DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2000, 20, 553-598.

CAMPOS MARIN, Ricardo. Alcoholismo, medicina y sociedad en España (1876-1923), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas [Colección Estudios sobre las Ciencias, nº 23], 1997, 303 pp. ISBN: 84-00-07679-6.

Uno de los fenómenos más llamativos del panorama historiográfico con-temporáneo en nuestro país y observado en los últimos años, sobre todo en los trabajos dedicados al estudio de la llamada «cuestión social», es la completa ausencia de referencias al papel que jugó el concepto de salud en la configuración del sistema liberal-burgués, así como a la importancia que tuvieron las enfermedades sociales en el inicio y desarrollo del proceso de reforma social.

En consecuencia, los trabajos publicados en el ámbito de la historia general no sólo ignoran el alto grado de politización que tuvieron los fenómenos relacionados con la salud y la enfermedad entre la clase obrera, sino también la tarea y el lugar preponderante que ocupó la Medicina social en el esquema del sistema de Asistencia Liberal español.

Es por ello de agradecer el libro de Ricardo Campos sobre los aspectos médico-sociales del alcoholismo en la España de la Restauración en donde se nos ofrece mucho más de lo que podríamos esperar de tan escueto y, al mismo tiempo, sugerente título. En efecto, la lectura de esta obra nos brinda la oportunidad de comprender mucho mejor la contradicción que suponía el intento de solucionar, a través de la ciencia y de la técnica, problemas cuyas causas sociales eran innegables. El papel mediador de la ciencia en general y de la medicina en particular se ve claramente reflejado en las discusiones generadas en torno al problema del alcoholismo, donde los argumentos cien-tíficos irrumpieron con la intención de amortiguar los antagonismos de clase que venían expresándose tradicionalmente en términos políticos y económicos.

De esta forma, al hilo de la lectura, podemos observar cómo van aflorando, una tras otra, las tensiones generadas por un proceso de normalización social en el que la ciencia será interpretada y utilizada por los distintos estratos sociales para intentar lograr sus objetivos y aspiraciones. En este sentido, el estudio del problema que significó el alcoholismo —de las clases populares habría que añadir— como objeto histórico se ha desvelado como un modelo válido para el estudio de estas tensiones ya que tanto los burgueses concienciados como los obreros militantes estaban convencidos de que el alcohol chocaba frontalmente contra sus respectivos intereses.

Pero, ¿cómo fue posible esta coincidencia? ¿Era tan grave el problema? Y si lo fue, ¿porqué no dio lugar en nuestro país a una lucha antialcohólica reglada como en el caso de las enfermedades sociales? Para poder responder a estas preguntas, y a otras no menos interesantes, Ricardo Campos reconstruye el pasado acudiendo a las fuentes históricas generadas por los distintos estratos sociales y administrativos e implicados directamente en el tema. Junto a los documentos estrictamente médicos o higiénico-sociales, el autor recurre a la consulta sistemática de la prensa obrera y diaria lo que, unido a la legislación vigente sobre la materia, hace que el objeto de estudio quede rigurosamente representado en toda su diversidad. Una dificultad añadida para el estudio del alcoholismo es la que implicó su propia indefinición entre vicio y enfermedad, consideración ambigua que, tal y como nos informa el autor, se mantuvo invariable durante todo el periodo estudiado.

En este sentido, el autor nos declara en la introducción del libro que su intención es demostrar cómo el alcoholismo fue una construcción médico-social basada más en su potencial peligrosidad como factor de desorden social, que como una enfermedad en sí misma. De esta forma, una vez construido el problema alcohólico como propio de las clases populares, se justificaría la puesta en marcha de una política intervencionista encaminada a «educar las necesidades del obrero» en la esperanza última de encuadrarles socialmente y desactivar, en consecuencia, el peligro de subversión del orden burgués establecido. Precisamente, «la construcción social del alcoholismo» es el tema al que Ricardo Campos consagra el primero de los cinco capítulos que componen el libro. En él se analizan las ideas que, influidas por el degeneracionismo francés, tenían los médicos españoles y en las que pueden observarse con mayor nitidez que en otros cuadros morbosos la «alianza indisoluble» de la higiene con la moral. En este sentido, el hecho de que la ingestión de alcohol se realizara bajo la estricta responsabilidad del sujeto facilitó la indeterminación del concepto de alcoholismo e hizo que la descripción del fenómeno morboso incorporase de forma constante valoraciones de índole ético-moral.

