AGRICULTURA Y PRODUCCIÓN: ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A LA CULTURA DEL ARGAR *

AGRICULTURE AND PRODUCTION: SOME REFLECTIONS ABOUT ARGARIC CULTURE

Adrián MORA GONZÁLEZ **

Resumen
A pesar de los estudios sobre carporrestos que se han realizado a lo largo de yacimientos de todo el Sudeste peninsular nuestro conocimiento sobre la agricultura en el mundo argárico es aun muy superficial. Con este trabajo pretendemos lanzar una serie de reflexiones sobre cuál es la situación actual de la investigación, así como desarrollar algunas propuestas teóricas con el objetivo de poder profundizar en cuanto a nuestra compresión de la agricultura, como paso previo para un mejor conocimiento de la(s) sociedad(es) argárica(s).

Palabras Clave
Proceso de Producción Agrícola, Argar, Cereal, Fuerza de Trabajo, Materialismo Histórico.

Abstract
Although seeds remains studies have been carried out from several archaeological sites located on the southeast of the iberian peninsula, our knowledge about argaric agriculture is still very scarce. With this study we aim to launch a series of reflections about the current status of research, as well as some theoretical proposals in order to deepen our knowledge about agriculture as a step towards a better understanding of argaric society itself.

Key Words
Agriculture production processes, argaric culture, cereal, workforce, historical materialism.


INTRODUCCIÓN

La(s) agricultura(s) ha sido y sigue siendo la principal base de las sociedades humanas desde su emergencia como estrategia de subsistencia. No obstante, ha recibido una desigual atención por parte de la investigación, con un tratamiento también diverso según los autores y corrientes a los que acudamos.

El mundo argárico no ha sido una excepción a esta dinámica, aunque es cierto que la incorporación de los estudios arqueobotánicos en las últimas décadas ha mejorado el conocimiento del paleoambiente y de la relación de las sociedades humanas con el mundo vegetal, incluidos los frutos y semillas (BUXÓ 1997; PEÑA 1999, 2000a; STIKA 2001; ROVIRA 2007).

De esta manera la información que se nos ha proporcionado a partir de los estudios arqueobotánicos ha servido para un conocimiento muy general sobre la agricultura en el Argar, sobre todo en lo referente a cuáles serían las especies dominantes así como, mínimamente, en intentar discernir los estadios del trabajo agrícola en determinados yacimientos (BUXÓ 1997; PEÑA 2000a; ROVIRA 2007).

Pero estas afirmaciones han de ser completadas con una interpretación de los datos que están saliendo a la luz acompañados con una revisión de los ya conocidos. Es necesario por tanto que reflexionemos sobre cómo profundizar en el conocimiento de la agricultura en el mundo argárico, sin desdeñar lo ya hecho pero intentando enriquecer los discursos construidos hasta este momento sobre dicha problemática.

En este sentido, el potencial que tienen múltiples restos materiales obtenidos en contextos arqueológicos es enorme, tanto artefactos como ecofactos, aunque para poder descubrirlo es necesario partir de un marco teórico capaz de moderar nuestras preguntas al registro. Rastrear las coordenadas que tendrían los carporrestos en dicho marco es un paso previo a la interpretación que puede reportar importantes beneficios para la investigación. Superar el plano de lo arqueográfico en el ámbito de los estudios carpológicos para poder enriquecer el estado actual de nuestro conocimiento es una ardua tarea que aun así parte de un buen fondo de armario en el que se han aportado no solamente prendas conceptuales, sino un conjunto de datos al que tendremos que hacer referencia (BUXÓ 1997; CLAPHAM et al. 1999; PEÑA, 1999; STIKA 2001).

De esta forma, en primer lugar plantearemos algunas cuestiones teóricas en torno a la problemática de la agricultura; en segundo lugar, expondremos cuál es la situación actual de la investigación, tanto en cuanto al estudio de macrorrestos vegetales (carporrestos) como en cuanto a las inferencias que de estos se han realizado. Por último, desarrollaremos algunas reflexiones a modo de conclusión.


1. EL PROCESO DE PRODUCCIÓN AGRÍCOLA: ALGUNAS CUESTIONES TEÓRICAS

Para un mejor conocimiento de las dinámicas que conforman el proceso de producción de alimentos es necesario definir, primero, a qué nos referimos acudiendo a tal concepto, así como también cuáles son los elementos que lo vertebran para, en un segundo momento, establecer las categorías de análisis que nos permitan traducir el siempre escurridizo registro arqueológico.

Con el concepto proceso de producción de alimentos nos referimos a la forma en que una sociedad determinada organiza la producción, distribución y consumo de alimentos: cuáles son los recursos en los que se basa, cuál es el desarrollo de las fuerzas productivas, en qué grado se relacionan los distintos sujetos sociales a lo largo de éste, etc.

En todo proceso de producción pueden establecerse, en primer lugar, tres etapas bien diferenciadas: Producción, Distribución y Consumo. Éstas son inseparables pero, a la vez, se desarrollan en momentos sociales distintos que pueden rastrearse en el registro arqueológico (RUIZ et al. 1986). En segundo lugar se observan toda una serie de procesos menores que se definen en cuanto a la naturaleza de los recursos que son “trabajados”: por ejemplo, los alimentos consumidos que son provenientes de labores de recolección se insertan en una sociedad determinada de forma diferente al de aquellos alimentos consecuencia de la producción agrícola.

Por tanto, en la obtención de alimentos observamos un complejo sistema de procesos convergentes que pueden compartir muchos de los factores que los conforman. Así, hablamos de proceso de producción de alimentos aunque detectemos la enorme complejidad de éste. De otro modo, a lo largo de estas páginas nos referiremos concretamente a lo que denominamos como proceso de producción agrícola, centrándonos principalmente en el trabajo con gramíneas (BUXÓ y PIQUÉ 2008). Todo ello sin olvidar que no todo el trabajo agrícola se dirige hacia la obtención y el consumo de alimentos (PEÑA 2000b).

La agricultura, como proceso de producción de valores de uso, engulle productos, que devienen en medios de trabajo u objetos de trabajo, así como energía. Por otro lado, en ella descubrimos etapas, cuya huella en el registro arqueológico se encuentra presente, aunque de manera desigual (HILLMAN 1981, 1984; JONES 1984; PEÑA 2000a; ZURRO 2006). Así, el proceso de producción agrícola consta de toda una serie de estadios en los que una determinada fuerza de trabajo se aplica sobre una serie de objetos de trabajo mediante un instrumental dado, lo que, en suma, da lugar al producto, es decir, en nuestro caso, el cereal. Dichos estadios han sido definidos a través de estudios etnográficos, lo que nos ha permitido conocer no solamente sus principales características, sino también la manera en que éstos se reflejarían en el registro arqueológico (HILLMAN 1981, 1984; JONES, 1984).

