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Curiosidades

Investigación sobre el apego y contexto.

 

Durante la guerra de 1939-1945 y posteriormente, la cadena de la BBC emitió una serie de programas con la participación de destacados expertos en la infancia, entre ellos, J. Bowlby y D.W. Winnicott. Su tesis central era que durante los primeros años los niños necesitan la atención continua y exclusiva de sus madres si queremos que se desarrollen normalmente. Esto iba en contra de la política gubernamental británica durante la guerra, en la que se alentaba a las mujeres a trabajar –política apoyada por la dotación de guarderías públicas con el fin de proporcionar una atención supletoria a sus hijos. Así las madres podían ocupar puestos en las fuerzas de trabajo que habían quedado vacantes al enrolarse los hombres en las Fuerzas Aliadas. Pero los programas de Bowlby encajaban con el cambio general de la opinión pública posterior a 1945 que acompañaba el cierre de las “guarderías de guerra”, al abandono por parte de cientos de miles de mujeres del mercado laboral retribuido para hacer sitio a los soldados que volvían y el persuadir a las mujeres de que se quedaran en casa y aumentaran la población criando bebés normales “para Gran Bretaña” (Tomado de B.S. Bradley (1992). Concepciones de la infancia. Introducción crítica a la psicología del niño, p. 153. Madrid: Alianza).

 

Aceleración del desarrollo en la adolescencia: Tendencia secular

 

Aunque parece que los cambios que se producen en la pubertad sucede de la misma manera que hace miles de años, sin embargo, se está produciendo importantes modificaciones en la cuantía del desarrollo físico y la velocidad a la que se produce, lo que se denomina tendencia secular.

Según los datos que disponemos se observa una tendencia a un aumento en la estatura, que además se va acelerando. Según los datos recogidos por Tanner, en la Europa occidental los hombres apenas aumentaron su estatura entre 1760 y 1830, mientras que entre 1830 y 1880 hubo un aumento medio de 3 milímetros por cada década y desde 1880 a 1960 un aumento de 6 milímetros por década.

Pero además hay un aumento en la velocidad de crecimiento. Los niños y niñas crecen bastante más deprisa que antes.

Un índice que nos demuestra esta aceleración es el relativo a la aparición de la primera menstruación en las chicas. En alguno países como Finlandia se ha rebajado la edad de la menarquía desde cerca de los diecisiete años a poco más de los trece, en un periodo de algo más de un siglo.

Posiblemente los factores que más influyen sobre esta aceleración son múltiples, pero entre ellos la nutrición parece tener una importancia considerable, junto con la disminución de las enfermedades. Así en la actualidad la edad media de la menarquía en las poblaciones occidentales bien alimentadas se sitúa entre los doce años y ocho meses y trece años y dos meses, mientras que en la meseta de Nueva Guinea es de dieciocho años y en África Central de diecisiete años, aunque las africanas bien alimentadas tienen una edad media de catorce años y cuatro meses o menos, comparable con las europeas. Vivir en una zona rural o urbana constituye también un factor importante, ligado posiblemente a las diferencias en las condiciones de vida. Así, mientras que en Finlandia las diferencias entre el medio urbano y rural son pequeñas, entre las bantúes de África del Sur son mucho más amplias.

 

Rituales de paso

 

El adolescente debe de insertarse en la sociedad adulta. En muchas sociedades tradicionales todos los cambios de estatus social dentro de la comunidad van acompañados de rituales que resaltan simbólicamente este tránsito, tanto para el que cambia como para el resto de la comunidad. A estas ceremonias se les llamaron rituales de paso por Arnold van Gennep (1908). Sirvan de ejemplos los siguientes.

Entre los kurnai de Australia, el parentesco del niño varón con la madre se rompe y a partir de ese momento queda adscrito a los hombres, teniendo que renunciar a los juegos de la infancia. Van Gennep resume así algunas de las características de las ceremonias entre los australianos:

Se considera al novicio como muerto, y permanece muerto mientras dura el noviciado. Este se prolonga durante un tiempo más o menos largo y consiste en un debilitamiento corporal y mental del novicio, destinado sin duda a hacerle perder toda memoria de su vida infantil. A continuación viene una parte positiva: enseñanza del código consuetudinario, educación progresiva por ejecución ante el novicio de las ceremonias totémicas, recitado de mitos, etc. El acto final es una ceremonia religiosa [...] y, sobre todo, una mutilación especial, que varía con las tribus (se extrae un diente, se práctica una incisión en el pene, etc.) y que hace al novicio idéntico por siempre a los miembros adultos del clan [...] Allí donde se considera al novicio como muerto, se le resucita y se le enseña a vivir, pero de modo distinto a como lo ha hecho durante la infancia ( Van Gennep, 1908, p. 89).

