Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2009, 25 (2), artículo 36 · http://hdl.handle.net/10481/6913
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Recibido: 8 mayo 2009  |  Aceptado: 30 julio 2009  |  Publicado: 2009-08
Usos del cuerpo en la construcción de la persona rarámuri (Chihuahua, México)
Uses of the body in building the Raramuri person (Chihuahua, Mexico)

Ángel Acuña Delgado
Profesor Titular de Universidad. Departamento de Antropología Social. Universidad de Granada.
acuna@ugr.es



RESUMEN
La cuestión principal sobre la que gira este ensayo trata de responder a cómo hacer coherente el análisis simbólico y praxiológico de las distintas técnicas del cuerpo empleadas por los rarámuri, en función del papel que juega el contexto cultural y ambiental. Para ello haremos un recorrido por las diversas formas que los rarámuri tienen de usar su cuerpo, desde el sencillo andar cotidiano, como forma más sencilla y natural, hasta las expresiones más complejas de juegos y danzas, pasando por las formas de alimentación, curación, cuidados y protección, relación social, etc. Con los límites que impongan los datos registrados, pondremos de manifiesto que el cuerpo es un territorio cargado de representaciones en donde permanentemente se construyen y reconstruyen imágenes culturales, en donde se deja notar el espacio y el tiempo, y en donde se proyectan señas de identidad y de alteridad.

ABSTRACT
The main question that this essay tries to answer is how to make sense of the symbolic and praxiológic analysis of the different body skills used by the Rarámuri, depending on the role played by the cultural and environmental context. For this we examine the diverse forms that the Rarámuri have of using their body, from the simple daily walk, as the simplest and most natural form, to the most complex expressions of games and dances, including the forms of nourishment, treatment, care taking and protection, social relations, etc.. With the limits imposed by the information recorded, we show that the body is a territory loaded with representations where cultural images are permanently constructed and reconstructed, where space and the time leaves their mark, and where signs of identity and alterity are projected.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
cuerpo | persona | rarámuri | tarahumara | contexto sociocultural | México | body | person | socio-cultural context


1. La carne y el sentido

El cuerpo humano es receptor de los acontecimientos sociales y culturales que suceden a su alrededor, y además constituye una unidad biológicamente cambiante que en contacto con su entorno se halla sujeto a significados diversos, importantes para la comunicación social (Salinas 1994: 87).

La relación cuerpo-mundo es indisociable. El cuerpo es el vehículo de ser en el mundo, y ocupa un papel esencial en el diseño de la realidad. Si como afirmara Protágoras con su célebre frase: "El cuerpo es la medida de todas las cosas", podemos asumir que incluso los bienes culturales (1) son extensiones corporales por ser inseparables de las facultades sensoriales y motrices de nuestro organismo. Visto así, el cuerpo humano es parámetro de cada complejo cultural.

El movimiento inteligente o movimiento pensado del cuerpo constituye, como no, una faceta más de la cultura. Merleau-Ponty (1966) definía la "motricidad" como la "intencionalidad operante surgida de la corporeidad y portadora de cultura"; y fue Mauss quien acuñó el término "técnicas del cuerpo", poniendo de relieve "(...) la forma en que los hombres, sociedad por sociedad, hacen uso de su cuerpo en una forma tradicional" (Mauss 1971 : 337).

Es lícito, pues, plantear la cuestión de la sociabilidad de nuestro cuerpo puesto que la educación tiende en cierta medida a modelarlo, a formarlo, más exactamente a dar a nuestro cuerpo una determinada hechura de conformidad con las exigencias normativas de la sociedad en que vivimos. "(...) a un control social fuerte corresponde un control corporal igualmente estricto", afirmaba Douglas (1978: 96), que impulsó su búsqueda hacia la relación existente entre la experiencia de lo físico y lo social.

Ciertamente el juicio social y, en consecuencia, los valores que lleva implícito condicionan el comportamiento y estructuran indirectamente el propio cuerpo, en la medida que actúa sobre su crecimiento (imponiendo normas de peso y estatura), su conservación (con prácticas higiénicas y culinarias), su presentación (con cuidados estéticos, vestimentas) o su expresión afectiva (con signos emocionales). El esquema corporal o conciencia estimativa del cuerpo es preciso asumirla como un producto social y sería un error tomar lo orgánico como la totalidad de lo corporal.

Como también sería un error pensar desde una óptica occidental que el uso y la percepción que tenemos de nuestro cuerpo, amparados en el mercado, en la comunicación masiva y en una buena dosis de tecnología es la única. Tal visión contrasta de manera notable con la de otros pueblos que, como en el caso Rarámuri, no participan del mismo modo de vida, de la misma manera de entender el mundo exterior e interior.


2. Los rarámuri: referencia etnográfica

Rarámuri se ha interpretado etimológicamente como "pie corredor" o "corredor a pie" (Bennett y Zingg 1935; Brambila 1976: 451; Amador 1997: 17), término con el que se identifica a toda una etnia, perteneciente al grupo etnolingüístico uto-azteca (Bennett y Zingg 1935: 357), más conocida como Tarahumara, que es el nombre de la sierra donde actualmente viven, al suroeste del Estado de Chihuahua (México). La Tarahumara constituye una parte de la Sierra Madre Occidental, compuesta por un macizo montañoso que se extiende por unos 60.000 km2 (Sariego 2000: 13), lleno de picos, cañones y mesetas, cuya altitud oscila entre los 3000 y los 300 msnm (Amador 1997: 17). Generalmente se distinguen dos zonas ecológicas claramente diferenciadas: la Alta y la Baja Tarahumara, también llamadas Sierra y Barranca respectivamente, lo cual ha permitido a muchas familias rarámuri cambiar de sitio a los rebaños de ganado (chivas o vacas) y la propia residencia, de acuerdo a las exigencias del clima.

La importante colonización mestiza que ha sufrido la Tarahumara en el último siglo no ha traído en consecuencia una disminución de la población rarámuri que, lejos de disminuir, como otros grupos amerindios de la región (pima, warojío, yaqui), resiste la presión y sigue aumentando su demografía. Según el censo del 2000 la población rarámuri repartida entre la sierra y la barranca se cifraba en 84.086 (INEGI 2000).

De los rarámuri contamos actualmente con una extensa bibliografía, posiblemente sea de los grupos humanos más tratados etnográficamente. Bien circunscritos en la geografía, los que residen en la sierra o la barranca y, aún los que emigran temporalmente a Chihuahua para luego retornar a sus lugares de origen, desarrollan un modo de vida con escasos satisfactores culturales de tipo industrial, y dotan al cuerpo de un enorme contenido comunicativo, desplegando mucha imaginación en los recursos corporales y motrices para cargar de sentido su propio mundo. Curiosamente, sin embargo, aún siendo uno de los grupos de los que más se haya escrito, poco se ha hecho en torno a su cuerpo, lo que choca todavía más cuando sabemos que son conocidos internacionalmente por su extraordinaria resistencia en la carrera, para soportar esfuerzos máximos. Nos apoyaremos por tanto, más que en la literatura, en los datos obtenidos durante los once meses de experiencia de campo que, en fases sucesivas, iniciamos en octubre de 2001 y concluimos en julio de 2005, para reflexionar sobre la etnología de la corporeidad, sobre los usos del cuerpo en la construcción de la persona rarámuri: de su identidad y de su alteridad.


3. Un recorrido por la corporeidad rarámuri

La cuestión principal sobre la que gire todo nuestro argumento tratará de responder a ¿cómo hacer coherente el análisis simbólico y praxiológico de las distintas técnicas del cuerpo empleadas por los rarámuri, en función del papel que juega en el desarrollo de su etnicidad?

Para ello haremos un recorrido sintético por las diversas formas que los rarámuri tienen de usar su cuerpo y darle sentido, desde el sencillo andar cotidiano, como forma más simple y natural, hasta las expresiones más complejas de juegos y danzas, pasando por los rituales de iniciación, por las formas de alimentación, curación, protección corporal, sexualidad, expresión y relación interpersonal. Toda esta estructuración social del cuerpo la observaremos principalmente desde una perspectiva comunicativa, considerando pues, el cuerpo, como un sistema con el que decir algo de algo; aunque no olvidaremos, sin embargo, incorporar algunos casos notables donde observar la corporeidad desde una óptica económica y aún política.


