SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS-PESCADORAS Y AGRICULTORAS EN EL SUROESTE: UNA PROPUESTA PARA UN CAMBIO SOCIAL

FARMERS AND HUNTER-GATHERER-FISHERS SOCIETIES IN SOUTHWEST: A PROPOSAL OF SOCIAL CHANGE

Manuela PÉREZ RODRÍGUEZ *


Resumen
Tradicionalmente se ha considerado que el cambio social conocido como “Revolución Neolítica” se produjo únicamente tras la introducción de una serie de elementos foráneos: los cereales y los ovicápridos. Desde el marco geográfico del suroes-te, las evidencias empíricas aportan nuevos elementos que deben considerarse para la explicación del mismo. Estas evidencias y las hipótesis explicativas de las mismas es lo que exponemos aquí.

Palabras clave
Sociedad cazadora-recolectora, Sociedad Tribal, Suroeste, Banda Atlántica de Cádiz.

Abstract
Traditionally it has been considered that the social change known as "Neolithic Revolution" only took place after the introduction of some foreign elements: the cereals and the sheep and goats. From the Southwest, the empiric evidences contribute with new elements that should be considered for the explanation of the mentioned changes. We expose here these evidences and their explanatory hypotheses.

Key Words
Hunter-gatherer Society, Tribal Society, Southwest, Atlantic Band of Cádiz.


INTRODUCCIÓN

La investigación en el sur Peninsular ha estado dominada por posiciones teóricas historicistas y difusionistas donde todas las novedades del registro tenían una procedencia foránea. En este sentido en los últimos treinta años el Levante peninsular marcaba la pauta de la difusión de los que se consideraban elementos neolíticos. El “modelo dual” (BERNABEU 2002; BERNABEU et al. 1995; FORTEA 1973; FORTEA y MARTÍ 1984-85; JUAN-CABANILLES y MARTÍ 2002), la traducción española del modelo de “ola de avance” (AMMERMAN 2002; AMMERMAN y CAVALLI-SFORZA 1984), sitúa la frontera de las innovaciones en tierras levantinas, desde las cuales se difunden por colonización y/o aculturación  las innovaciones tecnológicas (industria lítica, cerámica, agricultura y ganadería). De este modo, avanzábamos hacia la Civilización, de mano de una serie de migraciones cuyo foco originario se situaba en el Próximo Oriente (HERNANDO 1999).

El peso de estos supuestos en la academia ha llevado a que se ignore todo lo que no encaja en su esquema (FORTEA y MARTÍ 1984-85).

Pero incluso desde el historicismo se ha venido dibujando un panorama sensiblemente diferente al propuesto por estos autores, en el que las altas cronologías arrojadas para el Suroeste muestran que los elementos definidores del “neolítico”, según el historicismo, son coetáneos a los de las tierras levantinas (ACOSTA 1983; PELLICER 1981). Incluso hubo autores para quienes los paralelismos entre la cerámica cardial de Oriente y Occidente “fue un espejismo tan dudoso como el africanista de los años cuarenta, cuando surgían las etiquetas culturales del hispanomauritano e iberosahariano, que ya ni se recuerdan” (PELLICER 1981).

Esto significó que las evidencias en las Cuevas de la Dehesilla (Algar, Cádiz), Parralejo (San José del Valle, Cádiz) y Cueva Chica de Santiago (Cazalla de la Sierra, Sevilla), y sus dataciones de C14 (VI y V milenios a. C.), obligaban a corregir el esquema difusionista para Andalucía occidental (ACOSTA 1983; ACOSTA y PELLICER 1990).

Pero los afanes autoctonistas, chocaban con la ausencia de registros del normativamente denominado Epipaleolítico, aunque tampoco existían proyectos sistemáticos de prospección que viniesen a llenar ese vacío en la secuencia historicista.

Además, se ha señalado que “económicamente el Neolítico en Andalucía, y en cualquier otra región, no puede ser autóctono si previamente no se documenta la existencia de agriotipos en el territorio peninsular, siendo necesario aceptar algún mecanismo de difusión para explicar la presencia de, al menos, ovicápridos y cereales (GAVILÁN 1997: 23).

