Una
aproximación genérica hacia el debate doctrinal de las relaciones
civiles-militares: el caso de América Latina
José Carlos Piñero
La
preocupación por la articulación de las relaciones entre la sociedad civil, la
militar y la política no es en modo alguno reciente, sino que se remonta a los
pensadores clásicos de la envergadura de Maquiavelo,Weber, Hobbes, Locke o
Tocqueville; quienes, sin embargo, reflexionaron –en su mayoría- sobre éstas
desde un prisma normativo[i][1] con el fin de
establecer los mecanismos institucionales y las normas legales más adecuados
para preservar el sistema de frenos y equilibrios propio de las democracias
liberales (decimonónicas).
No fue
hasta la década de los años cincuenta que se empezaron a realizar estudios de
carácter empírico sobre el tema de la mano de la sociología norteamericana:
Huntington, Janowitz y Moskos, para quienes la variable dependiente ya no era
el Estado como en los autores clásicos, sino las propias instituciones
militares. Pese a todo la producción teórica o doctrinal sobre el respecto no
es tan prolífica como la existente en otros ámbitos de la sociología y de la
ciencia política.
Dos son
las líneas teóricas que vienen dominando el debate académico acerca de las
relaciones civiles-militares de los últimos cuarenta años, la corriente
iniciada por Samuel P. Huntington[ii][2], que se sirve de un
esquema funcionalista y la establecida por Janowitz[iii][3], el cual se valió
del análisis sociodemográfico de los oficiales de las Fuerzas Armadas
Norteamericanas.
El
primero de ellos consideraba que el mejor modo de mantener a los militares
fuera de los límites de la sociedad política era promoviendo la profesionalidad
de la institución militar, porque ello conduciría inequívocamente al
establecimiento de un control objetivo basado en: 1) la existencia de
una relación de cliente, y por tanto de subordinación, de las Fuerzas Armadas
respecto al Estado (supremacía civil) y b) un interés exclusivo por parte de la
milicia centrado en el perfeccionamiento de la técnica en el uso de la
violencia contra amenazas externas (neutralidad política).
Por el
contrario, Janowitz era de la opinión de que el ethos de la institución
militar de cualquier país estaba directamente relacionada con la extracción
social de su oficialidad. De este modo, una oficialidad de clase media con una
formación militar profesional, independientemente de que ésta proceda del
ámbito rural, tiende a desarrollar una actitud burocrática y de gestión, acorde
con la modernización y el cambio social, mientras que una oficialidad dominada
por una aristocracia feudal y/o rural tiende a estar fuertemente politizada.
Ambas
teorías, aunque dominantes en la disciplina de la sociología militar, no
ofrecen una explicación enteramente satisfactoria acerca de la tendencia de las
instituciones militares a intervenir en política; si bien debe reconocerse que
arrojan una valiosa información sobre el papel que desempeñan las variables
organizativas al respecto.
Pese a
todo, debe señalarse la existencia de notables puntos débiles y ausencias en
las teorías de uno y otro autor. Como muy bien señala Abrahamsson[iv][4], Huntington no deja
de construir una tautología según la cual toda institución armada que
interviene en política no es profesional y viceversa. De hecho, las
investigaciones de Alfred Stepan[v][5] apuntan en una
dirección contraria a la de Huntington en el sentido de que éste considera que
es posible la coexistencia de un profesionalismo instrumental en el uso de la
violencia con la intromisión de la militia en la esfera civil y
política. Es lo que Stepan denomina el nuevo profesionalismo.
La principal diferencia entre ambos
modelos estribaría en su finalidad, puesto que, mientras el primero tiene como
objetivos: la seguridad interna, la construcción nacional y el desarrollo del
país, el segundo tendría como ocupación exclusiva la guerra interestatal
clásica; si bien es cierto que las fuerzas armadas norteamericanas –el ejército
profesional por antonomasia-, a raíz del éxito que tuvieron diversos
movimientos contrainsurgentes en su lucha contra los ejércitos regulares; caso
de China, Indochina, Cuba, etc., comenzó a incluir la contrainsurgencia en su
agenda.