En la tribu tonga de Africa, Junod (1927) describía lo siguiente:

Cuando un chico tiene entre diez y dieciséis años, en algún momento sus padres lo envían a la “escuela de la circuncisión”, que se organiza cada cuatro o cinco años. Ahí, en compañías de otros chicos de su edad, sufre un duro trato a cargo de los hombres adultos de la sociedad. La iniciación comienza cuando cada chico ha de correr entre dos hileras de hombres que lo golpean con garrotes. Una vez finalizada esta prueba, se le quitan las ropas y se le corta el cabello. A continuación se le sienta en una piedra y se le enfrenta a un “hombre león” cubierto con las melenas del animal. Entonces alguien lo golpea desde detrás y cuando él se da la vuelta para averiguar quién ha sido, el “hombre león” le coge el prepucio y se lo corta en dos movimientos. Después se le recluye durante tres meses en los “patios de los misterios”, donde sólo pueden verlo los iniciados. Es tabú sobre todo que las mujeres se acerquen a esos chicos durante su reclusión, y, si alguna echa una mirada a las hojas con las que el circunciso cubre su herida y que constituyen su única vestimenta, debe morir.

A lo largo de su iniciación, el chico sufre seis pruebas importantes: palizas, exposición al frío, sed, ingesta de alimentos desagradables, castigos y amenazas de muerte. Al menor pretexto puede ser golpeado con dureza por uno de los hombres recién iniciados, encargado de dicho cometido por los ancianos de la tribu. (Junod, 1927).

En la tribu cheyene de los indios americanos las chicas han de pasar el siguiente ritual de iniciación:

El paso de una chica de la infancia a la condición de mujer joven era considerado tan importante por la tribu como por su propia familia. La muchacha se convertiría en madre contribuyendo de este modo a aumentar el número de miembros de la tribu y, de ahí, el poder e importancia de ésta.

Cuando una chica joven llegaba a la edad de la pubertad y tenía su primer período menstrual, desde luego se lo contaba a su madre, quien, a su vez, informaba al padre. Un suceso tan importante como éste no se mantenía en secreto. Entre las gentes acaudaladas era costumbre que el padre de la chica anunciara públicamente desde la puerta de su casa lo que había ocurrido y que, como prueba de su satisfacción, regalara un caballo.

La chica se deshacía las trenzas, se bañaba, y después las mujeres mayores le pintaban el cuerpo de rojo. A continuación, con el cuerpo desnudo envuelto en una manta, se sentaba cerca del fuego, y de éste se sacaba un pedazo de carbón que ponían delante de ella y que acto seguido salpicaban de hierba fresca, agujas de enebro y salvia blanca. La muchacha se inclinaba sobre el carbón y lo cubría con la manta de modo que el humo que subiera del incienso quedara atrapado y pasara a través de su cuerpo. Después ella y su abuela abandonaban el tipi y se dirigían a otro pequeño y cercano, donde la joven permanecía durante cuatro días (Grinnell, 1923, p. 129).

 

Normalidad-anormalidad

 

La asociación discapacidad-discriminación no es nueva y sólo tenemos que mirar atrás para ver la consideración que se ha tenido con los grupos de personas considerados no normales. Si nos remontamos a la Antigua Grecia, donde se pusieron los cimientos de la civilización moderna, encontramos que era esencial la buena forma física e intelectual. Las personas con algún tipo de defecto o imperfección eran rechazados; si una persona nacía con alguna insuficiencia era asesinada. Esta práctica infanticida también la aplicaban los romanos. Sin embargo, tanto los griegos como los romanos desarrollaron tratamientos para las personas con insuficiencia. Sin embargo, sólo los ricos y poderosos podían pagar estos tratamientos. La práctica del infanticidio fue prohibido en la cultura judía aunque la insuficiencia se consideraba como algo impio y como la consecuencia de haber obrado mal.

El siglo XIX es sinónimo de la aparición de la discapacidad en su forma actual. En ella se incluye la individualización y la medicalización del cuerpo, la exclusión sistemática de las personas con insuficiencia de la vida comunitaria general y, con el surgimiento del darwinismo social y el movimiento eugenésico, la reificación científica del antiguo mito que proclama que, de una u otra forma, las personas con cualquier tipo de imperfección física e intelectual constituye una seria amenaza para la sociedad occidental. Tal como señala Galeano (1998):

 Hitler esterilizó a los gitanos y a los mulatos hijos de los soldados negros del Senegal, que años antes habían llegado a Alemania con uniforme francés. El plan nazi de limpieza de la raza aria había comenzado con la esterilización de los enfermos hereditarios y de los criminales, y continuo, después con los judios...La primera ley de eugenesia fue aprobada, en 1901 por el estado norteamericano de Indiana. Tres décadas más tarde ya eran 30 los estados norteamericanos donde la ley permitía esterilizar a los deficientes mentales, a los asesinos peligrosos, a los violadores y a los miembros de categorías tan nebulosas como “los pervertidos sociales”, “los adictos al alcohol o las drogas” y “las personas enfermas o degeneradas”. En su mayoría, los esterilizados eran, por supuesto, negros (p. 61).

