VALORACIÓN Y DISCUSIÓN DE LOS SISTEMAS DE CIERRE (FOSOS Y MURALLAS) DE LOS POBLADOS DEL VALLE DEL GUADALQUIVIR DURANTE EL NEOLÍTICO RECIENTE Y EL CALCOLÍTICO

ASSESSMENT AND DISCUSSION OF THE CLOSURE SYSTEMS (PITS AND WALLS) ON RECENT NEOLITHIC AND CHALCOLITHIC SETTLEMENTS ON THE VALLE DEL GUADALQUIVIR

Guadalupe LOPEZ ACOSTA *

Resumen

En el presente trabajo se toma el ámbito geográfico del Valle del Guadalquivir, en el Sur de la Península Ibérica, las fortificaciones y sistemas de cierre de los asentamientos del Neolítico Reciente y el Calcolítico, valorándose sobre todo los sistemas de cierre, murallas y fosos, tanto en su función como su finalidad. La organización territorial y los modelos sociales y económicos a los que dieron lugar durante los procesos de sedentarización de estas sociedades, y, la relación con los conflictos sociales derivados de los procesos de jerarquización y control del territorio y la fuerza de trabajo durante el Neolítico Reciente.

El estudio de los sistemas de cierre, se ha dado desde su descubrimiento, en un primer momento denominados como “Cultura de los Campos de Silos” en el Valle del Guadalquivir, pasando por diversas interpretaciones realizadas en cuanto a su origen, su construcción y a su finalidad, llegando hasta las hipótesis de defensa y, poniéndose en relación con los conflictos sociales y los procesos de desarrollo social de estas sociedades. La carga simbólica de estas estucturas juega un papel importante, sobre todo, en los debates que se han tenido los últimos años, contraponiéndose siempre a las funciones militares.

Palabras clave

Valle del Guadalquivir, Neolítico Reciente, Calcolítico, sistemas de cierre, fosos, murallas, conflictos sociales, sedentarización.

Abstract

The present work analyses the fortifications and closure systems of Neolithic and Chalcolithic settlements on Valle del Guadalquivir area, in the South of the Iberian Peninsula, taking in to account especially closure systems, walls and moats, both in its function and its purpose. The paper assess the territorial organization and the social and economic models to which they gave rise during the processes of sedentarization of these societies, and, the relation with the social conflicts derived from the processes of hierarchization and control of the territory and the labor force during the Neolithic. The study of closure systems, started with their discovery, leading to the definition of the so called “Culture of Silos Fields” in the Guadalquivir Valley, and since it has gone through various interpretations about its origin, its construction and its purpose, reaching up to the hypothesis of defense and, putting them finally in relation with the social conflicts and the processes of social development of these societies. The symbolic charge of these structures plays an important role, especially in the debates that have taken place in recent years, always opposed to their interpretation as military elements.

Key words

Valle del Guadalquivir, Recent Neolithic, Chalcolithic, closure systems, pits, walls, social conflicts, sedentarization.

INTRODUCCIÓN

La ocupación en la Alta Andalucía durante el Calcolítico estaba compuesta por grupos familiares de gran movilidad, con campamentos estacionales al aire libre y en abrigos rocosos. Durante el Neolítico Reciente se produjo una transformación mediante procesos de agregación y consolidación aldeana, que culminaría en el Calcolítico y cuyos mejores ejemplos los encontramos en los asentamientos de Los Castillejos, Las Peñas de Los Gitanos, Montefrío (Granada) (MOLINA y CÁMARA 2002). Conjuntamente a las transformaciones urbanísticas que fueron necesarias para mantener un ambiente habitable, tuvo lugar un importante desarrollo de las cabañas ganaderas (bóvidos y équidos, aunque en menor medida) que se dio desde finales desde el Neolítico. El aumento de la caza se ha relacionado con la necesidad de defender los campos cultivables ya que la agriculturaadquirió una gran importancia para estos asentamientos, así como el control de los mismos y de la gente que los trabajaba (Fig. 1).

Fig. 1. Yacimientos prehistóricos más importantes del Sur de la Península Ibérica (Zafra et al. 1999)

A la hora de estudiar el poblamiento del valle del Guadalquivir se ha de tener en cuenta la transformación de su desembocadura, debido a la progresiva colmatación del estuario en torno al cual, “se dispusieron los poblados durante toda la Prehistoria reciente, estableciéndose el centro político de todo el suroeste” (MOLINA y CÁMARA 2002: 148).

Las comunidades de las campiñas jiennenses y cordobesas del Valle del Guadalquivir muestran un importante desarrollo social durante esta época, que abarca desde momentos antiguos del Neolítico y que culminará con la continuidad del hábitat en determinados asentamientos; muchos de ellos adquirirán el carácter de núcleos centrales, como por ejemplo el poblado del Polideportivo de Martos en Jaén, en el que se ha demostrado la antigüedad de este proceso de agregación poblacional (iniciado a finales del V Milenio a. C.). Así mismo, se ha manifestado la vinculación al asentamiento de diferentes rituales que involucran la inhumación de terneras y perros (y personas) en los silos de almacenamiento, que, a su vez, se relacionan con la importancia de los rebaños y de su propiedad, y con la consecuente consolidación de las unidades familiares.

Así mismo, en la cuenca baja del Guadalquivir, el arraigo del poblamiento permitió una mejor explotación de las tierras para la agricultura, en este caso, extensiva de secano, lo que permitió una mayor circulación tributaria y el aumento del poder determinados poblados como Marroquíes Altos, Porcuna, Valencina de la Concepción, etc. A la par de este aumento de la extensión de los asentamientos, el poder de las clases dirigentes también se acrecentaba, hasta el punto de que hacia el 2300 a. C. la existencia de sistemas estructurados de fortines y de poblados de diverso nivel ha llevado a los investigadores (NOCETE y ARTEAGA) a pensar a en la existencia de un control estatal consolidado (MOLINA y CÁMARA 2002).

Hacia el cambio del milenio III al II a. C., tuvo lugar el comienzo de una crisis como resultado de la sobreexplotación de la periferia y los intereses de la aristocracia. “Las fortificaciones más características de estos grandes poblados del Bajo Guadalquivir y de Extremadura son fosos o zanjas y empalizadas, cuyo mejor ejemplo se encuentra en Valencina de la Concepción (Sevilla) con fosos de 4 m de ancho y 7 de profundidad” (MOLINA y CÁMARA 2002: 148).

Por último, pero no menos importante, en la zona de Huelva se desarrollaron durante el III Milenio a. C. procesos de concentración poblacional. Las excavaciones de Cabezo Juré demuestran el alto grado de importancia de la minería del cobre y de la piedra, ya que se convertiría en punto de comercialización, una zona desde donde se distribuirían estos productos hacia los lugares centrales del Bajo Guadalquivir y de Extremadura. Las prospecciones realizadas en la zona onubenses han proporcionado evidencias sobre los comienzos de la sedentarización del poblamiento en esta región. Además, se ha puesto en entredicho el modelo de las poblaciones pastoriles trashumantes asociadas al Megalitismo.