De este modo, los ejércitos latinoamericanos han venido desarrollando una
idiosincrasia propia, fruto de la mezcla de sus tendencias organizativas
acordes con el modelo racional-legal weberiano[vi][6] con un mecanismo de control subjetivo, que
diferencia a estas instituciones armadas de los ejércitos patrimoniales o de
masas de antaño, así como de los ejércitos profesionales.
En consecuencia, las reflexiones de Abrahamsson y de Stepan quiebran la
pretensión de Huntington de elaborar una teoría global sobre las relaciones
civiles-militares al existir excepciones empíricas que no son explicadas
satisfactoriamente, salvo que se acepte el silogismo de que las Fuerzas Armadas
que participan en la sociedad política no son profesionales y viceversa.
Por otro lado, la
corriente de la hegemonía de clase[vii][7] abierta por Janowitz no está menos exenta de
problemática, tal y como el propio Huntington se encarga de poner de manifiesto[viii][8]. Por un lado, el ethos o mentalidad de la
oficialidad de las distintas instituciones armadas del planeta, no sólo depende
de la extracción social de estos últimos, sino también del propio devenir de
las estructuras culturales, políticas y sociales de cada país; y por el otro, el origen de clase de los
oficiales tiene un efecto limitado sobre la orientación política e ideológica
adoptada por las Fuerzas Armadas, dado que los oficiales suelen referir sus
actitudes más a la lógica interna de la institución militar que a su clase de
origen; o al menos eso es lo que ha sucedido, según Alain Rouquié[ix][9], en diversos países de América Latina: Brasil
(1964), Perú (1968) y Chile (1973) por poner sólo algunos ejemplos.
Existe una tercera
corriente dominante dentro de la sociología militar que ha tratado de explicar el
fenómeno del pretorianismo de una forma global a través del paradigma[x][10] de la modernización. En efecto, para Guillermo
O’Donnell[xi][11], uno de los máximos exponentes de esta línea
investigadora, los regímenes militares burocrático-autoritarios serían la
resultante de las contradicciones sociales inherentes a los procesos de
modernización de aquellos países -de la periferia- que poseen un sistema
capitalista extravertido[xii][12], porque la reorientación del desarrollo económico
hacia un capitalismo autocentrado[xiii][13] es incompatible con la existencia de clases
populares activas y políticamente participativas. Precisamente, el principal
objetivo de la coalición golpista[xiv][14] formada por el Ejército, la oligarquía y las
clases medias es desmovilizar a las clases populares y promover el desarrollo
económico mediante la implementación de políticas socioeconómicas de corte
tecnocrático y regresivo (contrarias a políticas fiscales redistributivas y
equitativas). En consecuencia, para este autor, el pretorianismo constituiría
una fase intermedia del proceso de modernización de los países en vías de
desarrollo.
Esta corriente, por su
parte, tampoco está exenta de críticas. Las más importantes de todas ellas es
aquella que denuncia la presencia de un fuerte determinismo historicista en sus
axiomas teóricos, al presumir ésta que el cambio social es unilineal[xv][15] y aquella que considera que la hipótesis de
O’Donnell carece de las suficientes evidencias empíricas como para poder
generalizar la experiencia de unos pocos países, Argentina y Brasil
(1930-1960), a otras realidades[xvi][16].
Por
otro lado, existen otras observaciones de menor calado tales como la
infravaloración del papel que desempeñan las especificidades históricas, los
rasgos organizativos de las diversas instituciones militares, o incluso las
ideologías de los militares[xvii][17] .
En consecuencia, y a tenor de lo dicho hasta ahora, puede decirse que
los esfuerzos por elaborar una teoría global sobre la dinámica de las
relaciones civiles-militares han resultado parcialmente infructuosos. Para
paliar parte de este déficit, la sociología militar debería incorporar las
valiosas aportaciones provenientes de la sociología histórica; sobre todo la de
figuras como Norbert Elías[xviii][18] y Charles Tilly[xix][19].
La hipótesis de Tilly es que las estrategias utilizadas
por los gobernantes (aplicación intensiva o extensiva de capital y/o coerción)
en la fase de la construcción del Estado Nación (proceso de concentración de la
soberanía), en un medio internacional hostil, han tenido una influencia
decisiva en la configuración subsiguiente de las relaciones civiles-militares.
