DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2000, 20, 553-598.

Fatimah TOBING RONI. The Third Eye. Race, Cinema and Ethnographic Spectacle. Durham, London, Duke University Press, 1996, 300 pp. ISBN: 0-8223-1840-7.

Publicado en 1996 y reeditado dos años después, el texto de Fatimah Tobing Roni puede considerarse ya un clásico de los estudios culturales. Si se tiene la paciencia de desglosar el dialecto disciplinar y entrar en el escogido inglés que utiliza la autora, este texto oferta una contribución clave no sólo al estudio de la cuestión colonial. El texto se halla en la encrucijada de la semiótica, los estudios culturales, la historia, o el análisis cinematográfico, que tan fructíferamente vienen desarrollando algunos cultivadores de los estudios culturales. El texto problematiza una herramienta utilizada por la antropología para legitimar su carácter científico, el cine. También es una reflexión sobre el sentido de dos disciplinas cercanas, la antropología y la historia. Como historiadora me interesa este tipo de aproximaciones por su valor revelador en la difícil tarea de aprender a leer los textos más allá de lo aparente. Creo que estas fórmulas interdisciplinares alivian los rigores metodológicos más pesados en los que hemos sido entrenadas y entrenados para refrescar y vigorizar nuestra mirada intelectual, sin por ello perderse, al menos en el texto que nos ocupa, los criterios que permiten reconocer un buen trabajo académico. En este sentido, también será del gusto de los historiadores el empleo que hace la autora de numerosas fuentes fílmicas y su rica contextualización. Por último, señalar algo que con los tiempos que corren es digno de mención, el libro es muy entretenido.

La opción por un título como El tercer ojo orienta su lectura. Con ello la autora señala la experiencia de vernos a nosotros mismos como objeto. Miramos las películas para encontrar imágenes nuestras y nos encontramos al vernos reflejados en los ojos de otros (p. 4). Con esta idea de base, el libro trata de analizar las representaciones que el cine, entendido como práctica social, fue generando a lo largo del primer tercio de este siglo sobre el cuerpo colonizado.

Tobing Roni plantea tres modalidades de representación etnográfica que sirven para vertebrar la obra: Inscripción, Taxidermia y Teratología.

En el apartado dedicado a Inscripción (definida como writing of race on film) se presenta una modalidad de representación del cuerpo del indígena en movimiento, percibido como «datos brutos» del laboratorio, para un espectador entrenado científicamente y capaz de desglosar el langage par gestes. Esta representación emerge del análisis del protocine científico positivista (cronofotografía) de finales de siglo XIX, llevado a cabo por el fisiólogo Felix Regnault. Un buen ejemplo para indagar en las conexiones íntimas entre la medicina, interesada en lo patológico, y la naciente antropología, interesada por la raza. Como señala la autora, el deseo de reconocer lo diferente y de establecer imágenes que permitieran la rápida identificación de lo patológico, definieron los orígenes de la antropología. El cine para Regnault era una tecnología fundamental de la ciencia positivista —it provides exact and permanent. documents to those who study movements (p. 47)—. Regnault despliega en estas películas antropológicas sus ideas de jerarquía racial sobre el movimiento pues, para el fisiólogo, los nativos no poseían lenguaje, su lenguaje sería el de los gestos, anterior al hablado. La consecuencia directa de esta práctica de representación que otorga a los nativos el significado de especímenes («etnografización») es la «deshistorización», es decir el despojamiento de su carácter de sujetos históricos. Esta imagen racializada no siempre era despectiva. En ocasiones se transmitía una noción noble del nativo, pero noble, salvaje o auténtico, la imagen racializada fue un resultado de la imaginación taxonomista de la antropología y el cine.

Es conveniente resaltar que las tecnologías visuales —museos, exposiciones o cine— son auténticas máquinas de significación que ayudaban y ayudan a definir qué significa ser europeo tanto como lo que significaba ser africano o asiático. En este sentido, los medios audiovisuales han desempeñado un papel clave en la narrativa evolucionista y jerarquizada sobre las razas.