Al definir la cadena operativa del trabajo agrícola nos encontramos ante dos grandes momentos de la producción: primero, el trabajo que se desarrolla sujeto al espacio físico que suponen los campos de cultivo (fase C); segundo, el tratamiento del grano recolectado, que puede desarrollarse en otros espacios (fase M). Ambas fases son complejas y pueden expresarse de diferente manera, estando históricamente determinadas y, por tanto, siendo culturalmente diversas.

La fase C comienza con la preparación de los campos para su posterior siembra. Tras ésta, pueden realizarse o no labores de mantemiento, como por ejemplo la escarda (ROVIRA, 2007). Por último, se llevará a cabo la siega. La fase M puede ejecutarse en espacios que no sean específicamente los campos de cultivo: se divide en toda una serie de etapas, siendo más o menos compleja dependiendo del tipo de cereal tratado. Por ejemplo, los trigos vestidos necesitan un mayor tratamiento para la obtención de un grano limpio que los trigos desnudos (HILLMAN 1981,1984). El desarrollo de estos momentos dependerá de la combinación de dos factores principales y de su relación con los objetos de trabajo: la fuerza de trabajo y los instrumentos de trabajo. Dicha combinación no se hace de manera sencilla sino que se imbrica en la propia morfología de una sociedad, la cual está históricamente determinada.

Para poder rastrear el proceso de producción agrícola a través del registro arqueológico es fundamental que nos armemos con una batería de categorías de análisis que nos permitan traducirlo. A partir de los propios escritos de K. Marx, así como también de las múltiples aportaciones que el Materialismo Histórico ha venido recibiendo hemos delimitado cuáles podrían ser esas categorías con las que acercarse a la realidad arqueológica (ZURRO 2006).

Como ya hemos señalado, partimos de la concepción de la agricultura como un proceso de producción. También nos hemos referido de manera somera a los factores que lo conforman. Ahora hablemos de categorías.

La primera de éstas es la de recurso. Los recursos son todo aquello que pertenece a la naturaleza y que es definido por la sociedad como útil. En sí mismos tienen un carácter potencial que deviene en acto cuando una sociedad determinada lo introduce en un proceso de producción, momento en el que nos referiremos a éste como materia prima. Cuando una materia prima ha recibido una cantidad determinada de trabajo, entonces nos referiremos a ella como objeto de trabajo (ZURRO 2006; MARX 2008).

Las herramientas y artefactos que se utilizan para trabajar sobre los recursos, la materia prima o los objetos de trabajo se conciben como instrumentos de trabajo, los cuales dependen del desarrollo técnico de una sociedad determinada (MARX 2008). Junto a éstos tenemos los materiales auxiliares, los cuales no son fundamentales para el desarrollo del proceso (ZURRO 2006).

A lo largo de éste podemos ver desechos, los cuales tienen una gran significación arqueológica, ya que son los principales indicadores de la cadena operativa del trabajo agrícola (HILLMAN 1981, 1984; JONES 1984).

Ahora bien, el motor de todo proceso de producción es la fuerza de trabajo. Ésta es una de las principales categorías ya que nos permite superar el marco de lo meramente descriptivo o técnico para introducirnos en las entrañas de la sociedad que organiza el proceso de producción agrícola. La identificación de esta categoría es una premisa para poder comprender como se relacionan los distintos sujetos sociales con la producción, la distribución y el consumo de alimentos o de otros productos.

Es necesario que ésta no sea vista desde un punto de vista técnico o funcional. Al contrario, al preguntarnos sobre qué sujetos sociales intervienen en la producción y cómo el producto revierte en el conjunto social nos acercamos de manera global a las propias relaciones sociales. La categoría fuerza de trabajo es así muy compleja porque supera el propio proceso de producción.

Ya se ha señalado que se requiere la movilización de una determinada cantidad de ésta, cuya naturaleza cuantitativa y cualitativa estará en relación con el nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas. Ésta se muestra bajo diferentes formas según las condiciones históricamente dadas, y sobre ella revierte el fruto de la producción en desigual medida según las relaciones sociales bajo las que emerge. No es la división del trabajo una señal inequívoca de la existencia de disimetrías sociales, pero en todo cuerpo social rasgado por diferencias patentes se da la división del trabajo como tal (LULL 2005; GARCÍA SANJUAN y DÍAZ DEL RÍO 2006). La razón es que, a pesar de una especialización de tareas, el acceso al producto social puede ser de amplio rango. Sin embargo, es la restricción de éste el mayor indicativo de la emergencia de una sociedad desigual en sí. La ecuación se completa cuando dicho acceso queda restringido para el sector de la comunidad que más directamente interviene, como fuerza de trabajo, en el proceso de producción.

Si por un lado no referimos a la relación de la fuerza de trabajo con el producto, por otro hemos de situar también sus coordenadas respecto a los medios de producción, pues estos mantienen una relación con los hombres y mujeres que supera lo meramente técnico: las relaciones de posesión efectiva y de propiedad.

Éstas, aunque parezcan una redundancia, difieren al aplicarse sobre la realidad. El poseedor efectivo de los medios de producción no tiene porque ser el propietario, y viceversa. El campesino que labra la tierra en el Modo de Producción Feudal es poseedor de la tierra (en usufructo) y de las herramientas con las que la trabaja. Sin embargo, no es propietario ni de éstas ni del producto, el cual cede al Señor Nominal, a pesar de controlar el conjunto de ingredientes que hierven sobre el fuego de la producción: Se domina a las cosas a través del control de los hombres y no al contrario (SAHLINS 1983; LUKACS, 1985). Dicho de otro modo, la movilización de fuerza de trabajo y el ascenso de unas élites hasta convertirse en clase dominante requiere de una paulatina institucionalización y de la puesta en marcha de mecanismos que impriman una pátina de naturalización de dichas relaciones. A través de prácticas rituales, enterramientos, o por el control de recursos exóticos el poder puede ser legitimado. Sin embargo, éste ha de fundamentarse también en el uso de la fuerza, la coerción. Es en la relación dialéctica entre el “consenso” y la “coerción” donde descansan los sillares de la dominación en las sociedades de clases.