Así en aquellos países como España o Rusia, donde la concentración de poder se
efectuó mediante un uso intensivo de la coerción, se favoreció la aparición de
posteriores tendencias pretorianas, aunque fueran de corte revolucionario[xx][20] como en el caso de la ex Unión Soviética, mientras
que en otros como en los países Bajos o en Bélgica, donde los poderes públicos
tuvieron que negociar con la burguesía para captar los recursos financieros
necesarios para mantener sus respectivos ejércitos, se fortaleció la primacía
de la sociedad civil.
Precisamente Stepan coincide con este último a la hora de señalar la
preponderancia de la dimensión sistémica en la aparición del pretorianismo, de
tal modo que la dimensión organizativa, pese a su relevancia, aparecería como
una variable interviniente.
El
diagnóstico quizás podría ser que los estudiosos de las relaciones
civiles-militares, en su afán de intentar validar o invalidar una u otra
teoría, no han tratado de construir modelos explicativos multifactoriales, en
los que estén presentes los diversos niveles de análisis existentes; a saber:
a) nivel macro-político (sistema mundial y subsistemas regionales)[xxi][21], b) nivel meso-político (la naturaleza los cuatro
subsistemas: el político, el social, el económico y el cultural) y c) nivel
micro-político (la organización interna y los valores corporativos de las
instituciones militares).
Seguramente, no existe ninguna explicación mono-causal ni unilineal que pueda describir de forma plenamente satisfactoria la dinámica de las relaciones civiles militares. Sólo con la aplicación empírica del método comparado[xxii][22] a distintas realidades, y teniendo en cuenta las tres dimensiones anteriormente mencionadas, podremos a la larga discriminar las variables más importantes y extrapolar algunas relaciones causales tendenciales con relación al pretorianismo.
MODELOS ORGANIZATIVOS DE LAS INSTITUCIONES ARMADAS Y
RELACIONES CIVILES-MILITARES EN AMÉRICA LATINA
El modelo de relaciones civiles-militares de un país y el grado de
profesionalización de sus Fuerzas Armadas están estrechamente ligados con el
proceso de construcción del Estado Nación porque, tanto la aparición del Estado
Nación como la profesionalización de los ejércitos fueron los instrumentos
–primordiales- de que se dotaron, paulatinamente, determinadas sociedades para
poder sobrevivir en un entorno internacional multipolar y hostil como el
europeo, en el que diversas unidades políticas (Ciudades-Estado, Imperios y
Estados patrimoniales) se relacionaban a través del uso de la fuerza.
En consecuencia, para hacer frente a las amenazas externas fue
necesario, por un lado, reformar las estructuras político-administrativas[xxiii][23]
(crear un aparato burocrático fiscal, construir infraestructuras...) con el fin
de poder captar y movilizar un mayor volumen de recursos y, en segundo lugar, modernizar
los ejércitos (ejército patrimonial, ejército nacional de masas, ejército
burocrático y ejército profesional[xxiv][24]).
Estas innovaciones, a su vez, propiciaron la consolidación de un centro
territorial de poder: la corte y la capital, el desarrollo de una economía
monetaria, la asunción de nuevas funciones por parte del Estado, la
concentración de los medios materiales coercitivos y la articulación de
distintos modelos de relaciones civiles militares, según los gobernantes se
hubiesen servido de un uso intensivo o extensivo del capital, o de un uso
intensivo o extensivo de la coerción para culminar el proceso de concentración
del monopolio de la violencia[xxv][25].
En Latinoamérica, sin embargo, la articulación del Estado no se debió
a una prolongada evolución histórica endógena como sucedió en el viejo continente, sino a un factor
exógeno: la dominación colonial; el cual explica en buena medida: a) la frágil
institucionalización del Estado, tanto en su dimensión interna (grandes
colectivos de población disputan al Estado el monopolio del uso de la violencia
legítima y el control de extensas áreas del territorio del país[xxvi][26])
como externa (fronteras difusas y permeables[xxvii][27]),
b) la gran fragmentación social y c) el insuficiente grado de profesionalización
de las fuerzas Armadas existente en muchos de los países del subcontinente
americano.
