EL CASTILLO DE LANJARÓN (GRANADA). UN ANÁLISIS A PARTIR DEL ESTUDIO DE LA CERÁMICA RECOGIDA EN LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA DE 1995

THE CASTLE OF LANJARON (GRANADA). AN ANALYSIS FROM STUDY OF CERAMICS COLLECTION IN THE ARCHAEOLOGICAL EXCAVATIONS OF 1995

José D. LENTISCO NAVARRO

Resumen
Analizamos resumidamente en este artículo los materiales cerámicos exhumados durante el transcurso de las excavaciones que se llevaron a cabo en 1995 en la antigua fortaleza que controla la población de Lanjarón, en el Valle de Lecrín de la provincia de Granada. Se describen las principales vajillas cristianas fechadas en torno al siglo XVI y su relación con la población morisca, que continuó habitando estas tierras hasta su expulsión definitiva.

Palabras clave
Cerámica moderna, Reino de Granada, Lanjarón, Granada, España.

Abstract
In this article we will briefly discuss the ceramic materials exhumed during the series of excavations that took place in 1995 at the ancient fortress that controls the population of Lanjarón, in the Lecrín valley of the province of Granada. These findings are the Christian services dating back to the sixteenth century and their relationship with the moorish population that inhabited these lands until their final deportation.

Keywords
Modern ceramics, Granada´s Kingdom, Lanjarón, Granada, Spain.


INTRODUCCIÓN

Marco geográfico

El desproporcionado sistema montañoso de Sierra Nevada desarrolla dos vertientes bien distintas, mientras que la cara norte da lugar al Genil que fluye hacia el Guadalquivir, la cara sur, donde se sitúa la Alpujarra, vierte a la cuenca del Guadalfeo que desemboca pronto cerca de Motril. Numerosos ríos fluyen escarpados desde las grandes altitudes de la sierra hasta el Guadalfeo, es el caso del río Lanjarón.

Lanjarón nos aparece en las fuentes escritas con el nombre de al-Anyar–n, pero incluido indistintamente en Las Alpujarras (distrito de Ferreira en el s. XII y XII), y, posteriormente (periodo nazarí), en el Valle de Lecrín (GARCÍA PORRAS, A. y BANQUERI FORNS-SAMSÓ 1995:194), sin embargo, geológicamente debemos incluirlo dentro de esta segunda zona.

La fortaleza se asienta sobre un promontorio rocoso aislado, situado por debajo de la actual población de Lanjarón, dominándola por su lado norte; limitándole hacia el sur por un abrupto valle por el que transcurre el río Lanjarón. Está ubicado a 660 metros de altitud y, por su incuestionable carácter militar y fronterizo, controlaba el acceso a Sierra Nevada, así como los ataques provenientes del Valle de Lecrín y de la zona de la Costa. La prospección inicial detectó en las laderas de la colina en la que se asienta el castillo terras sigilatas e incluso algunos fragmentos de cerámica prehistórica, lo que demuestra el valor que tuvo este enclave ya desde tiempos muy remotos.

Contexto histórico

Durante el periodo nazarí, el castillo de Lanjarón perteneció a la taha del Valle de Lecrín y constituyó una de las entradas a La Alpujarra, lindando con la taha de Órgiva, que utiliza el propio rey Fernando cuando se sofoca la rebelión de mudéjares en 1500: “Y él [Fernando el Católico] se fue camino de la fortaleza de Lanjarón... y esta fortaleça está a la entrada de las Alpuxarras; y como la entrada es frogosa, el exercito pasó con dificultad. Y luego que fue pasado, los moros hicieron poca resistencia, y se desbarataron, y Lanxarón se entregó luego a los cristianos” (SANTA CRUZ, A. de 1951:202).

Entregada la zona en reino castellano a partir de 1490-92, la fortaleza militar de Lanjarón fue tomada por los cristianos del rey Católico en la primavera de 1490, pasando a propiedad de la Corona, estableciéndose alcaides cristianos en la Alpujarra. “En 1494 se hace entrega de las tenencias de las fortalezas de Adra, Andarax, Berja, Alboloduy, Dalías, Marchena y Lanjarón” (TRILLO SAN JOSÉ 1990:84).

Dentro de la fortificación no quedan restos que permitan suponer un hábitat permanente en la fortaleza. Por el contrario, debió de dotarse de una guarnición y servir refugio temporal para los vecinos de las alquerías en caso de ataque o incursiones militares. Sin embargo, resulta sorprendente la información que se desprende de algún documento hallado recientemente. Según Carmen Trillo, en un escrito de 1567 custodiado en el Archivo de la Alhambra, “los habitantes de Lanjarón piden auxilio por las constantes incursiones ‘así momfíes como moros de berbería’ que asaltan la población causando múltiples destrozos, sin que reciban apoyo del alcaide de la fortaleza: ‘...porque no nos maten o lleven a Berbería, y a Diego Fernandez de Carvajal, alcayde que es de aqui, le habemos ynportunado, muchas veces, asi nosotros como los que biben por esta comarca, nos haga m(erce)d de procurar con su m(a)g(es)tad de que esta fortaleza se repare, para que, reparandose, nos podamos recoger en ella, y defendernos de los mahechores...”. Esta información nos revela mal estado en el que se encontraba justo antes del inicio de la Guerra de los Moriscos (GARCÍA PORRAS y BANQUERI FORNS-SAMSÓ 2001:195)

Durante la Guerra de los Moriscos se multiplican las fuentes escritas, pero no podemos centrar nuestra atención en los documentos en este artículo. Nos remitiremos a comentar que, tras varios intentos frustrados de someter la zona, D. Juan de Austria toma el control de la contienda y, a través del Duque de Sesa en su lado occidental, sofoca la rebelión.

Continuó la expulsión definitiva de los moriscos, hecho con el cual acaban los temores castellanos y comienza el abandono paulatino del castillo a partir de 1568: “primero fueron cayendo los elementos más débiles, enlucidos, algunos mampuestos, etc; en segundo lugar se desplomaron las cubiertas de los edificios (así se observa en el sondeo 1 y 3) y finalmente, de forma repentina, cayeron gran parte de los muros de la torre del homenaje y algunos lienzos de muralla (GARCÍA PORRAS y BANQUERI FORNS-SAMSÓ 2001:200)


EL CASTILLO DE LANJARÓN

Ubicación de estructuras y elementos

La técnica constructiva que advertimos en casi todo edificio es la misma: hiladas de mampostería concertada con refuerzos de sillares en las esquinas y almenas y merlones coronando los lienzos de muralla y protegiendo los adarves. La fortaleza consta de dos recintos y elementos defensivos externos a éstos. Pero además, la prospección inicial constata cordones de piedra levantados en las zonas menos abruptas de la ladera, fuera de los dos principales recintos amurallados, para entorpecer el acceso a eventuales invasores.

