POBLAMIENTO Y TERRITORIO EN EL SUROESTE DE LA PROVINCIA DE JAÉN EN ÉPOCA IBÉRICA

POBLAMIENTO Y TERRITORIO EN EL SUROESTE DE LA PROVINCIA DE JAÉN EN ÉPOCA IBÉRICA

Antonio Luis BONILLA MARTOS


Resumen
Entre el siglo VI y II a. de C., aproximadamente,  encontramos distribuidos entre las cuencas del río Víboras y del arroyo del Salado en la Sierra Sur de Jaén un elevado número de asentamientos que inicialmente parecen formar parte de  una entidad única; el territorio sobre el que se localizan constituye una zona neurálgica en la que convergen los límites que tradicionalmente se han venido atribuyendo a distintos pueblos de origen ibérico, polarizando de este modo la importancia de su carácter estratégico y fronterizo que ha tenido a lo largo de la historia.  

Palabras Claves
Oppidum, Falcata, Territorio, Poblamiento, Turdetanos.

Abstract
A large number of settlements have been found between the basin of the river Víboras and the stream of Salado in the Southern Mountains of Jaen; these settlements, dated approximately between the VI and II centuries b.C., seem to be part of a unique entity; the territory upon which they are located constitutes a key area where the limits, traditionally attributed to different villages of Iberian origin, converge, concentrating the importance of its strategic and border character through the history.

Key words
Oppidum, Falcata, Territory, Settlement, Turdetanos.


LOCALIZACIÓN

La zona objeto de estudio del presente trabajo se halla enclavada en pleno centro de la Sierra Sur, al suroeste de la provincia de Jaén, ocupando parte de los municipios de Martos (Las Casillas y La Carrasca) y Fuensanta. Está delimitada al norte por el arroyo Salado y al sur por el río Víboras. Su área de extensión ocupa unos 30 kms. cuadrados, marcando el paso de la campiña a la montaña, con unidades orográficas de pequeño y mediano tamaño, con alturas que oscilan entre los 500 y los 1200 metros de altitud, como las sierras de la Caracolera, la Grana o las sierras de Fuensanta, que definen el tipo de hábitat característico desde el siglo VI al II a. de C., con enclaves ubicados en cerros testigos con un marcado carácter estratégico, aunque si bien en época romana, cambiará la zona de asentamiento decantándose por suaves colinas localizadas en la falda media de los montes, buscando siempre la protección natural ante cualquier elemento exógeno y extraño.

Una de las características que ha definido este espacio territorial a lo largo de la historia ha sido su marcado carácter fronterizo. En época ibérica resulta difícil delimitar quiénes estuvieron asentados en estas tierras: turdetanos, bastetanos..., durante el Imperio Romano nos encontramos en el límite jurisdiccional del Conventus Astigitanus, y de lo que fue la provincia Baetica (FERNÁNDEZ GARCÍA et al.  2002:81), en tiempos de la reconquista fue frontera entre el Reino Nazarí (ESLAVA GALÁN 1989:198) y los dominios castellanos y en la actualidad se encuentra entre las provincias de Granada y Córdoba.






La red hidrográfica está compuesta por tres cuencas principales, de carácter permanente, el arroyo del Salado que desagua directamente al Guadalquivir, el río de la Virgen y el río Víboras, este último recibe tres denominaciones dependiendo del tramo al que se haga referencia, así en la parte de su nacimiento se le llama Susana, en la parte media del curso Grande y en su tramo final Víboras, yendo a desembocar en el Guadajoz. A estos ríos de carácter permanente habría que sumar las numerosas ramblas y arroyos, con un caudal irregular, que se forman principalmente en los meses en que se producen lluvias torrenciales que generan grandes avenidas de agua, produciendo en ocasiones inundaciones, que hicieron que en la antigüedad no se llevasen a cabo asentamientos en las zonas próximas a su cauce. La abundancia de fuentes y manantiales es un hecho a destacar especialmente en la zona de Fuensanta.

La mayor parte de estas tierras se formaron en el Secundario, mediante orogénesis en un medio marino, a lo largo de los períodos Triásico, Jurásico y Cretácico,  abundando los fósiles marinos como belemnites y anmonites. A finales del Terciario, en el Mioceno, hace unos diez millones de años, se produce la regresión de las aguas marinas aflorando las tierras que habían estado sumergidas. Durante el cuaternario, aún tendrá lugar la aparición de algunas tierras, concretamente las que rodean el actual núcleo de Fuensanta.



VEGETACIÓN ACTUAL

En relación con los factores medio ambientales es importante hacer hincapié en que la vegetación hace más de dos mil años diferiría notablemente de la que podemos ver en la actualidad, carente de bosque debido principalmente al pastoreo, la agricultura intensiva y la roturación de nuevas tierras para la plantación de olivos, habiendo quedado aquél relegado a pequeñas agrupaciones de chaparros, encinas y monte bajo diseminadas a lo largo de las zonas más elevadas. A diferencia, en épocas pasadas el bosque ocuparía la mayor parte de las tierras, como se pone de manifiesto en las citas de algunos autores que vamos a ver a continuación.