Hacia finales del
siglo XIX, debido en parte a las guerras de independencia, las instituciones militares
latinoamericanas alcanzaron un cierto grado de profesionalismo técnico y unas
tendencias corporativas que, no obstante, acabaron disipándose como
consecuencia de sendos procesos orgánicos de desintegración, que contribuyeron
a que dichos ejércitos se convirtieran en irregulares, personalistas y, en
definitiva, en un instrumento de poder al servicio de los caudillos[xxviii][28]. De este modo, la profesionalización de los
ejércitos latinoamericanos se produjo un siglo después de que Europa se hubiera
consolidado el Estado Nación burocrático como forma de organización política.
Entre 1890 y 1930, en líneas generales, los militares no rechazaron ni al
Estado ni a los regímenes existentes. Su intervencionismo se produjo a partir de la década de los 30-40 por su
percepción de la falta de eficacia de los gobiernos civiles. Durante este
periodo el ejército desempeñó un papel de arbitrio a favor del poder
presidencial civil, de tal forma que, no fue hasta la década de los 60, que
surgió un pretorianismo de tipo dirigente[xxix][29] en países como Brasil, Argentina, Perú o Chile.
En un primer momento, las guerras anticoloniales de Latinoamérica se saldaron
con ejércitos populares fragmentados, del tipo “nación en armas”, que
favorecieron el caudillaje o bien la
aparición de disputas internas entre los líderes de estas facciones, forjadas
durante las guerras anticoloniales; y cuyo máximo afán no era otro que el de
hacerse con las riendas de la institución militar y/o apoderarse del Estado.
Todo ello en un contexto de gran fragmentación social, donde las clases
sociales dirigentes, además de ser débiles, estaban profundamente divididas.
La inexistencia de una sociedad civil fuerte y estructurada fue lo que condujo
a los países latinoamericanos a una situación análoga a la de la España
decimonónica, en la que los políticos civiles recurrían a los pronunciamientos
de altos mandos militares para apuntalar o minar la autoridad gubernamental
civil, poniendo en peligro el propio ordenamiento constitucional.
Esta práctica política dio lugar al caudillismo,
un tipo de régimen político de corte tradicional y patrimonial, sustentado por
una alianza entre la elite política y los terratenientes, y cuyas estructuras
políticas y económicas se caracterizaban por: la existencia de un fuerte
caciquismo, una economía agraria extensiva y la ausencia de estructuras
burocráticas consolidadas, de tal forma que dicho régimen se articulaba sobre
la base de un sistema de relaciones sociales “patrono-peón” y en unas
relaciones políticas personalistas y clientelares.
La
profesionalización y la adopción de
tendencias corporativas por parte de los militares latinoamericanos a finales
del siglo XIX fueron los factores que permitieron restablecer la estabilidad y
crear un sistema político nacional. Para acabar con el caudillismo, las
instituciones militares emprendieron un programa de profesionalización
consistente en:
- Recibir asesoramiento de
instructores extranjeros y adoptar sus modelos organizativos y tradiciones
corporativas. Los países modelos en aquel entonces eran, sobre todo, Prusia y
Francia[xxx][30].
- Se crearon academias militares.
- Se centralizó la autoridad en el
gobierno y la burocracia.
Este programa se llevó a cabo en Argentina, Brasil, Venezuela y Chile, pero al
mismo tiempo se preparó, sin quererlo, el camino hacia el pretorianismo y a la
aparición del ejército tipo arbitrio, porque, así como en Europa se fueron
especializando las instituciones estatales coercitivas, según su papel represor
era orientado hacia la población interna (cuerpos policiales) o hacia el
exterior (Ejército); las fuerzas armadas en Latinoamérica, una vez finalizadas
las correspondientes guerras de independencia, se dedicaron a velar por la
estabilidad interna del país y emprendieron una lucha contra la población
amerindia (colonización interna); lo que a su vez facilitó la instauración de
un modelo de control subjetivo[xxxi][31]. A ello hay que sumarle la fusión de la
institución militar con las oligarquías sociales en un binomio simbiótico en el
cual el Ejército aseguraba la hegemonía de los terratenientes y la oligarquía
utilizaba a las Fuerzas Armadas como una herramienta de reproducción clasista.
Huntington[xxxii][32] establece
tres etapas: a) pretorianismo oligárquico (1890-1920), b) pretorianismo radical
(1920-1950) y c) pretorianismo de masas (a
partir de los años 50), mientras que Perlmutter[xxxiii][33], por su parte, considera que en este primer
periodo no hubo pretorianismo de ninguna clase porque los militares no
intervinieron en política.