Por último, el cereal limpio, en el caso que nos ocupa, conforma el producto, el cual se distribuye y consume dependiendo de las propias relaciones sociales que lo producen. El producto, en el que el trabajo se objetiviza, es decir, se concibe como trabajo productivo, no es más que el resultado del proceso de producción, en cuyo seno se imprime la huella de los objetos de trabajo y los medios de trabajo, convertidos en medios de producción. A través de éstos, el ser humano desarrolla una actividad dirigida hacia un fin, el de la producción de valores de uso, los cuales pueden mutar de productos a medios de producción, al insertarse en ulteriores procesos productivos. Más concretamente, K. Marx escribe que “El proceso de trabajo, tal como lo hemos presentado en sus elementos simples y abstractos, es una actividad orientada a un fin, el de la producción de valores de uso, apropiación de lo natural para las necesidades humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y por tanto independiente de toda forma de esa vida, y común, por el contrario, a todas sus formas de sociedad” (MARX 2008:15-219).

Todas estas categorías se combinan entre sí de manera compleja. De esta forma, no son inmutables o excluyentes, sino que un mismo objeto puede adscribirse a una u otra categoría según el lugar que ocupe en un proceso de producción determinado: por ejemplo, una hoz lítica es un producto que, en el proceso agrícola, juega el papel de instrumento de trabajo (ZURRO 2006).

Así mismo, la combinación de éstas se plasma en una proyección espacial determinada. Es por ello que consideramos también como fundamental la categoría de espacio de producción, ya que la definición de éste es necesaria cuando nos acercamos al registro. Cada uno de los estadios señalados, además de relacionarse con subproductos o desechos bien conocidos (HILLMAN 1981, 1984; JONES 1984), se conectan con áreas específicas. Éstas han de concebirse como contextos donde tienen lugar complejas relaciones sociales, y no solamente desde un punto de vista técnico, funcional u organizativo. Estos espacios de producción se complementan además con los espacios de distribución y los espacios de consumo.

Los espacios de distribución son áreas también específicas en la que el producto se distribuye socialmente. Ésta distribución puede adquirir diferentes formas, e incluso el intercambio ha de entenderse como un tipo determinado de distribución del producto en el seno de una sociedad determinada. La delimitación de estos espacios nos puede permitir comprobar cuál es el acceso por parte de los sujetos sociales al producto, que a su vez se plasma en los espacios de consumo. Ambos pueden caracterizarse como colectivos o individuales, aunque, ante todo, ambos son espacios sociales donde se reproducen toda una serie de relaciones entre distintos sujetos.

Aplicar estas categorías al registro nos permitiría un mejor conocimiento del proceso de producción agrícola, ya que el hecho de detectar cada uno de los componentes que lo vertebran favorece que penetremos en las relaciones sociales que lo conforman. De esta manera, en la sala de máquinas de las sociedades humanas se establecen relaciones vertebradoras del proceso de producción, Relaciones Sociales de Producción: “Toda producción, en tanto relación efectiva entre objetos y sujetos, incluye unas relaciones de producción subjetivas y objetivas que se manifiestan a la luz de la producción misma, relaciones que se manifestarán en las formas, maneras y posibilidades que la producción permita” (LULL 2005: 20). Las producción es así “social en un primer momento porque es relacional e individual en el último, el del consumo. Estos dos polos de la producción expresan una oposición socio/individual muy marcada que requiere de una mediación para ser superada: la distribución.”. No son sólo las relaciones entre las personas, sino también entre éstas y las cosas, las que emergen desde el campo de lo productivo.

Sin embargo, al acercarnos a un registro que en el mejor de los casos es parcial no podemos esperar hallar cada uno de los indicadores. Al contrario, hemos de partir de una flexibilidad en cuanto a nuestros presupuestos previos. ¿A qué artefactos, ecofactos o restos arqueológicos corresponden cada una de las categorías de análisis antes expuestas?

Comencemos por los recursos disponibles. Como señalamos éstos poseen dicha característica en tanto en cuanto permanecen al margen de las sociedades que los requieren: respecto al proceso de producción agrícola, un conocimiento del medio circundante y una definición diacrónica de la evolución de éste nos permite conocer las posibilidades agrícolas: la concepción del entorno como un todo holístico define la potencialidad de los recursos.

No obstante éstos devienen en acto cuando entran en confrontación con las sociedades humanas que los transforman. Así, dos son los objetos de trabajo “transformados”: la tierra y el grano. Refirámonos a la fase C de la producción.

La tierra ha de ser entendida como un objeto de trabajo; es más, y partiendo de la afirmación marxiana de que toda materia prima es objeto de trabajo, pero no todo objeto de trabajo es materia prima, ha de ser concebida como tal, pues la tierra, preparada para la producción, ya ha sufrido una modificación mediada por el trabajo (MARX 2008: 217). Sobre la tierra, diferentes elementos devienen en medios de trabajo y objetos de trabajo, así como medios mismos de subsistencia. Su preparación es el primer estadio del proceso de producción agrícola. Ésta es objeto de una inversión de trabajo durante todo el primer momento de producción, el cual deja huellas que pueden rastrearse a través del estudio arqueológico, y las cuales han recibido una atención escasa por parte de la práctica arqueológica (ANDERSON 1992; GEBHARDT1992).

En esta fase (C) se produce una inversión de fuerza de trabajo desigual según el momento del año al que nos refiramos, que a su vez es consecuencia de la naturaleza del cereal que se esté cultivando así como de las técnicas utilizadas. Los momentos de mayor actividad serían la siembra y la recolección, mientras que la preparación de los campos y, sobretodo, el mantenimiento de los cultivos, requerirían de una menor cantidad de fuerza de trabajo.

Los instrumentos de trabajo que se relacionan con esta fase son varios. De una parte, herramientas que permitan una mejor preparación de los campos, como puede ser el arado. De otra, útiles de recolección, como son las hoces líticas. Así mismo, útiles de siembra como pueden ser el palo cavador.

Estos instrumentos dejan huellas desiguales en el registro. De hecho, no se conserva ni una sola muestra de arado en la Península Ibérica anterior al I Milenio a. N. E. (BUXÓ 1997), lo que puede hacer que incluso su existencia sea cuestionada para etapas anteriores. En cuanto a las hoces líticas, sobretodo se han conservado ejemplos de piezas líticas, aunque no tanto del cuerpo de las hoces, el cual presumiblemente estaría realizado en madera, como muestran diversos ejemplos arqueológicos.

También corresponde a esta fase la utilización de mecanismos que permitan una mayor producción, como por ejemplo los abonos (ROVIRA 2007). Éstos han de ser entendidos como instrumentos de trabajo así como también desde el punto de vista del concepto de energía aplicada, la cual se inserta en el proceso global de producción no significando por ello una inversión extra a la producción agrícola.

