«Catástrofe morboso de las minas mercuriales de la villa de Almadén del Azogue» (1778) de José Parés y Franqués. Edición anotada

Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha

[Colección Monografías, n. 21],1998, 397 pp.

ISBN: 84-89958-10-6

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ÍNDICE

PRÓLOGO a cargo del Prof. Esteban Rodríguez Ocaña

1. NOTA PRELIMINAR

2. ESTUDIO INTRODUCTORIO

2.1. Trabajo y asistencia en las minas de Almadén en la segunda mitad del siglo XVIII

2.2. Al servicio de Su Real Majestad: Biografía de José Parés y Franqués (1720-1798)

2.3. La producción científica de Parés: La trilogía sobre las minas de Almadén (ca. 1772-1785)

2.4. El «Catástrofe morboso» y el pensamiento médico de Parés

2.5. Plan de edición de la obra

3. EDICIÓN ANOTADA DEL «CATÁSTROFE MORBOSO»

3.1. Prólogo

3.2. Tratado 1º. Enfermedades corporales de los mineros

3.3. Tratado 2º. Enfermedades médico-morales de los mineros de Almadén

3.4. Apóstrofe

3.5. Adiciones al Catástrofe

3.6. Índice de lo contenido en esta obra

4. ÍNDICE ONOMÁSTICO

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2. Estudio introductorio:Trabajo y asistencia en las minas de Almadén en la segunda mitad del siglo XVIII

            Las minas de mercurio de Almadén han cosechado a lo largo de su dilatada historia, y en especial durante el siglo XVIII, un nutrido abanico de epítetos elogiosos. Sentencias como «alhaja más preciosa del Universo en su línea» ([1]), o «mina más rica para el Estado, ... [y] la más curiosa para la historia natural» ([2]) abundan en la literatura naturalista setecentista. El carácter conspicuo que esta explotación alcanzó a los ojos de los observadores coetáneos, propios y foráneos, deriva  como es bien conocido  de la utilización a gran escala del mercurio en los procesos de amalgamación. Esta técnica metalúrgica, cuyo uso se generalizó en las minas de plata americanas en la segunda mitad del siglo XVI, reservó para el azogue un papel clave en la economía colonial española y para Almadén un puesto de privilegio en el monopolio que la Corona española ejerció sobre la producción y distribución del líquido metal ([3]).

            La producción de Almadén se destinó tradicionalmente a las minas de Nueva España, mientras que Huancavélica hizo las veces de fuente de suministro de la minería argentífera peruana. Bien es cierto, que los trasvases desde Huancavélica a Nueva España, amén de las aportaciones complementarias de las minas de Idria, fueron un recurso frecuente para paliar las eventuales crisis de desabastecimiento padecidas por el virreino septentrional ([4]).

            Durante la segunda mitad del siglo XVIII, un plantel de circunstancias redimensionaron la transcencia de la explotación manchega. De un lado, los responsables del monopolio estatal abogaron por un abaratamiento del precio de venta del azogue. Una política claramente expansionista destinada a multiplicar los ingresos fiscales que gravaban la producción y amonedación de plata ([5]). De otro, el desplome de la producción en Huancavélica convirtió de facto a Almadén en la única fuente de suministro de azogue ([6]).

            Si atendemos al resultado final, el impulso expansionista de la producción en Almadén durante la segunda mitad del Setecientos se vió plenamente coronado por el éxito, posibilitando la expansión de la minería argentífera de Nueva España. Exceptuando la década de los cincuenta  en la que como consecuencia de un incendio subterráneo se paralizaron las excavaciones durante cerca de dos años  las «sacas de azogue» duplicaron con creces las obtenidas en la primera mitad de la centuria. El último cuarto de siglo fue especialmente propicio alcanzándose producciones anuales medias por encima de los 16.000 quintales castellanos, frente a los 5.400 obtenidos por término medio entre 1700 y 1749 ([7]). El incremento y la regularización de los niveles de producción fueron tributarios de la mejora acontecida en la financiación del Establecimiento, dependiente de la Real Hacienda. El millón y medio de reales de vellón consignados anualmente en 1748 se duplicó en 1753, alcanzando los seis millones de reales anuales en 1777 ([8]). Este rápido crecimiento de la cuantía de los fondos destinados al sostenimiento de las Minas estuvo, lógica y expresamente, vinculado al crecimiento del tamaño de las «sacas».