Chile fue uno de los tres países latinoamericanos que gozaron de un sistema de
control objetivo, junto con Uruguay y Costa Rica. Sin embargo, el grado de
profesionalidad y de corporativismo objetivos fueron mucho más elevados en el
primer caso por: a) los éxitos cosechados por el ejército chileno en la guerra
del pacífico (1879-1893) y su éxito contra los amerindios, b) la estabilidad
política del país hasta 1973, c) la estabilidad de la base aristocrática del
ejército chileno, d) la coherencia y unidad entre las elites militares y e) la
concordancia de valores entre elites civiles y militares.
Pese a todo, en la década de los sesenta, la coyuntura del momento: la
creciente inestabilidad social por el recrudecimiento de la lucha de clases, la
influencia de la política exterior norteamericana y el conservadurismo
corporativo de las distintas instituciones militares, amén de las alianzas
sociales entre las elites dirigentes y el Ejército, propició el advenimiento de
una ola de pretorianismo, no sólo en Chile, sino en toda Latinoamérica.
No obstante, Alfred Stepan (1986) es
de la opinión de que esta oleada de pretorianismo sobrevino, no como consecuencia
de la falta de profesionalización de las instituciones militares
latinoamericanas, sino más bien por el hecho de que dicho proceso de
profesionalización no produjo la neutralidad política anunciada por Huntington.
Esto es, las Fuerzas Armadas latinoamericanas fueron desarrollando
simultáneamente un considerable nivel de profesionalidad instrumental
(racionalidad burocrática, procedimientos de reclutamiento estandarizados,
ciclos de entrenamiento y de planificación de la defensa, etc.) y un creciente
nivel de politización; tal y como demuestran los casos de Brasil y Perú. A
partir de esta constatación empírica, Stepan construye una nueva categoría
analítica: el nuevo profesionalismo, en contraste con el concepto de profesionalismo
acuñado en su día por Huntington, para explicar las tendencias pretorianas
en Latinoamérica.
La principal diferencia entre ambos modelos estribaría en su finalidad, puesto
que, mientras el primero tiene como objetivos: la seguridad interna, la
construcción nacional y el desarrollo del país, el segundo tendría como
ocupación exclusiva la guerra interestatal clásica; si bien es cierto que las
fuerzas armadas norteamericanas –el ejército profesional por antonomasia-, a
raíz del éxito que tuvieron diversos movimientos contrainsurgentes en su lucha
contra los ejércitos regulares; caso de China, Indochina, Cuba, etc., comenzó a
incluir la contrainsurgencia en su agenda.
De este modo, los ejércitos latinoamericanos han venido desarrollando una
idiosincrasia propia fruto de la mezcla de sus tendencias organizativas acordes
con el modelo weberiano con un mecanismo de control subjetivo, que diferencia a
estas instituciones armadas de los ejércitos patrimoniales o de masas de
antaño, pero también de los ejércitos profesionales.
Stepan coincide con Tilly a la hora de señalar la preponderancia de la
dimensión sistémica en la aparición del pretorianismo, de tal modo que la
dimensión organizativa, pese a su relevancia, aparecería como una variable
interviniente.
En general, todos los estudiosos de Latinoamérica coinciden en señalar que Las
instituciones militares latinoamericanas fueron desarrollando este nuevo
profesionalismo para hacer frente a un escenario de amenaza interna: los
movimientos insurgentes revolucionarios, que hizo que “these highly
professionalized armies became much more concerned with political problems”
(Stepan, 1986:137). De este modo, dichas instituciones fueron desarrollando una
cultura organizativa que abarcaba otros muchos aspectos que iban más allá de la
mera autoorganización. Los oficiales empezaron a recibir formación sobre
economía, política, sociología, etc. y otros aspectos que pudiesen influir en
la estabilidad del país, dado que consideraron que entre ambas esferas: la
doméstica y la de la seguridad, existía un estrecho vínculo. En consecuencia,
las fuerzas armadas latinoamericanas fueron politizándose al asumir, como una
nueva función, el análisis del funcionamiento del país y su relación con la
seguridad; de ahí que el nuevo profesionalismo suponga un alto nivel de
politización.
