Publicado por vez primera en: lista lssi@elistas.net, 13 Octubre


Hacking motero (parte de "LSSI: un año perdido")
Arturo Quirantes Sierra





Érase una vez un españolito medio -digamos, comercial en una compañía de seguros- llamado Pepe. Era el típico hombre de la calle que se dedicaba a sus asuntos. Veía Operación Triunfo, se compraba el dominical con el DVD de regalo, regaba el césped los domingos y se desesperaba con la birria de delanteros que este año tiene su equipo favorito de fútbol.

Un día, a la cochera de Pepe llega una moto. Quizá se la compró él mismo, o tal vez fue un regalo del banco por depositar la herencia de su tío. Eso no importa. El caso es que Pepe, al principio, no le hace caso a la moto. Pero la ve allí, en su cochera, todos los días, acumulando polvo. Es una tontería desperdiciarla, total, ya que la tengo ... así que un día la coge para ir al trabajo. Y luego otro día. Y otro.

Al cabo de una temporada, Pepe ya se ha habituado a usar su moto. No se complica la vida, se limita a ir del punto A al punto B y vuelta. Pero un día, un compañero del trabajo le comenta que le ha puesto un cuentakilómetros digital a la suya. Otro día, el vecino comparte con él sus experiencias con un nuevo compuesto de gasolina enriquecida que mejora el rendimiento y la velocidad.

Poco a poco, Pepe cae encandilado por el espíritu motero. Poca cosa al principio: leer alguna revista de motos, ponerle unos cromados, cambiarle el tubo de escape. Pepe va descubriendo que montar en moto es divertido y, si me apuras, hasta creativo. Aprende sobre la marcha algo de mecánica, se reúne los domingos en el bar del centro comercial con otros aficionados a las motos. Y descubre que Gran Hermano puede tener sus cosas, pero donde se ponga la sensación del aire cortando tu cara
que se quite la televisión.

El motor, poco a poco, le desvela sus secretos, y hace con la máquina de su moto lo que quiere. Aprovechando una paga extra, se compra su traje de motero, cuero negro del guapo. Cuelga un poster de una Harley Davidson en su taller de herramientas, soñando con el día en que se vea montado en una de verdad. Soñar no cuesta nada. Pepe comienza, sin darse cuenta, a entrar en la hermandad de los moteros. Pepe se ha convertido en un hacker de las motos.

Pero, para su desgracia, su afición no es compartida por todos. Sus vecinos recelan de él, no en vano han visto demasiadas películas de Ángeles del Infierno. Su esposa le pide que lo deje, que eso no le da buenas vibraciones. Y los medios de comunicación comienzan sutilmente a recordar el lado oscuro de las motos. No es que sean malos, no, pero recuerden aquella batalla entre bandas de moteros en Phoenix. Cada vez que un criminal usa una moto para escapar del lugar del crimen, el telediario señala el hecho una y otra vez -cosa que no hacen cuando el malo escapa a pie o en autobús-. Los motoristas, dicen, consumen más alcohol que la media. Visten como chorizos, llevan una vida que califican de rebelde e inconformista (qué curioso, los mismos argumentos que usan en los anuncios para vendernos cosas). Y será casualidad, pero el asesino de Dolores tenía un poster de Easy Rider en su habitación.

Pronto comienzan las restricciones. Carné de conducir motos, cursillos de capacitación obligatorios, seguros de responsabilidad penal, matrículas. Al cabo del tiempo, algunos ya adelantan - -globosondean, más bien- la posibilidad de poner transmisores GPS en todas las motos y tomar las huellas de sus neumáticos. Todo por nuestra seguridad, seguro, se dice Pepe. ¿Por qué no nos dejan en paz? ¿Acaso nos metemos con alguien? Sí, vale, hay criminales moteros, pero también hay criminales fruteros.

Poco a poco, salir con la moto le resulta cada vez más penoso a Pepe. La libertad de cortar el viento se atempera, se controla, se regula. Cada vez hay más controles, pero de quitar los guardabarreras asesinos no se preocupan.

Hasta que llega lo inevitable: la ley a medida. Un día, Pepe se entera de la aprobación de la Ley de Servicios de la Sociedad Motera. No se resuelven los problemas de la gasolina a precio de caviar, ni de las zonas de reposo en autovías, ni de los abusos por parte de los talleres de reparación, pero bien se preocupan en amargarle la existencia.

Desde ese momento, Pepe deja de ser un motero para convertirse en Prestador de Servicios Biciclísticos Motorizados. Deberá guardar un registro de todos los lugares donde ha estado con su moto, entregar a la Guarcia Civil una fotocopia de su DNI y carné de conducir, repostar sólo en gasolineras autorizadas, inscribirse en un Registro de Usuarios de Motocicletas, dejar su moto a requerimientos de cualquier guardia urbano - -haya hecho algo malo o no-, abstenerse de llevar pasajeros no autorizados de paquete ... y si se niega, le podrán confiscar la moto e imponerle una fuerte multa en tanto se aclara el asunto en los tribunales. Todo con la excusa de la Unión Europea, y con el objeto de crear confianza y seguridad en las carreteras.

No puedo sino imaginarme el desencanto de Pepe al comprobar cómo su afición favorita ha pasado de ser un ejercicio de libertad a constituir una actuación reprobada por los medios de comunicación, sospechosa para las fuerzas del orden y reprobada por la sociedad. Como un padre que ve a su hijo consumirse por la cocaína, se pregunta a sí mismo una y otra vez: ¿en qué nos hemos equivocado? ¿Qué hemos hecho para que nos traten de esta manera?

Hoy es Domingo, y los amigos de Pepe se reúnen una vez más en su cafetería del centro comercial. Dos de ellos ya han dicho que dejan la moto: uno de ellos teme las multas, el otro ya no lo ve divertido. Los demás están divididos: algunos dicen que no aceptarán esta ley injusta, mientras que otros hacen gala del tradicional espíritu de resignación propio de esta parte del mundo. Seguirán con sus movidas, sus reuniones de moteros y sus sueños, pero ya no será lo mismo. No importa que acepten la ley o no. Lo que les duele es que les han criminalizado. Han convertido su afición en una actividad sospechosa.

En cuanto a Pepe, seguirá soñando con un mundo lleno de Harleys, y pensando cómo será ese mundo cuando la nueva ley se imponga. De momento, la Guardia Civil no aplica mucho la LSSM. Un amigo que tiene un cuñado trabajando en Tráfico se lo ha confirmado. Pero Pepe sabe que las cosas pueden cambiar. Es entonces cuando abre su Solo Moto, con la esperanza de hallar una solución. En otros tiempos hubiera tragado y callado, pero ahora no. El hacking motero le ha descubierto un mundo más allá del tubo catódico y el dominical. No volveré atrás, se jura Pepe. ¿Pero cómo encontraremos una solución? Y en el momento en que se jura a sí mismo "encontraremos", se pregunta si el plural inherente a su pregunta no llevaba implícita una especie de respuesta...

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El próximo capítulo, dentro de doce meses. O puede que nunca. El final sigue abierto.

Ahora me voy a dormir.

Felices sueños.



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