 

¿Qué nos pediría un autista? según A. Rivière.

 

Ayúdame a comprender. Organiza mi mundo y facilítame que anticipe lo que va a suceder. Dame orden, estructura y no caos.

No te angusties conmigo, porque me angustio. Respeta mi ritmo. Siempre podrá relacionarte conmigo si comprendes mis necesidades y mi modo especial de entender la realidad. No te deprimas, lo que normal es que avance y me desarrolle cada vez más.

No me hables demasiado, ni demasiado deprisa. Las palabras son “aire” que no pesa para ti, pero pueden ser una carga muy pesada para mí. Muchas veces no son la mejor manera de relacionarte conmigo.

Como otros niños, como otros adultos, necesito compartir el placer y me gusta hacer las cosas bien, aunque no siempre lo consiga. Hazme saber, de algún modo, cuándo he hecho las cosas bien y ayúdame a hacerlas sin fallos. Cuando tengo demasiados fallos me sucede lo que a ti: me irrito y termino por negarme a hacer las cosas.

Necesito más orden del que tú necesitas, más predictibilidad en el medio que la que tú requieres. Tenemos que negociar mis rituales para convivir.

Me resulta difícil comprender el sentido de muchas de las cosas que me piden que haga. Ayúdame a entenderlo. Trata de pedirme cosas que puedan tener un sentido concreto y descifrable para mí. No me permitas que me aburra o permanezca inactivo.

No me invadas excesivamente. A veces, las personas sois demasiado imprevisibles, demasiado ruidosas, demasiado estimulantes. Respeta las distancias que necesito, pero sin dejarme solo.

Lo que hago no es contra ti. Cuando tengo una rabieta o me golpeo, si destruyo algo o me muevo en exceso, cuando me es difícil atender o hacer lo que me pides, no estoy tratando de hacerte daño. ¡Ya que tengo un problema de intenciones, no me atribuyas malas intenciones!.

 

Mi desarrollo no es absurdo, aunque no sea fácil de entender. Tiene su propia lógica y muchas de las conductas que llamáis “alteradas” son formas de enfrentar el mundo desde mi especial forma de ser y percibir. Haz un esfuerzo por comprenderme.

Las otras personas sois demasiado complicadas. Mi mundo no es complejo y cerrado, sino simple. Aunque te parezca extraño lo que te digo, mi mundo es abierto, tan sin tapujos ni mentiras, tan ingenuamente expuesto a los demás, que resulta difícil penetrar en él. No vivo en una “fortaleza vacía”, sino en una llanura tan abierta que puede parecer inaccesible. Tengo mucha menos complicación que las personas que os consideráis normales.

No me pidas siempre las mismas cosas ni me exijas las mismas rutinas. No tienes que hacerte tú autista para ayudarme. ¡El autista soy yo, no tú!

No sólo soy autista. También soy un niño, un adolescente, o un adulto. Comparto muchas cosas de los niños, adolescentes o adultos a los que llamáis “normales”. Me gusta jugar y divertirme, quiero a mis padres y a las personas cercanas, me siento satisfecho cuando hago las cosas bien. Es más lo que compartimos que lo que no separa.

Merece la pena vivir conmigo. Puedo darte tantas satisfacciones como otras personas, aunque no sean las mismas. Puede llegar un momento en tu vida en que yo, que soy autista, sea tu mayor y mejor compañía.

No me agredas químicamente. Si te han dicho que tengo que tomar una medicación, procura que sea revisada periódicamente por el especialista.

Ni mis padres ni yo tenemos la culpa de lo que me pasa. Tampoco la tienen los profesionales que me ayudan. No sirve de nada que os culpéis unos a otros. A veces, mis reacciones y conductas pueden ser difíciles de comprender o afrontar, pero no es por culpa de nadie. La idea de “culpa” no produce más que sufrimiento en relación con mi problema.

No me pidas constantemente cosas por encima de lo que soy capaz de hacer. Pero pídeme lo que puede hacer. Dame ayuda para ser más autónomo, para comprender mejor, pero no me des ayuda de más.

No tienes que cambiar completamente tu vida por el hecho de vivir con una persona autista. A mí no me sirve de nada que tú estés mal, que te encierres y te deprimas. Necesito estabilidad y bienestar emocional a mi alrededor para estar mejor. Piensa que tu pareja tampoco tiene culpa de lo que me pasa.