Ahora bien, las fuerzas armadas latinoamericanas pudieron ampliar su rol debido
a la debilidad de la sociedad civil y al vacío institucional existente. En
efecto, ante la escasa legitimidad y eficacia de los gobiernos civiles para
promover un desarrollo pacífico de sus respectivas sociedades, los militares
fueron tendencialmente tomando el poder para imponer sus propias tesis sobre
cómo promover el desarrollo de la economía y del Estado. Ello explica, entre
otras cosas, el gran control que los militares, como institución, ejercieron, y
todavía ejercen en algunos países, sobre grandes conglomerados empresariales,
como en los casos de Brasil, Perú o Guatemala.
Tras el final de la guerra fría numerosos países del área latinoamericana han
venido experimentando procesos de pacificación y de transición democrática con
un mayor o menor éxito. Pero en todo caso lo que sí es seguro es que todos
estos países han tenido que superar unas fuertes resistencias provenientes de
sus respectivas burocracias militares para poder instaurar la supremacía civil
y/o un modelo de relaciones civiles-militares profesional basado en el control
objetivo.
La situación de los países latinoamericanos, durante la década de los noventa, difería mucho entre si, tal y como puede apreciarse en la siguiente tabla confeccionada a partir del informe elaborado por Carlos Basombrío Iglesias (1997):
Situación de los países
latinoamericanos en la década de los noventa
|
|
Ref. FAS |
Misión legal y C. |
Aut. MM.DD |
Control presupuesto |
Contr del Congreso |
Fueros especiales |
Sanción * Violac. DH |
Interv. Seg. Int. |
Control Serv.
Intelig. |
|
Argentina |
Avances significativ. |
--- |
Contr. civ. del M. Def.
|
Reducción del 50% en
veinte años + Privatiz. empr |
Senado da el plácet a
ascensos. |
delitos com. de los
milit jurisdic. civ |
Amnistía general para
todos los militares |
Separac. Segurid. Int./ext.
|
No hay una polít. clara de contr. civ. |
|
Bolivia |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
|
Brasil |
Avances significativ. |
--- |
M. Def. es un lobby
presidido por militar. |
Pocas reduc de efectivos
y 25% presup. pero paradas por las FAS |
--- |
--- |
--- |
Prerrogat. de interv.
en asuntos de orden interno |
Estructur. paralelas de Intrelig una civil y otra milit. |
|
Colombia |
Persistencia autonomía
militar |
--- |
--- |
|
--- |
Constituc. del fuero
penal militar |
impunidad de las FAS +
privileg. Corporativ |
FAS contr policía de
segurid. y la judicial |
--- |
|
Chile |
Autonomía milit.
Parcial |
Codificac. C. del rol tutelar FAS |
atribuciones inmensas
al CSN. |
Fondos prev. En la C. +
otr. Adicionales |
No existe |
Jurisdicción milit.
Para disputas civiles/milit |
Intentos de incluir DH
en la jurisd. civil |
Separac. Segurid.
Int./ext |
disolución de la CNI y reubicac de militar. |
|
Ecuador |
Separación entrepoder
civil/Militar |
No hay una Separac. F. seg. int./ext. |
--- |
Cánones del petróleo +
Empr. DINE |
No existe |
fuero espec. |
--- |
Policía subord. a las
FAS |
--- |
|
Guatemala |
Supremacía civil limit.
