El cifrado en el Renacimiento
fue el abate español Tritemio (Johannes Trithemius) el que, con su obra Polygraphiae libri sex, dio gran impulso a la criptografía. Nacido en Trittenheim, una pequeña ciudad alemana de la que le viene el nombre, en 1462, era un docto abad benedictino que se interesó por las ciencias naturales y se ganó fama de mago. Ideó un cuadrado en el que en cada línea aparecía el alfabeto, pero la línea inferior empezaba una letra después, y repetía el ciclo. Este cuadrado se le conoce actualmente -erróneamente- como cuadrado de Vigenère.

El arte de la criptografía alcanzó un gran esplendor en el Renacimiento. En España, los Reyes Católicos iniciaron la "cifra", la República de Venecia, por su parte, tenía sus secretarios de cifra, tan hábiles en el criptoanálisis o desciframiento (desencriptación) los mensajes de sus adversarios que hicieron decir a Felipe II que Venecia "tenía brujos". En Francia, el cardenal Richelieu empleaba la "gran cifra" para su correspondencia con los ministros y comandantes de los ejércitos, y la "pequeña cifra" para hacerlo con las autoridades de menor categoría.
Leon Battista Alberti (1402-1472), uno de los más famosos exponentes del Renacimiento italiano, escribió un tratado titulado Modus scribendi in ziferas, donde describe, entre otras cosas, unos discos con los que se podían cifrar mensajes. Este hombre fue secretario de claves de la Curia Vaticana, otra potencia de la época, su contribución fue tan importante que ha merecido el título de "padre de la criptografía occidental".

Giovanni Battista Belaso, el noble de Brescia, publicó en 1553 El auténtico modo para escribir en cifra. También había descrito los cifrarios polialfabéticos. Belaso y Blaise de Vigenère ofrecieron el sistema de autoclave para incrementar la seguridad de los criptogramas (el cifrado de Vegenère).