            El aumento en los guarismos de «reales» y «quintales» no debe ocultar, sin embargo, los conflictos inherentes a los planes expansionistas. La extensión de las labores y la intensificación de las tareas extractivas dispararon los requerimientos de mano de obra que chocaron pronto con la incapacidad manifiesta de la población local para atenderlos. No se trata, en cualquier caso, de una situación novedosa en Almadén. Por el contrario, el conflicto entre la oferta de fuerza de trabajo suministrada por la villa y las poblaciones del entorno y la demanda del Establecimiento presidió el mercado laboral de las Minas desde la segunda mitad del siglo XVI. Tradicionalmente, la Real Hacienda había afrontado estos desarreglos estimulando la captación de nuevos trabajadores, bien mediante la concesión de privilegios fiscales y militares que incentivaran los avecindamientos, bien mediante la incorporación a las Minas de trabajadores forzados o de colectivos tan señalados como los moriscos expulsados en 1569 del Reino de Granada ([9]). Una política poblacionista que resultó insuficiente ante la marcada agudización del conflicto entre oferta y demanda de mano de obra operada en la segunda mitad del Setecientos.

            La intensificación de la actividad productiva en Almadén colocó en primera línea uno de los problemas tradicionalmente considerados «inherentes» al proceso productivo del azogue: su carácter altamente nocivo para la salud. Tras un periodo más o menos prolongado de trabajo en el espacio subterráneo o en ciertas tareas metalúrgicas era inevitable la aparición del ptialismo o salivación y del temblor, principales manifestaciones del azogamiento. Aunque pocas veces comprometían la vida de los trabajadores, las manifestaciones de la intoxicación mercurial provocaban frecuentes abandonos temporales de los trabajos, representado la principal causa de incapacitación temporal y del acortamiento de la capacidad productiva de los mineros de Almadén. Los padecimientos respiratorios y los accidentes completaban el abanico de problemas de salud de origen profesional. Por otro lado, al igual que buena parte del territorio peninsular, el entorno de Almadén fue un enclave endémico de paludismo durante la segunda mitad del Setecientos. La amplia afectación del «mineraje» y la consecuente inhabilitación temporal por padecimientos de origen profesional, junto a la concentración en los meses estivo-otoñales de un importante número de casos de «fiebres tercianas», obligaban a retirarse de sus destinos a una parte considerable del contingente laboral de las Minas, condicionando el cese de la campaña minera llegados los meses estivales. Además de limitar el propio ritmo de la actividad productiva, la insalubridad del trabajo, y su correlato en la rápida incapacitación de los operarios y en la subsiguiente constricción de la oferta de mano de obra, se convirtieron en los principales impedimentos que encontraron las Minas a la hora de lograr sus objetivos productivos ([10]).

            Los problemas de salud laboral en Almadén se interpretaron precoz y plenamente en claves concordantes con el ideario mercantilista. El deseo programático de allegar a todos los súbditos posibles para el trabajo productivo como base del engrandecimiento económico y del poder del Estado  con sus corolarios poblacionistas y asistenciales ([11])  se solapó en Almadén con la necesidad de sobredimensionar el contingente laboral de las Minas y con las evidentes implicaciones económicas derivadas de la insalubridad del trabajo. Por ello Almadén, al igual que otros sectores productivos claves de la economía del Antiguo Régimen, fue pionera en el desarrollo de una activa intervención estatal que marcaría las pautas de la introducción de la medicina en el mundo laboral preindustrial. Tal es el caso de los arsenales militares, cuyas maestranzas  denominación que recibían los colectivos laborales de los mismos, destinados especialmente a la construcción y reparación de buques de guerra  gozaron de un amplio plantel de prerrogativas, entre ellas la asistencia hospitalaria ([12]).

