De la conciencia infeliz a la conciencia absoluta

 

Conforme el principio de Bruno que hace una lectura panteísta del De Anima de Aristóteles, un sentimiento de lo infinito es un sentimiento infinito. La conciencia de la infinita felicidad que en principio se muestra como transcendente, Dios, como un objeto exterior y alienante, descubre que la desigualdad entre la conciencia y Dios era sólo aparente, una figura de la conciencia cuya verdad es la conciencia absoluta de la humanidad, la verdad superadora del Cristianismo.

Dios no era más que un fenómeno producido por la mala concepción del malinfinito que lo sitúa en el más allá. La conciencia ha descubierto en el Renacimiento que lo divino es el verdadero infinito. El verdadero infinito es la identificación entre finito e infinito en la nueva figura de la conciencia que es la razón.

La conciencia convertida en razón asume toda la realidad: todo lo real es racional y todo lo racional es real. La razón ha adquirido en el Renacimiento su razón pero para que la razón se convierta en realidad verdadera es preciso que se justifique.

El primer momento de la justificación de la razón consiste en la investigación exterior en la naturaleza. Esta búsqueda lleva al naturalismo del Renacimiento y al empirismo inglés. La razón cree que investigando la naturaleza investiga la esencia de las cosas pero la conciencia al profundizar dentro de sí por mucho que investigue no puede salir de sí misma, puesto que la naturaleza no es otra cosa que la idea entendida como extraña a la conciencia pero cuya verdad sólo puede estar en la conciencia.

La investigación de la naturaleza se va profundizando mediante descripciones y mediante experimentos que conducen a leyes. Esta investigación se amplia en el mundo de la vida y en el mundo de la psicología. Aquí se estudia la fisiognomía que pretende descubrir el carácter del individuo a través de los rasgos físicos del rostro y de la frenología que pretende descubrir el carácter por la forma y las protuberancias craneales.

La razón cuando investiga lo extraño a sí misma no investiga sino el lado extraño de ella misma, no puede salir fuera. En los rasgos físicos naturales de un rostro intenta ver racionalidad. En realidad buscando naturaleza busca la razón.

La razón se encuentra a sí misma propiamente cuando llega al momento de la eticidad.

El mundo ético es el mundo de las instituciones políticas e históricas que ha construido la razón en la historia. En ellas, el proyecto racional se ha hecho realidad efectiva y al examinar la sinstituciones, el Derecho, la familia, el Estado, se encuentra así misma.

La eticidad supera a la moralidad del imperativo, pues la moral contrapone el deber ser al ser y "el ser, dice Hegel no es tan impotente que sólo deba ser". Frente a la moral kantiana que se mueve en el mal progreso al infinito, Hegel . La realización histórica d ela mortalidad es la ética y en ella la razón ya no se inquieta con el horizonte inalcanzable d eun deber. El sujeto moral se ha convertido en sustancia ética, plenamente real y plenamente racional.

Antes de alcanzar plenamente la eticidad, la conciencia que investiga la esencia, se desvía en otras direcciones.

La investigación de la naturaleza y la ciencia le deja desilusionado y vacío y en la Ilustración, va en busca de la vida y del placer, es la época de los sentimientos y del "divertissment". La ciencia natural no es suficiente realidad para sostener la conciencia y su tendencia imparable a justificarse siendo como racionalidad plenamente real pues la ciencia natural no es la plenitud de la realidad.

La autoconciencia que busca el placer se encuentra con un destino extraño que la trastorna inexorablemente. El destino que le trastorna es el objetivo que busca poseer como si fuese la ley del corazón en el Romanticismo.

 

La ley del corazón, de su corazón encuentra la oposición de la ley universal, de la ley de todos, un poder muy superior al suyo y alque precisamente por esto aspira a dominar. El medio del que se vale para vencer la potencia de la ley universal es la virtud, constituyendo así una tercera figura. La contraposición entre el bien del individuo, abstractamente considerado, que es la virtud y el curso del mundo que es el bien realizado y concreta sólo puede terminar con la derrota de lo individual bajo lo univertsal. Yal triunfo sin embargo es una victoria pírrica pues la virtud es un ilusorio descurrir sobre el bien supremo de la humanidad y la opresión de ésta, a la postre, palabrería. El individuo llega a creer que obra por un noble motivo, pero es simple vanidad e hinchazón de la cabeza; cree que va tras lo más noble y se busca a sí mismo.

El mundo acaba siempre teniendo la razón y la lucha moral, el ideal moral kantiajo que establece el imperativo categórico, queda no sólo sin sentido sino cmo un burdo egoísmo permanentemente frustrado pues nunca el individuo podra mundanizar la virtud, nunca lo individual resultara real y eficazmente universal concreto.

No hay otra salida que librarse de la individualidad e intenta conseguirlo mediante la acción mediante la acción el individuo obra y pretende en ella encontrar la realidad racional, pero la obra se le contrapone como extrínseca y extraña. Su obra es una de tantas otras obras producidas por otras individualidades con las que entra en una relación recíproca. Erl objetivo del individuo no depende en cuanto a su consecución del individuo mismo. Ante tal impotencia el individuo se encierra en la conciencia de la propia honradez.

La propia honradez le garantiza la buena intención, pues él ha querido verdaderamente mediante la acción obtener aquel objetivo. Al individuo se le escapa de nuievo la realidad que no es otra cosa que la presencia de su ser. Es su propia presencia la que le determina y la que le paraliza.

Tal presencialidad y esencia sólo puede conseguir la en la eticidad en la que la razón legisladora y examinadora de las leyes que mediante la interpretación pretendería oponerse a la realidad de estas leyes, encuentra su perfección.

El hacer el bien es su más rica e importante figura, el inteligente y uniersal obrar del Estado, comparado con el cual el obrar individual es algo tan mezquino que no vale la pensa ni mecionarlo. El obrar del Estado es de tal potencia que si el obrar individual quisiera contraponérsele y quisiera afirmarse únicamente por sí como culpa, o engañar por amor de otro a lo universal, por lo que se rrefiere al derecho y a la parte que tiene en él, este obrar individual sería inútil e irresistiblemente destruido.

Las leyes éticas más indudables como decir la verdad o amar al prójimo no tienen significado sino se conoce el modo justo de realizarlas, pero este modo justo no puede determinarlo el individuo sino que está determinado en la misma sustancia de la vidfa social, en la costumbre, en las instituciones y en el Estado. Sólo en el reconocerse y en el autoponerse en el Estado, la autoconciencia renuncia a la individualida, a toda escisión interna a toda infelicidad, y alcanza la paz y la seguridad en sí misma.