Puede suponerse que el momento de mayor cantidad de fuerza de trabajo movilizada sería el de la recolección y que, tras ésta, ya en el segundo de los momentos (fase M), la cantidad de ésta se volvería a reducir, así como también se diversificaría en cuanto al conjunto de la sociedad, incorporándose franjas del cuerpo social antes ajenas a la producción agrícola. Así, cada uno de estos pasos requiere de la aplicación y el desarrollo de técnicas específicas, así como de la movilización de fuerza de trabajo en una determinada cantidad y de un nivel específico de formación.

Esta fase M es bastante compleja, con múltiples variables. La utilización de energía animal es un hecho que hemos de tener en cuenta, sobretodo en el estadio de la trilla (PEÑA 1999). Por otro lado, las distintas cribas requerirían de instrumentos concretos, de los cuales no se han hallado ejemplos en el registro arqueológico.

Habría que preguntarse sobre los espacios de producción que correspondería a cada uno de los dos momentos de producción (fases C y M): hablaremos de los espacios A y B, respectivamente. El primero, mal conocido, se circunscribe a los campos de cultivo y sus alrededores. Así, prácticamente se confunde la tierra, que en sí misma es un objeto de trabajo con un espacio de producción, ya que la naturaleza de ésta es la que lo define en su conjunto. Generalmente se ha desechado la posibilidad de identificar y delimitar las zonas de cultivo mediante el estudio arqueológico. No obstante, sería necesario desarrollar una metodología adecuada que nos permita obtener resultados solventes al respecto. La combinación de análisis tanto cuantitativos como cualitativos y de estudios etnoarqueológicos puede aportarnos ideas interesantes con las que poder acercarnos a la problemática de los campos de cultivo (HILLMAN 1981, 1984; JONES 1984; GEBHARDT 1992; LÓPEZ SAEZ et al 2009). Así mismo, los trabajos desarrollados por la Arqueología del Paisaje y la Arqueología Rural (BALLESTEROS 2010) sobre esta cuestión, así como la reconstrucción del paleoambiente mediante los estudios arqueofaunísticos y arqueobotánicos también pueden servirnos de base para futuros acercamientos a esta problemática.

De otro lado, el espacio B no es sinónimo de campos de cultivo, aunque los gestos técnicos que lo conforman pueden desarrollarse en el mismo espacio A, por lo que dicha diferencia espacial en cuanto a ambos momentos no siempre es factible. El problema radica en la fragilidad de las huellas, sobre todo respecto a la segunda de las fases. Además, hemos de pensar también que las distintas operaciones que conforman la fase M podrían desarrollarse en espacios diferentes o, incluso, realizarse a la misma vez en distintas zonas de un mismo asentamiento, por lo que nos encontraríamos ante varios espacios similares. Si vamos más allá, podríamos encontrarnos con un desarrollo de estas actividades no solamente en zonas diferentes sino que también fraccionada en espacios diversos.

En cuanto a los espacios de distribución y de consumo se han establecido a través de la identificación de estructuras de almacenamiento y de manipulación, sean éstas caracterizadas como colectivas o privadas (MOLINA y CÁMARA 2009; LULL et al. 2010): recipientes cerámicos o estructuras de silos han posibilitado que reconstruyamos espacios de almacenamiento, a la vez que artefactos como los molinos se interpretan en relación con la manipulación del cereal. De otro lado, la existencia de hogares junto a determinados objetos cerámicos parece delimitar los espacios de consumo (ALARCÓN 2010). Sin embargo, aún queda mucho por hacer en este sentido. Mal definidos, debemos llevar a cabo una lectura de los datos a la luz del desarrollo de nuevas metodologías y del enriquecimiento del registro arqueológico.

En conclusión, hemos de definir cada uno de los componentes del proceso e intentar rastrearlos en el registro arqueológico de manera que lo hagamos inteligible. Así, podremos desarrollar toda una serie de interrogantes sobre la agricultura en el mundo argárico los cuales, bajo nuestro punto de vista, quedan aún sin contestar.


2. LA AGRICULTURA EN EL MUNDO ARGÁRICO

Nuestro conocimiento sobre la agricultura en el mundo argárico se ha basado principalmente en el estudio de macrorrestos vegetales. La presencia de éstos ha dependido en gran medida de las técnicas de excavación y muestreo desarrolladas en los distintos yacimientos de los que tenemos constancia (BUXÓ y PIQUÉ 2003).

Así, en primer lugar haremos un breve repaso de la situación de los estudios de restos carpológicos a modo de estado de la cuestión, seguido de una exposición de afirmaciones que se han hecho en torno a la incidencia de la agricultura en relación con las formaciones sociales argáricas.

2.1. El estudio de restos carpológicos en el mundo argárico: un breve estado de la cuestión

La investigación que se ha venido realizando sobre las muestras obtenidas a lo largo de múltiples yacimientos arqueológicos del Sudeste peninsular (BUXÓ 1997; CLAPHAM et al. 1999; PEÑA 2000a y b; STIKA 2001; ROVIRA 2007; LULL 2010), una parte de ellos relacionados parcial o totalmente con la ya citada Cultura del Argar, ha sido protagonista de artículos, libros y conferencias y, por lo tanto, suponen una materia prima desde la que partir. Y el primer paso ha de ser establecer cuáles son esos datos a modo de estado de la cuestión.

En este sentido tendremos que comenzar con las obras Arqueología de las plantas (BUXÓ 1997) y, la más reciente Arqueobotánica (BUXÓ y PIQUÉ 2008), las cuales presentan un buen punto de partida para intentar establecer qué se ha hecho y, sobretodo, qué queda por hacer en el campo de la carpología a lo largo y ancho del denominado como Sudeste peninsular. También habría que hacer referencia a los trabajos de N. Rovira, como “Agricultura y gestión de los recursos vegetales en el sureste de la Península Ibérica durante la Prehistoria Reciente” (ROVIRA 2007) o el artículo “Semillas y frutos del yacimiento calcolítico de Las Pilas (Mojácar, Almería).” (ROVIRA 2000), así como la obra de Leonor Peña Chocarro Prehistoric agriculture in Southern Spain during the Neolithic and the Bronze Age: the application of ethnographic models (PEÑA 1999) y sus aportaciones en libros como Análisis histórico de las comunidades de la Edad del Bronce del Piedemonte meridional de Sierra Morena y Depresión Linares-Bailén. Proyecto Peñalosa. (CONTRERAS 2000). Por último, no debemos olvidar los trabajos llevados a cabo por M. Hopf y H. Stika (BUXÓ 1997; STIKA 2001), que supusieron los primeros acercamientos a esta cuestión en el Sudeste peninsular.