            La política de intervención desarrollada en Almadén estuvo marcada por dos rasgos básicos. En primer lugar, se trató de una política centrada casi en exclusiva en la gestión de la mano de obra, excluyendo cualquier medida de corrección o transformación del proceso productivo que aminorase los niveles de insalubridad. En segundo lugar, la intervención sobre el mercado de trabajo superó con creces los tradicionales planteamientos poblacionistas, extendiendo los mecanismos compensatorios a las vertientes conservacionista y asistencial ([13]). Respecto a la política poblacionista, la intervención se plasmó en una intensificación de las tradicionales medidas ensayadas desde fechas anteriores. Junto a la extensión de los privilegios fiscales y militares se habilitaron propuestas para la construcción de viviendas que facilitaran el asentamiento de nuevos pobladores ([14]). Aunque el número de forasteros asentados definitivamente en la población fue reducido, dicha política consolidó una importante corriente de inmigración temporal  los denominados «temporeros»  cuya contribución laboral fue determinante.

            El reemplazamiento de trabajadores es, sin embargo, un mecanismo insuficiente e inadecuado en un mercado laboral caracterizado por la cualificación técnica. Alcanzar el grado de destreza necesario para el desempeño de ciertas tareas mineras o metalúrgicas sólo es posible tras una prolongada dedicación a las Minas. Por ello, junto a la incorporación de nuevos efectivos, los dirigentes del Establecimiento introdujeron mecanismos que garantizasen, a medio y largo plazo, la «conservación» de la mano de obra empleada en las Minas. Se trataba de evitar que el deterioro de la salud del «mineraje» alcanzara niveles que fuesen definitivamente incompatibles con la recuperación de su capacidad productiva. Unas medidas impulsadas a instancias de los responsables de las Minas pero interpretables, al mismo tiempo, como expresión de resistencia de los propios trabajadores al fenómeno de su deterioro biológico. Tales pautas conservacionistas acabaron incorporadas a la reglamentación laboral de las Minas: la reducida duración de la jornada laboral de interior  seis horas frente a la jornadas de «sol a sol» que regían en el exterior , la ralentización de la actividad productiva durante los meses estivales o la alternancia de los trabajadores en las excavaciones más dañosas, son algunos ejemplos. La culminación de esta filosofía conservacionista se alcanzó a comienzos del siglo XIX, momento en que se regularon los denominados «jornales de saneamiento». Estos jornales suponían la habilitación de regímenes laborales ventajosos que permitían, tras el devengo de un cierto número de jornadas de interior, acceder a destinos exentos del riesgo tóxico. Destinos, que por otro lado, apenas reportaban utilidad productiva alguna a las Minas ([15]).

            En tercer y último lugar, los responsables del Establecimiento apostaron por una decidida intervención asistencial destinada a facilitar la recuperación de los trabajadores imposibilitados. Una primera faceta consistía en la concesión de limosnas a los mineros inhabilitados o, en caso de fallecimiento, a sus viudas y huérfanos. Aunque discrecional, modesta y limitada en el tiempo, la transferencia de recursos económicos al entorno familiar durante el periodo de inactividad contribuía a hacer posible la subsistencia. En el caso de las concesiones a viudas y huérfanos, las limosnas paliaban las difíciles circunstancias a que se veían abocadas las familias y posibilitaban la futura conversión de los hijos en trabajadores de las Minas ([16]). En segundo lugar, se garantizaba la prestación de cuidados médico-quirúrgicos a los trabajadores enfermos o accidentados, amén de dispensar en condiciones ventajosas las medicinas necesarias para su recuperación ([17]).

            Las Minas contaron con la presencia de sanitarios y la dotación de fondos y espacios para fines asistenciales desde mediados del siglo XVI. Los sucesivos contratos que regularon la cesión de las Minas a los banqueros alemanes Fugger entre 1562 y 1645 reflejaron la obligación de los arrendatarios de costear una enfermería y una botica, así como la de contratar a un médico y un barbero para la asistencia de los trabajadores ([18]). La enfermería, instalada en las dependencias de la cárcel que albergaba a los trabajadores forzados, acabó siendo de uso privativo de éstos. Los trabajadores libres recibían en sus domicilios los cuidados de los facultativos de las Minas a la vez que solicitaban limosnas para afrontar su subsistencia y el pago de las medicinas necesarias.