3.1. Nacimiento

La experiencia de nacer como primer trance que atravesamos en la vida posee entre los rarámuri su peculiaridad. Hace tan sólo una generación atrás la costumbre hacía que la mujer tomara una cobija y marchara en solitario al monte a parir; agarrándose de un tronco o de la rama de un árbol, se colocaba en cuclillas con las piernas abiertas y la cobija debajo para que cayera la criatura, mientras ella empujaba apretando el vientre. Una vez fuera, sola le cortaría el cordón umbilical con un cuchillo, una piedra de obsidiana, o los propios dientes, para seguidamente atar el del bebé.

En la actualidad resulta menos frecuente tenerlo en el monte, la propia casa es ahora el lugar mayormente elegido, manteniéndose, eso sí, la forma acostumbrada de expulsión, por ser considerada más cómoda y efectiva que otras. Agarrada de un mástil o a una correa atada a la viga del techo, la madre empuja mientras recibe la ayuda de una o varias mujeres, familiares o amigas, que le ofrecen bebidas calientes, infusiones sedantes, le dan ánimo, la aconsejan, y llegado el momento reciben a la criatura, cortan el cordón umbilical, y entierran la placenta. El recién nacido aparece, pues, de manera súbita empujado por las contracciones de la madre y la fuerza de gravedad, toma contacto con la dureza de la tierra y es inmediatamente limpiado con un lienzo, envuelto en una tela y acercado a la madre para que lo arrope y amamante; más tarde se bañará con agua templada.

En la práctica tradicional la mujer anciana o el owirúame (curandero) palpa el vientre de la embarazada para comprobar la posición de la criatura, y mediante masajes con la palma de las manos procuran colocarlo en la posición adecuada en caso de venir de nalgas, circunstancia imprevista que ha acabado con la vida de no pocas madres e hijos. En el presente generalmente las mujeres pasan por al menos una revisión médica en la clínica o en la propia comunidad, a fin de prevenir sobre todo este tipo de peligros y estar preparadas para ser atendidas en el hospital con equipo quirúrgico llegado el momento.

El parto genera en la mujer emociones contrapuestas: la alegría de dar a luz un nuevo ser choca con el temor del dolor que sufrirá. El trance lo describen las mujeres generalmente como una experiencia dolorosa en donde gritan, lloran y se retuercen, aunque sin perder demasiado la compostura, a sabiendas de que hay que aguantar. El hecho de que el dolor de la mujer es la marca distintiva de tal situación se aprecia en el término "aliviarse", sinónimo de "parir", término mestizo, también empleado por las rarámuri para designar lo que en otro contexto se anuncia como "dar a luz". "Ya se alivió" significa que "ya parió", el énfasis se pone en el mal trago que se pasa durante unas horas o, con suerte, unos minutos, y en la mujer que lo protagoniza. Que el nuevo ser que nazca se incorpore como un miembro más de la familia, aunque sea un hecho inminente, está por ver; lo que marca la expectativa de la acción es la inmediatez, lo que se espera conseguir en primer lugar, aplicando el sentido práctico, es "alivio".

Son raras las malformaciones congénitas en los recién nacidos, no obstante, entre las que se pueden dar están el labio leporino y el paladar hendido. Según la gravedad del caso y el interés de la familia la criatura sobrevivirá o no, ya que se requiere cuidados para facilitar la succión de alimentos a veces muy complicados de conseguir. De otro modo también resulta extraordinario y sorpresivo tener gemelos, se esperaba uno y han venido dos ¿por qué dos si lo normal es uno? Esa pregunta se hace difícil de contestar a las personas que no han recibido estudios en la escuela. Sea como sea, en estos casos la familia suele quedarse tan sólo con uno de ellos, ofreciéndole el otro a una familia de confianza que no tenga hijos o desee tener alguno más. Incluso puede darse a una familia mestiza conocida que lo solicite, para así disminuir las dificultades que supone mantener y sacar adelante dos al mismo tiempo.


3.2. Crecimiento en la lactancia e infancia

El periodo de lactancia es muy variable, ordinariamente suele prolongarse hasta que nace un hermanito o hermanita; no obstante, si fuera abundante la leche de la madre pueden tomar juntos durante algunos meses. El último en nacer no es raro que se destete a los cuatro o cinco años. Como alguna decía: "está corriendo con bola y sigue con la mamada". En cualquier caso, a partir de los tres o cuatro meses la leche materna se complementa con caldo de frijoles, papilla de maíz y sobre todo pinole (maíz tostado y triturado mezclado con agua) que se irá convirtiendo en el alimento básico de la infancia. Pronto irá el niño o niña adaptándose a la comida de los adultos, primero triturada y luego masticada, a poco que aparezcan los primeros dientes. Tal adaptación temprana podemos apreciarla en los biberones de café, de infusiones aromáticas y aún de refrescos que, como la coca cola, pueden empezar a tomar desde los 5 ó 6 meses.

El contacto físico y afectivo de la madre con su hijo es casi permanente durante el primer año de vida. El continuo transporte sobre la espalda sujeto con una cobija o cedazo de tela entraña una relación muy estrecha. Mientras no aprenda a caminar, su territorio más conocido será el cuerpo de la madre, recorrido permanentemente en un ir y venir de la espalda al pecho. Las caricias, sin embargo, son infrecuentes, al igual que los abrazos, y el beso está totalmente ausente como signo externo de cariño. Tal actitud irá acostumbrando al niño o niña a no emplear con insistencia el tacto como muestra de afecto, salvo en casos especiales.

Los primeros pasos se aprenden ordinariamente en torno al año de vida, con la instrucción previa de los mayores; de no contar con apoyo en la enseñanza, soltarse a andar puede sobrepasar el año y medio. Lo mismo ocurre con el hablar, pronunciar las primeras palabras y adquirir el lenguaje dependerá mucho del apoyo que tenga en el círculo familiar, de lo habladores que sean sus miembros y el interés que pongan por enseñar al recién llegado. Los rarámuri no son en lo cotidiano muy habladores y pueden pasar días sin que se hable nada de manera fluida.

Una vez que caminan empiezan a interesarse por el otro o la otra, por lo que éstos tienen. A partir de los tres años aproximadamente son ya frecuentes los juegos colectivos, de imitación del mundo de los adultos, especialmente las construcciones de casas y la reproducción de la vida familiar y laboral en función de los roles de género. En cualquier comunidad es común ver muestras del comportamiento lúdico de los pequeños con reducidos espacios en donde aparecen casitas con diversos enseres en miniatura, trocitos de leña, fuegos, esteras, recipientes metálicos, etc., todo lo que se emplea en la vida hogareña.

Aunque no es muy frecuente el llanto en los pequeños y aún bebés, no se lo aguantan si tienen una fuerte sensación de hambre, sed, frío, escozor, soledad, miedo, desprotección o extrañeza ante un desconocido. El lloro del bebé se manifiesta de ordinario para avisar de una necesidad inmediata y calla cuando se da por satisfecho. Pasada esa primera etapa pronto aprenden que el llanto, como vehículo de comunicación, debe ser sustituido por la palabra, ya que como medio de chantaje para conseguir cosas no funciona. Una madre decía a su hijo: "Cuando dejes de llorar podrás platicar, mientras tanto no, llore, llore".

La actitud de los mayores ante el comportamiento de sus hijos e hijas se basa en el principio de "dejar hacer", no se imponen castigos ni tampoco premios en lo cotidiano, los valores que sobresalen en la educación son la independencia y la responsabilidad. Cada cual debe obligarse a sí mismo a hacer bien su tarea sin esperar gratificación por ello. Reina, niña de nueve años, tras ganar una carrera de ariweta, cubriendo una distancia de 25 km y haciendo ganar a los suyos un buen número de faldas en la apuesta, no recibió premio alguno en su familia, ni un trato distinto al normal de cada día, ni siquiera palabras de felicitación, para la mente de todos Reina hizo lo que tenía que hacer. Si hubiera perdido tampoco sería normal que se lo reprocharan.