ORGANIZACIÓN TERRITORIAL Y MODELOS DE DESARROLLO SOCIAL Y ECONÓMICO PARA EL NEOLÍTICO RECIENTE Y EL CALCOLÍTICO

Durante el Calcolítico se dieron una serie de cambios sociales substanciales en la zona del Alto Guadalquivir, en concreto, los procesos de jerarquización social. Tradicionalmente, las investigaciones realizadas han puesto en relación estas transformaciones sociales, consolidadas en la península Ibérica durante el III Milenio a. C. (MOLINA y CÁMARA 2002), con el desarrollo de la metalurgia del cobre. Sin embargo, a finales del siglo XX, se han realizado nuevas hipótesis que contextualizan los cambios sociales, tecnológicos y económicos que se dieron entre los milenios V y III a. C., “resultantes de procesos de evolución interna que experimentaron las poblaciones indígenas de Andalucía y Portugal” (MOLINA y CÁMARA 2002: 140). Se han de tener en cuenta, por un lado, el papel de la irrigación y del policultivo en el desarrollo social, aunque pudo haber sido este hecho solamente, por lo que se ha de tener en cuenta otro concepto: la importancia del desarrollo de la metalurgia en el desarrollo social, sobre todo en el mundo argárico de la Edad del Bronce (MOLINA y CÁMARA 2002). Sin embargo, este hecho aislado tampoco pudo ser la única razón para la aparición de la desigualdad social. Estas desigualdades pudieron aparecer derivadas de las dos motivaciones expuestas anteriormente, ya que, en el caso de la agricultura, la desigualdad tendría su origen en el difícil acceso a la propiedad de la tierra y en el contrato de la fuerza de trabajo; en el segundo caso, la metalurgia jugaría un papel más simbólico, en tanto que sería una característica del poder como bien de prestigio, y en el caso de las armas, como símbolo de pertenencia a una comunidad.

Los procesos de diferenciación social comenzados durante el Neolítico, tuvieron su raíz en el progresivo cambio de vida, mediante la sedentarización, la adopción de la agricultura, en el ordenamiento de la estructura social, la justificación de la dominación por parte de determinados grupos, la diferenciación excusada en la edad y el sexo, y el acceso restringido a la propiedad comunal (MARTÍNEZ y AFONSO 2003). El proceso de evolución de las sociedades prehistóricas en el sur de la Península Ibérica vendría marcado tanto por el refuerzo en las relaciones de producción, y a ciertos niveles, por fenómenos de asimilación cultural/social de otras comunidades, o, al contrario, en oposición a ellas.

La concentración de la población y la localización de los asentamientos estables comenzaría en lugares ya conocidos tanto para pastos y tierras cultivables, de temporalidad corta, ligadas a dichas actividades. Constituirían lugares estratégicos que con el tiempo ganarían murallas, y otras construcciones defensivas, las cuales se evidencian la constante jerarquización social y las manifestaciones conflictivas entre distintos grupos humanos. En un primer momento estas estructuras defensivas pudieron estar relacionadas con el control de los rebaños (MARTÍNEZ y AFONSO 2003), pero a la vez, la relación de los conflictos internos y progresiva jerarquización social, se ha de tener en cuenta a la hora de aproximarse a estas estructuras.

En la zona de las campiñas y el Guadalquivir, la sedentarización plena, los poblados permanentes vienen determinados por el espacio, el territorio: primero, la gran extensión y la consiguiente ordenación del espacio. Las primeras estructuras que aparecieron fueron denominadas “silos”, fosas excavadas en el suelo, con gran variedad de formas y funciones, (MARTÍNEZ y AFONSO 2003) y que en la bibliografía tradicional llegó a englobar a toda una “cultura arqueológica” en la zona de la cuenca del Guadalquivir.

El acceso a los medios de producción era eminentemente comunitario, así como la distribución de lo producido en las sociedades de la Edad del Cobre, se vio destruido por la acumulación de riqueza por parte de determinados sectores de la población. Dicho proceso comenzaría a través de propiedad de determinadas especies de ganado, como el vacuno, (MARTÍNEZ y AFONSO 2003) control sobre productos elaborados en materias primas, el control de mano de obra (personas consideradas de clases inferiores).

Este tema lleva otro de los cambios importantes a nivel social a finales del Neolítico, que en sí mismo es una consecuencia del creciente control sobre los recursos (ganado), es decir, los individuos que poseían dicho control tendrían más acceso a las mujeres, dejando a otros hombres con menos o ninguna mujer. Por lo tanto, determinadas familias comenzarían a hacerse más numerosas y ricas en detrimento de las demás, creando linajes y lazos familiares fuertes (MARTÍNEZ y AFONSO 2003). Esto llevaría hacia la construcción de otro sistema social, familiar, de carácter monogámico y restringido que se mantendría hasta y se mantendría durante todo el período de El Argar; los cabezas de familia terminarían por tomar y copar los puestos de poder, de representación social, siendo éstas finalmente, de carácter hereditario, y consecuentemente, fortaleciendo los linajes dentro del grupo social de manera continuada.

Por ejemplo, en Los Millares estos profundos cambios podrían haberse dado hacia la segunda mitad del III Milenio a. C., según los registros arqueológicos, y en aquellos lugares de la Península Ibérica en los que se han hallado estructuras defensivas, y funerarias de tipología tholos.

Sin embargo, este proceso que se lleva a cabo durante el Neolítico Reciente en la zona oriental de Andalucía, no llegará a finalizar hasta la Edad del Bronce Final (MARTÍNEZ y AFONSO 2003).

LOS SISTEMAS DE CIERRE EN LOS POBLADOS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA DURANTE LA PREHISTORIA RECIENTE

Las primeras referencias que se tienen sobre los depósitos o zanjas aparecen en el siglo XIX, bajo la denominación de silos o pequeños pozos excavados, de la mano de George Edward Bonsor, que hubo trabajado en los yacimientos de Acebuchal y Campo Real, ambos en Carmona (Sevilla).

El término “Cultura de los Silos” sería dado un siglo después por el historiador sevillano Antonio Collantes de Terán, bajo el cual asimilaba “un pueblo neo-eneolítico de agricultores que, establecidos en cabezos de poca altura y próximos a cursos de agua, construirían estos silos con forma de campana en el substrato rocoso sobre el que se asentaban” (MÁRQUEZ 2001: 208).

En 1980, Carriazo Arroquia añadiría a esta “tesis” que los pozos serían la prueba de la relevancia de la agricultura cerealista en la vega de río Corbonés, (MÁRQUEZ 2001) que habrían sido creados por la necesidad de sustitución de contenedores de menor capacidad, semejantes a los de cerámica o cestería, por contenedores de mayor capacidad para el almacenamiento del cereal excedente; hecho que sólo se daría en ciertos yacimientos desde los que partiría el comercio hacia la región siguiendo el curso del río (Fig. 2).

Fig. 2. Cuenca hidrográfica del río Guadalquivir (Geografía de Andalucía, 2007)

Esta denominación caló hondo en los modelos explicativos de la Prehistoria en el sur peninsular, junto con otras entidades del pasado siglo como “la Cultura de las Cuevas” o la del “Horizonte Millares” (MÁRQUEZ 2001), todas constituidas como las principales síntesis de la región a la que hacía referencia, cubriendo la gran cantidad de yacimientos de similares características que se descubrieron en aquel momento. De hecho, en algunos de estos yacimientos se documentaron zanjas perimetrales con sección en “U” o “V”, en cuyos interiores aparecían de manera abundante estos “silos” (MÁRQUEZ 2001). Aunque en un principio, solo se le adscribía a la provincia de Sevilla y sus provincias colindantes, conforme fueron aflorando nuevos yacimientos, la circunscripción geográfica fue ampliándose, llegando al sur de Portugal, Huelva y el Bajo Guadalquivir, el norte del río Tajo, y toda la cuenca del río Guadalquivir. Se llegó a la consideración de que esta “cultura” tenía como principales características: un patrón de asentamiento similar, buscando zonas llanas y cercanas a las riberas de los ríos, inhumaciones en los silos y una economía agrícola (MÁRQUEZ 2001).