En el bloque titulado Taxidermia se presenta una modalidad de representación que difundió una visión romántica de lo primitivo, no contaminado por la civilización occidental, habitante de un tiempo anterior al histórico. Pero, como indica la palabra taxidermia, que Roni toma de Donna Haraway, el cuerpo del nativo en extinción es devuelto a la vida disecado (reconstrucción taxidermista). Frente a la inscripción, mostrar la vida real de la población, con la taxidermia se escenifica la vida pasada. El pasado se presenta como inocente y pintoresco y se niega todo carácter histórico a los miembros de estas comunidades culturales. Se ocultan las luchas contra los gobiernos coloniales o la problemática incorporación de los modos de vida occidentales. Se reconstruye (escenifica) lo etnográfico para parecer más real ante la audiencia, aún sosteniendo la ficción fílmica de que la filmación no alteraba la realidad. Esa percepción de la extinción inevitable del nativo contribuyó a la justificación del dominio colonial e ideológico. Taxidermia cinematográfica, lo que va a perderse se fija, se clasifica, se diseca, la cámara y la caza quedan así vinculadas. El carácter coleccionista de la etnografía debió mucho a la medicina. Las colecciones eran pruebas (signos clínicos) de culturas inherentemente patológicas. Como en medicina, lo anormal era el objeto de investigación etnográfica. Esta elaboración que he tratado de resumir la sustenta Tobing Roni en el análisis del film de Robert Flaherty Nanook of the North (1922) sobre la etnia Inuit del norte de Quebec, en más de veinte películas de viajes, y en el archivo de Edward Sheriff Curtiss, fotógrafo de indios norteamericanos. Nanook... sirve, sobre todo, para una revisión crítica sobre la metodología antropológica de la observación participante, cuya atracción reside, precisamente, en hacernos creer que el etnógrafo no muestra lo que él ve sino como se ve el nativo a sí mismo. Tobing Roni recupera la respuesta al film de Flaherty, hacia la década de los ochenta, y la apropiación (empowerment) de las propias comunidades Inuit que mediante reconstrucción histórica mostraron un pasado no disecado sino plenamente histórico (Starting Fire with Gunpower de David Poisey y Qaggiq/ The gathering place de Zacharias Kunuk y Norman Cohn).

En la sección Teratologías (estudio de la monstruosidad) usa la autora películas sobre razas y un análisis de la primera versión del clásico King Kong de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack (1933). Frente a las categorías del género de glorificación del gran cazador blanco o del romanticismo etnográfico que mostraba al nativo con una imagen simplista del pasado salvaje, King Kong y en cierta forma, Tabú (1931) reflejan lo monstruoso causado por el enfrentamiento entre lo etnográfico y lo histórico. Es en esta modalidad de expresión de las películas sobre razas donde se revela la contribución de la antropología a esa idea cultural de redención de un occidente culpable de su imperialismo y colonización, mediante la mitificación del primitivismo. Tobing Roni deconstruye los trabajos de la antropóloga Margaret Mead en la que encuentra una artífice del discurso sobre la monstruosidad de los nativos. En 1936, Mead fue a Bali a estudiar algunos rituales financiada por un Comité de Investigación de la Demencia Precoz. La antropóloga difundió una imagen patologizada sobre los balineses al adjudicarles un carácter esquizoide (Trance and dance in Bali, 1936), a la vez que desplegaba la retórica del paraíso perdido propia de la propaganda turística y colonial («balinización») y participaba de una percepción histórica eurocéntrica —«History was for Mead one of progress, expansion, exploration and benign colonization» (p. 194)—.

El film King Kong que usó el mono como un sustituto silencioso del nativo, representa la conversión de lo etnográfico en monstruoso al enfrentarse al tiempo moderno (histórico). King Kong es el híbrido que transita las barreras culturales y cuyo fin no puede ser otro que su exterminio para triunfo del orden moderno, como en su día sucedió con el joven africano Ota Benga tras años de ser exhibido en un zoo. Queda así representado el cuerpo del nativo como un lugar de colisión catastrófica entre el pasado y el presente, entre lo animal y lo humano. De esta colisión se hicieron eco las vanguardias artísticas, recuerdo aquí las resonancias con el texto magistral de Kafka sobre la simiedad en su Informe para la Academia (1917).

Atribuyo ciertas repeticiones y una estructuración del texto posiblemente mejorable a la circularidad necesaria para introducir conceptos abstractos y teóricos arriesgados, a las dificultades inherentes al enlace conveniente entre teoría y trabajo empírico, y al propio carácter híbrido del texto.

Como conclusión baste citar la ambiciosa alternativa que propone Fatimah Tobing Roni a la historia eurocéntrica: «se trataría de hacer una historia compuesta de múltiples historias, la historia de la racionalización, la historia de los colectivos, la historia de los individuos (...) La historia es un medio de dar voz presente al pasado, un acto de afirmación de los desposeídos, un medio de proporcionar testigos para el futuro.» (p. 218). Un texto comprometido de principio a fin.

ROSA MARÍA MEDINA DOMÉNECH Universidad de Granada