De igual modo ante una acción inadecuada se educa a los pequeños para que afronten las consecuencias, será el "mayora" (persona madura que enseña la tradición), además de la familia, quien aleccione a los menores en el ejercicio de lo que es adecuado. El castigo físico está ausente como medida correctora para los niños. Un interlocutor rarámuri de Rosánachi nos decía: "el rarámuri no castiga a su hijo porque piensa que todavía no ha aprendido a comportarse como adulto y si lo castiga no aprenderá bien o lo hará con miedo". Medida distinta a la empleada en la escuela en donde los maestros castigan e incluso pegan para encauzar los comportamientos en la dirección deseada. La actitud habitual de un padre enojado con su hijo por una acción indebida suele expresarse con la seriedad y el silencio durante un tiempo, que lejos de la indiferencia posee un claro sentido comunicativo para quien va dirigido, muestra malestar, desaprobación, al tiempo que invita a la callada reflexión.


3.3. Ritual de iniciación: bautismo de fuego

El bautismo de fuego adopta distintos nombres, según la región: micubea, repona, kategua, se desarrolla de distintos modos y a distintas edades. Generalmente se pasa por él antes de cumplir el año y de pasar por el bautismo católico, aunque también encontramos testimonios de personas que hicieron pasar a los suyos, después del año de vida, e incluso a los diez años, no importando que fuera después del rito de la iglesia. Las formas son por otro lado de lo más diversas, lo cual no deja de ser un rasgo distintivo rarámuri. Los ritos deben ser creativos por parte de quienes los ofician y sería un contrasentido usar fórmulas fijas en estos actos. Cada oficiante deja su sello personal, su propio carisma en la manera de proceder.

Como hechos recurrentes podemos decir que se trata de una celebración privada y familiar, llevada a cabo por un owirúame (curandero) con la presencia de los papás y los padrinos (hombre y mujer), los cuales se comprometen a cuidar a su ahijado o ahijada en caso de que los primeros falten por cualquier motivo (muerte, separación, alejamiento) y queden en desamparo. De este modo se produce el compadrazgo como institución social importante que motiva fuertes lazos de solidaridad.

El proceso completo viene a ser el siguiente: Después del nacimiento los padres comunican la intención al owirúame y éste sueña con la criatura durante tres noches, si es niño o towí, o cuatro noches, si es niña o tewe. Tras ello fijarán un lugar donde el owirúame coloca una cruz de madera y junto a ella algunas tazas con medicina (palo hediondo, mescal, maguey), unos elotes (mazorcas de maíz) y una pequeña hoguera con brasas. Llegado el momento, por la mañana se presentarán los padres con el niño o niña entre los brazos acompañados de los padrinos, lo entregarán al owirúame y se colocarán frente a la cruz por el lado de poniente, dejando la cruz al este. El owirúame comienza entonces a dar tres o cuatro vueltas en torno a la cruz a paso normal, señala tres o cuatro cruces con el cuchillo encima de la cabeza del niño o niña, le da a tomar tres o cuatro cucharadas de cada medicina, además de tesgüino (cerveza tradicional de maíz), pasa el incienso alrededor de su cuerpo, y por último prende un elote y chamusca ligeramente el cabello, mientras pronuncia algunas palabras dirigidas a los iniciados o iniciadas que tienen que ver con una vida próspera y sin problemas, "que no le venga la enfermedad, que no le caiga el rayo, (...)". Finalmente le da el nombre elegido y se lo devuelve de nuevo a sus padres. De otro modo los padres entregan el niño o la niña a los padrinos mientras el owirúame hace el resto. Hay también casos en donde no aparecen padrinos, o donde a la criatura se la pasa tres o cuatro veces por encima de la fogata. La casuística es grande. En un relato nos aseguraban que la forma más antigua de hacerlo implicaba también llevar al niño o la niña a los tres o cuatro días de haber nacido hasta un lugar alto en la montaña y presentarlo a los primeros rayos de sol, dentro de un círculo con una hoguera en su interior, desde donde el owirúame implora al astro que no deje de alumbrar y calentar a su hijo. Dentro del círculo la madre coloca los objetos que debe conocer en su futuro trabajo de acuerdo a su sexo, y con los que se ha de identificar.

Según la versión de un rarámuri buen conocedor de la tradición de su pueblo, el chamuscado del cabello constituye un signo de ruptura con la otra existencia, con el otro mundo o la otra época de donde provienen las almas que ahora dan vida a su cuerpo. Como nos decía: "las personas cuando mueren aquí nacen de nuevo en otro tiempo, en otro pueblo distinto, quizá vengas o te vas a otra cultura, a otra raza". Por tal motivo, a fin de borrar su pasado de la memoria y deje de soñar con él, se le pasa por el fuego y quema simbólicamente el centro donde procesa su pensamiento, para que desconecte del pasado y comience una nueva vida. De otra manera, el fuego hay que entender que es un elemento imprescindible para vivir en la Tarahumara, con él se alumbra en la noche, se cocinan los alimentos, y se calienta el cuerpo durante los fríos días del invierno ¿qué mejor símbolo de protección se puede encontrar?

Después del bautismo de fuego, genuinamente rarámuri, pasado un tiempo, aunque no de manera muy extendida, hay quienes practican en el ámbito familiar un segundo bautismo con la presencia esta vez del agua, y en donde asisten los padres, padrinos y owirúame, aquí le darán un segundo nombre, distinto al primero. Esta fórmula cabe pensar que pudiera ser una herencia reinterpretada del bautismo cristiano recibido durante 100 años de contacto con los jesuitas (2) y que se vio bruscamente suspendido por la expulsión de éstos del territorio.

El bautismo católico a través de la iglesia mediante la fórmula ya conocida, sí es una práctica muy generalizada y marca un segundo grado de identidad y de diferenciación entre los rarámuris, quienes pueden ser: pagotuame (bautizados) o gentiles (no bautizados), independientemente de la creencia común en Onorúame y Eyerúame, el Gran Padre y la Gran Madre, asociados al sol y a la luna.

Con esta última celebración se obtendrá un nuevo nombre que sumar a los anteriores y posiblemente a los que vengan más tarde, ya que es también frecuente que el maestro en la escuela le asigne otro distinto si no le gusta el que trae o hay coincidencia entre compañeros. La propia persona se toma igualmente la libertad de cambiarse el nombre cuando le apetezca. De ese modo un rarámuri puede hacer uso de tres, cuatro o cinco nombres a la vez, empleando cada uno en un contexto distinto, circunstancia que desde dentro no entraña problema alguno entre ellos, pero provoca a veces una gran confusión para los que, desde fuera, pretenden identificar certeramente a alguien.


3.4. Cuidados y protección corporal

El aseo personal se halla estrechamente relacionado con la cantidad de agua disponible en el lugar y con la época del año, de modo que en la barranca y lugares próximos a los ríos la gente frecuenta más el lavado corporal que en las mesetas y zonas secas, así como en verano se hace más apetecible y necesario que en invierno. No es diario en cualquier caso, y en el riguroso invierno es normal aguantar sin lavarse el cuerpo entero durante tres o cuatro meses. Más habitual que el lavado del cuerpo es el de la ropa, función que le corresponde a la mujer, que aprovecha los arroyos para hacerlo usando generalmente jabón o detergente.

Sobre la satisfacción de las necesidades biológicas es preciso decir que el experimento inducido por el Estado de colocar letrinas en las comunidades, no ha dado un buen resultado, sirve para tapar el bulto, para defecar tranquilo y aislarse de la gente durante el día, pero los malos olores y la abundancia de moscas en su interior son argumentos para no usarlas. La gente defeca en lugares ligeramente ocultos como arroyos, quebradas, rocas, tanto por la noche como por el día, donde entran ganas no se piensa dos veces y a pocos metros se encuentra el lugar, guiados por la necesidad inmediata. Tal circunstancia hace que los caminos y lugares transitables estén llenos de heces secas que no incomoda a los del lugar pero se convierte en una fuente de infección y enfermedad en cuanto que son comidas por cerdos, gallinas, perros o burros, que merodean libremente y tienen un trato muy próximo con las personas.