            La fundación en 1752 del Real Hospital de Mineros supuso un salto cualitativo en el dispositivo asistencial de las Minas. La creación de un hospital de importantes dimensiones  dotado con dos salas y cuarenta camas  destinado específicamente a los trabajadores de la explotación y sus familias cobra sentido pleno en el marco de las necesidades que el proceso productivo y el mercado laboral imponían a la reproducción de la fuerza de trabajo. El hospital nació ligado, pues, a los planes expansionistas y a las crecidas necesidades reproductivas derivadas de la intensificación de la actividad minera. Todo ello convierte al Real Hospital de Mineros de Almadén en un producto secular del pensamiento mercantilista ilustrado ([19]).

            El nosocomio no entró en funcionamiento hasta marzo de 1774. En el ínterin, los fondos dotados para su construcción posibilitaron un despegue de la actividad asistencial que se materializó en torno al pequeño hospital de peregrinos de la localidad, el llamado Hospital de la Caridad, manteniéndose el peso de la opción domiciliaria. A partir de la entrada en funcionamiento del Real Hospital en 1774, éste capitalizó los cuidados sanitarios dispensados por las Minas en claro detrimento de la asistencia domiciliaria y de la concesión de limosnas. La cuantificación de los parámetros de actividad hospitalaria  singularmente ingresos y estancias  muestra el vertiginoso crecimiento registrado en los niveles de asistidos y ocupación desde la puesta en marcha del nosocomio. De una cifra de ingresos y estancias medios anuales en los primeros cuatro años de funcionamiento que rondaban los 325 y 5.900, respectivamente, se pasó a partir de 1780, a guarismos anuales que superaban con creces los 800 ingresos y las 14.000 estancias por término medio ([20]). Cifras que, sin duda, avalan el alto grado de ocupación del hospital y su decidida contribución a los fines reproductivos. Esta etapa, que he caracterizado como de florecimiento asistencial, se truncó con el estallido de la Guerra de Independencia, como resultado  entre otros factores  de los graves problemas financieros que afectaron al Real Erario y, por ende, a las Minas de Almadén ([21]).

            A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, el cargo de «Médico de las Reales Minas» fue desempeñado sucesivamente por Francisco López de Arévalo (+1765) y por José Parés y Franqués (+1798). Ambos legaron los que podríamos considerar como primeros escritos médicos de patología laboral de nuestro país. Sin duda, el contacto prolongado con la realidad sanitaria de las Minas, la agudización de los problemas de salud laboral acontecida durante la segunda mitad del Setecientos y la concentración de casos que posibilitó la creación del hospital explicarían sus contribuciones, que constituyen el punto de arranque de la preocupación médica española por el medio laboral.

            López de Arévalo, que desempeñó el cargo de médico de las Minas desde comienzos de los años treinta hasta 1761 en que se jubiló ([22]), remitió en junio de 1755 una carta con una descripción de los padecimientos de los mineros de Almadén al médico francés François Thiéry (n. 1719) ([23]). Thiéry, quien visitó España entre 1752 y 1755 en compañía del Conde de Duras, solicitó la colaboración de diversos médicos españoles  que actuaron a modo de corresponsales  para escribir una topografía médica de nuestro país, que acabaría publicándose en 1791 con el título de Observations de Physique et de Médecine faites en différens lieux de l'Espagne ([24]). El texto de López de Arévalo ya ha sido objeto de estudio ([25])

            El sucesor de López de Arévalo, José Parés, desempeñó el cargo desde la retirada de aquél, en 1761, hasta su fallecimiento en octubre de 1798. Cerca, pues, de cuatro décadas de vinculación en una etapa de las Minas, como hemos visto, especialmente significada por el despegue definitivo de los niveles de producción y por el «florecimiento asistencial» del Real Hospital de Mineros. Como tendremos ocasión de comprobar, la producción científica de Parés superó en ambición y calado a la de su antecesor. Si López de Arévalo testificó sobre los padecimientos de los mineros y apuntó las implicaciones sociales del trabajo en Almadén, Parés acometió con éxito un programa de descripción sistemática de la patología laboral de estas minas, amén de proporcionar una sobrecogedora visión de la realidad vital de los mineros almadenenses del siglo XVIII, materializados ambos en el Catástrofe morboso de las Minas Mercuriales de la Villa de Almadén del Azogue ([26]). Precisamente, la contundencia de su testimonio no fue ajena a la suerte que corrió el Catástrofe, condenado a permanecer inédito hasta nuestros días.