El estudio de las consideraciones etiológicas sobre la responsabilidad individual en la ingestión de alcohol da paso al segundo capítulo en el que se nos ofrece un profundo análisis acerca de «las causas sociales del alcoholismo». En efecto, a pesar de que los estudios médico-sociales españoles responsabilizaron a la miseria en la que vivían las clases populares del origen de su mala salud, Ricardo Campos nos señala cómo el alcohol proporcionó una coartada perfecta a los reformistas para culpabilizar al propio sujeto de la precaria situación en la que se encontraba. La estrategia de «culpar a la víctima» se desplegaría de forma impecable para ignorar el resto de los factores sociales y caracterizar al obrero como un proletarizado Mr. Hide, transformado y enloquecido por el consumo de alcohol (no en vano Stevenson publicó su famosa novela en 1886) y causante de los males que hacían peligrar el orden burgués: descomposición de la familia, imposibilidad de ahorro individual y predisposición a enfermedades graves como la tuberculosis o la locura, lo que contribuiría de forma notable a la degeneración de la especie. No obstante, y como ocurrió con otras enfermedades como la tuberculosis, los médicos y reformadores sociales coincidieron en señalar a la vivienda insalubre como el vivero donde se gestaba el alcoholismo. Su saneamiento, por tanto, sería considerado el contrapunto ideal para iniciar la regeneración de los obreros que, de paso, dejarían de frecuentar la taberna.

Este singular establecimiento, donde según los reformadores pasaban los obreros la mitad de su vida, es el objeto de estudio que nos ofrece el autor en el tercer capítulo. Tras su lectura y con la información que ya disponemos por los capítulos precedentes, podemos comprender que médicos y reformadores sociales la considerasen el espacio donde se materializaban todos los horrores del ideario burgués. Sin embargo, más nos puede sorprender que los socialistas españoles coincidieran con tales consideraciones aunque, tal y como nos explica Ricardo Campos, por motivos muy diferentes.

En efecto, el capítulo cuarto nos da cuenta de la transformación radical que sufrió el discurso socialista a finales del XIX sobre el problema del alcohol. Si en sus orígenes como partido político, los socialistas pensaban que sólo una revolución social acabaría con el alcoholismo, en los umbrales del siglo XX reconocieron que, precisamente, la existencia de este problema dificultaría el triunfo de dicha revolución. La lucha antialcohólica del Partido Socialista, por tanto, se enmarcó dentro de un programa general de educación y moralización de la clase proletaria en el cual, según nos informa el autor, se utilizaron los mismos argumentos degeneracionistas implícitos en los textos procedentes del higienismo social. Esta postura política en contra del alcoholismo y la taberna aspiraba, además, a dar coherencia a la propia organización obrera y a remarcar las señas de identidad proletaria frente a una supuesta burguesía degenerada e incapaz de aplicarse sus propias reglas morales. Esta asunción del discurso higienista antialcohólico por parte de los sectores militantes de la clase obrera lleva al autor a considerar que todos los postulados procedentes de la Medicina Social habían sido ya aceptados en este periodo por el Partido Socialista. Este fenómeno es relacionado con el cambio de estrategia política que llevó a dicho partido a abandonar el guesdismo en la década de los noventa y a aceptar progresivamente la necesidad de las reformas sociales en el mejoramiento de las condiciones de vida obreras. No obstante, y basándonos en nuestra experiencia en el estudio de la lucha antituberculosa, parece un tanto prematura esta afirmación, al menos para este periodo en donde las campañas sanitarias organizadas contra las enfermedades sociales dentro del régimen de Asistencia Liberal fueron gravemente denostadas por los mismos medios obreros que atacaban el alcoholismo de sus militantes. En consecuencia, pensamos que el problema que representaba el alcoholismo fue un caso especial en el que, si para los sectores reformistas era una cuestión más a tener en cuenta por el entramado médico-social, para los sectores obreros significaba un importante asunto en el que confluían intereses políticos, económicos, éticos e incluso estéticos.