La tarea de los promotores de salud que tratan de concienciar a la población de la importancia de la higiene para alejarse de los bichitos invisibles que traen la enfermedad, tiene unos resultados relativos. Mientras hay quienes se preocupan por mantener el cuerpo y la ropa limpia, los hay que no muestran interés alguno por ello, manteniéndose más cerca de la postura tradicional un tanto alejada del agua.

En lo que respecta al vestuario, si bien no ha cambiado su función esencial al servir como protector corporal, los cambios en las formas han sido notables. En una primera ojeada resulta evidente el cambio cromático si comparamos la homogeneidad del color claro, el natural del tejido, mostrado en la colección fotográfica de Filiberto Gómez de los años 1936-1948, o más acusado aún en la de Karl Lumholtz de finales del siglo XIX, con la heterogeneidad de colores usados en la actualidad. Así como la pérdida progresiva en el uso de la tagora masculina (especie de taparrabo), desplazada por la ropa mestiza. La comparación de épocas a través de las imágenes dejadas en las fotografías nos hace ver cómo las mujeres han ido cubriendo cada vez más su cuerpo desde finales del siglo XIX a la actualidad, a la vez que creado un diseño de falda larga con pliegues y volantes, más la blusa, que la han convertido en tradicional en unos 50 años. La libertad y naturalidad que muestra la mujer rarámuri desnuda de cintura para arriba en algunas fotos de antes, contrasta con el pudor existente en la actualidad, en donde todo, incluido el cabello, queda cubierto. También podemos notar el cambio en el pasado uso del collar por parte del hombre, a su actual abandono y uso exclusivo de la mujer. Cambios que curiosamente coinciden con la segunda evangelización jesuita en la región, después de 130 años de ausencia.

Las cuatro, cinco o seis faldas que la mujer lleva con frecuencia en invierno una encima de otra, suman muchos metros de tela y la protegen del frío en las veladas festivas, pero además le proporciona un mayor volumen al cuerpo, factor importante para acercarse al modelo de belleza femenina, encarnado por las formas redondeadas y llenas, lejos de la delgadez, condición que le permite tener más garantías de supervivencia y de atender a los suyos ante la eventual hambruna que se presente. La "belleza" en cualquier caso, sea del hombre o de la mujer, es opinión generalizada buscarla, no tanto en los atributos físicos, como en los valores y actitudes de las personas, por ello, el hombre busca en la mujer que sepa criar a los hijos, cuidar la casa, hacer tortillas de maíz; mientras que la mujer busca en un hombre que sea trabajador, honesto, no pendenciero, responsable. No por ser bajo, físicamente limitado o feo se deja de tener éxito en el matrimonio, aunque para el rarámuri, feo es ser alto, rubio y con ojos azules.

Al igual que la heterogeneidad cromática que se graba en la retina cuando se observa a un grupo de mujeres reunidas, el vestuario tradicional del hombre, austero y claro, es todo un signo de identidad cultural, su singularidad lo hace claramente reconocible en comparación con el de otros grupos. Compuesto por una tagora ajustada a la cintura con la pukara o ceñidor, una camisa o natacha y un camisón largo encima o masara, una cinta en la cabeza o collera y unas sandalias tipo huaraches de tres agujeros, se usa de modo habitual en muchos lugares de la sierra, tales como Tehuerichi o Narárachi, pero en otros ha venido a menos, siendo usado más bien en tiempo de fiesta. En cualquier caso, la prenda más persistente es la collera, que además del sentido práctico de servir de recoge pelo, posee al menos un sentido simbólico. Para no pocos rarámuris no llevar collera, o en su defecto una prenda de cabeza, es un síntoma de mala educación, porque es como ir desnudo, sólo al acostarse se desprende uno de ella, y no llevarla es como estar dormido, en vigilia hay que llevarla. De otro modo, para algunos llevar collera es la manera de hacerse notar ante Onorúame como rarámuri, de atraer su atención, además de no perder la vinculación con los suyos.

También los huaraches son una prenda persistente, ejemplo de simplicidad y eficacia, con dos trozos de neumáticos o cuero y dos cintas de metro y medio manufacturan un calzado elemental quienes se denominan "pie corredor", útil para cualquier terreno, cuya probada funcionalidad y extendido uso ha contribuido a lograr un cierto grado de raramurización mestiza. De igual modo la cobija con la que el rarámuri se envuelve de una manera peculiar para protegerse del frío es prenda inseparable cuando van de viaje, participan en veladas festivas o en rituales nocturnos; la estampa que presenta el hombre rarámuri de pie junto al fuego en la noche, con mirada pensativa y serena, envuelto plenamente en su cobija, de la que tan sólo asoman los pies calzados con huaraches y la cabeza rodeada con la collera, constituye una de las imágenes que marcan un modo de estar y de ser rarámuri.


3.5. Consumición

La dieta rarámuri está basada en el maíz y el frijol, a lo que hay que unirle el chile, y en menor medida la calabaza y la papa, así como kelite o plantas silvestres de temporada que sirven de complemento. La carne no es habitual, su consumo se da casi siempre por motivos festivos y rituales, extraordinarios, pues. Cocinada en grandes tambos u ollas, es costumbre preparar la carne del animal sacrificado: vaca, chiva, o venado, deshebrándola y cociéndola sin sal toda la noche, junto con la grasa desprendida, es el tradicional tónare que se le ofrece a Onoruame, al que no le gusta la sal, antes de ser consumido por las personas. De otra parte se hervirá durante el mismo tiempo y modo las vísceras del animal junto con maíz en lo que será un pozole.

En cuestión de gusto, el sabor del chile es muy apreciado, mientras más fuerte mejor y no puede faltar, con ello se igualan al resto de mexicanos. El uso de la sal no acompaña la preparación de la comida, pero sí se le añade una vez que se sirve, ocurre con el tónare o con el pozole. De manera opuesta, el café se prepara con azúcar, no haciendo falta echárselo al final.

Generalmente el rarámuri come de todo, aunque no en cualquier momento, sin embargo, existen algunos tabúes alimenticios motivados por las consecuencias negativas que entraña su ingestión. Así, la traquea de un cerdo sólo la comen la gente grande, no los niños porque dicen que roncaría mucho, tal como hace el cerdo. La pleura de los animales no la pueden comer las mujeres por la dificultad que le acarrearía para tener hijos, ya que se trata de una especie de membrana como lo es la placenta. La mujer embarazada no puede tomar una hierba llamada "pasote" que vale para condimentar los frijoles porque puede abortar, esta planta se toma también para regular la menstruación. Tampoco debe tomar la semilla de la calabaza porque se piensa que el niño puede criar piojos. Proscripciones de alimentos, así como de comportamientos, que se deben evitar por el efecto simpatético que produce en otros órdenes de la vida.

Sin duda es el maíz el alimento más venerado, presente en la mitología y en todo momento. Con él se hacen tortillas, pinole, esquiate, y sobre todo batari o tesgüino, bebida enseñada por Onorúame para ser tomada en su memoria durante las celebraciones festivas o comunitarias, y sólo entonces. El tesgüino se elabora con motivo de fiestas patronales, ritos de curación, o para corresponder al trabajo colectivo. "Onorúame da el tesgüino a los tarahumaras para que puedan regocijarse y trabajar" (cfr. Velasco 1987: 239), dice la tradición; "es el agua de Dios", dicen muchos. Relacionado con la fiesta y con la vida, el tesgüino constituye un poderoso incentivo para el encuentro social, para estrechar los vínculos de una población muy diseminada y aislada en su territorio. La costumbre obliga a llenar la jícara o güeja del tambo donde se acumula la bebida y ofrecerla a los demás, tomando uno sólo el tesgüino que otro le ofrece. Tomado así en grandes cantidades que pueden superar los 20 litros por persona en una noche, gracias al efecto diurético, la acidez que posee produce gases que expulsados como eructo es de buena educación, señal de que está sentando bien; y provocan risas cuando se expulsa por abajo, sobre todo ruidosamente, motivo por el que a veces se generan divertidas competencias.

