Fotografías: 1982

Recuerdos de los alumnos de los años ochenta

Alberto López Galindo

César Viseras Alarcón

Gilberto Suárez Vergara

José Romero Garzón

Resulta difícil resumir en unas cuantas páginas los años que marcarían nuestro futuro profesional y, en gran medida, nuestras relaciones personales para el resto de la vida, pues pocas carreras universitarias favorecen la amistad como la Geología. Su objeto de estudio se encuentra, necesariamente, fuera de la ciudad, lo que implica innumerables horas de viaje, jornadas de campo y largas veladas donde compartir experiencias y complicidades.

Si los años de juventud son, por naturaleza, joviales, más aún lo son al vivirlos con gente singular, cuyo nexo de unión radica en la pregunta que nuestros padres nos hicieron al comunicarles nuestra elección tras el COU: ¿y la Geología qué es?; o su variante: ¿eso para qué sirve?, asustados ante la perspectiva de que tanto esfuerzo, suyo y nuestro, no se materializara en una brillante y provechosa carrera como médico, farmacéutica, arquitecto, abogada o, aún mejor, notario/a. Difícil de comprender para quien no tiene el gusanillo de la diosa Gea. ¿Cómo explicar la belleza de una piedra, de un fósil, de un volcán, de una montaña?

Los recuerdos son traidores. Se pierden cosas importantes y se conservan otras aparentemente nimias. Se transforman, se dislocan, se engrandecen y acabamos recordando no la realidad sino lo que queremos recordar, como hubiéramos querido que nos sucediera. Pero aún así  no pasa un solo día sin que vuelva algún detalle de aquella época. No fue una carrera. Fueron muchas. Cada uno vivió la suya. Y cada uno la recordamos como algo propio y muy especial, que nos hace sentirnos propietarios indiscutibles de una parte pequeña, pero muy importante de la historia de la Geología de Granada. 

Pero si algo nos unía a los geólogos y nos hizo sentirnos especiales y diferentes al resto de estudiantes de la Universidad de Granada de aquella época, fue precisamente el hecho de que nuestro laboratorio de prácticas era enorme y luminoso, lleno de olivos, de cardos y de piedras de todos los colores. De aquellas prácticas de campo referimos a continuación algunos momentos entrañables que nos vienen a la memoria.

Batallitas from the country-side

Del autobús (referido por algunas promociones como “la galopera” o “la lechuga”), los profesores de instituto o aquellos que seguimos en la Facultad nos acordamos cada vez que montamos con alumnos en alguno. El recuerdo de nuestros viajes en aquella singular nave “verde-pastel” (según describía su “comandante”) nos hace ser indulgentes con sus cánticos y gamberradas. Nosotros éramos mucho más brutos. La imagen pendulante del botijo colgado en el “gallinero”, el “cajillo” de quintos de San Miguel, o los campeonatos de “chapas” en el pasillo eran la idealización de la libertad y de la felicidad. ¡Aquello si que era una “road movie”! Manuel era nuestro héroe. Ni Carlos Sainz ni Fernando Alonso. Eso sí que era un conductor. Lo recordamos vadeando ríos en la depresión de Guadix, mientras buscábamos cantos de arcilla armados. O reculando por el carril del acantilado de Cabo de Gata. Después, se prescindió del autobús de la Facultad y a Manuel lo destinaron al rectorado, de chófer de uniforme. Cuándo lo veíamos alguna vez nos confesaba su aburrimiento y su pena. Nos echaba de menos, y nosotros a él (a pesar de su genuina malafollá).