            Los testimonios de López de Arévalo y Parés acabaron, además, con la pertinaz sequía de escritos médicos sobre los riesgos ocupacionales del azogue inspirados en Almadén. En efecto, aunque los dos principales yacimientos de mercurio durante los siglos XVII y XVIII, Almadén y Huancavélica, contaron con la presencia precoz de facultativos, el grueso de los testimonios médicos sobre los efectos nocivos del azogue proceden de autores mayoritariamente centroeuropeos, cuyas observaciones y noticias hacían referencia a las minas de Idria, a la labor de diversos artesanos que empleaban el mercurio o a los riesgos derivados de su empleo terapéutico. Entre ellos merecen destacarse los textos de Ulrich Ellenbog (Von den gifftigen besen Tempffen und Reuchen der Metal, 1473), Paracelso (Von der Bergsucht und anderen Bergkrankheiten, 1567), Agricola (De re metallica, 1556), Gabriele Fallopio (De thermalibus aquis, de meteallis et fossilibus, 1564), Pier Andrea Mattioli (Pedacii Dioscoridis de materia medica libri VI ... cum commentariis, 1554), Andrés Laguna (Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la Materia Medicinal, ..., 1570), Jean Fernel (De lue venerea, 1579), Martin Pansa (Consilium peripneumoniacum, 1614), Samuel Stockhausen (Libellus de Lythargyrii fumo noxio morbifico ..., 1656), Walter Pope (Extract of a letter, ..., concerning the Mines of Mercury in Friuli, 1665), Michael Ettmüller (Mineralogia, ca. 1683) o el propio Bernardino Ramazzini (De morbis artificum diatriba, 1700) ([27]).

            En el caso de la mina peruana, las informaciones sobre enfermedad alcanzaron el continente europeo vehiculadas por obras de contenido no médico, lo que sin duda dificultó su difusión entre los sanitarios de la época. Tales son los casos de los escritos de algunos «cronistas de Indias» del siglo XVI, como Reginaldo de Lizárraga (Descripción del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile) y Felipe Waman Puma de Ayala (Nueva Crónica y buen gobierno) ([28]). Mayor difusión alcanzó la obra de Juan de Solórzano Pereira (1575-1655), Política Indiana..., publicada por vez primera en Madrid en 1647 ([29]).

            Respecto a Almadén, los testimonios previos al siglo XVIII fueron obra de autores no médicos ([30]). El primer escrito médico que alcanzó relevancia y a la postre el más citado allende nuestras fronteras, fue la memoria presentada por Antoine de Jussieu (1686-1758) a la Academia de Ciencias de París en 1719. Enviado en 1716 a España por el Duque de Orleans para realizar estudios botánicos, optó por observar con sus propios ojos un centro industrial que por sus dimensiones y trascendencia económica resultaba singular. Una visita, en definitiva, «interesada» en conocer el proceso productivo empleado en Almadén ante un eventual descubrimiento de yacimientos de cinabrio en el país vecino ([31]). El texto de Jussieu, inicialmente publicado en las Mémoires de la Academia de Ciencias de París, en 1719 ([32]), gozó de una amplia difusión gracias a su inclusión en la edición francesa de la obra de Álvaro Alonso Barba Métallurgie, ou l'art de tirer et de purifier les métaux (París, 1751).

            Coetáneas a los testimonios de López de Arévalo y Parés, el médico y el cirujano de las Minas de Idria plasmaron sus experiencias asistenciales en sendas obras. Giovanni Antonio Scopoli (1723-1788), médico de estas minas entre 1754 y 1769, publicó en 1761 De Hydrargyro Idriensi tentamina, en cuya tercera parte («De causis et curatione morborum, qui hydrargyri fossores potissimum affligunt»), plasmó sus observaciones personales sobre la intoxicación mercurial. El francés Balthasar Hacquet (1740-1815) desempeñó el cargo de cirujano de la explotación entre 1766 y 1773, y legó sus observaciones al respecto en la obra publicada en 1781, Oryctographia Carniolica ([33]).