Manuel López Molina nos indica que "...en la centuria de 1500 a 1600, el olivo ocupa menos de una sexta parte de su término , y especies como el olmo, chaparro, quejigo, encina, y monte bajo cubrían más del 50% del paisaje marteño” (LÓPEZ MOLINA 1996). Del anterior párrafo, podemos deducir que si para todo el término de Martos, incluida Fuensanta en esta época, el bosque ocupa el 50%, este porcentaje se debía incrementar en el caso de Fuensanta, al ser la mayor parte de sus tierras de sierra, a diferencia de la mayor parte de las de Martos que son de llanura. Por otro lado, el porcentaje del que nos está hablando corresponde al siglo XVI, por lo que para  épocas anteriores éste se debería incrementar. Sabemos que Fuensanta, en 1789, poseía un número de hectáreas de monte en torno a las 822 (BARRAGÁN OLIVARES 1980), a la vez que Pascual Madoz, se refiere a este núcleo indicando que "todo el terreno de sierra y con bastante monte".

Por tanto, debemos deducir que el bosque ocuparía extensas zonas en la época objeto de estudio.    

Evidentemente una buena parte de la tierra estaría dedicada al pastoreo, al igual que se ha venido haciendo hasta la actualidad, y otra parte, de una extensión bastante inferior a la que hoy se usa, serviría para llevar a cabo labores propiamente agrícolas, plantaciones de vides, cereales y por supuesto olivo. Cómo veremos más adelante el hallazgo de aperos de labranza pertenecientes a esta época así lo ponen de manifiesto. Existen muchas zonas que serían fácilmente cultivables debido a la abundancia de agua, especialmente las que se encuentran en las riberas de los ríos, vegas de fértil tierra que contrastarían con las abruptas zonas escarpadas de monte que  serían ocupadas por la cabaña ganadera, como evidencian los restos de construcciones pertenecientes a esta época localizados en zonas propiamente de pastoreo como son los del Pozo del Nevazo en Fuensanta.  


FUENTES

La mayoría de los asentamientos que vamos a ver a continuación, correspondientes a este período, ya han sido estudiados por diversos autores. Entre ellos hemos de destacar a J. Crespo, que les ha dedicado varios trabajos, en los que lleva a cabo un detallado estudio, que nos servirá para el conocimiento de la distribución espacial en esta zona de los asentamientos en el bronce final y en época ibérica (CRESPO GARCÍA y LÓPEZ ROZAS 1984:206-221).

Otras referencias sobre poblamiento ibérico, vienen de la mano de algunos autores de siglos pasados, Bernardo de Espinalt, en su libro El Atlante Español fechado en 1789, recoge algunos datos sobre los turdetanos como fundadores de algunas localidades. Enrique Romero de Torres en su artículo “Antigüedades romanas e ibéricas de Castillo de Locubín y Fuensanta de Martos, en la provincia de Jaén” publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia de 1917, hace un repaso de los restos arqueológicos encontrados en estas localidades. Aparte de estas breves reseñas bibliográficas poco más es lo que podemos encontrar que nos pueda servir de pauta en el presente trabajo.

Un dato a tener en cuenta a la hora de valorar los posibles artículos escritos, según las épocas, con mayor o menor rigor científico, es la ausencia de excavaciones arqueológicas en la zona en cuestión, especialmente en torno a Fuensanta, excepto alguna intervención de urgencia.

Por tanto, el muestreo selectivo mediante el interrogatorio a personas que podían aportarnos algún dato sobre el hallazgo de restos o vestigios antiguos también  ha sido de gran ayuda.

El estudio toponímico nos ha deparado alguna grata sorpresa. Concretamente, frente al recinto fortificado del Algarrobo en Fuensanta, y a escasos metros de la carretera que se dirige a Martos, encontramos el cortijo denominado Monturque. Juan L. Román del Cerro, en su libro sobre el desciframiento de la lengua ibérica (ROMÁN DEL CERRO 1990:172), considera que el morfema urke se traduciría como caudal de agua, y precisamente en este sitio aflora un manantial, lo que nos llevaría a considerar el lugar como muy probablemente de origen ibérico, traduciéndose como el Monte del caudal de agua.


DISTRIBUCIÓN DE ASENTAMIENTOS

A la hora de distribuir los asentamientos destacaríamos dos zonas principales (Fig. 2), una que se centraría en torno al actual núcleo de la ciudad de Martos, y la otra correspondería al anejo de Las Casillas y la parte de Fuensanta.

Fig.2. Distribución de los principales yacimientos ibéricos. Según Autor

 
Respecto a la primera, y aunque no es objeto específico de estudio en el trabajo que aquí nos ocupa, sí consideramos conveniente señalar que su núcleo principal estaría ubicado en el casco viejo de Martos. Varias torres lo rodearían facilitando su defensa, concretamente, centrándonos en la zona comprendida entre los cauces del río Víboras y del arroyo Salado,  encontraríamos Castillejo de Belda, Atalaya de Martos y  El Alamillo (RISQUEZ 1997:1887-1895).
 