Estando cartografiando rocas metamórficas al noreste de Granada, el profesor nos indicó qué colores debíamos emplear para cada una de ellas en el papel kodatrace, recalcando que dichos tonos correspondían a acuerdos internacionales. Tras varias horas de trabajo, y al controlar el mapa que un alumno estaba realizando, éste utilizaba un color verde oscuro para las anfibolitas, cuando el profe había dicho que debía ser rojo. Tras poner de manifiesto su error, el tozudo compañero respondió que las anfibolitas son verdes, y que él las ponía así por ser más acorde con su coloración natural. De hecho, insistía, había elegido el verde Faber más próximo en tonalidad al de la roca. Tras una conversación cada vez más subida de tono, y sólo tras la amenaza de ser suspendido, el estudiante aceptó cambiar su color, pero parafraseando a Galileo, dijo por lo bajo: “Y sin embargo son verdes…”.

Las excursiones geológicas de aquella época dieron lugar al desarrollo de ingeniosos inventos. Algunos de los que recordamos son los siguientes.

Caminar en veredas inclinadas y con piso poco firme resultaba, a veces, peligroso. Un querido compañero desarrolló una técnica particular consistente en ir dando pequeños saltos, lo que, según él, facilitaba grandemente las bajadas un poco pendientes. En una de ellas calculó mal la velocidad y no pudo parar al final de la cuesta, yendo a terminar en medio de un impresionante zarzal del que sólo pudo salir tras gran dolor y cuidado. No contento con la experiencia sufrida, al día siguiente siguió con su particular estilo, para terminar con un ataque de lumbalgia que le hizo bajar hasta Lanjarón doblado como una alcayata mientras gemía: “es como una puñalá en la espalda”. Al no encontrar un médico, acudió con los mismos lamentos a una curandera, pero ésta poco le hizo. Mientras se despedían, la curandera dice que de adiós nada, que son quinientas pesetas. Oído esto y a la voz de "¿cuántooo?", se puso más tieso que una vela. Un protocolo de rehabilitación genial.

En las zonas de Estratigrafía había que medir el espesor de las capas de roca sedimentaria. Muy fácil en teoría, porque los estratos son horizontales y el corte del terreno es vertical. La potencia se mide directamente, pero hay que hacerlo. Las conversaciones eran del tipo:

- Habría que medir las capas de este talud.

- Pues yo no subo por ahí, tío. ¿Estamos locos? Te resbalas y caes en vertical.

- ¿Nos las inventamos entonces?

- Ganas me dan. Si no se creen lo que ponemos, que vengan ellos y lo midan.

Al final, la solución fue que uno (Javier, por ejemplo) se iba lejos mientras otro se quedaba allí, al pie del talud. Se hace una foto y se mide la potencia en “javieres” en lugar de metros. "Esta capa mide 4 javieres y media pierna"...

En una de las primeras excursiones de la carrera, cuando el papel Albal era todavía cosa de “pijos”, llegado el momento culminante de comerse el bocadillo, un compañero, abrumado y hastiado por tanta información recibida, sacó con tal precipitación su almuerzo que las rodajas de embutido se esparcieron por el afloramiento. La combinación de sabores Chorizo de Noalejo con Margas pelágicas no resultó del todo satisfactoria, a pesar de lo innovador de la receta. A partir de este momento, este ingenioso compañero ideó el sistema de liar el bocata con un hilo de lana, eso sí, siempre en sentido “antihorario” (visto desde la posición del que come), para ir desliándolo con la mano izquierda a medida que lo iba mordisqueando y lo sostenía con su derecha. Luego guardaba cuidadosamente su hilo (de color naranja, claro, que así no se pierde) para la siguiente excursión.

Eran inventos perfectos, que hoy día podrían haber sido patentados como “modelos de utilidad” que adornarían el currículum del más pintao.

Hablando de campamentos, el que se hacía en El Conjuro era uno de los mejores. No faltó ni siquiera un miniconcierto de Raúl Alcover sólo para nosotros, cantando a Silvio Rodríguez y a Hilario Camacho. El tiempo fue magnífico, la comida, excelente, los paisajes… alpujarreños. Éramos jóvenes, los tíos éramos guapos (¿?) y jugábamos magistralmente aquellos acalorados encuentros Globigerínidos versus Esquistosos, las mujeres estábamos buenísimas y encima no teníamos novio, y todos éramos temerarios. Qué buenos tiempos. ¡Snif!

