Tema 14:   Introducción a los Métodos de Restauración y Conservación de Materiales Pétreos

operaciones Restauradoras Y conservativas

La caracterización de los tipos de materiales de una obra de de los procesos de alteración sufridos por los mismos permite la selección de metodologías de restauración apropiadas. Las restauradoras y operaciones conservativas que pueden llevarse a cabo según los casos son:

·      Limpieza (costras, pátinas, suciedad...).

·      Pre-consolidación y consolidación de la piedra (impregnación de la piedra con productos consolidantes).

·      Estucado y reintegración de faltas y partes fuertemente dañadas con morteros específicos de restauración

·      Encolado de partes rotas

·      Protección superficial (aplicación de productos hidrófobos que impidan o dificulten el paso de la humedad hacia el interior de la piedra...).

·      Sustitución de piezas irreparables por otras de características similares (a ser posible a partir de la cantera original).

·      Mantenimiento (seguimiento continuo del estado del edificio).

De estas labores de restauración, la limpieza, consolidación y protección superficial son las fundamentales, mientras que el resto son opcionales. Dentro de las fundamentales, la limpieza y protección son siempre necesarias, mientras que la consolidación depende del estado de conservación de la obra.

En las tareas de restauración prima, generalmente, el llamado criterio o concepto restaurador, un concepto que ha cambiado históricamente de significado y que, probablemente, cambie en los años futuros.

Breve apunte historico

En la antiguedad, los trabajos de restauración obras de carácter arquitectónico se centraban en sustituciones de piezas y reintegración de partes dañadas, particularmente en las partes que cumplian funciones estructurales. El concepto de restauración de edificios se entendía desde el punto de vista de su reutilización con fines varios, lo cual implicaba no pocos cambios drásticos en los mismos. Un ejemplo escultórico es la Victoria de Brescia, originalmente una venus romana a la que se añadieron las alas y corona de laurel con motivo de una celebración en tiempos de Vespasiano. La práctica de la sustitución y reintegración de partes perdidas o dañadas fue práctica común, particularmente en el caso de fachadas, columnas, o cualquier elemento sin relevancia estética particular. En casos de obras de importancia producto de artistas de relevancia, las intervenciones posteriores se encomendaba a artistas igualmente famosos de la época.

Este concepto de intervención continua en el Renacimiento, cuando se se llevan a cabo abundantes trabajos de restauración, particularmente de esculturas y edificaciones romanas, debido al nuevo gusto por lo clásico. Estos trabajos incluían un gran número de intervenciones, incluyendo sustituciones, reintegraciones y reconstrucciones, utilizando técnicas y materiales tales como pernos de hierro sellados con plomo, masillas formadas por resinas naturales y aceites más polvo de piedra (polvo de San Juan), o masillas de escayola, además de los materiales de construcción comunes como morteros de cal, así como limpieza de partes sucias y costras, y protección de la piedra con productos hidrófugos como ceras y aceites naturales. A veces, los productos protectivos eran aplicados por los escultores y constructores directamente, en un intento de conferir cierta entonación cromática y/o brillo a las obras.

En los siglos XVIII y XIX, y de forma paralela al desarrollo de la Ilustración y la Revolución Industrial, se da una época de grandes avances en las técnicas de restauración de obras arquitectónicas, que permiten proyectos de restauración y rehabilitación de gran embergadura en toda Europa. No obstante, la causa de tal auge no es sino la consecuencia de un círculo vicioso: la Revolución Industrial produjo una fuerte aceleración del deterioro de monumentos debido a la ingente emisión a la atmósfera de las ciudades de gases contaminantes, particularmente CO2 producto de la combustión del carbón utilizado en máquinas y calefacciones, lo cual dió lugar a una urgente necesidad de restauración y protección de los mismos que se llevó a cabo con materiales artificiales producidos en las propias industrias aparecidas como consecuencia de la Revolución Industrial. Este tipo de relación se ha vuelto a reproducir en el siglo XX, cuando los avances tecnológicos aplicables a la restauración de obras de arte han sido posibles gracias al desarrollo de la industria, responsable de gran parte de la contaminación y deterioro del medio ambiente atmosférico.

En cuanto a los métodos y productos de LIMPIEZA, pueden señalarse algunas fechas:

·      1852: Decreto gubernamental francés de conservación de fachadas, que marcaba intervenciones cada 10 años.

·      1877: Método inglés de limpieza a base de ácido fluorhídrico y fluoruro amónico (ambos muy agresivos).

·      1984: Método austriaco a base de soluciones acuosas de alcohol y jabones

·      1899: Se decide no usar ácidos fuertes en la limpieza de la suciedad en Londrés. Se sugiere una mezcla de eter+cloroformo+agua de colonia+amoniaco.

·      Inicio del s. XX: Amplios trabajos de restauración de las grandes urbes nórdicas y anglosajonas. Se aplican de manera masiva métodos como lavado con agua, chorros de arena a presión (paises nórdicos), vapor de agua a presión (Londrés), y mezclas de compuestos químicos como ácido oxálico y carbonato de Na.

·      Años 30: Los trabajos de Kieslinger en Viena y Schaffer en Londrés suponen un gran avance en las técnicas de limpieza.

·      Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa se sumerge en una época de reconstrucción masiva.

·      Años 60: Limpieza de 60000 edificios de París, de entre los 88400 del caso histórico, a base de chorros de arena a presión (enarenado seco, muy nocivo).