El primer recinto sólo es posible en la zona S del promontorio, ya que el N es acantilado. Por el interior discurría un sendero que ascendía hasta la entrada al segundo recinto. Parte de esta muralla externa, al O, es posible que formase parte de una torre que vigilaría la entrada al primer recinto. Hay otros muros al interior de esta zona que no forman parte de las murallas. Su estado de arrasamiento casi total nos impide conocer cuál fue su función.

Continuamos las estructuras conservadas dando un breve rodeo al perímetro del recinto amurallado. Comenzando por el norte, zona donde el promontorio gana mayor altura, se localiza una torre semicircular (torre 2) con troneras y un adarve sobre el lienzo de muralla norte que parte de dicha torre. Otro lienzo de muralla desciende la pendiente del terreno por el E hacia el S para conectar con la torre del homenaje. Bajo la esta torre se organiza la entrada, un aljibe y una estancia interpretada como almacén; estos elementos crean una plataforma horizontal sobre la que se eleva la torre. El acceso al castillo se realiza por un pasillo con bóveda de cañón, este pasadizo está flanqueado por un antemuro que, junto con el pasillo, definen una entrada en recodo. Al O de la gran torre quiebra la muralla, lugar donde localizamos tres troneras y asciende un paño de muralla en dirección N hasta llegar a la torre 2.

Al interior de este segundo recinto lo primero que llama la atención es la fuerte pendiente que presenta la propia roca. De modo que las estructuras, tanto edificaciones internas como murallas se adaptan a esta inclinación.

El sondeo 1 ocupa el espacio entre la torre del homenaje y los lienzos de muralla al O, es la zona que registra menor altura del interior y presenta dos fases con edificaciones para la vigilancia. El nivel más antiguo, que a partir aquí llamaremos primera fase, ocupa menor superficie y está en relación con las troneras UEC-6 y UEC-8. Consistió en un pequeño habitáculo cerrado al norte por un muro, la estancia estuvo pavimentada con cal enriquecida con pequeñas piedras y su función fue básicamente vigilar haciendo uso de las dos troneras antes mencionadas. La segunda fase, más amplia y delimitada por diferentes muros, se extiende en dirección a la zona central del recinto y se organiza en torno a dos espacios separados a diferente altura: el más bajo al sur y el más alto al norte. En adelante nos referiremos a ellos como ámbito I, al sur, y ámbito II, al norte. Dos estratos, N-30 y N-33, nivelan el terreno sobre la primera fase. Sobre éstos, los dos pavimentos de cal compactada y almagra sellan la primera fase. De las dos estancias, el ámbito I continuó las labores de control y vigilancia, constatándose reformas como la apertura de una nueva tronera en el muro oeste (UEC-4) y obstrucción de otra (UEC-6). Desgraciadamente la cantidad de material sellada en la primera fase es muy escasa y no dista en escaso de la hallada en la segunda fase.

El sondeo 2 está centrado en el aljibe, que forma parte de la plataforma para la torre del homenaje.

La zona E de la torre del homenaje es el sondeo 3, en planta y a la altura del aljibe se ha localizado un almacén que consta de escaleras de acceso, silo y poyete. La ausencia de vanos y luz dotan de un ambiente fresco y húmedo a la estancia. Sobre este lugar se desprendieron las techumbres de los pisos superiores depositando además lo contenido en ellas.

Dentro del segundo recinto se sitúa el sondeo 4, donde se abren paso unas escaleras sobre la pendiente de la roca que comunican la plataforma norte con la parte baja de la fortificación, éstas estuvieron cubiertas por una bóveda de cañón de la que nos ha quedado el arranque.

Junto al pasadizo de entrada y la torre del homenaje se emplaza en sondeo 5 con escasas estructuras, distinguimos tan sólo un muro que limita un estrecho pasillo que se dirige a la muralla E.

La plataforma N es la principal estructura del sondeo 6, está en contacto con la torre 2 y vigila el camino de acceso al castillo.

El último sondeo, el 7, es la entrada al recinto, que estuvo provista de un rastrillo y una pasarela de madera bajo la que pasaban las aguas de escorrentía. Dando paso al interior del segundo recinto se sitúan unos peldaños que salvan el desnivel.

Observamos un proceso similar en los sondeos 1, 4 y 5. Nos referimos al desplome de las principales estructuras más sólidas del recinto, es decir, básicamente la torre del homenaje y parte de las murallas. Es interesante señalar que se produjo en un momento concreto ya que los potentes estratos de estos derrumbes no presentan restos cerámicos ni de otros materiales. Aunque no están claras las causas, todo apunta hacia motivos propiamente naturales.


LOS MATERIALES CERÁMICOS

Expondremos a continuación un resumen con las conclusiones extraídas de los estudios realizados durante el trabajo de investigación.

Estudio tecnológico

Nos encontramos ante una producción cerámica totalmente heredera de la alfarería andalusí, no sólo en cuanto a tipologías y decoración, como veremos más adelante, sino también en cuanto a la tecnología se refiere. Además, el trabajo por encargo y la especialización de los talleres queda más que constatada gracias a la documentación conservada de la época (RODRÍGUEZ AGULERA y BORDES GARCÍA 2001:58)

Por lo general, vamos a encontrar pastas más compactas y ferruginosas para cerámica de cocina y pastas más porosas y con menos degrasantes para almacenaje. En estas últimas a veces se añaden materiales orgánicos para incrementar la porosidad. Todas las cerámicas contienen siempre degrasantes minerales de grano fino o muy fino. Es curiosa la presencia constante de esquistos, lo que nos revela un origen en torno al macizo montañoso de Sierra Nevada. Otro grupo de piezas tienen intrusiones de grano medio y, en raras ocasiones, gruesas, pero son minoritarios.

Observamos con notoriedad cómo la pasta tipo 1 y 5 son las más empleadas. El tipo 1, presente en casi todas las piezas de mesa, iluminación y usos múltiples, y en algunas de almacenaje y complementos; el tipo 5, en la mayor parte de las ollas y cazuelas. Debido a su homogeneidad tecnológica, pero también teniendo en cuenta las formas, podemos afirmar que se trata de una producción en serie, estandarizada, sobre todo, en platos, escudillas, saleros, ollas y cazuelas, salvo excepciones. Estas pastas son las que nos hacen pensar en la procedencia de un gran alfar. Dicho centro emplearía estas pastas con asiduidad en sus productos, distribuyéndola en un ámbito determinado y repitiendo modelos formales en los que incidiremos posteriormente. Adelantemos que, formalmente, casi todas las series coinciden en muchos tipos con el escaso material del s. XVI estudiado en la capital granadina. Teniendo en cuenta estas observaciones vamos a agrupar los tipos de pastas por centros productores.