Tras dejar la campiña marteña, observamos cómo la orografía cambia, las elevaciones en el terreno se van haciendo algo frecuente, y a medida que nos adentramos en tierras de Fuensanta, las zonas escarpadas van imponiéndose, salpicadas de pequeños montes con alturas que van desde los 500 a los 1200 metros. Esta modulación del terreno sirvió en otro tiempo para configurar los tipos de asentamientos que encontramos dispersos entre las cuencas del arroyo Salado y del río Víboras; se trata de pequeños recintos fortificados enclavados en la cima de los cerros, y que desempeñaban funciones defensivas y principalmente de vigilancia, constituyendo un cinturón fortificado del poblado nuclear ubicado en el cerro de San Cristóbal.

Si observamos el mapa con la distribución de los asentamientos (Fig. 2)  se observa que:

En primer lugar, llama nuestra atención la estructura agrupada, estando muy próximos unos asentamientos a otros, tanto en el grupo más cercano al cerro de San Cristóbal como en éste mismo, y aumentado la distancia entre ellos  en el conjunto más alejado correspondiente a los yacimientos del término de Fuensanta.

Por otro lado, la altura a la que se encuentran situados es más baja entre los primeros, y más elevada en estos últimos, cosa lógica sin consideramos que a mayor distancia debe de aumentar la altura para poder tener una visualización directa entre sí, como ejemplo destacamos el asentamiento más alejado del cerro de San Cristóbal que es el del Peñón del Ajo, a más de diez kilómetros de distancia en línea recta, pero con una perfecta comunicación entre ambos.

Otro dato destacable, y que pone de relieve el carácter de centro territorial de la zona al
oppida del cerro de San Cristóbal, es el perfecto enlace visual entre éste y la mayor parte del resto de asentamientos. En cualquier caso, no hemos encontrado ninguno que quede aislado, todos están intercomunicados entre sí. La comunicación entre los distintos recintos se llevaría a cabo, presumiblemente, a través de señales de humo o acústicas, e incluso, dada la cercanía entre algunos, de viva voz.

Anteriormente hemos hecho referencia a varios agrupamientos entre recintos. En primer lugar, encontramos el formado por los asentamientos del cerro de San Cristóbal, Las Palomas y la Torre del Víboras (Fig.2 núms.: 1, 2 y 3), ubicados junto al río homónimo al oeste de Las Casillas, la distancia entre ellos es de menos de un kilómetro. Un segundo “grupo” estaría formado por las torres de El Castillejo, Piedras de Cobos   y cerro Cabezuelo y Picarviento (Fig. 2 núms.: 4, 5, 6 y 7), localizados en una zona intermedia entre la cuenca del arroyo Salado y el río Víboras; al igual que los anteriores, la distancia entre ellos no supera el kilómetro. Y en tercer lugar, encontramos el constituido por los recintos de Torre Antigua, El Algarrobo, la Atalaya y el Peñón del Ajo (Fig. 2 núms.: 9, 10, 11 y 12), aquí las distancias entre ellos aumentan considerablemente, entre unos y otros, pasando de los 2 kms. entre el Algarrobo y la Torre Antigua, a más de 5 entre éste último y el Peñón del Ajo. A la vista de ello, ¿resulta lógico agrupar estos cuatro yacimientos entre sí?. Consideramos que sí, ya que a diferencia de los anteriores, en que el valor económico igualaría al estratégico, en estos tendría claramente una preponderancia el valor estratégico. Sobre el terreno se puede constatar que hacia el este, en dirección a Valdepeñas y Los Villares, el terreno se eleva y no hallamos ningún asentamiento cercano a los de Fuensanta que hiciese temer algún tipo de incursión e igual sucedería hacia el nordeste. Por ello, el valor estratégico de estos asentamientos vendría definido en función de otras variables, pensamos que su carácter periférico al resto, estaría motivado, por tratarse de un puesto de control, de una posible vía de comunicación, que desde Martos se internase hacia tierras granadinas. No podemos olvidar que posteriormente en época romana existió una vía que cumplía esta misión. En este sentido, hay que destacar que el valor estratégico del Peñón del Ajo, como avanzadilla, es indudable; desde aquí se controlan distancias de más de diez kilómetros, tanto hacia el sur como hacia el oeste, y como antes hemos mencionado, tanto al norte como al este de este asentamiento quedaría resguardado por la propia orografía del terreno, con lo cual, cualquier tipo de penetración que se produjese tendría que venir lógicamente del sur-suroeste, (o bien del este, aunque esta variable no afecta a los fines propuestos, ya que en esta dirección se encontraba los turdetanos, que es de suponer pertenecían a la misma etnia que los que aquí nos ocupan) pudiendo ser visualizada con la suficiente antelación para alertar al resto de recintos, especialmente al poblado del cerro de San Cristóbal, con el que mantiene una perfecta comunicación.