En este sentido vale la pena reseñar los discursos contrapuestos que se generaron en torno al dinero que las clases populares gastaban en la taberna y que podemos encontrar en la obra de Ricardo Campos. Si los sectores más liberales y reformistas veían en este dinero la base para el ahorro individual que garantizase el futuro incierto del trabajador, para los sectores más conservadores y acomodados de la burguesía era la prueba de que los salarios eran suficientes para cubrir las necesidades vitales y justificar, por tanto, la inutilidad de las reformas sociales. Por su parte, los socialistas esperaban a que el dinero no gastado en alcohol se empleara en nutrir las «cajas de resistencia», adquirir libros y periódicos obreros y cumplir con la paga de sus cuotas reglamentarias.

A pesar de todo, en España no se llevó a cabo una campaña antialcohólica reglada, ni por parte de los reformistas sociales ni por los partidos y sindicatos obreros tal y como se estaba desarrollando en otros países europeos. De esta forma, los asilos para bebedores, institución central para la lucha antialcohólica en otros países, nunca fueron instaurados en España. Así queda reflejado en el quinto y último capítulo del libro dedicado a estudiar esta ausencia. La explicación de este fenómeno, desde el punto de vista estrictamente asistencial y médico vendría dada, según el autor, por «la incapacidad crónica del Estado liberal en desarrollar una red asistencial psiquiátrica moderna durante todo el siglo XIX y parte de XX», así como por la existencia de otros problemas sanitarios que reclamaban mayor atención por parte de los médicos y de los poderes públicos, como era el caso de la tuberculosis.

En efecto, si consideramos que la finalidad última de las actuaciones médico-sociales era contribuir a la integración pacífica de las clases populares en el sistema liberal burgués mediante el uso de postulados científicos y a través de campañas educativas y en apariencia neutras, parece lógico pensar que los reformadores sociales no cargaran las tintas en un tema que fue asumido voluntariamente y desde muy temprano por los líderes obreros. Consecuentemente, y favorecida, quizás, por la propia indefinición del alcoholismo como patología, toda la atención oficial y privada se centró en la lucha contra el resto de las enfermedades sociales (incluida la mortalidad infantil) causantes de una fuerte contestación obrera en este periodo y que ponía en entredicho el sistema de Asistencia Liberal en particular y el orden social establecido en general.

Finalmente, y a falta de una organización antialcohólica que estudiar, Ricardo Campos acude al campo de batalla donde se libró de forma parcial la lucha contra la taberna en nuestro país: la Ley del Descanso Dominical. En efecto, ante la ausencia de una legislación represiva sobre la venta y consumo de alcohol, como la que imperaba en muchos países europeos y en Norteamérica, la aplicación cabal de dicha ley sobre los establecimientos que expendían bebidas alcohólicas fue una de las reivindicaciones socialistas en la que los líderes obreros se emplearon a fondo. Completa este capítulo el papel de las casas para obreros en la lucha antialcohólica, así como el lugar que debía ocupar la mujer en esta campaña según los reformadores sociales.

En definitiva, el libro de Ricardo Campos, fruto de largos años de investigación que le merecieron, además, alcanzar exitosamente el grado de doctor, es una obra que amplía considerablemente nuestro conocimiento de la problemática social que caracterizó al periodo de la Restauración española. La incorporación de fuentes documentales generadas por la clase obrera permite al autor ampliar de forma considerable el marco analítico manejado hasta la fecha por la historiografía contemporánea nacional lo que otorga a su original aportación un valor metodológico y la cualidad de poder ser utilizado como punto de referencia por ulteriores trabajos sobre el tema.

JORGE MOLERO MESA Universidad de Zaragoza