Granada o alfar importante. A falta de un estudio pormenorizado de los alfares en torno a finales del s. XV y s. XVI en la provincia de Granada, sobre todo en la Alpujarra y el Valle de Lecrín, hemos creído conveniente atribuir los principales grupos de pastas a los centros productores de Granada (conocidos) o, en caso de que existiesen, en la zona de la costa Granadina (Motril y Salobreña). Este hecho se ve reforzado por las tipologías que localizamos en el castillo, en algunos casos totalmente coincidentes con las de la capital. Las principales son los tipos 1 y 5, pero también incluimos aquí la 3, 4, 8, 9 y 10. Igualmente hemos decidido incorporar las pastas 2 y 7, muy rojizas, que definimos como de herencia andalusí granadina, que suponemos siguió empleándose sobre todo para jarritas, la primera, y cazuelas, la segunda. De acuerdo con el trabajo de Ángel Rodríguez y Sonia Bordes (RODRÍGUEZ AGULERA y BORDES GARCÍA 2001:55), los talleres granadinos, aunque pasaron a manos cristianas, continuaron empleando trabajadores moriscos. Estos artesanos estuvieron condicionados por las necesidades de los dueños del alfar, pero también por los demandantes. Por ello nos parece conveniente llamar a estas pastas como “moriscas autóctonas o regionales”, diferenciándolas del siguiente grupo, también de la región, pero con una calidad menor y sistemas productivo diferente.

Local. Un segundo conjunto de pastas mucho más toscas y menos numerosas, que además imitan las formas del primer grupo de pastas, está representado especialmente por la producción de cocina. Pastas más depuradas, intrusiones más gruesas y cocciones de escasa calidad caracterizan estas pastas. Por lo tanto, debemos poner estas piezas en relación con talleres locales o rurales que abasteciesen de manera mínima al menos a la fortaleza, ya que no sabemos de qué manera influirían en el entorno de los pueblos del valle del Lecrín y la Alpujarra. La pasta 6 es la más representativa de este grupo, pero podríamos añadir las pastas singulares de mala calidad. Si en las grandes ciudades los artesanos fueron moriscos, no es de extrañar que así fuese también en el ámbito rural, por ello hemos decidido llamar a éstas como “pastas moriscas de mala calidad y locales”.

Importación. Las cerámicas de importación no son un hallazgo singular que hayamos de resaltar especialmente, de hecho, si consultamos cualquier estudio de materiales de un yacimiento, seguro que encontraremos un pequeño grupo de cerámica con procedencia lejana, decorada y a la cual se le atribuyó y se le atribuye la cualidad de “valiosa”. En nuestro caso encontramos platos y escudillas de área valenciana, jarritas bucarinas de Andalucía occidental y el sur de Portugal, un gran ataifor al que atribuimos una procedencia malagueña y algunos fragmentos que hemos identificado como de cerámica italiana. Para estas cerámicas reservamos un apartado especial en el estudio tecnológico.

Resumiendo, advertimos diferentes centros productivos con diferentes alcances y funciones. Uno principal que surte de la mayor parte del material, con pastas bien definidas y depuradas; estamos hablando de los alfares granadinos principalmente, que fabrican las mismas piezas que encontramos en el castillo de Lanjarón. Observamos un avance técnico en el depurado de las pastas. Un segundo de ámbito local que abastece las posibles carencias en determinadas épocas o a sectores específicos de la población; este último, que queda patente en ollas y cazuelas, además imita las formas de los primeros. Se limita a producir sin buena calidad. El tercer grupo está constituido por diversas pastas, todas ellas con procedencia exterior a la provincia de Granada, que hemos denominado como “de importación”. Se trata de piezas decoradas que satisfacen el posible gusto refinado de determinadas personas en la fortaleza; provienen principalmente del área levantina, pero también Andalucía occidental y el sur de Portugal. Este último grupo mantiene las calidades estándares de los diferentes centros productores.

Siguiendo el trabajo de Esteban Fernández Navarro (FERNÁNDEZ NAVARRO 2008:169-174), vamos a señalar, en caso de la cerámica de cocina, un cambio a nivel tecnológico. Y decimos “cambio” y no “evolución” porque en este caso consiste en una perdida de calidad del producto acabado. En el estudio citado se hace una comparación de la cerámica almohade-nazarí con la cristiana de primera época proveniente del palacio de los Abencerrajes (Alhambra) y de la Plaza de España de Motril. Advierte la pérdida de calidad traducida, básicamente, en la sustitución del espatulado por el retorneado para el acabado de las bases. Nosotros hemos detectado el uso frecuente del retorneado y de ello no podemos deducir grandes conclusiones, sólo que coincide con la evolución observada en la capital del Reino de Granada. Sin embargo nos parece lógico pensar que el retorneado, presente en todas las piezas identificadas como de un gran alfar, se trate de una imposición técnica de los nuevos dueños de los centros productores de cerámica, quizá en busca de una mayor productividad. De hecho, las pocas bases tratadas íntegramente con la técnica del espatulado provienen de las toscas cazuelas que imitan los tipos producidos en la capital granadina.

Estudio tipológico

Haciendo una valoración global del conjunto observamos una evolución de las formas medievales tardías hacia las necesidades cristiano-castellanas de época moderna. Sin embargo, y aunque esta sea la tónica general, una parte de los tipos definidos en este estudio permanece inmutable, como hemos podido observar en algunas tipologías cuyas formas se remontan incluso al s. XIII. Tal es el caso de algunos lebrillos, tinajas y cazuelas. Pero también tendremos entre los materiales exhumados nuevas piezas que conviven con las anteriores. Por lo tanto, vamos a exponer y definir las características principales observadas y extraídas durante el estudio: inmutabilidad, transformación, nuevos elementos y convivencia.

Al igual que en el apartado tecnológico, en las formas vamos a distinguir tres grupos o conjuntos cerámicos que se desarrollan al mismo tiempo: unas piezas de herencia musulmana, probablemente de la primera época; las correspondientes a la nueva tradición morisca, donde se incorporan las nuevas series inexistentes en el mundo andalusí y que ponemos en relación con el principal centro productor que vimos en el apartado tecnológico; y la cerámica importada procedente de zonas con mayor tradición cristiana y que se adaptan a los gustos de los nuevos pobladores, lógicamente vinculada con los alfares foráneos.