Así, desde esta posición teórica, al referirse a lo “económico” se hace una excepción con lo “social”, ya que es normal desde esta perspectiva disociar en diferentes parcelas la realidad, sin que se relacionen, síntoma de un fuerte empirismo que cataloga toda la fenomenología en cultural, tecnológica, social, simbólica, etc. Lo que está claro es que la economía, una vez más, se reduce a la presencia / ausencia de cereales, cabras y ovejas.

En realidad, los programas de investigación vienen ignorando prácticamente todo lo concerniente a las últimas sociedades cazadoras-recolectoras (sus principales actividades económicas, la base de las plantas que recolectaban y que luego siguieron utilizando en el “neolítico”) y los procesos de cambio que les llevan en un momento determinado a una transformación social, cuyos elementos definidores no tienen por qué ser los cereales, las cabras y las ovejas.

En este sentido, y a partir de las evidencias constatadas en diversas excavaciones de urgencia y proyectos de investigación (RAMOS MUÑOZ et al. 1997; RAMOS MUÑOZ y LAZARICH 2002), hemos elaborado un programa de investigación para explicar el proceso que lleva a la sociedad tribal y la implementación de un modo de vida aldeano en Andalucía. Evidentemente, consideramos que nuestras hipótesis de trabajo pueden ser refutadas, pero no desde secuencias cronoculturales ideales.


CAZA, RECOLECCIÓN, PESCA, MARISQUEO
Y PRIMEROS ENSAYOS AGRÍCOLAS

La semisedentariedad de estas poblaciones humanas les facilitaría el ejercicio de la propiedad sobre los territorios que explotaban (VARGAS 1987). Estos territorios formarían parte de una propiedad comunal, a la que se tiene acceso como miembros de la comunidad, en tanto que la pertenencia a esta última se regularía por relaciones de filiación, que dan lugar a la constitución de linajes (ARTEAGA 2004).

Es la sociedad la que se hace doméstica: “la propiedad sobre el objeto de trabajo lleva a un nuevo modo de producción que determinará la integración doméstica de plantas y animales en el concepto de lo comunitario” (PÉREZ 2003: 207; ARTEAGA y HOFFMAN 1999). Es la distribución comunitaria de la propiedad de la tierra la que constituye el fundamento de lo doméstico, al garantizar de forma exclusiva y excluyente el acceso a los productos de un territorio, a otros medios de producción y a lo producido por la comunidad, como materialización de unas relaciones de filiación. Además, esta propiedad se configura como una condición para la producción (BATE 1998 y 2004)

Es decir, una explotación temporal de algunos recursos. Si hay algo que caracteriza a las últimas sociedades cazadoras-recolectoras y primeras tribales en el suroeste peninsular es un patrón de comportamiento territorial que debía contar con campamentos base o pequeñas aldeas, desde las que se realizarían (según un patrón de movilidad cíclico, expediciones a otros campamentos base o pequeñas aldeas para la obtención de determinados productos: de caza, de marisqueo, de pesca, etc. (ARTEAGA 2004; RAMOS MUÑOZ 2004; RAMOS MUÑOZ y PÉREZ en prensa; RAMOS et al. en prensa). Éste sería el patrón de comportamiento territorial de las comunidades que produjeron los denominados “concheros”, en tanto que son recursos que en algunos sitios no eran estacionales pero de los que se disponía de un auténtico “almacén viviente” (BATE 2004). Es decir, en comunidades pescadoras-mariscadoras.

Esto se refleja en la propia tecnología lítica, con abundancia de geométricos y de fabricación de hojas de talla a presión, que evidencia una importante variabilidad en los instrumentos de producción (RAMOS MUÑOZ 2004).

Al mismo tiempo, la semisedentariendad pudo incidir en una dispersión de asentamientos en el suroeste (NOCETE 1992a, 1992b, 1993, 1994; RAMOS MUÑOZ y PÉREZ en prensa), que incidiría en el desarrollo de redes de intercambio, en el sentido de requerir unas relaciones de reciprocidad entre ellas, que aseguraran la explotación de sus respectivos territorios y la obtención de determinados productos de los que carecían. La posibilidad de trabajar en esta dirección por las técnicas actualmente disponibles (especialmente de la petrología, entre otras), nos aportaría una interesante información sobre la gestión de los recursos por parte de estas comunidades y de sus relaciones con otros grupos.