            Parés, consciente del escaso protagonismo que las más importantes minas de mercurio del mundo venían desempeñando en esta tradición, se aplicó a transitar con vocación pionera por una región tan «remota del comercio de los curiosos escritores» como relevante para la salud de los trabajadores de Almadén y los intereses de la Corona española.

NOTAS
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[1] PARÉS Y FRANQUÉS, José. Apología de las Reales Minas de Almadén del Azogue y de sus Mineros, ..., Almadén, ms., 1777, fol. 1 v.

[2] BOWLES, Guillermo. Introducción a la Historia Natural, y a la Geografía Física de España, Madrid, Imp. de D. Francisco Manuel de Mena, 1775, [edición facsímil: Madrid, 1982], p. 5.

[3] La literatura sobre las minas de Almadén y las implicaciones económicas del mercurio en el periodo colonial es abundante. Las historias estándares de Almadén son las de MATILLA TASCÓN, Antonio. Historia de las Minas de Almadén. Volumen I. (Desde la época romana hasta el año 1645), Madrid, Consejo de Administración de las Minas de Almadén y Arrayanes, 1958; Historia de las Minas de Almadén. Volumen II. (Desde 1646 a 1799), Madrid, Minas de Almadén y Arrayanes e Instituto de Estudios Fiscales, 1987; y la de ZARRALUQUI MARTÍNEZ, 1934. La historiografía económica ha abordado in extenso el papel clave desarrollado por el mercurio. En este sentido pueden consultarse las obras de BAKEWELL, Peter J. Minería y sociedad en el México colonial. Zacatecas 1546-1700, México, F.C.E., 1976; LANG, Mervin F. El monopolio estatal del mercurio en el México colonial (1550-1710), México, F.C.E., 1977; DOBADO GONZÁLEZ, Rafael. La minería estatal española, 1748-1873. In: Francisco Comín; Pablo Martín Aceña (dirs.), Historia de la empresa pública en España, Madrid, Espasa Calpe [Biblioteca de Economía, Serie Estudios], 1991, pp. 89-138. De este último autor también puede consultarse su extraordinaria tesis doctoral, aún inédita, El trabajo en las minas de Almadén, 1750-1855, Universidad Complutense de Madrid, 1989.

[4] LANG, 1977, p. 63; DOBADO GONZÁLEZ, 1989, pp. 80-83.

[5] DOBADO GONZÁLEZ, 1991, pp. 112-113.

[6] WHITAKER, Arthur Preston. The Huancavelica Mercury Mine. A Contribution to the History of the Bourbon Renaissance in the Spanish Empire, Westport, Greenwood Press Publishers, 1941, pp. 48-61; MOLINA MARTÍNEZ, Miguel. Antonio de Ulloa en Huancavelica, Granada, Universidad de Granada [Biblioteca Chronica Nova de Estudios Históricos, 35], 1995, pp. 95-125.

[7] MATILLA TASCÓN, 1987, pp. 104-105, 354-356.

[8] DOBADO GONZÁLEZ, Rafael. Salarios y condiciones de trabajo en las Minas de Almadén, 1758-1839. In: Pedro Tedde (ed.), La economía española al final del Antiguo Régimen. II. Manufacturas, Madrid, Alianza Editorial, Banco de España, 1982, pp. 339-440 (p. 386).

[9] MATILLA TASCÓN, 1958, pp. 95, 105, 116-117.

[10] Para un estudio detenido de los efectos orgánicos del trabajo en Almadén véase MENÉNDEZ NAVARRO, Alfredo. Un mundo sin sol. La salud de los trabajadores de las Minas de Almadén, 1750-1900, Granada, Universidad de Granada, Universidad de Castilla-La Mancha, [Colección Chronica Nova de Estudios Históricos, 43], 1996a, pp. 145-206.

[11] ROSEN, George. Mercantilismo y política sanitaria en el pensamiento francés del siglo XVIII. In: Erna Lesky (ed.), Medicina Social. Estudios y testimonios históricos, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1984, pp. 81-106.