Su efecto embriagador invita a la trasgresión de las normas sociales y deja ver la otra cara del rarámuri, liberado en buena medida de los convencionalismos cotidianos. La persona callada, seria, introvertida, serena, mesurada, contemplativa, se torna alegre, bromista, habladora, extrovertida, desmesurada, amistosa o pendenciera. Con él se subliman las emociones y sale lo mejor y lo peor de cada uno, en un ejercicio de catarsis colectiva.

Asociado a la tesgüinada y al tiempo de fiesta se encuentra el tabaco, usado ahora en forma de cigarrillo de la marca "Faro" que ha desplazado al antes fabricado con las hojas secas y envueltas en vainas de mazorca. Constituye una forma más de compartir, de dar y tomar participando de lo mismo, prendiéndolo el que lo recibe de la misma lumbre del que lo ofrece; y en algunas ocasiones un vehículo para ver más allá de la realidad visible, entrar en su dimensión oculta ensimismado con el humo, y dialogar con las fuerzas sobrenaturales, lo cual corresponde hacerlo sólo a los especialistas.

Es el tesgüino y no el peyote lo que utiliza el rarámuri como válvula de escape. Una de las ilusiones más erróneas atribuibles a este pueblo es el de ser empedernidos consumidores de peyote, motivo por el cual se ha atraído la atención de turistas desinformados (3) que viajan expresamente a la Tarahumara a realizar ese anhelado viaje iniciático, movidos por la imagen poética e ilusoria que Antonin Artaud dio en su "México y viaje al país de los Tarahumaras" (1984). Lejos de ser un hábito, el peyote o jícuri es planta bien temida y respetada por el rarámuri, que si la coloca en la puerta de una vivienda su efecto sería más poderoso que el de un candado para quien pase por allí. Manipulado exclusivamente por el sipáame o raspador, especialista del jícuri, el cual debe pasar por un prolongado proceso de iniciación, sólo se utiliza con motivos rituales para propiciar curaciones, subidas de las almas al cielo, u operar negativamente contra alguien, sin necesidad de que su efecto narcótico se deje notar entre quienes lo prueban dentro del círculo mágico, ya que su eficacia es esencialmente simbólica. También la raíz de bacánowa (bejuco arbustivo) es utilizada para procurar semejantes resultados, aunque sus especialistas y rango de poder es siempre menor que el de jícuri.

Es sin duda una planta emblemática para el rarámuri pero no por su consumo masivo, sino por el poder que se le atribuye y el grado de condicionamiento que tiene sobre la gente, planta con la que el sipáame puede dialogar, y todos han de llevarse bien, a fin de que siga ejerciendo su papel protector. La interrogante muy repetida por el sipáame en los rituales de jícuri de ¿por qué te alejaste de nosotros? refleja la idea de que en un tiempo pasado se mantenía un contacto más estrecho con él, aunque, por quiénes fueron los que se desplazaron, la pregunta le correspondería hacerla al jícuri.


3.6. Sexualidad

La experiencia sexual es muy variable. Generalmente la tesgüinada constituye un espacio propicio para la iniciación, así como para la promiscuidad de las parejas. Los jóvenes comienzan a tomar al nivel de los mayores cumplidos los 17 ó 18 años, y como dicen los más prudentes: "hay que saber tomar con los ojos abiertos", no dejarse cegar por la borrachera.

El coqueteo es práctica frecuente en estos ambientes, pero la mujer es muy pudorosa en el trato y puesta en escena, evita mostrar las piernas, la espalda, el escote al aire; el contacto físico con la mano es muy reducido, y de producirse en la pareja es señal normalmente de estar flirteando con intenciones amorosas.

Asimismo se hacen muy frecuentes las bromas sexuales entre cuñados o entre abuelos y nietos, pero nunca entre padres e hijos o entre tíos y sobrinos, juegos de palabra obscenos en clave de humor con los que no se pretende más que pasar un buen rato.

De otro modo este espacio de encuentro social lo es también de trasgresión de las normas y no es extraño, aunque tampoco una constante, que se produzcan infidelidades amparadas en la nocturnidad y en la embriaguez, situaciones que generan no pocos conflictos con posterioridad y separaciones de parejas.

Dentro de la vida cotidiana el mayora es la persona encargada de arreglar a las parejas para el casamiento y resolver eventualmente sus problemas, dar consejos e informar a los jóvenes. La relación prematrimonial, como prueba antes de decidir formar pareja estable, es normal y se produce de manera bastante espontánea y natural. Cuando preguntaron a Cristina: ¿Cómo te hiciste novia de Martín? Ella respondió: "pues así no más, me cambie de casa y ya". Cristina fue repetidas veces a casa de Martín a lavarle la ropa con el permiso de su mamá, y un día decidió quedarse a vivir en su casa, a lo que no se negaron sus padres. A todo esto, se le preguntó a Martín: Bueno, y tú ¿qué pensabas?, "Pues que estaba yo muy bonito", decía.

El matrimonio se lleva a cabo en muchas ocasiones con notable diferencia de edad, tanto de una como de otra parte, aunque predomina que sea mayor el varón. La tendencia es a casarse con gente de fuera de la comunidad, y a evitar el parentesco muy próximo entre primos o tíos y sobrinas en primer grado. Son frecuentes los casamientos de cuñados y cuñadas entre sí, al coincidir en las tesgüinadas familiares, y las separaciones no suelen ser demasiado traumáticas a efectos económicos, ya que la separación de bienes prevalece en todo momento y cada cual se marchará con lo suyo.

La vivienda rarámuri hecha en una sola pieza hará que padres e hijos duerman en el mismo espacio reducido, por lo que la privacidad en el sexo es mínima y más temprano que tarde los menores se enterarán de cómo se hacen los hermanitos.

No son frecuentes los usos anticonceptivos, entre otras cosas porque la poderosa influencia de la iglesia se muestra en contra de ellos, "usar el condón es ir contra natura", se predica. Es importante mantener ese principio, aunque la mujer deba ir a la clínica junto con su pareja a curarse de esos molestos bichitos que el marido le trajo de regalo al regresar de la ciudad. Todavía las enfermedades venéreas, incluida la sífilis, tienen solución tratadas a tiempo, pero por suerte hasta el momento no se ha introducido el sida en las comunidades. Por el grado de promiscuidad existente, así como por el regreso momentáneo a sus rancherías de mujeres rarámuri que ejercen la prostitución en la ciudad, no es descabellado pensar que el VIH entre en la Tarahumara y cause estragos; entonces quienes desde el poder se hayan negado al uso del condón habrán incurrido en una responsabilidad mucho mayor que la de ir contracorriente.

Tampoco el Estado no queda fuera de juego cuando abusando de su poder, pero en el sentido contrario, es acusado con pruebas fundadas de implantar DIU de manera engañosa en los hospitales donde acuden las mujeres indígenas, y más aún de practicar ligaduras de trompas sin consentimiento alguno de las afectadas, con la noble intención de rebajar las cargas familiares y hacerle más fácil la supervivencia a quienes, todavía algunos siguen pensando y tratando como si fueran "gente sin razón".


3.7. Curanderismo

El cuerpo en su integridad es en la concepción rarámuri la casa de las almas, la carne es el lugar físico donde se alberga su esencia espiritual. La enfermedad en el mundo rarámuri afecta generalmente a esa doble dimensión de la persona, un resfriado o una gripe se identifica con un mal puramente carnal u orgánico, que se cura con la aplicación de hierbas medicinales por muchos conocidas. Un dolor de cabeza, de estómago, la melancolía o el susto afecta, sin embargo, también al alma, e implica acudir al ritual prescrito por el especialista socialmente reconocido.