Hasta la invitación a una de las promociones a comer en casa de Martínmorales tuvo su gracia. Él estaba visitando a los guardas del Conjuro, que eran sus amigos, cuando se topó con que había alojado un grupo de gorrones mal encarados, oséase nosotros. Eso no habría pasado de ahí si entre ellos no estuviera incluido alguien como Raúl Alcover, a quien quizás mereciera la pena invitar a comer… pero claro, va con un grupo… bueno pues sea, que vengan todos mañana y comemos choto. A la mañana siguiente, de forma harto temeraria, dejamos que fuera uno de nosotros el guía que nos condujese andando al pueblo de Almegíjar, donde esperaban la casa y el choto. “Total, es coger la vereda que va por la parte derecha del barranco y te deja justo en el pueblo, aquí en el mapa se ve claro… este barranco del mapa que es ése que tenemos a la izquierda…” Evidentemente, escogió el barranco que no era y a la hora y media de andar decidimos (con razón) que nos había perdido, que hacía un calor de morirse y que no dábamos un paso más sin bañarnos en una alberca. Al final, aunque tarde, llegamos. Esa comida fue inolvidable para los que estuvimos.

En Córdoba algunos pasamos una noche singular. Todo empezó cuando la señora de la pensión, no pudiendo soportar por más tiempo tanto ruido, cortó la luz. Algunos, sin poder vestirnos del todo por la oscuridad, fuimos delegados por el resto de los implicados en el choteo de la habitación, para comprobar si otros edificios del entorno estaban también afectados por el corte de suministro. “Joder, no encuentro el pijama, pero total, si no hay luz, nadie se va a dar cuenta de que vamos en calzoncillos,… además es sólo un momento…”. En cuanto salimos de la pensión, la señora, que estaba acechando, se abalanzó por el lado interior del portón, para atrancarlo de modo absolutamente infranqueable con una barra de hierro y un candado que pesaba un kilo. El ambiente en la habitación de marras seguía tan animado, a pesar de la oscuridad, que nadie escuchó los aullidos de auxilio desde la calle pidiendo, al menos, un par de pantalones. Qué duda cabe que fue una experiencia exótica el pasar toda la noche en paños menores recorriendo el pintoresco barrio de La Judería, huyendo de todo bicho viviente que pudiese vernos. Cuando a las siete por fin la señora abrió la puerta para recibir el nuevo día, su única explicación fue: “¡Chiquillos, que os vais a resfriar!, ¡ay, esta jodida puerta, que se me cierra sola…!”. Menos mal que contamos con el apoyo moral de nuestros compañeros que, sin haberse enterado de nada dijeron: “¿dónde coño os habíais metido?, estábamos empezando a preocuparnos…”

Un día, el siempre serio profesor de Estratigrafía, tuvo el detallazo de obsequiarnos en el campo con una enorme tarrina de helado. Uno de nosotros, cuyas necesidades fisiológicas le hicieron llegar tarde al convite, (y que tenía y tiene un apodo relacionado con su insaciable apetito), al descubrir tarde la situación acudió apresurado a abrirse paso entre la melé de gente que comía helado mezclado con fotos aéreas y estereóscopos. La cosa estaba difícil, el helado se acababa, y tuvo que recurrir incluso al uso de su herramienta (marca Bellota) y a sus propios puños para poder acceder al centro del negocio. De pronto vio que todos los compañeros nos callábamos y le mirábamos estupefactos intentando indicarle por señas que algo terrible estaba pasando. Cuando se apercibió de la situación y consiguió articular palabras, cubriéndose la cara con las manos y casi de rodillas, decía: “¡Hostias, hostias…, le juro por lo más grande, Don Juan Antonio, que yo no quería pegarle a usted…y menos aún con el martillo…!” Al día siguiente, pasado ya el disgusto, intentó sacar provecho político del suceso: “El año que viene, me votáis de delegado. Ya habéis visto que para conseguir algo, si hace falta, le doy dos guantazos al Catedrático…”