Piezas medievales

Antes de entrar a ver las cualidades del conjunto cerámico, hemos de señalar la aparición de escasos fragmentos identificados como medievales. Se han localizado encajonados en las grietas de la roca madre, en los estratos más antiguos del sondeo 1 e incluso mezclados con los estratos de época cristiana. Estas piezas atestiguan la presencia andalusí en el enclave antes de la edificación del castillo. Nos ha parecido destacar como más importantes una cazuela de costillas y algunos fragmentos de cuerda seca. Por otro lado tenemos el gran ataifor con reflejo metálico, indudablemente nazarí, aunque pensamos que se mantuvo en uso durante el periodo cristiano.

Inmutabilidad

Como comentábamos más arriba, algunas formas, como los lebrillos (Lám. 1, fig. 19 y 20), tinajas (Lám. 2, fig. 32 y 33), cántaros (Lám. 2, fig. 25 y 26), cazuelas (Lám. 1, fig. 8 y 9) y tapaderas (Lám. 1, fig. 24 y 25), permanecen casi inmutables o con ligeras variaciones desde el siglo XIII. Otras tipologías no se alejan tanto en el tiempo: jarritas (Lám. 2, fig. 1 y 2), cantimploras (Lám. 1, fig. 31), y los candiles de pie alto (Lám. 1, fig. 26 y 27), trascienden de lo nazarí al s. XVI cristiano con algunos matices.

Un ejemplo de permanencia entre las formas del mundo islámico y el cristiano lo encontramos el castillo de la Mola (Novelda-Alicante), cuando se produce un cambio de poder tras la conquista de Alfonso X el Sabio y la incorporación de a la Corona de Aragón bajo reinado de Jaime II en dichos territorios. Observamos que, entre la segunda mitad del s. XIII y el tercer cuarto del s. XIV, el primer nivel de ocupación cristiana, los enseres cerámicos hallados no se diferencian apenas de los niveles islámicos inferiores (NAVARRO POVEDA 1990).

En el caso de los cántaros, nos encontramos ante una forma de escasa variabilidad morfológica en el tiempo (NAVARRO PALAZÓN 1991:42), que trasciende las fronteras temporales andalusíes y queda reflejada incluso en los cántaros usados por nuestros antepasados cercanos del s. XX (Lám. 2, fig. 24). Esta inmutabilidad se corresponde con la atribución a esta forma de una función muy específica como es la de almacenar y transportar agua. En el caso del castillo de Lanjarón podemos barajar la posibilidad del acarreo de agua desde el barranco que transcurre bajo la fortaleza gracias a lo que se ha interpretado como una coracha. Es posible que determinados periodos de sequía obligasen al alcaide del castillo a tomar la determinación de llenar el aljibe con agua de otros lugares cercanos. No olvidemos que, aunque no hemos reconstruido piezas significativas, la cuantificación de cántaros es muy elevada.

En ocasiones, como ocurre con las cazuelas, la inmutabilidad es un tanto dudosa, ya que sí percibimos la disminución del tipo 2 (Lám. 1, fig. 8 y 9) y el afianzamiento de otros nuevos. No obstante, la cazuela tipo 1 (Lám. 1, fig. 6 y 7), por la cantidad de fragmentos hallados, parece mantenerse, al menos en un principio, ya que es superior al tipo 3 (Lám. 1, fig. 10) con borde bífido que definimos como cristiano.

Transformación o evolución

La transformación es otro de los procesos advertidos en los enseres usados en la fortaleza. Uno de los ejemplos principales lo advertimos en lo que hemos llamado plato tipo 1 (Lám. 2, fig. 18). Se trata de un ataifor de perfil quebrado que ha reducido sus dimensiones para ser empleado en el consumo individual de alimentos. Incluso en algún caso hemos podido observar la pérdida del ruedo a favor de la base plana, pero manteniendo el perfil quebrado.

Habitualmente, la escudilla (Lám. 2, fig. 12, 13, 14 y 15) viene siendo una forma propia cristiana, pero queremos señalar la posibilidad, ante la enorme semejanza que presentan, que derive al menos en parte de la jofaina nazarí. Tampoco encontramos ninguna escudilla con ruedo.

La evolución la vemos marcada también en las ollas, el matiz principal es la incorporación de aristas en el cuello (Lám. 1, fig. 3 y 4). Este hecho está constatado también en la capital granadina, que consideramos más una diferenciación, ya que cuerpo y base mantienen más o menos la forma. El verdadero cambio en este aspecto lo vimos a nivel tecnológico con el acabado de las bases mediante retorneado.

La aceitera (Lám. 2, fig. 9) es heredera de la redoma árabe, advertimos un cambio en su forma pero no en su función que seguirá siendo básicamente la misma. Bien es cierto que algunas aceiteras superan en tamaño y capacidad a las redomas árabes, pero no se trata de una pauta fija, ya que las hay de distintas proporciones. Quizá la serie que más se asemeja a la redoma nazarí es lo que definimos aquí como botella. Su forma es muy similar, pero están exentas de vidriado.

Con respecto a los lebrillos se nos plantea también el tema de la evolución. En el lebrillo andalusí con el borde redondeado o vuelto al exterior y girado hacia abajo (Lám. 1, fig. 19 y 20), dicho borde comienza a desplegarse para dibujar un ala ((Lám. 1, fig. 21). Sin embargo, este proceso no tiene lugar aquí, sino en el área valenciana donde, desde el s. XIII, comienza a producirse una de las mayores asimilaciones tecnológicas de este periodo.

Nuevos elementos

Los nuevos elementos son quizá el símbolo más evidente del cambio cultural y se corresponden, evidentemente, con una nueva tradición. Cuando hablamos de la incorporación de elementos nos referimos a “nuevos” dentro del entorno del Reino de Granada, ya que estas piezas eran usadas en los reinos cristianos. Por lo tanto, se trata de la llegada de este tipo de ajuar a la zona, no de la aparición o creación de nuevas formas. El plato llano (Lám. 2, fig. 20, 21 y 23) es el máximo exponente de este cambio, que sustituye al antiguo ataifor (Lám. 2, fig. 17). La costumbre de comer de manera individualizada acarrea la necesidad del plato llano.

La aparición del salero (Lám. 2, fig. 10 y 11) en esta zona también es un nuevo hecho inducido por la llegada de las tropas castellanas durante la conquista del Reino de Granada. El bacín (Lám. 1, fig. 18), elemento cristiano que es usado por los últimos andalusíes de la Península, se mantiene sin cambios con la tipología de “sobrero de copa”.