[12] SANTALLA LÓPEZ, Manuela. «El que materialmente trabaja, debe comer materialmente». Apuntes sobre la Maestranza del Arsenal del Ferrol en el siglo XVIII. In: Santiago Castillo (coord.), El trabajo a través de la historia. Actas del IIº Congreso de la Asociación de Historia Social. Córdoba, abril de 1995, Madrid, UGT-Centro de Estudios Históricos, Asociación de Historia Social, 1996, pp. 223-225.

[13] Para una exploración detallada de los diversos modelos de reproducción de la fuerza de trabajo ensayados en Almadén véase DOBADO GONZÁLEZ, 1989, pp. 1008-1142.

[14] En 1752, vinculado a la fundación del Real Hospital, se inició la construcción de 24 viviendas para alojar a trabajadores temporales. A.H.N., Minas de Almadén, leg. 1187. Así mismo, en 1777 y 1785, volvieron a plantearse sendos proyectos para la construcción de viviendas como medio de fomentar la población. A.H.N., Minas de Almadén, leg. 1718, y Consejos, leg. 21782.

[15] DOBADO GONZÁLEZ, 1989, pp. 780-859

[16] MENÉNDEZ NAVARRO, 1996a, pp. 216-219.

[17] Una visión general de las prácticas asistenciales en el siglo XVIII puede verse en MENÉNDEZ NAVARRO, Alfredo. La atención sanitaria a los mineros de Almadén durante los siglos XVIII y XIX. Quaderni internazionali di Storia della Medicina e della Sanità, 1994, 3, n. 2, 51-69. Los mecanismos habilitados para garantizar el acceso a las medicinas en MENÉNDEZ NAVARRO, Alfredo. La Botica del Real Hospital de Mineros en la estrategia asistencial del Establecimiento de Almadén, siglos XVIII y XIX. Asclepio, 1992, 44 (1), 223-241.

[18] MATILLA TASCÓN, 1958, p. 93.

[19] Un análisis pormenorizado de su proceso fundacional en MENÉNDEZ NAVARRO, Alfredo. El Real Hospital de Mineros de Almadén: Génesis y florecimiento de un proyecto asistencial, 1752-1809. Dynamis, 1990, 10, 93-128.

[20] MENÉNDEZ NAVARRO, 1996a, pp. 231-243. Para una caracterización detallada de la actividad asistencial véase  MENÉNDEZ NAVARRO, Alfredo; VALENZUELA CANDELARIO, José. Los patrones estacionales del ingreso hospitalario: El Real Hospital de Mineros de Almadén y el Hospital de San Sebastián de Écija, 1792-1942. Boletín de la Asociación de Demografía Histórica, 1996, 14 (1), 31-74.

[21] MENÉNDEZ NAVARRO, 1996a, pp. 243-245.

[22] A.H.N., Minas de Almadén, leg. 1594.

[23] LETTRE de Don Francisco Lopez de Arebalo, médicin de l'hôpital royal des forçats, dans la ville d'Almaden, à M. Thiéry, docteur-régent de la faculté de médecine de Paris (1-VI-1755). In: Thiéry, François. Observations de Physique et de Médecine faites en différens lieux de l'Espagne, Paris, Garnéry Lib., 1791, vol. 2, pp. 19-45.

[24] CARRERAS PANCHÓN, Antonio. Viajeros y corresponsales: los médicos franceses y la patología del mercurio en la mina de Almadén durante el siglo XVIII. In: Actas del IX Congreso Nacional de Historia de la Medicina. Zaragoza, septiembre 1989, Zaragoza, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza, 1991, vol. 1, pp. 131-138, proporciona numerosas noticias de la misión desempeñada por Thiéry en nuestro país.

[25] LÓPEZ PIÑERO, José Mª. El testimonio de los médicos españoles del siglo XIX acerca de la sociedad de su tiempo. El proletariado industrial. In: López Piñero, J. Mª.; García Ballester, L.; Faus Sevilla, P., Medicina y sociedad en la España del siglo XIX, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1964, pp. 109-208 (pp. 115-118); DOBADO GONZÁLEZ, 1989, pp. 685-686; CARRERAS PANCHÓN, 1991, pp. 134-137.

 [26] PARÉS Y FRANQUÉS, José. Catástrofe morboso de las Minas Mercuriales de la Villa de Almadén del Azogue. Historia de lo perjudicial de dichas reales Minas a la Salud de sus Operarios: y exposición de la Enfermedades corporales, y médico-Morales de sus Fossores, con la Curación respectiva de ellas, ms., 1778.