Ayúdame con naturalidad, sin convertirlo en una obsesión. Para poder ayudarme, tienes que tener tus momentos en que reposas o te dedicas a tus propias actividades. Acércate a mí, no te vayas, pero no te sientas como sometido a un peso insoportable. En mi vida, he tenido momentos malos, pero puedo estar cada vez mejor.

Acéptame como soy. No condiciones tu aceptación a que deje de ser autista. Sé optimista sin hacerte “novelas”. Mi situación normalmente mejora, aunque por ahora no tenga curación.

 

Aunque sea difícil comunicarme o no comprenda las sutilezas sociales, tengo incluso algunas ventajas en comparación con los que os decís “normales”. Me cuesta comunicarme, pero no puedo engañar. No comprendo las sutilezas sociales, pero tampoco participo de las dobles intenciones o los sentimientos peligrosos tan frecuentes en la vida social. Mi vida puede ser satisfactoria si es simple, ordenada y tranquila. Si no se me pide constantemente y sólo aquello que más me cuesta. Ser autista es un modo de ser, aunque no sea el normal. Mi vida como autista puede ser tan feliz y satisfactoria como la tuya “normal”. En esas vidas, podemos llegar a encontrarnos y compartir muchas experiencias.

 

En 1962 se fundó, en el Reino Unido, la primera asociación de padres de niños autistas del mundo: National Society for Autistic Children.

“El conejo blanco” y “la ratita presumida” son los dos primeros libros escritos para niños y niñas autistas, síndrome de Downs, parálisis cerebral o trastorno de la comunicación, como la disfasia y publicados por Kalandraka en 2004 en una serie llamada Makakiños. Los libros en apariencia son aparecidos a otros cuentos infantiles con grandes ilustraciones  y textos que hacen avanzar la narración desde sus momentos esenciales pero además incorporan un sistema de pictogramas, basado en los dibujos y colores que han desarrollado el matrimonio estadounidense Mayer-Johnson. Cada viñeta refuerza el sentido de la frase y facilita su comprensión. Además, el propio texto se ha adaptado a sus destinatarios potenciales, la reducir la cantidad de palabras con carga simbólica y las metáforas, de modo que disminuyese el nivel de abstracción en el lenguaje empleado.

 

Sobre la medida de la inteligencia

 

Galeano (1998)  escribió sobre la utilización de los tests de inteligencia: hace un siglo, Alfred Binet inventó en París el primer test de coeficiente intelectual, con el sano propósito de identificar a los niños que necesitaban más ayuda de los maestros en las escuelas. El inventor fue el primero en advertir que este instrumento no servía para medir la inteligencia, que no puede ser medida, y que no debía ser usado para descalificar a nadie. Pero ya en 1913, las autoridades norteamericanas impusieron el test de Binet en las puertas de Nueva York, bien cerquita de la estatua de la Libertad, a los recién llegados inmigrantes judíos, húngaros, italianos y rusos, y de esa manera comprobaron que ocho de cada diez inmigrantes tenían una mente infantil. Tres años después, las autoridades bolivianas lo aplicaron en las escuelas públicas de Potosí: ocho de cada diez niños eran anormales. Y desde entonces, hasta nuestros días, el desprecio racial y social continúa invocando el valor científico de las mediciones del coeficiente intelectual, que tratan a los personas como si fueran números.(pp. 56-57)

También Jahoda  ha recogido, utilizando un enfoque histórico, lo que han escrito diversos autores:

El famoso viajero Richard Burton (1821-1890) escribió:

El negro, en conjunto, no mejorará más allá de cierto punto, y este no considerable; mentalmente sigue siendo un niño, y es incapaz de una generalización... en África, antes de que el progreso pueda ser general, parece que el negro debe extinguirse... (Burton, 1864, vol. 2, p. 203)

 

Hunt (1863) en una conferencia pronunciada ante la Society afirmó:

Siempre vemos al europeo como la raza conquistadora y dominante; y ninguna cantidad de educación alterará los decretos de las leyes de la Naturaleza... Primero... existen razones tan buenas para clasificar al negro como una especie distinta del europeo como las hay para hacer al asno una especie distinta de la cebra; segundo,... el negro es inferior intelectualmente al europeo; tercero, ... son mucho más numerosas las analogías entre el negro y el mono que entre el europeo y el mono. (p. 387)

 

 

  Galeano, E. (1998). Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI.

  Jahoda, G. (1995). Encrucijadas entre la cultura y la mente. Continuidades y cambio en las teorías de la naturaleza humana. Madrid: Aprendizaje Visor.