Sin embargo, con la aparición de yacimientos como el Polideportivo de Martos (Jaén) o Valencina de la Concepción (Sevilla), se comenzó a hablar de una concentración de la población temprana en el tiempo, ya en el IV Milenio cal. a. C. por los investigadores Lizcano (1991-1992) y Nocete (2001), que les dotarán de gran importancia ya que serán el núcleo en el proceso de formación de la dinámica centro – periferia durante el III Milenio cal a. C. en el Valle del Guadalquivir. No obstante, han seguido considerando esto poblados como áreas de acumulación productiva agrícola, con el fin de comerciar/intercambiar.

Las fortificaciones características de la Edad del Cobre peninsular se encuadran entre los primeros sistemas defensivos del Mediterráneo Occidental. Dichos sistemas se remontan en el tiempo hasta el Neolítico antiguo, cuyos mejores ejemplos son los poblados rodeados de fosos de la llanura del Tavoliere (Apulia, Italia) o las fortificaciones de piedra en Sicilia, y los recintos amurallados del sur de Francia y de Cerdeña (MOLINA y CÁMARA 2002).

Estas construcciones, zanjas, pozos, y estructuras se han hallado en muchas de las zonas de la Europa Occidental durante el Neolítico, con características similares y casi idénticas en algunos casos a las que se han encontrado en el sur de la Península Ibérica (MÁRQUEZ 2000). En su mayoría aparecen por la zona atlántica del continente europeo, siendo el sur de Escandinavia, las Islas Británicas y la zona oeste de Francia, las más llamativas (MÁRQUEZ 2001). Los autores a favor de esta hipótesis (como J.E. MÁRQUEZ) señalan algunas de las similitudes como: la morfología del yacimiento, de recintos de grandes dimensiones, con plantas circulares, con perímetros delimitados por zanjas, continuas o discontinuas, con secciones en “U” o en “V”; en algunos casos, las trincheras concéntricas tienen tendencia a repetirse. La ubicación es otra de las similitudes ya que la gran mayoría están situados en lugares como colinas suaves, riberas de ríos, entradas y fondos de valles, etc. es decir, tierras fértiles, para facilitar el trabajo agrícola y ganadero (espacios amplios de pastos para los rebaños). Así mismo, los solapamientos de las trincheras, fondos y pozos suelen obedecer a procesos de reestructuración o reocupación de los espacios. Siguiendo con este tema, la deposición de los rellenos parece ajustarse, según autores como Bradley, a comportamientos normalizados y estereotipados incluso, lo que lleva a rechazar su función como basureo (Fig. 3).

Fig. 3. Sección oeste del Foso 4 en el sector 69 de la Ciudad de la Justicia (Marroquíes Bajos, Jaén) (Aranda et al. 2016)

Los diferentes tipos de estructuras subterráneas en el Sur de la Península Ibérica

En principio, y con el fin de evitar confusiones, se han de diferenciar varios conceptos; esta primera diferenciación está realizada en base a J. E. MÁRQUEZ (2001).

La denominación de “enclosures” se les da cuando las estructuras dejan de aparecer asociadas con hábitats humanos permanentes (MÁRQUEZ 2001), un fenómeno que se produce en el IV Milenio cal a. C. y el III Milenio cal a. C. tanto en el Occidente europeo como en la zona sur de la Península Ibérica.

En cuanto a las denominadas zanjas y trincheras: Suelen excavarse en margas del terciario, de morfología irregular, con divergencias tanto en anchura como en profundidad; estas desigualdades se pueden dar dentro de un mismo yacimiento, y en comparación con otros. Como ya se ha apuntado anteriormente, las secciones son en forma de “U” o “V”.

Las funciones de estas trincheras han sido largamente discutidas, interpretadas con distintas hipótesis, pero sin llegar a una concusión unánime. Las lecturas han ido desde fosos defensivos, sistemas de drenaje, abrevaderos para el ganado, sistemas de canalización de aguas o regadío, depósitos de agua, zanjas para cazar, rediles o refugio del ganado, etc. (MÁRQUEZ 2001). En un principio, sólo en el caso del Polideportivo de Martos se añade el planteamiento ideológico que podrían tener estas estructuras y del que se hablará más adelante. En cuanto al relleno de las estas trincheras, la acción vendría condicionada por la pérdida de la función primaria de estas trincheras (defensiva) (ARTEAGA 1999), e intencionalmente se rellenan con “desechos”.

Para J. E. MÁRQUEZ (2001), los pozos aparecen tanto en el interior de los límites del poblado, o de forma aislada, se encuentran en grandes cantidades, de planta circular y la diferenciación de los silos sería la sección, mientras que en los silos sería acampanada, la de los pozos serían rectas. En un principio, se consideró que su funcionalidad respondía al almacenamiento de grano, sin embargo, ante la falta de restos que lo respalden, la hipótesis ha sido desechada por algunos investigadores como Cámara y Lizcano (1996) o Márquez (2000), a pesar de ello, otros han intentado dar una explicación a la ausencia de restos de cereal, de manera que una vez perdida su “función principal” de almacenamiento, fueron utilizados para enterramientos o basureros (MÁRQUEZ 2001). Tan sólo en determinados momentos se ha intentado dar una lectura ritual, una particularidad simbólica (LIZCANO et al. 1991-1992), que se ha perdido en el tiempo; aun así, posiblemente tuvieran un conjunto de creencias, que tal vez pudieran explicar este fenómeno, y su creación estuviera condicionada por, además de la funcionalidad, un valor simbólico o ritual.

Al igual que se ha hecho con las trincheras, en los pozos se ha de tener en cuenta el contenido, la deposición intencionada. Para Márquez, la presencia de una “normalización evidente” de los depósitos hace descartar la consideración de que sean basureros. Los restos más frecuentes encontrados en estos pozos (tanto en la Península Ibérica como en el resto de Europa) los constituyen restos óseos de animales, en su mayoría, bóvidos y suidos; un ejemplo a destacar en este sentido es el Polideportivo de Martos, donde los restos óseos más abundantes son ovicápridos (CÁMARA y LIZCANO 1996), que más adelante se volverán a mencionar.

Por último, los “fondos” también aparecen frecuentemente, interpretándose como cimientos o base de hábitats humanos (MÁRQUEZ 2000). Estos fondos se consideran, normalmente, los que constituyen las evidencias de construcciones en el interior de los recintos delimitados por trincheras.

Los yacimientos “negativos”, recintos de fosos y campos de hoyos, tienen un desarrollo formativo específico que es distintivo. Tanto el asentamiento como el abandono de estos lugares, marcados por la estacionalidad, propios de gran parte de las poblaciones de la Prehistoria reciente en Europa occidental, revelan la fundación, el uso, y el abandono de estos lugares, quedando expuestos en los rellenos de estructuras negativas (MÁRQUEZ et al. 2013). Para gran parte de los investigadores, el relleno o colmatación de estos fosos, evidencia que, en un primer momento de este fenómeno, es consecuencia de una actividad antrópica, por lo tanto, se tiene gran interés en plantear los ritmos a los que se produjo el proceso, la simultaneidad de las estructuras, los solapamientos y recortes (MÁRQUEZ et al. 2013). Todo ello aporta información necesaria para aproximarse a la temporalidad del lugar, así como de la manera en la que se produjo la secuencia de colmatación, y dar una interpretación de la intencionalidad.