Dentro de la incorporación de nuevas piezas debemos destacar también las de cocina como las cazuelas con borde bífido (Lám. 1, fig. 10 y 11) y los morteros (Lám. 1, fig. 17). Es necesario comentar la aparición cuantiosa de fuentes (Lám. 2, fig. 27), avío para la presentación de alimentos en la mesa y que se corresponde con las costumbres culinarias cristianas.

Convivencia

La ausencia de una secuencia estratigráfica en la que se yuxtapongan varios niveles de uso complica en cierto modo que podamos exponer una evolución de las formas. Nos ha llegado un pequeño reducto sellado en el sondeo 1, anterior a la remodelación de la fortaleza. Desafortunadamente, no nos aporta la información suficiente para determinar una evolución de las formas. Tanto la cerámica de tradición andalusí como las formas más propias del mundo cristiano aparecen mezcladas unas con otras en todos los estratos.

La transición de las formas se sucede aquí de manera pausada y lenta. Conviven durante años lo propio andalusí y las piezas con características cristianas. Los tipos de olla de tradición medieval (Lám. 1, fig. 1 y 2) y los de, más que evolución, diferenciación de lo cristiano con aristas en el cuello (Lám. 1, fig. 3 y 4), se cuentan casi por igual. Vamos a encontrar cazuelas de tradición nazarí (Lám. 1, fig. 6, 7, 8 y 9) y cristianas (Lám. 1, fig. 10, 11 y 12) usándose en los mismos contextos. Seguimos viendo formas de cántaro, lebrillo, candil, orzas (Lám. 2, fig. 28 y 30) y orcitas (Lám. 2, fig. 29) que no cambian y se siguen usando. Aunque la convivencia de formas es patente, hemos de indicar que algunas series que estamos acostumbrados a ver sobre cerámica nazarí, como la redoma o los grandes ataifores, desaparecen junto con su función y son sustituidos por la aceitera y los platos llanos o de perfil quebrado con menores dimensiones.

Vidriados

En cuanto a los vidriados, advertimos la reserva de determinadas tonalidades para series concretas. De este modo, blanco, verde y un melado amarillento se usan precisamente para la vajilla de mesa como platos, escudillas, jarritas, saleros… El salero tipo 1 (Lám. 2, fig. 10) únicamente lo encontramos con cubierta blanca. La serie de fuente (Lám. 2, fig. 27) que hemos documentado en el castillo usa siempre un tono muy claro de melado, entre amarillento y verdoso. Otro tipo de melado que oscila entre marrón y verde, mucho más oscuro, se reserva para ollas y cazuelas. La asociación de determinados vidriados a series cerámicas es un hecho constatado tanto en yacimientos islámicos como cristianos (GARCÍA PORRAS 1995:248-249).

En resumidas cuentas, las series cerámicas en un principio son básicamente las mismas que en el periodo islámico; cambia más la terminología que las propias piezas. De este modo, llamamos lebrillo al alcadafe, aceitera a la redoma y olla a la marmita.

En opinión de Fernando de Amores y otros investigadores, en Sevilla “se advierte una continuidad formal generalizada entre el s. XV y el s. XVI. Es en la Baja Edad Media cuando se marcan las bases tipológicas que se han mantenido hasta nuestros días en la cerámica popular” (AMORES CARREDANO et al. 1995:306).

Si en los siglos XV y XVI sevillanos tenemos un repertorio cristiano que dista ya algunos años de la conquista, en nuestro caso, asistimos al proceso de cambio inmediatamente posterior a la toma del Reino de Granada, en el cual nos encontramos con este conjunto material de raigambre morisca, es decir, adaptada a las usanzas cristianas. Comienza el establecimiento de las “bases tipológicas” que anuncia Fernando de Amores.

Estudio decorativo

Debemos hacer aquí una división de material. Primero destacaremos las piezas ricamente decoradas, que coinciden, no involuntariamente, con las importaciones desde zonas cristianizadas siglos antes. Se trata de un conjunto más bien escaso que se corresponde con las decoraciones típicas de cada lugar, con más o menos influencia andalusí. Tenemos por tanto cerámica valenciana, bucarina e italiana. El gran ataifor, que atribuimos a un alfar malagueño, podríamos considerarlo como del entorno, más si la llegada de esta pieza al castillo se produjese en el s. XV, porque además su decoración nos está hablando de una típica pieza nazarí, manufacturada con seguridad, como muy tarde, en el s. XV. Algunos autores llaman a estas cerámicas como vajilla de lujo, y suponemos que, dado la escasez con la que la hallamos, así debió de ser.

En segundo lugar tenemos prácticamente todo el conjunto del material. Se trata de la denominada cerámica común, realizada con mayor o menor calidad. La inmensa mayoría de los motivos ornamentales son muy simples: aristas, grupos de surcos formando bandas, trazos pintados digitales o con pincel, ondulaciones o presiones. Todos ellos son usados durante la baja Edad Media tanto por musulmanes como por cristianos. Pero quizá es un escaso tipo de la serie cazuela la que nos da mayor información acerca de los que fabricaron las piezas. Estamos hablando de las cazuelas tipo 4 (Lám. 1, fig. 11 y 12), todas ellas rodeadas en su pared exterior por una cenefa de estampillas en hilera. Consultando bibliografía advertiremos que se trata de un típico motivo andalusí que se mantiene en el tiempo al menos desde el s. XIII (CAVILLA SÁNCHEZ MOLERO 2005:301-303). Este hecho, apoyado siempre por el estudio documental (RODRÍGUEZ AGUILERA y BORDES GARCÍA 2001:54), nos demuestra una vez más que los artesanos que trabajaron en los alfares fueron en su mayoría moriscos.

Sobre los trazos de manganeso en los cántaros, ambos mundos, el andalusí y el cristiano, presentan en el s. XV una larga tradición. En los reinos cristianos, como la Corona de Aragón, los motivos van adquiriendo complejidad. El entorno islámico también adquirirá cotas elevadas en el diseño de las decoraciones. En el castillo de Lanjarón los trazos son muy simples, apenas dibujan formas más alejadas de las líneas paralelas en vertical u horizontal. Al carecer de motivos algo más complejos, este tipo de decoración no nos ayuda a intuir cuál fue la mano de artesano, que ya hemos constatado con otros datos.

Los fragmentos de loza dorada valenciana presentan unos motivos comunes hacia finales del s. XV y XVI, aunque en platos de menor tamaño que los que estamos acostumbrados a ver en las publicaciones.

Quizás otra serie que merece una especial mención son las fuentes. Además de no haber localizado piezas similares, en su interior describen unas composiciones algo más complejas de lo normal en comparación con el conjunto de materiales. Se describe una composición radial que tampoco hemos advertido en otras piezas.