En cuanto a los métodos y productos de CONSOLIDACION, PROTECCION y REINTEGRACION, pueden señalarse algunas fechas:

·      Siglo XIX: Desarrollo de consolidates:

Ø   derivados del silicio (silicatos de Si y fluorsilicatos), que por hidrólisis precipitan geles de SiO2 (muy inertes) en el interior de las rocas

Ø   hidróxidos inorgánicos como Ca(OH)2 (cal apagada) y Ba(OH)2, que por carbonatación precipitan carbonatos de Ca y Ba

Ø   aluminatos, que precipitan Al2O3.

·      Desde principios del s. XX: El desarrollo de la industria petroquímica ofrece una gran variedad de productos consolidantes y protectivos sintéticos. Desarrollo de la industria del cemento (cales hidráulicas y cemento portland), que se aplicó profusamente en la rehabilitación de edificios de interés histórico debido a sus buenas propiedades fisico-químicas y mecánicas (no obstante, posteriormente se ha mostrado como nocivo).

·      Desde los años 40: Desarrollo de plásticos y resinas (acrílicas, silicónicas, etc).

Criterios

Los problemas relativos al deterioro de los materiales pétreos, a los efectos de la polución y de las intervenciones contraproducentes, y a las características de los materiales de restauración y pétreos (incluyendo morteros), han despertado un gran interés desde el s. XIX entre especialistas en arquitectura, historia del arte y arqueología. Fruto de este interés sugieron enconadas polémicas sobre los criterios de restauración y conservación, que en la segunda mitad del siglo XIX se concretizan en dos escuelas contrapuestas:

·      Conservar sin restaurar (aproximación arqueológica de Ruskin, en Las siete lámparas de la arquitectura, 1849, y de la Sociedad para la Preservación de Edificios Antiguos, fundada en Inglaterra en 1877).

·      Conservar reconstruyendo (aproximación racionalista de Viollet Le Duc, en Dictionnaire raisonné de l’Architecture française, 1854-1868).

Aunque los logros de la primera escuela fueron inicialmente muchos, particularmente en Francia e Italia (e.g., St. Front en Aquitania; fachadas norte y sur de la Basílica de San Marcos), los criterios más respetuosos de la segunda alcanzaron preponderancia a partir de finales del s. XIX y principios del XX. Fruto de ello fue la definición de los conceptos modernos, que fueron agrupados en la CARTA del RESTAURO de Roma (1931) y la CARTA de Atenas (1933), que constituyen las bases conceptuales de los criterios de conservación modernos, más próximos a la conservación a través del principio de mínima intervención.

En principio, y considerando el valor único de cualquier obra de arte, por su interés artístico e histórico, el concepto general de restauración es muy simple:

Cualquier intervención debe conducir a la conservación de la obra sin transformala.

No obstante, este criterio general no siempre se ha considerado debido a la necesidad de una restauración estética por parte de los responsables, forzada en no pocos casos, directa o indirectamente, por la opinión pública y los responsables políticos.

La preocupación sobre la conservación del Patrimonio se ha trasladado más recientemente a un amplio espectro de la opinión pública, que ve como las obras de arte expuestas a la intemperie se deterioran rápidamente, y como las intervenciones sobre obras emblemáticas de ciudades y pueblos cambian de fisonomía y aspecto estético. Actualmente, el gran público, y no sólo los especialistas, participa la discusión sobre los criterios de restauración y conservación de obras monumentales debido a la influencia de los medios de comunicación.

Aunque las operaciones restauradoras y conservativas se refieren a la intervención directa sobre los materiales, cabe incluir en las operaciones restauradoras, o mejor conservativas, la intervención sobre el medio ambiente. Este criterio está cobrando en la actualidad bastante importancia, fruto del avance en el conocimiento de las causas del deterioro de los materiales expuestos a la acción del medio ambiente, particularmente si éste se encuenta polucionado. Así, entiendiendo que la pérdida de propiedades fisico-químicas y estéticas de los materiales originales (resistencia mecánica, porosidad, color, mineralogía,...) es un proceso natural, progresivo, imparable, e irreversible, que debe conducir, con mayor o menor velocidad, a la destrucción total del material, pueden aplicarse las llamadas de restauración con el fin de ralentizar la velocidad de deterioro.

Este hecho, reconocido por C.H. Smith (1842), quien señala:

Whoever expects to find a stone that will stand from century to century, deriding alike the frigrid rains and scorching solar rays, without need of reparation, will indeed search for ‘the philosopher’s stone’,

no es frecuentemente entendido por la sociedad, que exige soluciones milagrosas por imposibles.

Actuando tanto sobre los materiales como sobre el medio ambiente generador de los procesos de deterioro, puede contestarse, al menos en cierta medida la aseveración de Didron, arqueólogo frances s. XIX. “Me pronuncio contra las restauraciones, sean cuales sean. Una restauración oculta pero no cura una enfermedad” (Gallego Fernández, Pedro Luís, “Violet le Duc: La restauración arquitectónica y el racionalismo arqueológico de fin de siglo”, p. 30, en la Restauración Arquitectónica Fernádez Muñoz, Angel Luís (Ed.), Universidad de Valladolid, 1992.

Aunque la degradación del Patrimonio puede ser ralentizada mediante la intervención humana, aplicando, esta

Pero antes de abordar cualquiera de las fases que supone la restauración propiamente dicha, es imprescindible conocer lo más precisamente posible los mecanismos de alteración sufridos. Este conocimiento permitirá intervenir sobre el medio.

Como vimos en la introducciónde este curso, el proceso de deterioro del material rocoso sólo puede ser entendido si todos los factores son abordados, incluyendo la propia naturaleza de las rocas y su interacción con los agentes degradantes a lo largo del tiempo, las características climáticas y ambientales del medio y microclimáticas del edificio, los microorganismos desarrollados sobre el material, y los efectos producidos por restauraciones anteriores.


Última modificación: 13 febrero 2020 16:58