Existen registros arqueológicos en las tierras del interior, en los litorales y en las tierras bajas en torno al Guadalquivir, que indican una continuidad productiva en la alimentación con las comunidades del Paleolítico Superior y del Epipaleolítico-Mesolítico andaluz (CÁCERES 2003), que permiten afirmar que la agricultura y la ganadería serían en principio complementarias de aquellas actividades características del Epipaleolítico-Mesolítico en Andalucía.  

El desarrollo de determinadas técnicas de obtención de alimentos evidenciaría el creciente desarrollo de las fuerzas productivas de estas comunidades. En la pesca se tienen registros ictiológicos de especies que se obtenían en zonas más alejadas de la costa (SORIGUER et al. 2002), habiéndose sugerido en algún caso la necesidad de un desarrollo de técnicas de navegación (ROSELLÓ et al. 1995).

La pesca y el marisqueo son actividades que se han documentado en diferentes lugares del litoral andaluz, desde la Bahía de Málaga a la Bahía de Cádiz, pasando por la de Algeciras.

No obstante, el mayor peligro para la investigación es la especulación inmobiliaria de nuestras costas que en el caso de la Banda Atlántica de Cádiz va a hacer desaparecer numerosos yacimientos desde Paleolítico Medio al Neolítico Antiguo, cercanos al litoral, y esto incidirá seguramente en que muchas hipótesis de trabajo de diferentes grupos de investigación se queden en su estado actual sin posibilidades de verificación/refutación.

La pesca es una actividad bien documentada en la Bahía de Málaga en sitios como Nerja, Hoyo de la Mina e Higuerón de la Victoria, con presencia de anzuelos de hueso en Hoyo de la Mina (SUCH 1920), así como en la Bahía de Cádiz con el yacimiento de El Retamar (Puerto, Real, Cádiz) (RAMOS MUÑOZ y LAZARICH 2002) y en la Bahía de Algeciras con la Cueva de Gorham (Gibraltar) (FINLAYNSON 1999) y el yacimiento del Embarcadero del Río Palmones (RAMOS MUÑOZ et al. en prensa).

El Retamar constituiría un asentamiento estacional dedicado a la pesca y al marisqueo, con un tecnología lítica dedicada a la explotación de estos recursos (microlitos geométricos) (Fig. 1) y a su consumo (láminas de borde abatido, muescas, denticulados y láminas con retoques de uso) (Fig. 2), en el marco de una producción para el consumo inmediato de los productos (RAMOS MUÑOZ y LAZARICH 2002). En este yacimiento se excavaron diferentes estructuras, fundamentalmente hogares y concheros, y dos enterramientos.

Se trataría de un asentamiento estacional, para la realización de actividades de producción de productos alimenticios (pesca y marisqueo fundamentalmente), en el que se realizarían también el procesamiento, la transformación y el consumo de los  mismos. La tecnología lítica, cerámica y las áreas de actividad y consumo tendrían que ver con procesos de trabajo relacionados con la producción y el consumo de alimentos, en el seno de unos modos de vida semisedentarios, que permitirían a estas comunidades una movilidad entre la costa y asentamientos del interior, en función de una aldea semipermanente y campamentos estacionales para la explotación de los diferentes recursos  explotados y de la gestión de su explotación (RAMOS MUÑOZ y LAZARICH 2002).

Las dataciones absolutas de este yacimiento dan unas fechas de cal. VI milenio A.C.

Pero en el suroeste hay que contar con el cambio del litoral que afectaría a los modos de trabajo de pesca y marisqueo.

En el suroeste el medio físico sufrió algunos cambios en la línea de costa a partir del VII milenio a.n.e., cuando se formó el antiguo estuario boreal en la actual desembocadura del Guadalquivir. En la Bahía de Cádiz, hacia el 6500 B.P., se formó el “Archipiélago de las Gadeiras”, con un nivel del mar parecido al actual. Esto afectó al registro arqueológico, ya que los concheros del Epipaleolítico y del Neolítico Antiguo quedaron bajo las aguas de la transgresión (ARTEAGA et al. 2003). De forma que tenemos unas evidencias para este periodo que son las que no estuvieron afectadas por los “imponderables” naturales impuestos por la subida del nivel del mar, como es el caso de El Retamar.