De las excursiones de los últimos años se mezclan los recuerdos. Estábamos siempre de viaje. En Figueras, los dueños de la pensión eran de la Alpujarra, y nos recordamos alucinados viendo los huevos de oro del Museo Dalí, precursores de un colocón colectivo y una sentada cortando la carretera que salía del pueblo. En Alcañiz, tuvimos algunos que dormir en el kiosko de la música de un parque. A las seis de la mañana fuimos desalojados por los regaores y nos fuimos con nuestros sacos a ninguna parte. En Cistierna, recuerdos de una conversación en un bar con mineros prejubilados por silicosis. En Almadén se llegó a agotar la cerveza en los dos únicos bares abiertos, en una dura y larga noche en la agradable compañía del “maestro de música”, que no se sabe porqué, no paraba de repetir la frase: “perdona que te aborde”. En Amposta, donde las pensiones tenían precios desorbitados (por encima de las seiscientas pesetas, ¡que horror!), hubo que dormir en un parque, alimentando con nuestro propio cuerpo a los mosquitos más voraces del mundo. En Teruel, donde algunos fuimos a parar justo cuando celebraban la terrorífica “fiesta del torico” fuimos despertados por los lugareños, que siguiendo la costumbre local, nos abofetearon en la cara con una pendulante sardina, ¡que amanecer más agradable en la Cordillera Ibérica! Una situación frecuente en casi todas las promociones de la época era el que los valerosos varones tenían alguna vez que salir en defensa del honor de sus compañeras, las cuales gustaban de practicar en discotecas de pueblo “provocativos” bailes que revolucionaban las hormonas de los mozos locales... ¡Tantos viajes, tantos paisajes, tantos recuerdos!

Como experiencia traumática, la mina de carbón de Peñarroya: luces trémulas en un polvo negro que se podía masticar, que lo llenaba todo, del que no podías escapar. ¡Qué diferencia con las minas de sal de Sallent, con esa brisa marina que salía por el túnel, esa amplitud, esas paredes de colores con formas tan requetebonitas, estilo Petra! Y luego, las comidas que te daban. Las esmectitas de Almería, como mina, era muy simple: unas zanjas a cielo abierto con una excavadora pequeña y frágil que cargaba sin prisas un camioncete que suspiraba: “¿yo qué hago aquí, si tenía que estar en la chatarra hace años?” Uno de nosotros preguntó ingenuamente si es que las esmectitas daban pocos ingresos. ¿Pocos ingresos? Mira, nene, lo que sacamos va directamente para arena de gato. Cada paladita que da son 13.000 ptas. (de entonces). Entonces… ¿esa excavadora tan de pitiminí? Chaval… se trata de extraer muy poquito a poco y que el chollo dure muuuuucho tiempo. ¿Qué si esto da dinero? En la comida te vas a enterar. Y efectivamente, ¡qué comilona en el club náutico de Almería!

Claro que de comilonas que, de manera coyuntural, nos hacían abandonar nuestra rutina de tripas de salchichón y latas de alcachofas sólo saben los que hicieron Yacimientos. Y de las fiestas posteriores, también. En Oviedo, tras ducharnos, y con la animación de una guitarra, comenzamos a cantar. El bar estaba vacío, pero terminó hasta los topes, con mucha sidra derramada, compartiendo con los asturianos muchas canciones. Un viejecillo, con un par de dientes, decía: “Os va a doler la cabeza, la sidra es muy cabezona. ¿De dónde sois, de Granada? Pues entonces, igual que nosotros, doblamos el mapa de España y caemos en el mismo sitio”. Nos invitaron a todo, a dormir, nos llevaban a Oviedo, pero nosotros empeñados en dormir en un hórreo.