En primer lugar, cabría decir que los principales yacimientos cuyos niveles argáricos han aportado datos carpológicos de relevancia, a los cuales hacemos referencia por haber implicado una interpretación en cuanto a la agricultura en el mundo argárico, han sido Castellón Alto (Galera) Cerro de la Virgen (Orce), Fuente Álamo (Almería), Gatas (Almería), Fuente Amarga (Huéscar), y Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) , así como algunos yacimientos murcianos, como es el caso de la Bastida de Totana, cuyo proyecto está desarrollando una investigación que aportará interesantes resultados en el futuro (BUXÓ 1997; ROVIRA 2007; BUXÓ y PIQUÉ 2008; LULL 2010). No queremos con esto citar el número total de yacimientos en los que se han hallado carporrestos, sino aquellos en los que se basa el estado actual de la investigación sobre la agricultura en el mundo argárico.

Los diferentes investigadores e investigadoras han trabajado en una serie de yacimientos, diseñando de una forma u otra los muestreos de restos vegetales así como estableciendo las pautas de estudio de estos (BUXÓ y PIQUÉ 2003). Así mismo, presentan los resultados también de manera diferente. Por ejemplo, tanto Ramón Buxó (1997: 221-226) como Nuria Rovira exponen los datos referidos a Castellón Alto a partir del Corte donde fueron tomadas las muestras, contextualizándolos a su vez a partir de la zona del yacimiento en el que se localizan dichos cortes: Terraza Superior, Terraza Media, Terraza Inferior (Cortes 27, 28 y 29) y Vertiente Oriental (Cortes 7, 26 y 32). Así mismo, N. Rovira incorpora una serie de subdivisiones a las terrazas Superior e Intermedia: en la primera distingue entre las áreas sur-oriental (Cortes 4, 33 y 34), sur-occidental (Corte 5), centro (Corte 2) y norte (Cortes 1 y 3); respecto a la segunda propone una subdivisión entre Occidental (18, 24 y 25), Oriental (Corte 35) y Central (Cortes 17, 31, 12, 13, 14 y15).

En cuanto al Cerro de la Virgen, al igual que en Fuente Álamo (SHUBART et al. 2001; STIKA 2001; PINGEL et al. 2003), las muestras se tomaron a partir de estratos diferentes para cada fase de ocupación. En el primero de los casos, ya M. Hopf había estudiado una serie de restos de la Fase III, seguido por los trabajo de R. Buxó sobre las 48 muestras realizadas durante la Campaña de 1986 (BUXÓ 1997). En cuanto al segundo de los yacimientos, H. Stika estudió 22 muestras provenientes de la campaña de excavación de 1988. Se flotaron hasta 1100 litros de sedimento, apareciendo macrorrestos vegetales prehistóricos en 19 de las 22 muestras. Éstas provenían de diferentes espacios delimitados, como son hogares, contextos funerarios o estratos definidos como habitacionales, aportando una mayor cantidad de restos los estratos referentes al Bronce Antiguo (STIKA 2001: 184).

En el yacimiento de Gatas se tomaron muestras con un volumen constante de 10 litros para cada contexto y subconjunto, excepto en aquellos espacios definidos como de especial relevancia en los que el volumen total fue flotado. Las muestras se extrajeron a partir de cuatro sondeos, los cuales coinciden con unidades arqueológicas diferentes: los sondeos 1 y 3 registran unidades de habitación, mientras el sondeo 2 está formado por procesos de arrastre y acumulación; por último, el sondeo 4 responde a una unidad de coluvio (CLAPHAM et al. 1999).

Al igual que en el Cerro de la Virgen, también en 1986 se desarrolló una intervención arqueológica en el yacimiento de Fuente Amarga, fruto de la cual se pudieron recuperar carporrestos en la fase de ocupación argárica (BUXÓ 1997).

Por último, el poblado de Peñalosa también ha liberado importante información en cuanto al registro carpológico, los cuales han sido tratados por Leonor Peña Chocarro (1999; 2000a y b). La cantidad de carporrestos recuperados en este yacimiento ha sido muy amplia, dado las condiciones de conservación (PEÑA 1999: 9) y la continuidad en cuanto a las intervenciones durante las últimas décadas (CONTRERAS 2000; CONTRERAS et al. 2001; CONTRERAS et al. 2005; ALARCÓN 2010). Los datos se exponen a partir de Grupos Estructurales (GE) y Unidades de Habitación (UH) (CONTRERAS y CÁMARA 2000, 2002; CONTRERAS et al. 2001; CONTRERAS et al. 2005; ALARCÓN 2010).

El escenario que el análisis de estos restos recuperados dibuja parece mostrar una tendencia que además redunda en el resto de la Península Ibérica, a pesar de la existencia de excepciones, como ocurre con el caso del altiplano granadino (BUXÓ 1997; MOLINA Y CÁMARA, 2009): ascenso en importancia de la cebada vestida (Hordeum vulgare var. vulgare) sobre la desnuda (Hordeum vulgare var. nudum), así como de los trigos desnudos (Triticum aestivum/durum) sobre los vestidos (Triticum monococcum y T. dicoccum), con el mayor aumento del trigo desnudo de tipo compacto. En cuanto a las leguminosas, es el haba (Vicia faba) la protagonista en la zona del sudeste, seguida de los guisantes (Pisum Sativum) (BUXÓ y PIQUÉ 2008; LULL 2010).

Otras especies también registradas son la vid silvestre (Vitis vinifera) o el acebuche (Olea europaea var. oleaster), así como los frutos propios de un entorno meso y termomediterráneo, con gran presencia de lentisco y encinas. Por último, el lino (Linum usitatissimun) aparece bien representado, sobretodo en determinados yacimientos, no estando claro los posibles usos para los que podría estar destinado (PEÑA 2000b).

No obstante, bajo el caparazón de la generalidad se esconden importantes rasgos propios de yacimientos o zonas concretas. En Castellón Alto las variedades de Triticum Aestivum/durum dominan sobre el resto de cereales, seguidas por restos de Hordeum vulgare var. Vulgare. Así mismo, aparecen de forma menos representativa taxones de Hordeum vulgare var. nudum. Junto a estos, llama la atención la aparición de Triticum Monococcum (BUXÓ 1997; ROVIRA 2007).