De esto modo, la transgresión Flandriense influyó con mareas hacia el interior por los ríos y arroyos, con la presencia de ensenadas que conformarían playas protegidas y activos acantilados en las zonas más expuestas a la costa (GRACIA et al.  2002).

La explotación y gestión de los recursos en los sitios costeros, con auténticos “almacenes vivientes” (BATE 2004), facilitaría la extensión de estos modos de vida semisedentarios, que apoyados en la complementariedad de otras producciones, y en una circulación de los productos fundamentada en la reciprocidad, llevaría a partir del V milenio a una sedentarización plena sobre los territorios comunitarios (ARTEAGA 2004; PÉREZ 2003). A esta sedentarización contribuiría decisivamente el desarrollo de las técnicas agrícolas y ganaderas, pero que hasta estos momentos parece que se hallarían en la fase de prueba y error (ZAPATA et al. 2004), aunque la introducción de algunas especies pudo deberse a la posibilidad de la gestión de su producción desde el desarrollo social que habían experimentado estas sociedades.

Pero, además, la continuidad de las prácticas de caza y de recolección está atestiguada para estos momentos, en los inicios del proceso de tribalización tanto por los registros de fauna (CÁCERES 2003), como por el desarrollo de la tecnología lítica (RAMOS MUÑOZ 2004), que en los escasos estudios traceológicos realizados en nuestro entorno de estudio han mostrado el desarrollo de los microlitos geométricos puntas de proyectil para la caza (CLEMENTE y PIJOAN en prensa).

La domesticación animal es normal que conviva con la caza. En un yacimiento como El Retamar, con ovicápridos y vaca, especies producidas y consumidas, incluyendo sus productos secundarios, se aprovechan simultáneamente los recursos pesqueros y las especies procedentes de la caza: ciervos, liebre, conejo y aves (CÁCERES 2002). En principio, las especies domésticas se dedicarían también al autoabastecimiento (CÁCERES 2002 y 2003). Es decir, tenemos una variabilidad de recursos explotados y gestionados que es considerable.

En otros entornos, con mejores suelos para las prácticas agropecuarias, también se documentan evidencias de esta práctica de pesca y marisqueo y de un incipiente neolítico aldeano (ARTEAGA y ROOS 1995; ARTEAGA 2004).

También en la Banda Atlántica en sitios de la campiña litoral, con suelos de lehm margoso bético y margas abigarradas, con litosuelos del Trías, que se han usado para el cultivo de cereales (GUERRA et al. 1963), se han localizado asentamientos para esta época (MONTAÑÉS et al. 1999).

Esto habilitaría a las primeras comunidades tribales del suroeste para la realización de ensayos sobre otras especies que posibilitan su reproducción controlada. En todo el ámbito mediterráneo existen leguminosas en todos los registros arqueobotánicos (BUXÓ 1997) y de suidos y bóvidos respecto a la fauna (CÁCERES 2003). Y al menos de las especies faunísticas no parece que haya que recurrir a la importación de estas especies por colonización o aculturación para explicar su domesticación (CÁCERES 2003) sobre todo cuando desde el VII en Nerja existía la presencia de perro (MORALES y MARTÍN 1995).

Consideramos que uno de los problemas que tiene la investigación de este periodo para nuestra región, es que se desconocen cuales fueron las especies que recolectaron las últimas sociedades cazadoras-recolectoras, aunque se puede afirmar con cierto grado de seguridad que existían productos almacenables que fueron consumidos por estos grupos (piñones, bellotas y frutos de olivo en Nerja) (BADAL 1998) (PELLICER 1997).

El caso de la presencia de taxones de encinas en los registros de la antracología es muy generalizado (RODRÍGUEZ ARIZA en prensa; UZQUIANO y ARNANZ 2002).