Estudio estadístico

La distribución de materiales en los espacios, teniendo en cuenta la problemática de la fuerte pendiente del recinto, parece no revelar muchos datos. Tampoco ayuda mucho que el edificio fuese desalojado ex profeso antes del derrumbe de las estructuras, ya que los niveles de uso son poco fiables. Sin embargo, nos aporta algo de información que no hace más que ratificar las funciones de los diferentes lugares que ya conocíamos debido a la intervención arqueológica. Sabemos que no quedó nada in situ antes del derrumbe del castillo. La colmatación del área del sondeo 1 nos habla de un arrasamiento severo ayudado por la pendiente del segundo recinto, esto ha propiciado la descontextualización de la cerámica.

Predomina la vajilla de almacenaje, de la que distan mucho en número las de mesa y cocina. La olla presenta una superioridad muy amplia sobre la serie cazuela, apreciable en otros yacimientos. Los porcentajes son en todo el yacimiento muy similares.

Al contrastar los dos sondeos más significativos en los que aparecían estructuras, fueran residenciales o no, hemos obtenido algunos datos que, bajo nuestro punto de vista, no son muy fiables si tenemos en cuenta todo lo dicho en el apartado de “problemática” de estudio espacial. Las informaciones más probables tendrían que ver con la superioridad de la función cocina dentro de la torre del homenaje, sin embargo, la enorme disparidad en cuanto a la cantidad de materiales de un lugar y otro podría confundir los resultados. Otra cosa bien diferente, rasgo inequívoco de una actividad residencial, es que la mayor parte del ajuar decorado y de procedencia lejana se haya localizado en la zona de la torre del homenaje. Aunque no lo podamos probar estadísticamente, es una apreciación más que evidente que hemos tenido presente en el transcurso de todo el proceso. En las estancias superiores de la gran torre debió situarse la habitación del alcaide, y en las inferiores, dado que existen más zonas en la fortaleza con restos de estructuras residenciales, las de la pequeña guarnición que albergó.

Por lo que respecta a los niveles de uso la cosa no varía mucho: generalmente localizamos un derrumbe con escasos restos de niveles de abandono. El castillo debió comenzar su decadencia estructural muy poco tiempo después de su desalojo. De la comparativa entre los dos únicos estratos que nos parecieron más interesantes (N-7 del sondeo 3 y N-25 del sondeo 1), el sondeo 3, donde se detectó la presencia de un almacén, es más variado en tipología de almacenaje y candiles. Los restos cerámicos y otros, como los de las cazuelas con función de tapadera, confirman los resultados de la excavación arqueológica que hablaban de un silo, un poyete para colocar recipientes y un lugar oscuro y fresco para conservar los productos alimenticios.

Ante esta situación podemos exponer un enclave abandonado, casi al borde de la ruina, que, tras el desalojo, comienza a caer por su propio peso. Recordemos que en el “Contexto histórico” comentamos un par de noticias sobre el mal estado en el que se encontraba la fortaleza durante su periodo de ocupación y cómo fue reclamado al alcaide y sus majestades.


CONCLUSIONES FINALES

Cambio cultural

En nuestro caso pensamos que no se trata de demostrar un cambio cultural dentro de la cerámica de este castillo, puesto que es de extrañar que la guarnición de la fortaleza estuviese compuesta por soldados andalusíes; los habitantes eran cristianos y, por lo tanto, sus hábitos son cristianos. No están, en definitiva, sometidos a un proceso de aculturación. De hecho, los enseres cerámicos hallados son los propios del ajuar cristiano. No hablamos de cambio, hablamos de implantación o yuxtaposición de los hábitos alimenticios, por lo menos en el lado castellano. Sí existe ese proceso de cambio entre la población morisca, inducido desde los gobernantes a través de las legislaciones prohibitivas. Sin embargo, tampoco podemos cerrarnos completamente, ya que los nuevos pobladores fueron influidos por su entorno, y en un primer momento, como hemos visto, hicieron uso de las formas y producciones locales. Vimos también cómo la propiedad de los alfares pasó a manos de castellanas, casi siempre con trabajadores moriscos, por lo que la producción sí estuvo sometida a un proceso de cambio en la que se fueron incluyendo ajuares propios castellanos, quizá con mayor intensidad a partir del año 1500, cuando la población morisca es convertida masivamente (cristianos nuevos) y privada de una parte estimable de sus costumbres, viéndose obligados a producir y consumir cerámica cristiana. Debemos explicar la permanencia de algunas formas cerámicas medievales como resultado de una producción artesanal con mano de obra morisca. Será a partir de 1570 en el Reino de Granada y, en s. XVII en todos los territorios peninsulares de corona de Castilla, tras el decreto de expulsión final de los moriscos (1609), cuando la producción pase a manos de cristianos, dando como resultado una notable evolución de las formas y decoraciones, al menos en el área del viejo Reino de Granada (RODRÍGUEZ AGUILERA y REVILLA NEGRO 1997:159).

En el área valenciana se traspasa el conocimiento técnico cerámico al mundo cristiano durante los siglos XIII y XIV. Al igual que en el Reino de Granada, la gran mayoría de los artesanos de este gremio siguen siendo andalusíes, aunque los propietarios fuesen magnates catalano-aragoneses. No es de extrañar, por tanto, que en los siglos XV y XVI la cerámica cristiana se presente perfectamente definida (COLL CONESA et al. 1988:11). El traspaso tecnológico tiene lugar en unas condiciones semejantes de desarrollo cultural entre ambos bandos, precedidas por toda una serie de contactos e intercambios y propiciada por la economía emergente y las conquistas de los reinos cristianos. Pero, además, los receptores deben estar interesados en la adquisición y conocimiento de lo nuevo, bien sea por razones económicas, funcionales, estéticas o de prestigio (COLL CONESA et al. 1988-13).

Contrastando con otros conjuntos materiales, sobre todo de Granada capital, vemos que el material usado aquí, en una fortaleza castellana, fue el producido y usado por los moriscos granadinos. Por todo ello, advertimos aquí parte de un cambio cultural palpable, pudiéndose extraer una valiosa información, sobre todo contrastándola con otros conjuntos. Sin embargo, sería más interesante estudiar un lugar habitado por la población mudéjar o morisca, porque, al fin y al cabo, son ellos los que sufren el mayor proceso de cambio de cultura, bien sea por influencia indirecta (simple cruce de conocimiento) o directa (a la fuerza). Los cristianos repobladores adoptan y adaptan lo que les interesa y, en ausencia de sus propios ajuares, lo que le tienen más a mano.