Hacia el suroeste de este enclave, y a menos de diez kilómetros al sur del recinto de San Cristóbal, se halla Encina Hermosa, la antigua Ipolcobulcula, al parecer fundada por los habitantes de Obulco, aunque, pensemos,  hasta qué punto es lógico que éstos se desplazaran más de treinta kilómetros para fundar otra ciudad, y qué razones tendrían para ello. En cualquier caso, lo que aquí nos interesa es saber si dicho poblado pudo representar una amenaza contra los asentamientos objeto de este estudio. Si partimos de la distribución de los recintos que conocemos, todo parece indicar que efectivamente, estaban pensados para evitar posibles incursiones por la zona sur que es precisamente por donde se encuentra Ipolcobulcula. Por otro lado, queda la cuestión de si los habitantes de esta ciudad eran Turdetanos o Bastetanos, y si pertenecían a la misma etnia que los habitantes del cerro de San Cristóbal.

Veamos seguidamente la descripción que en 1917 hacía Enrique Romero de Torres de este poblado:

 “En el tomo LXIV, páginas 625 y 626 del Boletín académico, reseñé siete lápidas coleccionadas por Hübner ..., a las que añadí otra inédita, para demostrar que, no lejos de la villa de Castillo de Locubín, habíamos de buscar y encontrar las ruinas del Municipio púnico-romano de Ipolcobúlcula (Lám. I) , que por dichas inscripciones se nombra. Mi gozo ha sido grande al descubrir, poco ha, el que estimo verdadero asiento de aquellas ruinas.

A una legua hacia el Norte de Castillo de Locubín, dentro de su término municipal y en medio de la Sierra, se alza un extenso y elevado cerro conocido como Encina-Hermosa, cuya parte superior o cúspide, desde donde se dominan los dilatados y bellos panoramas, se llama Cabeza-Baja. En este sitio, ventajosa posición estratégica en forma de meseta o explanada, descolló la fuerte y bien poblada Ipolcobúlcula, de cuyo nombre la segunda parte Obúlcula, es evidentemente diminutivo de Obulco (Porcuna).

Todavía subsisten fuertes muros de dobles murallas que rodean la cumbre del cerro, a modo de fortaleza, y se ven por doquiera esparcidos y amontonados grandes sillares de piedra, mezclados con capiteles, basas, columnas y otros materiales de construcción romana....” (ROMERO DE TORRES 1915: 564-565).

Como centinelas destacados, que ejercieran de control sobre el yacimiento anterior, destacamos los asentamientos de Matarratas y Batanejo, ubicados junto al río.

A través de la observación de los polígonos de Thissen (Fig. 3) que hemos ido trazando en torno a los asentamientos de Las Casillas y de Fuensanta, vemos cómo el área de influencia o la zona de seguridad de los yacimientos que se ubican cerca del núcleo principal del cerro San Cristóbal, es mucho más pequeña que aquellos que se encuentran más alejados, de hecho conforme vamos dejando atrás la zona nuclear, el campo de visualización se hace mucho más amplio, razón por la cual la ubicación de éstos se realiza a una altura mucho mayor. Por otro lado, todos los que se encuentran situados en la zona sur tienen como límite jurisdiccional o frontera natural el cauce del río Víboras.
 




POBLACIÓN

Un tema ciertamente complejo, y aún no resuelto de forma totalmente satisfactoria, es la estructura política, social o étnica que tuvieron los íberos. Se nos habla de tribus, etnias o pueblos: turdetanos, bastetanos...,  para individualizar un tipo de estructura social, o bien, de Oretania, Bastetania o Turdetania, para delimitar un territorio con una estructura política, y sin embargo, no parece ser que los íberos tuviesen un centro nuclear que controlase un macroterritorio, con una denominación determinada, al menos no de una  forma generalizada para cada uno de los pueblos que conocemos y que en algunos casos pudieron ser creación romana para una delimitación administrativa o política del territorio de Hispania. Expresivo de lo anterior es la siguiente cita de A. Adroher:
 
“... pensamos que la Bastetania, si bien pudiera presentar algunos aspectos socio-culturales comunes, como hemos visto en parte de los componentes religiosos, así como un comportamiento económico común, al menos en determinadas ocasiones, no responden de igual manera a la presencia romana, lo que permite pensar que no se trata en ningún caso de una unidad política compleja, sino más bien, de una asociación de poblados que dependiendo de las circunstancias se amoldan a situaciones distintas con respuestas distintas; la Bastetania, es, así pues, desde nuestro punto de vista, un término acuñado en la república romana para describir o nombrar una zona que no debieron controlar desde un punto de vista cultural...” (ADROHER AUROUX 1999: 375-384).

Es razonable pensar que, en algunos casos, existiese un centro territorial que ante determinados eventos comunes, ejerciese de catalizador en la toma de decisiones, aunque finalmente fuese cada poblado de forma individualizada el que actuase según sus propios intereses sociales, políticos o económicos, ya que la estructura básica o principal entre los pueblos íberos no era la pertenencia a una determinada etnia sino a una  ciudad o poblado representado por el oppidum como centro neurálgico de poder, y las torres satélites, junto a los asentamientos en llano como centros económicos. Considero que no es fácil delimitar zonas territoriales partiendo de los componentes étnicos o culturales, según se nos ha transmitido por los autores clásicos. De hecho si analizamos dos pueblos cercanos en la actualidad, podremos observar costumbres que difieren de forma notable entre ellos.
 