El almacenamiento de productos, sin ser determinante, facilitaría la sedentarización del grupo en algunas zonas (TESTART, 1982; VICENT, 1991), y al mismo tiempo, la inversión de fuerza de trabajo se dirigiría a aquellos recursos con un resultado más predecible y con una mayor dependencia de los almacenado o acumulado.

Esto facilitaría la realización de ensayos agrícolas en algunas zonas, con transformaciones que permitirían que se crease un suelo agrícola que formaría parte de la propiedad de la comunidad, de uso exclusivo para los miembros de la misma, en tanto que había que proteger la inversión de fuerza de trabajo realizada (BATE, 1998, 2004).

Sin abandonar, la caza, la recolección, la pesca y el marisqueo, se iban ensayando prácticas agrícolas y ganaderas en estos momentos (ARTEAGA y HOFFMAN 1999; ARTEAGA 2004), en el aprovechamiento intensivo de la biocenosis del sur peninsular, que no requeriría de la llegada de colonizadores o “aculturadores” para que fuera explotada y gestionada con toda su potencialidad.

La gestión de los recursos en el caso de una agricultura incipiente debió tener su relación directa con la gestión de un recurso como el agua. Si la práctica de la agricultura se realizó con leguminosas, algunos tipos requieren de un riego regular, al contrario que los cultivos de secano como los cereales. Evidentemente, sus ensayos agrícolas debieron controlar también estos factores. De hecho, en sitios donde se han realizado prospecciones sistemáticas, los asentamientos hallados de esta época se encuentran cercanos a ríos, y que pueden contar con una vega aluvial. Este es el caso de la Banda Atlántica de Cádiz (RAMOS y PÉREZ en prensa), cuyos asentamientos que se pueden adscribir al VI-V milenios a.n.e. se hallan cercanos a ríos o en las inmediaciones de la costa. Contar con cauces naturales de agua facilitaría la explotación de estas especies, así como para el ganado, ya que el agua consumida por éste incide en el desarrollo o no de determinadas enfermedades (RIMBAUD 2003).


LA CONSOLIDACIÓN DE LA AGRICULTURA Y LA GANADERÍA

El cambio social que supuso la tribalización tuvo como consecuencia una nueva relación entre la sociedad y la naturaleza, en el sentido en el que la intervención en la naturaleza ahora trajo consigo la creación de un nuevo paisaje. Y las primeras evidencias se han constatado en los registros geoarqueológicos, con procesos de colmatación en los valles fluviales de la región atlántica-mediterránea (ARTEAGA y HOFFMAN, 1999; ARTEAGA et al. 2003).

Es en el IV milenio a.n.e. cuando se observa un desarrollo del poblamiento (NOCETE et al. 1992a, 1992b, 1993 y 1994; RAMOS et al. 1992, 1993, 1994), paralelo de las técnicas agrícolas y ganaderas, con una inversión de fuerza de trabajo mayor para implementar sistemas de almacenamiento ante la existencia de un excedente (LIZCANO Y CÁMARA 2004; PÉREZ et al. 2005).

Estas comunidades crearán diferentes espacios sociales en función de sus modos de vida y de trabajo aldeanos desarrollando una nueva forma de explotación de la naturaleza mediante sus modos de trabajo. A partir de la consolidación de la sociedad tribal del Neolítico Final (4000-3700 a.C.) es cuando se nota el aumento de la erosión, produciéndose la colmatación en torno a la desembocadura del Guadalquivir, lo que significa que es a partir de ese momento cuando el “Sistema Natural acusa la presión cultural humana” (ARTEAGA y HOFFMAN 1999: 64), con un correlato tecnológico en la proliferación de productos líticos pulimentados (PÉREZ 1997).

Se necesita acondicionar los campos de cultivo y las tierras de pasto. Los suelos son, además de medios de producción, productos de la actividad humana.

De todos los factores que intervienen en la creación del suelo, la intervención humana se configura como una de las más importantes. Es una pregunta obligada la de cuáles fueron los factores formadores que lo constituyeron. Podemos suponer que sufrió alteraciones debido a dos procesos fundamentales: sedimentario y erosivo, jugando en estos dos procesos un papel importante la transgresión Flandriense, en el suroeste y en otras zonas costeras, como la Banda Atlántica (ARTEAGA y HOFFMAN 1999).