A nivel de la organización de la producción cerámica sí es posible detectar un cambio. Éste viene inducido por las diferentes concepciones económicas y sociales de ambos mundos. El islámico presenta una estructura “estatal”, donde el muhtasib o almotacén designaba un representante que podía ser propuesto por el resto de maestros alfareros. Este representante o amin regulaba el control de pesos y precios, medidas, conflictos y el resto de particularidades que tienen que ver con el oficio (RODRÍGUEZ AGUILERA y BORDES GARCÍA 2001:59). La visión del mundo cristiano es diferente: tiene un carácter privado de los gremios que transforma el anterior sistema al hacerse con el poder de los alfares.

Distribución y redes comerciales

Tratando de esclarecer cómo fue la distribución de enseres cerámicos y cuáles fueron sus redes y contactos, podemos y debemos afirmar la existencia de un principal centro productor, donde se manufacturaron la mayor parte de las piezas. Por la semejanza de los materiales expuestos con los de Granada, pensamos que fue desde los alfares de la capital desde donde se trajo la cerámica del castillo de Lanjarón. Posiblemente la corona castellana encargase a los nuevos propietarios de los talleres granadinos los útiles cerámicos para esta fortaleza y otras del entorno.

Un centro menor, y a todas luces local, abasteció de manera muy secundaria al enclave militar castellano, ya que la cuantificación de estos materiales de relativa escasa calidad es mucho menor.

El nuevo gusto por un estilo propiamente cristiano, diferenciador de la población local y que dota además al poseedor de prestigio, fue lo que incentivó movimiento de materiales foráneos en el Reino de Granada. En nuestro caso hemos documentado loza valenciana, la llamada bucarina e italiana.

En primer lugar citaremos la “loza dorada valenciana”. El origen de este pequeño conjunto de materiales pone de manifiesto una evidente relación comercial con el levante peninsular. Estos contactos comerciales no son un caso particular en esta zona, sino que se corresponde con un hecho generalizado en el área mediterránea. Tenemos referencias documentales de estas relaciones mercantiles desde mediados del s. XII entre Almería y Génova. No obstante, no debemos llevarnos a confusión y pensar en unas relaciones comerciales a gran escala. Existen datos suficientes que nos demuestran que este tipo de comercio fue secundario y aprovechó las redes comerciales italianas, al menos en la etapa bajomedieval (GARCÍA PORRAS y FÁBREGAS GARCÍA 2003:30).

Sabemos con seguridad que la principal cerámica distribuida fue la loza dorada, tanto la de la zona valenciana como la del Reino de Granada, con sus centros productores en Málaga, Almería y Granada. Pero estas vajillas no sólo se difundieron hacia los reinos de la península italiana, sino que circularon dentro de la propia península Ibérica, consolidándose Manises y Paterna como los principales centros productores y exportadores de la loza dorada entre el s. XIII y XIV. La introducción de la población cristiana en el recién conquistado Reino de Granada comienza a exigir unos instrumentos más adecuados a su gusto, aunque aún con una clara influencia islámica, lo que debería explicar la aparición de este pequeño conjunto de cerámica dentro de los materiales hallados en el castillo de Lanjarón.

Debemos explicar la llegada de estas piezas y las siguientes al castillo de Lanjarón gracias a que durante los s. XIV y XV se hace más fluida la circulación de materiales cerámicos, sobrepasando los límites de las ciudades y llegando a asentamientos rurales o enclaves militares como el que nos ocupa.

La “cerámica italiana” atestigua la relación comercial entre los diferentes reinos de las dos penínsulas. Por todos son conocidos los famosos “bacini” importados desde el s. X en adelante, desde al-Andalus, para decorar las fachadas de las iglesias pisanas (BERTI, 2003-25). Esta ruta tenderá en siglos posteriores, sobre todo a partir del s. XV, a invertirse. Esta situación es el resultado de la asimilación de la técnica y la creación de un sistema productivo sólido en los estados de la península italiana. Iguales a las piezas exhumadas en el castillo de Lanjarón, son las encontradas en Almería, Denia, Cataluña, Alcázarseger en Marruecos, Córcega, Provenza, Inglaterra y Holanda (CARTA 2003:412). Este dato nos da la posibilidad de hacernos una idea de cuál fue el alcance de las producciones italianas. Obviamente nos situamos ante un comercio consistente, que está en total relación con los avances políticos, sociales y técnicos del país, pero también con el pensamiento y el renacimiento de la cultura clásica. La hegemonía adquirida por los estados italianos lleva aparejada una divulgación de su cultura por los países del entorno, y la cerámica es una pequeña parte de la exportación de dicha cultura renacentista. Ligures, genoveses y florentinos llegaron a acuerdos comerciales con los reyes españoles para la comercialización de sus productos en la en la península Ibérica. El comercio italiano, y en general los niveles alcanzados en el transporte de mercancías en toda la Europa de principios del s. XVI, viene siendo el anticipo de la imparable carrera hacia el mercantilismo.

La “cerámica bucarina”, bien conocida en el actual territorio andaluz, define otra de las redes comerciales, esta vez desde Portugal y otros enclaves castellanos cerca de la frontera con el país vecino. Su uso se generaliza entre los altos estamentos sociales castellanos, pero, como observamos, en el s. XVI llega también a reductos militares como el de Lanjarón. Por citar algunos ejemplos que corroboren que la aparición de cerámica bucarina en Lanjarón no se trata de un hecho aislado, nombraremos en la provincia de Granada: la Alhambra, el Hospital Real y el castillo de Íllora, como lugares donde se ha documentado este tipo de cerámica (RODRÍGUEZ AGUILERA y REVILLA NEGRO, 1997:157-158).

Resumiendo, tenemos el siguiente panorama: uno o varios alfares principales, localizados posiblemente en Granada por la similitud que presentan las series, que abastece de manera general y predominante. Un mercado de importación nacional, encabezado por el área valenciana, pero también representado por los centros productores de cerámica bucarina del suroeste peninsular. Y un mercado internacional, seguramente insertado en la red nacional, del que son testigos algunos fragmentos de cerámica italiana.


Aspectos cronológicos

Según la documentación histórica

La horquilla cronológica que nos proporcionan las fuentes documentales ya quedó esbozada en el “contexto histórico” desarrollado anteriormente y se enmarca entre finales del s. XV y finales del segundo tercio del s. XVI.

Según los restos construidos

A excepción de pequeñas estructuras en forma de muro localizadas en el interior del segundo recinto, identificadas por los arqueólogos como medievales, el resto de la fortificación está concebida en mampostería al estilo cristiano. Nos encontramos pues, ante un asentamiento militar evidentemente cristiano, existiendo con anterioridad quizá un pequeño fortín nazarí con origen anterior incluso al siglo XI o XII, según los materiales hallados. La importancia de este lugar elevado, donde se han hallado materiales de la Edad del Bronce y romanos, queda patente por la variedad de diferentes momentos en los estuvo en uso.