|
Defensa de sobernía y territorio |
--- |
Gran número de empresas
contr. por los militares |
--- |
La juridicc. Militar ha
sido reduc. |
Ausencia de la
posibilid. de individ. responsabil. |
--- |
Control presidenc. |
|
Haiti |
Ref. imp. por EE.UU |
--- |
--- |
Reducc. de un 33% |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
|
Mexico |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
No hay separac. |
--- |
|
Nicaragua |
de Ej. Rev. a Ej. Dem |
defensa de sobernía y territorio |
--- |
Drásticas reducciones del 70% |
Elevado grado de
control |
Preeminenc del fuero
civil |
--- |
--- |
--- |
|
Panamá |
Ref. imp. por EE.UU |
Ausencia Ejército
profesional |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
--- |
|
Perú |
Persistencia autonomía
militar |
--- |
M. Def. es sólo adm. |
Reduc. FAS en un 60% |
No existe |
Milit bajo su
jurisdicc. + potestad para juzgar civiles |
La amnistía más amplia
y unilateral de todas |
Las FAS contr. la
Policía |
hipertrofia + falta de control sobre serv inteligenc. |
|
Salvador |
Aceptación Supremacía civil |
defensa de sobernía y territorio |
--- |
--- |
No existe |
--- |
Depuració ejército +
amnist. Gral |
Separac. Segurid. Int./ext |
--- |
|
Uruguay |
Avances significativ. |
--- |
--- |
--- |
|
--- |
--- |
--- |
--- |
|
Venezuela |
Desafíoal poder civil |
--- |
Gran poder de intervenc
en algunas áreas espec. |
--- |
Aprueva ascensos y los
fondos |
--- |
--- |
--- |
--- |
En principio
puede decirse que el balance de esta última década ha sido, en líneas
generales, tendencialmente positivo para Latinoamérica, aunque no para todos
los países por igual dado que algunos de ellos, no sólo no afianzaron sus
respectivos procesos de consolidación democráticos sino que además
experimentaron serios retrocesos como en el caso de Perú; país donde, en estos
últimos días, se está abriendo una ventana a un nuevo proceso de transición, o
Chile, donde las prerrogativas de la institución militar son inusitadas en el
marco de una sociedad democrática.
Además de las
situaciones especialmente delicadas de determinados países, existe otra
tendencia regional preocupante: la pervivencia de grandes parcelas de autonomía
militar y la debilidad de la supremacía civil, combinadas con regímenes
presidencialistas inestables.
En un contexto como el
latinoamericano en el que hay un grave déficit de cultura política democrática,
altos niveles de pobreza, desempleo y analfabetismo y una gran conflictividad
social y étnica, no parece que la instauración de sistemas políticos
presidencialistas, por un efecto mimético a los Estados Unidos, sea el mejor
modo de consolidar estas recientes democracias. Para justificar esta hipótesis me remito a Linz[xxxiv][34].
En países tan fragmentados, donde la
población carece de una sólida cultura política y donde la legitimidad de las
recientes instituciones políticas es más bien escasa, dado el pasado represivo
del Estado, sería más acertado instaurar sistemas parlamentarios que, aún a
riesgo de propiciar crisis de gobierno, garantizan mejor la pervivencia del
sistema; mientras que los sistemas presidencialistas, ofrecen estabilidad gubernamental
a costa de generar crisis de sistema en situaciones donde la mayoría
presidencial y la del Congreso pertenezcan a mayorías distintas. En estos
casos, el jefe del Ejecutivo suele tener la tentación de encabezar un golpe de
Estado con la intención de instaurar un régimen pretoriano. Sirva a modo de
ilustración el caso de Guatemala donde el presidente Jorge Serrano Elías
(1991-93) protagonizó un auto golpe en respuesta el bloqueo legislativo al que
fue sometido por el Congreso, que le impidió desarrollar su acción de gobierno[xxxv][35]. En
consecuencia, y puesto que la inmensa mayoría de países latinoamericanos posee
formas de gobierno presidencialistas, y dada la juventud de estas democracias
casi recién nacidas, creo que es necesario tener presente esta variable de
carácter estructural.
[i][1] .- Para un breve repaso de la teoría normativa ver Glaser, Daryl (1995) “la teoría normativa” en Marsh, David & Stoker, Gerry (eds) Teoría y métodos de la ciencia política. Madrid, Alianza. pp. 33-52.
[ii][2] .- Huntington, Samuel P. (1957) The soldier and the state. Harvard University Press.
[iii][3] .- Janowitz, Morris. (1989) El soldado profesional. Madrid, Ed. Defensa
[iv][4] .- Abrahamsson, Bengt Military professionalization and political power. London, SAGE. pp. 159.
[v][5] .- Stepan, Alfred (1986) “The new professionalism of internal warfare and military expansion” en Abraham F. Lowenthal and Samuel Fitch (eds) Armies & politics in Latin America. New York, Holmes & Meier. pp. 27-45.
[vi][6] .- Weber, Max (1993) Economía y sociedad. Madrid, FCE. pp. 173-180.