Estar enfermo se traduce con frecuencia como estar "triste", algo externo viene a uno y ocasiona un daño al alma. Muchas veces se utiliza el esquema de la culebra que te atrapa en el arroyo una de las tres o cuatro almas que la persona tiene, según sea hombre o mujer (4). También se puede enfermar por el mal de ojo que te hecha un juribí, persona chaparrita que vive en el monte y gusta robarse a las mujeres casaderas. Se enferma del mismo pensamiento producido por un sukurúame (especie de hechicero), incluso involuntariamente a través de sus sueños. Se enferma mucho de envidia: "es que me envidiaron que tengo hacha, por eso enfermé", contaba una mujer rarámuri. Ser tenanche (fiestero) y pagar la fiesta si uno puede, o dar kórima (ayuda económica) al necesitado que lo solicite, es una manera de redistribuir los excedentes, de reequilibrio social para evitar conflictos, así como la enfermedad en uno mismo.

Los procedimientos empleados para lograr el reequilibrio de las almas en la persona y volver al estado de normalidad son variados: el yúmari, el jícuri, el bacánowa, son todas ellas ceremonias que implican algún tipo de sacrificio animal: vaca, chiva o gallina, para ofrecerlo al espíritu de Onorúame, o al del jícuri, o al del bacánowa, a fin de que intercedan por la persona afectada y la sane. Ceremonias sólo posibles de realizar por gente especial que, como el wikaráame (cantador de yúmari), el owirúame (curandero) o el sipáame (raspador de jícuri) han pasado por un largo proceso de instrucción. La experiencia onírica del sanador en cada caso ocupa un papel fundamental. El owirúame tiene que soñar tres o cuatro noches seguidas con la persona enferma, según sea hombre o mujer, y una vez sepa qué le pasa a su alma, normalmente atrapada en la barranca por el bacánowa, o en algún aguaje de la sierra, o por estar en deuda con el jícuri, mandará hacer algún acto simbólico, rodeado siempre de libación y comensalismo, para procurar la liberación de su cautiverio y el retorno a su casa, al cuerpo, donde debe estar para que funcione bien.

Cuando se toma mucho tesgüino, algunas almas abandonan el cuerpo por no tolerarlo y así se produce la embriaguez y los posibles conflictos, los cuales, son casi siempre justificados al tenerse disminuidos los sentidos por la ausencia de algún alma. La muerte sobreviene realmente cuando se ausentan del cuerpo la totalidad de las almas, tres o cuatro, según el caso, lo cual ocurre siempre que la casa que habitan envejece demasiado, será ese el momento de partir hacia arriba e ir al encuentro de Onorúame. El cuerpo pues, es el que muere para siempre y se convierte en polvo para nutrir la tierra de la que él mismo se alimentó; las almas sobreviven en un mundo paralelo y muy gratificante, por lo que el temor a morir no parece muy acusado. Como nos decía una mujer rarámuri: "Allá -en el otro mundo- hay mucho maíz, frijol, llega mucho aroma de los animales que sacrifican a Onorúame, el sol calienta rico, a veces nieva cuando se portan mal en el trabajo".


3.8. Aspecto físico

Como nos indica el Dr. Luis González Rodríguez:

"El tarahumar es de complexión vigorosa, más bien de porte esbelto, de una estatura promedio de 1,65 m en el hombre y en la mujer de 1,58 m (...) Predomina la tez broncínea, (...) de pómulos salientes, frente despejada, nariz recta, mentón huidizo, ojos oscuros. Tiene abundante cabellera lacia y negra, lampiño de barba y escaso pelo en el cuerpo. Es rara la canicie y más aún la calvicie. En general tiene un físico armonioso y bien proporcionado, resistente al trabajo pesado, aparentemente saludable, a pesar de la tuberculosis y desnutrición endémica. Es de paso firme y decidido. (...) figura hierática. (...) Reservado ante extraños, tampoco suele hablar en voz alta con los suyos" (González Rodríguez 1994: 73).

Hombres de complexión delgada sorprenden cómo levantan costales de maíz de 70 u 80 kg y lo suben por la escalera hasta el techo de las casas. Al igual que sorprende la resistencia de las mujeres de aspecto redondo, con algunos kilos de más, que son capaces de aguantar horas y horas corriendo ininterrumpidamente en las competencias de ariweta (carrera tradicional). Las largas caminatas diarias, la tarea de cortar leña con el hacha, y el resto de trabajos cotidianos hace que se mantenga un cuerpo ágil, fuerte y muy resistente al esfuerzo.


3.9. Gestualidad cotidiana

El caminar rarámuri es de ordinario rápido y seguro, con zancada corta y elevada cadencia del paso. En las subidas muy pronunciadas suelen apoyar más la punta de los pies, manteniendo una ligera genuflexión en el estiramiento de las piernas que da el efecto de amortiguar el paso.

Una postura muy usada por el hombre para el descanso es en cuclillas, así se puede mantener durante horas. La mujer en cambio se sienta en el suelo y adopta una curiosa posición con una pierna sobre la otra semiflexionada a un lado y la espalda bien recta.

Para dormir prefieren los lugares duros, allí colocan una cobija o unas pieles de vaca o de venado donde echarse, sin cobertura en verano y con varias cobijas en invierno, de almohada bien pueden poner un leño. A veces cuando el cuerpo está muy cansado observamos posiciones muy peculiares para dormitar, tales como de pie con el cuerpo recto, o tumbado de costado con la cabeza al aire sin apoyo, manteniéndola recta sin que se ladee, posición muy usual en las tesgüinadas o en las veladas nocturnas, cuando el sueño puede con uno. "Así dormimos nosotros", dicen.

Las distancias interactivas ordinariamente no son muy próximas en la vida cotidiana, aunque lo más significativo de las conversaciones es hablar con otra persona sin mirarle a la cara. Dos o tres personas que conversan pueden estar cada una mirando al monte en sentidos opuestos, de espaldas entre sí, y de ese modo durar largo rato; es más, mirar la cara de la persona a la que se habla o ser mirado por el que escucha es de mal gusto, cohíbe, lo normal es mirar cada uno para un lado, excepto en los tesgüinos que, por el espacio reducido donde se encuentran y el estado de embriaguez, reducen distancias y entrecruzan miradas.

Para el saludo entre iguales cualquier posición es correcta: sentado, de pie, en cuclillas, recostado, de ese modo se dan la mano con un ligero roce, sin llegar a estrecharlas. Un apretón de manos excesivo es más bien entendido como una agresión, una invitación a la lucha y está lejos de ser una prueba de afecto. Alguno decía que dar la mano con suavidad es bueno para sentir a las personas, si se aprieta se corta la comunicación. En los actos solemnes donde sea preciso el saludo, como son las despedidas de fiesta, o la entrada en un yúmari, se emplea la fórmula de tocarse mutuamente el hombro derecho con la mano de ese lado y seguidamente sujetar y levantar la mano, girándola arriba, al tiempo que se expresan verbalmente buenos deseos, siempre en posición de pie en muestra de respeto: "bueno, ya nos tocó estar aquí, veremos el próximo año" se oye decir. Para saludar a una persona anciana o a una autoridad hay que ponerse de pie. Arrodillarse se observa desde la tradición como una postura poco digna, tan sólo justificada cuando se va a tomar la medicina preparada por el owirúame a fin de colocarse más bajo que él y recibirla con comodidad, pero no es asumido hacerlo en misa como señal de respeto o de arrepentimiento. Ante Onorúame (el Creador) hay que presentarse dignamente de pie y sin complejos.