Tenemos dos zonas significativas en cuanto a cronología se refiere. La primera de ellas es el área identificada como “almacén”, correspondiente al sondeo 3, nos puede aportar algún dato más sobre la fundación de la fortaleza. El hecho es que bajo el pavimento de dicho almacén los estratos de nivelación de la roca madre (N-12 y N-13) ya contienen material moderno. Además, no encontramos en esta zona indicios de estructuras anteriores ni remodelaciones, por lo que podemos decir que, al menos esta parte de la fortaleza, se corresponde con una construcción castellana, directamente sobre terreno rocoso. Uno de los problemas que plantean N-12 y N-13 es que aparecen referenciados en el informe de la excavación, pero no los tenemos a nuestra disposición para corroborar los datos, así que debemos confiar en lo que se escribió en su momento.

Queda una última zona excavada en el interior del recinto, nos referimos al segundo lugar significativo que advertíamos al principio. Se trata del denominado sondeo 1 que, si ponemos en consonancia con el resto de estructuras que le rodean, nos permite establecer dos periodos distintos de habitación. Se ubica en este sondeo una primera fase de habitación con nivel de uso (pavimento E14), en relación con tareas de vigilancia a través de troneras abiertas en el lienzo de muralla. Esto es, sellado y rellenado para nivelar la segunda fase de habitación con su correspondiente nivel de uso (pavimentos E7 y E11, ámbito 1 y ámbito 2). A estos niveles de habitación se les asocian reformas en las troneras de los muros E1 y E2. Ambas fases contienen principalmente material cristiano. La primera se corresponde con el momento fundacional del castillo y la segunda, si hacemos caso a las referencias documentales, debió originarse bastantes años antes de 1567, puesto que en este año la fortaleza está muy deteriorada y, a partir de entonces, se llamará la atención sobre su mantenimiento.

Según los restos materiales

Los materiales que hemos estudiado son restos cerámicos exhumados del interior del segundo recinto. Pero queremos poner en valor también el hallazgo de tres monedas, todas ellas procedentes de distintos estratos del sondeo 1. Dos de ellas salieron a la luz en N9 y una más en N17, los dos estratos pertenecen al derrumbe y colmatación del sondeo 1. La primera, cuatro maravedís de los Reyes Católicos que presentan en el anverso un castillo de tres torres y en el reverso un león rampante. La leyenda completa según las ordenanzas es la siguiente: “FERNANDVS ET ISABEL DEI GRACIA – REX ET REGINA CASTRA LEGIONIS”. Los abridores de cuño la abreviaban y recortaban (MONTANER 2005). La segunda moneda presenta un estado de conservación muy malo, pero parecen dos maravedís de los Reyes Católicos. La tercera y última se trata de un dinero de Fernando II de Aragón (Fernando el Católico), con acuñación en la propia Corona de Aragón. El anverso, algo difuso, contiene una efigie del Rey y el reverso una cruz de doble travesaño (CRUSAFONT y SABATER 1982). Una vez más este grupo de monedas sigue corroborando la historia de los documentos y los restos construidos. Las acuñaciones de los Reyes Católicos estuvieron en funcionamiento durante finales del s. XV, pero se siguieron emitiendo y circulando casi todo el s. XVI, hasta el reinado de Felipe II.

Para concluir este apartado cronológico, vamos a tratar de exponer y dotar de un significado temporal a los restos cerámicos. El marco cronológico general que venimos observando se mueve entre finales del s. XV (tras la conquista castellana se construyó la fortaleza) y tercer cuarto del s. XVI (cae en la ruina casi antes de la rebelión de los moriscos y en desuso tras la consecuente expulsión en masa de la población morisca). Con una horquilla temporal tan breve es difícil marcar una evolución de los tipos. Sin embargo, con ayuda de la bibliografía consultada pensamos que hemos definido bien cuáles eran las líneas de evolución de cada forma.

La cerámica común, es decir, los ajuares domésticos típicos de una vivienda de la ciudad de Granada, como hemos observado a lo largo del “estudio tipológico”, no difieren mucho de lo hallado en el castillo de Lanjarón. Al hilo de esto traemos aquí una afirmación de Antonio Malpica: “se observa arqueológicamente una tendencia a las que cerámicas de uno y otro ámbito (rural y urbano) a partir del s. XII se aproximen y ésta va aumentando con el paso del tiempo, seguramente por el desarrollo de la vida urbana y su creciente influencia en el mundo campesino andalusí” (MALPICA CUELLO 2003:268). Quizá nosotros no debamos igualar esa situación a la presente, porque en este caso se trata, no de un entorno rural, sino de un enclave militar, aunque se sitúe en medio de un entorno rural. El caso es que la cerámica del castillo está íntimamente emparentada con la de la capital del Reino y la que se produjo en los alfares granadinos ya en manos de los repobladores, al menos en lo que se refiere al tema de la propiedad.

Otra disyuntiva que hay que considerar es si convendría suponer que el ajuar localizado en el castillo, en un primer momento al menos, deberíamos clasificarlo como moderno o como medieval tardío cristiano. Es evidente que hay una multitud de tipos que se corresponden con formas anteriores y que conviven tecnológicamente. Pero también es cierto que no se encuentra exento de piezas propiamente modernas, como ocurre por ejemplo con algunos tipos de escudillas (Lám. 2, fig. 16), jarritas, platos importados o saleros (Lám. 1, fig. 10 y 11). En nuestra opinión observamos una mezcla de ambas, pero otorgamos mayor presencia a los materiales bajomedievales, siempre sin dejar de lado las costumbres cristianas, como atestigua el abundante uso del plato llano y sin ruedo.

Como comentamos en las conclusiones del estudio de materiales, las características o corrientes observadas son la inmutabilidad de algunas series, la transformación de otras, la aparición de nuevos tipos y la convivencia de todos. Lo contemplado en este estudio de materiales es básicamente un ajuar cerámico propio de una fortaleza recién conquistada a finales del s. XV y que permanece ocupada durante el s. XVI en un ámbito rural morisco, donde se mezcla el aprovechamiento de la producción existente con la implantación de las nuevas formas que implica la nueva cultura dominante. El pequeño conjunto de loza dorada oscila aproximadamente, al igual que la fortaleza, entre finales del s. XV y s. XVI.

Con todo lo visto anteriormente, no cabe duda de cuál fue el periodo de ocupación y vigencia del enclave como fortaleza castellano-aragonesa. Fuentes documentales, restos construidos, monedas y materiales cerámicos coinciden en un periodo de entre finales del s. XV hasta avanzada la mitad del s. XVI.


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