[vii][7] .- Koonings, Kees
(1991) “La sociología de la intervención militar en la política
Latinoamericana” en Kruijt, Dirk & Torres-Rivas, Edelverto (comp.) América
Latina: militares y sociedad. Vol.
1. San José, FLACSO. pp. 33.
[viii][8] .- Huntington, Samuel P. (1996) El orden político en las sociedades en cambio. Barcelona, Paidós.
[ix][9] .- Rouquié, Alain (1989) The military and the state in Latin America. Berkeley: University of California.
[x][10] .- Kuhn, Thomas (1992) La estructura de las revoluciones científicas. Madrid, Planeta-Agostini.
[xi][11] .- O’Donnell, Guillermo (1973) Modernization and bureaucratic-authoritarianism. Berkeley: Institute of International Studies.
[xii][12] .- Martínez Peinado, J. & Vidal Villa, José Mª (1995) Economía Mundial. Madrid, McGraw-Hill. pp 311-14
[xiii][13] .- Martínez Peinado, J. & Vidal Villa, José Mª, op. cit., 269-270.
[xiv][14] .- O’Donnell, Guillermo (1973), op. cit.
[xv][15] .- Nisbet, et. al. (1979) Cambio social. Madrid, Alianza. pp. 12-51.
[xvi][16] .- Koonings, Kees, op. cit., 38.
[xvii][17] .- Koonings, Kees, op. cit., 39.
[xviii][18] .- Elias, Norbert (1993) El proceso de civilización. FCE, Madrid.
[xix][19] .- Tilly, Charles (1992) Coerción, capital y los Estados europeos: 990-1990. Madrid, Alianza.
[xx][20] .- Perlmutter, Amos (1982) Lo militar y lo político en el mundo moderno. Madrid, Ediciones Ejército.
[xxi][21] .- Sobre la influencia del sistema internacional en la política doméstica y sobre las relaciones civiles-militares, consultar Kissinger, Henry (1998) Diplomacia. Barcelona, Ediciones B y Burr, Robert N. (1965) By reason or force. Chile and the balancing of power in South America: 1830-1905. Berkeley: University of California Press.
[xxii][22] .- Sartori, Giovanni & Morlino, Leonardo (comp.) (1994) La comparación en ciencias sociales. Madrid, Alianza.
[xxiii][23] .- Las comunidades políticas van abandonando las estructuras político-administrativas patrimoniales para dotarse de unas estructuras burocráticas más racionales desde una óptica instrumental. WEBER, Max (1993) Economía y Sociedad. FCE, Madrid, pp. 695-847.
[xxiv][24] .- JANOWITZ,
Morris (1990), El soldado profesional.
Ediciones Ejército, Madrid.
[xxv][25] .- TILLY, Charles (1992) Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990. Alianza editorial, Madrid.
[xxvi][26] .- Ver al respecto ORTIZ, Román D. (1999) “La crisis Perú-Ecuador de 1859: ¿una guerra imposible?. Papeles de América Latina.Madrid: Instituto Ortega y Gasset e Instituto Universitario <General Gutiérrez Mellado>>, pp. 10-16.
[xxvii][27] .- Guerra entre Argentina y Paraguay (1864-1870), hostilidades entre Argentina y Chile (1879) y rivalidad con Brasil. Guerra de Chile contra Perú y Bolivia (1836-1839 y 1879-1884) (Nunn:1994).
[xxviii][28] .- OLMEDA, José Antonio (2001) Texto policopiado.
[xxix][29] .- PERLMUTTER, Amos (1982) Lo militar y lo político en los tiempos modernos. Ed. Ejército, Madrid, pp. 229-277.
[xxx][30] .- NUNN, Frederick M. (1994).
[xxxi][31] .- HUNTINGTON, Samuel (1957) The soldier and the state. The theory and politics of civil-military relations. Cambridge. Mass. Harvard University Press.
[xxxii][32] .- Ibidem.
[xxxiii][33] .- Ibidem.
[xxxiv][34] .- LINZ, Juan J. Y VALENZUELA, Arturo (1994) La crisis del Presidencialismo. Alianza, Madrid.
[xxxv][35] .- SOFÍA CARDENAL, Ana y MARTÍ PUIG, Salvador (Comp.) (1999) América Central: las democracias inciertas. Tecnos, Madrid.