Una característica que marca la imagen rarámuri es precisamente la elegancia que muestran en cualquier posición en que se encuentren, ya sea en movimiento o estático, agachado o de pie, solo o acompañado. La estampa habitual de ver a dos o tres mujeres sentadas en la roca, al borde de un cañón, en silencio y con la mirada perdida en el horizonte, o la de un hombre solitario de pie en semejante lugar, ensimismado en sus pensamientos o en la nada, atrae irresistiblemente la atención de cualquier observador que sepa ver el grado de dignidad que se desprende del porte. Cuando dicen los más ancianos al referirse a algunos de los suyos: "ese niño se ha criado con chabochis" (con blancos barbudos) o "se ha educado en la escuela", sólo les ha hecho falta verlo parado, de pie y a distancia; el porte es en sí mismo un signo de identidad, no cualquiera se para (en pie) como lo hace un rarámuri y es por ello que en el sencillo acto de estar quieto durante un cierto tiempo se puede apreciar en la persona cómo le ha marcado la influencia exterior. Y si ya observan el comportamiento en su conjunto, las pistas son fáciles de detectar: de una niña o niño bullicioso o falto de iniciativa se oye decir: "la escuela lo descompuso".

El tacto es muy poco usado de ordinario, ni los niños ni los mayores se tocan con frecuencia, una aproximación excesiva resulta chocante, incómoda y crea desconfianza, sólo se entendería en estado de embriaguez, en el tesgüino, donde se transgreden los convencionalismos sociales y casi todo es posible.

En las conversaciones se gesticula poco o nada con las manos, cuando se platica normalmente no se mueve nada, aunque hay expresiones faciales muy significativas como son el parpadeo fuerte de la mujer cuando no se siente a gusto, o algo que le dijeron no le agradó; así como el señalar objetos o direcciones no con los dedos sino con los labios, que se aprietan, sobresacan y orientan en uno u otro sentido.

El silencio durante la interacción también tiene su mensaje. No vale aplicar aquí el principio de "quien calla otorga", más bien ocurre al contrario, no decir nada tras escuchar en público un discurso de carácter político suele ser señal de estar en desacuerdo. Por otro lado, en la vida diaria resulta raro escuchar discusiones en el ámbito público, cada cual dice lo que tenga que decir, todos escuchan, valoran y actúan en consecuencia, conscientes de que las personas son responsables de sus palabras. Antes de un nawésari (discurso público del gobernador) aparecen grandes momentos de silencio, de espera, en donde la gente mira, piensa, se acomoda, siente a los demás sin encontrarse molesta porque no haya palabras que llenen el vacío. El silencio, lejos de ser falta de comunicación, dice mucho de la gente y de su entorno, en silencio y en actitud contemplativa se pasan largas veladas nocturnas todos juntos, en una especie de complicidad que acentúa los vínculos.


3.10. Juegos y deportes

Es la sociedad rarámuri una sociedad en donde se prodiga mucho el juego, juego con muy poca mediación tecnológica, austeros en empleo de materiales, obtenidos generalmente de la naturaleza, y cargados de imaginación en su diseño. Además de los juegos motrices, reglados y simbólicos que poseen, hay mucho de juego dialéctico en la vida cotidiana. Platicar de manera agradable para pasar el tiempo, haciendo chistes, comentarios irónicos, o bromas que hagan reír es muy habitual, sobre todo en el contexto de la tesgüinada, cuando el ambiente es distendido y se pierde la inhibición.

Todo lo que divierte es válido como juego, siendo éste un elemento clave de interculturalidad, así como de aculturación, cuando el espacio de lo tradicional va siendo colonizado o penetrado por las nuevas adquisiciones venidas de fuera, fruto del contacto y la comunicación especialmente con los mestizos.

Los juegos y deportes tradicionales que tienen vigencia hoy día entre los rarámuri podemos situarlos al menos en cinco categorías. De carrera con lanzamiento tenemos rarajípari (carrera de bola) hecha por hombres, y rowera (carrera de ariweta) para mujeres. De enfrentamiento de equipos con oposición están la ra'chuela (palillo) para hombres y el nakíburi (dos mejillas) para mujeres. De lanzamiento y puntería están el rujíbara (cuatro con teja), el jubara (cuatro con palillos) y la choguira (con arco y flechas), todas ellas varoniles. De azar están el romayá (quince), practicado por hombres, y el chilillo (con tablero), sin distinción de sexo. Y de lucha el najarápuami en sus dos contextos: de competencia deportiva y como acto ritual, ambos masculinos.

Cada una de esas actividades poseen un sentido peculiar en la vida rarámuri, pero ante la imposibilidad en este momento de detenernos en cada una de ellas, vamos a comentar brevemente al menos la actividad por la que los rarámuri han sido conocidos internacionalmente, la carrera de bola y de ariweta.

Karl Lumholtz 1902: 297), explorador y etnógrafo noruego, describió a los rarámuri de finales del siglo XIX como los corredores más resistentes del mundo. Actualmente los rarámuri siguen corriendo largas distancias de más de 100 km como siempre lo han hecho, aventando el hombre una bola de madera con el pie y la mujer un aro con un palillo. Entre las funciones destacadas de esta carrera tradicional está la competencia y la diversión generada por su carácter agonístico y lúdico a la vez, la liberación de tensión, producto de la descarga de energía; su papel económico sustantivado en las apuestas, indisolublemente unidas a ellas; su carácter socializante e identitario, al servir como motivo de encuentro e intercambio social; así como su papel reforzador de las creencias en fuerzas sobrenaturales que actúan sobre los acontecimientos.

La carrera rarámuri está cargada de valores y estos le infunden diferentes lógicas. Uno de los principales valores a destacar es el de la resistencia, en amplio sentido, pero ¿por qué se valora tanto la capacidad de resistencia?

Hombres y mujeres han de mostrar aguante no sólo en la carrera sino en todos los órdenes de la vida, hay que resistir bailando matachines toda la noche, hay que soportar el frío nocturno y el invernal con lo que se lleve puesto en el momento, hay que aguantar el hambre si no se tiene qué comer durante días, o la sed si no se dispone de agua en una larga travesía, o el parto al natural, o el dolor de un traumatismo o de una enfermedad, y en otro orden de cosas hay que resistir los envites del choque cultural.

La resistencia posee, pues, un importante valor social porque de ella depende su mantenimiento cultural e identidad étnica, de la voluntad de seguir siendo rarámuri. Conscientes de su importancia, escuchábamos reflexiones o afirmaciones nativas que decían: "¡Hay que resistir para vivir!", "¡Quien no aguanta, no vale, se pierde, muere!". Afirmaciones que se refieren a la vida en general y que tienen un claro reflejo en la carrera.

La carrera rarámuri tiene mucha vigencia como manifestación de la propia cultura, sin embargo, la participación de los rarámuris en las ultramaratones organizadas por instituciones nacionales o internacionales, junto a los deportistas de elite llegados de diversos puntos del planeta, pone de manifiesto su biculturalismo, su también disposición para contravenir la costumbre y "correr como coyote", porque, desde la costumbre, "hay que estar loco para correr sin bola o sin ariweta". Refleja pues, la actitud de situarse en el terreno del otro y hablar su lengua a través de la carrera, incluso dentro de su propio territorio.

En cualquier caso, los rarámuris de una u otra forma siguen corriendo, siguen resistiendo, y siguen siendo conscientes de que "quien no aguanta, muere, desaparece", que "hay que resistir para vivir". Sin que conscientemente lo pretendan, los rarámuris se mantienen en esa convicción y reflejan en la carrera con toda su envoltura buena parte de su ser, al no tratarse tan sólo de una técnica corporal de desplazamiento sino de un hecho social total y un símbolo de resistencia en amplios sentidos, entendida así, desde una visión romántica de la cultura, en el caso rarámuri podríamos afirmar, haciéndonos eco de su pensamiento, que ¡hay que correr para vivir!.


3.11. Danzas

La danza constituye una parte importante de la cultura rarámuri. Como se presenta en la mitología, por designio divino los rarámuri tienen la responsabilidad de danzar para que la vida continúe sobre la tierra, para que el mundo no se acabe. Lumholtz, tradujo el término "danzar" como "Nau-chi-li Ol-a-wa" cuyo significado sería: "ellos están trabajando". En el terreno de una celebración festiva un viejo puede preguntar a un joven ¿por qué no trabaja en la fiesta? queriéndole significar que ¿por qué no danza? (Lumholtz 1894: 140-141).