Aunque para el IV milenio a.n.e. la incidencia antrópica se muestra todavía incipiente en algunas zonas, se mostrará cada vez con más fuerza, sobre todo con la aparición del Estado en el III milenio a. C. (ARTEAGA y HOFFMAN 1999). Y evidentemente, posteriores usos antrópicos pueden imposibilitar para la determinación de las características de los suelos prehistóricos.

Las comunidades, mediante la inversión de fuerza de trabajo, propician unas determinadas condiciones para crear un suelo agrícola (deforestación, abono, limpieza, etc.), potenciando su productividad natural. De esta forma se crearía un espacio social que posteriormente será utilizado como medio de producción, que como otros puede ser utilizado o reformado para un mejor aprovechamiento de toda su potencialidad.

Este acondicionamiento del espacio físico en suelo, requiere de una serie de trabajos: tala, quema, desyerbar, acotar parte del terreno, remover la tierra, abonarla, etc. Determinados trabajos de acondicionamiento de los campos de cultivo y de pastos en el Neolítico Final se reflejan posteriormente en los registros geoarqueológicos en un aumento de la sedimentación, sobre todo en las desembocaduras de ríos y en los valles fluviales (ARTEAGA y HOFFMAN 1999).

Otro elemento natural fundamental para el desarrollo de sistemas agroganaderos fue el agua. En primer lugar, para la producción de algunos productos agrícolas como las leguminosas, con algunas especies, que requerirían otro sistema de riego diferente, al menos, de las especies de secano como los cereales.

En la medida que la agricultura gana peso en la economía de estas comunidades se necesita de una mejor gestión del agua. Las grandes ollas y contenedores cerámicos que aparecen en esta época también debieron servir para el almacenaje de agua que sería empleada en diferentes actividades en el interior de las unidades domésticas, o en el cuidado del ganado y las personas (CASTRO et al. 2003).

Pero además, el ganado debe tener además de tierras de pastos, sitios donde beber. El control del territorio, ha de hacerse efectivo económicamente, por tanto, controlando en un momento dado los recursos de agua existentes que son los que permiten buenas tierras de vega aluvial o para pastos.

No es hasta el IV milenio a.n.e. cuando se observa que se ha asentados los sistemas de producción basados en la agricultura, con la aparición de los denominados “campos de silos”.

En la Banda Atlántica de Cádiz, han sido estudiados dos asentamientos aldeanos con un sistema de almacenamiento en silos.

Uno de estos asentamientos es La Esparragosa (Chiclana de la Frontera, Cádiz) (PÉREZ et al. 2005). Este asentamiento se halla situado en las inmediaciones del río Iro y en torno a suelos rojos mediterráneos, de gran potencial agrícola para el secano, olivar y cultivos de huerta o vid, en la campiña litoral. Constituye un claro ejemplo de asentamiento prehistórico que conocía la agricultura y que estaba en torno a buenos recursos de agua.

Cuenta con destacadas posibilidades de agua, pues dispone de al menos dos pozos, estando además a orillas del río Iro. Se sitúan en la campiña Este de Chiclana de la Frontera, en el paso natural de la cuenca de dicho río.

Geológicamente el asentamiento está emplazado sobre un cerro, formado por un conjunto detrítico de arenas amarillas del Plioceno. Sobre dicho material se documentan arenas rojizas procedentes de un glacis-terraza del río Iro.

Está situado en suelos de gran potencial agrícola, las denominadas campiñas de bujeos, secanos y regadíos, en las campiñas y vegas del SO  en un ámbito climático del mediterráneo oceánico.

Se sitúa por tanto, en un contexto natural conocido como “campiña” por sus características agrobiológicas y naturales, que cuenta con gran diversidad edafológica, que aumenta sus posibilidades agrícolas.

La propia conformación geológica de los alrededores de La Esparragosa condiciona sus tipos de suelos:

• El poblado está enclavado sobre suelos de tierras negras andaluzas, y adyacente a suelos rojos mediterráneos. Ambos tienen un gran potencial agrícola para el secano, olivar y cultivos de huerta o vid. Es importante, por la cercanía al Iro y algún afluente de éste, su cercanía de vega aluvial.

