DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2004, 24, 307-358.

Melanie G. WIBER. Erect men. Undulating women. The visual imaginery of gender, «race» and progress in reconstructive illustrations of human evolution, Waterloo, Wilfrid Laurier University Press, 1998. ISBN: 0-88920-308- 3

No hay duda de que el estudio y debate sobre la evolución humana es uno de los más apasionantes y candentes del panorama investigador actual, no sólo por su interés científico o por su popularidad en los medios de comunicación, sino también porque representa una de las preocupaciones más profundas y de más larga tradición para los seres humanos, a saber, cuáles son nuestros orígenes como especie. Éste no es un asunto banal, desde el principio de la historia el origen del ser humano ha estado presente en todas las mitologías y en la conformación de los argumentos de todas las religiones. La apropiación de estos conocimientos y cómo se transmiten a la población, es decir, la articulación de mitos y leyendas, historias e hipótesis científicas suponen un instrumento tremendamente valioso para justificar determinadas actitudes y situaciones.
Asumimos como premisa básica que todo es comunicación y, por tanto, transmisión de información; en este punto, la creación y transmisión del conocimiento a través de textos e imágenes merece un análisis detallado. Centrándonos en estas últimas, hemos de reseñar la función educativa e informativa de las mismas, la representación de determinadas escenas o situaciones ha sido un elemento repetitivo en la conformación de la cultura desde las representaciones rupestres del paleolítico hasta los graffitis de la actualidad, pasando por los capiteles románicos con escenas bíblicas. En la mayoría de las ocasiones este discurso visual está apoyado por un discurso oral que «explica» esas imágenes, pero llega un momento en que debido a la repetición, el mensaje que se quiere transmitir está tan asumido por parte del receptor del mismo, que no siempre es necesario el apoyo de las palabras. Éste queda en la memoria colectiva, en el conocimiento tradicional que no necesita ningún tipo de crítica o explicación. Obviamente esto no es exclusivo de las representaciones visuales de las sociedades prehistóricas en sus primeros momentos, el conocimiento científico tiende a simplificarse para popularizarse de manera que se crean estereotipos que son fáciles de comprender y rápidos de identificar, y que pueden utilizarse de forma recurrente.
Melanie Wiber analiza en Erect men. Undulating women los distintos aspectos de la producción de imágenes referidas a la evolución humana; presta atención a varios factores fundamentales, en primer lugar reconoce que la producción de imágenes para cualquier tipo de texto se ve afectada por diversos agentes, entre ellos, la finalidad del autor del texto, la intención del ilustrador, la comunicación previa entre ambos, la interpretación por parte del receptor y variables tales como conocimientos previos sobre la materia, motivaciones religiosas o sociales, etc. La autora revisa las distintas teorías elaboradas para el estudio de la evolución humana y analiza la producción de imágenes derivada o relacionada con la misma y utilizada para apoyar la transmisión de este conocimiento. Wiber confiere especial atención al uso y manipulación de algunos conceptos como el de género y la «raza» (entrecomillado por la autora) o la idea de progreso dentro del marco evolutivo. Considera igualmente el manejo de colores, posturas, tamaños, etc., que son utilizados para que lo que se quiere transmitir quede plasmado de forma mucho más evidente. Este ejercicio ayuda a que la representación de los distintos géneros, edades o etnias en publicaciones especializadas, divulgativas o en los museos vaya más allá del simple cuenteo, reconociendo y poniendo de manifiesto las raíces y los valores que hay detrás tanto de la construcción como de la interpretación de las representaciones visuales del pasado.
En un primer momento el título del libro incita a pensar que el libro presentaría un amplio catálogo de imágenes que ilustren lo que la autora quiere poner de manifiesto. Sin embargo, creo que, aunque parezca una contradicción, la aparición de sólo dieciséis láminas no resta valor al análisis realizado ya que éstas son utilizadas como hitos en el desarrollo de un hilo conductor mucho más profundo que analiza ampliamente cómo se han ido conformando esas nociones.