[27] SIGERIST, Henry E. Historical Background of Industrial and Occupational Diseases. Bulletin of the New York Academy of Medicine, 1936, 12, 597-609 (pp. 600-603); ROSEN, George. The History of Miners' Diseases. A Medical and Social Interpretation, New York, 1943, pp. 49-88, 97-108; GOLDWATER, L. J. Mercury: A History of Quicksilver, Baltimore, 1972, pp. 261-263.

[28] DOÑA NIEVES, Francisco. Trabajo y salud en las minas de plata americanas del siglo XVI. Anales de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz, 1992, 28 (1), 271-281 (pp. 277-280).

[29] SALA CATALÁ, José. Vida y muerte en la mina de Huancavélica en la primera mitad del siglo XVIII. Asclepio, 1987, 39, 193-204 (p. 201). WHITAKER, 1941, p. 19, también hace alusión a las noticias sanitarias incluidas en este texto. Solórzano desempeñó el cargo de Superintendente de Huancavélica entre 1616 y 1618.

[30] La obra de Ambrosio de Morales, Las antigüedades de las ciudades de España (Alcalá, 1575) citado por GOODMAN, David C. Poder y penuria. Gobierno, tecnología y sociedad en la España de Felipe II, Madrid, Alianza Universidad, 1990, pp. 230-231; la Información secreta... confeccionada en 1593 por Mateo Alemán, reproducida en BLEIBERG, German. El «Informe secreto» de Mateo Alemán sobre el trabajo forzoso en las minas de Almadén, London, Tamesis Books Limited, 1985, pp. 33-150; o los informes elaborados en 1613 por Juan de Pedroso y en 1650 por el Conde de Molina, ambos reproducidos en LARRUGA Y BONETA, Eugenio. Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España, Madrid, Imp. de Benito Cano, 1792, tomo 17, pp. 106-132 y 158-164, respectivamente, son las principales muestras de esta tradición.

[31] La visita de Jussieu, efectuada en enero de 1717, sólo duró tres días. En opinión de CARRERAS PANCHÓN, 1991, vol. 1, pp. 132-133, que ha analizado los pormenores de este viaje gracias a la relación dejada por el joven Juan Salvador y Riera [Viatge d'Espanya i Portugal (1716-1717), Barcelona, 1972], Jussieu apenas dispuso de algo más de un día para inspeccionar la explotación. Además de Riera, acompañó al médico francés su hermano Bernard (1699-1777), al que frecuentemente se le ha atribuido la autoría de esta memoria.

[32] JUSSIEU, Antoine de. Observations sur ce qui se prátique aux Mines d'Almaden en Espagne pour en tirer le Mercure. Et sur le caractère des Maladies de ceux qui y travaillent. Mémoires de l'Académie Royale des Sciences, 1719, pp. 349-360.

[33] LESKY, Erna. Arbeitsmedizin im 18. Jahrhundert. Werksarzt und Arbeiter im Quecksilberbergwerk Idria, Wien, Österreichischen Gesellschaft für Arbeitsmedizin, 1956, p. 5.

 

Citación: Menéndez Navarro, Alfredo. Trabajo y asistencia en las minas de Almadén en la segunda mitad del siglo XVIII. In: «Catástrofe morboso de las minas mercuriales de la villa de Almadén del Azogue» (1778) de José Parés y Franqués. Edición anotada, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1998, pp. 25-30.

.© ALFREDO MENÉNDEZ NAVARRO

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Reseñas

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Àlvar Martínez Vidal. Dynamis, 1999, 19, 518-522.

Mariano Plotkin. Bulletin of the History of Medicine, 1999, 73 (3), 506-507.

Carmen Salazar Soler. Anuario de Estudios Americanos, 1999, 51 (1), 345-352.

Nicolás Bas Martín.  Estudis. Revista de Historia Moderna, 1999, 25, 351-354.

María José Báguena. Cronos. Cuadernos Valencianos de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 1999, 2 (1), 207-209.

Alicia Hernández Fernández. Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 1999, 7, 243-244.

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