Control y apropiación de los recursos. Origen de la agregación social y la vinculación con las zanjas

Para estudiar el origen del proceso de jerarquización social es necesario tener en cuenta dos aspectos fundamentales: por un lado, la importancia de la producción social concreta y favoreciendo la consiguiente acumulación desigual; y, por otro lado, la importancia del ritual en la reproducción social. La apropiación del ganado es una forma de acumulación rápida y permanente de medios de producción, la cual, en principio, puede ser independiente del control real de fuerza de trabajo, un proceso que pudo darse en todas las sociedades de clase. El ganado exige un soporte físico para su movimiento y para su alimentación, de forma que aparece la necesita de la apropiación de la tierra, tanto para el control de las rutas comerciales como para el pastoreo (LIZCANO y CÁMARA 2004). Es decir, la movilidad de los rebaños está ligada de manera inherente al territorio, lo que crea una necesidad de controlar dichas tierras. La tierra es a la vez soporte, base de todo sistema económico agrario y, también, medio de producción. (LIZCANO y CÁMARA 1997). Así, gracias al crecimiento de los rebaños, sin restricciones al acceso a la tierra comunitaria, sin un reparto real de ella, se producirían inevitablemente, diferencias de acumulación que serían utilizadas en la vinculación de unos individuos a toros, a través de fiestas, rituales, etc. “Este procedimiento consolida el dominio de la fuerza de trabajo dependiente y crea las primeras formas reales de tributo clasista” (LIZCANO y CÁMARA 2004: 233).

El proceso de la agregación social es consecuencia por la competencia territorial y la oposición entre comunidades que deriva del proceso anterior, puesto que, una vez que el progreso de formación y agregación habían finalizado en cada área, las comunidades moraban en poblados estables, (que originariamente habrían sido anteriormente lugares de concentraciones periódicas y establecidas por distintos grupos) desde los que se irían construyendo las bases políticas y simbólicas para la unión. De esta manera, el territorio podría ser mejor controlado y delimitada, por decirlo así, mediante las mismas aldeas u obras megalíticas que remitían a la vez, a la propiedad del territorio y a la esfera sagrada del paisaje (CÁMARA 1998; LIZCANO y CÁMARA 2004). Muchos de los fenómenos sociales que nos muestran, e impulsan, los inicios de la jerarquización pueden encontrar sus raíces en momentos bastante anteriores, al menos desde que empiezan a consolidarse los grandes poblados conocidos tradicionalmente en la bibliografía como “Campos de Silos”, y uno de cuyos representantes es el Polideportivo de Martos. La agregación será así el resultado de los procesos esbozados, culminando la transformación social del mundo comuno -parental hacia las primeras formaciones estatales con un claro componente territorial (LIZCANO y CÁMARA 2004).

Las focalizaciones de las presiones estarían dirigidas hacia el interior, hecho que, junto con la acumulación de la producción crearían un proceso de explotación de la fuerza de trabajo interna cada vez más interna, derivando en la justificación por parte del poder a la defensa, de la población y medios de producción, a través de las fortificaciones. (LIZCANO y CÁMARA 2004). Por lo tanto, las fortificaciones tendrían una explicación defensiva en dos direcciones: hacia el interior, para controlar a la población y proteger la acumulación de productos y de tierras; y hacia el exterior, siendo más bien un elemento disuasorio.

Las zanjas definen la estabilidad de la población al convertirse en referente permanente para los grupos humanos que periódicamente separados por cuestiones de estrategia económica, y sobre todo para aquellos recientemente unidos, a los que las zanjas sirven también de límite interno. Si en un principio pudieron servir como límites simbólicos de la nueva comunidad, además de poder haber actuado como elementos de diferenciación disuasorio-defensiva con respecto a otras comunidades, pronto debieron adquirir el papel de santificador de la tierra sugerido en el párrafo anterior, a medida que ésta se convertía en medio de producción y cuando, rápidamente también se aceleraba la diferenciación social. (LIZCANO y CÁMARA 2004). Sobre todo, cuando en la tierra, a través de los enterramientos, habían quedado incluidos miembros de la comunidad (en principio como representantes de toda ella) y cuando el mito, empezando a desarrollar sus funciones, llevara estos fenómenos a los más remotos orígenes. El papel de las estructuras sería más de oposición al exterior, disuasión, amenaza, y cohesión al interior que el exponente de un peligro real de destrucción, aunque éste sí existiría con respecto a los productos acumulables, especialmente los rebaños que se controlarían por la fosa y la cerca (CÁMARA y LIZCANO 1996).

Drenajes: Zanjas y Fosos en las cuencas Alta y Baja del Guadalquivir

La hipótesis de la función de fortificación en momentos determinados de la Prehistoria en la Península Ibérica va siendo cada vez más aceptada por los investigadores, de hecho, para no hacer suposiciones respecto a su función suelen utilizar el término genérico “zanjas” (el cual ha sido también utilizado en este trabajo en numerosas ocasiones). Entrarían en esta categoría varias hipótesis, como, por ejemplo, la consideración de estas zanjas como estructuras hidráulicas, tanto de drenaje como de regadío (CÁMARA et al. 2011).

En primer lugar, las funciones de drenaje en yacimientos tan colosales como el de Valencina de la Concepción (Sevilla), entre otros, no serían necesarias, y más cuando el trazado paralelo a las curvas de nivel (como también hay en Marroquíes) no sería lo adecuado para la evacuación, sino más bien, adecuado para su retención y mantenimiento en los fosos; con ello, haría los fosos más infranqueables al exterior. Siguiendo en la misma línea, las formas irregulares y tramos discontinuos de los trazados (en algunos casos, dobles) delatan la intención de los habitantes de complicar lo más posible el acceso (PÉREZ y CÁMARA 1999). En Marroquíes Bajos, por ejemplo, a pesar del estado en el que dejaron las máquinas el yacimiento, se puede ver el escalonamiento de los fosos, la evolución de fosos, y obviamente, la aparición progresiva de las murallas (PÉREZ y CÁMARA 1999), además de poder apreciar varios momentos de derrumbe y posterior reconstrucción. En algunos casos, estas líneas de defensa tienen refuerzos como torres/bastiones como se han documentado, por ejemplo, en yacimientos portugueses como Santa Victória (CÁMARA et al. 2011); o defensas más especiales como puertas (estructuras en tenaza) como, por ejemplo, las de Perdigoes.

Siguiendo esta línea, otra de los planteamientos a desmontar es la de la problemática de defensa cuando las puertas entre los distintos recintos no están alineadas. De hecho, esto obligaría al enemigo a circular entre los recintos como si de una ratonera se tratara, en búsqueda de la siguiente puerta, retrasando al enemigo y dejándolo expuesto. Por añadidura, existe otro problema, éste de orden metodológico, y es que es prácticamente imposible conservar o integrar elementos de las fortificaciones y así como de las estructuras de habitación más duraderas (PÉREZ y CÁMARA 1999). De hecho, en muchas ocasiones, la falta de muros o empalizadas depende de las condiciones en las que se haya llevado a cabo la excavación, y de su posterior conservación (CÁMARA et al. 2011).