El principal interés del libro es que sus páginas abren un amplio abanico de posibilidades para la interpretación y la reflexión sobre la transmisión del conocimiento, el concepto de identidad y la utilización de la representación del cuerpo humano como icono ideológico. Es un buen marco de referencia para analizar cómo desde la prehistoria se articula la investigación y se transmite el conocimiento para reforzar determinados rasgos de la identidad y potenciar algunas actitudes.
Por tanto, como ya he mencionado con anterioridad, el dominio del conocimiento y el control de la transmisión de imágenes referidas a la evolución humana son de vital importancia ya que está referida a algo tan importante para el ser humano como es su propia identidad. Identidad que procede de varias percepciones: como nos vemos a nosotros mismos, como queremos aparecer ante los otros y cómo nos ven los demás. Pero este deseo no es individualista aunque pudiera parecerlo, es decir no representa la idea de un individuo frente al resto de la población, sino que más bien lo que se desea es pertenecer a un grupo determinado diferente al resto, un grupo que estará caracterizado por distintos elementos como son el género, la edad, la etnia, la religión o el estatus. A su vez, en cada individuo primará un elemento frente a los demás, aunque todos seguirán presentes para conformar su propia identidad. Ha sido este deseo de pertenencia y de identificación el que se ha utilizado para intentar conformar la sociedad y es curioso como ha colaborado en este diseño el análisis de la evolución humana, en el que se han basado conceptos tales como la familia, el progreso, la tecnología, la división sexual del trabajo, etc. Precisamente en un campo de estudio particularmente resistente a abandonar la ideología y el lenguaje androcéntrico y una de las pocas esferas en las que no ha calado el concepto de lo «políticamente correcto». El primero de los elementos que se analiza es el de género. El estudio de la autora se enmarca dentro del interés que durante la década de los 90 se despertó entre las investigadoras anglosajonas y escandinavas por el análisis de las representaciones femeninas en las obras científicas y divulgativas en arqueología; numerosos estudios (1) pusieron de manifiesto que, por norma general, las figuras femeninas suelen aparecer en segundo plano, ocupando un lugar periférico, inactivas, y de menor tamaño que las masculinas. Este ejemplo es muy claro en la imaginería sobre la evolución humana, en la que todas las ideas preconcebidas acerca del papel preponderante, y en algunos casos fundamental, de los individuos masculinos han encontrado un magnífico elemento sustentador en las imágenes producidas.
Las propuestas más exitosas sobre la evolución humana se han basado en teorías sobre el «hombre cazador», es decir el individuo masculino que gracias a su actividad cazadora no sólo sustenta al núcleo familiar sino que además es el responsable de la fabricación de útiles, el desarrollo del cerebro, la adopción del bipedismo y el comportamiento social de los primeros humanos, en definitiva, él es el que resuelve los problemas de la evolución (2). Aunque muchas de estas teorías ya han sido criticadas y superadas y han surgido otras tantas sobre los diferentes roles de mujeres y hombres en evolución humana (3), la imaginería popular aún sigue presentando al hombre paleolítico que arrastra por los pelos a la mujer como visión más recurrente. Esta divergencia en cuanto a la representación de mujeres y hombres se refleja no sólo en las ilustraciones de los libros científicos, sino que es aún más abundante y peligrosa en los libros de texto y de divulgación, donde, como dice la autora, la posible equiparación entre ambos sexos en el texto queda oculta en la representación en las imágenes. Esto queda apoyado además, con la utilización del pretendido neutro «hombre» para la descripción de la especie humana, neutro que debería ser especialmente puesto en duda cuando hablamos de evolución, pero que muy al contrario responde a la idea de la naturalización del género que es capaz de saltar hasta las barreras de las especies, incluso a pesar de que trabajamos con espacios temporales de milenios y con numerosas especies extintas de las que poseemos muy poca información.
