La cuestión vital

Armando Segura

Catedrático de Filosofía del a Universidad de Granada

 

La psicología muestra que el animal tiene muy reducido el umbral de la conciencia, sin apenas fondo. Así se explica la simplicidad de su mundo-apenas un entorno- y la complejidad del nuestro.

La conciencia es esencialmente conciencia del tiempo, de un antes y un después. En la medida en que las dimensiones del antes y del después se "alargan", la conciencia tiene más campo.

Somos, principalmente memoria, con doble dirección: lo que ocurrió y lo que ocurrirá. La conciencia se identifica con la memoria por lo que el llamado "presente" es una cristalización del recuerdo más reciente y de "ensoñaciones" del futuro.

No tiene sentido tener conciencia del presente porque el tiempo real no se detiene nunca, mientras nuestra memoria trabaja a menor velocidad y tiene un buen margen de maniobra. Una videocámara es bastante más rápida que nuestro cerebro, pero nunca puede "congelar" el presente, que siempre le adelanta un instante como Aquiles a la tortuga.

La vida de los animales es más feliz, si por felicidad entendemos goce de las propias facultades: los instintos, la sensibilidad. La felicidad que resulta de desarrollar un proyecto vital, les está negada en razón de la corta profundidad de su tiempo. Viven el presente inmediato. Su cerebro no vive del "cuento" del pasado o de la plática del futuro. Su verdad es lo tangible, lo "a la mano".

No se preocupan de lo que hicieron y de lo que harán. Cumplen su programa genético, sin posibilidad de infracción ninguna.

El cazador apunta a la perdiz, la perdiz ni lo sueña. Los peces devoran su propia muerte, "cumpliendo" rigurosamente el protocolo de las instrucciones de su pasado. No hay variantes importantes entre los individuos: son la "especie" misma.

Los seres humanos tienen el umbral de la conciencia más amplio, más intenso, más profundo. En la medida en que una persona es más inteligente su memoria es más potente. De ahí lo importante de "arreglar cuentas" con su pasado y ordenar cuidadosamente su futuro. Si tiene en paz el "antes", está en condiciones de proyectar el "después". No se limita a "contemplar" el tiempo porque su memoria es práctica, funciona transformando el entorno: como si el tiempo futuro obedeciera, en buena medida, al proyecto anticipado.

Animal de riesgo, el hombre, puede equivocarse y puede infringir su programa, a cambio, goza de una mayor "calidad de vida". Es más gratificante inventar el futuro que seguir las reglas.

Nuestro código genético tiene un margen de indeterminación que posibilita la libertad. Ese margen lo da la hondura de los recuerdos y de las anticipaciones.

No es creíble quien nos presenta una imagen fácil, "buenona" de la libertad. Nuestra conciencia es muy sensible a multitud de obstáculos y de contradicciones, para los que no tenemos solución mediante mecanismos instintivos. Nuestros obstáculos y abismos no son los del animal. El único obstáculo del ciervo puede ser un desfiladero: o lo bordea o lo salta, este es todo su problema. Los seres humanos, conseguimos la adaptación al medio con la cabeza, haciendo puentes para salvar desfiladeros. Nuestras murallas y abismos son ecuaciones matemáticas, recuerdos, imágenes, conceptos. No vale "saltarlos", hay que resolverlos.

El hombre vive en una sociedad compleja que él mismo ha generado. Sólo puede, biológicamente, sobrevivir gracias a esa sociedad con su inmensa capacidad de resistencia, de adaptación y de creación de horizonte. Los anfibios sobreviven por sus branquias, en un medio acuoso y en otro aéreo, los murciélagos están hechos para la oscuridad. Los seres humanos tienen la sociedad organizada como su ecosistema específico.

El ecosistema social da capacidad de entrar en relación inteligente con los otros. Ese medio de convivencia, es un colchón de agua que le permite flotar en el seno de otro medio, en principio agresivo que es el medio natural, común con las demás especies animales.

Como ocurre generalmente, las resistencias al medio, pueden ser tan enérgicas que destruyen al que tratan de proteger. El sistema inmunológico tiene esta doble vertiente. Del mismo modo la sociedad, que es el factor primario de supervivencia humana, puede a través de la exageración de conflictos y crispaciones, destruir a quien trata de proteger. Esos conflictos, casi nunca son conflictos por razones económicas (Ħoh prodigio!) sino que emergen y se agudizan en función de la historia y de la ideología, es decir, de la interpretación que cada persona o grupo hace de su pasado y de su futuro. En definitiva los conflictos sociales son conflictos de memoria.

Si suprimimos la historia y la ideología o la manipulamos, eliminamos los factores mayores de conflicto pero también los factores mayores de humanidad, de supervivencia frente a la naturaleza.

Nuestra estructura anímica está pensada no para eludir los conflictos o huir de las responsabilidades, sino para elegir el mejor camino para resolver problemas.

En un extremo, el máximo de crispación genera un proceso de autodestrucción social, en el otro extremo, un exceso de relajación elimina toda capacidad social de reaccionar ante la agresividad del medio.

La sobrevaloración del esfuerzo lleva a la tiranía, a los tiempos "heroicos", donde la estructura social se parece más a una colmena que a una ciudad libre. La infravaloración del esfuerzo, obra de la demagogia, destruye el único camino racional hacia la libertad que es el trabajo.

Entre la fuerza y la relajación, la civilización busca encontrar el término medio en donde fuerza y paz se equilibran. Sin fuerza no hay supervivencia-se anulan los resortes- sin una atmósfera de tranquilidad social, los titulares de los recursos entran en conflicto y llevan a su propia disolución.

Tener memoria "obliga" a tener fe. Un animal programado para la libertad, gracias a la indeterminación de su conciencia, no puede agarrarse al presente "objetivo". La historia, en su doble dirección del antes y el después, "funciona" en el ecosistema de la fe. Sabemos nada del futuro y muy poquito del pasado. Toda nuestra libertad se juega en creer lo que no vemos. Estamos "naturalmente", hechos para creer.

Un animal de memoria es un animal creativo, el único al que se le da bien el creer.