Los cereales son acompañados por el aprovechamiento del amplio espectro de recursos que el entorno puede proporcionar. Además del cultivo de Pisum Sativum, legumbres que se repiten a lo largo de toda la zona, se explotan los frutos del acebuche, la vid silvestre y el esparto.

En Fuente Amarga es la Cebada vestida (Hordeum Vulgare var. Vulgare) la que se sitúa por encima de los trigos desnudos, lo cual se acompaña de la aparición de cúpulas de bellota y de rizomas de esparto (BUXÓ 1997).

En cuanto al Cerro de la Virgen, se da un proceso de alternancia entre trigos desnudos y cebadas desnudas, apareciendo como los más importantes de los carporrestos en las tres fases de ocupación del asentamiento. La cebada desnuda domina en la Fase II mientras el trigo desnudo lo hace en la Fase III. Junto a estos se han identificado ciertos restos de escanda menor (Triticum Dicoccum). En este caso las legumbres también acompañan al cultivo de cereales, con la aparición de Vicia Fabia minor y Pisum Sativum.

Para Fuente Álamo (SHUBART et al. 2001; STIKA 2001; PINGEL et al. 2003) se ha señalado la importancia de la cebada vestida frente a las distintas variedades de trigo. En la intervención desarrollada en 1988 se registra en un 57,9 % de las muestras obtenidas, frente al 10,5% que supone el trigo desnudo. Así, el 95,1% de los granos y el 97,2% de la granza fueron adscritos también a esta especie, lo que se ha puesto en relación con las condiciones de escasa humedad del entorno cultivable (STIKA 2001: 207). Junto a los cereales, también se documentaron, entre otros (STIKA 2001), taxones de haba y lino, así como carporrestos de guisantes y lentejas (Lens culinaris).

En Gatas se observa una evolución a través de las cinco fases que se han documentado. Así, a lo largo las tres fases interpretadas como argáricas (Fase 2 2250-1950 BC; Fase 3 1950-1700 BC; Fase 4 1700 -1500 BC) se ha se señalado la existencia de una agricultura extensiva de secano dominada por la cebada, acompañada de la existencia de un trabajo localizado con leguminosas y lino, en “parcelas” irrigadas o situadas cerca de corrientes de agua (CASTRO et al. 1999; CLAPHAM et al. 1999). No obstante, en las tres fases hallamos diferencias. Por un lado, en cuanto a especies de cereales se refiere, la cebada asciende en importancia (llegando a dominar sobre el trigo en en una relación de 11 a 1 en la Fase 3). Por otro, también se observa una evolución en cuanto a la relación entre leguminosas y gramíneas: en la Fase 2 las primeras no suponen más de un 2,4% frente al dominio de los cereales (97,6 %). Sin embargo, en la Fase 3 éstos decaen a un 69,5 %. En la última de las fases los restos de leguminosas recuperados vuelven a descender hasta el 2 %, mientras la cebada domina sobre el trigo en una relación de 114-1 (CASTRO et al. 1999).

El poblado de Peñalosa responde a la pauta que se dibuja al reconocer los datos relativos a cada uno de los yacimientos, con un dominio de la cebada vestida (de seis carreras) y la identificación de trigos desnudos. De otro modo, el haba es seguida por algunas muestras de guisantes. El lino (Linum usitattisimun) aparece circunscrito a los GE II, III y IV (PEÑA 2000a). Es interesante señalar como se encuentran restos que pueden relacionarse con el proceso de producción agrícola, como son las malas hierbas o los restos de raquis a lo largo del yacimiento y en representación de diferentes especies, contrariamente a lo que señalan diversos autores para el caso de Gatas, en el que el cereal se ha documentado como limpio (CASTRO et al. 1999), no identificándose las tareas de manipulación del grano tras su recogida en dicho asentamiento (PEÑA 2000a).

En resumen, los datos hasta ahora publicados nos permiten un grado de inferencia que se ha materializado en el conocimiento de las especies cultivadas que se relacionan con cada uno de los yacimientos, así como la aparición y proporciones de estas en una secuencia diacrónica y, en ocasiones, sincrónica. Así, en general poseemos una descripción de aquellos taxones que se encuentran en contextos arqueológicos, careciendo, excepto ejemplos como Peñalosa, de excavaciones en extensión con sus publicaciones correspondientes que nos permitan ahondar en la cuestión de la agricultura (CHAPMAN 2008: 198). Es necesario por tanto superar el marco de los carporrestos y complementar el potencial de éstos con el estudio de otros elementos del registro arqueológico para poder acceder a una imagen más compleja de la agricultura en el mundo argárico.

2.2. Algunas cuestiones sobre la agricultura en el Argar: organización social y organización territorial

Desde los trabajos de los hermanos Siret, desarrollados a finales del siglo XIX, los cuales dieron las primeras pinceladas de lo que se denominaría la Cultura del Argar a partir de las intervenciones realizadas en el Sudeste peninsular, la investigación ha pasado por distintas fases que han ido enriqueciendo nuestro conocimiento sobre esta cultura cuyos asentamientos se extienden por más de 33.000 km2, abarcando las actuales provincias de Granada, Jaén, Almería, Murcia y Alicante (MOLINA y CÁMARA 2009; LULL et al. 2010). Conforme dicho conocimiento se ha ido engrosando, se ha podido vislumbrar la heterogeneidad en mucho de los aspectos estudiados, definiéndose distintos “Grupos Argáricos” que compartirían ciertas características pero que difieren en otras muchas. La definición de éstas ha dado lugar a la elaboración de modelos interpretativos que dominan en el panorama actual de la investigación, con importantes aportaciones que, no obstante, han de poder ser matizadas mediante una puesta a punto tanto de los nuevos datos como de una revisión de los antiguos.

La cuestión de la agricultura se ha considerado fundamental para las sociedades del Argar, en cuanto ésta supone su principal base subsistencial. Junto a ella, se ha prestado una especial atención al rol que la metalurgia jugaría en el seno de las formaciones sociales argáricas, hasta el punto de haber recibido un trato de favor en gran de parte de los modelos interpretativos y explicativos del desarrollo de estas sociedades (LULL 1983).

A partir, principalmente, del estudio de los contextos funerarios se ha propuesto toda una panoplia explicativa sobre la sociedad argárica, caracterizada como de clases, y, por ende, por la existencia del estado (LULL 1983; CÁMARA y CONTRERAS 2000; LULL et al. 2010), definido en base a la existencia de la extracción de un excedente por parte de una minoría que se apropia del trabajo de una mayoría, de la aparición de la propiedad privada, así como, por último, de una institucionalización del poder (LULL et. al 2010). Las diferencias contrastables en los contextos funerarios ha marcado la agenda de las investigaciones llevadas a cabo, con propuestas de una estructura social que se caracterizaría por la existencia de sujetos libres y esclavos, así como por una élite dominante y una clase no servil dominada, todo ello relacionado a su vez con una serie de valores guerreros que se plasmarían en la existencia de objetos de metal caracterizados como armas, que jugarían un importante rol en las relaciones sociales argáricas (CÁMARA y CONTRERAS 2000).