Acudiendo a una pretendida objetividad de los estudios sobre las poblaciones prehistóricas, pronto se empieza a formar una imagen de referencia, una norma conformada por el individuo masculino, blanco, adulto y occidental. Frente a esto se articula la idea del «otro» que se forma por oposición, y en la que influyen no sólo el género sino otros agentes tales como la edad, la etnia, el estatus o la religión. Como consecuencia en las imágenes dedicadas a la prehistoria, los papeles de género van unidos a las imágenes del progreso, el uso de la contraposición naturaleza/femenino, cultura/masculino se usa en la evolución humana para contraponer lo salvaje a lo cultivado, lo primitivo a lo avanzado y así no sólo encontramos la oposición entre las imágenes de mujeres y hombres, sino que también observamos que cuanto más antiguos son los estadios de la evolución humana más parecidos a los monos y son representados con un aspecto más negroide, mientras que la evolución va acompañada de una occidentalización en las maneras y una mayor blancura en la tez. De manera que cualquier representación de un hecho considerado clave para la especie humana, es decir de todo lo que se considera progreso, ya sea la caza, la creación de obras artísticas o la participación en rituales, es representado casi sin excepción por figuras masculinas de piel blanca. Así cuanto más avanzado se es tecnológica y socialmente, más rasgos occidentales poseen las figuras y más probabilidades tiene el receptor de la imagen de sentirse identificado, elemento indispensable para atraer la atención del público.
Para apoyar la idea se recurre a imágenes de poblaciones ágrafas actuales, desde una consideración paternalista y colonialista por la que han sido observadas como calcos del pasado, sociedades estancadas en la prehistoria que están ávidas de «civilización». El propio concepto de evolución humana tiene mucho que ver con esta creencia. Convenimos con la autora en que la evolución no es producto de la búsqueda de la excelencia individual ya sea de mujeres o de hombres realizando actividades tales como la recolección o la caza, pero sí es cierto que esa es la visión que se nos ha ido transmitiendo mediante las representaciones visuales de la prehistoria, a través de esos momentos congelados del desarrollo de las primeras sociedades.
Pero hay además otro aspecto que me gustaría apuntar y que entronca con una nueva preocupación en el estudio de las sociedades prehistóricas y es el tratamiento del cuerpo. En nuestro cuerpo reflejamos la identidad, no sólo la que se conforma a partir de ciertos elementos fisiológicos como la edad o el sexo, sino también lo que se manifiesta a través de la vestimenta, los tatuajes, las modificaciones óseas, los adornos, las escarificaciones o el tratamiento ante la muerte. A partir de ahí debemos estudiar no sólo como determinadas personas quisieron que se les viera, sino también como se ha abusado de la representación del cuerpo humano para transmitir determinadas reglas de conducta desde una perspectiva presentista y occidental. Como ejemplo ilustrativo podemos destacar como la imagen de la mujer ha aparecido siempre reflejada en dos modelos que representan a su vez dos esferas de actuación referidas a su dependencia y relación con el individuo masculino, por un lado la sexualidad y eroticidad de su cuerpo y por otro su representación como cuidadoras o como madres.
Por lo tanto quienes investigamos debemos tener un cuidado extremo en la elección de los modelos que seleccionamos para representar nuestros resultados, debemos ser muy metódicos y conscientes de lo que supone la construcción, deconstrucción y reconstrucción de cuerpos que parten de contadas evidencias arqueológicas. Debemos considerar que mediante nuestra interpretación estamos transmitiendo nuestra consideración hacia los miembros más antiguos de nuestra especie y generando la del resto de la población; debemos tener en cuenta que el sentirnos identificados con ellos va a depender en gran manera de la representación de una mirada más o menos inteligente o de un gesto más o menos violento.

MARGARITA SÁNCHEZ ROMERO
Universidad de Granada