No está de más recordar que según los escritores latinos (BLÁZQUEZ Y DEL CASTILLO 1991: 131-132), la mitad occidental de la provincia de Jaén, en tiempos de los íberos sería una amalgama de pueblos: al norte los oretanos, al este los montesanos, al sur los bastetanos y al oeste los turdetanos. La ciudad de Tucci (Martos) para unos sería turdetana, para otros bastetana o incluso algunos autores, como es el caso de José María Blázquez y Arcadio del Castillo, indican que sería mentesana. ¿Hasta dónde se extendían los límites entre cada uno de ellos si es que realmente tenían conciencia de pertenecer a distintos pueblos? La cuestión no es baladí.

Centrándonos en la zona que nos ocupa, entre las cuencas del arroyo Salado y el río Víboras, surgen una serie de preguntas a las que no siempre es fácil dar respuesta satisfactoria. En primer lugar, tenemos el oppidum del cerro de San Cristóbal, junto al resto de torres que hemos visto, y a menos de 10 kilómetros, hacia el norte, se encontraba al oppidum de Tucci (Martos). ¿Corresponderían ambos a la misma entidad política? o bien, ¿actuaban de forma independiente manteniendo relaciones de buena amistad? y en este caso ¿las torres que se encontraban entre ambos oppida a lo largo del arroyo Salado, Astil de Oro, el Alamillo, las Pilas o el Castillejo de Belda, estaban dentro del área de influencia de uno o de otro? No resulta fácil clarificarlo,  menos aún, cuando los datos de que disponemos provienen de prospecciones arqueológicas, y además,  los restos de lo que fuera Tucci se encuentran bajo el casco histórico de la ciudad de Martos. Una teoría intermedia podría consistir en que no existiesen centros macroterritoriales, atendiendo a una etnia concreta, sino centros microterritoriales, entendiendo estos como comarcales (a efectos de una mejor comprensión) en los que existiese un núcleo que primase sobre el resto, pero manteniendo cada cual su propia independencia política, ejercida por una aristocracia local. Apoyándonos en esta teoría, se podría considerar como dos entidades diferentes los oppida de Martos y del cerro de San Cristóbal, e incluso podría llegar a disgregarse de éste último el grupo de torres que vimos anteriormente que se encuentran en el término municipal de Fuensanta y que tenían una clara función estratégica, como posibles centros controladores de una vía de comunicación. De los cuatro asentamientos que conocemos el del Algarrobo, tiene una preponderancia manifiesta sobre el resto, lo que podría hacernos pensar en una cierta independencia respecto al oppidum de San Cristóbal, máxime si se tiene en cuenta que en Fuensanta se encontró un cuenco de plata, y no parece muy lógico pensar que en una simple torre de vigilancia servida por soldados se encontrasen depositados objetos de valor, a no ser que dicho cuenco hubiese pertenecido a algún personaje de la aristocracia local asentado en este lugar.


VÍAS DE COMUNICACIÓN

Los íberos no construyeron calzadas o vías, pero sí utilizaron caminos de tierra o veredas para sus desplazamientos. Cuando los romanos llegaron a la Península Ibérica tuvieron que construir  una red de calzadas, tanto con fines militares como económicos. En la mayor parte de los casos, se trazaron sobre antiguos caminos, por ello, aún no conservándose restos arqueológicos que señalen la presencia de estos, es lógico pensar que existiesen.

Vamos a ver las posibles rutas que utilizaron los romanos en esta zona de la sierra Sur de Jaén, para intentar trazar los itinerarios utilizados por los íberos.
La referencias más antigua sobre la existencia de una vía romana, viene de la mano de Bernardo de Espinalt, en su libro “El Atlante Español” publicado en 1789 donde nos dice que una vía romana comunicaba Martos con Alcalá la Real, pasando por Fuensanta y Encina Hermosa.

Enrique Moreno de Torres, en un artículo publicado en 1917 en el Boletín de la Real Academia de la Historia  titulado “Antigüedades romanas e ibéricas de Castillo de Locubín y Fuensanta de Martos, en la provincia de Jaén” incide sobre el tema en los siguientes términos:
 
“Saliendo de Martos para Fuensanta por el camino antiguo, éste se bifurca a dos kilómetros en el sitio llamado Picón de Granada, y desde este sitio se ven de trecho en trecho grandes trozos empedrados de una antigua calzada que iba a Fuensanta y seguía por el paraje llamado las Casillas, y continuaba el Castillo de Locubín, pasando por Encina-Hermosa (donde existen, como lo demostré, importantes ruinas romanas) y continuaba a Alcalá la Real, para luego internarse en la provincia de Granada.

Este camino viejo de Martos a Fuensanta lo constituía la mencionada vía romana que ha sido aprovechada por algunas partes en la nueva carretera que se está construyendo atravesando el río Salado, donde hay un puente romano restaurado en el siglo XVII...” (574)

Más recientemente, C.Calvo Aguilar y J.E. Murcia Serrano, en un artículo publicado en el año 2000, sobre “El Castillo del Víboras: eje fundamental de comunicaciones entre Jaén y Granada” vuelven a hacer hincapié en la existencia de calzadas romanas en la zona objeto del presente estudio:

“Se puede afirmar que este castillo (del Víboras), en relación a Alcalá la Real, se configura como eje fundamental del camino que partiendo de Jaén, discurría hacia el sur, con destino a Granada y a Córdoba....