Todo ello termina resultando en una visión sesgada de las excavaciones, y la consecuente imposibilidad de realizar una reconstrucción o aproximación general. En el caso específico de Marroquíes Bajos, que ayude a subsanar la pérdida del patrimonio arqueológico la ciudad de Jaén. Y no solamente por esta razón, sino que, esta visión sesgada no ayuda a la hora de desarrollar de manera más amplia la teoría de autores como Nocete , Criado, Cámara y Molina, consistente en que las fortificaciones no solo tienen un carácter defensivo hacia el exterior, sino que, a la vez, se dirige hacia el interior con la finalidad de dar cohesión y estabilidad al grupo, puesto que lo han relacionado con los inicios de la sedentarización y la consecuente jerarquización social (PÉREZ y CÁMARA 1999). Estas fortificaciones tendrían la función simbólica de exhibición del poder, al igual que las tumbas tendrían así mismo, la función de delimitar el territorio y su propiedad (CÁMARA 1998), en un momento posterior, aumentando la diferenciación en el interior de la sociedad, presionando a los que trabajaban para la jerarquía mediante tributos; y hacia el exterior, mediante la disuasión, y en algunos casos, la conquista (PÉREZ y CÁMARA 1999). En el caso de Marroquíes Bajos, el rechazo a las hipótesis de drenaje está bastante claras. En primer lugar, debido lo complicado de su edificación, que exige un esfuerzo considerable para construir zanjas de hasta 4 m de anchura y 7 m de profundidad (LIZCANO et al. 2004). Segundo, las modificaciones tanto en el trazado como en la anchura, las reestructuraciones, evidencian que la importancia de que la zanja fuera infranqueable primaba sobre cualquier otra cosa, debido al alcance de determinados niveles de profundidad y anchura. Tercero, debido a la irregularidad de los trazados y su marcada discontinuidad, complicando el acceso; de hecho, como ya se ha mencionado anteriormente, este tipo de zanjas, trincheras se han encontrado en numerosos asentamientos neolíticos de Europa, incluso en algunos casos, de torres y bastiones (LIZCANO et al. 2004), que se podrían comparar con los del yacimiento de Los Millares (Almería), y que en también se han documentado en Marroquíes.

Otra de las razones para rechazar la teoría de zanjas de drenaje está directamente relacionada con la tierra en las que están excavadas. Se ha de tener siempre en cuenta que muchos de estos terrenos, a determinadas profundidades, tienen una alta permeabilidad. Dicho lo cual, en algunas ocasiones terminarían por facilitar la concentración de aguas, hasta su filtración, más que facilitando su evacuación y salida, haciéndolas así todavía más infranqueables (CÁMARA 2001; LIZCANO et al. 2014). Otra razón para el rechazo de las propuestas sobre el drenaje se encuentra en lo poco práctico de una obra de drenaje realizada en circuitos concéntricos, aunque si bien en algunos casos fuera requerida debido a la topografía del lugar, también es cierto que estas formas tenderían a mantener el agua, y no a drenarla.

Si su finalidad hubiera sido para el drenaje, la razón por la que dejaron de ser necesarias y fueron rellenadas (intencionalmente) no tendría mucho sentido. Además, en muchos casos, fueron abandonadas, y en otros, se construyeron cabañas sobre los rellenos. Habría cierta lógica en el cegamiento de estas fosas/trincheras una vez que su función delimitadora-militar hubiera finalizado, pero al mismo tiempo, porque dicha función siguiera vigente y fueran necesarias otras estructuras defensivas, como muros o empalizadas, tal y como ocurre en el caso de Marroquíes Bajos (PÉREZ y CÁMARA 1999; LIZCANO et al. 2004).

Por lo tanto, estas estructuras de fortificación se han de poner en relación con la aparición de las luchas sociales y la consecuente necesidad por parte de las clases dominantes de reafirmación de su posición y la cohesión de la comunidad (LIZCANO et al. 2004).

Carga simbólica, reuniones, fiestas y “basureros”

Una de las hipótesis más fuertes para la función de los fosos ha sido, además de la del drenaje, la interpretación de estos recintos con una fuerte carga simbólica. Determinados investigadores como MÁRQUEZ (2007), que ya se han mencionado anteriormente, y de hecho se ha visto su punto de vista, han considerado estos lugares con fines de reunión y lúdicos, donde se celebraban fiestas; de hecho, tal y como se han mencionado en párrafos anteriores, se ha utilizado esta línea de investigación para ponerla en comparación con otros recintos de Europa de características similares. Incluso, se han comparado la deposición de los desechos de estas reuniones en las zanjas y fosos situadas en el perímetro del poblado, y en las que localizadas en el interior. Esta teoría no tendría en cuenta en primer lugar, el carácter defensivo/disuasorio de estas estructuras, sino que tampoco tendría en cuenta la gran variedad de circunstancias y escenarios que pudieron tener lugar, como, por ejemplo, la integración de los rituales dentro del ámbito doméstico (lo que no niega, como se ha reiterado en varias ocasiones, el carácter defensivo) (CÁMARA et al. 2011).

En este sentido, hay que resaltar que no todos los rellenos de fosos se realizaban al mismo tiempo, por ejemplo, en el caso de Martos, no estuvieron todos los anillos concéntricos activos a la vez como algunos investigadores han propuesto (Zafra, Valera), ya que en el relleno estratigráfico pueden verse momentos distintos. Por ejemplo, el cegamiento de un tramo por la necesidad de espacio puesto que el poblado ha crecido, por lo tanto, es cuanto menos difícil imaginar que la estructuras pudieran tener algún tipo de carácter simbólico. A lo que habría que añadir que, “en estos casos de abandono de ciertas áreas, estarían en relación a enterramientos de individuos y a animales, y también a desechos de los fosos” (CÁMARA et al. 2011: 67). Por último, pero no por ello menos básico, queda la pregunta de que, si todos estos complejos estructurales hallados en yacimientos tuvieran un carácter meramente ritual, ¿dónde viviría la población? Obviar completamente el carácter doméstico de estos restos (rasgo que también aparece en los yacimientos europeos que se han querido poner como ejemplo), resta sustento a la hipótesis de la ritualidad.

Procesos de agregación y disgregación

Una de las teorías más recientes en cuanto a la interpretación de estos yacimientos se centraría en la organización urbanística como resultado de la evolución en los procesos de agregación y disgregación de la población. Esta hipótesis dejaría un poco de lado la parte simbólica de las anteriores teorías, para considerar las zanjas como simples delimitadores del poblado, cuya función es la cierre y marcación del hábitat interior. Si bien es cierto que en estos poblados una indudable evolución urbanística, y que hay planteamientos por parte de investigadores para arrojar luz sobre el tema, no quita que, el estudio de una población como un ente aislado, que estuviera focalizado meramente en el crecimiento de la población, mantenimiento y, finalmente, en el abandono del poblado, manteniendo la secuencia de agregación/disgregación (DIAZ DEL RIO 2004) sea no del todo fiable ya que lanzarían resultados poco sólidos a la hora de concretar la cronología (CÁMARA et al. 2011).

LOS FOSOS: LÍNEAS DE FORTIFICACIÓN. LA CONTEXTUALIZACIÓN DE SU APARICIÓN EN EL SUR DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Las dimensiones de estas áreas envuelven zonas muy amplias, de hábitat disperso, con la finalidad de circundar también los pastos para los rebaños, y los espacios de explotación agraria (CÁMARA et al. 2011). A tenor de esto, podría decirse que lo que significa el límite de los recintos es la propiedad y protección del territorio. A partir de la segunda mitad del III Milenio cal a. C. (MOLINA y CÁMARA 2010) hay un pico en la aparición de fortines que tienen la finalidad de proteger, tal y como se ha mencionado antes, las áreas de explotación agraria y los pastos para los rebaños, es decir, la función defensiva y de control político-social de los medios de producción y de la fuerza de trabajo (CÁMARA et al. 2011).

Las fortificaciones tendrían más que nada una finalidad defensiva, pero sobre todo disuasoria hacia el exterior, y el control se ejercería mediante dichas construcciones, fosos y cercas, y murallas. El levantamiento de estas estructuras fue inmediatamente anterior al desarrollo de la jerarquización social (tema que se tratará más adelante en este trabajo) y la aparición de las primeras clases sociales, de manera que tendrían una función hacia el interior, cuando tiene lugar la sedentarización plena y se hace necesario mantener la cohesión del grupo. Esto se tendría su traducción en la definición de los límites del poblado y sus recursos, mediante estas estructuras, creando la identificación de grupo social unido frente al exterior (centro-periferia) (CÁMARA et al. 2011). Con el tiempo, y la progresiva jerarquización social y aparición de clases que tenían control sobre la fuerza de trabajo y los medios de producción, tuvieron una nueva justificación, también ideológica para separar la élite del resto del poblado (acrópolis- pueblo).