• La potencialidad agrícola y el acceso a recursos configuran unas condiciones naturales para la producción, ideales para el aprovechamiento y la transformación humana. El emplazamiento se vincularía con una manifiesta organización social de enclaves de una comunidad con modos de vida aldeanos y modos de trabajo agropecuarios, que conforman a nivel particular las características en la zona de la formación social tribal, de la cual La Esparragosa puede estar documentando una incipiente jerarquización, perteneciente ya al proceso de cambio que conlleva la disolución de las sociedades tribales con el inicio de Estado prístinos.

La excavación de ocho silos y un enterramiento, nos muestra la presencia de utillajes con productos como hojas con retoques de uso y lustre de cereal, que se vinculan a prácticas agrícolas. Junto a éstos, la presencia de geométricos (trapecios y triángulo con retoque en doble bisel), con foliáceos con retoques planos, son indicativos de una continuidad de la caza.

En el interior de alguno de estos silos, apareció también fauna cazada (ciervo), junto con restos de bóvidos y ovicápridos.

El resultado de las columnas polínicas ha arrojado la evidencia de leguminosas, plantas que son indicativas del afianzamiento de la agricultura a finales del Neolítico (RUIZ ZAPATA y GIL 2003).

En las campiñas de la Banda Atlántica de Cádiz, son numerosos los útiles de bordes abatidos, el utillaje laminar de retoques continuos, abruptos, simples y/o de uso, en algunos casos con lustre de cereal, y con morfotipos estandarizados de elementos de hoz (RAMOS y PÉREZ en prensa).

El sitio está sobre una plataforma amesetada sobre la que se habían realizado trabajos de cantería para la extracción de áridos para el firme de carretera. Estos trabajos dejaron al descubierto en superficie, al retirar el nivel de suelo edafizado, y en un perfil estratigráfico la presencia de numerosas estructuras siliformes excavadas en las margas terciarias (Fig. 3).

Los silos son los característicos de estos poblados de forma subcircular en planta, y con sección variada, de tipos acampanados y cilíndricos.

En la campaña realizada por nuestro equipo, documentamos unos silos muy homogéneos y uniformes, además de considerar que estos sitios constituirían lugares de almacenaje, probablemente de recursos alimenticios agropecuarios. Todas las estructuras contenían fauna, malacofauna, industria lítica tallada y cerámicas a mano.

Los productos arqueológicos han sido muy uniformes, consistentes básicamente en fragmentos y algunos escasos ejemplares completos de cerámicas a mano.

Son cerámicas con un acabado alisado, de texturas compactas y desgrasantes, que de momento sólo nos podemos hipotetizar con que son locales, porque las analíticas de sus pastas deben ser analizadas todavía por el Prof. de Cristalografía Salvador Domínguez-Bella de la Universidad de Cádiz. Los desgrasantes están formados por arenas y fragmentos de dioritas y rocas subvolcánicas.

Las formas son muy homogéneas de contextos del IV milenio a.n.e. con cuencos variados, de casquete esférico, semiesférico y escudillas. Se documentan también algunos fragmentos de ollas de paredes entrantes y sobre todo, se aprecian fuentes carenadas, correspondiéndose a formas de consumo, de tipo colectivo o individual. También se ha documentado algún fragmento con decoración pintada.

La tecnología lítica es también la característica de contextos de finales del IV milenio a.n.e. Se han documentados productos del desbaste con algunos núcleos centrípetos y para hojas, lascas internas, de talla levallois y hojas. Entre los productos retocados se aprecian hojas con retoques de uso, geométricos, básicamente trapecios, triángulos con retoque en doble bisel, alguna lámina con muesca y foliáceos con retoques planos.

Es decir, la tecnología evidencia procesos de trabajo comunes en sociedades agropecuarias, con hojas con retoques y/o de uso y lustre de cereal, vinculadas a las prácticas agrícolas. Los geométricos se han relacionado con proyectiles en el mantenimiento de la caza; al igual que las puntas foliáceas con retoques planos (Fig. 4).

Se han documentado también algunos fragmentos de molinos y moletas, como una posible evidencia de la transformación de productos agrícolas.