Cerro del Hierro también era un sitio de visita especial. Andando de camino a la mina entramos, buscando el baño, en la taberna de los mineros, donde alguien, mientras hacía cola, leyó la tablilla escrita con tiza y dio el grito: “¡Eh, que los chatos de vino son a cinco pesetas!” (entonces, una caña en Granada costaba unas 50 ptas). Algún rumboso sacó un par de billetes de aquellos con la cara de Manuel de Falla (que vienen a ser menos de un euro) y dijo: ¡Camarero, invito a toda la clase! El ejemplo cundió y ya se sabe el estado etílico en el que llegamos a la mina… En el examen final, hubo una pregunta: “Contexto geológico, metalotecto y características composicionales del yacimiento metálico de Cerro del Hierro”. Alguno respondió: “No me acuerdo muy bien, pero el vino, aunque no muy bueno, era bastante barato·”. No es exactamente lo que se preguntaba, pero, oye, era verdad

Anduvimos metidos también en el Consejo de Alumnos, el Consejo de Facultad y la Junta de Sección en aquellos orígenes de la democracia. Nos enfrascamos en la posibilidad de modificar el plan de estudios de la carrera para hacerlo más aplicado y estuvimos escribiendo a otras facultades, carteándonos con eminentes personalidades que nos sorprendieron respondiéndonos con muchísima atención y delicadeza. Lo que sí se consiguió es que nos pagaran algún año dietas para las salidas al campo. Era poquísimo dinero pero nos venía de perlas. Recordando los alojamientos que frecuentábamos ahora parece admirable que no perdiéramos nada en ninguno en ellos. Porque ¡vaya antros!

La búsqueda de pensión al llegar a un pueblo era también genial, dando bandazos con las mochilas. Una noche, viajando de vuelta desde el norte, Manuel paró en un hostal de carretera situado en el medio de la nada. El dueño, sabedor de que su cutre alojamiento era nuestra única opción, se hizo fuerte en la negociación y no quiso bajar de 550 ptas, cuando  nuestra última oferta eran 525 por barba. Acabamos durmiendo tirados en el suelo, en un descampado junto al hostal, y contando chistes y armando tanto jaleo que, seguro, el dueño del hostal se arrepintió de por vida de habernos querido estafar con cinco duros de más. “¡Con los geólogos no se tontea!”, le dijimos todo serios tomando un tibio café en su bar a la mañana siguiente. Gente como aquél avaro hostelero nos hicieron pasar noches inolvidables en aquellos años ochenta.

También nos tocó vivir el 23-F. Algunos estábamos en una manifestación de becarios, por no sé qué problema. Cuando nos concentramos en Puerta Real oímos lo que estaba pasando en el Congreso. Vienen guardias civiles (o policías nacionales) y nos dicen que no es precisamente el mejor momento para montar manifestaciones, que nos vayamos. Pero ya que estábamos allí, se cambió rápidamente la consigna de "más becas" a "no a los tanques" y "el pueblo unido jamás será vencido", se leyó un manifiesto rápido y veloz y todo el mundo rápido para su casa (o a la sede del partido a quemar papeles, como hicieron algunos de los compañeros).

Y ¿qué decir de nuestros paseos y ensoñaciones por Granada, por la Alhambra, Los Mártires, el Albaizin, el Realejo...?. A veces los paseos nos llevaban hasta el caldo de caracoles de las bodegas Navarro, en la calle Elvira. ¡Qué palo cortao! ¡Qué bien sentaba en invierno! Y las interminables disquisiciones subiendo hacia el Albaizin, hasta llegar al mirador del Carril de la Lona, desde donde nos sentíamos dueños del mundo. De nuestro mundo.