Junto con los estudios de los patrones de asentamiento, los estudios del material mueble, se han de poner en conjunto con el diseño, y, con los materiales usados para la construcción de estas estructuras, si bien es cierto que tienen una menor importancia, pueden dar datos complementarios a la hora de interpretar estas construcciones. La mayoría están realizadas en piedra, combinada con madera, teniendo en cuenta que muchas veces la elección del material vendría condicionada por los recursos disponibles (CÁMARA et al. 2011).

A la hora de realizar las dataciones de los fosos, se ha de considerar el alto grado de dificultad que presentan, y que quizá el método no sea es más ideal, ya que se utilizan los rellenos, y las condiciones en las que se formaron pueden ser múltiples, y se pueden dar en un amplio período de tiempo. Incluso en los rellenos iniciales podrían proceder bien de arrastres o bien, de deposiciones intencionales que en ocasiones aparecen mezclados con materiales de distintos momentos, incluidos los de momentos anteriores a la construcción de los fosos.

Volviendo la vista hacia los materiales constructivos, se ha de considerar que la madera es más inflamable y que, las de piedra en ese sentido serían más efectivas a la hora de la defensa del poblado, aunque, muchas de ellas sólo contienen piedra en su zócalo, mientras que la madera y el adobe serían utilizados en los alzados (CÁMARA et al. 2011) Existe aún un debate sobre el trazado sinuoso de muchos de los fosos neolíticos, ya que, algunos autores abogan por la explicación de que son una transcripción simbólica del territorio, mientras que otros, lo achacan a la adaptación a los bastiones-torres situados sobre la pared interna de los fosos (CÁMARA y MOLINA 2013), algunos incluso, los han relacionado con expresiones astronómicas, como Valera.

Finalmente, se ha de destacar que es a partir del III Milenio a. C. cuando comienzan a aparecer las fortificaciones en piedra en los poblados calcolíticos de cierta envergadura en el sur de la Península Ibérica, evidenciando que la elección de los materiales tendría una finalidad primordialmente funcional; “desde el momento en que su aparición como delimitación/oposición/disuasión/defensa con plena sedentarización condujo a un proceso ineludible de mejora, especialmente en los centros políticos, en su eficiencia funcional y su monumentalidad (eficacia ideológico-propagandístico-disuasoria)” (CÁMARA et al. 2011:71).

LAS FORTIFICACIONES CALCOLÍTICAS Y SU RELACIÓN CON LOS CONFLICTOS SOCIALES

En las primeras etapas del Neolítico (5400-4200/4000 cal a. C.), parecía que las cavernas habían cubierto las necesidades del hábitat, aunque probablemente también existirían asentamientos al aire libre, localizados en tierras cultivables, sin muchas evidencias halladas aún. No sería hasta la etapa final del Neolítico, 4200/4000-3200 cal a. C. cuando comenzarían a tomar importancia estos asentamientos al aire libre. Al comienzo de la Edad del Cobre, en el final del IV Milenio a. C. empezaron a aparecen asentamientos permanentes, sin embargo, estos tempranos poblados compartieron su existencia con asentamientos semipermanentes, y lugares de ocupación ocasional en un proceso de agregación social y, en un contexto cultural en el que la movilidad residencial y la logística requerida para ello se daban en muchas de estas comunidades (GARCÍA SANJUÁN et al. 2017) (Fig.4).

Fig. 4. Yacimientos arqueológicos con dataciones absolutas entre el 3.600 – 2.600 cal B.C (Soler 2013)

Queda constancia de la cantidad de asentamientos en el sur de la Península Ibérica durante el III Milenio a. C. con una gran variabilidad en los trazados y formas de los “poblados fortificados”, tanto es así, que también se les ha denominado “recintos amurallados”, o “recintos amurallados”; sin olvidar, los asentamientos en los que no se han hallado rastro de zanjas o murallas. El debate sobre la naturaleza de estas estructuras está lejos de terminar (GARCÍA SANJUÁN et al. 2017).

En las primeras dos décadas del siglo XXI, la investigación de este período de tiempo ha experimentado una notable agitación, desde la aparición en el siglo anterior de Los Millares, entendidos como asentamientos urbanos, a la aparición de lo que se han venido a denominar “megasitios” (GARCÍA SANJUÁN et al. 2017), yacimientos con una gran extensión espacial; esta denominación se le dio a Marroquíes Bajos, ya en 1999 por ZAFRA DE LA TORRE. El concepto hasta hace poco había estado alejado del foco del debate, sin embargo, en estos últimos años, autores como García Sanjuan han introducido en esta definición no solo los grandes yacimientos, tanto los que cubren docenas de hectáreas, como los que las exceden; y, además, de los recintos fortificados ya conocidos o “clásicos” calcolíticos, comprenden los del Neolítico, Edad del Bronce e, incluso, asentamientos de la Edad del Hierro (GARCÍA SANJUÁN et al. 2017).

Generalmente, se acepta que, aunque haya precedentes encontrados en la Edad del Cobre (3200-2200 cal. a. C) y la Edad del Bronce (2200-850 cal a. C.) que la consolidación total de la sedentarización en la Península Ibérica, no ocurrió hasta la Edad del Hierro (850-200 cal a. C.) (GARCÍA SANJUÁN et al. 2017).

Durante el siglo XX, el problemático tema del urbanismo en sur de la península Ibérica en la Edad del Cobre venía dado por el debate sobre los antecedentes de los asentamientos fortificados. A pesar de todo el debate, de las contribuciones de diversos investigadores, no ha habido hasta ahora, un debate en el que se aplique la noción de “urbanismo” como tal, referidos a asentamientos en el sur de Iberia en la Prehistoria Reciente (GARCÍA SANJUÁN et al. 2017).

En la Península Ibérica, las fortificaciones mejor conocidas y más estudiadas han sido las situadas en la zona sureste, tales como Los Millares, Cabezo del Plomo, Cerro de la Virgen, con modelos más complejos que en el resto de la península. En los últimos años han ido apareciendo hallazgos cada vez más importantes adscritos a esta tipología de recintos defensivos en el suroeste, como Cabezo de los Vientos; también en el noroeste (Castelo Velho) y en el Valle del Guadalquivir, cuyo ejemplo más representativo es Marroquíes Bajos (MOLINA y CÁMARA 2002). Así mismo, en el estuario del Tajo aparecen ejemplos como Vila Nova de Sao Pedro, Zambujal o Lecia. Todos ellos se sitúan en una horquilla cronológica en torno al 3400 cal. a. C. Sin embargo, gracias a los estudios de otro tipo de estructuras de fortificación, tales como los fosos y las empalizadas de madera en lugares como Huelva, Martos (Jaén), presentes desde el Neolítico Tardío, que han permitido atrasar la cronología hasta el 4000 cal. a. C. De este fenómeno de delimitación y cierre de los espacios habitados/almacenamiento, se puede inferir una confrontación tanto entre los asentamientos como en el interior de los mismos. A tenor de esto, y a pesar de que muchos investigadores pasan lo pasan por alto, el conflicto bélico no puede separarse de las disputas sociales que caracterizan el desarrollo de las sociedades jerárquicas, incluso cuando en el registro arqueológico sea difícil de interpretar. De hecho, el análisis de algunos indicadores para hablar de conflicto bélico, demuestra la poca atención que se le pone por parte de algunos investigadores (CÁMARA y MOLINA 2013). Tal y como se ha tratado en el anterior apartado, la valoración del papel de la guerra en el auge y caída de sociedades prehistóricas a partir de los datos revelados por el registro arqueológico han recibido un nuevo impulso gracias, sobre todo a la acumulación de datos, el cambio de paradigma teórico en el cual enmarcar estas teorías, y las críticas hacia este “pasado pacífico”.