Todo este entramado se ha proyectado en una ocupación del territorio en la que se destaca una estructura político-organizativa jerárquica que se plasma en diferencias en cuanto a los asentamientos, así como también en cuanto a la cultura material de éstos, según el lugar que ocuparan en el espacio (CONTRERAS 2000; LULL et al. 2010). No obstante, no existe una unanimidad en cuanto a estos modelos establecidos, con diferencias según a los autores que consultemos, lo que influye directamente en la concepción que se tiene de la agricultura y de la organización de la producción agrícola en el mundo argárico (CÁMARA y CONTRERAS 2000; PEÑA 2000; MOLINA y CÁMARA 2009).

En esta línea, se ha destacado la relación inversamente proporcional que existe entre el tamaño de los asentamientos y la disponibilidad de tierras fértiles en los alrededores. De esta manera, se dibujaría una estructura en la que comunidades situadas en tierras bajas, con enterramientos carentes de la suntuosidad de los que se encuentran en los grandes yacimientos excavados en cerro, se dirigirían a la producción agrícola, mientras los asentamientos de altura almacenaban y procesaban el producto de las cosechas (CONTRERAS 2000; LULL et al. 2010).

Esto, en relación con los datos carpológicos a los que se ha hecho referencia, se relacionaría con un control de fuerza de trabajo suficiente como para poner en cultivo grandes extensiones de tierras poco fértiles destinadas sobre todo a la cebada, aunque los hallazgos de carporrestos de leguminosas y frutos mostraría que, al menos a pequeña escala, se dan cultivos que requieren de una mayor humedad (BUXÓ 1997; CASTRO et al. 1999; CÁMARA y CONTRERAS 2000; LULL et al. 2010).

Como vemos, hablamos de dos niveles de análisis: de una parte, la relación que se daría entre los distintos asentamientos; de otra, la relación entre distintos grupos sociales. Ambos se influyen mutuamente pero no se determinan, pues son independientes entre sí. Ahora bien, ¿existen verdaderamente datos que apoyen ambas afirmaciones?¿O nos encontramos en un momento en el que éstas pueden y deben ser matizadas?

La primera de ellas se sustenta en la existencia de una cultura material diferente, no solo en términos cuantitativos sino también cualitativos. Y no solamente en relación con la entidad de los restos funerarios, sino también respecto a una mayor presencia de artefactos que indicarían una especialización económica clara. De esta manera, en yacimientos de tierras bajas abundan artefactos como las piezas líticas destinadas a hoces y son menos comunes herramientas de procesado de cereal como son los molinos; al contrario, los grandes yacimientos situados en altura muestran una relación inversa entre ambos elementos materiales (LULL et al. 2010). De otro lado, los cálculos demográficos arrojan grandes diferencias entre la cantidad de grano almacenado y procesado respecto a la población aproximada de estos asentamientos de altura. ¿Habría una redistribución con una plasmación territorial? ¿Acompañaría al producto agrícola proveniente de las comunidades situadas en las tierras bajas una cantidad de fuerza de trabajo?

En cuanto a la relación entre sujetos sociales, la cuestión no es sencilla. Se han hecho interesantes propuestas que, a nuestro juicio, carecen de una apoyadura clara en el registro arqueológico. Esto conlleva que sean muy coherentes pero que deban ser revisadas.

Conceptos como el de campesino, siervo o campesino guerrero (CÁMARA y CONTRERAS 2000), por citar algunos ejemplos, requieren de una redefinición como categorías de análisis. Su utilización exige una labor de revisión a la luz de los nuevos hallazgos que han enriquecido el registro arqueológico durante la última década. Igualmente las propuestas en torno a la definición de clases sociales y a la naturaleza de la explotación que las vertebra así como también al uso del concepto de estado, ambas con éxito en la producción historiográfica, deben ser situadas en cuanto a una nueva lectura del registro.


3. REFLEXIONES FINALES

La problemática sobre cuáles serían las características de la producción agrícola en el mundo argárico es un debate vivo. Son múltiples las interrogantes que surgen a la luz del registro que va siendo recuperado (MORA y ORTEGA, e.p). En este sentido, nos enfrentamos a tres grandes cuestiones: de un lado, sobre cómo se organizaría la producción agrícola; de otro, sobre cómo dicha organización se plasmaría en las formaciones sociales argáricas; por último, sobre cómo podemos acceder a través del registro arqueológico a este nivel de inferencia.

Ya hemos señalado que cuando hablamos de producción no lo hacemos en un sentido limitado a un proceso técnico. Al contrario, lo consideramos desde el plano de lo social. Por lo tanto, al preguntarnos sobre cómo se organizaría el proceso de producción agrícola lo hacemos a través de varios niveles. En primer lugar, cuál sería el proceso técnico por el cuál una materia prima es transformada en un producto; en segundo lugar, en cómo dicho producto se distribuye y consume socialmente; por último, en cómo se relaciona la sociedad en su conjunto con la producción, la distribución y el consumo.

De esta manera, penetramos en el segundo de los grandes interrogantes. Y lo hacemos partiendo de una premisa teórica: un mejor conocimiento del proceso de producción agrícola nos permite un mejor conocimiento de la producción en la sociedad argárica y, por tanto, de la sociedad argárica misma. Dicho de otro modo, nuestro objetivo último es poder discernir sobre las morfologías y dinámicas de las sociedades argáricas. En este sentido, ser capaces de penetrar en cuál es el papel que jugarían los diferentes sujetos sociales en el terreno de la producción agrícola permitiría un mejor conocimiento del Marco Global de la Producción de éstas, lo que nos daría la posibilidad de poder reflexionar sobre aquellas cuestiones que giran en torno a las desigualdades sociales, la existencia de clases y, ligado a ello, el estado (NOCETE 1989; LULL et al. 2010).