Junto a los productos orgánicos, los restos biológicos han sido abundantes, con fauna marina y terrestre. Estimamos provisionalmente entre esta última la presencia de bóvidos, cápridos, équidos, cánidos, como ejemplos de fauna domesticada. Por otro lado, es abundante la presencia de fauna procedente de prácticas de caza, con ciervos y conejos (en estudio).

La columna polínica analizada por Blanca Ruíz Zapata y Mª José Gil García (RUIZ ZAPATA y GIL 2003), de la Universidad de Alcalá de Henares, nos ha aportado interesantes datos sobre la vegetación de los entornos. Resulta de su estudio un paisaje muy abierto, con especies arbustivas, y una representación arbórea escasa, con presencia de Quercus perennifolio, Pinus, Agnus y Ulmus.

Aunque no se detectan claramente actividades de tipo agrícola sí se ha detectado la presencia de Apiaceae y Fabacea. No obstante, existe presencia de leguminosas en todo el ámbito atlántico- mediterráneo andaluz. También se ha documentado elementos de ribera.

Así, este asentamiento se corresponde con un contexto de sociedades del IV milenio a.n.e., con una cronología absoluta por TL de 5255±433 BP y 5129±476 BP.

Este asentamiento se inserta en el marco de la fenomenología producida por las FES Tribal Comunitaria, pero en una fase avanzada que podría estar indicando fenómenos de redistribución que se vinculan con la disolución de estas sociedades.

También en la Banda Atlántica de Cádiz, el yacimiento de Cantarranas-Las Viñas, con silos y varios enterramientos colectivos, mostraba la continuidad de actividades de caza y marisqueo por la industria lítica, además de hojas con retoques de uso, elementos de hoz con lustre de cereal, etc. (RUIZ 1987)

Junto a grandes aldeas como La Esparragosa y La Mesa (Chiclana de la Frontera, Cádiz) de grandes dimensiones se sitúan pequeños enclaves con elementos característicos de estas sociedades aldeanas, tanto líticos como cerámicos (RAMOS y PÉREZ en prensa).

Campos de silos como los mencionados, evidencian procesos de redistribución en el interior de estas comunidades, donde el excedente empieza a ser controlado por un grupo social, que aunque participa de la producción controla la distribución del excedente.


CONCLUSIONES

El proceso histórico que lleva a la aparición y desarrollo de las sociedades tribales en el entorno del suroeste, supuso un proceso creciente de domesticación de la naturaleza. De los primeros momentos con una producción diversificada, se pasa al desarrollo de la agricultura y la ganadería, sin abandonar la explotación de recursos que en los inicios de este proceso se configuraron como imprescindibles.

En la controversia sobre la procedencia de los productos agrícolas, admitiendo que los cereales y ovicápridos sea foráneos, se ha olvidado un valoración desde parámetros espaciales más amplios, que consideren el entorno del Norte de África como lo que es: una orilla más del Mediterráneo, y tan importante como la europea, planteando la posibilidad de una relación fluida entre un lado y otro (OLARIA 1998).

En el Norte de África existe un desarrollo similar del modo de vida aldeano que el observado para el sur peninsular (MIKDAD y EIWANGER, 2000).

Las escalas espaciales de este proceso histórico de cambio, pensamos que deben ampliarse hacia el sur, no como una vuelta al “africanismo” del primer tercio del siglo XX, sino en la consideración de las evidencias de unos procesos históricos similares en todo el “Círculo del Estrecho” (PÉREZ 2003).

Asimismo, las escalas temporales deben tener en cuenta el proceso histórico en todo su desarrollo, que al menos para su fase final se hace indispensable su estudio para explicar la formación de los primeros Estados prístinos en el sur peninsular.

Otra escala que debe ampliarse es la social. Sobre todo ahí donde la desigualdad entre hombres y mujeres parecen quedar al margen de las relaciones sociales. Y esto a pesar de la existencia de evidencias y propuestas que, desde el propio materialismo histórico, se ofrecen para una explicación del origen de la desigualdad para las últimas sociedades cazadoras-recolectoras y primeras agricultoras (ESCORIZA 2003; ESTÉVEZ et al. 1998).


BIBLIOGRAFÍA

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