remoldeado de los códigos de la vida (p. 20).
Las historias «enmarañadas» de perros, como ella misma las denomina, que constituyen este libro serían una forma de establecer «conexiones parciales » —términos de Marilyn Strathern—, en un intento de producir las traducciones necesarias para coexistir o comunicarse o vivir armoniosamente en compañía. El objetivo de esta revuelta (el porvenir dependerá de quienes la lean) lo hace explícito «Estoy segura que una vez superemos el dilema lucharo- huir frente a las naturoculturas emergentes, y dejemos de verlo todo sólo bajo el prisma del reduccionismo biológico o el de la unicidad cultural, tanto los animales como la gente parecerán distintos» (p. 31). Haraway busca producir ontologías emergentes (Helen Verran) y toma de Judith Butler esa idea de que los cuerpos que importan tienen «fundamentos contingentes», es decir, son el resultado fortuito de relaciones mutuas y no de sujetos y objetos preexistentes y unitarios (una formulación que también resuena en la teoría de la red de actores de Bruno Latour).
Era de esperar que una de las principales cuestiones a tratar al hablar de perros sea la del amor o, en un sentido más amplio, la de los vínculos, es decir ese estar cara a cara junto al otro significativo, esa intersubjetividad (o mutualismo) no implicaría necesariamente la igualdad. En Love stories, la autora trata de descomponer una idea que nos constituye emocionalmente y es la del amor incondicional (una difundida «fantasía neurótica»), en este caso de los perros hacia sus amos y del amor de los dueños hacia sus perros, un trato que suele percibirse como de niños queridos. De Barbara Noske, ambientalista y feminista holandesa, toma la idea de los perros como «otro mundo». A partir de la literatura contemporánea que narra historias de amos y perros, de manuales escritos por mujeres para el entrenamiento de perros y de textos de cibernautas en variadas listas de discusión sobre estos animales, plantea la crítica al fundamento emocional del amor incondicional. La relación perros-amos se constituiría sobre la confianza y el respeto que produce felicidad y satisfacción a ambos.
La vida del can dependería de sus habilidades (skill) y capacidades para resolver cuestiones concretas más que de una fantasía problemática como es la del amor. Habla, a mi entender, Haraway de la posibilidad de una cierta ingeniería de las emociones, algo que empieza a interesar vivamente a la teoría crítica contemporánea. A través de manuales para el entrenamiento competitivo en agilidad muestra como se manufactura una relación energética que gratifique tanto a humanos como a perros. El logro de la agilidad se alcanzaría a través de la tarea de un equipo muy motivado que trabaja sin coacciones, pero conociendo la energía disponible de cada uno y confiando en el sistema de gestos utilizados por quienes entrenan. Se trataría de una pedagogía del dominio (bondage) positivo, basada en el logro concreto y el dominio de la tarea mediante la conexión con el otro, atentos a lo que nos dice, una mezcla de autoridad y libertad tal y como se insiste, también, desde la teoría educativa. Para entender esta relación tampoco es suficiente, como se hace desde el movimiento por los derechos de los animales, una simple proyección del nosotros humano, como si ambos seres fueran similares. Si uno no puede conocer al otro ni a sí mismo como preexistentes, lo que sí puede es interrogarse constantemente sobre lo que está emergiendo en la relación, desde su «especificidad» —como otros significativos— y lejos de una escala que la modernidad ha construido y que clasifica a los organismos según su grado de conciencia. ¿Qué puede, pues, aprenderse de la práctica relacional del entrenamiento? Lo específico de esa relación no sería la servidumbre del animal doméstico sino la felicidad que produce el logro, el derecho a conseguirla y la posesión recíproca que la relación perras-entrenadoras (o sus masculinos) entraña.
En Breed Stories (p. 63) comienza una segunda parte del libro interesada en otra escala tiempo-espacio. Si hasta ahora el texto transcurría en un tiempo cara a cara, a escala mortal de las vidas individuales, esta parte explora un tiempo histórico. Toma Haraway –para evitar caer en un determinismo pesimista tanto como en un romanticismo extremo–, del feminismo de Katie Smith, la idea de que las agencias históricas se distribuyen en capas que combinan con complejidad lo local/global; de Anna Tsing el interés por los procesos de construcción de escalas transnacionales y, por último, de Neferti Tadiar el comprender la experiencia como historia de vida laboral (living historical labor). Así inicia el recorrido del largo trayecto histórico y geográfico de los perros pastores de los Pirineos y los Aussi australianos. Pero la idea de sumergirse en esta segunda parte no responde a un mero interés académico sino que hay que entenderla desde el proceso de autoconciencia que implica la díada perro-humano: «Conocer y vivir con estos perros implica heredar todas las condiciones de su propia posibilidad, todo lo que hace posible que exista relación con estos seres, todas las percepciones y comprensiones (aprehensiones) que constituyen las especies de compañía» (p. 81). Es decir, que nosotros incorporamos «en nuestras carnes» las conexiones de los perros y de las personas que nos hacen posibles», es decir, que «envejecemos juntos» (el «getting on together» que toma de Helen Verran, p. 98). A través de sus perros Donna Haraway reconoce vincularse a cuestiones de soberanía y derechos indígenas, supervivencia ecológica o económica, reforma de la industria cárnica, justicia racial, o a las consecuencias de la guerra y las migraciones y las instituciones de la tecnocultura. El tráfico histórico de estas castas de canes muestra bien a las claras la combinación de factores biológicos y de mercado, de circunstancias históricas locales y generales, de intervenciones individuales, políticas e institucionales que constituyen estas (u otras) especies. Esta compleja relación local/global no es sólo patrimonio de perros con casta o «raza», también aquellos no registrados (el Sato callejero de Puerto Rico), como analiza en A category of one’s one, encarnan una historia de tráfico material y semiótico. Encuentro el último capítulo quizá algo defensivo o, acaso, un intento de responder a lo más debatible del texto, sobre todo en cuestiones de clase y raza, pero también muy honesto por como se sitúa francamente la autora. Sus libertades literarias le permiten incluir una divertida mirada sobre las capacidades autoplacenteras de los canes.
Quienes tengan interés en buscar nuevas herramientas (y palabras) con las que pensar eso que los humanos llamamos «realidad» encontrarán en este manifiesto un refrescante tónico si no una herramienta poética para desplazar algunos de los rudimentos con los que pensamos. Puede decirse, también, que este Manifesto es teoría encarnada pues Donna Haraway ha dedicado gran parte de su tiempo al entrenamiento de canes para pruebas de agilidad. Como señala con dulce ironía, el verbo se hizo carne.

ROSA M.ª MEDINA DOMÉNECH
Universidad de Granada