Los conflictos no sólo se desarrollan en campos de batallas, sino que también las poblaciones civiles sufren las consecuencias (CÁMARA y MOLINA 2013), sin olvidar, que los conflictos se pueden dar también dentro de la misma sociedad, una lucha de clases, que aparece en las sociedades clasistas. Aunque con gran dificultad, la visibilidad del registro arqueológico en relación con las guerras en estas sociedades prehistóricas, se ha demostrado la importancia de conflictos armados en el desarrollo social, tanto entre comunidades distintas (violencia hacia el exterior) como dentro de las mismas (hacia el interior) (CÁMARA y MOLINA 2013); la paz viene impuesta desde las condiciones del vencedor último.

En determinados contextos, junto con los datos aportados por los registros arqueológicos están las fuentes escritas, lo cual por un lado hace muy difícil negar conflictos bélicos (CÁMARA y MOLINA 2013), aunque por regla general, estos actos violentos “sirven” para mantener un cierto nivel de control y sumisión de carácter interno mediante la coerción y el terror (CÁMARA y MOLINA 2013). Como ya se ha apuntado anteriormente, esta violencia viene muchas veces acompañada por la manipulación ideológica como una de las formas de disminuir a los dominados (en ocasiones con las matanzas rituales). En relación a lo anteriormente dicho, en el registro arqueológico los indicios sobre los conflictos bélicos se basan en los hallazgos de armas, tanto defensivas como ofensivas, así como fortificaciones con indicios (o no) de destrucción, heridas en los restos óseos, la identificación de los campos de batalla (aunque con un mayor grado de dificultad que el resto) y, por último, el análisis de los patrones de asentamiento y su evolución (CÁMARA y MOLINA 2013). En este sentido, las fuentes escritas pueden ser fundamentales a la hora de hallar estos lugares de conflicto, sin embargo, en muchas ocasiones se tendía a exagerar el carácter de los conflictos para justificar ciertos resultados y mantener a la población dócil, es decir, utilización de estrategias de “propaganda” y miedo.

En este apartado se han de tratar de nuevo los conflictos sociales ya que las fortificaciones son una de las expresiones más locuaces que puedan aparecer en el registro arqueológico (además de las armas). Uno de los problemas de las hipótesis que niegan el carácter de fortificación a los cierres de los poblados en el Calcolítico y el Neolítico Reciente en el sur de Iberia es que no se mantiene una mirada de conjunto, el desarrollo social, el grado de jerarquización social, centrándose el debate sobre las interpretaciones simbolistas de determinados cierres, contra el carácter defensivo/disuasorio/protector de éstos (CÁMARA y MOLINA 2013). Esto hace un debate estéril y desvía la atención sobre otros puntos más importantes, ya que, como se ha repetido varias veces en este trabajo, el carácter defensivo y el simbólico de las fortificaciones no son excluyentes, de hecho, las lecturas ideológicas acentuarían la relación con el control político y social mediante la cohesión interna (el “ellos” y “nosotros”) o por disuasión hacia los grupos del exterior.

En resumen, se ha de tener en mente en todo momento a la hora de investigar y estudiar, la necesidad de valorar la diversidad de los yacimientos ya que, por un lado, hay asentamientos que en una misma zona tienen funciones distintas, mientras que, en determinadas áreas de la península Ibérica, que las diferencias se encuentran en las mismas estructuras excavadas, es decir, en los fosos/zanjas (CÁMARA y MOLINA 2013).

En cualquier caso, se supone que las murallas forman parte de la defensa del asentamiento, y, por consiguiente, hay una expectación o reacción a la existencia de signos de violencia intergrupal. Las murallas tuvieron varios, y con seguridad, acumulativos significados durante los períodos de uso. En principio, la construcción misma de la fortificación, la acción presupone una preocupación grupal sobre la defensa, con el tiempo podrían perder su sentido militar y adquirir nuevas funciones, tales como la expresión del poder social y económico de la comunidad.

La mayoría de las investigaciones sobre la finalidad de construcción de estas estructuras han tenido varios aspectos en cuenta, especialmente atención a los signos de violencia en la localización y el diseño de los asentamientos: modelos de implantación, cronologías y discontinuidades de ocupación, arquitecturas defensivas y reconstrucciones y remodelaciones (GONÇALVES et al. 2013).

En los modelos de implantación, o patrones de asentamiento han de considerarse varios indicadores de defensa natural como la visibilidad, los obstáculos naturales, la protección que puede ofrecer el propio territorio y las rutas de comunicación y el resto de asentamientos contemporáneos.

La utilización de la palabra “arquitectura” se debe a la asunción de que existía un proyecto anterior a la construcción y que debía de tener determinados criterios en cuanto a la organización del espacio. Las principales expresiones defensivas de estas fortificaciones se expresaban en la organización de puertas y torres, sin embargo, realizar un plan completo para cada uno de los asentamientos está determinado por la profundización de los estudios arqueológicos (GONÇALVES et al. 2013). Como se ha mencionado anteriormente, la multiplicación de las líneas de defensa es una característica común en estos lugares, indicando la preocupación por la defensa y la evolución en las construcciones.

El acceso a estos lugares estaría controlado mediante puertas, por lo que se consideran de sus puntos más débiles, aunque a la vez tendrían una importante carga simbólica. Desde un punto de vista defensivo, las puertas necesitan de otras estructuras para asegurar la seguridad, tanto en el soporte, como en lo referente a la protección, intentando prevenir los ataques desde afuera (GONÇALVES et al. 2013). Las principales soluciones utilizadas (en algunos casos podrían llegar a ser acumulativas) eran puertas flanqueadas, controladas y tapadas; en concreto, las torres eran uno de las estructuras más utilizadas, han sido halladas en abundancia en los asentamientos fortificados en toda la región mediterránea En cualquier caso, se supone que las murallas forman parte de la defensa del asentamiento, y, por consiguiente, hay una expectación o reacción a la existencia de signos de violencia intergrupal. Las murallas tuvieron varios, y con seguridad, acumulativos significados durante los períodos de uso. En principio, la construcción misma de la fortificación, la acción presupone una preocupación grupal sobre la defensa, con el tiempo podrían perder su sentido militar y adquirir nuevas funciones, tales como la expresión del poder social y económico de la comunidad.

La mayoría de las investigaciones sobre la finalidad de construcción de estas estructuras han tenido varios aspectos en cuenta, especialmente atención a los signos de violencia en la localización y el diseño de los asentamientos: modelos de implantación, cronologías y discontinuidades de ocupación, arquitecturas defensivas y reconstrucciones y remodelaciones (GONÇALVES et al. 2013).

En los modelos de implantación, o patrones de asentamiento han de considerarse varios indicadores de defensa natural como la visibilidad, los obstáculos naturales, la protección que puede ofrecer el propio territorio y las rutas de comunicación y el resto de asentamientos contemporáneos.