El papel de núcleo de comunicación viene avalado por la presencia, en las inmediaciones, de dos puentes. Su construcción se remonta a época romana, y aparecen remodelados en tiempos medievales. ...

El primero de ellos se localiza a escasos metros de la carretera que une Martos con Fuensanta (JV-2215). Está ubicado sobre el curso del río Salado y uniría Martos y la Campiña con la zona de Fuensanta, las Casillas, accediendo a la cuenca del río Víboras en su tramo medio, en dirección hacia el paso de la Caracolera, que nos permite atravesar la citada sierra hacia la zona de Locubín.

El otro elemento viario de importancia se localiza más al suroeste, cercano a la carretera de Alcaudete-Martos, sobre el río Víboras...

No obstante, parece probada la existencia de otro puente a lo largo del Víboras, en su tramo medio, que permitiera el acceso, a través de una pequeña depresión en la sierra de la Caracolera, con la zona del Castillo de Locubín. ...” (CALVO AGUILAR y MURCIA SERRANO 2000:163-164)

Centrándonos en el primero de ellos, el que une Martos con Fuensanta, que es el que ahora nos interesa, he de manifestar que en todas las descripciones anteriores hay un dato, que bajo mi punto de vista implica cierta contrariedad. En las redacciones anteriores se pone de manifiesto que el camino se dirigía a Fuensanta, para seguir hacia las Casillas y Castillo de Locubín, sin embargo parece un tanto ilógico ir hasta Fuensanta para a posteriori retroceder hacia las Casillas, y lo cierto, es que el puente que atraviesa el Salado se encuentra en dirección a Fuensanta y no hacia las Casillas, y en cambio, la bifurcación a la que nos hacía referencia E. Moreno de Torres en el lugar conocido como Picón de Granada, el camino que llaman de Granada, se dirige a las Casillas y no a Fuensanta. Por ello, en la actualidad, resulta ciertamente muy complejo poder seguir el trazado que en su día llevasen estas vías.

ARMAMENTO

Se trató de un pueblo guerrero o al menos así se desprende de lo que conocemos de ellos, tanto cartagineses como romanos se sirvieron de los servicios de los íberos como mercenarios, se encontraban tan unidos a sus armas que eran enterradas con ellas (ADROHER AUROUX et al. 2002:65-67).

Dispusieron de cierta variedad de armamento. Los elementos básicos de que se sirvieron como material ofensivo se reducen a falcata, puñal afalcatado, soliferrum, honda, escudo y casco.

La falcata era una espada de hoja curva que, dada su versatilidad para el combate fue adoptada posteriormente por las tropas romanas. Su tamaño era de unos 60 o 70 cms. Disponían de puñales de iguales características a las falcatas excepto el tamaño que solía tener unos 20 cms.

Los escudos, generalmente de madera recubierta de piel, podían ser circulares o rectangulares y disponían de una manilla de hierro para asirla.
 
La honda, utilizada como arma arrojadiza, fue de una gran efectividad. Se usaban como proyectiles los denominados glandes, que consistían en pequeñas balas de bronce con dos puntas en sus extremos. En el Museo Arqueológico del Colegio San Antonio de Padua de Martos hay una amplia variedad de glandes que eran utilizados como proyectiles para las hondas. Se fabricaban con moldes en los que se vertía plomo fundido.

El soliferrum, a diferencia de la lanza típica (compuesta por una punta de hierro y el regatón o parte posterior de la misma también de hierro, que iban unidas por un asta de madera), estaba totalmente realizada en hierro con un pequeño abultamiento en su parte media para asirla.

En la necrópolis de Las Palomas, en las Casillas, en el año 1997, apareció el armamento de la tumba de un guerrero. Un tractor había estado realizando labores de desbroce en este lugar destrozando una tumba, de la que se encontraban restos esparcidos. Apareció la boca fragmentada de la urna funeraria, restos de tres platos de cerámica y restos del armamento, muy deteriorados y corroídos por la herrumbre, pero suficientemente reconocibles: Una falcata de la que se había perdido el mango y la punta, un cuchillo afalcatado, en regular estado de conservación, pero del que se conservaba el arranque del mango en madera, y los restos del asa del escudo (única parte metálica del mismo), ya que el escudo en sí estaría realizado con madera y probablemente recubierto con pieles. En Las Casillas ha sido frecuente el hallazgo de facaltas y otro objetos pertenecientes a guerreros, como lo atestiguan los que hay expuestos en el Museo del Colegio San Antonio.


ESTUDIO DE LOS ASENTAMIENTOS DE FUENSANTA

Seguidamente vamos a ver de una forma más pormenorizada los asentamientos que están ubicados en la actualidad en el término municipal de Fuensanta. Estos como vimos anteriormente, formarían parte de una línea defensiva que controlaría una posible vía de comunicación.