En relación con las innumerables noches de copas, fue misión imposible elaborar una guía de bares, como nos propusimos, pues en aquella Granada estudiantil florecían a mayor velocidad que la que éramos capaces de procesar. Aunque habría que destacar el estudio de listas interminables de minerales y ammonites con litronas durante las puestas de sol en alguna de las dos ventas del Camino de Purchil, o las exquisitas cañas después de cada examen en “El Castellet”, al principio de Gonzalo Gallas, así como las apasionadas noches de fútbol, apoyando a la selección en los bares de Pedro Antonio de Alarcón (hay que recordar que entonces pocos pisos de estudiantes tenían tele, y menos en color). Porque de alguna forma hemos de reconocer que también fue mérito nuestro participar en el invento del “botellón”, tanto en el Día de la Cruz, como en la puerta del Manolo El Cebollas, junto al cuartel de la Merced, al principio de la cuesta de la Alhacaba, y siempre al unánime grito de ¡CALCITA, PEDERNAL: GEOLÓGICAS!

 

Campamento de Estratigrafia, Jaen, Abril 1979.

 

Una de las primeras excursiones, 1978.

 

Zona de Paleontología, 1980.

 

Chiste de Martinmorales en Ideal, julio 1980.

 

Excursion de Estructural, con Victor, en Quiroga, 1982.

 

Excursion de Hidro, con Rafael F. Rubio, 1982.

 

Imagen habitual con el autobús, junio 1982

 

Lo que las zonas de Pale deparaban, 1980.

 

Puente del tranvía a la Sierra en Canales, hoy cubierto por la presa, en Febrero de 1978.

 

Trofeo Globigerinido - Esquistoso de fútbol, mayo 1981.

 

Visita de Yacimientos en Lugo, con Paco Lodeiro, junio 1981, promociones 21 y 22.

 

Bien preparados para ver minas. 1981.

 

Con Martinmorales, en su casa alpujarreña.

 

Después de comer, un buen puro. 1982.

 

Día de la Cruz. 1981.

 

En la Alpujarra. 1980.

 

Festejando el comienzo de la primavera. 1982.

 

Otro uso del estereóscopo.

 

Parada para inmortalizar el momento. 1980.

 

Por el norte de España. 1982.

 

Reponiendo fuerzas. 1979.

 

Visitando yacimientos de arcillas, 1982.

 

Ana Serrano y Gilberto.

 

Ana y Montse, Córdoba, Petro I, 1980.

 

Asueto en una alberca, Lanajarón, 1979.

 

Cádiz, Estrati II, 1982.

 

Campamento de Estrati I, Jaén, 1979.

 

Clasificando anmonites.

 

Córdoba, Petro I, 1980.

 

Disfrutando del campo, 1979.

 

Disfrutando del Cubillas, 1980.

 

En Córdoba, Petro I, 1980-1.

 

En Córdoba, Petro I, 1980-2.

 

En uno de tantos viajes.

 

Lanjarón, Petrología, 1980.

 

Luis Molina, Ana y Mari Carmen, 1979.

 

Nuestro inefable conductor.

 

Ocio en los ratos libres, 1981.

 

Pantano del Cubillas, 1980.

 

Posando para la posteridad.

 

Puerto del Zegrí, Estrati I, 1978.

 

Sobre la Block Formation, Pinos Genil,1981.

 

Te echamos de menos, Ángel.

 

Tocando el violín, Granada,1981.

 

Viaje con Yacimientos, 1982.

 

Yacimientos, Asturias, 1981.

 

Yacimientos, Orense, 1981.

 

Zona de Estrati I, Jaén, 1979.

 

Con el profesor Vera.

 

Excursión de Yacimientos Minerales.

 

Llacimientos Rundidos Guadix Baza.

 

Voladura

 

Reunión en el X Aniversario 1992.

 

Reunión en el XV aniversario.

 

Reunion en el XXV aniversario.


última modificación: 22-may-2009 17:16