De uno u otro modo la danza en sus distintas manifestaciones está indisolublemente unida al tiempo de fiesta rarámuri, al igual que el tesgüino, convirtiéndose ambas en dos importantes señas de identidad para el pueblo, que los diferencia de los no rarámuri, de los mestizos y chabochis que no danzan ni toman como ellos.

Desde un punto de vista histórico existen tanto danzas autóctonas, en donde se incluirían el jícuri, el bacánowa, el yúmari o tutuburi y el pascol; como danzas de influencia colonial, tales como los pintos y fariseos o los matachines. En cualquier caso, independientemente del origen histórico de las danzas, todas ellas son hoy por hoy parte del acervo cultural rarámuri, de la tradición viva así sentida.

Como sistema de comunicación, cada danza está inscrita dentro de un ritual, siendo un medio para transmitir ideas y emociones. En el jícuri y el bacanowa a través de la danza se representa en pequeño lo que la naturaleza hace a lo grande, su constante circularidad nos refleja la idea del eterno retorno, de los ciclos vitales, de la rotación del mundo, de que todo gira. Es la manera de conectar con el mundo trascendente, para liberar a las almas de sus ataduras y mostrarse agradecidos por ello.

Con las evoluciones lineales y circulares del yúmari se pretende llamar la atención de Onorúame para curar o prevenir de las enfermedades a las personas, animales o campos, evitar catástrofes, o bien atraer la lluvia a través de las semillas que suenan insistentemente dentro de la sonaja, demandando agua para germinar; todo ello dentro de un ritual que, además de mirar al cielo mira al suelo, con la pretensión de estar juntos y compartir, sirviendo así a lo divino y a lo humano.

En los pascoleros de la barranca se imita al conejo, al venado, al tejón, al guajolote, al tiempo que se evoca la agricultura al pisar descalzo y con fuerza la tierra. En Norogachi los pascoleros de Semana Santa anuncian la resurrección, el triunfo del bien, la esperanza; aunque por otro lado las formas del pascol imitan el celo de los animales evocando la idea de fertilidad, de entrada de la primavera, presente en la danza más antigua.

Con la danza de pintos y fariseos se representa un conflicto, la lucha del bien contra el mal, al tiempo que se aprovecha la transformación en danzantes para transgredir las normas con un efecto cómico y divertido, colocándose del lado de Judas, del chabochi. Danza de pintos ejecutada hoy en el ámbito religioso semanasantero que en el pasado, por la propia estructura y dinámica coreográfica, muy posiblemente pertenecieran al ámbito guerrero.

Y los matachines, danza de conquista que constituye un ejemplo de reinvención o recreación rarámuri de la tradición a partir de elementos impuestos desde fuera. Danza solemne que lejos del simbolismo guerrero que pudiera tener en el pasado, al evocar las escenas de las morismas, expresan en el presente la negación del conflicto, la afirmación de la armonía dentro del ciclo festivo de invierno, uniendo el final de un ciclo agrícola con el inicio de otro nuevo.

"Danzar para que el mundo no se acabe", así lo encargó Onorúame, y así se mantiene, porque danzar implica estar juntos, encontrarse, no perder el vínculo, y es en la unidad donde surge la fortaleza, hay pues que "danzar para no morir".


4. Consideraciones finales

Con el recorrido realizado por la corporeidad rarámuri, podemos comprobar que estamos tratando un sistema formado por algo mucho más complejo que carne y hueso. Un sistema que observado con detenimiento y oficio puede ser tan fructífero para la comprensión de la cultura como el mismo análisis lingüístico. Tener y al mismo tiempo ser cuerpo hace que éste sea testigo inevitable de la biografía personal, de las luces y sombras que tiene la historia propia, responsable de los mecanismos que se generan para acondicionar el mundo exterior, con el fin de satisfacer los anhelos, deseos, necesidades, ansias de estimulación de uno mismo.

En tiempos de exploración interplanetaria, con la mirada puesta ya en el espacio exterior, la frase dictada hace 2.500 años no ha dejado de tener vigencia, "el cuerpo" sigue siendo "la medida de todas las cosas".

En el caso rarámuri, hemos aprendido que, aún con las constantes observadas, los usos del cuerpo nos dibujan un perfil de población diverso, formas distintas de ser y de estar que reflejan posiciones sociales y familiares distintas, desempeños de papeles diferentes, grados de influencia exterior desiguales, todo lo cual nos lleva a una visión heterogénea de su gente. La corporeidad y motricidad rarámuri posee sin duda rasgos distintivos que los hace diferentes a los chabochis, y a otras etnias, pero hay matices corporales por los que se diferencian ellos mismos entre sí. Los rarámuris corren con bola o con ariweta, no como los mestizos, pero hay distintas formas de hacerlo según la región; bailar matachín al modo rarámuri es un rasgo distintivo del grupo, pero existen también diferencias notables entre comunidades, lo mismo ocurre con la práctica del yúmari o con la raspa del jícuri, cada oficiante personaliza su actuación y le da su sello propio.

Realizar por tanto un diagnóstico etnomotriz de un grupo humano exige no sólo observar las características singulares que los distinga como tal, aquellas que conforman una identidad colectiva y marcan la diferencia con respecto al otro, sino también atender al grado de diversidad interna que se produce, y que entre otras cosas señalan la libertad de acción y voluntad de las personas.

Por motivos de espacio hemos destacado aquí tan sólo algunas de las constantes observadas en el análisis intracultural, pero quedaría desenfocada la corporeidad rarámuri si pensáramos que todos se ajustan al mismo esquema, que son igualitos; lejos de ello es la heterogeneidad la nota predominante en la mayor parte de las acciones, por lo que las constantes señaladas deben ser matizadas para ver el grado de variación que cada una de ellas posee, esa tarea, no obstante, la dejamos para otra ocasión.

Lo interesante en este momento es calibrar la importancia que posee la corporeidad en la formación de la persona, y por extensión en la identidad de un grupo humano. En el caso rarámuri hemos observado que no se pare de cualquier manera, que a los bebés se les transporta de una determinada forma, que adoptan un modo espontáneo e inimitable de descansar, de estar de pie sencillamente parados, y es que ser rarámuri, incluso en un sistema tan desintegrador como la ciudad, en el mundo global, implica actuar como tal, usar el cuerpo como rarámuri, con el sentido práctico o simbólico que en función del caso posea. Porque ¿qué queda del rarámuri, del "pie corredor", que no sepa caminar por la sierra? ¿qué, si de niño no haya corrido nunca con bola? ¿que no sepa bailar matachín? ¿que no se le vayan los pies con los sones del pascol? ¿que haya dejado de gustarle el tesgüino? ¿que, persuadido por otros modos, haya dejado de usar su cuerpo como rarámuri?

El cuerpo para cada sociedad, además de un hecho biológico, constituye un importante vehículo para el estudio de la etnicidad, por ser un territorio cargado de representaciones en donde permanentemente se construyen y deconstruyen imágenes culturales, en donde se deja notar el espacio y el tiempo, y en donde se proyectan señas de identidad y de alteridad. Si como hemos tratado de demostrar con el caso rarámuri, el cuerpo es un símbolo de su cultura y de su sociedad, pensar y entender su cuerpo nos aproxima a la comprensión del mundo que los envuelve, a la realidad simbólica y práctica que junto con la pura carnalidad forma parte de su ser, dándole a la materia sentido.

 

 

Notas

1. Bienes culturales entendidos como satisfactores de las necesidades biopsicosociales del ser humano.

2. El primer contacto con los jesuitas tuvo lugar en 1607, estuvieron en la Tarahumara hasta 1767 que fueron expulsados del lugar por Carlos III, y regresaron de nuevo a ella en 1900.

3. En la sierra Tarahumara, donde actualmente viven los rarámuris, no se encuentra el peyote, el cactus crece en la zona del desierto (centro y sur del Estado de Chihuahua), lugar donde vivían los rarámuris en la época precolonial.

4. Una de las versiones relatadas por las nativas entiende que la mujer tiene un alma más que el hombre porque es capaz de engendrar una vida en su interior.

 

 

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