Recinto del Algarrobo

Dadas las pequeñas dimensiones de este oppidum, podría considerarse como una turris satélite del ubicado en el cerro de San Cristóbal en Las Casillas, o del oppidum de la antigua Tucci (Martos). Como pudimos apreciar de su observación in situ, se trata de un  recinto que presenta un marcado carácter hegemónico sobre los ubicados en la zona oriental de esta comarca, separando la montaña de la llanura con una clara ubicación estratégica.

Situado a unos tres kilómetros de Fuensanta, se accede a él por la carretera que se dirige a Martos, desde donde habrá que continuar unos 300 metros por un carril que queda a la izquierda. A través del mismo, llegaremos hasta unos cortijos situados a unos 50 metros de la falda del monte. A la entrada de estos, y haciendo las veces de acera, se hallan tres losas de piedra pertenecientes a tumbas ibéricas encontradas en los alrededores de este lugar. A pocos metros, en la falda del monte, hay un manantial de agua.

Coronando el monte, y a 794 metros de altitud, encontramos el recinto fortificado. Su trazado es rectangular, y defendido por doble muralla, compuesta de tres paramentos cada uno de ellos. La puerta con exposición al sur, aún resulta visible.

De este recinto, tenemos constancia de numeroso material,  constituido principalmente por restos de vasijas decoradas, destacando los de varias tinajas que, por su estilo, corresponde al tipo de decoración simétrica, formada por franjas horizontales y semicirculares (Lam. II). Cronológicamente se pueden datar entre los siglos V a III a. de C. Es interesante el fragmento de la boca de un cuenco que aparece decorado mediante la técnica del estampillado. Otros restos destacables son numerosas pesas de telar y un pequeño cuenco de cerámica común,  que apareció junto a una espada de hierro que había sido doblada y un regatón de una lanza de hierro.
 
El hallazgo más importante corresponde al de un cuenco argénteo con inscripción ibérica, fechable en el  III o II siglo a de C. (ALMAGRO GORBEA 1986:502-503).  Su ocultamiento pudo deberse a la primera Guerra Púnica, aunque resulta más probable que fuera durante la Guerra mantenida contra Viriato. La inscripción siguiendo a Romero de Torres se leería como: LML°‡°  = kaskaucthu    LL= lka, y que en latín sería Casi Cauci thesaurus – thulka (ROMERO DE TORRES 1915: 573-574).

En el interior del recinto fortificado aparece una construcción en adobe, que debió corresponder a parte de un muro que delimitase posibles dependencias en el interior del mismo, aunque también era frecuente en este tipo de torres que la parte superior del muro de piedra estuviese rematada con una pared de ladrillos de adobe.

Recinto de la Torre

En el kilómetro 4 de la carretera de Fuensanta a Martos, y a 728 metros de altitud, se halla enclavado el recinto fortificado de la Torre. Sus orígenes hay que buscarlos en el Bronce final, aunque es probable su ocupación en época ibérica. Está formado por una muralla simple, compuesta por sillares de piedra, con tendencia al megalitismo y apilados groseramente, según pudimos comprobar durante la visita al mismo.
 
Los materiales que han aparecido son escasos; sólo algunos restos de cerámica decorada, de época ibérica, así como una moleta pulimentada y otra serie de útiles igualmente pulimentados.



La Atalaya

Enclave rocoso de piedra caliza, que se encuentra a menos de un kilómetro de Fuensanta. Lugar privilegiado como punto de vigilancia y oteo, su propio nombre indica la función que desempeñó en la Edad Media. Apenas se conservan restos de su pasado, sólo algunos fragmentos de cerámica medieval y restos líticos neolíticos, que pudimos ver expandidos a lo largo del yacimiento.

En la actualidad, de este recinto no queda ningún resto material, refiriéndose al mismo José Mª Crespo (CRESPO GARCÍA y LÓPEZ ROZAS  1984:215), aunque no es de extrañar este hecho si tenemos en cuenta que en la parte superior se instaló un repetidor de televisión.

Peñón del Ajo

Situado a unos cinco kms. de Fuensanta, por la carretera que va hacia el Castillo de Locubín, se llega a él a través de un carril que queda a nuestra izquierda en el Km. 2 de esta carretera, junto a un pequeña fuente al inicio del carril, continuando por el mismo y a unos 3 kms. nos encontraremos con el Peñón. Es una mole de piedra caliza de cierta consideración que destaca sobre los campos de olivos. En su interior aparece una pequeña cueva de difícil acceso por su estrechamiento.

Son muchas las historias fantásticas que el acervo popular conserva de este peñón.