Así, para una compresión lo más amplia posible del fenómeno de la agricultura hemos de integrarla en el marco de la sociedad argárica en cuanto al desarrollo de los procesos productivos y reproductivos que se dan en su seno. Lo que hemos denominado como Marco Global de la Producción es un todo holístico y no una mera suma de cada uno de los procesos que podamos detectar o definir. Al contrario, estos se complementan y comparten espacios sociales y momentos de trabajo. Incluso se determinan entre sí. Por tanto, el proceso de producción agrícola se inserta de forma dialéctica en un proceso global de la producción. Preguntarnos sobre cuál es el lugar que ocupa es una tarea primordial. Ahora bien, no hemos de olvidar la necesidad de enmarcar la producción agrícola a a través de múltiples niveles espaciales o, lo que es lo mismo, en diversos niveles sociales: desde el interior de los contextos denominados como domésticos (concepto cuyo uso en el plano arqueológio habría que revisar) hasta la relación entre varios asentamientos y la expresión de ésta en el plano de lo territorial. Con esto no pretendemos practicar un reduccionismo economicista del comportamiento de las sociedades humanas. Al contrario, y como decimos, la producción no ha de entenderse en términos simplemente económicos o mecanicistas sino también sociales.

Con esta doble dialéctica (la relación que se da entre el proceso de producción agrícola y los sujetos sociales, así como de estos con el resto de procesos de producción que podamos definir) hemos de abordar la cuestión agrícola, aunque nos enfrentaremos a numerosos problemas como es la propia conservación de muchos de los elementos que hemos definido como relacionados con el proceso de producción agrícola, así como la dificultad para detectar y limitar los espacios sociales de la producción, distribución y consumo .

De esta manera, la situación actual de la investigación nos obliga pensar en cómo podemos afrontar estas cuestiones a partir del registro arqueológico. En repetidas ocasiones se ha puesto énfasis en la discontinuidad del registro, el cual, más que la expresión diacrónica de las sociedades del pasado, es un conjunto de momentos, y por lo tanto, sincrónicos, que podemos ordenar en una escala cronológica. De otro lado, las excavaciones llevadas a cabo para el mundo argárico no propician que podamos desarrollar muchos de los planteamientos aquí expuestos, estando limitados por la calidad actual de la información.

De una parte, entendemos que es necesario que articulemos análisis microespaciales, semimicroespaciales y macroespaciales. No obstante, los presupuestos de investigación han puesto especial enfásis en el último de estos, es decir, en la relación que habría entre diferentes asentamientos y entre estos y su entorno más inmediato. Por el contrario, la falta de excavaciones en extensión limita las posibilidades de una interpretación que proponga el estudio de espacios bien delimitados al interior de los yacimientos así como la relación que existiría entre éstos. Solamente de esta manera podríamos articular discursos en los que se enmarcaran los diferentes elementos que conforman el proceso de producción agrícola.

De otra, hemos de desarrollar una metodología y un programa de investigación que permita responder a varias preguntas. En primer lugar, la localización de los poblados argáricos encastillados y en zonas altas de difícil acceso, frente a una escasez de ejemplos de asentamientos en llano hemos de verla como una posible deficiencia en cuanto a las investigaciones llevadas a cabo. Es decir, la asunción de un modelo preestablecido ha podido suponer que unos objetivos se hayan priorizado sobre otros.

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Fig. 1: Esquema teórico-metodológico de trabajo


En segundo lugar, hemos de cuestionarnos la rigidez de un modelo de organización del territorio basado en una diferenciación entre yacimientos productores y centros receptores. Sin rechazar estas relaciones entre asentamientos, hemos de pensar que en el entorno de esos poblados encastillados también podría haber producción agrícola y no solamente la manipulación del grano proveniente de la relación con otros núcleos habitados. También en este sentido entendemos que se han infravalorado las posibilidades de la investigación: ¿habría una agricultura “local” en yacimientos argáricos entendidos tradicionalmente como centros receptores? Para poder responder a esta pregunta hemos de integrarla en el marco de las investigaciones que se están desarrollando en estos momentos.

En tercer lugar, como ya hemos señalado, hemos de estudiar los diferentes espacios (de producción, distribución y consumo), de manera que no solamente tengamos un conocimiento general sobre la relación de los yacimientos estudiados con su entorno en cuanto a los macrorrestos vegetales, sino que podamos establecer cuál es la relación de las comunidades estudiadas con todo el proceso de producción agrícola, incluyéndose en esto cual es la relación entre la participación directa como productores y el acceso posterior al producto: ¿Cuáles serían las bases de la organización agrícola? ¿nos encontraríamos ante una producción eminentemente doméstica?¿qué sujetos intervendrían en el proceso y en qué grado?¿cómo revierte el producto en el seno de las distintas comunidades y cuáles son los mecanismos que regulan su distribución?

Estas y otras muchas preguntas (qué técnicas eran utilizadas y como han influido éstas en la transformación del medio, cómo se relacionaban las diferentes estrategias de subsistencia entre sí, qué individuos intervendrían como productores directos en el proceso, etcétera) que hemos planteado en anteriores trabajos (MORA y ORTEGA e.p.) han sido obviadas por la investigación. Intentar responder a ellas podría aclarar algunas cuestiones sobre la agricultura en el mundo argárico, la cual ha sido tratada de forma embrionaria y segmentada por la arqueología. Por tanto, hemos de enriquecer nuestros discursos al calor del estado actual de la investigación, sin olvidar todo lo que ya se ha hecho pero avanzando y sirviéndonos de nuevas metodologías y un registro que ha sido engrosado tanto cuantitativa como cualitativamente en las últimas décadas.

Como conclusión, queremos recordar que este trabajo ha tenido el objetivo desarrollar algunas reflexiones que esperamos poder profundizar en el futuro. Partimos, en resumen, de la necesidad de estudiar la agricultura como un proceso de producción, el cuál ha de ponerse en relación con otros procesos que se desarrollen en el seno de las comunidades analizadas. Hemos por tanto de completar el potencial del estudio de carporrestos con la relación de éstos en cuanto a otros artefactos, ecofactos y restos humanos que se hallan en el registro arqueológico, partiendo de su contextualización en los distintos espacios, identificando, de esta manera, cada uno de los componentes que conforman el proceso. Así, una Arqueología Agraria y de la Producción se hace necesaria para poder avanzar en cuanto a las interpretaciones que hoy existen sobre la(s) sociedad(es) argárica(s).


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* Este trabajo ha sido realizado en el marco de una Beca de Iniciación a la Investigación, dirigida por el prof. Francisco Contreras y correspondiente al Plan Propio de Becas de la Universidad de Granada, disfrutada por el autor entre Junio de 2010 y Junio de 2011.

** Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada. Facultad de Filosofía y Letras. Campus de Cartuja s/n, 18071, Granada. adrimoragonzalez@gmail.com