La utilización de la palabra “arquitectura” se debe a la asunción de que existía un proyecto anterior a la construcción y que debía de tener determinados criterios en cuanto a la organización del espacio. Las principales expresiones defensivas de estas fortificaciones se expresaban en la organización de puertas y torres, sin embargo, realizar un plan completo para cada uno de los asentamientos está determinado por la profundización de los estudios arqueológicos (GONÇALVES et al. 2013). Como se ha mencionado anteriormente, la multiplicación de las líneas de defensa es una característica común en estos lugares, indicando la preocupación por la defensa y la evolución en las construcciones. El acceso a estos lugares estaría controlado mediante puertas, por lo que se consideran de sus puntos más débiles, aunque a la vez tendrían una importante carga simbólica. Desde un punto de vista defensivo, las puertas necesitan de otras estructuras para asegurar la seguridad, tanto en el soporte, como en lo referente a la protección, intentando prevenir los ataques desde afuera (GONÇALVES et al. 2013).

CONCLUSIONES

En el terreno de lo puramente metodológico, el debate sobre la manera de datar la temporalidad de los recintos de fosos, queda bastante claro, que por ahora la mejor solución es mediante una serie de dataciones radiocarbónicas y análisis bayesianos. Sin una metodología de fuerte base científica, las especulaciones, y los debates pueden tornarse infinitos, las interpretaciones, tan diversas como opiniones personales. Por lo tanto, en este ámbito, aún queda camino por recorrer. Además, un mejor conocimiento sobre la funcionalidad, la construcción, la cronología, materiales, etc, lleva a tener más claros los significados más “subjetivos”, es decir, la esfera de lo ritual o lo simbólico.

Bien es cierto que está sujeto a interpretaciones subjetivas, pero como he apuntado anteriormente, la importancia en la función de estas estructuras no resta valor al carácter simbólico o ritual que hubieran de tener. Quizá no sabremos exactamente cómo se llevaban a cabo los rituales, pero sí podemos inferir la intencionalidad, la finalidad; tampoco hay que caer hacia el otro lado, es decir, lo puramente simbólico, tampoco resta importancia a las funciones principales. Las investigaciones sobre este tipo de construcciones, sobre todo, los mega sitios, han de ir basadas tanto en lo puramente científico (un buen registro arqueológico, una serie de baterías de pruebas, estudios de los resultados, etc.) pero también en lo interpretativo, teniendo en cuenta que estamos interpretando el pasado desde nuestro presente, y por tanto, estamos proyectando nuestras nociones (personales) de cualquier ámbito del que hablemos, utilizando el lenguaje de hoy en día, así como la visión construida del pasado. En resumen, en este campo hay mucho terreno a la especulación, y a la visión propia de cada investigador, pero, creo que, mediante unas bases, y pruebas, más seguras y centradas, pueden descartarse determinadas hipótesis en lo referente a lo subjetivo, ahorrando tiempo en los debates, y quizás, acercándonos un poco más a la realidad de aquellas sociedades.

Por ejemplo, lugares de tanta envergadura como Valencina de la Concepción (Sevilla), serían imponentes visualmente tanto al interior como al exterior. La necesidad del ser humano de sentirse parte de algo, de pertenencia a un grupo, a un lugar, tendrían un fuerte impacto al mirar este lugar. Por ello, y aunque en un principio no estaba incluido en el trabajo inicial, se integró en los ejemplos de asentamientos, además teniendo un punto completo para tratarlo en profundidad.

La interpretación de los yacimientos calcolíticos entendidos como un todo, como un cambio radical en la vida humana (procesos de sedentarización), en un período determinado de tiempo, en cuanto a la gran cantidad de cambios que se dieron, y la profundidad de los mismos; se hace en ocasiones inabarcable, ya que muchas veces se intenta comprender desde un punto de vista lineal (“esto vino primero, esto después, etc”), y realmente, muchos de los cambios que se dieron, lo hicieron de manera simultánea, otros sí, vinieron derivados de otros cambios, hechos – implicaciones- consecuencias. Aun así, a la hora de realizar una línea en la que comprimir (no necesariamente ligada la temporalidad) todos los cambios a todos los niveles, su importancia y lo que ello implicaba, requiere demasiada simplificación y generalización. Mientras que a algunos niveles puede se pueden realizar ciertas teorías generales, para entender la complejidad de las sociedades prehistóricas en el sur de la Península Ibérica y sus expresiones, se ha de tratar cada caso en particular, de ahí que mi metodología de investigación haya sido el tomar como ejemplo varios yacimientos y tratar de analizarlos, en ambos niveles. Es en estos momentos cuando se comienzan a explotar varias características intrinsecas al ser humano, y es esencial tenerlas en cuenta a la hora de estudiar la finalidad y la carga simbólica que tendrían estos sistemas de fortificación. La delimitación del territorio (además de las razones económicas y productivas) es la apelación al sentimiento más humano de pertenencia a algo más, a algo que va más allá del individuo mismo. Son las primeras expresión del (intento) establecimiento del control de la entropía inherente a cualquier grupo humano, señalando que lo que hay dentro de los límites (delimitados por las murallas, las zanjas y fosos) es el orden, la protección, mientras que lo que hay fuera es el caos. [Se crea una animadversión por lo “desconocido”. Se toma conciencia de la explotación de este sentimiento, de cómo se pueden beneficiar de él determinadas personas y de cómo, mediante determinados mecanismos de control de diversa índole pueden seguir manteniendo el beneficio.

Para finalizar, la ordenación y el control viene dada por patrones (otra caracterísitcas ineherente al ser humano, nos regimos por patrones de conducta, de asentamiento, etc. nuestros ojos están preparados para ver patrones incluso cuando no los hay), y uno de los más básicos es el que viene delimitado por la naturaleza: el cíclico. El círculo, por lo tanto, que además es una forma muy atractiva, que tiene puntos a favor en cuanto a visualización del territorio, defensa, etc. es también la expresión perfecta de la naturaleza a la que los grupos prehistóricos estaban completamente ligados. Ya que su supervivencia dependía de ella. Por lo tanto, la repetición de esta forma vendría a ser una expresión de la percepción que estas sociedades tenían de la realidad: unos ciclos repetidos una y otra vez.

En lo concerniente al valor simbólico que se les podría atribuir, la repetición de la forma circular es algo que llama la atención, ya que, se manejan cambios profundos, en el que sobresale el comienzo de la sedentarización de los grupos humanos. Esto llevaría a un cambio de mentalidad, de ritmo de vida completamente distinto al anterior, un ciclo, diferente. De la observación de la naturaleza proviene la visión del sentido cíclico, las comunidades prehistóricas dependían totalmente de los ciclos naturales, por lo tanto, la repetición de la forma vendría a ser una metáfora de la percepción de la realidad, ciclos repetidos una y otra vez. La naturaleza humana tiende hacia los patrones, a la repetición de los mismos (tanto si se hace de manera consciente o no, aún está por ver), los ojos están entrenados para ver patrones incluso donde no los hay, la tendencia a la organización mediante determinados esquemas es un intento de eliminar la entropía inherente a cualquier forma de vida. El nivel de expansión, la repetición en distintos puntos geográficos lejanos da una idea lo global que son estos fenómenos. A la vez, el sentimiento de pertenencia, de comunidad es algo inherente a la naturaleza humana, por lo que cualquier tipo de práctica colectiva se convertiría en elemento vertebrador de dicha sociedad, dando identidad, y siendo las relaciones consanguíneas, las más importantes. Una de estas prácticas colectivas sería la construcción de estructuras (el trabajo colectivo) que identificaran al grupo, afianzando los vínculos sociales de los individuos de esa comunidad, frente a las demás, a lo que hay fuera (lo desconocido), es básicamente, la explotación del sentimiento de pertenencia a algo que va más allá de la persona misma.

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