Hasta el momento desconocíamos ningún tipo de asentamiento ibérico en este lugar, sin embargo hace algunos años, se produjo un desprendimiento de tierra en una finca colindante al mismo, apareciendo un pozo de gran profundidad, con un diámetro de unos 20 metros y realizado con grandes sillares, que fue nuevamente enterrado sin más, imposibilitando su adscripción a algún período histórico. En cualquier caso, hace cuatro años nos desplazamos a este lugar para comprobar un túnel que, desgraciadamente, había realizado un expoliador. El túnel era de una profundidad considerable, desconociendo lo que en dicho lugar pudo haber encontrado, pero lo cierto es que a la entrada del mismo se hallaban esparcidos fragmentos de numerosas vasijas ibéricas, especialmente de urnas funerarias. Este dato nos hizo pensar que dado el lugar del hallazgo de estos fragmentos, en la parte media de la ladera de la montaña, era muy probable que se tratara de una necrópolis. Sin embargo, tras visitar nuevamente dicho lugar, pudimos comprobar, ante la presencia de nuevos fragmentos de cerámica desechados por el expoliador del yacimiento, que los mismos en su mayor parte correspondían a trozos amorfos que habían sido rotos hacía mucho tiempo, por lo que era lógico descartar que correspondiesen a una necrópolis, amén de no apreciarse prácticamente restos de huesos, por lo que, con las debidas reservas, posiblemente dicho lugar correspondiese a un santuario o incluso a un vertedero dónde se fueron arrojando dichos fragmentos. En cualquier caso, son muchas las dudas que esto plantea, especialmente el desconocimiento de lo que realmente se halla localizado en el interior del túnel.
 
Podemos emitir todas estas hipótesis, pero realmente poco podemos comprobar debido a la agresión  que sufre nuestro patrimonio.


CONCLUSIONES FINALES

La zona objeto de estudio se caracteriza por la escasez de datos, tanto desde el punto de vista arqueológico como de las fuentes escritas, constituyendo el principal aporte informativo el material epigráfico y los otros restos de cultura material (elementos agrícolas, cerámicos etc.) diseminados en su mayoría, aunque una parte se encuentran expuestos en el museo del Colegio San Antonio de Padua de Martos.

Analizada la documentación textual y arqueológica disponible, tuvimos en cuenta la toponimia. Ejemplo de lo anterior, es el lugar denominado Monturque, frente al recinto fortificado del Algarrobo en Fuensanta, y a escasos metros de la carretera que se dirige a Martos, el nombre de origen ibérico, podría traducirse como el Monte del caudal de agua, y constituiría la zona agrícola del recinto mencionado.
 

Otra fuente informativa han sido los lugareños cuyas indicaciones, en algunas ocasiones, sirvieron para ubicar un yacimiento desconocido, si bien la localización del grueso real de los mismos ha sido fruto de unas “prospecciones” cuyos resultados se han expuesto en los capítulos precedentes.

Conjugados todos los datos, se observa que el territorio objeto de estudio, constituido en época ibérica por bosques de encinas, chaparros y quejigos, concentra un número importante de oppida. De todos ellos el oppidum   del Cerro de San Cristóbal, hegemónico respecto al resto considerados como satélites suyos, si bien, posiblemente, ejercerían funciones de vigilancia sobre el territorio que dominaban.

Los habitantes de buena parte de Andalucía pertenecieron a la etnia de los turdetanos, pero a la hora de tomar decisiones sobre aspectos fundamentales, no recaerían de forma general sobre un poder omnimodo y único, sino que cada oppidum actuaría según sus propios intereses, y sólo en aquellas cuestiones que le afectasen directamente lo harían de forma conjunta.

Los oppida aparecen interconectados entre sí visualmente, marcando los límites de su territorio, de modo que estuviese perfectamente protegido y vigilado, permitiendo actuar con prontitud ante cualquier movimiento extraño.

Parece probado que, a mayor distancia de los recintos respecto al nuclear, la altura a la que están ubicados es mayor, lo cual es lógico, pues para que puedan mantener la interconexión entre unos y otros, es necesario salvar la altura de los montes intermedios.

El planteamiento de los polígonos Thissen han puesto en evidencia que la extensión de los polígonos es mucho mayor en los asentamientos  más alejados del núcleo  principal que en los más cercanos.

Su función como puesto de vigilancia ante posibles incursiones queda manifiesta por su ubicación, en aquellos lugares en los pueda existir algún peligro, controlando lugares de paso, ríos y tierras de labor.

Si establecemos una  base comparativa, entre lo que hemos visto en las páginas precedentes, y los conocimientos de que disponemos sobre los asentamientos romanos en esta zona, podemos extraer una serie de conclusiones que, nos serán de gran utilidad para comprender de forma globalizada, una cultura y un momento histórico, en una zona determinada de la provincia de Jaén.

La llegada de los romanos supuso un cambio en las estructuras, cuyas diferencias son patentes en el cuadro adjunto:


La mayor parte de los asentamientos romanos, se encuentran localizados cerca del curso de algún río o arroyo, sobre pequeñas lomas, y rodeados de tierras de labor, generalmente son explotaciones agroganaderas carentes de protección; mientras que la mayoría de los recintos ibéricos no utilizan este patrón para el establecimiento de un asentamiento, ya que las razones que priman en este caso, son de índole estratégica. Por  tanto, los íberos del territorio enmarcado entre las cuencas del río Víboras y del arroyo del Salado en la Sierra Sur de Jaén vivían inmersos en una sociedad en las que las luchas eran frecuentes, siendo habitual la construcción de recintos fortificados y el agrupamiento de la población. Por el contrario, los romanos debieron de gozar de una relativa paz, como parece confirmar el establecimiento de pequeñas fincas agrícolas relativamente aisladas, denominadas villas, que no disponían de medios de defensa.



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